Kitabı oku: «Un Meta-Modelo Cristiano católico de la persona - Volumen II», sayfa 9
OBJETOS DE CONOCIMIENTO
Los seres humanos disponen de un conocimiento limitado sobre las cosas, así como formas limitadas de conocerlas. Llegamos a recibir el conocimiento bajo nuestro modo humano de ser y saber (Aquino, 1259/1994b). No obstante, podemos llegar a conocer numerosas cosas con precisión, lo que frecuentemente requiere no solo el esfuerzo y la reflexión, sino, a la vez, herramientas para obtener algunos tipos de conocimiento. Por ejemplo, la velocidad de una partícula (si no su posición a la vez) puede ser conocida (principio de Heisenberg). El proceso normal de desarrollo de un cigoto humano puede ser conocido. Y se pueden conocer los estilos de apego de la madre y el hijo. No obstante, todos estos diferentes tipos de conocimiento incorporan características diferentes y algunas limitaciones.
Para obtener el conocimiento de los objetos se requieren diferentes preguntas y métodos de estudio. Asimismo, es necesario reconocer que lo que queremos saber (nuestras preguntas) determina cómo llegamos a conocer el objeto de conocimiento (métodos). Un método que no sea adecuado para un objeto revelará, en el mejor de los casos, solo una parte de su ser o de sus cualidades. Cuanto más compleja sea una cosa, más complejos serán los métodos de estudio. Por ejemplo, el nivel de complejidad va aumentando progresivamente, desde el estudio de los minerales (química) al estudio de los gatos (anatomía, biología, zoología) hasta el estudio de las personas (neurología, medicina, psicología, sociología), su agencia moral y su fin último (antropología filosófica y teológica, ética y teología moral).
El conocimiento de un ser humano en particular está formado por la cosa real como objeto de estudio, dependiendo de la forma en que el objeto, incluidas las personas, se revele a sí mismo, y de los métodos e instrumentos disponibles que permiten ayudar en el proceso (Sokolowski, 2000).
El conocimiento humano, en términos globales, puede identificarse como un conocimiento de los sentidos y de las cogniciones perceptivas de orden superior (capacidad sintética, memoria, imaginación, capacidad de evaluación), conocimiento intelectual (intuición y razón) y conocimiento científico (que se distingue según el enfoque del método científico sobre los objetos). Estos tipos de conocimiento pueden ser conscientes o no conscientes, como en los casos en que los recuerdos reprimidos producen ciertas psicopatologías, o cuando se experimentan traumas graves antes de que los recuerdos puedan ser codificados a través del lenguaje (es decir, antes de los cuatro años) (Schore, 2002). El conocimiento humano implica, además, no solo la diada conocimiento-ignorancia, sino también matices que distinguen las creencias, opiniones y dudas (véase tabla 15.1.).
¿QUÉ TIPOS DE CONOCIMIENTO AYUDAN A LA REALIZACIÓN
Y EL FLORECIMIENTO HUMANOS?
