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Un mismo apellido puede haberse ori - ginado muchas veces de forma independiente. Compartir un apellido no implica compartir como antepasado a un varón ancestral que lo portaba.

De todo lo anterior se desprende que un mismo apellido puede haberse originado de forma independiente muchas veces. Conociendo cómo se genera un patronímico es fácil deducir que no todas las personas apellidadas Ruiz, por ejemplo, van a ser descendientes de un único Ruy (o Roy) ancestral. Muchos individuos llamados Ruy pueden haber iniciado familias independientes en repetidas ocasiones, de forma que la fórmula «hijo de» permite múltiples estirpes para cada apellido. Lo mismo sucede en el caso de los toponímicos, dada la repetición de accidentes naturales o paisajísticos, o los muchos individuos que pueden haber habitado en una misma ciudad. La conclusión es inmediata: un mismo apellido no significa necesariamente estrecha consanguinidad ni implica que sus portadores actuales hayan tenido un ancestro común reciente del que ambos hayan heredado el apellido.

LA IMPORTANCIA DE LA DIVERSIDAD EN EL PASADO Y EN EL PRESENTE

Aunque para los estándares de muchos de nosotros puede resultar una práctica anacrónica, no es necesario buscar en el pasado para hallar un ejemplo en el que las personas se nombran como «Isaías, hijo de Amós»: esta es la fórmula que sigue hoy día en uso para asignar nombre completo a las personas en países tan distantes geográfica y culturalmente como Mongolia, Etiopía, Islandia y Malasia. Su uso –no oficial pero sí social– es también frecuente en pueblos pequeños de la geografía española: «ayer vi a María la de Pepe».

Antes del siglo XIX, la herencia de los apellidos en Escandinavia era de tipo estrictamente patronímico, como en la Islandia actual, donde a las personas se las sigue distinguiendo mediante un nombre propio que precede al nombre de su padre, modificado mediante la terminación «hijo de» correspondiente. Recordemos que uno de los motivos principales (si no el único) para usar nombres formados por varios términos es el evitar la ambigüedad en comunidades grandes. ¿Qué sucede, pues, si tanto el nombre como el «apellido» deben ser escogidos del mismo conjunto? La situación no es grave en principio si la diversidad de nombres propios es suficiente y se permite la adición de novedades. Pero en caso de que el conjunto de nombres propios fuera reducido, parece claro que la «desaparición» –inevitable, como veremos– de algunos apellidos conllevaría una inmediata reducción de la variedad posible. Esto, unido a las modas que convierten determinados nombres propios en identificadores generacionales (por su preeminencia entre individuos nacidos en una década en particular, por ejemplo), causaría la pérdida del objetivo inicial: señalar la individualidad.

La población de Islandia es relativamente pequeña. De un total de unos 325.000 habitantes, según datos de 2014, algo más de 121.000 viven en la capital y mayor ciudad, Reykjavik. Los listines telefónicos islandeses están organizados según el nombre propio. Y en los casos en que dos individuos comparten nombre y apellido se añade la profesión para distinguirlos. El sistema es claro y suficiente. Resulta más sorprendente el caso de Malasia, un país con una población de más de veintinueve millones de habitantes y que tiene el mismo sistema para nombrarlos. Quizá no sea casualidad que Malasia haya implantado, de forma pionera, una tarjeta identificativa con microchip que contiene distintos datos de cada ciudadano, incluyendo detalles biométricos como la altura o el color de los ojos.

