Kitabı oku: «Paradigma»

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PARADIGMA

Primera edición: abril 2021

ISBN: 978-607-8773-09-1

© Cristina Harari

© Gilda Consuelo Salinas Quiñones

(Trópico de Escorpio)

Empresa 34 B-203, Col. San Juan

CDMX, 03730

www.gildasalinasescritora.com Trópico de Escorpio

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Distribución: Trópico de Escorpio

www.tropicodeescorpio.com.mx Trópico de Escorpio

Diseño editorial: Karina Flores

Ilustración de portada: Alexandra Haynak en Pixabay

HECHO EN MÉXICO

Quizá todos nuestros amores no sean más que

simples ilusiones y símbolos…

Quizá tú y yo no seamos más que meros paradigmas,

y esta tristeza que a veces nos envuelve nazca

de la desilusión de nuestra búsqueda,

cada uno a través y más allá del otro,

vislumbrando momentáneamente, y de vez en cuando,

la sombra que dobla la esquina

un paso o dos antes que nosotros.

Evelyn Waugh

Preámbulo

Llegar primero es lo único que importa, y en esa carrera loca de cientos de miles que lo intentan, el instinto, ese rasgo primitivo de sobrevivencia, es lo que guía el trayecto.

Desde un principio se establece el reto, una batalla, la naturaleza débil superada por el más fuerte. Salen al unísono, en estampida y, aunque todos se encaminan a la misma meta, solo uno tendrá éxito. La movilidad está regida por el ímpetu de seguir adelante, una fuerza involuntaria que arrastra hacia la fecundación.

La primera manifestación del gen egoísta, un vestigio arcaico que faculta la subsistencia, manifestado a veces de manera visible, presente como una sombra no reconocida.

En ese líquido viscoso, el instinto de preservación lo catapulta hacia el objetivo para fundirse y permanecer en esa oscuridad creadora. Después de penetrar la membrana surgirá el proceso de replicación: atcg… ttga… cgat… gatc… y así hasta completar el patrón.

1. En la oscuridad

Aún duda si ese bebé debe nacer, las condiciones no se prestan. El médico de guardia dijo que el embarazo podía seguir su curso normal. ¿Normal? y, cómo sabe si esto puede llamarse así. Un crío sin padre, y las implicaciones legales que tendrá en un futuro, ¿quién en su sano juicio querría traer hijos a este mundo?

Grecia mira a su hija en esa cama, parece como si solo estuviera dormida. Trata de adivinar lo que podría estar pensando si tuviera conciencia de lo que sucede y el accidente no hubiera ocurrido.

El episodio del secuestro de la Rusita fue el detonador. Ella intentó hacer algo, se había involucrado de más, de otra manera no se explica la angustia que vio reflejada en el rostro de su hija, como si se hubiera tratado de alguien de su familia o una amiga cercana.

Y por si fuera poco, la situación comienza a complicarse con la noticia del embarazo. Si de ella dependiera, la joven se libraría de la carga que representa traer a un hijo que no fue planeado, porque de seguro ese ser en formación era producto de un acto irreflexivo o de una violación. Y lo que debe significar ser ultrajada de esa manera. Decide ir en busca del neurocirujano, no quiere poner en riesgo la vida de su hija.

—Gracias por recibirme, ¿doctor?

—García Cisneros, ¿en qué puedo ayudarla?

—Soy mamá de la joven hospitalizada en el cuarto 201. No sé bien cómo empezar, pero apelo a su buen juicio y asumo que comprenderá que, como responsable de mi hija, no puedo permitir que sufra una situación que puede y debe controlarse ya, de inmediato.

—El coma inducido es la mejor manera de prevenir que la inflamación dañe algunas partes del cerebro, aunque tengo entendido que ya se ha ido reduciendo el sedativo y es posible que su hija despierte por sí misma, pero debemos tener cuidado debido al traumatismo craneal que sufrió y esta es la única forma de observar y controlar un daño permanente, algo que no hemos descartado.

—No me refiero a eso, doctor García. El médico que nos atendió primero, no recuerdo su nombre, dijo que está embarazada y como apenas regresó del extranjero, sabrá Dios si alguien abusó de ella y lo que quiero decirle, pedirle, es que como usted comprenderá, resulta necesario detener ese embarazo sin peligro para ella.

—Eso no es posible, señora Quiroga…

—Cáceres, soy divorciada.

