Kitabı oku: «García Márquez», sayfa 3

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Se estructura la agencia

Muy pocos de aquellos periodistas invitados pudieron difundir lo que vieron en Cuba al regresar a sus países de origen. No pocos de ellos quedaron cesantes cuando insistieron en hacerlo, y un escritor como Carlos Martínez Moreno, de Uruguay, que vertió en una novela, El paredón (1963), una aproximación a la realidad cubana escrita a partir de sus vivencias en los días de la «Operación Verdad», vio su libro censurado en España, donde se publicó.

Tres días pasó entonces Gabriel García Márquez en La Habana. Coincidía con Masetti en la idea de la necesidad de una agencia que difundiera la verdad de los pueblos latinoamericanos y la defendiera. De cualquier manera, antes de regresar a Caracas, dejaba claro a sus amigos cubanos su disposición de trabajar para la Revolución. «Prensa Latina era un proyecto importantísimo, muy necesario en ese momento histórico, una agencia de noticias latinoamericana», diría García Márquez (Molina, 2012, p. 155), años después, a Gabriel Molina.

Mientras tanto, en La Habana se trabaja a paso forzado en la estructuración de la agencia. Gabriel Molina (2012) expone que Ernesto Che Guevara y Enrique Oltuski, ministro de Comunicaciones, impulsaron, junto con Masetti, la nueva empresa. Añade Molina: «En general, el Che condujo el trabajo de organización de la agencia, en tanto Carlos María Gutiérrez tuvo a su cargo la elaboración de los estatutos y reglamentos de Prensa Latina» (p. 151)

En abril está lista, con carácter provisional, la primera sede de PL, en el edificio N, en la calle N entre 21 y 23, en el Vedado. Una vez oficializada, pasa al quinto piso del edificio de 23 esquina a N, un inmueble que es propiedad del Colegio Médico, institución que preside entonces el comandante (médico) Óscar Fernández Mell, uno de los ayudantes del Che, que les renta el espacio.

Se instalan allí la redacción y el departamento de comunicaciones —teleimpresoras y equipos trasmisores—. Allí están los redactores, un pequeño equipo de traductores y el plantel técnico. También el archivo y el departamento fotográfico. Esto es lo que se considera suficiente para hacer andar una empresa que se convertía, dice Molina, en «un desafío al monopolio de la información internacional» (Molina, 2012).

Gutiérrez confecciona la relación de los posibles periodistas que trabajarán en la agencia; sobrepasa apenas la veintena, sugiere los nombres de los que a su juicio podrían dirigir las futuras corresponsalías y asume la tarea de constituir las oficinas de Montevideo y Buenos Aires, así como de otras ciudades latinoamericanas. Entre las primeras que quedan listas están las de México, Venezuela y Argentina. El 13 de mayo abre la oficina de Bogotá y poco después la de Lima. Le siguen las corresponsalías de Chile, Panamá, Paraguay, Bolivia, Brasil y Ecuador.

Además de los ya mencionados son fundadores de la agencia Rogelio («Pajarito») García Lupo; Ernesto Gianchetti; Lenka Framulie, que abriría la corresponsalía de Santiago de Chile; Alfredo («Chango») Muñoz Unsaín; Jorge Timossi; Rodolfo Walsh, el autor de Operación Masacre (1957), muy cercano a García Márquez. Cubanos con experiencia en la profesión, como el poeta y ensayista Ángel Augier y Francisco V. Portela, que llevaba entonces más de dos décadas de residencia en Estados Unidos, están entre los iniciadores, y se llama a trabajar a un grupo de jóvenes y prometedores periodistas nacionales, como Ángel Boán, Gabriel Molina, José Bodes Gómez, Juan Marrero, Ricardo Sáenz, José Prado, Francisco Urisarri, Alfredo Viñas… Sobresalen entre sus colaboradores el guatemalteco Miguel Ángel Asturias, Premio Nobel de Literatura, el argentino Gregorio Selser, los norteamericanos Waldo Frank y Carleton Beals, el musicólogo Argeliers León, Lisandro Otero, Heberto Padilla y Alejo Carpentier, entre otros que conformaron el staff de Grandes Firmas.

