Kitabı oku: «Horizonte Vacio», sayfa 3

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A continuación, todo volvió a la normalidad. Lorena continuó con su explicación, más nerviosa de lo que había empezado. Terminó de manera atropellada y apenas prestó atención a lo que le dijo Jukka. Tan solo miraba la puerta como queriendo huir. Salió rápidamente, en cuanto pudo.

– Lamento lo que pasó —dijo Lorena sacando a Jukka de su recuerdo.

– No pasó nada —añadió él, pero pensándolo bien se corrigió— Créeme si te digo que siento que no pasara nada.

– ¿Jukka? —preguntó ella sorprendida— ¿Estás seguro de lo que dices?

– Ya lo creo.

– Lorena, lo siento. Iba hasta arriba de ansiolíticos —aclaró Jukka, intentando justificar en este momento algo que había ocurrido hacía ya dos años.

– Me lo podías haber explicado —dijo Lorena—, lo hubiera entendido. Te hubiera ayudado, lo sabes ¿verdad?

– Lo sé. Pero me costaba pensar, me costaba actuar. Me pasaban las horas muertas en el despacho, mirando por la ventana. Te aseguro que el mejor momento de la semana era cuando os daba clase a los de tu grupo y te tenía cerca. O cuando venías a tutoría y nos poníamos a hablar.

– ¿Te acuerdas cuando lo de la matrícula de honor? —preguntó ella con ojos brillantes.

– Claro. Como olvidarlo. Recuerdo que te dije “¿si te pongo una matrícula de honor que me das?” —Lorena comenzó a reír al recordar la escena—, me soltaste un “Lo que tú quieras” mientras me mirabas de una manera seductora. Te aseguro que me costó no saltar por encima de le mesa, a pesar de las pastillas, la pose que tenía y como dijiste la frase. ¡Joder! Me hubiera fundido contigo en un abrazo.

– Pero eso sí lo hiciste al día siguiente ¿no? Con Giovanna. —le preguntó entre la curiosidad y el reproche refiriéndose a una alumna italiana.

– ¿Celos, Lorena?

– Me dijeron que estuviste con ella en un aula y que luego os fuisteis juntos en tu coche.

Jukka también recordó este momento. Le vino a la memoria Giovanna, una joven italiana, alta, con cuerpo de modelo —de hecho, había desfilado en alguna pasarela en Italia— y un rostro marmóreo de perfil clásico adornado por dos ojos de color celeste. Los compañeros de Jukka le lanzaban puyas siempre que podían con frases como “tío, te has quedado con la tía más buena de la tercera promoción” a lo que él solía responder con un irónico “no es mía, pero si crees que tienes posibilidades con ella inténtalo”. Desde luego recordaba el día que le había indicado Lorena ya que tenía el coche aparcado al lado del de un colega y los vio meterse en el coche y salir en dirección a la ciudad.

– Te voy a contar lo que pasó —empezó Jukka—. Giovanna era la alumna a la que le dirigía el trabajo final de la carrera. Estuvo trabajando muy duro durante todo el curso. Al día siguiente de lo que me cuentas era su examen ante el tribunal. Simplemente preparamos la defensa. Cuando terminó me pidió si la podía bajar a Alicante y dejarla al lado del Puerto ya que yo pasaba por ahí.

– Y… ¿lo del día siguiente?

– ¿Lo del día siguiente? No entiendo a qué te refieres Lorena.

– Al acabar el examen. Ella se echó en tus brazos…

Jukka recordó que el día del examen de Giovanna uno de los compañeros de Lorena se presentó en el aula con una cámara para “tomar nota de cómo es el procedimiento para cuando me toque el próximo año”. Ahora recordó que el chico también grabó la reacción de Giovanna fuera del aula cuando emocionada de alegría al haber sido calificada con una matrícula de honor abrazó y dio varios besos a Jukka. “Ya podía haber grabado este chaval la misma situación quince días después cuando, tras la ceremonia de graduación, quien me daba abrazos y las gracias era el padre de Giovanna, agradecido por haber tutelado a su hija y haberla ayudado a evaluar con éxito”.

– Lorena… Sabes que lo que estás diciendo es una tontería. Sabes bien lo que pasó porque Alberto lo grabó todo y es más que evidente que una cosa es la alegría y otra muy distinta la pasión desenfrenada.

– Disculpa —dijo Lorena—. No tiene sentido salir con estas cosas ahora. Ha sido una bobada, una chiquillería.

