Kitabı oku: «Boquerón»
Claudio José Fuentes Armadans
boquerón
Sed de gloria
grupo editorial atlas
Prólogo
Este libro sobre la batalla de Boquerón ofrece al lector informaciones contextualizadas de lo que significó el conflicto del Chaco, así como la relevancia de la mencionada batalla en el desarrollo de la guerra.
Con suma claridad e información detallada, el historiador Claudio Fuentes Armadans construyó un relato en el cual se pueden observar los diferentes intereses que estuvieron en juego por lograr la definición de los límites del territorio secularmente reclamado por el Estado paraguayo y disputado por el Estado boliviano.
La riqueza de este libro es que no parte de la concepción de que el Chaco era un territorio salvaje y vacío, sino que describe en forma breve a los pueblos originarios, habitantes y amos por siglos de dichas tierras que hasta entonces no habían podido ser sometidos ni por el Imperio español ni por la República del Paraguay.
Finalmente, la obra incorpora una descripción día por día de la batalla de Boquerón de forma tal que los lectores puedan comprender los avatares que padecieron atacantes y defensores, que demostraron su bravía actitud de defender una causa que para todos era vital, defender a la patria agredida.
Agradecemos al autor este gran esfuerzo de sintetizar de forma magistral lo que significó Boquerón y lo que aún simboliza a 88 años de que fuera librada la batalla de los 20 días, que concluyó con la primaveral victoria de las fuerzas paraguayas.
Herib Caballero Campos
Invierno de 2020
Introducción
Fue en el Chaco donde se produjo el choque de voluntades que se conoce como guerra. Y fue allí donde paraguayos y bolivianos se enfrentaron, con alegre irresponsabilidad, en un conflicto que terminó por arruinar sus economías, devorar decenas de miles de vidas y triturar sus precarias instituciones, para abrir camino a desordenados procesos revolucionarios que generaron, a su vez, interminables estallidos de violencia interna y complejas cadenas de venganzas y resentimientos.
Helio Vera, intelectual paraguayo, en Narrativa boliviana del Chaco.
Si hablamos de la sed de gloria, es porque la Guerra del Chaco (1932-1935) fue una búsqueda incansable por parte de quienes la peleaban de satisfacer una necesidad tanto fisiológica, en el caso del agua, como psicológica, en el caso del bum del discurso nacionalista de ambos Estados nacionales frente a la cuestión chaqueña. Este trabajo, desde nuevas perspectivas críticas, si bien reconoce los sacrificios emprendidos por los soldados de ambos bandos, no se constituye —o por lo menos no pretende constituirse— en una mera exaltación “heroica” o una sencilla descripción de los hechos bélicos.
El objetivo de este trabajo de divulgación histórica es cuestionar el relato glorificador de la gesta militar, por lo que incluye otras voces, no solo de los conductores militares, políticos e intelectuales, sino también de aquellos a quienes la batalla de Boquerón afectó para siempre. Desde los pueblos originarios que terminaron de perder sus territorios y su autonomía, además del alto grado de violencia al que fueron sometidos, hasta los sectores sociales más humildes que fueron aquellos que no se beneficiaron de la defensa del Chaco, una vez que esta se concretó.
El trabajo realiza en sus diferentes secciones abordajes históricos que van desde lo político y diplomático, los antecedentes y los incidentes, hasta las políticas públicas de preparación bélica, sin olvidar los aspectos sociales, culturales y económicos. De esta forma, Boquerón se nos presenta como una bisagra entre la preguerra y la guerra.
Y si bien los acontecimientos de junio y julio de 1932 en Pitiantuta fueron el inicio del conflicto entre Bolivia y Paraguay, fue en Boquerón en donde se establecieron el ritmo y la cadencia con la cual Marte dirigiría su tenebrosa sinfonía por el Chaco. Es aquí donde este trabajo intenta presentar la lectura no solo del día a día desde la toma boliviana de Boquerón hasta su recuperación luego de sangrientos combates por parte de los paraguayos, sino que busca explorar otros aspectos sociohistóricos que ayuden a explicar la importancia de Boquerón como hecho y su trascendencia a través del tiempo en la memoria del Paraguay.