«Objetivos, pero no imparciales»

Dice Molina que Masetti pedía a sus periodistas rapidez, claridad, sencillez, veracidad, precisión y sobre todo objetividad, que no quiere decir imparcialidad. «Somos objetivos, pero no imparciales, repetía el director de Prensa Latina. Consideramos que es una cobardía ser imparcial entre el bien y el mal». Las agencias de noticias rivales no son para él la competencia, sino la «incompetencia».

Prensa Latina da cobertura excepcional al primer intento de golpe de Estado contra Frondizi, en Argentina, a la rebelión de Castro León, en Venezuela, y a la infiltración, desde Argentina, de un grupo de patriotas paraguayos, asesinados luego por Stroessner. Son los días en que Ángel Boán logra penetrar en la celda 2455 de la prisión norteamericana de San Quintín, para hacer una entrevista patética y sensacional a Caryl Chessman, pocas horas antes de que lo condujeran a la cámara de gas, y en los que el propio Boán somete por teléfono a un cuestionario burlesco al sátrapa dominicano Rafael Leónidas Trujillo.

Hito notable en el decursar informativo de la agencia latinoamericana es la entrevista que Janio Quadros, como presidente electo de Brasil, concede a Masetti, con la que PL le dio «palo» a la prensa mundial.

Un día, como a las dos de la mañana, suena el teléfono en la casa neoyorquina de Francisco V. Portela. El corresponsal reconoce la voz del director de la agencia.

—Che, maestro, averigüe con sus amigos nefastos qué pasa en la frontera entre El Salvador y Honduras. Parece que hay despelote y necesitamos confirmarlo.

De inmediato, Portela telefonea a unos de sus amigos de la AP, que en cinco minutos se encarga de evacuar la consulta. Su agencia tiene la noticia, pero como no abre el cast para la América Latina hasta las cuatro de la mañana, el hombre dice que la utilice. Así PL da el scoop a la AP con su propia información.

Se descubre la invasión

Dice Rodolfo Walsh (1969):

Algunas veces excedimos los límites habituales del periodismo. Fue Prensa Latina la que señaló con meses de anticipación el lugar exacto de Guatemala —la hacienda de Retalhuleu— donde la CIA preparaba la invasión a Cuba, y la islita de Swan donde los norteamericanos habían centralizado la propaganda radial por cuenta de los exilados.

García Márquez tiene una crónica formidable sobre ese incidente que es, dice, uno de sus mejores recuerdos de periodista, y en el que fue uno de los protagonistas, junto con Walsh y el propio Masetti, que se empeñaba en hacer de Prensa Latina una agencia mejor que todas las demás.

Masetti había instalado en Prensa Latina una sala especial de teletipos para captar el material diario de los servicios de prensa del mundo entero y luego analizarlos en junta de redacción. Dedica muchas horas a escudriñar los largos rollos de noticias que se acumulan sin cesar en su mesa de trabajo, valora el torrente de información repetido desde diferentes intereses y puntos de vista y al final los compara con los servicios de su propia agencia. Una noche se encuentra con un rollo que no es de noticias, sino del tráfico internacional de la Tropical Cable, filial de la All American Cable en Guatemala.

Precisa el autor de La hojarasca:

En medio de los mensajes personales había uno muy largo y denso, y escrito en una clave intrincada. Rodolfo Walsh, quien además de ser muy buen periodista había publicado varios libros de cuentos policiacos excelentes, se empeñó en descifrar aquel cable con la ayuda de unos manuales de criptografía que compró en alguna librería de viejo de La Habana. Lo consiguió al cabo de muchas noches insomnes, y lo que encontró dentro no solo fue emocionante como noticia, sino un informe providencial para el gobierno revolucionario. El cable estaba dirigido a Washington por un funcionario de la CIA adscrito al personal de la embajada de Estados Unidos en Guatemala, y era un informe minucioso de los preparativos de un desembarco armado en Cuba por cuenta del gobierno norteamericano. Se revelaba, inclusive, el lugar donde iban a prepararse los reclutas: la hacienda de Retalhuleu, un antiguo cafetal en el norte de Guatemala (García-Márquez, 1999, p. 239).

Escribe García Márquez en su crónica que un hombre con el temperamento de Masetti no podía dormir tranquilo si no iba más allá de aquel descubrimiento accidental. Como revolucionario y periodista que era se empeñó en infiltrar un enviado en la hacienda. Durante muchas noches en claro, mientras estaban reunidos en su oficina, el colombiano tuvo la impresión de que su director no pensaba en otra cosa. Por fin, tal vez cuando menos lo esperaba, concibió la idea magistral.

