Kitabı oku: «Sobre el día del nacimiento el "Fragmento de Censorino". Disertación sobre el "Sueño de Escipión"», sayfa 4
[11] Expuestas estas cosas, quizá, por cierto, oscuramente, pero lo más lúcidamente que he podido, vuelvo a lo propuesto: enseñar cuál fue el sentir de Pitágoras sobre el número de días pertinentes con relación a los partos. [2] Primero, según más arriba recordé en líneas generales, dijo que los partos son en total dos, uno menor, al que llaman sietemesino, que sale fuera del útero el día doscientos diez después de la concepción; otro mayor, de diez meses, que es dado a luz el día doscientos setenta y cuatro158. [3] De ellos el primero y menor se halla, por encima de todo, contenido en el número senario. En efecto, lo que de la simiente ha sido concebido los seis primeros días159 es, según dice, un líquido lechoso, después, los ocho siguientes, sanguíneo; ocho que una vez agregados a los primeros seis hacen la primera «sinfonía», la diatesaron. En un tercer paso se agregan nueve días que hacen ya la carne. Éstos, puestos en relación con aquellos seis primeros, hacen la razón séscupla y la segunda «sinfonía», la diapente. Luego, en los doce días que siguen después se hace el cuerpo ya con su forma. La relación también de éstos con los mismos seis produce la tercera «sinfonía», la diapasón, sujeta a la razón doble160. [4] Estos cuatro números, seis, ocho, nueve y doce, conjuntados, hacen treinta y cinco días. Y no sin razón es el (número) senario el fundamento del engendramiento. En efecto, los griegos lo llaman téleios; nosotros, perfecto [perfectus: completo], porque sus tres partes, la sexta, la tercera y la mitad, es decir, el uno, el dos y el tres, completan [perficiunt] dicho mismo número161. [5] Pero igual que los inicios162 de la simiente y aquel fundamento lácteo de la concepción163 se consuman al principio en este número, así este inicio del hombre ya formado y, por así decir, segundo fundamento de la maduración, que es de treinta y cinco días, contado seis veces164, cuando llega al día doscientos diez, es procreado ya maduro.
[6] A su vez, aquel otro parto, que es mayor, se halla contenido en un número mayor, a saber, el septenario, por el que la vida humana entera se halla demarcada165, como escribe Solón166, como siguen los judíos en los números de todos los días167 y se ve que indican los libros rituales de los etruscos168. Hipócrates, también, y otros médicos no muestran otra cosa en los estados de salud del cuerpo; pues cada séptimo día lo observan como crítico [krísimos]169. [7] Y así, igual que el origen del otro parto está en los seis días, después de los cuales la simiente se convierte en sangre, así el de éste, en los siete, e igual que allí el niño se articula en miembros en treinta y cinco días, así aquí, proporcionalmente, en unos cuarenta días. Por eso en Grecia tienen los días cuadragésimos por señalados; en efecto, la embarazada antes del día cuadragésimo no sale a un lugar sagrado y, tras el parto, cuarenta días las recién paridas por lo general están especialmente pesadas y no contienen entre tanto la sangre, y los pequeñines, durante estos días, son débiles y enfermizos, sin sonrisa y no sin peligro; causa por la que, cuando ese día ha pasado, suelen hacer un día festivo; un tiempo al que llaman «de cuarentena» [tesserakostaîon]. [8] Por tanto, estos cuarenta días, multiplicados por aquellos siete iniciales, se hacen doscientos ochenta días, esto es, cuarenta septenas [hebdomadae]170. Pero, como el primer día de dicha última septena es dado a luz el parto, se pierden seis días y se tiene en cuenta el día doscientos setenta y cuatro; número de días que concuerda al detalle con aquella perspectiva tetragonal de los caldeos: [9] en efecto, como el orbe signífero lo recorre en círculo el Sol en 365 días y algunas horas171, es necesario que, quitada una cuarta parte, esto es 91 días y algunas horas, complete el recorrido de tres cuartas partes en los restantes 274 días no plenos, hasta llegar a un lugar desde donde mirar en cuadrado [quadratus] el inicio de la concepción.