Para el lector que acuda a estas páginas de forma desprevenida, que este trabajo haya sido escrito desde una perspectiva crítica no significa de modo alguno una falta de respeto a los protagonistas del presente libro. A diferencia de lo sostenido por Juan E. O’Leary en su Apostolado patriótico —escrito previamente a la guerra—, el historiador no es un sacerdote ni la historia es un culto o altar a la patria. La persona dedicada a la investigación histórica presenta los hechos de acuerdo con un abordaje, tras una exhaustiva revisión de fuentes que haya seleccionado. Una historia crítica, que nos permita reconocer los aciertos y los errores del pasado común, nos permitirá reconocer el lugar en donde estamos en el presente, en búsqueda de un futuro mejor para todos.
Finalmente, quiero agradecer al historiador Herib Caballero Campos y al Grupo Editorial Atlas por la invitación para escribir sobre Boquerón. Y al amigo y colega Juan Marcos González, con quien intercambiamos datos y diálogos fecundos sobre la historia social paraguaya de la primera mitad del siglo xx y sobre la Guerra del Chaco.
Claudio José Fuentes Armadans
Asunción, septiembre de 2020
capítulo i
Antecedentes del conflicto
R Nosotros siempre le dimos un carácter patriótico a la enseñanza, siempre se trató al Chaco como paraguayo y creo que eso fue importante y contribuyó a nuestra victoria, porque se peleó por algo que se sabía nuestro.
María Felicidad González, docente y referente feminista paraguaya, en Testimonios para la historia.
En este apartado inicial, veremos cómo se construyó el conflicto del Chaco, desde fines del siglo xix hasta la batalla de Boquerón, pasando por los antecedentes tanto históricos como políticos, económicos, culturales y sociales, analizados bajo una mirada crítica que pretende cuestionar el discurso tradicional.
El Chaco era de los pueblos originarios
El Estado-nación es una categoría que permea la actividad del historiador […]. A veces aparecen las mujeres, la población indígena, la obrera y hasta la esclavizada, pero siempre en el contexto del Estado-nación […]. Todo Estado moderno se afianzó sobre la exclusión y la opresión; Paraguay no fue la excepción.
Ignacio Telesca, Reseña: ¡No llores!
Una historia desde abajo y desde afuera.
No se puede negar que básicamente hasta el final de la Guerra contra la Triple Alianza (1864-1870) el territorio chaqueño estaba habitado por varias culturas o naciones originarias que dominaban la región, en la medida en que la penetración de poder de los Estados nacionales formados hace apenas unas décadas a principios del siglo xix se los permitía.
A partir de las décadas posteriores, los avances territoriales paraguayos con empresas de enclave, colonias agrícolas y fortines militares por las adyacencias del río Paraguay, sumados a la penetración boliviana de carácter más militar por el Pilcomayo, cercaron a los pueblos originarios.
La guerra los sometió a todo tipo de crímenes: trabajos forzados, asesinatos, robos y violaciones de mujeres y niños por parte de ambos Estados beligerantes y sus hombres en armas.
A todo esto hay que sumar la pérdida de control sobre sus modos de vida, las muertes por hambre y epidemias de enfermedades traídas por el movimiento bélico, como la viruela, la violación y la prostitución —a cambio de bebidas alcohólicas, por ejemplo— a las que los soldados bolivianos y paraguayos sometieron a las mujeres, y la obligada asimilación cultural en búsqueda de la sobrevivencia.
Estos pueblos también tienen sus testimonios sobre los acontecimientos durante la contienda, tal como se evidencia en los relatos recolectados por Ernerto Unruh y Hannes Kalisch:
Tal como relatan Haacoc Aamay, Haacoc Yenmongaam, Metyeeyam’u y otros, el ejército paraguayo contactaba a los enlhet para reclutarlos, para aprovechar sus conocimientos del territorio y del medioambiente, y para forzarlos al trabajo como, por ejemplo, la construcción del camino a kilómetro 160 o la excavación de las trincheras en el fortín Boquerón.
