Kitabı oku: «Un Meta-Modelo Cristiano católico de la persona - Volumen II», sayfa 5

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Emocional
CHRISTOPHER GROSS, CRAIG STEVEN TITUS, PAUL C. VITZ Y WILLIAM J. NORDLING

¿Por qué algunas personas prolongan su ira en estados de rencor, mientras que otras perdonan? ¿Por qué algunas personas buscan el placer sexual y el afecto emocional fuera de su compromiso conyugal, mientras que otras permanecen fieles? ¿Por qué algunas personas se sienten compulsivamente atraídas por la comida, el alcohol o las drogas, mientras que otras controlan sus deseos en estos asuntos? ¿Por qué algunas personas quedan atrapadas en espirales de miedo, mientras que otras expresan valentía? Existen razones detrás de tales comportamientos y tendencias emocionales. Algunas de estas acciones parecen estar motivadas por una emoción desenfrenada, mientras que otras parecen estar enraizadas en la razón y acompañadas de una emoción controlada. Dado el papel destacado que desempeñan las emociones en la creación de una vida realizada, la comprensión de las emociones es importante para muchas disciplinas que tratan de comprender a la persona; entre ellas se incluyen las disciplinas de las ciencias psicológicas y sociales, la neurociencia, el derecho e incluso la teología.

A lo largo de la historia, el papel de las emociones en la vida moral ha sido de gran interés para los estudiosos de la condición humana. Por ejemplo, el término tradicional para las emociones ha sido «pasiones», y, en su trabajo La ciudad de Dios, Agustín (427/1972) esboza la disputa entre los aristotélicos peripatéticos y los estoicos romanos sobre el papel de las emociones en la vida humana (IX.4). Los aristotélicos sostenían que, incluso la persona virtuosa experimenta emociones, pero en el caso de los virtuosos, las emociones se rigen por la razón, es decir, por juicios sabios. En línea con los aristotélicos, el movimiento de psicología positiva también reconoce la necesidad de desarrollar disposiciones emocionales virtuosas (Peterson y Seligman, 2004), al igual que la terapia centrada en las emociones (Greenberg y Johnson, 1988; Greenberg, 2012); la terapia de comportamiento dialéctico (Linehan, 1993) habla de este proceso en términos de habilidades de regulación de las emociones. Los estoicos romanos, por el contrario, sostenían que el hombre virtuoso no se ve afectado por sus emociones debido a que las ha erradicado. Para los estoicos, según Agustín, las emociones solo interfieren en la adquisición y el ejercicio de la virtud. Algunas teorías cognitivo-conductuales reflejan el punto de vista de los estoicos, en la medida en que contemplan las emociones como base de las cogniciones y del comportamiento irracional (Ellis, 2004; Beck, 1979)

Por su parte, Agustín sostiene que las emociones son una parte importante de la persona y de la vida moral. En efecto, contrariamente a los estoicos, Agustín (427/1972) insiste en que algo distintivamente humano falta en nuestras acciones morales si se realizan sin emociones como la compasión (IX.5). No obstante, siguiendo a los aristotélicos, así como a las Escrituras, también mantenemos que las emociones deben ser controladas y entrenadas para evitar que el hombre se convierta en un esclavo de ellas (Agustín, 427/1972, IX.4).

Basándose en Agustín y Aristóteles, Aquino (1273/1981) dedica una atención significativa a la emoción en su «Tratado de las pasiones», en la Suma (I-II, 22-48). Al igual que Agustín, Aquino sostiene que las capacidades emocionales forman parte importante de nuestra naturaleza humana y son fundamentalmente buenas (I-II, 24.4). No obstante, dependiendo de cómo interactúen con la razón y la voluntad, las emociones pueden ser moralmente buenas o malas. Implican actos, como expresiones de ira, o disposiciones, como la tendencia a la ira (I-II, 24.1). En total, Aquino estudia once emociones diferentes, incluyendo el miedo, la ira y el amor o el deseo, y las virtudes que son necesarias para moderarlas adecuadamente y lograr la realización de la persona (I-II, 23.4).