[10] ¿De dónde, por otra parte, la mente humana ha podido observar los días esos de mutación y escrutar los arcanos de la naturaleza? Nadie se extrañe. Estas cosas, en efecto, ha llegado a verlas la repetida experiencia de los médicos, quienes, mientras observaban cómo muchas no retienen la simiente que han recibido, llegaron a comprobar que la que era expulsada dentro de los seis o los siete días era de leche y la llamaron flujo [ékrysis], mientras que la que después, de sangre, la que se denomina aborto [ektrōsmós]. [11] En cuanto a lo de que ambos partos se ven contenidos en números pares de días, Pitágoras alaba el impar; sin embargo, no discrepa de su secta; dice, en efecto, que se completan dos impares, 209 y 273, a cuya consumación se añade algo de los siguientes, que, sin embargo, no aporta un día completo; [12] cosa de la que vemos que la naturaleza ha guardado un ejemplo tanto en el espacio del año como en el del mes, al haber aumentado un tanto172 el número impar de días del año, trescientos sesenta y cinco, y haberle añadido al mes lunar algo a sus veintinueve días173.
[12] Y no es, desde luego, increíble que la música sea pertinente respecto a nuestros natalicios174. Ésta, en efecto, ya resida sólo en la voz, como dice Sócrates175, ya, como Aristóxeno, en la voz y en el movimiento del cuerpo176, ya en éstos y además en el movimiento del ánimo, como piensa Teofrasto, lo cierto es que tiene en sí mucho de divinidad y es la que más vale para conmover los ánimos. [2] En efecto, si no fuese grata a los dioses inmortales, que están constituidos por un alma divina, no habrían sido, desde luego, instituidos los juegos escénicos para aplacar a los dioses, ni se emplearía un tañedor de tibia para todos los ritos suplicatorios en las sagradas mansiones; no se celebraría con un tañedor de tibia el triunfo177 en honor de Marte; no estarían atribuidas a Apolo la cítara178; no a las Musas, las tibias y demás instrumentos de ese tipo179; a los tañedores de tibia, por mediación de los cuales son aplacadas las divinidades180, no les estaría permitido u organizar juegos con carácter público181 o tomar alimentos en el Capitolio182 o en los Quincuatros menores, esto es, en las idus de Junio183, vagabundear por toda la ciudad disfrazados con el atuendo que quieran y borrachos. [3] Incluso las mentes de los hombres, divinas también ellas por más que clame en contra Epicuro, reconocen su propia naturaleza a través de los cantos184. En último término, para soportar más fácilmente el trabajo185 incluso en la travesía de una nave recurre el que la rige a la «sinfonía»186.
A las legiones también mientras luchan en formación hasta el miedo a la muerte se les ahuyenta con el classicum187; [4] cosa por la cual Pitágoras, con el fin de impregnar siempre el ánimo de su propia condición divina, antes de darse al sueño y en cuanto se despertaba, según dicen188, acostumbraba a cantar al son de la cítara, y el médico Asclepíades189 devolvió más de una vez mediante una «sinfonía» a su estado natural las mentes de los frenéticos perturbadas por la enfermedad. Herófilo190, por su parte, que profesaba esta misma arte, dice que el pulso de las venas se altera con los ritmos musicales; [5] así que, si en el movimiento tanto del cuerpo como del alma está presente la harmonía191, lejos de toda duda, la música no es ajena a nuestros natalicios.
