Kitabı oku: «Malestar en la civilización digital», sayfa 2

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Primera parte

¿Hasta dónde quiere llegar el capitalismo informacional y cognitivo?

Capítulo 1

La transformación de la naturaleza del Estado en la era digital

Data are the new oil.

Una economía contributiva

En el universo digital, todo deja huellas. Cuando el usuario entra en internet, no puede dejar de revelar su identidad, sus elecciones, sus gustos y preferencias, sus relaciones y sus redes, sus actividades pasadas y presentes, sus compras, sus actividades recreativas, etcétera, todo lo cual se convierte en el material de trabajo de extracción de la empresa digital.

Lo que se puede obtener de los datos personales:

Todo lo que un usuario escribe en su página de Facebook, por ejemplo, o en otra red social (en Instagram y WhatsApp, que pertenecen a FB; Snapchat, Twitter).

Todas las fotos o videos que postea (por ejemplo, en YouTube o en Instagram).

Todos los “me gusta” o los like sobre los que él cliquea, todo lo que comparte, todo lo que consulta, todos los cuestionarios que responde ocasionalmente.

La identidad de los usuarios con los que interactúa (es decir, su red personal que ignora que está integrada en el sistema) y los datos de su localización.

Si el usuario lo autoriza, Facebook también puede buscar informaciones sobre los sitios de internet que él consulta, y cuándo está conectado a la red social.

Así, el usuario se vuelve, por la vía de los hechos, un colaborador activo, y a menudo también pasivo, que contribuye a confundir la frontera entre la producción y el consumo, entre lo público y lo privado y lo íntimo. Cualquier clic permite definir la personalidad de un individuo y hace posible la anticipación de sus comportamientos futuros, así como la previsión de su próximo consumo. Se trata simplemente de procesar una cantidad muy grande de sus huellas a través de un sistema de data mining (extracción de datos). ¿Qué caminos recorren las informaciones que entregamos a las GAFAM? Veamos la figura 1.1.


En el contexto del marketing, la extracción de datos agrupa al conjunto de las tecnologías susceptibles de analizar las informaciones de una base de datos para encontrar las que sean útiles al vendedor o al publicista. En un plano más general, la exploración de datos es un proceso que permite extraer informaciones pertinentes desde el punto de vista comercial y económico, a partir de una masa muy grande de datos.

Evidentemente, la noción de datos personales es relativamente imprecisa, aunque estos estén protegidos en varios países por el derecho a la confidencialidad. Dada la masa exponencial de informaciones que liberamos en cada una de nuestras transacciones en la red y el poder de los instrumentos de análisis, es difícil diferenciar los datos personales de otras informaciones. Debe distinguirse lo siguiente: (1) los datos aportados por el observado (y que son objeto de un cierto acuerdo suyo), (2) los datos observados, resultado de la captación de marcas dejadas por los internautas, y (3) los datos inferidos, resultado del procesamiento realizado por las empresas con sus instrumentos analíticos. Ciertamente, no es fácil para el común de los mortales hacer las distinciones pertinentes, especialmente cuando las empresas tienen con frecuencia el cuidado de señalar que es “para mejorar el servicio al cliente”.

Para resumir, la economía digital, contrariamente a la economía tradicional, se vuelve una economía contributiva, donde el consumidor se convierte en auxiliar de la producción y de la distribución, y ello, sin compensación financiera. Algunos autores (Moulier Boutang y Rebiscoul, 2009) hablan de capitalismo cognitivo o, para tomar una metáfora vegetal, de un fenómeno de polinización humana, como si se tratara de una flor que libera su polen al viento.

¿Qué puedo hacer para proteger mis datos personales?

