Kitabı oku: «Un Meta-Modelo Cristiano católico de la persona - Volumen II», sayfa 10
¿CUÁL ES LA IMPORTANCIA DEL DESEO Y EL CONOCIMIENTO DE DIOS?
Existe una gran importancia moral y clínica en el hecho de que los humanos busquen la verdad sobre su propia realización a través de su autoconocimiento y experiencia, así como a través de los tipos de cognición que se encuentran en las artes y la literatura, las ciencias y la tecnología, la filosofía y la revelación divina. Esta perspectiva cristiana sobre el conocimiento del bien y el mal no se limita al conocimiento práctico (e inclinación natural) de que hay que perseguir el bien y evitar el mal (Jn 14:15). Tampoco se limita al conocimiento subjetivo. En la base de la cognición humana se encuentra la inquietud del deseo hacia la verdad, incluyendo la unión interpersonal con la fuente de la verdad. En sus Confesiones, san Agustín (401/2007) se dirige personalmente a Dios como fuente, exclamando: «Nuestros corazones están inquietos hasta que descansen en ti» (I.1.2). El conocimiento moral, que se encuentra en los mandamientos y la doctrina moral de la tradición cristiana, está arraigado en el conocimiento de Dios a través de Jesucristo y en el Espíritu Santo (Juan Pablo II, 1993, §§6-27). La creencia de que Dios llama a cada persona por su nombre para una vida de fe y bondad, conlleva un gran significado moral, clínico (Frankl, 1959/2000) y empírico (VanderWeele, 2017a, 2017b). Por ejemplo, aunque la esperanza teológica está principalmente arraigada en la fe, proporciona más que información sobre la salvación. La esperanza se convierte en «performativa», haciendo que los creyentes vivan de forma diferente. La fe, vivida en la esperanza, ofrece un nuevo significado en el camino de la vida, así como una fuente de alegría y paz, incluso durante las pruebas y el sufrimiento (Benedicto XVI, 2007, §§1-2).
CONOCIMIENTOS SENSORIALES, PERCEPTIVOS, COGNITIVOS E INTELECTUALES
Los humanos no inventan las normas morales objetivas, ni la verdad de las cosas o el orden del universo. Los comprendemos solo en parte, y no solo debido a la razón humana. En el complejo proceso del conocimiento humano descubrimos algo de la verdad objetiva y las normas, que sirven de base para una acción razonable para conseguir leyes y costumbres más concretas (sobre el orden divino y la ley natural, véase el capítulo 17, «Creada a imagen y semejanza de Dios»). Para conseguir una comprensión más amplia de la inteligencia es necesario resistirse al estrecho racionalismo y relativismo modernos. En particular, es necesario reconocer que, frecuentemente, los enfoques laicos presuponen que las cosmovisiones religiosas y metafísicas son insignificantes para conseguir un conocimiento válido de la persona. El efecto de esta premisa laica es la negación inherente o absoluta de las cosmovisiones metafísicas no reduccionistas que sostienen numerosos profesionales de la salud mental y científicos sociales, como Bandura (1997, 2006), Beauregard (2012), Frankl (1959), Fowers (2005), Giorgi (1970) y Romanyshyn (1982), así como muchos psicólogos positivos, como Joseph y Linley (2006) y López y Snyder (2009).
Las respuestas viables requieren un enfoque no reduccionista, que integre las fuentes de conocimiento científicas, históricas y culturales (Benedicto XVI, 2006). Esta búsqueda de un alcance más amplio de la comprensión reconoce que la inteligencia humana implica una interacción, frecuentemente no percibida, bajo un proceso de recepción y entrega de hechos, conocimientos, y comprensión o sabiduría. Como vimos anteriormente, somos unidades cuerpo-alma humanas, por lo tanto también animales racionales. Nuestra forma de conocer queda influenciada por nuestras cogniciones sensoriales e intelectuales. Existen: a) inclinaciones naturales (hacia la verdad y la belleza), b) sensaciones (la apreciación táctil de la temperatura del niño), c) percepciones de orden superior (las evaluaciones sobre lo que está peligrosamente caliente para un niño), así como d) instancias de conocimiento intelectual fundamentadas en la experiencia y la razón básicas (como tomar la temperatura del niño y llamar al médico), y, e) como los cristianos mantienen la gracia de Dios.