—De acuerdo, como le decía, creo que en primer lugar eso debe platicarlo con ella, después de todo ya es mayor de edad y sería imprudente y falto de ética suspender la gestación que está algo avanzada.

—¿Cómo?

—Después del primer trimestre es riesgoso un aborto y solo si la vida de la madre peligra es posible contemplar el procedimiento que, desde luego, no sería factible, no a menos de que un médico lo dictaminara así y no es el caso.

De modo intempestivo, Grecia se levanta al tiempo que entre dientes deja escapar un “gracias” sin mucho convencimiento y sale al pasillo que ahora le parece un laberinto. ¿Hacia dónde está la habitación?

Entonces ella lo sabía desde antes y dejó que continuara. Luego desecha el pensamiento. No, se dice, ella siempre ha sido muy cuidadosa, aunque su ingenuidad pudo haberla llevado a cometer un acto de supuesto amor. Tal vez Azucena no ha pensado siquiera en la posibilidad de un aborto… La mujer ignora la realidad. Soy la única persona que está a su lado, podría persuadirla si tan solo pudiera escuchar, y si encontrara las palabras correctas.

Grecia trata de convencerse a sí misma de que ese “problema” tiene solución, porque la verdad resulta demasiado cruda; ella entenderá razones, lo único que desea es ahorrarle sufrimiento, no es tarde para subsanar errores. No puede esconder la verdad, en sus manos estuvo que llevaran una mejor relación, ahora no es tiempo de mentiras, la falsedad nunca ha sido un recurso para ella por graves que sean las circunstancias, pero ¿no será demasiado tarde?

Cuidar de ella, aconsejarla, ¿le habría hecho caso? Siempre fue una chiquilla rebelde, aun cuando formaban una familia, a partir de la separación todo se fue a pique. De adolescente ni lo intentó, todo las separaba: el internado y la maestría que ella misma tomó en derecho internacional. El alejamiento de Julián, la beca en el extranjero, brechas que se fueron abriendo y que nadie pudo revertir, aunque sí, lo admite, gran parte de la culpa es suya.

El trato entre ellas se volvió aún más hostil cuando fue de visita al internado, ya tenía varios años lejos y tratar de convencerla de que regresara a vivir con ella fue un intento fallido. La forma de pensar, de conducirse era tan distinta que hizo imposible un acercamiento. La vida sigue adelante y nadie puede cambiar el pasado. Recuperar a su niña de esa pesadilla es lo único que importa, no es demasiado tarde, no puede serlo. El amor de una madre debe ser recibido, valorado. No, se dice, no hay pretextos, no estuve cerca y el resultado lo tengo frente a mí. Pero no soy la única culpable, ¿o sí?

Da con la habitación. Se detiene junto a la cama. Observa a su hija como si lo hiciera por primera vez; estudia su rostro ahora pálido, tendida ahí, como muerta. Entonces se acerca para decirle al oído: “Hija, despierta, aquí estoy contigo, vuelve, por favor”.

La enfermera interrumpe para revisar los signos vitales de la paciente.

—Señora, váyase a descansar un poco a su casa, aquí estamos al tanto.

—Lo sé, pero no podría, ella se va a despertar en cualquier momento, eso dijo el médico, y no se preocupe, no estoy sola, afuera está una amiga de mi hija, gracias.

—Como usted diga, me llamo Aurora, por si necesita algo.

—Espere, no he tomado nada. Aprovecho que está aquí, voy por algo para beber de la máquina del piso, no tardo.

Elige el número 8 letra C que indica un café sin azúcar; una pequeña luz verde se enciende, el vaso desechable es colocado bajo el dispensador. Grecia espera para abrir la pequeña portezuela de plástico transparente, retirar el envase que apenas podrá sostener, de lo caliente que está, para luego dirigirse como malabarista por el pasillo. Al dar el primer sorbo se da cuenta de que pudo haber presionado cualquier botón porque la máquina, como si tuviera decisión propia, endulzó la bebida. No importa, necesitaba sentir algo en el estómago. Con todo y como odia estar en un hospital, no quiere apartarse de ahí.

Apenas se ha despegado del cuarto de Azucena, hospitalizada quién sabe hasta cuándo, y los nervios por regresar a su lado la hacen caminar más de prisa de lo que debería, tomando en cuenta el vaso caliente. Imagina el instante en que la joven regrese del coma y quiere, necesita estar a su lado.

Conforme va por el corredor tratando de apaciguar el líquido caliente que amenaza con desparramarse en cualquier momento, repasa el relámpago fatal, cuando Emilio Cervantes la llamó.