A priori, la protección de datos puede parecerle muy simple al usuario, pero ello depende del nivel de profundidad de la operación de extracción:

1. Si se trata de datos brutos revelados explícita o implícitamente por el usuario, este puede tratar de disciplinarse mostrando solo lo que es necesario. Es una cuestión de educación de los jóvenes sobre todo, pero también de cualquier ciudadano. Además, es bien sabido que, para algunos, el acceso a internet es una especie de “bar de libre servicio”, donde todo puede ser dicho, mostrado, exhibido, comentado. Es el régimen de la transparencia total, puesto que internet favorece la ausencia de control del individuo escondido detrás de su pantalla (fenómeno de desinhibición). En algunos casos, la empresa ofrece pequeñas recompensas o pretende que el regalo es el proceso gratuito. En Facebook, publicar fotos o informaciones personales en el muro (the wall) es una cierta forma de autorización a Facebook para hacerse de la información. Pero para Facebook es muy fácil hacer trampas sobre el pretendido consentimiento del usuario, lo que se explica en veinte páginas escritas con letra menuda en el sitio de la empresa, que casi nadie tiene tiempo de leer.

2. Si se trata de datos procesados por la empresa, el usuario ya no tiene control sobre el contenido que es fabricado por especialistas, quienes acceden no solo a lo que dice el usuario, sino también a lo que dicen sus amigos y conocidos, y a los documentos que él consultó. Su vida se desarrolla como un libro abierto donde se puede conocer todo sobre sus orientaciones políticas, sus actividades, las relaciones con sus parientes, sus valores, sus deseos, sus errores, etcétera; en síntesis, todo su perfil socioeconómico. Los especialistas pueden ir más lejos, muy en profundidad, de tal modo que ellos saben más sobre la persona analizada que el individuo en sí mismo. Según Ryan Matzner, cofundador de Fueled, una empresa neoyorquina registrada en las Bahamas que crea aplicaciones para sus clientes: “Facebook no está en la venta de datos, está en la venta de píxeles”. Es de esta forma que Facebook pierde el control de sus datos vendidos.

3. En tercer lugar, la empresa puede fabricar productos nuevos para manipular a los individuos, como falsas noticias, amenazas de acción, sugerencias de comportamiento; puede inducir conductas, crear deseos y modas, dirigir la conducta de una gran parte de la población. El ciudadano se comporta como el perro de Pavlov que obedecía a las consignas dictadas. Se trata ahora de las nuevas formas de control de las muchedumbres, del nuevo rostro de Big Brother.

Datos abiertos, datos masivos, datos en bruto: los datos están hoy en el corazón de numerosos debates. ¡Pero no seamos ingenuos! Ellos constituyen el “ADN” de las grandes empresas que ofrecen servicios a los individuos. Los optimistas ven en ellos un recurso natural (como el agua, el aire o la madera en otras épocas), cuya cosecha y circulación están a punto de revolucionar la innovación tecnológica y social, y la democracia, mientras que los pesimistas los perciben como el carburante de los mecanismos que solo servirán a los poderosos y reforzarán las desigualdades. Pero seamos claros: un dato tiene interés siempre que esté agregado a otros. Es su procesamiento lo que constituye su valor, al igual que en el cerebro una neurona no sirve de nada si no está conectada a una multitud de otras neuronas. Su riqueza proviene de su relación en una red.

La cuestión de fondo es la de la propiedad de los datos personales a la hora de la hiperconectividad.

Cuando las informaciones se separan de cada uno de los individuos y son utilizadas para medir fenómenos masivos, es absurdo considerarlas como datos personales. Se convierten en recursos de carácter colectivo que hay que regular, entonces, como recursos colectivos y no como una suma de informaciones sobre individuos. (Trudel, 13 de marzo del 2018)

Lo dicen los expertos: es el conjunto del modelo de negocios de los grandes ecosistemas el que es vulnerable a la manipulación, porque opera en un ambiente libertario, cuando no libertarista, exento de regulación. Y como la autorregulación no funciona en los grandes ecosistemas que son competitivos como las GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft), ¿a qué otra cosa puede recurrirse que no sea a la regulación por parte del Estado y a la restauración de la autoridad gubernamental?

