Kitabı oku: «Emociones, argumentación y argumentos»

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editada

en el Perú

por Palestra Editores


Cultura Pachacamac (siglos XV y XVI)

EMOCIONES, ARGUMENTACIÓN

Y ARGUMENTOS


EMOCIONES, ARGUMENTACIÓN Y ARGUMENTOS.

Cristián Santibáñez (editor)

Primera edición Digital, noviembre 2020

© Cristián Santibáñez

© 2020: Palestra Editores S.A.C.

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Diagramación y Digitalización:

Gabriela Zabarburú Gamarra

ISBN: 9786123251451

ISBN Digital: 9786123251512

Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, bajo ninguna forma o medio, electrónico o impreso, incluyendo fotocopiado, grabado o almacenado en algún sistema informático, sin el consentimiento por escrito de los titulares del Copyright.

Contenido

INTRODUCCIÓN

ARGUMENTAR CON EMOCIONES

Compromisos y dialéctica

Cristián Santibáñez

1. Introducción

2. De la contradicción social a la contradicción intrapsíquica: el desarrollo de la emoción

3. ¿Y qué nos dice la teoría de la argumentación?

4. Actos de habla emotivos: dialéctica y compromisos

5. Observaciones finales

Bibliografía

LAS MOTIVACIONES EN LA ARGUMENTACIÓN

José Ángel Gascón

1. Introducción

2. Emociones y racionalidad

3. Sesgos cognitivos

4. Motivaciones para argumentar

5. Conclusiones

Bibliografía

EMOCIÓN EN LOS ARGUMENTOS

Usos y expectativas

Michael A. Gilbert

1. El hacer

2. El uso

3. La transparencia

Bibliografía

POLARIZACIÓN POLÍTICA

Estado de la cuestión y orientaciones para el análisis

Pedro Jesús Pérez Zafrilla

1. Introducción

2. Orígenes de la polarización en la élite política

3. Modelos de polarización

4. La polarización ideológica

5. La polarización afectiva

6. La polarización como una impresión inducida, no realL

7. Orientaciones para el análisis

8. Conclusión

Bibliografía

LAS EMOCIONES EN EL DISCURSO DE LAS PÁGINAS WEB DE GESTACIÓN SUBROGADA

Francesca De Cesare

1. Introducción

2. ¿Qué definición emplear?

3. Objetivos y metodología

4. Un tema delicado

5. Las agencias del deseo-márketing

6. Las emociones en las imágenes

7. Las emociones en el componente lingüístico

8. Conclusiones

Bibliografía

CONTEXTOS DISCURSIVOS DE LA ARGUMENTACIÓN EMOTIVA

Catalina Fuentes Rodríguez

1. Introducción

2. Emoción y estructura argumentativa

3. Legitimación de la emoción. El fundamento de la argumentación

4. Emoción y tipo discursivo

5. Creación de nuevos calificadores

6. Conclusión

Bibliografía

EMOCIÓN E INTERACCIÓN SOCIOCOGNITIVA ARGUMENTAL

Dos estudios empíricos ilustrativos

Nadia Peralta Mariano Castellaro Juan Curcio Germán Fariz

1. Introducción

2. Estudios

3. Discusión

Bibliografía

ENMARCADO Y EDICIÓN DE ARGUMENTOS INTERPERSONALES

Dale Hample Ben Warner Dorian Young

1. Introducción

2. Conexiones y predicciones específicas

3. Método

4. Resultados

5. Discusión

Bibliografía

SOBRE LOS AUTORES

Introducción

¿Por qué ha persistido está división entre razón y emociones por tanto tiempo? ¿Por qué aún está en los libros escolares? ¿Por qué intuimos que hay una separación? ¿A quién le conviene?

El mundo avanza en muchas direcciones, pero aún hay hábitos atávicos relativos a relegar los sentimientos a un plano secundario y problemático cuando se habla de negocios, política o razonamiento. Este libro que hemos construido no puede dar respuesta cabal a las preguntas planteadas, pero sí ofrece un acercamiento pausado para observar cómo las emociones juegan un papel clave en distintas dimensiones. Y esto no puede ser de otra forma, ya que nuestra disposición básica hacia los demás y las cosas está constituida emocionalmente en tales distintas dimensiones.