El proceso de conocer no consiste simplemente en una adquisición del significado del mundo y su estructura. En realidad, el conocimiento está ligado también al amor, y al amor a personas particulares (por ejemplo, amar al niño cuando está enfermo y malhumorado o a la madre y al padre de uno incluso cuando han actuado de manera poco amable), y a la búsqueda de objetivos muy particulares (como podrían ser cosas diferentes, como disfrutar de la Sinfonía Italiana de Mendelssohn o buscar ayuda terapéutica para la depresión).
¿POR QUÉ DISTINGUIR CONOCIMIENTO SENSORIAL-PERCEPTIVO-COGNITIVO E INTELECTUAL?
Para resistirnos a reducir la persona a la mente y la mente al cuerpo, necesitamos identificar de manera sólida la unidad espiritual cuerpo-alma de la persona, como fuente de conocimiento tanto sensorial-perceptivo como intelectual-lingüístico. Si los humanos fuésemos simplemente seres materiales, es decir, si cada persona no fuese una unidad cuerpo-alma espiritual, no necesitaríamos distinguir la cognición sensorial-perceptiva del conocimiento intelectual. Solo tendríamos las capacidades sensoriales-perceptivas-cognitivas a través de las cuales percibimos los colores, percibimos las cosas de color y nos repelen las cosas que son peligrosas o nos atraen las que son beneficiosas. O, si fuéramos materialistas, podríamos mantener que existe una estructura neuronal superior que explica nuestra comprensión fundamental de la verdad y la atracción por el bien, así como la relacionalidad humana y otras realidades inmateriales. Pero se ha demostrado de forma convincente que la unidad cuerpo-alma humana es la forma más útil de entender cómo experimentamos algo más que cognición y emoción sensorial-perceptiva y sus correlatos neuronales (Beauregard y O’Leary, 2008; Nagel, 2012; Vitz, 2017). A través de la observación y el juicio racional podemos identificar las primeras causas y principios (Aristóteles, ca. 350 a. C./1941a) de la dimensión intelectual (incluyendo la lingüística) y espiritual de cada persona, que nos proporcionan una explicación basada en el significado y dirigida a un propósito (teológico), más allá de lo que valoramos como personas.
Decir que una persona es una unidad cuerpo-alma espiritual (unidad hilomórfica) es diferente a decir que una persona es una mente, o un corazón, o un alma, o un cuerpo, o un espíritu (capítulo 8, «Plenitud personal»). No obstante, se considera que las capacidades sensoriales primarias y las capacidades perceptivas de orden superior constituyen el fundamento del conocimiento sensorial-perceptivo (de abajo arriba), así como las capacidades intelectuales (incluidas las lingüísticas) y espirituales (incluida la gracia de Dios) se consideran la fuente del conocimiento intelectual (de arriba abajo).
¿Qué es el conocimiento sensorial-perceptivo? La cognición sensorial-perceptiva se refiere a sentir y percibir cosas particulares. Por ejemplo, a través de nuestros sentidos primarios sabemos que un objeto está en la gama de los rojos (rosa), o que el sonido nos evoca intensidad (Mozart), que el olor es picante (gorgonzola), que el sabor es amargo (chocolate) y que el objeto es áspero (papel de lija). Pero también a través de nuestras percepciones cognitivas tenemos recuerdos de una persona, imágenes de la persona en un nuevo entorno, y atracciones a lo que es útil y repulsión a lo que es peligroso para la persona (capítulo 13, «Sensorial-perceptiva-cognitiva»).
El conocimiento sensorial-perceptivo-cognitivo se alcanza a través de los sentidos externos del tacto y las claves propioceptivas, la vista, el oído, el gusto y el olfato, que son cinco formas diferentes de recibir información sobre el mundo. También incluye las cogniciones perceptivas de orden superior —como la capacidad sintética, la imaginación, la memoria y la capacidad de evaluación— que son otras formas de recibir y procesar la información básica de la realidad (Ashley, 2013). De particular interés, la capacidad de evaluación constituye una percepción de orden superior, percibimos bajo nuestra forma personal que una persona o cosa es encantadora o insoportable, atractiva o repulsiva.
¿QUÉ ES LO QUE DISTINGUE A LOS CONOCIMIENTOS INTELECTUALES AUTOCONSCIENTES?