—Su hija no pasó la noche con la familia del señor Quiroga; sí fue de visita, pero un par de días antes. Que la vieron un tanto alterada. Luego salió porque tenía una cita, por cierto, con usted, doctora. Dijo que en un restorán y que se verían a las ocho.

Grecia siente que le cae encima todo el peso de los años que no estuvo a su lado. No se había percatado de hasta qué punto su hija necesitó tener una familia. A partir del internado empezó a gestarse la tragedia que ahora viven, es una herida abierta y no sabe de qué manera manejar el dolor; imagina fichas de dominó colocadas con estrategia: al impulsar la primera se desploman todas por inercia, una tras otra, mientras el abandono empieza a estrujarle el pecho.

No termina de entender las motivaciones que la llevaron a buscar a Julián, pero y él, ¿por qué no se ha comunicado? Claro, no sabe lo ocurrido, y quizás él sea responsable de esta tragedia.

No, se dijo reconociendo su parte, todo esto es resultado de las decisiones que tomamos; nunca creí que la vida me fuera a enfrentar a lo mismo que a mí me sucedió. Justicia divina, alguien podría decir.

Mientras, la mente de Azucena es un arroyo que no encuentra cauce. El canto de un río que la llama, ese sonido hipnótico, el fluir del agua, la tiene cautiva en un sitio de oscuridad, no hay imágenes, solo palabras dispersas que vienen y van, un murmullo constante y adormecedor. No hay necesidad de volver, así se está bien, todo queda en el olvido, porque en lo más profundo de su ser ella no desea recordar.

2. La espía

En la tierra antes considerada territorio romano, el reino de Hispania se encuentra debilitado por las continuas guerras, la peste, la hambruna y el asedio de las huestes inconformes con el reinado. Numerosos concilios pretenden limar las diferencias religiosas y la capital, Toledo, se ha convertido en un sitio que alberga la urbe episcopal y civil.

A modo de paliar el abatido gobierno, el consenso fue unánime, y aunque por heredad no le toca ser rey, el nominado se prepara para ser ungido con la corona real. Corre el año 710 d.C., los romanos han sido desterrados y los visigodos que llegaron desde el Mar Negro al sur de ese territorio, con miras a conquistar la Galia, pronto fueron expulsados por los francos. La estirpe de origen germánico se instaló entonces más al sur, en la península, donde desde hace varios cientos de años gobiernan y modifican leyes a su antojo.

Pasarán décadas para que los vikingos logren la hazaña que los visigodos no lograron: invadir la gran isla con su ejército denominado pagano y masacrar a todos los religiosos del monasterio de Lindisfarne, y con ello dar inicio a la gran época danesa.

El conde Olián, gobernador de Ceuta, última posesión bizantina del Norte de África y aliado del depuesto Akhila, es uno de los nobles cercanos a la corte. Hasta el momento y por motivos de conveniencia, ha mantenido su adhesión a la corte visigoda, pero sabe que, en caso de necesitar apoyo, no dudará en solicitar ayuda de la milicia musulmana para derrocar a quien será propuesto como rey de las Hispanias y en quien tiene, como muchos, muy poca confianza.

Sin embargo, el noble comanda una de las huestes encargadas de combatir a los moros en la frontera y sabe que debe lealtad al reinado, sea o no de su agrado quien ocupe el trono.

Muerto Wikita, el penúltimo rey visigodo, su hijo Akhila ii es quien debería ser ungido con el cetro real por la línea de sucesión patriarcal; sin embargo, debido al temor de que Akhila pudiera continuar con la política suave de su antecesor y por el peligro inminente de una invasión, después de interminables discusiones los fidelis regis o leales a la casa real, junto con el senado, y presionados por la imperiosa necesidad de conservar la tierra y la vida, eligen a Roderico, a quien tienen por el más apto dirigente y quien puede solucionar los constantes problemas de la zona. Consideran que por haberse formado en un castrum, su valentía lo avala, una cualidad garante para lograr la unidad de las distintas facciones en que se encuentra dividido el reino. Pensando en abolir el continuo asedio de los moros, el Concilio lo propone sin saber que esa supuesta valentía oculta un temple proclive al asesinato y a la crueldad.

Convidado a la coronación, el viudo conde Olián pide a su hija lo acompañe con el fin de que preste oídos a lo que puedan comentar los esbirros del nuevo rey; debe pasar inadvertida, pero estar atenta a cualquier indiscreción. Si como imagina, por vanagloriarse de su poder Roderico ha ventilado su estrategia, Flora bien puede servirle de espía.

