Kitabı oku: «Emprender con equilibrio», sayfa 2
Introducción
Mira a tu alrededor: a tu familia, a tu comunidad, a la escuela de tus hijos y pregúntate ¿somos iguales las mujeres y los hombres? ¿Nos interesa lo mismo? ¿Actuamos de la misma forma? ¿Atendemos a la familia y a los hijos con la misma responsabilidad? ¿Podemos trabajar con la misma libertad? ¿Hay igualdad en todo lo que hacemos?
No dudo que algunas de nosotras podamos decir que sí, que contamos con una pareja responsable que también se encarga de los hijos, de la casa o que trabajamos a la par. Incluso, hay mujeres que dicen que se entienden perfecto con hombres que piensan igual que ellas, y que sienten la misma libertad para hacer todo lo que ellos hacen. Siempre hay casos que nos pueden sorprender.
Sin embargo, aún vivimos haciendo fuertes distinciones entre niños y niñas, entre hombres y mujeres. ¿Qué estudian los niños y qué las niñas? ¿Qué permisos das a tus hijos y cuáles a tus hijas? ¿Quién lava los trastes en la casa? ¿Quién cuida al bebé? ¿Quién trabaja fuera de casa y quién controla el dinero? ¿Quién toma las decisiones importantes?
Estas son solo algunas de las diferencias que aún subsisten en la sociedad, y no son culpa de los hombres o de las mujeres, sino que son una herencia que ha pasado de generación en generación sin que podamos hacer mucho por evitarlo. Y todo esto que sucede dentro de la casa, en el trabajo, en la empresa y la comunidad es producto de lo que «creemos» que es lo correcto, de lo que se espera de nosotros, de lo que consideramos adecuado en cada situación.
Si «creemos» que solo las mujeres cuidan bien a los bebés, no damos oportunidad a los hombres de hacerlo. Si «creemos» que ellos son los proveedores y responsables de lo que hay en casa es porque no nos vemos a nosotras mismas como tales. Si «creemos» que los niños deben ir a la escuela y las niñas ayudar en las labores domésticas, ese será el patrón que enseñaremos sin cuestionar. Es muy importante reflexionar sobre estos aprendizajes heredados porque, definitivamente, tienen una gran influencia en las decisiones que tomamos y en las acciones que llevamos a cabo en nuestra vida.
¿Por qué hablar sobre las creencias de las mujeres?
Hace treinta años que trabajo con mujeres, y durante este tiempo he observado que estas y otras «ideas» son las que en realidad generan las diferencias y nos hacen tomar ciertas decisiones, algunas ventajosas y otras no. En particular, cuando se trata de emprender hay «creencias» que son determinantes: «lo haré yo porque nadie tendrá mi toque», «tiene que ser barato para vender», «solo los hombres son creativos en los negocios», «lo hago de ma-nera informal para no arriesgarme».
Es probable que al leer este libro algunas mujeres se identifiquen con más de una de las «creencias» que expondré; otras quizá sientan que las han transformado o habrá quien diga que ya no ve distinciones de género: todo dependerá de las oportunidades de cambio que cada una haya experimentado. Sin embargo, la cultura sigue siendo ese espacio en donde se refuerzan una gran cantidad de «creencias» que pasan desapercibidas y que, precisamente por ello, no consideramos como una posible fuente de fracaso. De ahí que sea importante observarlas.
Cuando miro a mi alrededor pienso que a pesar de todos los avances sociales y económicos, de la participación de las mujeres en la economía, de los avances en tecnología y de la modernidad en general, no veo un mundo mejor o más equilibrado. El nivel de estrés, de ansiedad, de pri-sa y agotamiento, de insatisfacción y desesperanza es preocupante, así como los niveles de depresión y de falta de sentido. En algunos casos, la doble o triple jornada de las mujeres las agota y desanima, al grado de llevarlas a abandonar su vida personal, sus sueños y hasta su propósito de vida.
¿Existe una mayor equidad hoy en día? Creo que sí, sobre todo si miramos cómo la mujer se ha sumado a los espacios políticos, económicos y sociales. No hay duda de que hemos ganando terreno en diversos ámbitos, en posiciones laborales dentro del gobierno, en las empresas y en todos los espacios públicos, de manera lenta, pero segura. No hay duda, hay avances.