No pensaba lo mismo Jukka, quien se argumentó a sí mismo que era lo normal. Seguro que Lorena sabía en su interior que estaba viviendo los últimos momentos de su vida y quería respuestas, quería sobre todo saber el por qué de tantas cosas que había vivido y la razón de las que no iba a vivir.

– ¿Y tienes alguna alumna especial ahora?

– ¡No! —contestó Jukka enfadado—, ¿Pero ¿qué piensas? Mira. Lo tuyo fue algo especial. No le des más vueltas. No sabes lo mucho que has significado para mí.

– Significado —dijo con tono melancólico—. En pasado.

– Y en presente. Tenlo por seguro. De verdad.

– Comprende que me sintiera confusa… Me había hecho ilusiones y desapareciste.

– No me siento orgulloso de ello ya te lo he dicho. ¿Sabes por qué me fui? Estaba harto. Lábaro no paraba de insistir en despedir profesores, en tomar medidas punitivas contra quien reivindicara algo por insignificante que fuera. ¿Te acuerdas el día que todos los alumnos pedisteis acceso a más equipos ya que los tenían guardados en un armario sin uso? Pues su respuesta fue que había que expulsar al delegado de los alumnos. ¿Sabes quién paralizó esta estupidez? —Jukka tomó aire. Lorena lo observaba en silencio—. ¿Te acuerdas de un compañero de cuarto curso, Javi, al que llamabais Obiwan? —ella asintió en silencio— ¿Recuerdas que en 2007 se fue de Erasmus a la Universidad de Leeds? Pues le pilló las inundaciones de ese año. Me puso un mensaje diciendo que había perdido todo, y que no tenía como volver. ¿Sabes cuál fue la reacción de Lábaro? “¡Que se joda! ¡Ese tío es un caradura!”, eso es lo que dijo. Me tocó contactar con la familia, y con la embajada española en Londres hasta que al final conseguimos traerlo de vuelta. ¿Sabes quién fue al aeropuerto a esperarlo junto a la familia para presumir de que la Academia cuida a sus alumnos?

– Tú —dijo Lorena con voz apenas audible.

– No, estimada, fue Lábaro. A sacarse una bonita foto —volvió a respirar profundamente y continuó—. ¿Te acuerdas de Julio, Manolo, Marían, Joan, Leyre? —Lorena miraba en silencio, recordaba que eran profesores que le habían dado clases—. Durante tres años, desde 2004, Lábaro me insistía en que había que despedirlos. No había motivos ¿sabes? Sólo porque a él le daba la gana. Esgrimía razones como el sobrepeso de alguno de ellos, o el físico de alguna profesora. ¿Sabes para qué? Para poder enchufar a algún amigo o devolver algún favor a sus amigos políticos. —instintivamente Jukka cogió una botella de agua que había en la mesita junto a la cama de Lorena y bebió—. ¿Te acuerdas de tus compañeros que fueron a Ucrania? Con ese absurdo convenio firmado con la Universidad de Sebastopol —Lorena asintió de nuevo— ¿Sabes lo que es recibir una llamada a las cuatro de la madrugada desde Ucrania, hecha por Nekane, la profesora que los acompañó, acojonada porque habían hospedado al grupo en un albergue ubicado en un polígono industrial lleno de tíos borrachos? Se suponía que iban a un hotel de lujo, pero los metieron en un tugurio. ¿Sabes lo que es escuchar a una colega diciendo que tiene miedo a que la violen una pandilla de los tipos que pululan por ahí? Que te cuenten con voz angustiada que su habitación no tiene ni puerta no es precisamente algo que desees escuchar. ¿Lo sabes verdad?

– Sí —contestó Lorena— mis compañeros nos contaban cosas y nos mandaron fotos. También que te avisaron.

– Pues entonces ya sabes quién buscó un hotel para que pudieran irse y al menos estar tranquilos. ¿Sabes la bronca que me cayó al día siguiente, que vine sin apenas dormir, por haber tomado esa decisión? ¿Sabes que Lábaro obligó a todo el grupo a dejar el hotel para que se trasladaran a otro que le buscó una agencia de viajes de un amigo? ¿Sabes que luego presumió ante las altas jerarquías de la Generalitat de haber arreglado una situación tensa que se había presentado? —Jukka tenía los ojos enrojecidos mezcla de la rabia y de la indignación que le producía recordar todo esto—. Cuando regresaron todos, Lábaro llamó a Nekane al despacho y ¿sabes que ocurrió? Los gritos de la bronca se escuchaban hasta en la cafetería. La conclusión era que debería haberse dejado violar si hubiese llegado el caso. Luego me llamó a mí y me empezó a abroncar. No quieras saber. Pero me levanté y lo dejé con la palabra en la boca. Dos días antes había conseguido la plaza que ahora ocupo en Burgos.