El conocimiento necesario para la realización humana es más moral, más personal, y comúnmente más simple y disponible, que el conocimiento que los especialistas manifiestan. Los expertos y especialistas buscan expresiones refinadas de conocimientos estéticos, filosóficos, científicos y espirituales. Contribuyen a una mayor comprensión de la humanidad y el cosmos (Ashley, 2006; Maritain, 1932/1959). No obstante, no todas las personas son expertas en un campo de conocimiento concreto, y mucho menos en todos ellos. Lo que los humanos necesitan para comenzar su realización en la vida cotidiana es más humilde que eso. Podemos realizarnos incluso en medio de tipos de ignorancia y olvido. Asimismo, la enorme cantidad de información disponible que puede desviar nuestra atención de las prioridades de la vida nos lleva a reconocer que incluso existen ventajas en cierta ignorancia (ignorancia, por ejemplo, de la vida personal de las celebridades) o en no saberlo todo a la vez. Incluso aunque no seamos capaces de describir su búsqueda, todas las personas buscamos una comprensión general de qué es ser una persona (naturaleza y realización humanas) y también buscamos aquello a lo que estamos llamados para dedicar nuestras vidas (vocaciones). Por ejemplo, para alcanzar la realización debemos comprender nuestras vocaciones y conocimientos básicos necesarios para vivirlas correctamente. Esta búsqueda implica un autoconocimiento personal, así como un conocimiento de los demás, pero, a la vez, requiere establecer relaciones interpersonales con los individuos (especialmente con los miembros de la familia, con amigos, colegas de trabajo, etc.) y con Dios (en quien mucha gente cree explícitamente). No obstante, sin el conocimiento de la vocación personal, y también interpersonal y definitiva, los humanos nos sentimos perdidos en el hilo de la historia y de nuestra propia historia. Además, los seres humanos buscan el conocimiento práctico de cómo avanzar en sus vocaciones particulares en niveles cotidianos (por ejemplo, como esposo o esposa, como padre o madre, como profesional de la salud mental, o como alguien necesitado de terapia), así como a niveles últimos (por ejemplo, a través de la bondad, la justicia y la santidad en relación con Dios). Estos conocimientos prácticos, que permiten superar los procesos de languidecimiento y, a la vez, facilitar la realización, se comparten entre los miembros de las familias, entre los amigos, en las escuelas, en las comunidades religiosas y a través del trabajo de los profesionales de la salud mental.
¿PODEMOS CONOCER MÁS ALLÁ DE NUESTRA CONCIENCIA INMEDIATA?
Percibimos el mundo a través de diferentes fuentes, a lo largo del tiempo. El conocimiento sensorial de los demás y de nosotros mismos sirve como un elemento básico para tipos de conocimiento más complejos. El nivel consciente, que implica a diferentes tipos de cognición sensorial-perceptiva e intelectual de los que somos conscientes, constituye solo una fracción de nuestro conocimiento. Nuestro conocimiento consciente se sustenta en los instintos, las sensaciones, las percepciones de orden superior (como la imaginación, la memoria y las evaluaciones de orden inferior), así como en la intuición y la comprensión, el razonamiento teórico y los juicios prácticos sobre conceptos, personas y realidad. Por ejemplo, el conocimiento consciente del principio moral de protección de la vida está arraigado 1) en un conocimiento instintivo y biológico (de abajo arriba) de la bondad de las cosas existentes —que hemos experimentado a través de los sentidos y las percepciones de orden superior—; 2) en la comprensión espiritual, intuitiva e intelectual (de arriba abajo) de la bondad de las cosas existentes, como provenientes de una fuente última de bondad y vida.
Los términos «consciente» e «inconsciente» (incluyendo el preconsciente) se utilizan para comprender el conocimiento y experiencia humanos. La psicología se ha centrado en un desarrollo ascendente (de abajo arriba) del conocimiento y la consciencia. El Meta-Modelo Cristiano Católico de la Persona reconoce no solo un movimiento emergente (de abajo arriba), sino también un movimiento superveniente (descendente, o de arriba abajo) en el desarrollo del conocimiento y la consciencia. Las influencias supervenientes sobre la no consciencia y la consciencia constituyen los niveles intelectuales y espirituales humanos, incluyendo la gracia y la forma en que la gracia perfecciona la naturaleza (Aquino 1273/1981, I, 1.8 ad 2). La preconciencia del espíritu se refiere al conocimiento espiritual descendente, o superveniente, de los conceptos y el uso del intelecto, así como la presencia y el funcionamiento de la gracia divina (Maritain, 1953, p. 108).
El conocimiento personal se acumula y matiza a través de la experiencia, a medida que buscamos unir nuestro conocimiento sensorial-perceptivo con el conocimiento intelectual de nosotros mismos y de los demás. En parte, también se nutre de niveles no conscientes, que se originan tanto a nivel suprarracional (del preconsciente, relativo al área espiritual) como a nivel subracional (del no consciente, relativo al dominio automático e instintivo). Las cogniciones sensoriales-perceptivas humanas (tales tomo la memoria, la imaginación, la evaluación) y el intelecto están unidos dentro del alma humana. A través de ellas accedemos a las intuiciones sobre la verdad de la realidad, y son con las que, mediante el razonamiento, organizamos el conocimiento de los sentidos externos, la imaginación interna, así como los conceptos y las ideas.
