Kitabı oku: «El espacio litúrgico»

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Director de Cuadernos Phase: Gabriel Seguí Trobat

Traducción e introducción de este Cuaderno: Óscar José García García

© Edita: CENTRE DE PASTORAL LITÚRGICA

Nàpols 346, 1 – 08025 Barcelona

Tel. (+34) 933 022 235 – wa 619 741 047

cpl@cpl.es – www.cpl.es

Edición digital: octubre de 2020

ISBN: 978-84-9165-394-3

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Introducción

El Concilio Vaticano II tuvo como primera y fundamental tarea reformar y fomentar la Sagrada Liturgia para que los fieles cristianos pudieran participar en ella de forma activa, consciente y fructuosa.

En el primer documento conciliar Sacrosanctum Concilium se ofrecieron los principios generales y fundamentales para llevar a cabo la reforma y el fomento de la Sagrada Liturgia. Se habló de su relación con la Historia de la Salvación, como continuadora de esta; se presentó su naturaleza desde una perspectiva cristológica, eclesiológica, pneumatológica, antropológica y escatológica; y posteriormente se dan las líneas a seguir para la reforma y el fomento de la Eucaristía, de los demás sacramentos, del oficio divino, del año litúrgico, de la música sacra y del arte sacro.

Con apenas nueve números, el documento no deja de lado el tema del arte y los objetos sagrados presentando principios muy generales, que posteriormente se ampliarán y se concretarán un poco más en la Institutio Generalis Missalis Romani en el capítulo V al hablar de la disposición y ornato de las iglesias para la celebración eucarística.

Nos dice el número 128 de la Sacrosanctum Concilium: «Deben revisarse cuanto antes, junto con los libros litúrgicos, de acuerdo con el artículo 25, los cánones y prescripciones eclesiásticas que se refieren a la disposición de las cosas externas del culto sagrado, sobre todo en lo referente a la apta y digna edificación de las iglesias, a la forma y construcción de los altares, a la nobleza, disposición y seguridad del sagrario, así como también a la funcionalidad y dignidad del baptisterio, al orden conveniente de las imágenes sagradas, de la decoración y del ornato. Debe corregirse o suprimirse lo que parezca ser menos conforme con la liturgia reformada y debe conservarse o introducirse lo que la favorezca».

Observamos ya en este número la preocupación por revisar cuanto antes todo lo referente a la edificación de las nuevas iglesias y también a la adecuación de las ya existentes siguiendo los principios conciliares, para que tanto las nuevas como las ya construidas puedan estar acordes con la reforma litúrgica, es decir, tener iglesias reformadas para poder celebrar en ellas la liturgia reformada.

El capítulo V de la Institutio Generalis Missalis Romani titulado: «Disposición y ornato de las iglesias para la celebración eucarística», nos presenta los principios generales y, además nos habla del altar, del ambón, la sede, el coro, el lugar de conservación de la Santísima Eucaristía y las imágenes sagradas. Ya se nota en este documento una mayor comprensión y asimilación del tema, así como cuestiones más prácticas y concretas, sin embargo, la documentación posconciliar se irá enriqueciendo siempre con nuevos aportes de conferencias episcopales, de comisiones diocesanas de liturgia y de estudiosos en el tema.

La Conferencia Episcopal italiana ha contribuido especialmente al tema con varios documentos, entre los cuales, he querido traducir dos de ellos para ofrecerlos en estos Cuadernos Phase como una contribución y aporte a las comisiones diocesanas de arte sacro y a todos los estudiosos del tema. Los documentos son: «La progettazione di nuove chiese» del Ufficio Liturgico Nazionale de la Conferencia Episcopal Italiana publicado como nota pastoral el 18 de febrero de 1993. Y «L’adeguamento delle chiese secondo la reforma liturgica» publicado por la Comisión Episcopal para la Liturgia de la Conferencia Episcopal Italiana el 31 de mayo de 1996 como una nota pastoral.