Las conclusiones fundamentales de Aquino sobre la bondad de nuestras capacidades emocionales, así como nuestra necesidad de dominarlas, están respaldadas por la experiencia común y clínica. La experiencia humana común demuestra que sentimientos como la ira extrema o la indiferencia completa son perjudiciales para la persona, así como para sus relaciones con los demás. Este es el caso de quienes luchan continuamente contra emociones demasiado intensas o empobrecidas; un objetivo de prácticamente todas las psicoterapias contemporáneas es ayudar a las personas a integrar sus emociones, de modo que puedan alcanzar el bienestar personal (racional y volitivo, y también interpersonal) (Gondreau, 2013, p. 148).

Recuperando y recurriendo a la sabiduría de Agustín, Aristóteles y Aquino, e incorporando las ideas de la psicología contemporánea, el presente capítulo trata de explicar la relación adecuada entre razón y emoción, así como de aclarar el lugar potencial positivo que tienen las emociones en la vida moral. El Meta-Modelo Cristiano Católico de la Persona sostiene que las capacidades emocionales son inherentemente buenas, ya que constituyen aspectos naturales de la persona (capítulo 2, «Premisas teológicas, filosóficas y psicológicas»). Las capacidades emocionales forman parte de la unidad cuerpo-alma de la persona, que es un don de Dios. Las emociones influyen en toda vida humana, incluyendo la autocomprensión, las relaciones interpersonales, la acción moral, la vida espiritual y la libre búsqueda de objetivos. No obstante, mientras que las capacidades emocionales son inherentemente buenas en el orden de la naturaleza, las emociones particulares se convierten en buenas o malas en función de su moralidad, en función de cómo son evocadas por la razón y la voluntad e interactúan con ellas. Algunas emociones se consideran malas en sí mismas: la desvergüenza, la envidia y la malicia (deseando el mal) (Aristóteles, ca. 350 a. C./1941, 1107a9-19). Entre las emociones que se consideran buenas —en la medida en que se fundamentan en la razón— se incluyen el coraje, la modestia y la templanza. Para contribuir a la realización, las capacidades emocionales de la persona deben estar formadas por virtudes morales.

Para explicar cómo la persona forma estas virtudes basadas en la emoción y por qué las emociones son significativas en la acción moral, el presente capítulo procede de la siguiente manera. La primera parte define una emoción y la distingue del temperamento y los estados de ánimo, y la segunda examina el papel de las emociones en la acción moral y en la vida espiritual, siempre bajo el Meta-Modelo y comparándolo con enfoques reduccionistas. Las secciones tres y cuatro estudian la relación entre las emociones y las influencias ascendentes —de abajo arriba— y descendentes —de arriba abajo—. En el quinto apartado examinaremos el grado de responsabilidad moral de las personas producido por sus emociones, mientras que en las secciones finales analizaremos cómo las capacidades emocionales se forman mediante la virtud, o pueden quedar deformadas debido a los vicios, así como las virtudes basadas en las emociones pueden transformar o sanar los vicios.

¿EN QUÉ CONSISTE UNA EMOCIÓN?

Cualquier intento de integrar los conocimientos teológicos, filosóficos o psicológicos en relación con las capacidades emocionales se encuentra inmediatamente con un obstáculo importante en los aspectos relativos al lenguaje.

Thomas Dixon (2003) señala que la palabra «emoción» no fue predominante hasta los siglos XVIII y XIX, cuando se convirtió en una palabra y categoría popular en los escritos psicológicos. Antes de ese período, los fenómenos que ahora se denominan comúnmente emociones se estudiaban en términos de pasiones, afectos o sentimientos (Dixon, 2003). Los intentos iniciales de vincular la emoción, tal y como la trata Aquino, con la psicología moderna, se encuentran en las obras de Magda Arnold y Robert Edward Brennan (Arnold, 1960; Brennan, 1941; véase también Shields y Kappas, 2006).

Aquino (1273/1981) se refiere a los movimientos del afecto sensorial (apetito sensorial), que frecuentemente llama pasiones. Asimismo, los distingue de los afectos del intelecto (apetito intelectual), a los que llama voluntad (III, 15.4 y I-II 22.3; véase también Lombardo, 2011, pp. 75-77). Juan de Damasco (ca. 745/1958) define una pasión como sigue:

Un movimiento de la facultad apetitiva [capacidad afectiva] que se percibe como resultado de una impresión sensorial del bien o del mal. También puede definirse de otra manera: la pasión es un movimiento irracional del alma debido a una impresión del bien o del mal (II.22).