Contrario a los planes del conde, tan pronto entran, las miradas se adhieren en la estampa de la joven; a sus dieciocho años muestra el porte de quien se sabe hermosa, camina con la seguridad de que a su paso el recinto se ilumina.

Por tratarse de un hombre mayor, el noble es conducido a una mesa aparte y Flora debe acompañar a las demás jóvenes que la reciben desplegando envidia.

La coronación se lleva a cabo en un clima de festejo por parte de pocos y de disgusto por la mayoría. La fiesta se prolonga durante varias horas en las que hay dispendio de licores y surtidas viandas para los convidados, el vino corre sin medida, mientras que las sobras son repartidas entre la tropa y los desperdicios lanzados a la calle donde los menesterosos aprovechan las miserias.

La tertulia aburre a la joven, departir con las insulsas damas de la corte la fastidia. Lo único que en verdad le pareció trascendente fue algo que comentaban los guardias apostados a la entrada del salón; se había aproximado con el pretexto de acariciar al galgo de pelaje oscuro echado muy cerca. Uno de ellos aseguraba la veracidad de la historia de la cueva o casa cerrada, un recinto tapiado por los romanos, quienes pusieron el primer cerrojo, nadie debe atreverse a abrirlo, está prohibido y quien lo hiciere también quedará expuesto a la maldición que inevitablemente caerá sobre el profanador. Cómo le gustaría a ella ver el tesoro que contiene ese espacio que algunos llaman sagrado. Con seguridad cientos de collares de perlas y tiaras con gemas preciosas, ocultos de la mirada ajena, resplandecen en la oscuridad iluminando rincones. Cualquier joven luciría aún más su belleza ataviada con una de esas alhajas; ella, por ejemplo; además, podría solucionar varios de los problemas que tienen a su padre tan agobiado y enfermo. Quiere saber más de la gruta, pero en ese momento el galgo se levanta atendiendo el llamado de su amo y ella desvía la vista hacia el trono donde se topa con una presencia que destila masculinidad, no puede negar la atracción que le ha provocado Roderico.

En ese instante Olián, que ha estado atento de los movimientos de su hija, nota el intercambio de miradas y muy a su pesar se da cuenta de lo mucho que en silencio se dicen esos ojos.

—Es tiempo de irnos, hija mía. No hace falta ninguna reverencia, sígueme hacia la puerta.

—¿Tan pronto, padre?

Están por salir cuando se forma un remolino de trovadores y bufones convocados para amenizar el convivio. Entre esa turba va un tullido, es obvio que se vio arrastrado por el grupo de animadores en su paso hacia la salida del palacio. Camina con dificultad apoyándose en una estaca, intenta no ser visto, pero uno de los guardias denuncia su presencia al notar su desconcierto. Alertado por el barullo, el nuevo monarca se interesa por lo que sucede y, en lugar de ordenar que lo lancen al fango de donde proviene, le manda bailar sin el soporte al ritmo de los tambores que ya se escuchan, de no hacerlo enfrentará el garrote.

Ante las burlas de los asistentes, el hombre es despojado de lo que lo mantiene en pie, apenas puede sostenerse sobre la pierna sana y los aspavientos que hace para lograrlo aumentan la risa de quienes vuelcan en ese ser indefenso el miedo que reprimen y que solo pueden liberar de esa manera.

—¡Ahora salta y diviérteme si no quieres terminar como alimento de los buitres!

—¡No! —Flora se arrepiente al instante y trata de enmendarse—. No sé cómo ha sucedido, majestad, este hombre es nuestro esclavo, con seguridad desobedeció a mi padre y nos siguió hasta aquí.

Olián reacciona tarde, va a intervenir cuando Roderico se incorpora y va hasta la muchacha. La música que apenas comenzaba ha cesado y todos enmudecen en espera de lo que va a suceder.

Como si midiera el efecto que tiene su caminar lento, con una mano golpea una fusta sobre la palma de la otra, su túnica oro va ceñida a la cintura por un grueso cinto labrado, la capa roja echada sobre un hombro y las calzas anudadas marcan sus musculosas pantorrillas. Llega hasta plantarse a centímetros de la atrevida. La expectación de todos los concurrentes va en aumento.

—Y ¿será posible que esta mitad de hombre sirva para algo?