El primer documento, «La proyección de nuevas iglesias», se divide en dos partes. En la primera parte nos presenta la teología litúrgica del espacio celebrativo en general, así como de cada uno de sus lugares eminenciales (altar, ambón, baptisterio y sede) y espacios específicos como la capilla del Santísimo, la capilla de la penitencia, la sacristía, capilla de diario, etc. Y en la segunda parte trata asuntos ya más específicos y concretos relacionados con el proyecto en sí como son los materiales, la acústica, la iluminación, el modo y los tiempos de construcción, las medidas de seguridad, etc.

El segundo documento, «La adecuación de las iglesias según la reforma litúrgica», está dividido en tres capítulos:

El primero nos introduce al tema de la Iglesia misma como la que celebra ahí una liturgia reformada que pide y requiere un espacio reformado, subrayando que la adecuación es un claro signo de fidelidad al Concilio.

El segundo capítulo trata ya de la adecuación en sí misma en el lugar donde se celebra la Eucaristía, el bautismo y la penitencia, además del programa iconográfico.

Y el tercer capítulo presenta el plan o proyecto de la adecuación con su descripción analítica, sus elementos constitutivos, sus fases de elaboración, etc.

Estos documentos reflejan la evolución y el enriquecimiento teológico posconciliar en la doctrina y los principios que hemos de tener en cuenta en el momento de proyectar una nueva iglesia y en el momento de adecuar una ya existente a la liturgia reformada.

El tema del espacio celebrativo ha tenido en estos más de cincuenta años posconciliares un camino no fácil, ya que los principios teológicos del Vaticano II no se han conocido ni se han profundizado suficientemente, a tal grado que seguimos construyendo iglesias con estilos y modelos preconciliares: con coros en la parte alta, con asambleas de batallón, con presbiterios tipo palco escénico, etc.

Las adecuaciones en algunos casos no se han terminado de hacer y en otros casos se han hecho incorrectamente. Seguimos celebrando una liturgia reformada en espacios no reformados; se ha dañado el patrimonio histórico, cultural y artístico en el momento de realizar algunas adecuaciones; no siempre el buen gusto ni los principios sólidos han guiado las adecuaciones, dando como resultado focos litúrgicos no expresivos ni mistagógicos, espacios litúrgicos inadecuados y no aptos para la participación activa, ni para la koinonía, ni para el ejercicio y manifestación de la ministerialidad eclesial.

La reforma de la liturgia ya se ha hecho pero la reforma de las mentes aún no; nos falta camino por recorrer en el fomento de la doctrina conciliar en obispos, presbíteros, arquitectos, ingenieros civiles, artistas, restauradores, etc.

Ojalá que la publicación en español y difusión de estos documentos en los Cuadernos Phase ayude precisamente en este fomento para que podamos llevar a cabo de la mejor forma los nuevos proyectos de nuestras iglesias del siglo xxi y las necesarias y urgentes adecuaciones de nuestros espacios celebrativos ya existentes.

Óscar José García García

La proyección de nuevas iglesias1

Primera parte

La iglesia como casa del pueblo celebrante

A. Significado litúrgico de la iglesia

1. Espacio arquitectónico y celebración cristiana

El lugar en el cual se reúne la comunidad para escuchar la Palabra de Dios, para dirigir a Él la oración de intercesión y de alabanza y sobre todo para celebrar los santos misterios, es imagen espacial de la Iglesia, templo de Dios, edificado con piedras vivas. Así el edificio de culto cristiano corresponde a la comprensión que la Iglesia, Pueblo de Dios, tiene de sí misma en el tiempo: sus formas concretas en el pasar de las épocas, son imágenes relativas de esta autocomprensión. Por lo tanto, la proyección y la construcción de una nueva iglesia requieren, sobre todo, que la comunidad local se esfuerce por implementar el proyecto eclesiológico-litúrgico dado por el Concilio Vaticano II que, en síntesis, expresa dos convicciones:

– La Iglesia es misterio de comunión y pueblo de Dios peregrino hacia la Jerusalén celeste (cf. SC 6.10; LG 4.9.13; GS 40.43);

– La liturgia es acción salvífica de Jesucristo, celebrada en el Espíritu, de la asamblea eclesial, ministerialmente estructurada, a través de la eficacia de los signos sensibles (cf. SC 7.14; DV 21).