Aquino (1273/1981) afirma que el movimiento de las capacidades afectivas sensoriales va siempre acompañado de un cambio corporal (I-II, 22.2 ad 3). Así, cuando uno experimenta miedo o ira, el corazón puede acelerarse o las manos temblar. Estos cambios corporales están relacionados más propiamente con los afectos del apetito sensorial que con los afectos relacionados con la voluntad, y también pueden ser más evidentes en el caso de las pasiones (Aquino, 1273/1981, I-II, 22.3; Lombardo, 2011, pp. 75-77; Miner, 2009, p. 35). No obstante, los afectos de la voluntad también se acompañan de algún cambio corporal, al menos a nivel neurológico, debido a que las personas constituimos una unidad de cuerpo y alma (Aquino, 1273/1981, I-II, 22.1). Propiamente hablando, solo Dios y los ángeles, que no tienen cuerpos físicos, pueden experimentar afectos, como la ira, sin algún cambio corporal (Aquino, 1273/1981, I, 82.5 ad 1; I-II, 22.1 y 22.3; Siegel, 2012, §AI-27). Aunque son distintos, los afectos intelectuales (voluntad, intención, elección) y los afectos sensoriales (pasiones) no están completamente desconectados. Aquino (1273/1981) señala que los afectos de la voluntad se desbordan frecuentemente en el apetito de los sentidos y excitan pasiones, como la alegría de la contemplación, que se desborda para aliviar la pena (I-II, 38.4 ad 3 y 77.6; Lombardo, 2011, pp. 89-93) o la alegría de comprender la pena bajo el contexto de un nuevo significado (Frankl, 1959).

Esta categoría más moderna de emoción es más amplia y difícil de definir que la pasión o el afecto en el pensamiento de Aquino. Dixon (2003) observa de forma pesimista que «una excesiva inclusión de la “emoción” ha hecho imposible la existencia de un consenso sobre lo que constituye una emoción» (p. 246). Esta dificultad para reducir el significado del término «emoción» se ha visto exacerbada por el hecho de que el interés por las emociones se ha extendido más allá de la religión, la filosofía y la psicología, para alcanzar otros campos como la neurociencia y el derecho.

A pesar de este desafío, la palabra emoción sigue siendo útil, en particular en este trabajo de integración (Damasio, 1994). Tal y como hemos mencionado, el término se utiliza en múltiples disciplinas y es lo suficientemente amplio como para incluir la pasión y el afecto. Por tanto, todas las pasiones que Aristóteles o Aquino tratan en detalle serían ciertamente consideradas actualmente como emociones bajo cualquier definición del término. No obstante, a la luz de los trabajos de Dixon y dados los variados usos del término, es importante explicar la emoción debido a que la utilizaremos en el resto del presente capítulo.

Distinguimos la capacidad de emoción de la persona de los actos de emoción, así como de una disposición de esa capacidad. Mediante nuestra capacidad emocional, los seres humanos percibimos afectivamente el significado de la realidad, en diálogo con nuestras cogniciones sensoriales-perceptivas. Esto constituye el primer paso de la inteligencia general, con el apoyo de las emociones (las emociones implican un paso básico en el conocimiento del mundo exterior, por ejemplo, hacia el acercamiento o hacia la evitación). La comprensión y el razonamiento de una persona sobre la verdad están relacionados con las emociones. Por ejemplo, la verdad sobre el concepto de bueno o malo se encuentra ya desde la infancia temprana, en la formación de la representación interna de la buena y la mala madre, es decir, cuando la madre es vista como toda buena y amorosa o toda mala y cruel. Nuestras emociones afectan asimismo a nuestra capacidad de expresar bondad hacia los demás. Existen muchas emociones, como el miedo, la audacia y el deseo, que tienen influencias sociales y espirituales. La capacidad de emoción es en sí misma inherentemente buena. Una emoción constituye una respuesta afectiva corporal personal a la realidad. A través de la emoción, las personas se conmueven por los valores y la inteligibilidad que experimentan. Este movimiento emocional queda influenciado por juicios racionales, así como por fuerzas sociales y por la gracia divina. Las expresiones particulares de las emociones son buenas, neutras, o malas. Con el tiempo y a través de actos emocionales repetidos, las capacidades emocionales de la persona adquieren disposiciones buenas o malas, lo que influye a su vez en sus respuestas emocionales futuras.