La plataformización de la web

Actualmente, asistimos a una plataformización generalizada de la web, en el sentido de que el usuario ya no puede comunicarse con la empresa si no es pasando por su plataforma repleta de algoritmos1, es decir, de reglas que guían al usuario en su proceso de consumo. Hoy internet está casi totalmente privatizado; cuando el consumidor quiere aprovechar un servicio, cae necesariamente en una plataforma que establece el tipo de información que ella le ofrece (en síntesis, según su perfil). A veces se asocia el término plataformización a un área de actividad, por ejemplo, en las expresiones como plataformización de la economía, de la política o de la prensa, que buscan describir la tendencia en esas áreas a desligarse de los modelos tradicionales aprovechando el potencial ofrecido por la web. Por extensión, el término plataformización, en ocasiones, se emplea para designar el efecto perturbador que tal práctica puede implicar en un sector de actividad.

Otros usan también la expresión uberización, en referencia al modelo económico de Uber que constituye un buen ejemplo de dicho fenómeno. En efecto, la única manera de comunicarse con la empresa de transporte es pasando por la aplicación Uber.com, que administra el conjunto de la operación y de la utilización del servicio de taxi. Los conductores ahora trabajan para la plataforma, que establece, a través de un algoritmo numérico, las condiciones de trabajo, el precio del servicio informático y del recorrido, y comunican los pedidos de los clientes indicando el mejor trayecto; los clientes, por su parte, reciben sus instrucciones para tomar el auto y pagan el precio fijado. De ello resulta que la empresa “desaparece” en provecho de una organización tecnocrática sin alma y sin responsabilidad alguna más que la que determina el contrato establecido por ella misma. Uber X o Uber BV2 es una entidad aparte de la empresa Uber y puede no sentirse responsable de sus trabajadores (que, además, son considerados como trabajadores autónomos, sin seguros, sin fondo de pensión, sin licencia por enfermedad, etcétera). En Montreal, Uber X no quiere ser regulado por la Oficina del Taxi de Montreal (BTM, por sus siglas en francés); es un servicio, según afirma, y no una empresa con responsabilidades sociales. Airbnb es una plataforma de la misma naturaleza que perturba la industria del turismo. Sin regulación estatal, esas empresas operan como en la era del capitalismo salvaje: sin obligaciones sociales, únicamente con las reglas que se fijan ellas mismas o que el mercado les dicta.

Los grandes ecosistemas como Amazon, Apple, Microsoft, Facebook, Google, Netflix, Expedia y muchos otros ofrecen sus servicios, y es el mercado el que regula; incluso son extremadamente alérgicos a una regulación estatal, especialmente en la América de Donald Trump. Esas megaempresas intentan por todos los medios aplicar ese régimen por todo el mundo. Incluso ello se vuelve norma para aprovechar los beneficios de la economía digital.

El capitalismo de vigilancia

El escándalo de Facebook, cuyos pormenores explicaremos en el próximo capítulo, solo es un episodio de la influencia de las GAFAM sobre el Estado y la política. El conjunto de la privatización de la web y el fenómeno de la creación de plataformas de servicios informatizados es un indicador de la importancia que ha alcanzado la digitalización en la economía contemporánea. Por otra parte, observamos el fenómeno de la toma de control de la industria digital privatizada sobre gran parte de los gastos públicos relativos al consumo, la salud, la educación, el transporte y otros servicios públicos. La experta Shoshana Zuboff (2018)3 describe el capitalismo de vigilancia en la jerga de los economistas políticos. Ella sostiene que a partir de la lógica de racionalización del trabajo se pasó a una sociedad de mercado cuyos comportamientos individuales y colectivos son cuantificados, analizados, vigilados, gracias a los big data, y que todo ello concurre al advenimiento de un régimen socioeconómico regulado por mecanismos de extracción de los datos, de su procesamiento, de su mercantilización y de su control.

Sin embargo, ese régimen no se enfrenta al Estado como desearían los defensores del neoliberalismo, y peor aún, los del libertarismo, que considera al Estado como una instancia que restringe las libertades individuales y estorba la productividad de las empresas creativas. Una sociedad digital funciona con la innovación, y lo que se adora como el becerro de oro por parte de las GAFAM son los millones que ellas invierten en investigación y desarrollo (I&D). Pero si miramos más lejos, podemos decir que existe una dialéctica entre el Estado y el mercado que podría ser beneficiosa para todos y conduciría a una forma de equilibrio aceptable. Pero no es ciertamente el caso.