En lugar de contestar, Flora hace una reverencia, sabe que su irreflexión ha ido más allá de los límites y que no solo ella se expone, entonces con la vista baja responde:

—Perdónele, usted, y a mí también. Me aseguraré de reprenderle como se merece.

—¿A quién deberé la reprimenda?

—Con la venia, majestad, me presento, soy Olián, conde y gobernador en el estrecho desde Ceuta hasta Algeciras, y uno de sus generales que comandan una tropa para salvaguarda de nuestra nación, y ella es Flora, mi única hija. Le ofrezco una disculpa por…

—Asegúrese de vigilar que este remedo de esclavo reciba su merecido.

Con la corona sobre las sienes brillando igual que el destello virulento en sus ojos, el monarca levanta la fusta y lanza un golpe que derriba al mendigo. Ayudado por el conde y su hija, los tres se dirigen a la salida mientras las panderetas retoman el compás.

Roderico, duque de Bética, es ahora soberano de los visigodos, y tiemble quien no obedezca su palabra; la paz será impuesta y no habrá insubordinados; quien ose discrepar sobre sus mandatos probará la muerte, ya que él se siente bendecido por la mano de Dios para llevar a cabo tan insigne tarea. Pocos saben que en un futuro no muy lejano su elección provocará una guerra civil, y que la nación fijará su destino.

3. Un futuro brillante

No imaginó cuál sería su destino cuando aceptó casarse con Julián, Grecia era una estudiante que estaba por graduarse de una licenciatura en leyes, un título que recibió al mismo tiempo que el análisis del laboratorio que confirmaba sus sospechas: estaba embarazada. El error no era haberse involucrado con su compañero de la universidad, sino haberle confiado la noticia. Ella no estaba convencida de continuar con la gestación, pero él se impuso, era lo mejor que podría haberles sucedido, dijo, y, ¿dónde quedaba lo que ella tenía planeado?

Desde que ingresó a la carrera se dijo que no iba a contentarse hasta lograr una maestría y, si fuera posible, cursar un doctorado en el extranjero. Bastante esfuerzo había hecho, debido a que era huérfana, para costearse la carrera; cuántas horas de desvelo trabajando como capturista de documentación legal y administrativa, demandas y sentencias judiciales. Desde luego que en el proceso aprendió mucho, pero también sacrificó mucho. Su vida social se limitó a salidas esporádicas a tomar una cerveza con sus amigas y en cuanto ella y Julián se conocieron ya solo él fue su acompañante.

De esas noches en idilio y madrugadas con intercambio de pasiones había surgido el dilema. La aterraba enfrentarse a situaciones desconocidas y esa era una de proporciones mayores; además, se dijo, soy dueña de mi cuerpo y tengo la facultad de elegir, nadie lo va a hacer por mí. Sin embargo, también sabía lo que era crecer sola, sentirse apartada como si le hubieran extirpado un brazo o una pierna, así había caminado por la vida, igual que una lisiada por no tener el apoyo de una familia. Hizo a un lado el temor que tampoco supo reconocer y la gestación siguió su curso.

—Desde antes de casarnos sabías que yo deseada seguir preparándome, no me salgas ahora con que, ¿cómo dijiste? Que debo ocuparme de mis verdaderas responsabilidades. ¿Acaso no cumplo con mi papel de esposa, de madre, incluso de asesora? Porque somos colegas, no lo olvides. No puedo hacer a un lado la oportunidad que ahora se me presenta. La niña puede ingresar al internado y tú tendrás todo el tiempo para tus…

—Déjate de argumentos vacíos, Grecia, no estás litigando. Y no vuelvas a acusarme de infidelidades que nunca han ocurrido. Haz lo que se te pegue la gana, al fin siempre es así. Mi palabra nada vale, solo que cuando regreses ya no me encontrarás.

Satisfecha como si hubiera ganado una ponencia, la abogada de antemano y sin tomar en cuenta más que sus intereses, ya tiene comprado el boleto de avión a Nueva York, alquilado el cuarto en la residencia junto a la Saint John’s University School of Law y apartado su lugar para la maestría.

—Sin amenazas, Julián, que ya sabes que no funcionan conmigo. El tiempo se pasará volando y cuando menos lo pienses estaré de regreso. Dos semestres es poco tiempo, ya verás. No seas intransigente, amor.

—Ahora tratas de utilizar tus estrategias de conciliación. Olvídalo, y no te estoy amenazando sino advirtiendo.