O en otros casos, como investigó José Zanardini, la guerra y su violencia también dieron paso a la solidaridad, aunque condicionada al destierro y desarraigo junto con cierta asimilación cultural, que permitió a grupos originarios chaqueños sobrevivir a un escenario casi genocida:
En el testimonio de una mujer maká, muy anciana, publicado en ABC Color el 31 de enero de 1991, leemos: “En ese momento no sabíamos de la existencia del hombre blanco […] al comienzo nos impactó cómo se trataban. Nosotros vivíamos en Boquerón y vimos cómo comenzaban a maltratarse. Fue muy triste ver gente que se mataba y nos mataba. Gracias a la voluntad de un ruso llamado Juan Belaieff no fuimos exterminados. Yo recuerdo cuando nos trajo hacia el otro asentamiento que queda junto al Botánico; estábamos todos muy asustados y las mujeres nos reuníamos en silencio por temor a esos hombres; perdimos casi todas nuestras costumbres, pero por lo menos pudimos convertir nuestro trabajo manual en artesanía que vendemos para comprar alimentos” […].
La extrema violencia a la que sometieron los paraguayos a los pueblos originarios durante la Guerra del Chaco se puede explicar en parte no solo por la tensión secular de avance económico y militar en una zona de frontera, sino también por los discursos del nacionalismo paraguayo de primera mitad del siglo xx, como cita de forma crítica la historiadora Ana Barreto Valinotti sobre la opinión de Juan E. O’Leary respecto a los bolivianos y cómo construyó el concepto de “indio” en una tensión propia del conflicto “civilización vs. barbarie”. A continuación, uno de los textos de O’Leary:
Bolivia no es sino su indiada. Pero una indiada embrutecida […]. En esos cerebros obtusos no pueden existir sentimientos esclarecidos […]. No son ni valientes ni cobardes. Hacen lo que se les ordena. Resisten, atacan o huyen como autómatas. Bárbaros perfectos, son de salvaje ferocidad como los que caen en sus manos. Prisioneros son de una sumisión animal […]. País sin historia y sin más tradición que la de su perpetua esclavitud, allí no pueden haber ciudadanos, hombres orgullosos de su nacionalidad, que tienen un pasado que imitar.
A menudo, los nacionalistas paraguayos y bolivianos se pelean por el dudoso honor de haber perdido territorios durante el conflicto bélico: para los primeros el Chaco era paraguayo y llegaba más allá del Parapití hasta los contrafuertes andinos; para los segundos, el Chaco era boliviano y llegaba hasta la confluencia de los ríos Paraguay y Pilcomayo frente a Asunción. Errada la visión de pelear títulos desde la colonia hasta los tratados de fines del siglo xix y principios del xx, que para los pueblos originarios de todo el Gran Chaco —incluyendo al Chaco argentino— la pérdida de territorios fue de ellos, frente al avance del dominio de los Estados argentino, boliviano y paraguayo que se dio en la región desde fines del siglo xix, y terminó por consolidar el despojo con la Guerra del Chaco (1932-1935).
Es muy cuestionable también presentar al Chaco como un territorio “desierto”, cuando estaba habitado por varias culturas que tenían formas de organización política y territorial, que si bien eran previas a la conformación del concepto de Estado nacional, no por ello no existían ni ejercían modos propios de soberanía. Como indica Gabriela Dalla-Corte Caballero:
El hecho de que se niegue la presencia indígena en el Chaco, es decir, la previa territorialización por parte de las comunidades indígenas, demuestra en realidad el interés por construir una territorialización nueva sobre un espacio que goza de la condición de “campo de nadie” […]. Se imagina como un espacio en el que el Estado ejerce soberanía y jurisdicción, defendiéndolo de las incursiones enemigas, mientras los territorios indígenas desaparecen al compás de la superposición de nuevas concepciones territoriales, fundadas estas últimas en la actividad taninera o en la incipiente actividad ganadera de los menonitas.
Como sostiene el investigador Erick D. Langer, no todas las relaciones entre los paraguayos y lo indígenas fueron de abuso ejercido por los primeros contra los segundos, ya que menciona que el enorme avance que se dio por parte del ejército paraguayo frente a las tropas bolivianas no pudo darse sin la colaboración de determinados grupos originarios que los guiaron por el terreno.
Primeros reclamos territoriales
Luego del proceso de las independencias latinoamericanas, con sus consiguientes desmembramientos, y ante la falta de definición de límites entre las colonias españolas, fue usual que los procesos definitorios de la conformación de los nuevos Estados nacionales hayan producido conflictos tanto diplomáticos como militares.