¿Qué es el conocimiento intelectual? En conjunto, la cognición sensorial-perceptiva humana de las cosas y las personas se complementa con el conocimiento intelectual autoconsciente (intelecto, concepción y lenguaje) que está enraizado en la realidad, así como en la experiencia y el conocimiento básicos de la vida interior de cada persona (Pinckaers, 1995, pp. 48 a 82; Vitz, 2017). La cognición intelectual implica conocer los rasgos universales de las realidades experimentadas (tales como la humanidad, o la justicia, o la belleza), que una vez aprehendidas (intelección) pueden ser conceptualizadas (palabras y principios internos) y expresadas por medio del lenguaje (palabras y discurso externos) (Aquino, 1273/1981, I, 27.1; Aquino, ca. 1272/2010, I.1, §25-§29; Dewan, 1995). Este tipo de cognición constituye la base de la cultura humana (creación y apreciación), así como de herramientas complejas (ciencia y uso). Una visión realista del conocimiento sensorial-perceptivo-cognitivo e intelectual-lingüístico se basa en el tipo único de experiencias espirituales (intelectuales y de gracia), así como de las relaciones interpersonales que establecen los humanos (Beauregard y O’Leary, 2008). Esta visión realista del conocimiento afirma que el conocimiento humano es objetivo, aunque a veces falible (Popper, 1975).
El conocimiento y la racionalidad humanas son diferentes a los de otros animales, tal y como se evidencia en nuestra capacidad para el lenguaje sintáctico, el uso de herramientas complejas, la agencia libre consciente e intencionada, la ciencia, la preservación del conocimiento y ciertas relaciones sociales (Berwick y Chomsky, 2016; Bikerton, 2014; Deacon, 1997; Klein, 1999; Suddendorf, 2013; Vitz, 2017). Asimismo, según Sokolowski (2000, p. 158) y la fenomenología realista, tenemos acceso, a través de nuestro intelecto, a diferentes aspectos de la realidad. Podemos intuir y determinar racionalmente la verdad de los hechos sobre el cosmos, así como hacer juicios racionales sobre nuestra naturaleza humana. Asimismo, podemos participar en la recepción personal y en la revelación de aspectos de la verdad particulares a cada persona, y de Dios. Nuestra profunda vida interior, representada por este conocimiento intelectual autoconsciente y amor, se basa, de varias formas, en el conocimiento sensorial-perceptivo-cognitivo, así como en la experiencia espiritual de base. Nuestro conocimiento intelectual puede ser intuitivo (implica perspicacia y comprensión), discursivo (se alcanza por medio del razonamiento) o infundido (implica una creencia bajo la gracia) (Lonergan, 1992).
Basándonos en nuestro conocimiento sensorial-perceptivo-cognitivo, que es subracional, y en nuestra experiencia preideacional y contemplativa de la realidad (Pinckaers, 1995), gracias a nuestras capacidades intelectuales las personas intuimos la verdad y la belleza de una persona o una cosa (para una presentación más completa de la epistemología y la metafísica, véase Aristóteles, ca. 350 a. C. /1941a; Ashley, 2006; Maritain, 1959, 1953; Popper, 1975; Schmitz, 2009). La experiencia de tal conocimiento propiamente intelectual (del ser, de la verdad, de la bondad, la relación, la belleza) subyace a la convicción filosófica (y católica) de que los humanos están compuestos de una unidad espiritual alma-cuerpo. No somos simplemente materia o espíritu puro (como los ángeles). Los seres humanos disponemos de un intelecto unificado, que es tanto intelectualmente receptivo, como racionalmente activo, para lograr captar y comprender a las personas y las cosas (Aquino, 1268/1994a; Aristóteles, ca. 350 a. C./1941c; McInerny y O’Callahan, 2014). La receptividad activa y la actividad receptiva del intelecto, aunque unidas, son denominadas «intelecto posible» e «intelecto agente», respectivamente, por Aquino (1270/1968). Nuestras capacidades intelectuales o espirituales perciben la realidad a través de la intuición o la inferencia de la existencia, de la naturaleza, el potencial y las relaciones de la cosa o la persona (Aquino, 1265/2001, II.60.22).