El autobús de la escuela se detiene frente a la casa de avenida Homero, en Polanco. Julián se asoma desde la ventana del segundo piso de la mansión estilo barroco, ve a su pequeña correr hacia el interior donde la nana ya la espera con la puerta abierta.

—Llegó Azucena. ¿Has pensado cómo lo va a tomar? Por cierto, ¿dónde queda ese internado?

—¡Papá, papi! ¡Me dieron un premio en la escuela!

En los cálculos de la joven abogada no había lugar para lo que su hija pensara. Si iba o no a estar de acuerdo era lo de menos, a los siete años resultaba absurdo pedir su opinión, y al final saldría ganando. Eligió el mejor colegio de Canadá para estudiantes extranjeros, una institución educativa exclusiva para niñas donde el francés era obligatorio y donde también perfeccionaría el deficiente inglés que le enseñaban en la escuela. Además, sus compañeras serían hijas de la élite europea, vaya que se había informado. Equitación, esgrima y otros deportes serían el complemento perfecto para la formación de Azucena.

—¡Papaaá!

Julián se había quedado esperando la respuesta de Grecia, al ver que nada diría salió del cuarto reprimiendo su enojo. Desengáñate, se dijo, ella no va a cambiar su decisión.

—A ver, por qué tanto grito, mi preciosa.

—Es que mira este papel, es mi recon, recon…

—Recompensa, me imagino que quieres decir.

—Sí, papi, eso. Como hice todas las tareas en un mes y no falté ni un día, este es el boleto para ir por un gatito. Yo quiero uno así de chiquito, con ojos verdes y su pelito muy blanco.

—¿De qué se trata tanto alboroto, hija?

—Es que mami, mira lo que me gané.

Lo que tenía en las manos y Julián revisaba con detenimiento y bastante sorpresa era una especie de certificado para recoger una mascota de un albergue, con una explicación sobre los beneficios de adoptar animales rescatados para destacar los valores de humanidad y civismo en los pequeños. Cuando se lo dio a leer a su mujer la protesta no se hizo esperar, pero dominando sus impulsos empleó la táctica del convencimiento.

—Bueno, ya no saben ni qué inventar para evadir impuestos porque el colegio debe generar buenas utilidades. Azu, mi amor, ¿has pensado quién va a cuidar de ese gato cuando tú no estés?

—Cata, ella puede ayudar —la muchacha de servicio esperaba todavía en el recibidor y estaba a punto de confirmar la petición de Azucena, cuando la niña volvió a insistir—. ¿Verdad, Cata, que sí?

Julián midió bien lo que estaba por suceder y no dio tiempo a que la chica contestara.

—Claro que sí, hijita, y yo también lo cuido, porque difícil no ha de ser. Estoy seguro de que tu mamá estará de acuerdo conmigo, ¿no es así, querida?

La habían desarmado. De nuevo consintiéndola, pensó, y de paso se venga de mí haciéndome rabiar. En ese momento ya nada podía discutir, pero lo ocurrido fortalecía su convicción de que lo mejor para todos era que la niña fuera a estudiar donde no hubiera falta de disciplina. Un futuro brillante, según creía, no se construye sin algo de sufrimiento y su hija debía ser fuerte, esforzarse; contaría con todas las ventajas para lograrlo.

—Cata, ayúdale a la niña a que se cambie el uniforme.

Todavía emocionada, Azucena se dejó conducir sin reproches, pero a media escalera volvió al tema: iba a ser muy importante ir a la casita donde vivían los animales que ya nadie quería, pobrecitos, ya hasta tenía un nombre elegido.

—Julián, no te vayas, necesito hablar contigo.

—Ahora no, Grecia, por favor, pero sigo en lo dicho: si insistes en irte y mandar a mi hija a no sé dónde, puedes dar por terminado lo nuestro.

Ya no quiso esperarse a que respondiera, conocía de antemano lo obstinada que era su mujer, tal vez estando a solas podría recapacitar, y para no dar espacio a más altercados salió dando un portazo.

Al principio la reacción de quien se suponía que era el jefe de esa casa la violentó, pero no podía negar que empezaba a sentirse libre como pájaro, atrás quedaba la jaula en que se había convertido su matrimonio.

Ahora, se dijo, debo elegir el momento oportuno para explicar a Azucena por qué va a cambiar de colegio, comprenderá que es por su bien, y lo divertido que es conocer otro país, otro idioma y a personas con distintas costumbres.

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9786078773091
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