El área principal que esta compilación de trabajos cubre es la argumentación, ya como objeto abstracto, ya como práctica y manifestación empírica. Y como la argumentación es una subcompetencia comunicativa que se despliega en muchas esferas de la vida colectiva, las y los autores han analizado y ejemplificado el rol de las emociones en el discurso político, la publicidad médica, el problema de la polarización política, la interacción entre pares; pero también se entrega reflexiones sobre la argumentación relativas al vínculo con las motivaciones, los compromisos dialécticos involucrados en un diálogo crítico en el que ellas aparecen.

Por suerte, cada uno de las y los autores ofrece un buen resumen de su trabajo al inicio de cada capítulo, de modo que aquí no se requiere repetir y aburrir al lector. Sí es necesario enfatizar que esta compilación es un material que intenta contribuir en la apertura de líneas de investigación no sólo en torno a las emociones y la argumentación, sino también en torno a la emoción y la política, la emoción y la publicidad, la emoción y los vínculos vitales. También el lector tendrá a la mano bibliografía clásica y actualizada en torno a las emociones, el razonamiento, la argumentación y, en particular, podrá cotejar, aunque sea de forma introductoria, la colisión entre formas de concebir y analizar la emoción en general, a partir de la cita al clásico ángulo de Ekman (1992; Ekman y Davidson, 1994) y la renovada perspectiva de Barrett (2018). O también, y en particular, las diferencias entre Gilbert y Plantin sobre cómo se debería considerar la emoción en la teoría de la argumentación.

Hemos añadido un Bonus Track, ofreciendo una traducción inédita de académicos que hace mucho tiempo han estado ocupados en analizar lo que la gente común y corriente piensa de las emociones, cómo ellas intervienen en sus interacciones cotidianas.

Se debe hacer notar que las y los autores de esta compilación están convencidos de que la emoción no solo ha sido tratada negligentemente en el ámbito de los estudios de la argumentación, sino que su estudio más acucioso generará una visión, finalmente, completa, equilibrada y transparente de lo que nos hace distintivamente humanos.

Cristián Santibáñez

Universidad Católica de la Santísima de Concepción

Concepción, Chile

Septiembre, 2020

BIBLIOGRAFÍA

Barrett, L. F. (2018). How emotions are made. The secret Life of the Brain. Pan Books.

Ekman, P., 1992. An argument for basic emotions. Cognition and emotion, 6(3-4), 169-200.

Ekman, P. y Davidson, R. (1994). The nature of emotion: fundamental questions. Oxford University Press.

Argumentar con emociones

Compromisos y dialéctica

Cristián Santibáñez

Una emoción aguda y elegíaca por las cosas que no han sido, buenas y malas, grandes y pequeñas, invade los paisajes de mis ojos casi ocultos por unas gafas de luz violeta. Una emoción amarga que me hace caminar hacia este jardín que se estremece en las altísimas llanuras del aire.

Federico García Lorca

Loca loca loca...

te volviste loca y disparaste frente a mi

qué te habías enamorado

hace unos años sin decirme nada

Entonces la emoción confirma el sentimiento.

Chico Trujillo

1. INTRODUCCIÓN

Fíjese Ud., aun me embarga, para no decir que me deja perplejo, la prosa citada de Federico García Lorca. ¿No le sucede lo mismo? Ya como asunto fenomenológico, esto es, que algo no fácilmente descriptible nos pasa con lo que el escritor dice, o por la mención cuando Federico García Lorca hace explícita referencia a ella: la emoción. Por su parte, la cumbia de Chico Trujillo apunta a una intuición que tenemos todos, a saber, que en la familia de conceptos asociados hay una escala cualitativa que distingue que algo es una emoción, y otra cosa distinta es un sentimiento.