En contraste con algunas culturas, como las que hemos descrito, que no practican ninguna forma de herencia rigurosa en relación con los nombres de sus integrantes, otras, como la cultura china, han seguido estrictamente la tradición de tomar el apellido del padre durante miles de años. Veremos que, como consecuencia, la diversidad de apellidos en China es muy baja: hay unos 7.000 apellidos distintos. Además, el 40% de la población lleva uno de los 10 apellidos más frecuentes, mientras que los 200 más comunes representan ya al 96% de los más de mil millones de habitantes del país. La individualidad de los nombres completos se recupera gracias a la flexibilidad en la asignación del nombre propio. A pesar de tener un conjunto muy limitado de apellidos y de la importancia social que supone pertenecer a una u otra familia, todas con profundas raíces históricas, un número en la práctica ilimitado de nombres propios distintos permite que se mantenga un alto grado de diversidad. En el otro extremo tenemos el caso de Japón, donde el periodo de herencia sistemática se inició hace apenas un siglo y medio, en 1870. Así, en la actualidad aún hay más de 290.000 apellidos distintos vigentes. Esto contrasta con los nombres propios posibles, los cuales deben ser escogidos de una lista oficial con 2.232 casos. Se planea añadir otros 578 nombres en alfabeto kanji en el futuro, pero esta ampliación es muy controvertida. Japón es uno de los países con mayor número de apellidos del mundo, aunque es Estados Unidos el que ostenta el récord absoluto, con más de un millón (quizá hasta dos) de apellidos distintos. Compárese con los menos de 7.000 en uso en China.

TABLA 1.1 Apellidos más frecuentes en distintas regiones o países del mundo


* Porcentaje de población que los lleva en el país (especificando entre paréntesis el número absoluto aproximado de portadores).

Una herencia estricta de los apellidos seguida durante siglos por una población conduce necesariamente a un número reducido de estos. Pero hay también mecanismos importantes que permiten la ampliación del conjunto de apellidos posibles. En el fondo actúa una regla tácita: un individuo, un nombre.

NUEVOS APELLIDOS: ¿UNA HERENCIA IMPERFECTA?

Un pater familias de relevancia en su lugar de origen, un oficio importante en la comunidad, un rincón con paisaje especial, un viajero de otro pueblo, incluso unas orejas singularmente grandes, ayudaron a caracterizar a los individuos y cristalizaron en los primeros apellidos, una vez que el proceso de herencia de estos se puso en funcionamiento. ¿Qué hubiera sucedido de ser ese conjunto inicial el único posible? La dinámica natural de la población conlleva sucesivas rondas de emparejamiento, reproducción y, naturalmente, muerte de los individuos, a medida que las generaciones avanzan. El destino último de la diversidad inicial es desaparecer: todos los individuos acabarían llevando el mismo apellido –uno de los originales, no podemos determinar cuál– y el resto desaparecería de la población. ¿Cómo es esto posible?

Como el resto de palabras de una lengua, los apellidos sufren variaciones a lo largo de las generaciones.

La pérdida de diversidad en el acervo de apellidos se debe a dos cantidades que nada tienen que ver con la cultura. Son el tamaño limitado de las poblaciones y las inevitables variaciones en el número de hijos por pareja. Por ejemplo, si una pareja solo tiene hijas, el apellido paterno se pierde en esa generación. También hay individuos que no tienen descendencia, y otros que tienen muchos hijos. En este caso, aumenta el número de personas con el apellido de este último y lo posiciona mejor para ser el superviviente, mientras que el apellido de aquel sin hijos desaparece. Y cada vez que un apellido desaparece, el número total de apellidos disminuye en una unidad de forma irreversible. Este evento tiene una cierta probabilidad de ocurrir, de forma que tras un número de generaciones suficientemente grande todos los apellidos, menos uno, habrán desaparecido.

La situación que acabamos de plantear es irreal por varias razones. Por una parte, si las poblaciones crecen, podría mantenerse un cierto grado de diversidad. Este punto lo analizaremos en profundidad más adelante. Otra razón, muy importante, es que al igual que las palabras de una lengua cambian en su fonética y transcripción a lo largo del tiempo, así mismo lo hacen los apellidos. ¿Cuántas veces hemos visto apellidos incorrectamente escritos? En ocasiones, esos errores han quedado fijados en algún registro o documento importante, y no ha habido posibilidad de corrección. A pesar de causar una diferencia aparentemente pequeña, la repetición y acumulación de esos cambios lleva a la divergencia entre dos términos inicialmente próximos. Hay muchos ejemplos de «familias» de apellidos, obviamente relacionados y a la vez claramente distintos: Cerbantes, Ceruantes, Cervantes, Caruantes, Qarvantes, Serbantes, Seruantes, Servantes o Zerbantes son transcripciones distintas de uno que nos resulta más familiar en la tercera forma de la lista anterior. La figura 1.3 nos muestra otro ejemplo de un grupo de apellidos, todos ellos en uso en la actualidad, que están relacionados mediante cambios en una única letra. Ese esquema ilustra cómo, mediante pequeños errores, podríamos pasar en un tiempo suficientemente largo de la estirpe de Hemenwry a la de Kemmingway. Esta es una dificultad adicional con la que podemos encontrarnos al trazar nuestra genealogía: que nuestro apellido no haya permanecido invariante a lo largo de las generaciones.