Así, el conocimiento consciente depende de fuentes que no son del todo conscientes, al menos inicialmente, y necesitan reflexión, retrospección y la ayuda de otras personas. Nos hacemos conscientes de nuestras percepciones y evaluaciones no conscientes (o preconscientes) basadas en efectos no solo a través de nuestra consciencia básica (capacidad de síntesis) sino también mediante la ayuda de otros y bajo patrones de cognición ascendentes (de abajo arriba) y descendentes (de arriba abajo).
En un movimiento ascendente, por ejemplo, se parte de la realidad que se encuentra y de la percepción sensorial de la misma. Por ejemplo: experimentamos una lesión, sufrimos el dolor físico, percibimos el peligro mediante una evaluación subracional, no consciente, de la situación, sentimos repulsión o miedo, centramos nuestra atención en el origen del dolor y el peligro, tomamos consciencia de la lesión, del peligro y del rechazo, y empezamos a pensar en las medidas adecuadas para evitar en el futuro más lesiones a uno mismo o a los demás, incluidas ideas para conseguir un refugio seguro, o la ayuda necesaria para conseguir atención médica y seguridad.
En otra dirección, en un movimiento descendente, de arriba hacia abajo, de deliberación y elección racional, mientras intentamos mantener la cabeza clara y fría, primero tenemos una intuición sobre la necesidad de preservar nuestra vida (seguridad y salud) y luego la deseamos. Reconocemos que existe alguna posibilidad de alcanzar la seguridad y luego nos proponemos buscarla. Deliberamos sobre las formas de proteger nuestra vida y luego las consentimos. Decidimos sobre los medios particulares para conseguir seguridad y luego elegimos uno. Finalmente, ejecutamos el plan real negociando, huyendo, atacando, etc. (Aquino, 1273/1981, I-II, 11-17; Clayton y Davies, 2006; Murphy, 2006).
Asimismo, influimos en nuestros hábitos cognitivos y afectivos no conscientes (como nuestras emociones y conductas) de forma descendente. Por ejemplo, nuestras distorsiones cognitivas, o esquemas disfuncionales u otros trastornos cognitivos, pueden producirnos emociones disfóricas; no obstante, podemos utilizar nuestros pensamientos racionales, con la ayuda de terapias cognitivas, para calmar y ayudar a corregir esa distorsión (Beck, 1979; Ellis y Ellis, 2011). Asimismo, nuestras actividades conscientes también pueden convertirse en patrones de pensamiento, no conscientes o adquiridos. Intencionalmente damos forma a nuestras disposiciones cognitivas y racionales. Por ejemplo, podemos formar disposiciones cognitivas para resistir la ansiedad, basadas en una formación mediante guiones cognitivos y habilidades de autorrelajación, así como mediante la concentración de nuestra atención en un objeto que no nos produzca ansiedad, pánico o ira.
¿DE QUÉ MANERA EL CONOCIMIENTO CONSCIENTE IMPLICA OTROS TIPOS DE CONOCIMIENTO?
Existen dos tipos de conocimiento no consciente (incluido el preconsciente), a dos niveles diferentes —de abajo arriba (emergente) y de arriba abajo (superveniente)— que influyen en la consciencia, como ya hemos mencionado. En primer lugar, interviene la inteligencia humana de forma ascendente, que también involucra tipos automáticos instintivos y habituados, de conocimiento no consciente. Este conocimiento subracional influye en la cognición sensorial-perceptiva, en las emociones y en los juicios racionales de los humanos (Ashley, 2013; Kahneman, 2011; Maritain, 1959). Las influencias y el conocimiento inconsciente pueden tomar sus raíces en experiencias de la juventud o en traumas vividos. Aunque no se reconozcan, pueden influir en nuestras vidas cognitivas y afectivas. Las fuentes de conocimiento no conscientes incluyen no solo el instinto básico, sino también la capacidad de evaluar rápidamente las características atractivas o repulsivas de una cosa o una persona. Este juicio es posible gracias a nuestra capacidad de evaluación (Aquino, 1273/1981, I, 78.4; Ashley, 2013; Tellkamp, 2012; véase también el capítulo 13, «Sensorial-perceptiva-cognitiva»). Tal evaluación puede informar a la inteligencia sobre nuestras emociones, de la misma forma que nuestras posteriores reflexiones racionales nos informarán sobre la persona o la cosa. A esto se le ha llamado inteligencia emocional e inteligencia social (Damasio, 2010; Goleman, 1995, 2006). No obstante, tal y como veremos a continuación, existen más potencialidades en la inteligencia humana completa salvo si reducimos la mente a una simple creación del cerebro o a un epifenómeno de abajo arriba (Davies, 2006; Murphy, 1998; Pinker, 2009; Życiński, 2006).