Los primeros reclamos bolivianos sobre el territorio chaqueño comprendido entre los ríos Paraguay, Bermejo y Pilcomayo surgieron en torno a 1852, cuando el recientemente reconocido Estado paraguayo, bajo el liderazgo de Carlos Antonio López, logró cierto entendimiento de la cuestión con la Confederación Argentina de Justo José Urquiza.
La Guerra contra la Triple Alianza (1864-1870) significó para Bolivia una tranquilidad momentánea, dada la promesa de los aliados —Argentina, Brasil y Uruguay— de reconocer sus derechos sobre el Chaco, promesa prontamente incumplida en medio de las tensiones entre un Brasil que favoreció al Paraguay buscando contener su frontera de un posible avance de Argentina por el flanco chaqueño. El laudo arbitral del presidente de los Estados Unidos de América (1878), Rutheford B. Hayes, excluyó a Bolivia de la solución sobre dicho territorio: Argentina se quedó con la franja comprendida entre los ríos Bermejo y Pilcomayo, mientras que el Paraguay con la que va desde este último hasta el río homónimo. En vano los Gobiernos bolivianos dirigieron sus reclamos, que no fueron escuchados.
El primer tratado que intentó destrabar esta situación fue el tratado Decoud-Quijarro de 1879, firmado en Asunción por los diplomáticos José Segundo Decoud de Paraguay y Antonio Quijarro de Bolivia. Dicho acuerdo encontraba a un Paraguay destruido por la guerra, los desórdenes internos y en lenta reconstrucción. En esas condiciones fue el tratado más desventajoso para el país, lo cual no constituyó una traición por parte del Gobierno de aquella época, sino el reconocimiento de que el país no estaba listo, a menos de una década de la conflagración internacional que lo destruyó, de emprender una nueva aventura militar o de ponerse exigente en los términos. Bolivia estaba a punto de experimentar también un conflicto humillante, la guerra del Pacífico (1879-1884), por la cual perdió sus costas sobre el océano Pacífico frente a Chile, que también avanzó sobre territorio del Perú. Finalmente, esta guerra dio oportunidad al Paraguay de no ratificar el tratado tan inconveniente, ante nuevas exigencias de una Bolivia también mutilada y debilitada, lo cual pospuso la discusión para siguientes debates.
El Paraguay procedió, por presiones económicas propias de la posguerra, a la venta de las tierras públicas en 1883 y luego en 1885, por lo cual grandes extensiones del Chaco fueron a parar a manos de empresas privadas denominadas economías de enclave, que combinaban latifundios extensos con el uso de mano de obra barata y explotada, así como la exportación de materias primas semielaboradas, como el tanino y las carnes enlatadas en el Chaco. Esto, sumado a la reocupación de Fuerte Olimpo por parte del Paraguay, llevó a que en 1887 se intentara un nuevo tratado entre los diplomáticos Benjamín Aceval de Paraguay e Isaac Tamayo de Bolivia. El incidente de Puerto Pacheco, en las proximidades de Bahía Negra, en el cual se arrió la bandera boliviana, provocó una respuesta del Paraguay, que consistió en su reocupación, y junto con movidas diplomáticas nada claras de Bolivia, justificó que este segundo intento diplomático se fuese diluyendo.
En los años sucesivos, intelectuales tanto paraguayos como bolivianos, los denominados “chacólogos”, irían produciendo publicaciones en las que, desde diversas perspectivas que iban desde lo diplomático y económico hasta los títulos históricos, disputarían el territorio en el plano publicitario nacional e internacional. Algunos ellos fueron, por Paraguay: Alejandro Audibert, Blas Garay, Manuel Domínguez, Fulgencio R. Moreno, Cancio Flecha, Manuel Gondra y otros, estudiados en su mayoría por la historiadora Bárbara Gómez. Como citan Bridget Chesterton y Thilo F. Papacek, estas publicaciones concitaron el interés de extranjeros ya cerca y durante el conflicto, a favor del Paraguay, como el caso de Carlos Fiebrig y Luis Alberto de Herrera, este último trabajado por Liliana M. Brezzo y por María Laura Reali. Y por Bolivia: Mariano Baptista, Federico Diez de Medina, Emeterio Cano, David Alvestegui, entre otros.