2. La iglesia como edificio, imagen de la Iglesia, Pueblo de Dios

La realidad de la Iglesia en su profundidad mistérico-sacramental se expresa en la imagen histórico-salvífica del «Pueblo de Dios» y se manifiesta en modo especial en la asamblea litúrgica, sujeto de la celebración cristiana (cf. SC 11). De hecho Jesucristo, Verbo encarnado, sacramento del Padre, realiza por medio del Espíritu su mediación salvífica al pueblo profético, sacerdotal y real, la razón de ser es el anuncio, la alabanza, el servicio (cf. LG 10).

Por esto el espacio litúrgico, sea durante o fuera de la celebración, con su propia modalidad específica, interpreta y expresa simbólicamente la economía de la salvación del hombre, haciendo visible la profecía del universo redimido, ya no sometido a la caducidad (cf. Rom 8,19-21), sino devuelto a la belleza y a la integridad.

3. La promoción de una nueva comunidad eclesial local

Construir una iglesia «de piedras» expresa una suerte de enraizamiento de la Iglesia «de personas» en el territorio (plantatio Ecclesiae), lo que exige un discernimiento de la comunidad a la cual el nuevo edificio es destinado.

Este discernimiento, a partir de los problemas de nuestra sociedad compleja y con atención a la cultura local, procede por grados a fin de llegar, aunque laboriosamente, a un resultado maduro.

Construir una nueva iglesia es operación pastoral articulada, en sus actores, y aun primero en el proceso que la justifica como imagen de una comunidad viva y operante, guiada en su camino histórico por profundas leyes teológicas y culturales.

4. Un proyecto cultural, pastoral y eclesial

No se puede partir de la iglesia considerada solo como obra de muros. Antes se deben tener en cuenta los sujetos para los cuales será edificada y el Sujeto divino al cual estará referida. Lo que quiere decir individualizar un grupo humano que tiene su autonomía «territorial», hacerse cargo de sus expectativas, corresponder a sus inerpelaciones y compartir su crecimiento de fe.

Solo así se podrá encaminar a un preciso interlocutor el anuncio cristiano y promover un itinerario que conduzca a la respuesta de fe, y a la delineación de una sede digna –el edificio iglesia− capaz de expresar simbólicamente el misterio que edifica al Pueblo de Dios.

5. La nueva iglesia y la comunidad diocesana

La construcción de una nueva iglesia para una parroquia presupone e invoca la sensibilidad de una «Iglesia madre». Es la comunidad diocesana que, bajo la guía del Obispo, pastor y maestro, con sus carismas y ministerios y, a través de su estructura, se encarna en la realidad local, para crear un espacio de acogida, donde la fe suscitada por el anuncio encuentre su sello sacramental, y la comunidad encuentre su identidad eclesial y una consciente apertura a la misión. Deriva un profundo vínculo espiritual entre el edificio parroquial de culto y la iglesia Catedral, sede del magisterio episcopal y signo de unidad de la diócesis.

Una comunidad diocesana no puede gestionar la construcción de una nueva iglesia como hecho solo burocrático-administrativo. Debe pensarla como «casa del Pueblo de Dios», que en ella se reúne para expresar su estatus bautismal, crismal y eucarístico. El Pueblo de Dios, en ella, debe encontrar de cualquier modo reflejada la propia identidad.

6. La iglesia en el contexto urbano

El espacio interior de una iglesia tiene ciertamente una importante prioridad, desde el momento que transcribe arquitectónicamente el misterio de la Iglesia-Pueblo de Dios, peregrino sobre la tierra e imagen de la Iglesia en su plenitud.