Quizás desde que Darwin ([1872] 2014) describiera observacional, y para algunos por primera vez de forma sistemática, las emociones, y que luego James (1884, [1890] 2007) se acercara de forma más científica (aun cuando todavía altamente especulativa), los estudios han ido en un aumento exponencial. No obstante, la psicología cognitiva y social del último siglo ha entregado respuestas robustas a preguntas específicas sobre las emociones reuniendo conclusiones de investigaciones empíricas, cuasiexperimentales, experimentales, neurofisiológicas, etc. Las preguntas, solo por nombrar algunas, que se han respondido dicen relación con: ¿qué son las emociones, y cómo se diferencian de otros fenómenos parientes y conectados — sentimientos, afectos, sensaciones, etc.?; ¿hay emociones universales?, ¿las emociones tienen características heredables?, y, en fin, ¿las emociones se padecen o se construyen? Frente a estas preguntas, probablemente el acercamiento más fecundo actualmente es el desarrollado por Barrett (2018), a quien se retomará en las conclusiones.

Este trabajo, no obstante, no intenta aportar en las líneas de investigación que tales importantes preguntas proyectan, sino circunscribir la naturaleza y función de las emociones desde un punto de vista lingüístico y filosófico en el contexto de un diálogo argumentativo. En otras palabras, se busca aportar en torno a qué es una expresión de emoción usada en turnos de habla en una controversia. Para repetirlo con otras palabras, aquí nos interesa la emoción verbalizada en el contexto del conflicto de opiniones.

Para generar una respuesta tentativa al desafío planteado, en la primera sección se entrega una lectura social de las emociones que permite entender cómo la contradicción social va modelando, vía experiencia, una contradicción psíquica para concebir un conjunto de emociones ligadas a la manifestación de problemas. Este primer acercamiento solo intenta ofrecer características psico-sociales elementales para entender, a veces indirectamente, el carácter compromisorio del tipo de acto de habla que es una expresión de emoción en un contexto controversial.

En la segunda sección, que es la más extensa, se discute primero el tratamiento habitual de las emociones en la teoría de la argumentación, comenzando por algunos apuntes de la retórica clásica y terminando con ciertos aportes de algunos autores importantes de la teoría de la argumentación; luego se pasa revista a la teoría de los actos de habla estándar (particularmente la propuesta de Searle) relativa a las expresiones emocionales, para pasar a la descripción de la noción de acto de habla complejo de la argumentación dentro del que se insertan, sin mayor análisis, las expresiones emocionales (particularmente tomando en cuenta la teoría pragma-dialéctica).

En la tercera sección se discute la explicación que ofrece Hamblin. Esta aproximación ha pasado, si no nos equivocamos, desapercibida en la literatura de la teoría de la argumentación, y bajo nuestra perspectiva es la que mayor rendimiento tiene. De hecho, este artículo viene a converger sustancialmente con esta posición. Dicho de otro modo, este trabajo intenta extender y defender que esta aproximación es muy promisoria.

En la sección que se denomina observaciones finales, se retoman algunos alcances de lo que ha reflexionado Barrett (2018) y Kirsch (2020), siguiendo la dirección de la teoría granulada de las emociones y la idea de auto interpretación que ambas autoras han promovido respectivamente, para apreciar qué de ello es fructífero para la teoría de la argumentación. Esta sección final es altamente especulativa, y se ofrece en ella algunas ideas para responder interrogantes que las secciones anteriores arrojan. Estas interrogantes dicen relación con: 1) el tipo de acto de habla que es la emoción, 2) el tipo de normatividad asociada, y 3) el tipo de cambio de actitud que provoca. Se responde tentativamente utilizando la noción de perfiles de diálogos existente en la literatura de la teoría de la argumentación.