Ciertamente también hay progreso cuando las mujeres crecen profesionalmente a la par de hombres que las acompañan e impulsan en su empresa o en la actividad comunitaria. Antes era impensable que una mujer exitosa pudiera tener pareja porque era imposible que un hombre aceptara vivir con una pareja más valorada que él o que tuviera mayores ingresos. Hoy es una posibilidad y una realidad que vemos con más frecuencia, por lo menos en las sociedades avanzadas. En algunas comunidades las mujeres ya no tienen conflicto al trabajar porque sus parejas lo han aceptado sin problema.
Creo que hay cambios importantes cuando observo algunas relaciones de pareja, pocas aún, en las que ha sido posible intercambiar roles y generar acuerdos para el cuidado de la familia. Al trabajar con jóvenes —y a través de mis propios hijos— percibo transformaciones importantes en los papeles que desempeñan. Me encanta ver cómo mi hijo se levanta a preparar a sus niñas para ir al colegio, mientras su esposa trabaja desde temprano; aprendió a peinarlas a capricho y se organiza para preparar el desayuno, mochilas y uniformes.
También me ha tocado ver a padres que se quedan en casa mientras su esposa sale a trabajar, o a parejas que se turnan las responsabilidades para lograr ese equilibrio que dé seguridad a sus hijos. Esto era impensable en mi época, salvo por los casos en los que el papá se quedara viudo o la mamá abandonara a los hijos, pero aun en esas circunstancias, generalmente las abuelas o las tías daban un paso adelante para asumir la responsabilidad.
Aún no se puede decir que este sea ya un comportamiento común y generalizado, o que esta «ayuda» que ahora recibimos distribuya la responsabilidad equitativamente en todos los casos. Me parece que se requieren muchos cambios sociales más para que hombres y mujeres participen por igual en el hogar, con el mismo nivel de responsabilidad respecto al cuidado de la casa y de los hijos. Todavía hace falta transformar muchas realidades: madres solteras, mujeres que viven con violencia, mujeres en comunidades aisladas o en pequeños pueblos, mujeres que no han tenido oportunidad de educarse, de acceder a otros recursos, de pelear por sus derechos. Miles que aún viven en condiciones de profunda desigualdad, incluso abusadas y explotadas sin que nadie lo note (o le importe).
Cuando hablamos de emprendimiento de mujeres las diferencias importantes surgen con la llegada de los hijos porque, si bien existen relaciones más equitativas que aún hoy son «garbanzos de a libra», la mayoría enfrenta la responsabilidad completa en el cuidado de los hijos y los padres, perpetuando esta doble y hasta triple jornada. Hay muchas mujeres que tienen que cumplir con un horario laboral completo y dejan a sus niños en una guardería o a cargo de otra persona; terminando su jornada llegan a casa a cocinar, a limpiar, atender tareas y todas las responsabilidades de la familia.
Esta situación es muy difícil, sobre todo si se considera que las mujeres que participan en áreas profesionales tienen que ajustarse a las normas, horarios y exigencias de un mundo laboral masculino que difícilmente entiende las necesidades de las madres y padres. Esto genera un tremendo estrés para quienes «malabarean» entre una vida familiar responsable y una vida profesional que no da opción para ello. Poco a poco se revelan los problemas de hijos no atendidos, de padres y madres ausentes, de chicos educados por terceras personas que no necesariamente les dan el afecto y la educación que requieren, detonando problemas sociales imposibles de resolver fuera de casa.
No se trata solo de hablar de mujeres o de hombres y sus diferencias, ni de quién actúa bien y quién no lo hace, se trata de reflexionar sobre cómo construir una sociedad que priorice a la familia, la educación, el cuidado de los hijos, la alimentación, la protección de los padres mayores y una vida cotidiana segura y equilibrada. Se trata de hablar del mundo que tendrán las siguientes generaciones, que son quienes vivirán las problemáticas que hoy se generan. Si no cambiamos la mirada será difícil transformar una realidad que va dejándonos insatisfechos, con más violencia e inseguridad y sin esperanza en el futuro.
