Kitabı oku: «Cuatro patas, pelos y cola»
Rojas Arbeláez, Claudia Patricia
Cuatro patas, pelos y cola / Claudia Patricia Rojas Arbeláez; ilustrador Andrés Fabián Agredo Ramos.-- Primera edición.-- Cali: Programa Editorial Universidad Autónoma de Occidente, 2021. 119 páginas, ilustraciones a color.
ISBN impreso: 978-958-619-085-5
ISBN Epub: 978-958-619-083-1
ISBN pdf: 978-958-619-084-8
1.Cuentos infantiles colombianos. 2.libros ilustrados para niños. 3.Niños y mascotas. I. Agredo Ramos, Andrés Fabián., ilustrador. II. Universidad Autónoma de Occidente.
C863.7- dc23
Cuatro patas, pelos y cola.
© Texto: Claudia Patricia “Kaya” Rojas Arbeláez
© Ilustraciones: Andrés Fabián Agredo Ramos
Orcid: 0000-0002-3794-166-x
ISBN impreso: 978-958-619-085-5
ISBN Epub: 978-958-619-083-1
ISBN pdf: 978-958-619-084-8
Primera Edición, 2021
© Universidad Autónoma de Occidente
Km. 2 vía Cali-Jamundí, A.A. 2790, Cali, Valle del Cauca, Colombia.
El contenido de esta publicación no compromete el pensamiento de la Institución, es responsabilidad absoluta de sus autores. Tampoco puede ser reproducido por ningún medio impreso o digital sin permiso expreso de los dueños del Copyright.
Personería jurídica, Res. No. 0618, de la Gobernación del Valle del Cauca, del 20 de febrero de 1970. Universidad Autónoma de Occidente, Res. No. 2766, del Ministerio de Educación Nacional, del 13 de noviembre de 2003. Acreditación Institucional de Alta Calidad, Res. No. 16740, del 24 de agosto de 2017, con vigencia hasta el 2021. Vigilada MinEducación.
Gestión Editorial
Vicerrector de Investigaciones, Innovación y Emprendimiento
Jesús David Cardona Quiroz
Jefe Programa Editorial
José Julián Serrano Quimbaya
Coordinación editorial
Pamela Montealegre Londoño
Jorge Ivan Escobar Castro
Diagramación y diseño
Edward Leandro Muñoz Ospina
Diseño epub:
Hipertexto – Netizen Digital Solutions
A esos encuentros inesperados que se convierten en historias de amor: A la familia, los amigos, las mascotas y, por supuesto, a Juan.
Kaya Rojas Arbeláez
Dedicado a mi familia y en especial a Bruno y Max...
Ellos nos complementan
Andrés F. Agredo R.
CAPÍTULO I
¡Cuidado con tus deseos!
Frente a la fuente de los deseos, Emilio tiró una moneda y, cerrando los ojos, pidió tener una mascota. ¡Pero una de verdad! Ya estaba harto de pedirle a sus papás que le compraran una y que su mamá siempre le contestara “¿para qué más mascotas? Ahí tienes los peces que te compré en la tienda”. Emilio no podía entender por qué su mamá le llamaba mascotas a unos “bichos” que vivían prisioneros en una pecera, que abrían la boca sin hacer ruido y que, para colmo, no podía acariciar.
Tampoco podía jugar con ellos. Eso nada tenía que ver con una mascota. Pero su mamá siempre decía que los peces eran perfectos: “No hay que sacarlos a pasear, tampoco recogerles el popó y solo comen una vez al día”.
Su mamá no entendía nada, para colmo, era él quien tenia que soportar las burlas de sus amigos en el colegio. Cuando hablaban de sus mascotas, él tenia poco por decir.
-Mi hermanita, que es muy chistosa, es casi una mascota...
-¿Una hermana? ¿Y un perro? ¿Al menos un gato? ¿O eres de los que gustan los hámsteres?
-Tengo peces –contestaba Emilio con algo de vergüenza– uno se llama Ying y el otro Yang. Mi mamá dice que atraen la energía positiva.