No está demás señalar que este trabajo no puede considerarse como una respuesta definitiva, ni siquiera sistemática, respecto de la naturaleza y función de las expresiones emocionales en un diálogo argumentativo; simplemente las emociones, y su comunicación lingüística, están cruzadas por las experiencias y relaciones grupales que cada sujeto pone en juego cada vez que defiende o ataca una posición. De hecho, y como la literatura contemporánea majaderamente apunta, a menos que nos atengamos a una definición muy folk de emoción, el concepto se resiste a todo tipo de entendimiento como un tipo natural, ya que la emoción se expresa a veces como una ocurrencia (como el pánico), a veces es una disposición (como la hostilidad), otras veces es un proceso cognitivo primitivo (como el miedo a las culebras)1. Para tranquilizar al lector, se entenderá la emoción, en principio, así como se conceptualiza por la Enciclopedia Stanford:

A widely shared insight is that emotions have components, and that such components are jointly instantiated in prototypical episodes of emotions. Consider an episode of intense fear due to the sudden appearance of a grizzly bear on your path while hiking. At first blush, we can distinguish in the complex event that is fear an evaluative component (e.g., appraising the bear as dangerous), a physiological component (e.g., increased heart rate and blood pressure), a phenomenological component (e.g., an unpleasant feeling), an expressive component (e.g., upper eyelids raised, jaw dropped open, lips stretched horizontally), a behavioral component (e.g., a tendency to flee), and a mental component (e.g., focusing attention).

2. DE LA CONTRADICCIÓN SOCIAL A LA CONTRADICCIÓN INTRAPSÍQUICA: EL DESARROLLO DE LA EMOCIÓN

De la definición general que la enciclopedia entrega, partamos por considerar que la emoción se instancia en episodios. La pregunta específica en relación con lo anterior que nos interesa responder en esta sección es ¿qué gatilla esos episodios? La respuesta que se escoge proviene de una visión sociocultural y del desarrollo. Nótese que este aire explicativo encajará bien en el contexto muchas veces tenso de un intercambio argumentativo.

Siguiendo la teoría de las emociones de Vygotsky, algunos autores (Muller, 2017; Veresov, 2017) apuntan con precisión que los estados emocionales se experimentan primariamente de forma colectiva, esto es, como un desarrollo psicológico determinado por nuestros contactos con los demás. En nomenclatura algo técnica, nuestro desarrollo psicológico emocional es, en nuestros primeros años de vida, interpsíquico, y luego con el transcurso del tiempo tenemos cierta consciencia intrapsíquica de nuestras emociones o, mejor dicho, de nuestras experiencias emocionales. El énfasis en este acercamiento es que, siendo niños, el entorno se refracta en nuestra experiencia emocional. En tanto función mental, la emoción es más bien resultado de un desarrollo social.

Con cierto alcance anecdótico, pero que resulta del todo coherente en cómo de hecho escribimos nuestros avances reflexivos, Veresov (2017, p. 241) indica que Vygotski estaba influenciado por el lenguaje artístico ruso de comienzos del siglo XX, particularmente teatral, que concebía la experiencia estética como un conflicto dramático. Tomando prestado de este contexto léxico algunos conceptos, la aproximación sociocultural a las emociones enfatiza que la experiencia emocional, en las relaciones sociales, genera un acontecimiento dramático, sobre todo cuando nace de un conflicto personal. Experimentar un drama social (esto es, un conflicto importante) deja una huella que la convierte en una categoría intrapsicológica individual.

Lo más importante, para nuestros propósitos, es que bajo este paraguas teórico el conflicto (psicológico) interno pone en marcha todas las funciones mentales superiores: la memoria (“he dicho algo con demasiada pasión”), las emociones (“Estoy avergonzado de este comportamiento ofensivo”), el pensamiento (“tengo que reflexionar al respecto y no repetir este comportamiento”), y la voluntad (“no tengo que volver a actuar así”). Como se observa del recorrido por las funciones a través del ejemplo entre los paréntesis, este cuadro no es en absoluto ajeno a algunos de los tipos de diálogos (Walton y Krabbe, 1995) argumentativos, que genera, en la dimensión psicológica, un cambio de actitud o comportamiento, y en la dimensión argumentativa, un cambio de posición, creencia o punto de vista. El hecho contradictorio social se repite en el modelamiento mental del conflicto, desagregándolo analíticamente en partes (las funciones mentales superiores) para disponer de un cambio conductual, reflexivo y emocional.