La comprensión intelectual (intelligere) implica una comprensión básica (intuición simple) de la experiencia, recibida a través de los sentidos corporales, sobre la naturaleza, verdad, bondad y belleza de las cosas, de nosotros mismos y del mundo. Lo que, en última instancia, nos lleva a considerar nuestra primera fuente (Aristóteles, ca. 350 a. C./1941a; Aquino, 1273/1981, I, qq. 84-87). A través de la comprensión intelectual, intuimos la validez de las verdades: «una cosa no puede ser y no ser a la vez» (principio de no contradicción), y «se debe hacer el bien y evitar el mal» (primer principio de la razón práctica). La intuición proporciona principios básicos de conocimiento autoconsciente, que se perfeccionan y aplican a través del razonamiento discursivo (Aquino, 1259/1994b, II.15.1; Ashley, 2013; Lonergan, 1992; Pieper, 1952/2009, p. 11).
¿CUÁL ES LA NATURALEZA DEL DISCURSO RACIONAL (INCLUYENDO EL DISCURSO MORAL)?
El discurso racional consciente e intencional (ratio) ejercita una cognición reflexiva enraizada en la realidad y en nuestra experiencia y conocimiento básicos de esa realidad. Involucra un tipo de discurso racional cuando uno se aconseja y reflexiona sobre el curso de las acciones prácticas (Aquino, 1273/1981, II-II, 49.5). El discurso racional ejercita asimismo la capacidad inferencial del intelecto mediante la deducción lógica. La deducción pasa de los principios e hipótesis a las aplicaciones y prácticas. En un movimiento complementario, el intelecto puede formar generalizaciones e hipótesis basadas en la experiencia y las observaciones (Popper, 1975; Robinson, 2007). Si bien el discurso racional del razonamiento deductivo es distinto del discurso racional de la formación de hipótesis, el razonamiento científico requiere ambos procesos (O’Donohue, 2013; Oskawa, 2002). De manera similar, el razonamiento práctico requiere la formación de hipótesis sobre la acción y las situaciones morales, y una especie de deducción de los principios morales (Aquino, 1273/1981, II-II, 49.5 ad 2; Aquino, 1272/2003, 3.9 ad 7; Osborne, 2012, p. 282).
En resumen, el razonamiento pasa de la experiencia a la formación de hipótesis que expliquen la experiencia. Las teorías psicológicas se constituyen de esta manera cuando se basan en experiencias prácticas, pruebas empíricas y casos de la salud mental así como en psicopatología. Por ejemplo, las observaciones de personas que pueden superar las dificultades cuando se les proporcionan recursos y esperanza llevan a comprender el efecto de la resiliencia, del apego seguro frente al inseguro (Ainsworth, Blehar, Waters y Wall, 1978; Bowlby, 1982, 1988). Tales observaciones conducen también a la formación de hipótesis en la psicología. Por ejemplo, la esperanza se construye sobre vías cognitivas y agencia personal, y conduce a la resiliencia ante las dificultades (Snyder, 1994; Rand y Cheavens, 2009).
El razonamiento deductivo es otro aspecto del complejo uso de la razón en la ciencia, la psicoterapia, la ética y la cultura. Por ejemplo, la razón discursiva es operativa en el método científico cuando prueba (verifica o refuta) una hipótesis a través de observaciones medidas. Esas pruebas suelen implicar, en primer lugar, hacer una inferencia deductiva con respecto a los resultados que lógicamente se obtendrían si la hipótesis fuera cierta, y luego estructurar un experimento para discernir la presencia de esos resultados (como cuando se realizan análisis de sangre para verificar o negar un diagnóstico médico) (Copi y Cohen, 2005, p. 527). La deducción es asimismo operativa cuando los profesionales de la salud mental añaden al tratamiento de sus clientes prácticas terapéuticas basadas en pruebas, verdades filosóficas intuidas sobre la humanidad, o teorías psicológicas sobre el desarrollo de las personas. Un proceso similar se encuentra en el razonamiento moral. Por ejemplo, en la ética profesional (American Psychological Association, 2010; American Counseling Association, 2014), un profesional de la salud mental se adhiere a principios como «beneficencia y no daño», «fidelidad y responsabilidad» y «justicia», y los aplica en su práctica al concluir deductivamente que debe remitir a un cliente a otro profesional, debido a un conflicto de intereses.
¿CUÁL ES LA NATURALEZA DE UN CONOCIMIENTO FUNDAMENTADO EN EL DON DE LA GRACIA?