Un tercer intento diplomático se llevó a cabo entre los representantes Telmo Ichaso de Bolivia y Gregorio Benites de Paraguay, en 1894. Y a pesar de que era un tratado que mejoraba las condiciones para el país, fue sumamente impopular en Paraguay, lo que demostró que ya el país estaba en vías de recuperación y de una fuerte ocupación militar, pero sobre todo económica de la margen chaqueña del río Paraguay. En Bolivia, tampoco este tratado pudo convencer a su clase política, por lo que este intento quedó trunco.
La comunidad internacional tampoco ayudó entonces, ya que luego de la pequeña guerra del Acre, por la cual Bolivia perdió su territorio amazónico con el Brasil, este último cedió, en 1903, al país del altiplano una pequeña porción brasilera al norte de Bahía Negra, desconociendo los derechos del Paraguay sobre ese territorio, según los tratados con el Brasil.
El último gran tratado, con la mediación del canciller argentino Estanislao Zeballos, fue firmado en 1907 entre Claudio Pinilla y Adolfo R. Soler. Fue el más ventajoso para el Paraguay, y si el arbitraje sobre el territorio en disputa le resultaba favorable, podía incluso cubrir más territorio. Por ello, este tratado fue sumamente impopular en Bolivia y constituyó la causa de su fracaso. Los años subsiguientes terminarían en idas y vueltas diplomáticas en busca de resolución de conflictos e incidentes, mientras que tanto Bolivia como Paraguay seguían ocupando territorios en el Chaco, el primero penetrando por el Pilcomayo y el segundo, asegurando su supremacía en el litoral del Paraguay.
capítulo ii
Primeros incidentes de preguerra
El pueblo del Paraguay nada espera de la guerra. El pueblo paraguayo execra la guerra. Pero si la conciencia americana es impotente para detener la agresión en marcha, el Paraguay ha de ir a todos los sacrificios y ha de afrontar todas las vicisitudes, con sencilla intrepidez y con la convicción inveterada de que, si la guerra de agresión es un crimen, la guerra de defensa es un derecho sagrado y un santo deber.
Doctor Juan Stefanich, discurso en el Teatro Municipal, en La Guerra del Chaco.
Esta competencia de fortines, en la cual Bolivia y Paraguay fueron ocupando regiones del Chaco de forma militar, aceleró la posibilidad de roces entre los efectivos militares de dichos Estados, sobre todo en el área central del Chaco. La década de 1920 vería a Marte abrir sus ojos de su siesta, el tiempo de los buenos oficios estaba llegando a su fin y la presión de un territorio en expansión militar y económica llevó a los futuros contendientes a los límites de lo soportable. La paciencia dejó de ser virtud y el precio de aquel apuro se pagaría en sangre, muy a pesar de intentos de políticos e intelectuales como Manuel Gondra, quien desarrolló una elaborada doctrina que lleva su nombre, pero que no pudo evitar la guerra.
El primer incidente importante de este tipo se dio en febrero de 1927, cuando el teniente 2.o Rojas Silva, acompañado de tres soldados y un guía indígena, llegó al fortín boliviano Sorpresa, situado en las cercanías del río Pilcomayo. Hecho Rojas Silva prisionero, fue muerto en un intento de fuga. Este hecho fue noticia en todo el mundo y, para David Zook, “[…] reveló al mundo que el Chaco era potencialmente un barril de pólvora”. La más conmocionada fue la opinión pública paraguaya, que exigía una respuesta e incluso una retaliación al Gobierno paraguayo. Esto se explica, según la historiadora Bridget Chesterton, debido al auge del discurso nacionalista en el Paraguay y, sobre todo, en lo referente a la reivindicación de la figura del mariscal Francisco Solano López, cuyo centenario en 1926 fue un punto de referencia para la alta popularidad de estos discursos.