[13] A esto se añade lo que Pitágoras mostró: que todo este mundo está hecho a base de una razón musical, y que las siete estrellas errantes entre el cielo y la Tierra192, que regulan193 las génesis194 de los mortales195, tienen un movimiento rítmico [énrythmos] y unos intervalos [intervalla] congruentes con los intervalos [diastemata] musicales, y que producen sonidos variados en función cada uno de su propia altura196, de tal modo concordes que cantan en conjunto [concinant]197 una melodía dulcísima ciertamente, pero inaudible para nosotros a causa de la magnitud de la voz, que las estrecheces de nuestrosoídos no son capaces de captar198. [2] En efecto, lo mismo que Eratóstenes199 mediante cálculos geométricos concluyó que el circuito máximo de la Tierra es de doscientos cincuenta y dos millares de estadios200, así Pitágoras indicó cuántos estadios había entre la Tierra y cada una de las estrellas201. Ahora bien, por estadio en esta medición del mundo hay que entender muy claramente el que llaman itálico202, de seiscientos veinticinco pies; pues existen además otros discrepantes en longitud, como el olímpico, que es de seiscientos pies203, o asimismo el pítico, de mil204.
[3] Así pues, de la Tierra a la Luna Pitágoras estimó que hay alrededor de ciento veintiséis millares de estadios, y que eso es un intervalo [intervallum] de un tono205; que, a su vez, de la Luna a la estrella de Mercurio, que es llamada Stilbon206, la mitad de dicho intervalo, como un semitono207; de aquí a Phosphoros208, que es la estrella de Venus, aproximadamente otrotanto, esto es, otro semitono; [4] de allí adelante hasta el Sol tres veces otro tanto, por así decir, tono y medio. Y que, así, el astro del Sol dista de la Tierra tres tonos y medio, lo que se llama diapente209; de la Luna, a su vez, dos y medio, lo que es una diatesaron210. Que del Sol, en cambio, a la estrella de Marte, que tiene por nombre Pyrois211, tanto de intervalo [intervallum] hay cuanto de la Tierra a la Luna, y que dicho intervalo hace un tono; que de aquí a la estrella de Júpiter, que es llamada Phaeton212, la mitad de ese intervalo, lo que hace un semitono; otro tanto de Júpiter a la estrella de Saturno, que tiene por nombre Phaenon213, esto es, otro semitono; de ahí al cielo supremo,donde están los signos, igualmente un semitono. [5] Y que, así, del cielo supremo al Sol hay un intervalo [diastema] diatesaron, esto es, de dos tonos y medio, y que, a su vez, hasta la cima de la Tierra desde ese mismo cielo hay seis tonos, en los que consiste la «sinfonía» diapasón214.
Además de éstas, muchas cosas que tratan los músicos él las refirió a otras estrellas y mostró que todo este mundo es harmónico [enarmónios]; cosa por la que Dorilao215 escribió que el mundo es el instrumento de dios216. Otros añadieron que el mundo es un heptacordo [heptáchordon]217, porque siete son las estrellas errantes, las que más se mueven. [6] Pero para tratar todas estas cosas minuciosamente no es éste el lugar; cosas que, si quisiera agruparlas aparte en un solo libro, me movería aun así en estrecheces. Mejor, ya que la dulzura de la música me ha llevado demasiado lejos, me vuelvo a lo propuesto.
[14] Por tanto, una vez expuestas las cosas que son antes del día del nacimiento, ahora, para que se conozcan los años climatéricos [klimaktērikoí]218, diré cuál ha sido el sentir acerca de losescalones de la edad humana219. [2] Varrón piensa que hay cinco escalones en la edad, divididos por igual, a saber, cada uno, excepto el último, a los quince años; y que, así, en el primer escalón, hasta el año décimo quinto220, están aquellos a los que dicen pueri, porque son puros, es decir impúberes221; en el segundo, hasta el trigésimo año los adolescentes, denominados así a partir de alescere222; que en el tercer escalón estaban los de hasta cuarenta y cinco años, llamados «jóvenes» [iuvenes] por aquello de que pueden ayudar [iuvare]223 al Estado en cuestiones militares; en el cuarto, a su vez, los de hasta el sexagésimo año, habitualmente llamados seniores224, porque entonces por primera vez el cuerpo empieza a senescere225; que de ahí hasta el final de la vida de cada uno queda hecho el quinto escalón, en el que los que están son llamados ancianos [senes], porque en dicha edad el cuerpo ya se resiente con la senilidad [senium]226.