Por otra parte, una válida y concreta interpretación de la relación interior-exterior y edificio-contexto constituye una de las adquisiciones más importantes de la conciencia crítica de la arquitectura contemporánea.

La relación entre iglesia y barrio tiene valor cualificante respecto a un ambiente urbano no anónimo, que adquiere fisonomía (y a menudo también denominación) a través de esta presencia capaz de orientar y organizar los espacios externos circundantes y ser signo de la instancia divina en medio de los hombres. Lo que significa que el complejo parroquial debe ser puesto en relación y entrar en diálogo con el resto del territorio, debe incluso enriquecerlo.

B. El proyecto de los espacios interiores

7. Unidad y articulación del aula litúrgica

La disposición general de una iglesia debe dar la imagen de una asamblea reunida para la celebración de los santos misterios, jerárquicamente ordenada y articulada en los diversos ministerios, en modo de favorecer el regular desarrollo de los ritos y la activa participación de todo el Pueblo de Dios (cf. IGMR, 257).2

Por naturaleza y tradición el espacio interior de la iglesia está destinado para expresar y favorecer en todo la comunión de la asamblea, que es el sujeto celebrante. El ambiente interno, del cual debe siempre partir la proyección, estará orientado hacia el centro de la acción litúrgica y destacado según una dinámica que parte del atrio, se desarrolla en el aula y se concluye en el «presbiterio», como espacios articulados pero no separados.

Tal espacio es en primer lugar proyectado para la celebración de la Eucaristía; por esto se requiere una centralidad no tanto geométrica, sino focal del área presbiteral, adecuadamente elevada, o distinta, respecto del aula.

Del resto, el espacio debe hacer posible el orgánico y ordenado desarrollo, además de la Misa, también de los demás sacramentos (bautismo, confirmación, penitencia, unción de los enfermos, orden sacerdotal y matrimonio) y sacramentales (exequias, oficio divino, bendiciones, etc.), con el margen de adaptabilidad que la praxis pastoral puede exigir.

Además, los sistemas fijos de acceso y los recorridos para la circulación interna, como la disposición de los objetos y de los muebles (bancos, sillas) de la zona de los fieles deben facilitar los diferentes movimientos procesionales y los desplazamientos previstos por las celebraciones litúrgicas así como la fácil superación de las barreras arquitectónicas.

En primer lugar, en la iglesia están destacadas las grandes presencias simbólicas permanentes: el altar, el ambón y el baptisterio con la fuente bautismal; siguen después el lugar de la penitencia, la custodia eucarística y la sede del presidente. Unidos a estos, hay que proyectar los espacios para los fieles, para el coro y el órgano y la colocación de las imágenes.

8. El altar

El altar es el punto central para todos los fieles, es el polo de la comunidad que celebra. No es una simple decoración, sino el signo permanente de Cristo sacerdote y víctima, es mesa del sacrificio y del banquete pascual que el Padre prepara para los hijos en la casa común, fuente y signo de unidad y caridad.

Deberá por lo tanto ser muy visible y verdaderamente digno; a partir de él, deberán ser pensados y dispuestos los diversos espacios significativos.

Sea único y colocado en el área presbiteral, vuelto al pueblo y circundante.

Recuérdese que sea proporcionado al área presbiteral en que está situado, puesto que el altar asegura la función de «focalidad» del espacio litúrgico solo si es de dimensiones considerables. La altura del piso de la mesa sea de aproximadamente de 90 cm respecto al pavimento, para facilitar la tarea de los ministros que deben desarrollar los propios roles celebrativos. Sobre el altar no se deben colocar ni estatuas ni imágenes de santos. Durante la dedicación se pueden colocar reliquias auténticas de mártires u otros santos, no insertándolas en la mesa, sino debajo de ella, como verdadero sepulcro.