La alianza entre los regímenes políticos y los grandes ecosistemas

Se torna necesario observar cómo la política se vuelve un punto de apoyo para los grandes ecosistemas tecnológicos, a medida que los sistemas políticos ya no son capaces de administrar las grandes corporaciones públicas. Así, los gobiernos privatizan (en parte o totalmente) los grandes servicios públicos, como el correo, las telecomunicaciones, el tren, la electricidad o el gas, bajo pretexto de que ya no son rentables (porque están contaminados por el nepotismo, los escándalos políticos o las élites financieras cercanas al poder). Frente a los déficits abismales de los ministerios de Salud y Servicios Sociales, de Educación y de Obras Públicas, muchos sueñan con alejar esos organismos de la política y de los políticos, en favor de reestructuraciones administrativas y tecnológicas. Incluso los gobiernos son confiados a técnicos, como aconteció en Bélgica, donde no hubo gobierno electo durante más de un año (el abogado Yves Duterme se ocupó de los asuntos corrientes), y en Italia con el gobierno “de los técnicos”, bajo la dirección de Mario Monti4. Pasamos de un régimen político a un régimen apolítico, que organiza los equilibrios sociales sobre los principios de la oferta de mercado. Los instrumentos de esta organización son los big data y la capacidad de modelar la sociedad a partir de la oferta (Masutti, 2016).

La sociedad actual ya no puede ser analizada como un régimen ultraliberal al que se opondrían valores de igualdad o de solidaridad. Esta dialéctica está superada, porque el contrato social cambió de naturaleza: hoy la legitimidad del Estado se basa en mecanismos de experticia mediante los cuales el capitalismo de vigilancia impone una lógica de mercado en todos los niveles de la organización socioeconómica, desde la decisión pública al compromiso político. Para comprender hasta qué punto cambió el terreno democrático, y lo que ello implica en la organización de una nación, es necesario analizar sucesivamente el rol de los monopolios digitales (por ejemplo, las GAFAM), las opciones de gobernanza que implican, y comprender cómo esa ideología no es teorizada sino de alguna forma autolegitimada, casi vuelta necesaria porque no se le opone ninguna otra opción política. Como los gobiernos son incapaces de imponer las normas de control de la contaminación (porque tienen que hacerse reelegir cada cuatro o cinco años y trabajan básicamente a corto plazo), algunos sueñan con confiar la cuestión ecológica a una instancia independiente de la política, de los políticos y de los lobbies de toda clase…

¿El capitalismo de vigilancia implicaría el fin de la democracia?

Las empresas desarrollan prácticas de extracción de datos que aniquilan toda reciprocidad del contrato con los usuarios, hasta crear un mercado de la cotidianidad (nuestros datos más íntimos y, a la vez, los más sociales). Nuestras conductas y nuestra experiencia cotidiana se convierten en el objeto del mercado y condicionan incluso la producción de bienes industriales (cuya venta depende de nuestros comportamientos como consumidores). Más aún, ese mercado no está más sometido a las vueltas del azar, del riesgo o de la impredecibilidad, como pensaban los chantres del liberalismo del siglo XX: el mercado se ha vuelto maleable porque son nuestros comportamientos los que son objeto de una predictibilidad tanto más exacta cuanto que los big data puede ser analizados con métodos a gran escala y cada vez más fiables.