La concibió de pronto, viendo a Rodolfo Walsh que se acercaba por el estrecho vestíbulo de las oficinas con su andadura un poco rígida y sus pasos cortos y rápidos. Tenía los ojos claros y risueños detrás de los cristales de miope con monturas gruesas de carey, tenía una calvicie incipiente con mechones flotantes y pálidos y su piel era dura y con viejas grietas solares, como la piel de un cazador en reposo. Aquella noche, como casi siempre en La Habana, llevaba un pantalón de paño muy oscuro y una camisa blanca, sin corbata, con las mangas enrolladas hasta los codos. Masetti me preguntó: “¿De qué tiene cara Rodolfo?” No tuve que pensar la respuesta porque era demasiado evidente. “De pastor protestante”, contesté. Masetti replicó radiante: “Exacto, pero de pastor protestante que vende biblias en Guatemala”. Había llegado, por fin, al final de sus intensas elucubraciones de los últimos días (García-Márquez, 1999, p. 240).

Como descendiente directo de irlandeses, Walsh es un bilingüe perfecto y conoce de memoria los desastres del apocalipsis. Basta con vestirlo de negro con un cuello blanco volteado. El plan no puede fallar. El periodista viajaría al día siguiente a Panamá y de allí pasaría a Nicaragua y Guatemala predicando y vendiendo biblias de puerta en puerta hasta encontrar el lugar exacto del campo de instrucción. Si logra hacerse de la confianza de algún recluta podría escribir un reportaje sensacional. No puede ser. Walsh es detenido en Panamá por un error de información del Gobierno panameño y su identidad queda entonces tan bien establecida que no se atrevió a insistir en su farsa de vendedor de biblias.

Masetti no se resigna a que la «incompetencia» tenga quizás corresponsales propios en Retalhuleu mientras que PL tiene que conformarse con el descifrado de cables secretos. Deben viajar García Márquez y Masetti a Lima, donde hay problemas en la oficina de Prensa Latina, y la travesía pasa por México e incluye una escala imprevista en Ciudad de Guatemala. Allí, en el aeropuerto de La Aurora, sofocante y sucio, beben cervezas heladas bajo ventiladores de aspas oxidadas que no logran espantar las moscas ni alejar los repugnantes efluvios del aceite que se usa una y otra vez en la elaboración de las frituras. El director de Prensa Latina no tiene un instante de reposo. Se empeña en que se escapen de la terminal aérea y vayan a escribir el reportaje grande de Retalhuleu.

Ya entonces le conocía bastante para saber que era un hombre de inspiraciones brillantes e impulsos audaces, pero que, al mismo tiempo, era muy sensible a la crítica razonable. Aquella vez, como en algunas otras, logré disuadirle. «Está bien, che», me dijo, convencido a la fuerza. «Ya me volviste a joder con tu sentido común». Y luego, respirando por la herida, me dijo por milésima vez: —Eres un liberalito tranquilo (García-Márquez, 1999, p. 241).

El avión demora y García Márquez propone a Masetti una aventura de consolación que el argentino acepta encantado. Escribir a cuatro manos un relato pormenorizado basado en las verdades que conocen por los mensajes cifrados, pero haciendo creer que la información era fruto de un largo viaje clandestino por todo el país. Masetti se muere de risa mientras escribe: a lo que conoce por la lectura de los cifrados añade elementos que saca de su imaginación. Cerca de los periodistas, junto al buzón de correos, cabecea un soldado indio. Va descalzo, luce desnutrido; se toca con un casco alemán y porta un fusil de la guerra mundial. Entre pestañazo y pestañazo clava su mirada abismal en García Márquez y su compañero como queriendo adivinar en qué andan aquellos sujetos. Fuera, con su cámara de cajón y manga negra —una Polaroid del subdesarrollo antes del invento de la Polaroid— un fotógrafo minutero toma fotos y las revela e imprime en un abrir y cerrar de ojos. Al final, García Márquez y Masetti añaden al texto cuantas diatribas les salen del alma y firman con sus nombres y añaden sus títulos de prensa. Enseguida se hacen fotografiar y posan teniendo como fondo el volcán acezante e inconfundible que domina el paisaje a fin de que nadie dude del sitio donde se tomó la instantánea. La meten con el escrito en un sobre y lo depositan en el buzón en un momento en que el soldado se deja vencer por el sueño. El envío va dirigido al general Miguel Ydígoras Fuentes, presidente de la República de Guatemala.