Esta definición reconoce que las emociones implican movimiento (Wojtyła, 1979, p. 224). Dependiendo de si el estímulo se percibe como atractivo o repulsivo, las emociones «evocan movimiento» (Siegel, 2012, §AI-27). Preparan a la persona para dirigirse libremente hacia un valor percibido, o alejarse de él (Wojtyła, 1979, p. 251; véase también, Frijda, 1986, p. 71). Por ejemplo, cuando una persona experimenta asco, se aparta del objeto del asco o busca su eliminación (Scarantino, 2016, p. 22). Esta definición también reconoce que las emociones (o capacidades afectivas sensoriales) interactúan con la cognición sensorial-perceptiva de la persona, así como con su razón y voluntad y con sus capacidades interpersonales, tal y como puede apreciarse en la tabla 14.1. (Siegel, 2012, §AI-27; Miner, 2009, pp. 65-82). No obstante, es necesario tener en cuenta que numerosas emociones se experimentan de forma inconsciente. Frecuentemente, la psicoterapia trata de hacer que la persona sea consciente de sus emociones irracionales.

¿EN QUÉ SE DIFERENCIA EL RELATO DEL META-MODELO SOBRE EL PAPEL DE LAS EMOCIONES EN LA VIDA MORAL DE LOS ENFOQUES REDUCCIONISTAS?

Lamentablemente, hasta el recientemente renovado interés en la ética de la virtud, el tratamiento de las emociones por parte de Aquino —poder participar en la razón, así como el marco teológico y filosófico en el que se situaron— ha sido en gran medida ignorado por los filósofos, en particular por aquellos fuera de la tradición moral católica (según lo descrito por MacIntyre, 2007). Por ejemplo, Chandra Sripada y Stephen Stitch (2004) sostienen que «desde la época de Platón hasta los últimos decenios del siglo XX, la opinión dominante era que las emociones son muy distintas de los procesos de pensamiento racional y de toma de decisiones, y frecuentemente constituyen un importante impedimento para esos procesos» (p. 133). Robert Solomon (1993), en su obra The Passions: Emotions and the Meaning of Life hace afirmaciones similares (p. 10). Estos últimos filósofos también están en desacuerdo con la neurociencia contemporánea (Damasio, 1994; LeDoux, 1998).

En parte, estas omisiones se deben a la amplia influencia de los filósofos de la Ilustración, que ofrecieron dos puntos de vista radicalmente diferentes sobre la importancia de las emociones. Sus posiciones contrastaban fuertemente con la visión de Aquino (Gondreau, 2013, pp. 175-182). Desconfiando de las emociones y buscando aislar la razón de su influencia, Descartes y Kant defienden diferentes formas de racionalismo emocional (Barad, 1991). Para Descartes (1649/1989), las emociones solo perturban la tranquilidad del alma, y para Kant (1797/1996), interfieren con la capacidad de la persona para cumplir con su deber moral. Para estos filósofos, las emociones tienen poco papel positivo en la vida moral (Sherman, 1997). Hobbes (1651/1994) y Hume (1740/2000), por el contrario, elevan las emociones por encima de la razón y sostienen que la razón debe ser esclava de las emociones. Según Hobbes y el emotivismo de Hume, las emociones nos sirven como fuente de juicios morales y como motivación para actuar (Barad, 1991).

TABLA 14.2. Estructura de las capacidades humanas, de acuerdo con las premisas filosóficas del MMCCP


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El análisis de las emociones del Meta-Modelo difiere significativamente de los puntos de vista de estos filósofos de la Ilustración y también se distingue de otros enfoques de las emociones que se encuentran en las ciencias biopsicosociales. Dentro de estas ciencias existen al menos seis tradiciones teóricas sobre la emoción: neodarwiniana, jamesiana, cognitiva, socioconstructivista, desarrollista y neurocientífica (Evans y Cruse, 2004). Además de exhibir diferentes premisas sobre los enfoques de las emociones y la realización humana, estas perspectivas valoran las emociones de maneras muy diferentes: Ya sea como el bien más elevado (epicureismo y hedonismo), como irracional (Platón, Hegel, Ellis), como sospechosa (Budismo, Freud, Kant), como el centro de la piedad —sentir la completa dependencia de lo divino (Schleiermacher)—, como guía fiable (Rogers, Hume), o como capacidades básicamente buenas que necesitan ser entrenadas (Aquino, Agustín, Seligman). En algunos puntos estas perspectivas se cruzan o complementan con la comprensión de las emociones del Meta-Modelo, pero en otros puntos divergen de él considerablemente. Por ejemplo, al igual que la teoría socioconstructivista de las emociones, reconoceríamos que las capacidades emocionales de una persona quedan moldeadas por las experiencias familiares y la cultura (Teske, 2003, p. 195). Pero, siguiendo a Evans (2001) y Ekman (1992), rechazamos la afirmación socioconstructivista más radical de que nuestras experiencias emocionales están casi completamente dictadas por la cultura.