-¿Unos peces? –preguntaban intrigados– ¿Y qué hacen?
-Mueven las aletas y abren la boca.
-¿Y les entiendes?
Emilio negaba con su cabeza y cuando todos reían, él se quedaba callado. Después regresaba a su salón pateando el suelo, sabiendo que sus amigos tenían razones de sobra para burlarse de él. Los peces no eran mascotas. Nunca lo serían.
Tener una mascota, una que tuviera cuatro patas, pelos y cola, no era un simple capricho: Era la única manera de sobrevivir en el colegio.
Por eso, aquella tarde mientras paseaban por el centro comercial y encontró una improvisada fuente de los deseos, Emilio pensó que eso podría funcionar. Se acercó a su papá y le dijo que quería pedir un deseo. El papá lo animó y buscó en sus bolsillos, donde encontró dos monedas: una de mil que se negó a darle porque era para la alcancía y otra de cincuenta, que fue la que finalmente le entregó.
Con la moneda de 50, Emilio caminó hacia la fuente en compañía de su mamá, quien le aseguró que los deseos no tenían precio y por eso podría pedir lo que quisiera.
Una vez estuvo frente a la fuente, Emilio supo lo que tenía que pedir: “Quiero una mascota que tenga cuatro patas, pelos y cola. No más peces de acuario, ni animales de plástico. Tampoco quiero un hámster”, y cerrando los ojos lanzó la moneda con mucha fuerza. El diminuto disco plateado giró en el aire, golpeó con el borde de piedra y finalmente cayó en la fuente.
Al verla desaparecer, Emilio sonrió y después de lanzar un largo suspiro, se alejó del lugar, convencido de que su deseo por fin se convertiría en realidad.
CAPÍTULO II
Los deseos son puntuales
Pocos días después de pedir su deseo, papá, mamá, Emilio y su hermana Magnolia, se fueron a pasar unos días a los llanos orientales. Su tío Hernando vivía en una finca cerca a Villavicencio y con él las vacaciones eran increíbles. No solo por las caminatas, los paseos al río y las noches bajo las estrellas, también por su casa: Estaba en medio de la llanura y era inmensa. Tanto que podía vivir con dos perros, un gato y un caballo. Muchos animales para él solo.
Junto al tío y sus mascotas, los días pasaban rápido y muy pronto llegó el momento de regresar. Entre lágrimas y abrazos los niños se despidieron de su tío y se montaron al carro para volver a Bogotá.
Pronto todo cambió. El cielo se tornó gris y de un momento a otro se vieron envueltos en una fuerte tormenta. La lluvia caía con ganas mientras que el papá luchaba por ver tras el volante. Junto a él, la mamá fingía mantener la calma, pero era evidente que estaba nerviosa por la tormenta que los rodeaba.
-¿Y si regresamos? –propuso ella.
-No te preocupes, ya va a pasar –contestó él.
Pero ni el papá se lo creía. Era tanta el agua que caía del cielo, que la carretera había empezado a transformarse en arroyo y las plumillas del auto apenas si le permitían ver.
-Así llueve en los llanos, fuerte y con ganas. Lo bueno es que pasa rápido –dijo él y siguió concentrado en la carretera.
Su explicación se resbaló por en medio de los niños, quienes no parecían inquietarse, estaban inmersos en ganar una batalla de pulgares. De repente, un movimiento rápido de Emilio le permitió aprisionar el dedo de su hermana, poniéndole fin al combate.
-¡Gané, gané! –gritó Emilio.
Pero a Magnolia no le gustaba perder. Por eso ignoró el triunfo de su hermano, levantó los hombros y miró por la ventana.
-Voy a extrañar a mi tío –dijo la niña.
-No te preocupes, la próxima vez nos quedamos más tiempo –dijo la mamá.
-O podemos invitarlo para que nos visite –propuso el papá.
- ¿En serio? –preguntó Emilio ilusionado.