En segundo lugar: queda asumido que existen varios niveles de estructura y actividad descendentes. Asimismo, existen influencias no conscientes, o preconscientes, que se manifiestan a través de las capacidades y actividades intelectuales humanas. También existen influencias preconscientes y suprarracionales, que son el resultado de la gracia y de los dones del Espíritu Santo. Estas influencias divinas son preconscientes, en el sentido de que son ontológicamente anteriores, o superiores, a la consciencia (Agustín, 401/2007, VII.17). La preconciencia del Espíritu afecta a las capacidades intelectuales y espirituales de conocer y amar (Aquino, 1273/1981, I, 79.3 y 84.1; Aquino, 1268/1994a, §397; Ashley, 2006, p. 434). Tales influencias implican, por ejemplo, ser iluminados recibiendo el don de la comprensión (CIC, 2000,§1831) o estar inspirado para afirmar verdades que trascienden la capacidad del intelecto natural de la persona (Aristóteles, 1941c; Pinckaers, 2005, p. 387; Vaticano II, 1965a, §§7-11). Tales influencias descendentes solo pueden ser comprobadas indirectamente (Vaticano II, 1965b, §36).
La forma en que nuestro conocimiento consciente implica estos otros tipos de conocimiento se evidencia cuando las influencias espirituales alcanzan a nuestra afectividad. Experimentamos una interacción entre la emoción sentida, el amor voluntario y el afecto espiritual y religioso, que puede desbordarse en la emoción. De esta forma, podemos experimentar alegría espiritual, paz intelectual y dolor emocional a la vez. Por ejemplo, imaginemos una hija que ama a su padre, y que tiene fe en Dios y en la vida después de la muerte. Puede, en el momento de su muerte, sentir un verdadero dolor emocional por la pérdida de su padre, así como una alegría y paz espiritual bajo la esperanza de que Dios le conceda el descanso eterno y la bienaventuranza (véase el capítulo 19, «Redimida», el capítulo 14, «Emocional», y el capítulo 16, «Volitiva y libre»).
¿CÓMO ENTIENDE LA PSICOLOGÍA EL CRECIMIENTO Y DESARROLLO DE LAS PERSONAS?
La búsqueda del conocimiento sobre el yo puede ser entendida psicológicamente (mediante teorías de desarrollo), filosóficamente (a través de la metafísica, la epistemología y una ética basada en la ley natural) y teológicamente (mediante una exploración religiosa de la ley divina y la revelación).