RELACIÓN ENTRE LA EMOCIÓN Y LAS INFLUENCIAS ASCENDENTES (DE ABAJO ARRIBA)

Las emociones en la antropología de Aquino se dividen en dos grandes categorías: emociones de deseo y emociones de iniciativa (Aquino, 1273/1981, I, 81.2; Ashley, 2013, pp. 174-175). La capacidad emocional del deseo (concupiscible) busca lo que es placentero y evita lo que es dañino. La capacidad de iniciativa (irascible) se refiere a la superación de obstáculos para conseguir los bienes que una persona desea, así como evitar las cosas perjudiciales. De esta forma, las emociones del deseo son el amor y el odio, la atracción y la aversión, y la alegría y la tristeza. Estas emociones son provocadas ante la presencia o ausencia de un bien. Las cinco emociones de iniciativa son la esperanza y la desesperación, el miedo y la audacia, y la ira (Aquino, 1273/1981, I-II, 23.4). Estas emociones nos permiten tomar la iniciativa para lograr un bien difícil o esperar pacientemente el momento prudente para actuar, pero también pueden hacer que nos apartemos de un bien difícil, como en el caso del miedo o la desesperación paralizantes. Es importante señalar, como indica Robert Miner (2009), que una capacidad afectiva sensorial es una capacidad pasiva que requiere «algo más para activarla» (p. 69). ¿Qué es lo que activa estas capacidades?

Las emociones pueden ser provocadas por estímulos sensoriales y percepciones de orden superior, especialmente por la capacidad evaluativa (evaluaciones prerracionales o subconscientes), ascendentes (de abajo hacia arriba), como fenómenos emergentes derivados de la cognición sensorial-perceptiva, que influye en las capacidades afectivas sensoriales. La imaginación, que con frecuencia trabaja con la información proporcionada por los sentidos primarios y otras percepciones de orden superior, puede activar las emociones (Aquino, 1273/1981, I, 81.3 ad 2; I-II, 9.1 ad 2; Fritz-Cates, 2009; Miner, 2009, pp. 65 a 69). (Si desea más información sobre una visión general de todas las capacidades perceptivas de orden superior, incluida la imaginación, consulte el capítulo 13, «Sensorial-perceptiva-cognitiva»). Esta activación de las emociones también puede ocurrir desde el momento en que se produce la aprehensión sensorial, sin ningún razonamiento ni ejercicio de pensamiento discursivo (Aquino, 1273/1981, I, 81.3 ad 2; Aquino, 1272/1993, VII.6, §1388, §1393). Por ejemplo, una persona a la que le encanten los filetes puede oler la combustión del carbón, recordar el último que comió, imaginar otro e inmediatamente experimentar el deseo de encontrar y asar otro más (Miner, 2009, p. 68).

La capacidad sensorial afectiva también puede ser movida por la capacidad de evaluación (Aquino 1273/1981, I, 81.3; Loughlin, 2001, p. 46). Para ilustrar este punto, Miner (2009) nos ofrece el siguiente ejemplo (pp. 79 a 81): imaginemos que un niño pequeño se quemase colocando su mano en una estufa caliente, y al mes siguiente se quemase de nuevo con una calentador de queroseno. Unos meses más tarde, se encuentra de pie ante una hoguera y experimentará miedo y decidirá no tocarla, aunque no tenga experiencia ni de ver ni de estar cerca de una hoguera. Toma esta decisión y experimenta un sano temor debido a su capacidad de evaluación, soportada por su memoria sensorial, lo que le permite juzgar que la fogata es caliente y peligrosa. Debemos observar que la emoción, en sí misma, no surge en este caso como un instinto. Más bien, se suscita sobre una base de experiencias individuales pasadas, basadas en la memoria, así como en la imaginación y la capacidad de evaluación, así como de experiencias que especifican y dirigen aún más su inclinación natural a evitar el dolor (Ashley, DeBlois y O’Rourke, 2006, p. 147).