Hipócrates, el médico227, distribuye las edades en siete escalones. [3] El final de la primera pensó que es el año séptimo; el de la segunda, el decimocuarto; el de la tercera, el vigésimo octavo; el de la cuarta, el trigésimo quinto; el de la quinta, el cuadragésimo segundo; el de la sexta, el quincuagésimo sexto; el de la séptima, el último año de la vida humana. [4] Solón, a su vez, hizo diez partes y los escalones tercero y sexto y séptimo de Hipócrates los dividió cada uno en dos, de modo que cada edad tuviera siete años. [5] Estáseas, el peripatético228, a estas diez hebdómadas de Solón añadió dos y dijo que el espacio de una vida completa es de ochenta y cuatro años; término que, si alguien lo sobrepasa, hace lo mismo que hacen los corredores de estadio [stadiodrómoi] y las cuadrigas cuando corren fuera del límite. [6] De que también en los libros proféticos etruscos la edad del hombre se distribuye en doce hebdómadas informa Varrón229; edad que, mientras †se alarga hasta nueve veces siete años gracias a prodigios hechos en privado, puede ser prolongada hasta diez veces siete años conjurando la fatalidad mediante las cosas divinas†230; que a partir, en cambio, del año septuagésimo ni debe pedirse ni puede obtenerse de los dioses; que, por lo demás, después de los ochenta y cuatro años los hombres se alejan de su propia mente231, y que para ellos no se hacen prodigios.
[7] Pero de todos éstos se ve que se han acercado más a la naturaleza232 los que han medido la vida humana por hebdómadas. En efecto, aproximadamente después de cada séptimo año la naturaleza muestra una especie de articulaciones y en éstas algo de nuevo, como también en la elegía de Solón233 nos es dado conocer. Dice, en efecto, que en la primera hebdómada se le caen los dientes al hombre; que en la segunda aparece el vello; que en la tercera nace la barba; en la cuarta, las fuerzas; en la quinta, la madurez para dejar estirpe; que en la sexta se atempera en sus pasiones; que en la séptima se consuman su prudencia y su lengua; que, en la octava —en la que otros dijeron que los ojos se embotan— permanece lo mismo; que en la novena todo se hace más lánguido; que en la décima el hombre se hace maduro para la muerte**234; sin embargo, que en la segunda hebdómada o al comienzo de la tercera la voz se hace más espesa y desigual, a lo que Aristóteles llama tragízein y nuestros antiguos irquitallire235, y de ahí piensan que ellos mismos son llamados irquitalli236, porque entonces el cuerpo empieza a oler a macho cabrío [ircus o hircus]; [8] que, a su vez, de la tercera edad, la de los adolescentes, se hicieron tres escalones en Grecia antes de que lleguen a ser hombres, por lo que llaman al de catorce años «niño» [paîs], «casi efebo» [melléphēbos] al de quince, luego al de dieciséis «efebo» [éphēbos], finalmente, al de diecisiete «ex efebo» [ex ephḗbōn].