¿Por qué afirmamos que pasamos de un régimen político a uno apolítico? Porque la mayor parte de las decisiones y de los órganos operativos de hoy están motivados y guiados por consideraciones relativas a situaciones declaradas imperativas y no por perspectivas políticas. El capitalismo de vigilancia induce no solo el fin del mercado liberal (visto como lugar de intercambios equilibrado de bienes y servicios competitivos), sino que excluye toda posibilidad de regulación por parte de los ciudadanos: estos son considerados únicamente como “usuarios de servicios”, es decir, como consumidores, y el Estado como un proveedor de servicios públicos. Y la decisión pública, por su parte, es un asunto de acuerdo entre los monopolios y el Estado. Un “gobierno de los técnicos”, como se ha visto en Europa, se presenta, por un lado, como el gobierno de la objetividad y de las cifras, que puede rendir cuentas a la Unión Europea y al sistema financiero internacional, y, por otro lado, como el primer gobierno independiente de los partidos. La tecnocracia, como la experticia, se sitúa fuera de los partidos y responde usualmente a los límites de la centralización propios de la decisión pública, y no del poder político y de la discusión de los ciudadanos.

La conjunción entre la concepción del mercado como único organismo gubernamental de las relaciones sociales y de la experticia que determina los contextos y las necesidades de la toma de decisión ha permitido la emergencia de un terreno favorable al Estado-GAFAM. Para convencerse de ello, basta con echar una mirada a lo que se ha llamado la “modernización del Estado”. Las concepciones de la economía mencionadas se resumen de la siguiente manera:


Capítulo 2

Lo que nos revela el escándalo de Facebook sobre la utilización de los datos personales

Urge reconocer que el ciberespacio está constituido por ciudadanos, y no solo por consumidores que prestan su consentimiento.

(Trudel, 27 de marzo del 2018)1

Recordemos brevemente el escándalo de Facebook, que a fines de febrero del 2018 reveló a la opinión pública que la firma Cambridge Analytica había utilizado sin autorización los datos personales de 80 millones de usuarios de Facebook para influir en la elección americana de Donald Trump y la victoria del brexit en Inglaterra. Esa explotación vilmente mercantil de los datos personales de millones de usuarios de Facebook muestra la cara oculta de ese actor tan dilecto de la industria digital2, miembro del club de empresas multimillonarias GAFAM. A pesar de las airadas protestas de los políticos, bien lo temíamos: no hay nada gratuito en la utilización de servicios públicos ofrecidos por un proveedor privado. ¿Alguien podía imaginar que la revolución digital —y la eclosión de la inteligencia artificial— nos conduciría a la corrupción electoral en todas partes del mundo?

De acuerdo con las informaciones recogidas por la cadena británica BBC y las investigaciones de los periódicos The Guardian en Inglaterra, y The New York Times y The Observer en Estados Unidos, la consultora política Cambridge Analytica habría intervenido en varias campañas electorales en los cinco continentes. La lista de los países donde se recogieron datos personales que podrían servir a fines electorales es larga. Además del uso abusivo de datos relativos a los usuarios de redes sociales, uno de sus exempleados reconoció que la empresa había recurrido a falsas noticias para influir sobre un segmento de electores.

Se necesitaba ciertamente que un escándalo político-financiero de escala internacional revelara a la opinión pública lo que numerosos expertos ya habían predicho hace tiempo. El rol de las redes sociales se conocía desde la primera campaña victoriosa de Obama a la presidencia de Estados Unidos en el 2008: primero, con la segmentación de una clientela probablemente favorable a un candidato, y segundo, con la posibilidad de ese candidato de enviar mensajes específicos a ese blanco de futuros electores. Entonces, lo que se había hecho de forma relativamente artesanal en el 2008 se perfeccionó después con la evolución del procesamiento informático de los big data y el progreso de la inteligencia artificial (IA). Gracias a los generosos donantes del Partido Republicano (en respuesta a las solicitudes de la Organización Trump), la firma Cambridge Analytica desarrolló una verdadera industria del perfilado de la clientela conservadora y una fábrica de noticias falsas (fake news), lo que probablemente fue suficiente para asegurar la elección del improbable presidente.