Ciertamente el dominio metafórico que proyecta la entrada drama puede sonar exagerado para efectos de entender todas las experiencias emocionales, lo que obliga a pensar el término en una gradiente de intensidad, tal como el género drama en el lenguaje teatral se compone, al menos, de comedias y tragedias. No se trata de que todo conflicto, contradicción, cause una experiencia emocional negativa, sino tan solo se trata aquí de recordar que genera una experiencia emocional importante que tiende a cubrir muchas interacciones de nuestras vidas en las que se rememora, automática o reflexiva, una huella que va acomodándose.

3. ¿Y QUÉ NOS DICE LA TEORÍA DE LA ARGUMENTACIÓN?

Lo recién discutido nos ayuda en dos sentidos: primero sitúa el cambio de las funciones mentales superiores en clave sociocultural, vale decir, determinadas por el colectivo; y, en segundo lugar, que ellas, o al menos las emociones y la capacidad reflexiva, requieren el conflicto para un cambio, una revisión. ¿No suena familiar esta explicación a los cultores de la teoría de la argumentación? Esta pregunta retórica solo es un indicio que muestra que entre la práctica argumentativa y el componente emocional hay una continuidad, digámoslo con cierto riesgo, genética, esto es, de origen. Esto último, sin duda, abona a la aproximación que Gilbert tiene de la argumentación. Para hacer justicia a, no obstante, parte de lo que se ha pensado en la teoría de la argumentación sobre las emociones, en esta subsección 2 se resumen solo algunos tratamientos de lo emocional en lo argumentativo.

3.1. Panorama habitual2

Entre los investigadores de la argumentación siempre ha habido consciencia de la importancia de la emoción cuando se argumenta. Cuando se revisan los índices analíticos de los libros, la entrada emoción muchas veces aparece. Pero, en general, esta consciencia de su importancia no ha traspasado algo que cabría de catalogar simplemente como un gesto de buenas maneras académica. No ha habido un tratamiento detallado, actualizado ni transdisciplinario para beneficio de la teoría de la argumentación. Descontadas ciertas excepciones, que a continuación discutimos, la dimensión está aún abierta a la suma de datos e ideas.

Comenzando por el peso de la tradición, discutiendo, o más bien aconsejando, sobre las causas respecto de las que un orador es digno de crédito, y por tanto muy susceptible de influenciar las decisiones de otros, Aristóteles en su Retórica (1378a) dedica una sugestiva mirada sobre las emociones: “Y es que los sentimientos de los que se derivan dolor y placer, como la ira, la piedad y otros por el estilo, así como sus contrarios, los que, con sus cambios, afectan las decisiones. Y es necesario distinguir en cada uno tres condiciones: en la ira, por ejemplo, en qué situación se encuentran los airados, contra quiénes acostumbran a encolerizarse y por qué motivos, pues si se diera una o dos de ellas, pero no todas, sería imposible provocar la ira. De modo similar ocurre con los demás sentimientos.”3 Un primer comentario, casi obligado, y en el que toda la literatura estándar de la argumentación repara, es que Aristóteles ve que las emociones son algo que está al servicio de la tarea del convencer, que un orador —hábil— puede hacer uso de ellas en su discurso, que las emociones vienen en grados, determinadas por el contexto, por las características y motivos de quienes las padecen y por quienes la usan. Como Walton (1997, p. 48) apuntó muy bien, Aristóteles no vio el uso de las emociones como un comportamiento necesariamente falaz que limitara el pensamiento crítico.

La discusión en torno al tratamiento de las emociones y/o pasiones (sentimientos, afectos) en Aristóteles es muy vasta y con las complicaciones de interpretaciones que los eruditos avanzan. Un estudio acabado y muy claro es el realizado por Luz Cárdenas (2011), quien trata precisamente el vínculo entre la dimensión retórica, las pasiones y la persuasión en Aristóteles. Por ejemplo, la autora, que dedica todo el capítulo 4 a las emociones, en relación con el vínculo entre opinión y emociones en Aristóteles, indica:

La indicación inicial de Aristóteles…, al comienzo del libro II sobre el efecto que producen las emociones sobre los juicios, no es suficiente para reconocer en la emoción un elemento cognoscitivo, esto solo aparece con el análisis que se hace de cada una de ellas, cuando se afirma que tienen objetos y motivos. Aristóteles no concibe las emociones como simples impulsos que empujan a un hombre a llevar a cabo una acción, por ejemplo, a un hombre cualquiera que está airado siempre se le puede preguntar si su ira es razonable. La idea de la cognición vinculada con la emoción ya estaba presente en los debates de la Academia de Platón, pero fue Aristóteles quien determinó que la cognición es causa eficiente y esencial de la emoción; esto se comprueba cuando se observa la manera en que define cada emoción individual. Esto constituye un valioso aporte para la psicología filosófica, para la teoría retórica y para la ética, pues las respuestas emocionales pueden ser, así, acciones inteligentes y razonables. Cuando un orador demuestra que el peligro es inminente, despierta el miedo en la audiencia, lo que lo conduce a concebirlo como una amenaza y, en consecuencia, en pensar en su propia seguridad, de esta manera lo hace deliberar. Estos son argumentos razonados, no simples encantamientos… es así que, como para Aristóteles, el hombre virtuoso es quien está bien dispuesto a una respuesta emocional. (Cárdenas, 2011, p. 121).

Cárdenas no es solo clara y elocuente en su análisis de la obra de Aristóteles, sino además muy contemporánea y nos permite ver que tempranamente se concebía el vínculo indisoluble entre emoción y cognición, tal como lo recoge, por ejemplo, Gilbert.4

Con la venia del lector que aceptará este salto temporal abrupto, pareciera ser que las emociones han sido tratadas en la tradición retórica, o en varios de sus autores prominentes (incluyendo a Cicerón, Quintiliano, o en tiempo modernos como Campbell), como una fuente de posibilidades a ser explotadas por el orador. Quintiliano se refiere a ellas como la clave que todo excelente orador debe estimular en la audiencia para guiarla.

En lo que refiere a la teoría de la argumentación como campo disciplinario actual, la obra de Perelman y Olbrechts-Tyteca ([1969] 2000) es crucial. Pero los autores, aunque en el índice de conceptos las emociones aparecen, ellas, y tal como sus antepasados retóricos, son vista como pasiones, separadas de otras facultades, y como fuentes de estrategias para el hablante. Ahora bien, cuando se analiza la mención emoción en la Nueva Retórica, los autores incorporan la idea de significado emocional, que vinculan con el uso de nociones, en el sentido de que las nociones tienen significados ambiguos no directamente referidos a un lenguaje descriptivo; en otra mención de emoción (2000, pp. 146-147), los autores belgas reflexionan sobre la manera en que se expone la información en un discurso argumentativo y, para lograr un efecto emotivo, siempre se debe ser más específico en el uso de descriptores, evitando nociones abstractas o esquemas generalistas. Incluso, en otra mención, en este acercamiento retórico clásico, Perelman y Olbrechts-Tyteca vinculan la elección de argumentos con arreglos a tonalidades de voz, y mientras más cerca esté la tonalidad de voz del hablante a sus afectos, esto es, cómo él siente y manifiesta tonalmente lo que defiende o avanza, mayor grado de sinceridad puede ser percibida por su oyente, y quizás más posibilidades de persuadir. Como se observa, desafortunadamente, es un tratamiento similar a sus antecesores.

En su primer monográfico importante, Tindale (1999) no avanza nada relativo a las emociones. Ni a los sentimientos, ni pasiones, ni afectos. Su monográfico se titula Actos de argumentar: Un modelo retórico del argumento, pero en él las emociones no son parte de su modelo. Pero el autor se redime en su monográfico de 2015. En él las define siguiendo a Aristóteles, como estados mentales más que cuestión de carácter del individuo, capaces de influenciar y que emergen de la percepción. Más tarde el autor canadiense le dedica un capítulo completo (el 8), y allí pasa revista al vínculo emoción y cognición, del cual ya vimos con Cárdenas se aprecia en Aristóteles una evidente relación. Al tratar Tindale visiones modernas sobre las emociones, que tendrían efectos en una teoría de la argumentación, recuerda que Thagard (2000) ya había apuntado desde la psicología del razonamiento que toda decisión tomada por nosotros que no contenga un aspecto emocional resultaría en una mala o pobre decisión. El punto, siguiendo a la teoría de la coherencia emocional de Thagard, es que las emociones y la cognición interactúan en el compuesto que se denomina cognición emocional, esto es, el conjunto de recursos y disposiciones que mueven tanto a los procesos del razonamiento como a los procesos emocionales que dan valor a las representaciones mentales. De este modo, cuando vamos a opinar sobre la Madre Teresa, es probable que ella tenga una valencia positiva dada una valoración —social— conjunto previa.