Muchos de estos discursos alarmistas fueron una combinación de las ideas nacionalistas con una oposición colorada dispuesta a usarlas para recalcar el carácter “blando” del Gobierno liberal de entonces. La verdad sea dicha: la prensa paraguaya y la opinión pública opositora que pedía sangre no estaban al tanto de las fuertes inversiones armamentísticas que el Gobierno paraguayo estaba realizando con sigilo. Este secretismo, si bien fue muy importante para los preparativos militares, sería un error grave en lo propagandístico y político por parte de los Gobiernos liberales que no supieron contener el descontento de la opinión pública, como se verá más adelante.
A consecuencia de este incidente, se inició en 1927 la Conferencia de Buenos Aires, que duraría hasta 1928. Ya en este intento diplomático, las asperezas valieron más que los buenos oficios y Bolivia se negó a reconocer cualquier derecho paraguayo sobre el Chaco, lo que significó un cambio notable respecto a todas las posturas diplomáticas de la nación del altiplano frente a sus contrincantes paraguayos. Esta situación llevó a que se exasperara la opinión pública de ambos países, con discursos nacionalistas intransigentes que arrinconaron a las diplomacias de Paraguay y Bolivia, como sostiene David Zook:
Una fuerza que ninguno de los dos Gobiernos podía pasar por alto era la opinión pública. El hombre común (o como hoy se dice, “el hombre de la calle”) repetía las aserciones doctrinarias de los polemistas, de los investigadores especializados y de los escritores chauvinistas. De aquí la imposibilidad de llegar a un acuerdo directo, definir una zona de arbitraje, crear un modus sobrevivendi, o aligerar, en suma, la grave tensión de aquella atmósfera recargada. Solo quedaban dos alternativas: o uno de los dos litigantes cedía fundamentalmente, o, ante la bancarrota de todo esfuerzo diplomático, ensayar una solución en el campo militar.
En julio de 1928, el capitán Tranquilino Ortiz Cabral, junto con el teniente Eugenio Ayala Velázquez, fundó el fortín Boquerón, lugar que es protagonista del presente libro.
En este clima de preguerra, los incidentes aumentaron en escalada. El coronel boliviano Victorino Gutiérrez y algunos soldados fueron hechos prisioneros por los paraguayos en una misión de exploración, en agosto de 1928, y liberados posteriormente luego de las protestas diplomáticas correspondientes.
En setiembre de ese año, los bolivianos crearon el fortín Vanguardia, situado entre el fortín paraguayo Galpón y el boliviano de Vitriones. En simultáneo, Bolivia intentaba que Estados Unidos de América ejerciera presión diplomática sobre Paraguay por la reciente fundación de los fortines Boquerón y Toledo. Los bolivianos inclusive fueron penetrando en territorio de los colonos menonitas, lo que elevó la alarma entre los paraguayos que intentaban por todos los medios no rozar con los bolivianos, ya que cualquier chispa podría prender en llamas el Chaco central.
Sin embargo, la prudencia no reinó en la caballería paraguaya, que tomó el fortín boliviano Vanguardia en diciembre de 1928, produciendo una estampida de soldados bolivianos en huida, seis de los cuales murieron —cinco en la toma y uno víctima del cansancio en la marcha—, y la toma de prisioneros que serían enclaustrados en el fortín Galpón. La imprudente proeza fue realizada por el entonces mayor Rafael Franco, el niño terrible del ejército paraguayo, en total desconocimiento y sin autorización de las autoridades paraguayas. El diario personal de Franco, que abarca desde el inicio de la batalla de Boquerón, es una muestra de dos cuestiones: una crítica social y política al manejo de la cuestión chaqueña, y una casi abierta insubordinación y profundo desprecio en contra de José Félix Estigarribia y Carlos Fernández, con especial desdén en contra de Arturo Bray.
Este incidente llevó a la retaliación boliviana: en lo militar se ordenó la toma de Galpón, pero la lluvia hizo desistir a las tropas, que tuvieron que conformarse con reocupar Vanguardia; en lo diplomático se rompieron relaciones, y en las calles de La Paz se vivía un literal estado de guerra por parte de muchedumbres enardecidas que exigían que el Paraguay pagara caro el atrevimiento.