Figura 1.3 La transcripción de las palabras en inglés ha sido muy flexible históricamente, debido en parte a que no existe una relación unívoca entre pronunciación y escritura. El esquema muestra algunos apellidos parecidos a Hemingway, todos en uso desde 1800 y relacionados, según indican las flechas, por un cambio en una única letra. Otras variantes actuales son Heymyngewaye y Hemingüey. El alfabeto usado en cada lengua condiciona de manera decisiva el grado de novedad en sus palabras y, por tanto, en los apellidos. Fuente: S. C. Manrubia et al.: American Scientist 91, 158, 2003.

Los errores de transcripción son particularmente frecuentes en alfabetos que reproducen la fonética de las lenguas, lo cual sucede con distintos grados de precisión en la mayor parte de idiomas. La pronunciación de una lengua depende del país donde se use, de las variantes locales e incluso de cada hablante. Los errores aumentan si no existe una relación estricta entre pronunciación y escritura, es decir, si no hay una forma inequívoca de asignar una sílaba o secuencia de símbolos del alfabeto a los sonidos de los hablantes. El español presenta una relación casi única entre lo hablado y lo escrito. Bien sabemos que las dudas surgen ante incluir o no una h o en la elección entre las parejas b y v o g y j en España, mientras que decidir entre s y z puede ser difícil en otros países hispanohablantes, precisamente por corresponder ambos símbolos al mismo fonema. Pero el resto es bastante sencillo. Las lenguas romances (italiano, francés, rumano, portugués, entre otras) tienen un grado semejante de dificultad en su escritura. Otras con relaciones bastante directas entre fonética y transcripción son el alemán, el ruso y todas las que adoptaron alfabetos nuevos en algún momento de su historia. Sin embargo, otros idiomas presentan mayor dificultad, destacando entre ellos la lingua franca de nuestro tiempo: el inglés. En estos casos la escritura no solo refleja la pronunciación, sino también la etimología del término y los distintos avatares a los que la historia lo ha sometido. George Bernard Shaw, escritor polifacético que vivió a caballo entre los siglos XIX y XX, propugnó una reforma del inglés para hacerlo más «lógico», lo cual se conseguiría, según él, acercando la escritura a la fonética. Esa reforma nunca tuvo lugar.

La transcripción de apellidos en idiomas distintos al de origen, en ocasiones con un alfabeto distinto, es una constante fuente de diversidad de apellidos.

Una dificultad adicional para mantener el apellido invariante aparece cuando este pierde su significado original, lo cual puede ocurrir tras la acumulación de pequeños cambios o por pérdida del uso del término correspondiente en la lengua común. Con frecuencia no es posible asignar un concepto a un apellido (Trujillo, Luque, Ortiz, Mendoza), facilitando así los cambios en su transcripción. Es más fácil que la identidad se mantenga en aquellos apellidos que sí tienen un significado asociado (Blanco, Casas, Cuesta, Izquierdo).