Masetti estaba radiante. Yo lo estaba menos, y cada vez menos porque el aire se estaba saturando de un vapor húmedo y helado y unos nubarrones nocturnos habían empezado a concentrarse sobre el volcán. Entonces me pregunté espantado qué sería de nosotros si se desataba una tormenta imprevista y se cancelaba el vuelo hasta el día siguiente, y el general Ydígoras Fuentes recibía la carta con nuestros retratos antes de que nosotros hubiéramos salido de Guatemala. Masetti se indignó con su imaginación diabólica. Pero dos horas después, volando hacia Panamá, y a salvo de los riesgos de aquella travesura pueril, terminó por admitir que los liberalitos tranquilos teníamos a veces una vida más larga, porque tomábamos en cuenta los fenómenos menos previsibles de la naturaleza (García-Márquez, 1999, p. 242).

Al fin García Márquez no viaja a Lima con el director general de Prensa Latina. Ya en Panamá, Masetti lo escucha tratando de comunicarse por teléfono con Mercedes y le dice que viaje a Barranquilla y pase las Navidades con los suyos. El colombiano cambia entonces su billete de avión y sale del país luego de que la policía panameña lo retuviera por breve tiempo.

Molesta, luego existe

Porque las cosas no van bien para Prensa Latina. Molesta desde temprano a las agencias rivales y a algunos Gobiernos latinoamericanos. Rodolfo Walsh, en mayo de 1959, hace en Río de Janeiro una escala prevista para cuarenta y ocho horas y debe permanecer allí cuarenta y ocho días. Debía abrir en la ciudad la oficina de PL, arrendar un canal de teletipos y designar al corresponsal jefe, tres cosas sencillas para las que encuentra, sin embargo, uno y mil obstáculos. Walsh, citado por Molina (2012) diría:

Las dificultades que surgieron eran tan absurdas que no tenían explicación dentro del marco idílico de la libertad de prensa, la libre competencia y otras fantasías. La burocracia brasileña es la más imaginativa que he conocido: siempre faltaba algo, una coma, un «carimbo», hasta un análisis de orina y una muestra de sangre. La maquinaria gubernamental chorreaba corrupción y demora en proporciones kafkianas (p. 160).

Se ataca a la joven entidad en las asambleas generales de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP). En Ecuador, el jefe de la oficina de PL en Quito es conducido, esposado, a una unidad de Policía donde se le acusa de residir ilegalmente en el país por lo que se le forma expediente de expulsión. En Guatemala, el presidente Miguel Ydígoras Fuentes cancela, por decreto de 3 de mayo de 1960 la licencia concedida a Prensa Latina por resultar dicha agencia, se lee en el documento redactado con un despiste total de la realidad, «una cobertura de la red de espionaje del ejército de China comunista, organizada a mediados de los años 50 para difundir la propaganda comunista originada en Moscú».

El 14 de agosto del propio año, en San José de Costa Rica, a la salida del teatro donde sesiona la conferencia de cancilleres de la OEA, Masetti es detenido para ser conducido, primero, a una dependencia de la Seguridad y luego a una instalación militar. El embajador de Cuba en Costa Rica, por instrucciones expresas del canciller Raúl Roa, se persona en el cuartel a fin de interesarse por el detenido y el jefe de la unidad jura por su honor que no se encuentra en el lugar. Queda en libertad horas después.

Jules Dubois, presidente de la SIP, ataca a Prensa Latina de manera desaforada y al llamar a no reconocerla como agencia noticiosa, busca impedir su funcionamiento. El 20 de octubre de 1960, la Sociedad Interamericana de Prensa, en su XVI Asamblea Anual, adopta una resolución contra PL. Hace además un llamado a la OEA para que adopte medidas contra Cuba.