Paradójicamente, esta realidad ha sido una gran oportunidad para que las mujeres decidan emprender su propio negocio, uno que les permita libertad de horarios, flexibilidad para atender a los hijos y la posibilidad de una vida personal y profesional equilibrada. Esta es, quizá, la primera razón por la que las mujeres emprenden y también una característica de su manera de hacerlo: quieren lograr un equilibrio y buscan estructuras que lo permitan.
No es nada fácil desarrollar un negocio y lograr que genere ingresos, pero al menos es posible diseñar la manera en que cada una de nosotras desea trabajar. Estas preocupaciones, deseos y «creencias» sobre la vida y el trabajo son la base para entender por qué las mujeres emprendemos con ciertas particularidades y elegimos desde otros lugares.
Al trabajar con mujeres he descubierto que los valores femeninos abren una perspectiva diferente porque hemos sido, tradicionalmente, quienes creamos vida, cuidamos de ella, protegemos y nutrimos para que otros crezcan. Esta cualidad nos proporciona una mirada diferente al enfrentarnos al futuro por varias razones:
• Valoramos el cuidado de la gente por encima de todo. La creación de bienestar para los trabajadores y sus familias, el equilibrio entre el trabajo y la salud, entre la profesión y el hogar, siempre bajo una visión que da especial importancia a la educación, la salud y el desarrollo personal.
• Damos importancia a la protección de los espacios comunitarios, de las escuelas, de todo lo que contiene, protege y cuida de la vida de otros. Por encima de la tecnología y de la modernidad, los valores familiares y comunitarios son prioridad en nuestra vida cotidiana.
• Imaginamos negocios que den lo suficiente para vivir bien, no para producir riquezas desmedidas que generan grandes brechas en la distribución del ingreso. Lo pequeño es suficiente si da para vivir bien, ¿por qué hacerlo, entonces, tan grande y exitoso si desequilibra la vida personal y familiar?
• Buscamos trabajar más desde casa y tener tiempo libre para atender los momentos importantes con los hijos. No hace mucho comenzamos a escuchar el término home office en las grandes empresas, sobre todo a raíz de la pandemia por la COVID-19, sin pensar que las mujeres lo hemos practicado como una manera natural de trabajar. Hombres y mujeres podríamos apoyar el trabajo en el hogar gracias a políticas flexibles que ayuden a mantener una sociedad más sana.
• Pensamos en el uso de la tecnología como medio para comunicarnos, para trabajar, para lograr mayor eficiencia, no como un fin sin propósito particular. Preocupa el exceso de tecnología en la educación de los hijos, los riesgos que conllevan las redes sociales, la falta de convivencia en el hogar y muchos otros temas que vamos constatando cuando se trata de nuestros hijos y de las familias. Por ello preferimos ver la tecnología como una herramienta al servicio del mejoramiento de la vida.
Y así podría seguir con más ejemplos en muchas áreas en las que es urgente incorporar una visión de lo femenino y lo masculino, de lo macro y lo micro, de lo global y lo cotidiano, de la eficiencia y la calidad de vida, del progreso y los límites.
Mi deseo al escribir este libro es provocar reflexiones en torno a estas diferencias, que son precisamente los valores para construir una sociedad distinta, y no tanto para cambiarlas o descartarlas. Se trata de una reflexión para redefinir el éxito e imaginar escenarios más equilibrados que pueden traer otro tipo de «éxito» al juego. Con una visión femenina incorporada en todos los espacios, el mundo daría la vuelta para cuidar esa generación de vida que comienza en la familia y que crece en el entorno social.
No busco generalizar ni hablar con la verdad sobre la inequidad de género, tampoco deseo hacer una disertación académica sobre el tema. En este libro abordo los temas de inequidad que, en mi experiencia, afectan el emprendimiento de mujeres, así como las creencias femeninas que son valiosas y pueden contribuir a la construcción de una sociedad diferente. Considero que hablaré por muchas mujeres que, como yo, quieren realizar sus anhelos y sueños sin dejar de lado su contribución como madres, hijas, parejas, amigas y su equilibrio para vivir bien.
A ellas dedico este texto, y también a los hombres que deseen aprender sobre ellas, sobre esta mirada y sobre las ventajas de desarrollar habilidades femeninas para vivir mejor.