Es interesante notar que Tindale ve le necesidad de decir algo sobre la distinción entre sentimiento y emoción, como en el epígrafe de la cumbia, siendo el caso que mientras el sentimiento es materia de experiencia, la emoción es de expresión. No obstante, la naturaleza híbrida de todo comportamiento emocional hace de la distinción un aspecto secundario para efectos de cómo se manifiestan en un diálogo argumentativo. Y en esto último Tindale aporta lo siguiente. De acuerdo con su visión, el rol de las emociones en la argumentación es mover a la acción (que sigue la línea de Aristóteles, pero también de De Sousa (1987)), alineando las razones con los deseos para empujar cierta ruta inferencial. Las emociones nos ubican en una situación social específica una vez son comunicadas, y nos permite acceder y sentir lo que otros expresan, obteniendo así un tipo de conocimiento de segundo orden requerido para avaluar y criticar las emociones de los otros y, más importante, calibrar nuestra respuesta emocional frente a ellos. Las emociones, de esto modo, comunican juicios (vemos el mundo con ellas y a través de ellas) sobre un estado de cosas y nos hacen movernos entre el set de juicios que se afectan cuando, precisamente, se comunica una emoción. Piénsese, por ejemplo, en el uso de ellas en un contexto jurídico, en un tribunal oral, cómo los involucrados se mueven entre los sets de juicios así los testimonios de todo tipo comunican sus creencias emocionalmente recubiertas. Otro ejemplo paradigmático respecto del estrecho vínculo entre emoción y juicio, es el caso de la confianza, ya que ella está basada en, al menos, la reputación, las propuestas y los logros de quienes uno ha depositado la confianza. Para que se vea de forma clara esto último: a quienes nos hacen sentir bien (por sus propuestas, ideas, logros, etc.), le otorgamos más valor, atención y tendemos a creer más en sus aseveraciones.

Tindale termina su reflexión en torno a las emociones tratando de incorporar la idea de Damasio ([1994] 2003) relativa al funcionamiento de los marcadores somáticos, en tanto marcadores que direccionan respuestas automáticas (heurísticos) que nos permiten elegir entre alternativas posibles en contextos decisionales de incertidumbre, ayudando en, pero no reemplazando, el proceso de deliberación. Pero pareciera ser que esta hebra reflexiva del autor es más bien un esfuerzo por dejar una nota de actualización, más que una dirección segura de investigación.

Antes que Tindale, no obstante, Walton (1992, 1997) ya había observado la necesidad de profundizar en el rol de las emociones en la argumentación, pero el autor no sigue, a simple vista, una visión retórica. Comentando sobre los aspectos evolutivos de la lógica de apelar a los sentimientos (feelings) (Walton, 1992), repitió la idea de que ellos cumplen una función sesgada positiva con el objeto de conseguir atención en la búsqueda de ayuda y que, para nuestros intereses más cercanos, cuando son usadas de manera moderada cumplen un rol evidencial en el razonamiento práctico (en el que Aristóteles también había reparado). Consideró Walton (1997) que la investigación de Damasio (1994) apoya esta línea de interpretación, vale decir, que la identificación y uso de marcadores somáticos tiene un papel importante que cumplir para tener una deliberación exitosa, en el sentido de usar lo que es apropiado para cada oportunidad, como la misma definición de retórica de Aristóteles concibió.5 De modo que la lectura de Walton tampoco es muy lejana a la tradición retórica.