Según el uso tradicional y el simbolismo bíblico, la mesa del altar fijo sea preferentemente de piedra natural. Es más, para la mesa y la base que la sostiene, se pueden usar también otros materiales, con tal que sean convenientes para la cualidad y la funcionalidad al uso litúrgico (cf. IGMR 263;3 Prec. CEI 14, 17).

9. El ambón

Es el lugar propio de la Palabra de Dios. Su forma sea acorde al altar, sin interferir con la prioridad de este; su ubicación sea pensada en proximidad a la asamblea y haga posible la procesión con el evangeliario y la proclamación pascual de la Palabra. Sea conveniente por dignidad y funcionalidad, dispuesto en tal modo que los ministros que lo usan puedan ser vistos y escuchados por la asamblea.

Un atril cualquiera no basta: lo que se necesita es una tribuna noble y elevada posiblemente fija que constituya una presencia elocuente, capaz de hacer resonar la Palabra también cuando nadie la esté proclamando.

A un lado del ambón puede estar colocado el gran candelabro para el cirio pascual.

10. La sede del presidente

La sede expresa la distinción del ministerio de aquel que guía y preside la celebración en la persona de Cristo, cabeza y pastor de su Iglesia. Por colocación sea muy visible a todos, de modo que quien preside pueda guiar la oración, el diálogo y la animación. Debe designar al presidente no solo como cabeza, sino también como parte integrante de la asamblea: por esto deberá estar en directa comunicación con la asamblea de los fieles, permaneciendo habitualmente colocada en el presbiterio.

Recuérdese que no es la cátedra del obispo, y que no es un trono. La sede es única y puede estar dotada de un atril especial al servicio de quien preside.

Se prevea además la disponibilidad de otro lugar destinado a los concelebrantes, al diácono y a otros ministros.

No se descuide de proyectar un lugar accesible y discreto para la credencia.

11. El baptisterio y la fuente bautismal

En el proyecto de una iglesia parroquial es indispensable prever el lugar del bautismo (baptisterio distinto del aula o simple fuente unida al aula).

Sea decoroso y significativo, reservado exclusivamente a la celebración del sacramento, visible a la asamblea, de capacidad adecuada. La fuente esté dispuesta de modo que se pueda desarrollar, según las normas litúrgicas, también la celebración del bautismo por inmersión.

Se tenga presente que el rito del bautismo se articula en lugares distintos, con los relativos «recorridos», que deben ser todos ágilmente practicables.

En cada caso, no es posible aceptar la identificación del espacio y de la fuente bautismal con el área presbiteral ni con un sitio reservado al lugar de los fieles.

12. El lugar y la sede para la celebración del sacramento de la penitencia

La celebración del sacramento de la penitencia requiere un lugar específico o una sede que ponga en evidencia el valor del sacramento por su dimensión comunitaria y por la conexión con el aula de la celebración de la Eucaristía; debe además favorecer la dinámica dialógica entre el penitente y el ministro, con la necesaria privacidad pedida por la celebración en forma individual.

Por lo tanto la sede sea proyectada contextualmente con todo el edificio y se realice eligiendo soluciones dignas, sobrias y acogedoras.

13. La custodia eucarística

El Santísimo Sacramento se custodie en un lugar arquitectónico verdaderamente importante, normalmente distinto de la nave de la iglesia, adaptado a la adoración y a la oración sobre todo personal.

Esto es motivado por la necesidad de no proponer simultáneamente el signo de la presencia sacramental y la celebración eucarística.

El tabernáculo sea único, inamovible y sólido, no transparente e inviolable. No se descuide de colocar a un lado el lugar para la lámpara de la llama perenne, como signo de honor dado al Señor.

14. El lugar de los fieles

La colocación de los lugares para los fieles sea cuidada en modo particular poniendo a disposición bancos y sillas para que cada uno pueda participar con la atención, con la mirada, con la escucha y con el espíritu en las diversas partes de la celebración.