Otros sistemas de escritura son capaces de mantener durante mucho más tiempo un apellido invariante. El caso paradigmático lo ofrece la escritura tradicional china, donde los caracteres van asociados a conceptos. De esta manera es posible mantener los conceptos (o su transcripción a un símbolo) invariantes incluso ante cambios fonéticos mayores en el idioma. La figura 1.4 muestra dos caracteres que corresponden a los dos apellidos más frecuentes en China hoy en día. El de la izquierda significa ‘rey’ o ‘real’ y es abundante también en otros países, como Vietnam, Corea o Japón. Lo más interesante es cómo se ha diversificado la pronunciación del carácter a lo largo del tiempo: la transcripción wáng corresponde al mandarín (el acento indica la segunda forma tonal), pero el mismo apellido tiene al menos tres variantes en cantonés (wong en Macao, distinto de wong en Hong Kong, vong), ong o heng en lenguas de la familia min-nan, vuong en vietnamita, o en japonés... La relación «varios fonemas, un solo carácter» propicia en este caso que un apellido se mantenga invariante. Es la contrapartida a las lenguas codificadas en sistemas alfabéticos, en particular, donde existen múltiples posibilidades de relacionar sonido y escritura.


Figura 1.4 Izquierda: carácter correspondiente al apellido más frecuente en el norte de China y segundo más frecuente en todo el país (wáng). Significa ‘rey’. Derecha: carácter para el apellido más frecuente en China (li), que significa ‘ciruela’ y está formado por la unión de los caracteres correspondientes a ‘árbol’ (arriba) y ‘niño’ (debajo). La ciruela es «lo que los niños recogen bajo los árboles».

Se desprende, pues, que una escritura conceptual permite mantener los apellidos invariantes durante muchísimo tiempo, mientras que los cambios de alfabeto –de los símbolos con que se representan los sonidos– provocan la aparición inmediata de variantes. Un ejemplo claro lo constituyen las latinizaciones de apellidos sínicos. En Estados Unidos hay registrados ciudadanos de origen chino con apellidos como Huang, Henk, Hank, Wenk, Wank que podrían provenir de la transcripción del apellido «rey», según es pronunciado por individuos de distinto origen. Esta ha sido históricamente una significativa fuente de diversidad.

Las grandes migraciones ocurridas en tiempos recientes han potenciado la creación y variación de apellidos. En los últimos siglos de historia se han producido movimientos humanos sin precedentes. Baste pensar en la irrupción de los europeos en el continente americano desde finales del siglo XV. La expansión europea por todo el mundo ha conllevado cambios importantes en la dinámica social y cultural de todas las regiones implicadas, tanto en las de los colonizados como en las de los colonizadores. El contacto entre hablantes de lenguas mutuamente ininteligibles ha causado la aparición de gran número de lenguas pidgin y criollas, ambas con vocabulario y gramática prestados en proporciones variables de las poblaciones en contacto. Un gran número de lenguas ha visto modificado el conjunto de términos disponibles, y los préstamos lingüísticos (en la escritura local correspondiente) se han generalizado.

La diversidad de apellidos en países que sufrieron la llegada de grandes y heterogéneos grupos de inmigrantes se incrementó significativamente. A una escasa representación de cada apellido hubo que sumar los cambios inevitables causados por la necesidad de unificar tanta variación bajo una lengua común –ello a pesar de que cada grupo intentara mantener su identidad y su lengua materna–. La diversidad de orígenes ha dejado su huella en apellidos ahora comunes en países que han experimentado dinámicas sociales como la descrita. Demos un vistazo a la tabla 1.1 y comparemos con el caso de Australia: Smith es el apellido más frecuente, seguido de Jones; Martin ocupa el noveno lugar en abundancia, Nguyen el duodécimo, Lee el sexagésimo y King el vigésimo. ¿Son o no «coincidencias» sugerentes? Algo parecido ocurre en muchos países de América. Los diez apellidos más frecuentes en Argentina, todos de origen español, acaban en -ez –menos García, en cuarto lugar–. Similar es el caso de Sudáfrica, uno de los pocos países africanos que siguen el modelo de herencia paterna del apellido. No es difícil adivinar por qué.