[9] Por lo demás, muchas son las cosas que acerca de estas hebdómadas los médicos y los filósofos confiaron a los libros, de donde se hace evidente que, lo mismo que en las enfermedades los días séptimos son mirados con recelo y son llamados críticos [krísimoi], así a lo largo de toda la vida cada séptimo año es peligroso y, por así decir, crítico y se le suele llamar «climatérico». [10] Mas de éstos dijeron los genetlíacos237 que unos son más difíciles que otros, y algunos piensan que se deben observar, sobre todo, los que completan un trío de hebdómadas, es decir, el vigésimo primero, el cuadragésimo segundo, después el sexagésimo tercero, finalmente el octogésimo cuarto, en el que Estáseas fijó el término de la vida. [11] Otros, en cambio, no pocos, declararon un (año) climatérico [klimaktêr] como el más difícil de todos, a saber el cuadragésimo noveno, que es el que completa siete veces siete años; opinión a la que se inclina el consenso de la mayoría; pues los números cuadrados238 se tienen por los más poderosos. [12] En fin, venga aquel Platón, el más sagrado de la vieja filosofía, que pensó que la vida humana se consuma en un número cuadrado de años, pero en el novenario239, que completa ochenta y un años. Hubo también quienes aceptaron uno y otro número, el cuadragésimo noveno y el octogésimo primero, y adscribieron240 el menor a las génesis241 nocturnas y el mayor a las diurnas. [13] Los más juzgaron sutilmente que estos dos números alternan, diciendo que el septenario atañe al cuerpo, el novenario al espíritu; que aquél es propio de la medicina del cuerpo y está atribuido a Apolo; éste, a las Musas, porque las enfermedades del alma, a las que llaman páthē242, la musice243 acostumbra a mitigarlas y sanarlas. [14] Y así declararon que el primer (año) climatérico [klimaktêr] es el año cuadragésimo noveno y que el último es el octogésimo primero; mas que, de suyo, hay uno intermedio, mezcla de ambos, en el año sexagésimo tercero, que configuran bien nueve hebdómadas bien siete enéadas244. [15] Éste, aunque algunos le digan el más peligroso, porque atañe al cuerpo y al alma, yo, sin embargo, lo cuento por menos firme que los demás; pues contiene245 ciertamente uno y otro de los números antes dichos, pero ni uno ni otro cuadrado246, y al igual que no es ajeno ni a uno y ni a otro, así ni en uno ni en otro es poderoso. Y, desde luego, no a muchos de los que la antigüedad [vetustas] celebra con nombre esclarecido se los llevó este año. [16] A Aristóteles de Estagira encuentro; pero él dicen que su natural inestabilidad de humor y los frecuentes achaques de su enfermizo cuerpo hasta tal punto los soportó largo tiempo con la fuerza de su alma que resulta más admirable el que aguantara la vida hasta los 63 años que el que no la prolongara más allá247.
[15] Por ello, sacratísimo248 Cerelio, como ese año que era en grado sumo temible para el cuerpo ya lo has traspasado sin ningún inconveniente, los demás (años) climatéricos [klimaktêres]249, que son más livianos, menos los temo por ti, sobre todo, cuando sé que en ti la naturaleza del alma tiene más dominio que la del cuerpo, y que aquellos varones que fueron de tal condición no se retiraron de la vida antes de haber llegado a aquel año octogésimo primero, en el que Platón no sólo estimó legítimo el fin de la vida sino que lo tuvo legítimo250. [2] En este año también Dionisio de Heraclea251, para irse de la vida, se abstuvo del alimento, y, al contrario, Diógenes, el cínico252, por una indigestión de comida se descompuso, cayendo enfermo de cólera253. Eratóstenes254 también, aquel famoso medidor del orbe de las tierras, y Jenócrates el platónico255, primado de la vieja academia, vivieron hasta ese mismo año. [3] No pocos, también, superadas las molestias del cuerpo gracias al aliento de su alma, traspasaron este límite, como Carnéades256, del que parte la tercera academia, a la que dicen nueva, que vivió hasta el nonagésimo año, o Cleantes257, que cumplió cien años menos uno. Por su parte, Jenófanes de Colofón258 llegó a tener más de cien años. También Demócrito de Abdera259 e Isócrates, el rétor260, dicen que llegaron cerca de la edad de Gorgias Leontino261, del que consta que, de todos los antiguos, fue el más anciano y llegó a tener ocho años por encima de los cien.