15. El lugar del coro y del órgano

El coro forma parte de la asamblea y debe ser colocado en el aula de los fieles; debe por lo tanto encontrarse en posición y con arreglo tal que permita a sus miembros el cumplimiento de la propia tarea, la participación en las acciones litúrgicas y en la guía del canto de la asamblea.

Por razones fónicas y funcionales, la colocación del órgano tubular sea estudiada y proyectada atentamente desde el inicio, teniendo en cuenta su natural vínculo con el coro y con la asamblea.

16. El programa iconográfico

El programa iconográfico, que a su modo prolonga y describe el misterio celebrado en relación a la Historia de la salvación y a la asamblea, debe ser adecuadamente previsto desde el inicio de la proyección. Va por lo tanto ideado según las exigencias litúrgicas y culturales locales, y en colaboración orgánica con el diseñador de la obra, sin descuidar el aporte del artista, del artesano y del decorador.

También la cruz, la imagen de la Bienaventurada Virgen María, del patrono y otras eventuales imágenes (por ejemplo, el vía crucis, normalmente situado en lugar distinto del aula), deben ser pensadas desde el inicio en su colocación, favoreciendo siempre la elevada cualidad y dignidad artística de la obra. Esto contribuye a promover la ordenada devoción del pueblo de Dios, a condición de respetar la prioridad de los signos sacramentales.

Es bueno conservar la antigua costumbre de colocar doce o al menos catorce cruces de piedra, de bronce o de otra materia, fijas sobre la pared en correspondencia con el lugar de las unciones de dedicación.

17. La capilla de diario

En general, prevéase una capilla distinta de la nave central y adecuadamente arreglada para la celebración con pequeños grupos de fieles. Esta se puede identificar con la capilla para la custodia del Santísimo Sacramento, en la cual el altar debe ser distinto del tabernáculo.

18. La decoración

Acerca de la decoración de la iglesia, es bueno recordar sobre todo que no se trata de una decoración genérica extrínseca ni de objetos de carácter puramente utilitario, sino de objetos plenamente funcionales que van atentamente proyectados para que estén armónicamente conectados con el conjunto del edificio. En la elección de los elementos para la decoración se tenga como objetivo una noble simplicidad más que lo fastuoso, se cuide su autenticidad y se tienda a la educación de los fieles y a la dignidad de todo el lugar sagrado (cf. IGMR 279).4

La orientación de base para el cuidado de la decoración es aquella de la autenticidad de las formas, de los materiales y de la finalidad de los muebles y de los objetos. Esto vale en particular para la elección y el uso de elementos naturales como por ejemplo las flores y las plantas, la cera y la madera. En cuanto a la decoración floral, puede ser oportuno proyectar uno o más floreros en el área presbiteral, no solo para efecto de orden, sino para el uso litúrgico en los tiempos y en los modos consentidos.

Al primer criterio de autenticidad, se una el criterio de la sobriedad, el de la coherencia estética con el conjunto del edificio y el criterio de la valoración de la creación artística, recordando que está permitido el recurso a nuevos materiales, además de aquellos tradicionales.

En el uso de objetos antiguos, que es muy recomendable, se tenga cuidado de respetar rigurosamente la identidad cultural, histórica y artística, evitando arbitrarias e incongruentes modificaciones

C. Los lugares anexos a la iglesia

19. La sacristía

La sacristía debe ser un ambiente decoroso suficientemente amplio, decorado no solo para recibir celebrantes y ministros, sino también para la conservación de los libros, de las vestiduras y de los objetos litúrgicos y dotado de otros soportes necesarios (sanitarios, también para los fieles).

Se prevea un almacén para los objetos e instrumentos varios y un local oportunamente arreglado para la preparación de las flores. Junto a la sacristía puede estar previsto un lugar para el «coloquio» entre sacerdotes y fieles, con el fin de favorecer la necesaria privacidad.

La puerta de acceso puede ser doble: una directamente hacia el área presbiteral y otra hacia el aula de la asamblea, para favorecer en particular el desarrollo de las procesiones de entrada y de regreso de la celebración.

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