La retaliación continuó con la primera toma del fortín Boquerón, luego de una lucha entre bolivianos y paraguayos, así como del fortín Mariscal López, donde se produjo una matanza de soldados paraguayos. La aviación boliviana atacó Bahía Negra con un bombardeo cuyos proyectiles surcaron los aires para impactar en el poblado paraguayo sin producir explosión alguna. En Paraguay, la primera toma de Boquerón llevó a la población paraguaya a un estado de exaltación, y la opinión pública estaba clamando sangre boliviana. Ambos países movilizaron sus tropas y los negros nubarrones de guerra eran visibles en el firmamento chaqueño, junto con los quebrachales interminables.
Solo la Conferencia Internacional Americana de Conciliación y Arbitraje, que por mera casualidad estaba en reuniones en la capital de los Estados Unidos, Washington, ofreció sus buenos oficios, lo que permitió posponer por breve tiempo el derramamiento de más sangre. En 1929, se constituyó una comisión compuesta por varios países americanos, que trabajó casi todo el año en una solución. La propuesta fue la devolución tanto de Vanguardia como de Boquerón, a su estado anterior al incidente. Dicha solución no satisfizo al Paraguay, que quedó como país agresor y a la vez el violento asalto a Boquerón caló hondo en la opinión pública que pedía una actitud más agresiva del Gobierno paraguayo. Las razones para tal “pasividad” se hallaban en que las armas encargadas aún estaban en tránsito; de hecho, como señala David Zook, Paraguay tenía todo un cargamento de armas de la casa Vickers en Rosario, Argentina, cuando se produjeron estos incidentes. Una vez más, el sigilo y la prudencia del Gobierno paraguayo estaban llevando a una ebullición de la opinión pública que costaría caro posteriormente.
Los incidentes continuaron en 1930, con planes bolivianos de invasión revelados por la inteligencia paraguaya, que fueron, a propósito, filtrados a la prensa y a la comunidad internacional, lo que significó un duro revés para Bolivia; así como escaramuzas y combates en zonas de choque como Huijay (Carayá), en las proximidades de Boquerón, fortín que quedó definitivamente en la zona roja en conflicto. Finalmente, en julio de 1930, Bolivia y Paraguay intercambiaron fortines y retomaron relaciones diplomáticas.
Sin embargo, entre los debates diplomáticos internacionales en foros americanos y europeos, y discusiones de títulos históricos en la prensa de ambos países, la acción no se detenía en el Chaco. No eran los letrados de frac en recepciones diplomáticas ni los lectores de periódicos en Asunción y La Paz quienes decidían sobre el campo, sino la vivencia en los fortines y sus puestos de avanzada: como en Masamaklay, que fue tomada por los bolivianos e infructuosamente los paraguayos no pudieron recuperarla en setiembre de 1931. A su vez, Rafael Franco conspiraba en derrocar al gobierno de José Patricio Guggiari, intento frustrado por el comandante José Félix Estigarribia.
Estos hechos llevarían al Paraguay al punto de no retorno en la opinión pública, donde toda la oposición política al Gobierno —liberales del llano, colorados, sectores sindicales y otros más— exigía una acción definitiva de carácter militar en el Chaco. Una manifestación estudiantil, convocada los días 22 y 23 de octubre de 1931, fue utilizada por todos los sectores opositores para exigir el reclamo. Esta manifestación adquirió especial virulencia el trágico día 23 de octubre de 1931, cuando una combinación de turba agresiva con un pésimo manejo de la situación por parte de las autoridades políticas gobernantes llevó a una masacre que pudo haberse evitado. Posteriormente, como señala Gabriela Dalla-Corte Caballero, vinieron las persecuciones políticas a la oposición y las acusaciones de “comunismo” por parte del Gobierno que se tambaleaba entre el estado de sitio y la indignación popular. Esta situación llevó a mostrar una debilidad institucional por parte de Paraguay, cuestión aprovechada por el Gobierno boliviano, especialmente de forma posterior por el presidente Daniel Salamanca, cuyo lema era “pisar fuerte el Chaco”.
A pesar de esto, el Paraguay estaba dispuesto a aceptar una solución pacífica, como en los foros internacionales se venía negociando a principios de 1932 por parte de los neutrales. La presión social en ambos países era insostenible, la gran depresión de 1929 estaba golpeando los medios de vida de gran parte de los habitantes, y los discursos agresivos de carácter nacionalista no calmaron a las masas de manifestantes que pedían guerra, y guerra era lo que habría finalmente.
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