[4] Y, si a los que cultivan la sabiduría o bien mediante la fuerza [virtus] de su alma o bien por la ley del hado les tocó una vida duradera, no pierdo la esperanza de que a ti también, mucho tiempo vigoroso de cuerpo y de alma, te aguarde una vejez especialmente larga. ¿Quién, en efecto, de los viejos que ahora admiramos en el recuerdo, decimos que se antepone a ti en prudencia o templanza o justicia o fortaleza? ¿Quién de ellos, si estuviese presente, no concentraría en ti la proclamación de todas las virtudes? ¿Quién se sonrojaría de ser pospuesto a tus alabanzas? Una cosa ciertamente es, a mi juicio, digna de proclamación, el hecho de que, mientras que a ellos casi en su totalidad, aun cuando prudentísimos y apartados lejos de la cosa pública, no les tocó pasar la vida sin encontronazos y odio, por lo común a muerte, tú, sin embargo, que has desempeñado oficios municipales, sobresaliente por el honor del sacerdocio entre los principales de tu ciudadanía, habiendo sobrepasado también en la dignidad del orden ecuestre el grado de los provinciales, no sólo estuviste siempre libre de reproche y ojeriza, sino que junto con la máxima gloria has conseguido también el amor de todos por completo. [5] El ser conocido por ti, ¿quién o de la más alta clase del Senado no lo ha codiciado o de la más humilde de la plebe no lo ha deseado? ¿Quién de los mortales o te vio o supo de tu nombre, que no te ame en el puesto de un hermano carnal y te venere en calidad de padre? ¿Quién ignora que la probidad primera, la lealtad suprema, la benignidad increíble, la modestia y la discreción singular y los demás buenos oficios de humanidad se hallan en ti solo y por cierto en un grado mayor de lo que puede ser relatado por cualquiera como corresponde? Por eso también yo me abstendré de recordarlas ahora. [6] Guardaré silencio incluso sobre tu elocuencia, de la que han sabido todos los tribunales de nuestras provincias, todos los que los presiden, la que, en suma, han admirado la ciudad de Roma y los auditorios sagrados. Ella misma se ennoblece bastante por sí sola por lo presente y por los siglos futuros.
[16] Ahora, en cambio, en la medida en que estoy escribiendo sobre el día del nacimiento, me esforzaré por completar mi tarea, y el tiempo hodierno, en el que sobremanera floreces, lo señalaré con las notas más relucientes que pueda; a partir de él también aquel natalicio tuyo primero quedará con transparencia reconocido. [2] Y tiempo llamo no al día solamente o al mes o al año cíclico262, sino también al que algunos llaman lustro [lustrum] o año grande [annus magnus] y al que dan el nombre de siglo [saeculum]263.
[3] Por lo demás, sobre la eternidad [aevum]264, que es el tiempo unitario y el más grande, no hay mucho que decir por el momento presente. Es, en efecto, inmensa, sin origen, sin final, que siempre fue y siempre ha de ser de la misma magnitud, y no atañe a un hombre más que a otro. Ésta se divide en tres tiempos: [4] el pretérito, el presente, el futuro; de los cuales, el pretérito carece de inicio, de final, el futuro; el presente, a su vez, que es el intermedio, hasta tal punto es exiguo e incomprehensible, que no alberga longitud ninguna, y se ve que no es otra cosa que la conjunción de lo pasado [transactum] y lo futuro; hasta tal punto, además, inestable que nunca está en el mismo sitio, y cuanto transcurre lo arranca del futuro y lo aplica al pretérito. [5] Estos tiempos entre sí, el antes pasado [actum] digo y el por venir, ni son iguales ni tales que uno se vea más largo o más breve que el otro; todo aquello, en efecto, que no tiene límite no admite correlación de medida. [6] Por eso la eternidad no voy a intentar medirla ni en número de años ni de siglos ni, en una palabra, en módulo265 alguno de tiempo finito. Estas cosas, en efecto, con respecto a la edad infinita no son equivalentes ni a una sola hora de la bruma266.
[7] Así, para poder recorrer en su totalidad los siglos267 y demarcar éste nuestro presente, dejando a un lado los áureos y los argénteos y los poéticos de este tipo, exordiaré a partir de la fundación de la ciudad de Roma, nuestra patria común268; [17] y, puesto que los siglos o son naturales o civiles269, primero hablaré de los naturales.