Magnolia y Emilio se emocionaron, pero en medio de la celebración, un fuerte golpe sacudió el auto. Como un acto reflejo el papá hundió el freno a fondo y el carro se deslizó sobre la carretera mojada por unos cuantos metros. Entonces la alegría de los niños se transformó en susto y después en silencio. Cuando por fin el carro se detuvo, las preguntas de los niños aparecieron.
-Golpeamos algo –les contestó el papá.
Tras respirar un poco, el papá puso de nuevo en marcha su carro para acercarlo al borde de la carretera y abrió la puerta para bajarse en medio de la oscuridad y la lluvia. Ayudado por la linterna de su celular, el papá caminaba con agilidad intentado descifrar qué era lo que en realidad había sucedido. Para sorpresa suya, no encontró nada diferente a una leve hendidura en la parte delantera del carro. La mamá llegó con él y tras concluir que seguro habían golpeado un animal, propuso que lo mejor era seguir el camino. De repente un ‘miren’, de Emilio llamó su atención.
-Les dije que no se bajaran. Suban al carro –ordenó la mamá muy molesta, pero ya era demasiado tarde y los niños no se movieron de donde estaban.
-¡Ahí hay algo! –gritó Magnolia señalando con el dedo afuera de la carretera.
Era cierto, entre la oscuridad, se alcanzaba a ver un animalito empapado y herido que yacía tendido sobre el asfalto. El papá se acercó a los niños y los tres fueron junto al animal herido.
-¿Qué es? –preguntó Emilio.
- ¡Es un vampiro! –afirmó Magnolia.
-¿O será un cachorro? –preguntó Emilio.
-Perro no es, gato tampoco.
Tras detallarlo bien, el padre supo de qué se trataba.
-Parece un chigüiro, un chigüiro bebé –dijo, acariciándolo con tristeza.
-¿Un chigüiro bebé? Yo conozco los chigüiros, mi tío me habló de ellos –aseguró Magnolia.
-Pobre, seguro se perdió con esta lluvia, atravesó la carretera y lo golpeamos con el carro.
-¡Tú lo mataste! –lo acusó Emilio.
-¡No! Fue un accidente –se apresuró la mamá a contestar–. Además, ¿quién dijo que está muerto?
El pobre chigüiro bebé se veía muy mal. Tanto que apenas si podía emitir unos leves quejiditos. Los niños preguntaron por la mamá del bebé chigüiro y propusieron encontrarla. Estaban seguros de que debía estar cerca y estaría preocupada por él.
-Tal vez estaba solo –comentó el papá.
-O se perdió con la lluvia –dijo la mamá–. Pobre.
-¿Un bebé solo? –preguntó Magnolia –¿Y la mamá?
-Esta lluvia nos va a hacer daño a todos, mejor nos metemos todos al carro –intentó convencerlos la mamá.
-¿Y lo vamos a dejar aquí? –dijo Magnolia preocupada mientras se agachaba a acariciarlo. Está empapado.
-¡Tú también! Mejor nos vamos ahora mismo –ordenó la mamá mientras la tomaba por el brazo.
-Hay que llevarlo con el doctor, dijo Emilio.
-Es un bebé –se quejó Magnolia–. No podemos dejarlo aquí, papi. Además, tú lo golpeaste.
-No se si sea buena idea. ¿Qué tal que la mamá esté por allí escondida, mirándonos y esperando que nos vayamos para venir por él?
-Por favor, papá –suplicó Emilio.
-Por fis –imploró Magnolia–. Por fis, papi.
La mamá miró al papá con preocupación.
-¿Qué hacemos? –dijo ella.
-Míralo, se ve muy mal, si lo dejamos aquí seguro se muere.
-Está bien, llevémoslo, pero solo hasta el pueblo más cercano y allí le pagamos un veterinario. Después llamamos a tu hermano para que pase por él y lo libere.
Entonces el papá tomó al chigüiro y, con él en sus brazos, se encaminó hacia el carro, seguido por la mamá y los aplausos de sus hijos que lo veían como un verdadero héroe.
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