Escribe Gabriel Molina (2012): «Paso a paso los gobiernos irán clausurando las corresponsalías y persiguiendo a sus periodistas, anticipándose con ello a la ruptura de relaciones diplomáticas» (p. 172). En el curso de pocos años todas las naciones latinoamericanas, con excepción de México, rompieron sus vínculos diplomáticos con Cuba.

El llamado de Dubois obra como un ucase, dice Walsh. El 2 de diciembre es asaltada y clausurada por agentes de la policía la corresponsalía de Buenos Aires y detenido su personal, que es liberado al día siguiente. Se afirma en el decreto de clausura que atenta contra el prestigio y la paz de la nación. Dos individuos golpean al corresponsal jefe. En Brasil, el gobierno de Jucelino Kubitschek inicia expediente de expulsión contra el corresponsal jefe, proceso interrumpido después por el presidente Quadros. El 21 de marzo de 1961, la policía asalta la oficina de Ciudad de México en busca de armas. El 17 de diciembre la policía política asalta las oficinas de Caracas y secuestra sus archivos. El 27 se cierran, por decreto del presidente Manuel Prado, las oficinas de Lima, y el 30 Perú rompe relaciones con la Isla.

Al pie del teletipo

En abril de 1959 el mexicano Armando Rodríguez Suárez llega a Colombia y propone que Plinio Apuleyo Mendoza, que trabaja allí como periodista independiente, y Gabriel García Márquez, todavía en Caracas, abran la oficina de Prensa Latina en Bogotá. Días más tarde, el Royal Bank of Canada notifica a Mendoza el recibo de diez mil dólares a su nombre para la nueva empresa. Telegrafía enseguida a su amigo para pedirle que se le reúna de inmediato. Su deseo de trabajar por Cuba venció en García Márquez su renuencia a regresar a la capital de su país. Llegó, con Mercedes, a comienzos de mayo todavía sin saber bien con qué propósito. Pronto la oficina se convirtió en lugar de reunión de la izquierda colombiana y no pocos actos a favor de Cuba se convocaron en sus alrededores.

A mediados de 1960, Masetti visita a García Márquez en su casa de Bogotá. Conversa asimismo con Mendoza. No puede permitirse el lujo de tener dos hombres de confianza en una misma plaza. Quiere que solo uno de ellos quede en la capital colombiana y que el otro asuma un nuevo destino. Mendoza insiste en permanecer en Bogotá, mientras que García Márquez acepta pasar unos meses viajando a La Habana con frecuencia a fin de familiarizarse con los nuevos métodos de trabajo de la agencia y adiestrar a jóvenes periodistas antes de que se le asigne una misión específica. Ya había nacido su primer hijo, Rodrigo, y el niño y Mercedes quedan en Barranquilla.

Prensa Latina, como se dijo antes, ocupa todo un piso, el quinto, en el edificio del Colegio Médico, en la mítica Rampa habanera, a unos trescientos metros del Malecón, el lugar más cosmopolita de la ciudad. Se trata de un inmueble inaugurado en 1957 a un costo de más de un millón y medio de pesos equivalentes a dólares. Ocupa un área de dos mil metros cuadrados y dispone de tres sótanos para parqueo y servicios propios del predio, espacios para comercios en la planta baja, una torre de oficinas de cinco pisos y otra de 19 niveles con cuatro apartamentos cada uno. La agencia mantiene rentados varios de ellos, dotados de dos habitaciones, un salón y una terraza que regala una vista espectacular de La Habana. Renta asimismo otros apartamentos en el cercano edificio FOCSA, solo superado en altura en la ciudad por el del hotel Habana Hilton, hoy Habana Libre. En ellos se alojan los periodistas que se contratan en el exterior. Si son solteros o viajan sin sus esposas, dos periodistas comparten un apartamento, y el apartamento se asigna íntegro al periodista que arriba con su compañera o viene para una larga estancia. En el piso 20 del edifico de 23 y N, García Márquez comparte apartamento con el brasileño Aroldo Wall, quien contaría después que su compañero de piso pasaba horas en la terraza, en total silencio, metido en sí mismo, contemplando el paisaje, pensado ya quizás la gran novela que escribiría algún día.