[2] Siglo es el espacio más largo de la vida humana, delimitado por el parto y por la muerte. Por ello los que entendieron treinta años como un siglo mucho se ve que erraron. Que este tiempo, en efecto, se llama generación [geneá] lo avala la autoridad de Heráclito270, porque en su opinión el ciclo de una edad271 consiste en dicho espacio. Ciclo de una edad llama, en efecto, al tiempo en que la naturaleza retorna desde una simiente humana a otra simiente. Este tiempo de la generación ciertamente lo delimitaron otros de otra manera: [3] Heródico272 escribe que a veinticinco años se les dice generación; Zenón273, a treinta. Qué es entonces un siglo, hasta el momento creo que no ha sido examinado al detalle. Los poetas, desde luego, han escrito muchas cosas increíbles, y no menos los historiadores griegos, aunque no era lo suyo que ellos se apartaran de la verdad: como Heródoto, en el que leemos274 que Argantonio275, rey de los tartesios, llegó a tener ciento cincuenta años, o Éforo276, que transmite que los arcadios decían que entre ellos los reyes antiguos, algunos, vivieron hasta los trescientos años. [4] Pero estas cosas, en cuanto que fabulosas, las paso por alto. Mas entre los propios astrólogos277, que buscan la verdad en el estudio sistemático de las estrellas y los signos278, tampoco hay acuerdo en absoluto. Epígenes279 establece en los ciento doce años la vida más larga; Beroso280, por su parte, en los ciento dieciséis. Otros creyeron que puede prolongarse hasta los ciento veinte años, algunos incluso más allá. Hubo quienes pensaban que no hay que calcular lo mismo en todas partes, sino de forma variada a través de las distintas regiones, según sea en cada una la inclinación del cielo con respecto al círculo que lo delimita, lo que se llama clima281.
[5] Pero, aunque la verdad se esconda en la oscuridad, sin embargo, cuáles son en cada comunidad [civitas] los siglos naturales parecen enseñarlo los libros rituales de los etruscos, en los que, se dice, estaba escrito que los inicios de los siglos se establecen así: que, en el día en que las ciudades y pueblos quedaban constituidos, de entre aquellos que en ese día habían nacido, aquel que más tiempo hubiese vivido, delimitaba con el día de su muerte el módulo [modulus] del primer siglo, y que ese día los que quedaban en la comunidad, de entre ellos de nuevo la muerte de aquel que hubiese alcanzado la edad más larga era el límite del siglo segundo; que así luego se determinaba el tiempo de los restantes; pero que, como los hombres ignoraban estas cosas, se enviaban por parte de la divinidad unos portentos, mediante los cuales eran advertidos de que cada siglo había terminado. [6] Estos portentos, los etruscos, tras haberlos observado diligentemente de acuerdo con su pericia en el haruspicio, disciplina282 suya, los relataron en unos libros; por lo que en las historias etruscas, que fueron escritas en el octavo siglo de ellos, como atestigua Varrón, está contenido no sólo cuántos siglos en número fueron dados a este pueblo, sino también de qué magnitud fue cada uno de los pasados o con qué manifestaciones fueron señalados sus finales. Y así está escrito que los cuatro primeros siglos fueron de cien años cada uno; el quinto, de ciento veintitrés; el sexto, de ciento diecinueve; el séptimo, de otros tantos; que entonces precisamente transcurría el octavo; que quedaban el noveno y el décimo, pasados los cuales sería el fin del nombre283 etrusco.