Tal estratagema influyó seguramente en el resultado del brexit3 en Inglaterra y la imprevista elección de Donald Trump. En este último caso, fue una organización rusa (probablemente teledirigida por las más altas autoridades del Kremlin) la que inundó el público americano con falsas noticias sobre Hillary Clinton. Obviamente, Mark Zuckerberg, el omnipresente y sonriente presidente de Facebook, se deshizo en excusas (?) frente a las protestas de los representantes políticos americanos, canadienses y británicos, confesando que su empresa había sido engañada por personas deshonestas (no era la primera vez que le sucedía, ¡y no iba a ser la última!). Pues bien, se sabe que la utilización y la venta de las informaciones de los 2000 millones de sus usuarios constituyen el capital de Facebook, pero también de Amazon, de Apple, de Microsoft y de Google (las GAFAM), lo que les permite obtener sus miles de millones de lucro a cambio de sus “servicios gratuitos”. Solo Google y Facebook controlan hoy el 75 % de los ingresos publicitarios en Canadá4. El total de los ingresos de las plataformas se estima en 40 000 millones de dólares americanos. ¿Por qué repentinamente “por espíritu de civismo” ellas dejarían de percibir esa gigantesca fortuna?

El escándalo de Facebook y la vulneración de la democracia

Luego de haber conmocionado los sectores de los periódicos y la imprenta, la industria de la música y del entretenimiento (entertainment), de las finanzas y del comercio minorista, la digitalización transforma ahora la política. Analicemos el escenario que condujo a este peligroso precedente de la manipulación de datos personales con fines político-partidarios:

1. Venta de datos brutos por Facebook

Conforme a su política y su modelo de negocios, Facebook vende datos personales “brutos”, es decir, datos no procesados, a una sociedad americana, Cambridge Analytica, uno de cuyos fundadores es Steve Bannon, vicepresidente de la compañía y director del diario de extrema derecha Breitbart News, y, posteriormente, asesor de Donald Trump.

2. Un subcontratista (GSR) analiza los datos

Para hacerse con esos datos, la empresa pasó por un subcontratista: Global Science Research (GSR), que pertenece al investigador Aleksandr Kogan. En ella se concibió una aplicación de juego-cuestionario para Facebook llamada Thisisyourdigitallife, que él presenta a la red social como destinada a un estudio académico5. Kogan, por intermedio de su firma, remunera a varios centenares de miles de internautas por sus respuestas. Dicha aplicación incluye un cuestionario y requiere que el usuario esté conectado a su plataforma e inscrito en los listados electorales estadounidenses para llenarlo. Además de sus respuestas al cuestionario, los internautas encuestados le otorgan a la aplicación el acceso a muchos datos personales que figuran en su cuenta de Facebook. Adicionalmente, la aplicación saca provecho de una funcionalidad de la red social que le permite aspirar también a datos personales que pertenecen a los contactos de los usuarios que responden al cuestionario. La aplicación fue instalada por 305 000 personas en todo el mundo, según Facebook, y alcanzó de rebote a 87 millones de usuarios (Untersinger, 18 de marzo del 2018).

3. Cambridge Analytica crea un archivo principal de 89 millones de abonados

La empresa GSR transmite luego esos datos a las empresas SCL y Cambridge Analytica, permitiéndoles crear una base de datos de varias decenas de millones de usuarios, de los cuales una buena parte son electores americanos. Esta gran cantidad de contactos, asociados a otros datos, nutrió los algoritmos de Cambridge Analytica, que se jactó de poder construir un perfil psicológico y político a partir de datos personales anodinos dejados en línea por los usuarios.