Desde una perspectiva psicológica, existen diferentes enfoques para comprender el desarrollo del yo que incluyen la cognición, la familia y las influencias socioculturales, así como las implicaciones en la emoción y el comportamiento. Piaget (1929) centra la atención sobre el desarrollo cognitivo humano. Kohlberg (1981, 1984; Kohlberg, Boyd y Levine 1990) amplía la labor de Piaget centrándose en el desarrollo moral cognitivo, entendido especialmente como el juicio de la justicia. La influencia de Vygotsky (1962, 1978) contribuye a ampliar el estudio del desarrollo, para incluir una perspectiva sociocultural. Gilligan (1982) explora cómo el cuidado de otras personas es importante en la agencia moral, y cómo sin él no comprenderíamos el desarrollo moral en las mujeres (el cuidar de otras personas también es pertinente en el caso de los hombres, como veremos más adelante). Bowlby (1982, 1988) y sus estudiantes (Ainsworth, Blehar, Waters y Wall, 1978; Hazan y Shaver, 1987; Mikulincer y Phillip, 2007) reconocen la importancia de los estilos de apego en el aprendizaje, en la agencia, así como en las relaciones interpersonales a lo largo de toda la vida. Erikson (1979, 1994) y Hoffman (2001) contribuyen asimismo a una nueva noción de crecimiento, que implica no solo el desarrollo cognitivo, sino también el social y emocional. En particular, las etapas de desarrollo de Erikson implican etapas interpersonales, que van desde una etapa egocéntrica, pasando una etapa de latencia, hasta llegar a la verdadera relacionalidad. Gardner (2006), asimismo, trata de ampliar la noción de inteligencia y cognición a la de «inteligencias múltiples», incluidas las aptitudes a nivel musical, visual, lingüístico, lógico-matemático, corporal, interpersonal, intrapersonal, naturalista y existencial (pp. 8 a 21). De forma más reciente, la psicología positiva introduce un esbozo de la realización psicológica humana en términos de virtudes y fortalezas de carácter (Peterson y Seligman, 2004; López y Snyder, 2009).
Las diferentes formas psicológicas para llegar al autoconocimiento implican diferentes aspectos de la experiencia, como la lectura literaria o la participación en conversaciones sobre uno mismo, ya sea con la familia o con amigos. La psicoterapia aporta en la actualidad una importante contribución, llevando a los clientes al autoconocimiento, al igual que las lecturas sobre psicología y sus hallazgos actuales, y las reflexiones sobre los éxitos y fracasos en la vida de uno mismo.
¿CÓMO CONOCEMOS A LA PERSONA DESDE LAS PERSPECTIVAS FILOSÓFICAS Y TEOLÓGICAS?
Desde los puntos de vista filosófico y teológico, la búsqueda del conocimiento de uno mismo puede clasificarse en cuatro dimensiones antropológicas, que permiten obtener una síntesis de nivel superior sobre el conocimiento de uno mismo y los demás, situando este conocimiento dentro de un contexto racional.
En primer lugar, los humanos se conocen a sí mismos a través del reconocimiento personal de su propia existencia, cogniciones y afectos. La máxima de Delfos es «conócete a ti mismo». Este es uno de los aforismos filosóficos más antiguos (Platón, ca. 370 a. C./2001, 229e). Expresa una sed de sabiduría comúnmente experimentada (Rom 12:2-3; Gál 6:3) que es más profunda que el conocimiento particular de la música y las artes, o de las ciencias y las matemáticas, o de la psicología y la sociología. Implica dimensiones personales, éticas y sapienciales.
En segundo lugar, el conocimiento de los demás nos conduce a una comprensión más profunda de uno mismo que la que podría obtener uno solo. La humanidad es social por naturaleza y por vocación. Aprendemos acerca de nosotros mismos a través de la comprensión de nuestro ser, masculino o femenino, a través de las interacciones con nuestras familias, y como respuesta a nuestras vocaciones básicas para la realización. No solo existe el conocimiento interpersonal, que llega a través de las primeras sonrisas y signos de afecto de la madre y la educación de los padres, sino también el conocimiento sistemático y científico de la persona en relación, a través de las ciencias sociales y la psicología (MacIntyre, 1999).
En tercer lugar, la experiencia de la realidad (el libro de la naturaleza o la creación) proporciona una base para el conocimiento intuitivo y el juicio metafísico sobre la existencia, la bondad, la verdad, las relaciones, la belleza y la fuente de todo ello, es decir, Dios (Rom 1:19-20; Aquino, 1273/1981; Maritain, 1959; Schmitz, 2009).
En cuarto lugar, la experiencia de la Revelación Divina (el libro de la Palabra de Dios) comunica una información más precisa sobre Dios y sobre las vocaciones humanas, la historia de la salvación, la ley moral natural y la ley divina (Lc 8:10; Juan Pablo II, 1998, §4, §9, §19; Vaticano II, 1965a). Este conocimiento de Dios conduce a una mayor comprensión, intra e interpersonal, especialmente en lo que respecta al carácter personal de la llamada a la realización final (2 Pe 1:2-9).