Se devengan buenos salarios en Prensa Latina, pero el trabajo es absorbente. Como agencia de noticias al fin está en funciones las veinticuatro horas del día, en turnos de seis u ocho horas. «Vivíamos, puede decirse, al pie del teletipo, pero no recuerdo un trabajo que se hiciera con tanta felicidad…» escribe Rodolfo Walsh (citado por Molina, 2012, p. 171). No es raro que cuando todo parece estar en calma, sobrevenga una crisis. A veces, luego de una jornada larga y agitadora, García Márquez se escapa al cine o a alguno de los bares del hotel Capri, a menos de cien metros de la oficina, y al regresar ve luz en el despacho de Masetti, que trabaja solo con la lámpara del escritorio, mientras mantiene el resto de la habitación a oscuras. Entra y vuelve a sumirse en el trabajo hasta bien entrada la madrugada. Se retira a descansar, pero Masetti lo procura a las nueve de la mañana. Masetti no dormía, decía el cubano Francisco V. Portela, y si lo hacía soñaba con la noticia.

Dirá a Gabriel Molina:

Con Masetti desde el primer momento hicimos una liga así […] —explica Molina que al pronunciar esas palabras, entrelazó los dedos de las manos y los hizo girar unidos, como para expresar: «Éramos uña y carne». —Fue una relación muy especial. Conversábamos mucho, de política, de literatura. Íbamos también a su casa, que era cerca de la oficina, creo que en el edificio FOCSA […]

Casi al mismo tiempo que Masetti y Conchita pasamos nuestra luna de miel. Éramos un equipo, como una pandilla. Conversábamos de noche en la agencia, tarde, al terminar el trabajo, pues había muchos acontecimientos, nos sentábamos a veces en el suelo y a veces venía el Che y ellos tomaban mate. También nos reuníamos en alguna casa, con algún trago de ron o de whisky…

Masetti era muy buen periodista, inteligente, cariñoso. Yo empezaba, pero él ya había hecho carrera en Argentina (Molina, 2012, p. 151).

Añade:

A veces estábamos solos Masetti y yo. Teníamos plata, porque nos pagaban bien. Los salarios que comenzó a pagar Prensa Latina desde el principio eran muy decorosos, te alcanzaba para vivir con cierto desahogo, en nuestros países y aun en Nueva York, lo cual no era muy frecuente en el periodismo de América Latina en esa época. Che menciona que estuvo trabajando en México para la argentina Agencia Latina, aunque sufrió dificultades para cobrar sus salarios. Masetti nos contaba la participación de Guevara con Fidel en la asunción de Radio Rebelde. Ellos dos siempre tuvieron exacta medida de la necesidad de comunicarse con el pueblo a través de los medios masivos (Molina, 2012, p. 152).

Viviendo en el mismo edificio donde se ubica la oficina, no es mucho lo que puede conocer de La Habana. Para colmo, quedan cerca los restaurantes que frecuenta, esos establecimientos tipo norteamericano, muy limpios, de aluminio y cristal que quieren suplir la fonda y el viejo café español de mesas con tapas de mármol y sillas de Viena, y que, con sus menús internacionales, cada vez más disminuidos, empezaron a proliferar en la ciudad, y sobre todo en la barriada del Vedado, en los años 50: Maracas, Wakamba, Karabali. Una oferta atendible de emparedados y café con leche y tostadas con mantequilla asegura, aunque no siempre, La Cibeles, en los bajos de la oficina de PL.

De esa etapa, recuerda García Márquez (citado por Esteban y Panichelli, 2004)

A los quince días de triunfar la Revolución yo estaba en Cuba. Estuve en la «Operación Verdad». Después fui para Bogotá, a la oficina de Prensa Latina. A mediados de los sesenta [debe decir: mediados de 1960] regresé a La Habana, estuve trabajando seis meses y te voy a decir lo que conocí de Cuba: conocí el quinto piso del edificio del Retiro Médico, donde están las oficinas de Prensa Latina, conocí el ascensor del edificio del Retiro Médico, una vista reducida de la Rampa, la tienda Indochina, que está en la esquina; conocí otro ascensor que me llevaba por otra calle al piso veinte, del edificio del Retiro Médico, donde vivía con Aroldo Wall. ¡Ah! Y conocí el restaurante Maracas, donde comíamos a una cuadra y media de allí. Trabajábamos todos los minutos del día y de la noche. Yo le decía a Masetti: «Si algo va a hundir esta Revolución, es el gasto de la luz» (p. 41).

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