4. Cambridge Analytica utiliza el archivo para construir el perfil electoral

Kogan y Cambridge Analytica emplean los datos con fines de perfilamiento electoral, creando una base de datos que permite al equipo de campaña de Donald Trump saber más de lo que nadie ha sabido jamás sobre los usuarios de Facebook. Así, puede concebir mensajes adaptados a los electores en función de sus opiniones políticas, sus actitudes y sus valores. El proyecto estaba basado en el trabajo de un antiguo investigador de la Universidad de Cambridge, Michal Kosinski, que estudiaba las personalidades en función de sus actividades en línea; Kosinski y otro investigador, David Stillwell, trabajaron durante varios años sobre su propio test de personalidad en Facebook: MyPersonnality. Ellos recogieron las respuestas de seis millones de participantes en ese test, así como los perfiles de Facebook de todos sus “amigos”. En el 2015, publicaron un estudio titulado “Las evaluaciones de personalidad realizadas por computadoras son más seguras que las de los humanos”, donde demostraban que podían diseñar un retrato psicométrico de una persona de modo bastante preciso, basándose simplemente en lo que a ella “le gusta” en Facebook. “El hecho de que las computadoras evalúen mejor las personalidades que los seres humanos ofrece oportunidades, pero también presenta riesgos en términos de juicios psicológicos, de marketing y de respeto de la vida privada”, señalaban. Pero según varios medios, Kosinski habría rehusado compartir sus datos con Kogan y Cambridge Analytica, temiendo que fueran utilizados con fines electorales. Kogan creó, entonces, su propio test. Y Cambridge Analytica probó que los métodos de Kosinski, que luego se fue a la Universidad de Stanford, ofrecían resultados no confiables. La firma comenzó utilizando un test de perfilamiento estándar conocido como Big Five, pues medía los cinco rasgos siguientes: (1) la apertura (apreciación del arte, curiosidad e imaginación), (2) la concienciosidad (respeto de las obligaciones, organización), (3) la extraversión (emociones positivas, carácter emprendedor), (4) la agradabilidad (tendencia a ser compasivo y cooperativo más que desconfiado) y (5) el neuroticismo (tendencia a la cólera, la inquietud o la depresión). Los participantes debían decir si aprobaban o desaprobaban “fuertemente” o “más o menos” afirmaciones como “tiendo a ser organizado” o “el arte no me interesa”. Los resultados fueron afinados con las informaciones sobre la actividad en Facebook del participante y de sus amigos. Para clasificar los electores, un algoritmo encontraba un vínculo entre “agradabilidad” o “neuroticismo” en función del sexo, la edad, la religión, los ratos de ocio, los viajes y opiniones sobre temas precisos. Este estudio permitió recoger más de cuatro mil datos sobre cada elector americano, de lo que se jactaba Alexander Nix, el dueño de Cambridge Analytica, antes de la suspensión de la empresa. Ella permitió lo que él denominó el microperfilamiento comportamental y el mensaje psicográfico.

En otros términos, una campaña electoral podía difundir, vía Facebook u otras redes sociales, mensajes, informaciones o imágenes finamente focalizadas para manipular a los electores. Según The New York Times, la campaña de Trump utilizó los datos de Cambridge Analytica para segmentar poblaciones en función de la publicidad electoral, realizar simulaciones de participación en la elección, identificar las regiones donde serían más eficaces los desplazamientos del candidato, etcétera. Pero, en realidad, lo que interesaba a los estrategas de Donald Trump era determinar concretamente qué electores podrían votar por él si se les incitaba a hacerlo, en particular, en lo que en Estados Unidos se llama los swing states o “estados bisagra”, o “estados pivote”, donde es posible hacer bascular la victoria de un partido a otro, simplemente desplazando algunas centenas de votos.

5. El uso de las informaciones segmentadas en la elección

Gracias a las informaciones obtenidas por algoritmos, los estrategas del Partido Republicano pudieron concentrarse en los estados más fáciles de arrebatar a los demócratas, esto es: (1) Michigan (16 electores) con el 47,6 % por Trump y el 47,3 % por Clinton; (2) Ohio (18 electores), considerado el barómetro de la elección; (3) Wisconsin (10 electores) con el 48,6 % por Trump y el 46,1 % por Clinton; y (4) Pensilvania (20 electores) con el 48,8 % por Trump y el 47,7 % por Clinton. Dos semanas antes de la elección, el Partido Republicano hizo llegar publicidades focalizadas a un escaso número de electores seleccionados por su simpatía con un partido de derecha, de las cuales varias eran falsedades manifiestas (fake news), tales como “Hillary Clinton es la más corrupta de las candidatas que se presentan a las elecciones” o “H. Clinton quiere quitarle el derecho a portar un arma”, etcétera.

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