Capítulo 1
«El emprendimiento no es lo mío» versus las mujeres emprendemos en tres espacios: el empresarial, el social y el político
Creemos que el emprendimiento es para seres creativos, atrevidos y con recursos que se lanzan a la aventura arriesgándolo todo. Nos han enseñado que emprender es difícil, que requiere de mucho dinero y supone un gran esfuerzo de catorce horas de trabajo al día.
En el diccionario encontré la siguiente definición: «Emprender significa acometer y comenzar una obra, un negocio, un empeño, especialmente si encierran dificultad o peligro». No se imaginan cuánto puede influir una afirmación planteada de esta manera en nuestra decisión de iniciar un negocio.
Por ello, este primer capítulo nos preparará para cambiar la percepción que tenemos del aprendizaje y así perderle el miedo a iniciar lo que deseamos. Soy una apasionada de este tema porque estoy convencida de que es la principal habilidad para crecer, y porque sin ella, no es posible emprender. Sin embargo, hay creencias que frenan y limitan nuestro aprendizaje, al igual que nuestra capacidad para iniciar un proyecto.
El emprendimiento
Comenzaré por plantear los tres elementos que se necesitan para emprender, que normalmente no nos enseñan, pero que a mí me han guiado durante mi vida profesional:
1. Tenemos que ofrecer un producto o servicio único, diferente y atractivo para que sea bien recibido y la gente quiera tenerlo o experimentarlo: para que lo prefiera por encima de otros parecidos.
2. Tenemos que cumplir lo que ofrecemos de manera impecable para que nuestros clientes obtengan lo que esperan y confíen no solo en el producto o servicio, sino en nosotras.
3. Tenemos que conservar el propósito original que nos llevó a emprender para no defraudar a las personas: mantener la calidad, la idea, las condiciones que ofrecemos, lo que el cliente espera. No dar «gato por liebre», como dice el refrán.
Cada uno de estos elementos ha dado origen a varios capítulos de este libro, espero que puedan ser una guía para ayudar a las mujeres a crear un maravilloso emprendimiento, y también a los hombres ¿por qué no?, muchos de ellos también pasan por estas mismas reflexiones. Así que te invito a continuar leyendo para que conozcas más de estos elementos tan importantes.
Se suele pensar que emprender significa iniciar una empresa porque ambas palabras tienen la misma raíz, «empresa»/«emprender»; sin embargo, el emprendimiento puede darse en tres ámbitos diferentes:
• El empresarial
• El social
• El político
Distinguir estos tres espacios permitirá identificar aquel donde nos sentimos más cómodas o para el que tenemos más habilidades. Algunas mujeres tienen más clara su vocación empresarial y deciden ofrecer un producto o servicio que les genere ganancias. Esto no quiere decir que no puedan tener un propósito social, como sucede ahora con muchas empresas que también buscan dar un bien común a la sociedad, pero es claro que el propósito principal de estas es obtener beneficio a través de utilidades para las socias.
Otras mujeres hemos optado por el camino social a través de organizaciones civiles sin fines de lucro, en donde el objetivo es resolver una problemática. Estos organismos han ido cambiado para demostrar que pueden ser un modo de vida económicamente viable, sin dejar por ello de tener como prioridad su causa. Es un sector que agrupa a una gran cantidad de mujeres, quizá como evidencia de la vocación heredada de servir a los demás.
Hay quienes optan por la vida política desempeñándose como diputadas o senadoras, o como activistas que impulsan la transformación de políticas públicas para generar un bien común y un mundo mejor. Me ha tocado compartir el proceso de mujeres en comunidades que, después de la experiencia empresarial, decidieron ser «mayordomas» para dirigir eventos grandes e importantes; también de aquellas que participan en el Cabildo de su municipio para ser parte de las decisiones locales. Con ellas he aprendido que, en la base, su trabajo no es diferente al de una empresa o una organización civil, ya que también ofrecen un beneficio que tiene que ser atractivo a quienes lo reciban, de otra manera no tiene éxito.
Sin la capacidad para aprender, es imposible emprender. |
Sin importar la opción que cada una elija, los tres elementos son indispensables. Sea un producto o servicio, un proyecto social o una iniciativa política, lo que se ofrece es algo valioso que debe entregarse de manera impecable y mantenerse de manera congruente a través del tiempo para que la gente lo acepte y confíe en lo que se ofrece. Parece simple, pero a lo largo de estos capítulos descubriremos las ventajas y las dificultades que las mujeres enfrentamos para lograrlo.