En cuanto a los siglos de los romanos, piensan algunos que vienen marcados por los juegos seculares; [7] cosa que, si tiene crédito seguro, la medida [modus] del siglo romano es insegura. En efecto, los intervalos de tiempo en los que estos juegos deben repetirse, no sólo se ignora de qué magnitud fueron tiempo atrás, sino que ni siquiera se sabe de qué magnitud deben ser. [8] Pues que se estableció de modo que se hicieran cada cien años, esto no sólo lo avala la autoridad de Ancíate284 y otros historiadores, sino que también Varrón en el libro primero De los orígenes de la escena285 lo dejó así escrito: «como se produjeran muchos portentos, y el muro y la torre que hay entre la puerta Colina y la Esquilina hubieran sido tocados desde el cielo286, y por eso los Quince varones287 hubieran acudido a los libros Sibilinos, trajeron por respuesta que se hicieran en honor del padre Dite288 y de Prosérpina289 los juegos tarentinos290 en el campo de Marte durante tres noches, y que se inmolaran tres víctimas negras291, y que los juegos se hicieran cada cien años». [9] Asimismo Tito Livio en el libro CXXXVI: «el mismo año César hizo unos juegos seculares con ingente aparato, que cada cien años —con éstos, en efecto, se delimitaban los siglos— era costumbre que se hicieran»292. Por el contrario, que se repiten cada ciento diez años, tanto las memorias de los Quince varones como los edictos del Divino Augusto parecen atestiguarlo, hasta tal punto que Horacio Flaco, en el poema que se cantó en los juegos seculares, designó ese tiempo de este modo:
Para que, fijo, el ciclo de diez veces once años
vuelva a traer los cantos y los juegos,
tres veces en el claro día y otras tantas en la grata
noche celebrados en mesa293.
[10] Esta discrepancia de tiempos, si se revuelven los anales de los viejos (autores), se encontrará mucha más falta de precisión.
En efecto, que los primeros juegos seculares fueron instituidos, tras la expulsión de los reyes, por Valerio Publícola294 245 años después de la fundación de Roma siendo cónsules Publio Valerio y Espurio Lucrecio295, lo avala la autoridad de Ancíate; según las memorias de los Quince varones, el año 299, siendo cónsules Marco Valerio y Espurio Virginio296. Los segundos fueron, según transmitió Ancíate, siendo cónsules Marco Valerio Corvo por segunda vez y Gayo Petilio, en el cuadringentésimo octavo año después de la fundación de la ciudad297, pero según está escrito en las memorias de los Quince varones, en el año 410, siendo cónsules Gayo Marcio Rútilo por tercera vez y Tito Manlio Imperioso298. Los terceros juegos fueron, según la autoridad de Ancíate y Livio299, siendo cónsules Publio Claudio Pulcro y Lucio Junio Pulo, en el quingentésimo quinto año300, pero, según las memorias de los Quince varones, en el quingentésimo decimoctavo año, siendo cónsules Publio Cornelio Léntulo y Gayo Licinio Varo301. Sobre el año de los cuartos juegos hay una triple opinión: [11] Ancíate, en efecto, y Varrón y Livio manifestaron que fueron retomados siendo cónsules Lucio Marcio Censorino y Manio Manilio, en el año 605 después de la fundación de Roma302. En cambio, Pisón, el excensor303, y Gneo Gelio304, y asimismo Casio Hemina305, que vivía en aquel tiempo, afirman que se hicieron tres años después, siendo cónsules Gneo Cornelio Léntulo y Lucio Mummio Acaico, es decir, en el año 608306; en cambio, en las memorias de los Quince varones se anotan en el año 628, siendo cónsules Marco Emilio Lépido y Lucio Aurelio Orestes307. Los quintos juegos los hicieron César Augusto y Agripa, siendo cónsules Gayo Furnio y Gayo Junio Silano en el año 737308. Los sextos, a su vez, los hizo Tiberio Claudio César, siendo cónsules él mismo por cuarta vez y Lucio Vitelio por tercera, en el año 800309; los séptimos, Domiciano, siendo cónsules él mismo por decimocuarta vez y Lucio Minucio Rufo, en el año 841310; los octavos, los emperadores Septimio y Marco Aurelio Antonino, siendo cónsules Cilón y Libón, en el año 957311.