SEMEJANZAS Y DIFERENCIAS

Las situaciones que acabamos de describir –errores de transcripción debidos a los alfabetos, movimiento de personas entre distintas culturas y cambios de apellido, voluntarios o no– aumentan el acervo global de apellidos existentes. Por otra parte, la herencia estricta de padres a hijos mantiene la diversidad, si bien modifica el número de individuos portadores de cada apellido. En esta modificación desempeña un papel importante el tamaño de la población, en particular cuando se producen aumentos o disminuciones: no es lo mismo que el número medio de hijos sea uno –la población está destinada a la desaparición–, dos –la población se mantiene constante– o tres –la población se quintuplica cada cuatro generaciones–. Finalmente, existe la posibilidad de perder un apellido por extinción de un linaje, bien sea por no tener descendencia o por no tener hijos varones –o hijas en casos en que la herencia del apellido sucede por vía materna, como en Portugal y en Brasil–. Podemos resumir estos tres procesos en:

– aumento de la diversidad por la aparición de nuevos apellidos;

– cambios en la abundancia relativa de los apellidos debido a la herencia por un número variable de hijos;

– pérdida de diversidad debido a muerte del último individuo de un linaje sin descendientes portadores del apellido.

Estos tres mecanismos operan en todas las sociedades que aplican la herencia de los apellidos a sus descendientes. Sintetizan lo que es común a la dinámica del proceso. En breve comprobaremos cuán importantes pueden llegar a ser para explicar la diversidad y abundancia de apellidos que observamos.

Hemos visto que la herencia estricta se inició en momentos diferentes de la historia para distintos pueblos. Llamamos profundidad heráldica al tiempo que hace que se practica la herencia de los apellidos, medido en número de generaciones. Aunque la edad media de las madres ha variado a lo largo de la historia, y en particular en el último siglo, vamos a suponer que el tiempo medio de una generación a la siguiente son 30 años. Esto establece la profundidad heráldica de China en unas 170 generaciones, la de Europa en unas 25 y la de Japón en no más de 4. El proceso de herencia, el que condiciona las abundancias relativas de los apellidos, ha estado funcionando durante intervalos de tiempo muy variables en las distintas culturas.

Nos hemos centrado en pueblos que practican la herencia de los apellidos a lo largo de una línea parental y hemos descrito numerosas situaciones, cada cual sometida a las variopintas contingencias históricas y culturales sufridas por cada grupo. Podríamos resumir las diferencias que hemos estado enfatizando en los siguientes puntos:

– los apellidos tienen muchos orígenes etimológicos posibles;

– algunos apellidos aparecieron una sola vez; otros lo hicieron muchas;

– los errores de transcripción pueden provocar cambios irreversibles;

– los contactos interculturales crean diversidad;

– el hábito de heredar el apellido de los padres se inició en momentos distintos en diferentes culturas;

– algunas sociedades conservan de forma más estricta el nombre de sus antepasados que otras;

– los cambios demográficos no son regulares ni universales.

Algunas de estas circunstancias habrán provocado que en la actualidad García sea el apellido más frecuente en España, con más de 1.300.000 representantes, mientras que en nuestra vecina Francia aparece en el puesto quincuagésimo, con 68.720 habitantes apellidados así. También se han observado cambios importantes de abundancia en tiempos breves en un mismo país: en Quebec, el apellido Paquette pasó de ocupar un puesto por debajo del 50 en 2001 al puesto 17 en 2005. ¿De dónde proviene la enorme variación en la abundancia de distintos apellidos? Frente a los muy frecuentes (unos pocos), nos encontramos con una tremenda cantidad de apellidos raros y tantos otros que han desaparecido. ¿Debemos fijarnos en cuestiones sociales, en secuencias particulares de eventos que han condicionado cada caso particular? ¿La preponderancia del apellido se debe acaso al vigor de los García? ¿Disminuye el vigor en Francia? ¿Quizá apellidarse Petisco conlleva engendrar una fracción mayor de hijas o propender a la vida monástica?

Descubriremos en breve que todas las diferencias posibles, que son muchas cuando comparamos las historias individuales, no bastan, sin embargo, para borrar el efecto de los mecanismos comunes, enumerados al principio de esta sección. El proceso de herencia es fuerte desde un punto de vista dinámico: en pocas generaciones conduce a patrones de abundancia universales y ubicuos en las poblaciones actuales.