Estoy convencida de que aprender y emprender son dos procesos que van de la mano. Primero porque involucran los mismos estados emocionales: temor, incertidumbre, inseguridad, entusiasmo y pasión. Cuando desarrollamos una nueva habilidad pasamos por todos ellos, y de eso depende nuestro aprendizaje y emprendimiento.
El aprendizaje
Aprender es una habilidad que se pierde poco a poco con la edad. Cuando somos niños podemos abrirnos fácilmente a que alguien nos enseñe prácticamente todo lo que necesitamos para subsistir y crecer. Paulatinamente, la escuela y la familia nos enseñan que hay que «poder solos», sin que nadie nos diga lo que tenemos que hacer... Así, paso a paso, vamos creciendo con la fantasía de que podemos solas y que, además, tenemos que saberlo todo porque «no saber» es sinónimo de debilidad.
Recuerdo momentos con mis hijos, todavía en la primaria, en los que llegaban a pedir ayuda para alguna tarea. Cuando comenzaba a explicarles me descalificaban diciendo: «No, así no es como me dijo la maestra» o «tú no sabes, yo puedo solo». ¿De dónde viene esta arrogancia a los ocho años? ¿Cómo es que vamos perdiendo la apertura para que otros nos enseñen? ¿Qué transmitimos como actitud frente a la vida y al aprendizaje?
Solo se aprende cuando reconocemos que «no sabemos», y es precisamente por ello que buscamos quien nos enseñe. Suena obvio lo que digo, pero es asombroso ver lo difícil que resulta dejarnos enseñar. Nos cuesta traba-jo que alguien nos señale lo que hacemos mal, no nos gusta que nos cuestionen, no es cómodo que nos digan cosas negativas sobre lo que vamos aprendiendo, ni tampoco es fácil reconocer que la otra persona sepa más. Incluso, creo que las nuevas generaciones de jóvenes tienen mucha dificultad con el reconocimiento de la autoridad, lo que hace más difícil que se dejen enseñar.
Por eso me gusta la palabra «emprendizaje», porque expresa precisamente estos dos procesos mostrando que, sin la capacidad para aprender, es imposible emprender. Así que lo primero que necesitamos para iniciar esta experiencia es mirarnos a nosotras mismas, analizar nuestra apertura para escuchar y ser guiadas, para tomar decisiones y dejarnos enseñar. ¿Qué implica esto?
• Reconocer lo que no sabemos, lo que no entendemos bien, lo que no podemos ver.
• Decir «no sé» sin miedo, sin vergüenza, sin temor a parecer débiles.
• Buscar y elegir a quien pueda enseñarnos.
• Dejar que nos enseñen sin respingos, obedeciendo y siguiendo instrucciones, haciendo la tarea.
De nuevo parece sencillo lo que digo, pero recuerdo bien muchos momentos en los que enseñábamos a mujeres bordadoras expertas que habían aprendido desde niñas su labor con alta calidad. Cuando les pedíamos cambios para modernizar el bordado o para cambiar los colores que usaban, encontrábamos una fuerte resistencia: ellas sabían cómo tenía que ser el bordado, nadie podía decirles cómo hacerlo. La resistencia es natural, creemos que sabemos y nos molesta que nos muevan de ese lugar cómodo.
Y no es distinto en otros lugares. Cuando enseñaba a cocineras a cambiar sus ingredientes o recetas para responder a un nuevo cliente que pedía algo diferente, enfrentaba la misma incomodidad y obstinación, pues no entendían que alguien quisiera algo distinto porque siempre les había funcionado su estilo de cocina.
Entre mujeres nos cuesta mucho aceptar que alguien más nos diga cómo educar a los hijos, quizá porque sentimos que nos cuestionan, que nos juzgan y esto nos hace sentir incapaces cuando, en realidad, es simplemente una persona que trata de ayudarnos a identificar un problema; pero suele suceder porque pensamos que es un espacio en el que «deberíamos ser buenas» y nos cuesta trabajo aceptar no serlo, y de eso se trata saber aprender: de abrirnos a «no saber», a «no entender» y de tratar de «cambiar lo que tenemos seguro», de dar el paso a una nueva acción.