Existe un conocimiento que solo es posible a través de la experiencia de la fe. El cristiano considera que este conocimiento está infundido por el don de la gracia. Dios da un conocimiento de sí mismo, que es a la vez un conocimiento amoroso y un amor conocedor. El conocimiento basado en la fe suscita un asentimiento agraciado del intelecto y un consentimiento de la voluntad, en respuesta al encuentro con Dios, que se revela y nos informa de la verdad sobre el mundo y sobre nosotros mismos (Aquino, 1273/1981, II-II, 6.1; Francisco, 2013; Pieper, 1997). Por ejemplo, a través de la fe infusa y la caridad la atención intelectual de nuestra mente y el deseo de amor de nuestra voluntad se unifican y permiten comenzar a acercarse a Dios, a la primera verdad en ser conocida y el mayor bien que amar. Asimismo, podemos conocer verdades sobre Dios y sus obras, como la verdad sobre Dios como comunión interpersonal trina, sobre la creación del mundo por parte de Dios, sobre la redención de la humanidad por parte de Dios a través de Jesucristo y sobre la necesidad de justicia y perdón para realizarse (capítulo 19, «Redimida»). Así como un razonamiento humano sin ayuda no es inmediatamente consciente de la actividad biológica no consciente (como, por ejemplo, la actividad de los neurotransmisores y las hormonas), tampoco es inmediatamente consciente de los movimientos no conscientes de la gracia (CIC, 2000, §2005). No obstante, el modelo católico reconoce que tal conocimiento, conocido de forma natural y revelado de forma divina, puede influir en la acción humana. Mediante la ayuda del conocimiento natural y religioso, razonamos sobre la realidad del ser (ontología) y sobre las formas racionales de relacionarse con seres particulares (ética). Por ejemplo, a través de la revelación divina como un evento de gracia mediado por el contacto con la Palabra de Dios (Escrituras y magisterio; Vaticano II, 1965a), encontramos los modelos de los santos y una narrativa global que constituye una base para relacionarnos con las personas, no simplemente como objetos (fuentes de calor o nutrición o placer), sino como personas que manifiestan su propia dignidad, hechas a imagen de Dios (Gn 1, 2), y llamadas a una nueva vida en Dios a través de Cristo (2 Cor 5:27).
¿QUÉ TIPO DE VERDAD PUEDE ALCANZAR LA RAZÓN HUMANA?
A través de la cognición intelectual, buscamos conocer la verdad sobre nosotros mismos, sobre otras personas y sobre el mundo mismo. Tomada en su totalidad, esta capacidad no solo es subjetiva y personal, sino también objetiva con respecto al conocimiento común que el intelecto capta sobre la condición humana y sobre el universo, origen y fin últimos de todo lo que existe. Según Juan Pablo II (1993), la vocación intelectual humana está ligada a dos factores: la verdad y la libertad. A través del conocimiento, la comprensión y la dedicación a la verdad, los seres humanos expresan no solo una libertad frente a la ignorancia (que siempre es solo parcial) sino también una libertad para cumplir humildemente su vocación, como buscar el amor, la bondad y la santidad; fundar familias y criar hijos; y trabajar con fines constructivos, incluida la participación en la sanación de los necesitados (capítulo 16, «Volitiva y libre»).
Aunque la comunidad científica busca una comprensión más completa de la verdad de los hechos, en general, la revelación de la verdad de cada persona es limitada y continua. Una búsqueda de la verdad fáctica y la verdad personal es inadecuada para comprender a la persona sin la búsqueda de la fuente última del ser. El conocimiento de la naturaleza de la humanidad, la belleza de cada persona y la expansión del universo es incompleto sin el reconocimiento de su trascendente primera y última fuente (White, 2009). No obstante, el pleno conocimiento de la fuente trascendente y el fin de la vida y la verdad, que es Dios, no se puede alcanzar con la razón humana sin ayuda. Requiere una autorrevelación divina que no es un logro humano sino un don de Dios (Ex 3:14-15; Jn 14:6; 1 Cor 2:9-13). Aunque el conocimiento humano de la verdad sea limitado, existe una fuente de la verdad, Dios, que es también la fuente de la existencia, la bondad, la comunión y la belleza. La perspectiva católica ofrece su visión, humildemente, sobre cómo toda verdad participa en la única fuente de la verdad absoluta, cada una en función de su naturaleza (Juan Pablo II, 1998; MacIntyre, 1990, p. 200; Wojtyła, 1993, 2011).