DESCUBRIENDO REGULARIDADES

Estudiemos cómo varía la abundancia de los apellidos más comunes en cuatro países distintos. La tabla 1.2 muestra los datos correspondientes a España, la República Checa, Estados Unidos y Japón. Lo primero que observamos es la notable diferencia entre el número de portadores de cada apellido en los cuatro países: de la República Checa a Estados Unidos las abundancias se multiplican aproximadamente por treinta. Sin embargo, hay un patrón repetitivo en las relaciones entre estas abundancias que aparece en todos los casos. Llamemos N(1) al número de individuos con el apellido más común en cada caso, N(2) al número correspondiente al segundo más abundante y, en general, N(r) al número de individuos representando al apellido que aparece en el puesto r-ésimo. Según esta ordenación, la variable r es llamada rango del apellido. Con estos datos, analicemos los cocientes N(1)/N(2), N(2)/N(3) y, en general, la relación entre la abundancia en dos rangos consecutivos, N(r)/N(r+1), como se indica en la columna correspondiente. Resulta que, en la gran mayoría de los casos, estos valores son solo ligeramente superiores a uno. Si observamos con atención, veremos que se acercan más a uno a medida que bajamos en la tabla. Este es un hecho general que se repite coherentemente al analizar listas más extensas de apellidos.

TABLA 1.2 Catorce apellidos más frecuentes en cuatro países


* Las columnas N(r)/N(r+1) representan el cociente entre la abundancia del apellido en la posición r-ésima y el siguiente en rango.

Fuente de los datos: <en.wikipedia.org/wiki/List_of_most_popular_family_names>).

Vamos a revisar algunas de las diferencias más notables durante la historia de la transmisión de apellidos en esos cuatro países. España y la República Checa tienen una profundidad heráldica de unas veinticinco generaciones. Los apellidos se generaron localmente, como toponímicos, patronímicos o en otras formas tradicionales, según hemos descrito. Inicialmente debían ser compartidos por grupos más o menos reducidos de personas. La población europea se ha multiplicado por quince desde la Edad Media, cuando rondaba los 50-70 millones de habitantes. Ello supone un crecimiento medio anual del 0,38% en los últimos siete siglos. El primer censo de Estados Unidos, en 1790, recogía una población de unos cuatro millones de personas. En 2010, el país tenía casi trescientos millones de habitantes, de forma que su población ha crecido a un ritmo cercano al 2% anual en los últimos 220 años. El número de apellidos distintos es el más alto del mundo, producto de la gran diversidad de nacionalidades de los inmigrados entre los siglos XIX y XX. Es difícil establecer la profundidad heráldica de este país, considerando que la abundancia de los apellidos que llegaron podía ser proporcional a la existente en los países de origen, donde el mecanismo hereditario podía estar en marcha desde hacía siglos. La población de Japón en 1870 (cuando empezó la herencia de los apellidos por vía paterna) era de unos 30 millones de habitantes. Creció hasta superar los 127 en el año 2006, para descender en los últimos años. Se prevé que siga decreciendo en las próximas décadas.

Sin embargo, según los datos mostrados en la tabla 1.2 el patrón de abundancias relativas es intrigantemente semejante en los cuatro casos, tan parecido que no se nos antoja que pueda ser casualidad. ¿De dónde proviene? A responder esta pregunta vamos a dedicar el resto de este capítulo. Para ello, debemos comenzar remontándonos a la segunda mitad del siglo XIX. En la Inglaterra victoriana se suceden ardientes discusiones sobre evolución, selección natural y herencia. Charles Darwin acaba de publicar su controvertida obra El origen de las especies, y la clase educada no se muestra indiferente. Los parientes de Darwin tampoco.

FRANCIS GALTON Y LA EXTINCIÓN DE LAS FAMILIAS ILUSTRES

Sir Francis Galton nació en 1822 en el seno de una ilustre familia: era primo carnal de Charles Robert Darwin y ambos nietos de Erasmus Darwin, un intelectual preeminente que ejerció notable influencia en la filosofía natural de su época. Al igual que su abuelo, Galton se interesó por numerosos aspectos de la naturaleza de los seres vivos. Leyó con interés la obra de su primo Charles y se aplicó con empeño en la definición y uso de una buena cantidad de medidas cuantitativas de aspectos humanos y sociales, actividad en la que fue pionero. Su objetivo era llevar más allá de la especulación y las discusiones de café la plausibilidad de ciertos mecanismos hereditarios.