Así es el emprendimiento y nunca será exitoso por el camino solitario. Emprender implica abrirse a escucharlo todo, lo que nos gusta y disgusta, lo que nos cuestiona y amenaza, así como lo que puede entusiasmarnos y guiarnos al éxito. Aprender y emprender provocan emociones gratas y desagradables, por lo que tenemos que estar dispuestas a vivirlas y a tomar decisiones a partir de ellas.
La experiencia me ha hecho constatar que las mujeres tenemos grandes ventajas para aprender. Por ejemplo, asumimos fácilmente nuestras emociones, las vivimos, las expresamos sin miedo a ser juzgadas; tenemos una mayor facilidad para perder el temor a lo desconocido, nos dejamos enseñar y guiar por otros cuando se trata de áreas profesionales, reconocemos a la autoridad sin problema cuando se trata de estructuras jerárquicas.
Sin embargo, tenemos que vencer otro tipo de emociones, las que frenan la acción. Cuando vivimos emociones negativas con frecuencia nos quedamos atoradas en el sentimiento, en culpar a otros, en victimizarnos sin poder dar el siguiente paso, ese que nos permita salir de ese estado emocional; tendemos a dar mayor valor a las emociones que a los hechos, por lo que perdemos la oportunidad de percibir lo que sucede de otras maneras que pueden llevarnos a tomar mejores decisiones.
Por ello, nuestro éxito dependerá de cómo enfrentemos nuestras experiencias en el «emprendizaje»:
• Ser humildes para reconocer lo que sí sabemos hacer y lo que no hemos aprendido, aun cuando esto sea muy incómodo.
Martha, de Xalpalcingo, Puebla, tiene grandísimas habilidades para bordar, pero sentía pánico de participar en un grupo dedicado a bordar vestidos de novia en telas finas porque, para ella, no era lo mismo que hacerlo en telas tradicionales. Un día se animó y, junto con otras compañeras, logró un trabajo único, exquisito, con la calidad esperada para realizar este tipo de labor.
• Buscar ayuda para aprender e iniciar las acciones necesarias. Esta actitud será la base de lo que logremos, de la eficiencia y la productividad. Quitarse la pena, perder el miedo y dar el paso.
Celia había prometido un pedido grande de conservas a un cliente nuevo, pero tuvo problemas con la fruta y no entregaría a tiempo. Se atrevió entonces a llamarle al cliente para expresarle su problema y pedirle un poco más de tiempo. El cliente la ayudó a contactar a un proveedor que, de ahí en adelante, le surtió de todo lo que necesitaba.
• Vencer el temor a comenzar a sabiendas de que siempre podemos equivocarnos, de que es posible que otros nos ayuden y que podemos aprender.
Tere me había dicho miles de veces que quería poner una tienda de regalos porque en su zona no había nada parecido. Pasó años imaginando todos los riesgos que enfrentaría y con un tremendo temor a equivocarse, hasta que un día buscó a una persona de la localidad que tenía recursos y le pidió que se asociaran; fue entonces que pudo dar ese paso y hoy está aprendiendo como mejorar y crecer.
• Confiar en nuestra capacidad para aprender sobre la marcha, a cambiar el rumbo constantemente y a saber identificar lo que resulta bien y lo que tiene que modificarse.
En la esquina de mi casa hay una papelería que comenzó hace unos años, era muy pequeñita. Cada vez que les pedía algo que no tenían me decían que regresara al día siguiente a recogerlo. Lo que hacían era escuchar y sumar el producto faltante a su inventario, así respondían a la demanda del vecindario. Hoy tienen una papelería tres veces más grande que cuando iniciaron y venden lo que nunca imaginaron.
Cuando vemos un gran proyecto o una gran empresa con recursos, con muchas personas, con muchos clientes, tenemos que pensar que seguramente inició siendo chiquita, que atravesó por años de batallas con pocos recursos, por dudas e incertidumbres y, quizá, momentos de crisis. Lo que vemos ahora es el resultado del tiempo, pero no vemos todo el esfuerzo que hubo detrás ni todo lo que implicó llegar ahí.
Siempre es mejor comenzar y arriesgar que quedarnos detenidos solo por la duda. Es mejor fracasar y aprender que no hacer y no aprender. Todo comienza con pequeños pasos en los que mucha gente puede ayudarte. ¡No te detengas!
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