Figura 1.5 Izquierda: Erasmus Darwin (1731-1802) en un retrato de Joseph Wright of Derby (1792). Su legado intelectual ejerció influencia sobre su descendencia, en particular sobre sus destacados nietos Charles Darwin y Francis Galton. Derecha: Sir Francis Galton (1822-1911). Entre otras muchas contribuciones, propuso la utilidad de las huellas dactilares para identificar a las personas y enunció la dicotomía entre herencia y ambiente por vez primera. Fuente de las imágenes: <es. wikipedia.org>.

En concordancia con su interés por los problemas sociales, Galton prestó la debida atención a una observación «preocupante» en aquel entonces: el declive de las familias de hombres ilustres. Un compendio de las reflexiones y los análisis de Galton, parte de sus conversaciones con otros intelectuales cuya aportación fue importante para solucionar el problema y su decisiva colaboración con el reverendo Henry William Watson, se concretó en una conferencia leída ante los miembros del Real Instituto Antropológico de Londres y publicada en su revista en el año 1874. Así empezaba:

El declive de las familias de hombres que ocuparon posiciones destacadas en tiempos pasados ha sido objeto de repetida atención y ha dado lugar a distintas conjeturas. No son solo las familias de los hombres de genio o de los miembros de la aristocracia las que tienden a declinar, sino todas aquellas con influencia histórica, en cualquiera de sus aspectos, incluso las familias burguesas en los pueblos, a propósito de las cuales se ha interesado el Sr. Doubleday. Son muy numerosas las ocasiones en las que apellidos una vez comunes se han vuelto raros o han desaparecido por completo. Esta tendencia es universal y, como explicación, se ha concluido precipitadamente que un incremento en el bienestar físico y en la capacidad intelectual se acompaña necesariamente de una disminución de la «fertilidad» –usando esta frase en su sentido más amplio y considerando el celibato como esterilidad–. Si esta conclusión fuera cierta, nuestra población estaría mantenida mayormente a través del «proletariado», y por tanto habría un notable factor de degradación inseparablemente conectado a los otros factores que tienden a mejorar la raza.1

Este tipo de reflexiones eran naturales en el ambiente social y cultural de la época. Galton estaba abierto a interpretaciones distintas, como la que propuso el botánico suizo Alphonse De Candolle: hasta que no se conociera la probabilidad de que un apellido desapareciera de forma azarosa, debido a procesos aleatorios y no deterministas, no habría forma de saber si la extinción de apellidos famosos era en algún sentido anómala.

Galton no tenía suficientes conocimientos matemáticos como para realizar un análisis completo del problema. Sus intentos se habían basado en una ficticia población inicial de 10.000 personas para la que había asumido cierto grado de fertilidad. Pero se limitó a realizar cálculos numéricos y, en sus propias palabras, «... la computación se volvió intolerablemente tediosa tras unos pocos pasos, y tuve que abandonarla», de manera que no pudo extraer ningún principio general de su estudio preliminar. La cuestión consistía en suponer que todos los hombres adultos de una población grande tienen la misma fertilidad, establecer cuántos de ellos no tienen hijos varones, cuántos tienen uno, cuántos dos y así sucesivamente, y a partir de ahí determinar con qué probabilidad un apellido se extingue. La suposición de que los individuos tienen igual fertilidad implica que el número de hijos de cada uno de ellos debe asignarse al azar. El reverendo H. W. Watson sí conocía las matemáticas necesarias para afrontar el problema y proporcionó una elegante solución a este.

Solo puede quedar uno. En una población que no crezca y en la que no aparezcan apellidos nuevos, todos los individuos acabarían apellidándose igual.

La conclusión de Watson fue clara y contundente: en el escenario planteado por Galton, todos los apellidos se extinguen antes o después. A su entender, este resultado podía haberse anticipado, puesto que un apellido que se pierde nunca puede ser recuperado, y existe una probabilidad creciente de pérdida para cada uno a medida que se suceden las generaciones.

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