– Jukka, lo siento. Nunca me contastes…

– Lorena —repuso más calmado Jukka— eras una alumna. Tú no tenías porqué saber todo esto. Era parte de mi trabajo. Me afectaba, me consumía, me hundió. Un buen día acabé en el medico. Deshecho. Desorientado.

– Y… es cuando te dieron las pastillas para poder soportarlo.

– Así es.

Jukka volvió a sentarse junto a ella, en el borde de la cama. Sintió como la mano de Lorena rozaba la suya. Sintió paz. Tranquilidad. Sus dedos empezaron a entrelazarse y acabaron unidos. Ella lo miró fijamente.

– Quiero sentirte Jukka —dijo Lorena en voz baja.

– Lorena, mi estimada —repuso él acariciándole el cabello.

– Me refiero a algo más… —añadió ella con voz apagada.

Jukka se percató de ese detalle. La voz había sonado extraña. Casi como un quejido. También notó que estaba más pálida de lo que hasta ese momento se encontraba, resaltando el color de los moratones.

– ¿Te encuentras bien? —dijo él preocupado y sacando el móvil del bolsillo— ¿Llamo a una enfermera? ¿Llamo a tu hermana, a tus padres?

– No. Estoy bien. Estoy cansada.

– Duerme si quieres.

– Jukka… Es que… —Lorena titubeaba.

– Dime.

– No te lo tomes a mal… es que… Tengo novio.

Jukka sonrió. Volvió a acariciar la melena de Lorena y le habló.

– Pues lo normal. Alguien como tú, inteligente, guapa y simpática es normal que tenga a alguien a su lado ¿no?

– Sí. Pero… no sé si… —Jukka no la dejó terminar. Suavemente le puso el índice sobre los labios. Sabía lo que iba a decir y creía que era producto del shock, de la medicación, de la vida que se escapaba. No quería que dijera algo de lo que pudiera arrepentirse o no tuviera tiempo de hacerlo.

– Vale —dijo ella—, pero por favor quiero sentirte. Muy cerca, por favor.

Jukka la miró. Reflexionó un momento “Y si… La responsabilidad del pasado hay que asumirla. Puede que sea una estupidez, pero si le hice daño en el pasado no hay que quedarse únicamente en un lo siento”. Sin decir nada acercó el sillón a la cama, se percató de la ubicación del gotero y de la vía que descendía hasta conectarse en la mano de Lorena. Mentalmente ensayó los movimientos con precisión milimétrica para no hacerle ningún daño. Cuando se sintió preparado retiró la sábana. Las piernas de Lorena quedaron al descubierto y ocultaban las brutales señales del accidente bajo unos vendajes. Su cuerpo, cubierto por la bata en la que aparecía el logo del hospital, parecía extremadamente frágil. Jukka notó que la respiración de Lorena era entrecortada, como aquel día en el aula. Ella lo miraba a los ojos, como aquel día.

Con mucho cuidado Jukka pasó los brazos por debajo de las piernas y la espalda de Lorena y la levantó poco a poco. La tomó en brazos y asegurándose de que la vía no se enredara ni se soltara de su mano, se sentó suavemente en el borde de la cama. Apoyó a Lorena contra su pecho y luego mientras con una mano sostenía su cabeza con la otra le acarició el rostro. Ella sonreía y Jukka notó como la palidez desapareció momentáneamente y su rostro se ruborizó. Aunque tenía el brazo escayolado, Lorena hizo el esfuerzo y con los dedos acarició la cabeza de Jukka. Ella intentó incorporarse un poco pero un gesto de dolor se dibujó en su rostro. Jukka entendió y acomodó mejor el cuerpo de ella sobre su pecho. La boca de Lorena, entreabierta permitía ver unos dientes blancos. Jukka acercó sus labios a los de ella y la besó. Sus labios se fundieron, sus lenguas se buscaban. Jukka notaba como el cuerpo de Lorena se erizó por un instante. Luego, se miraron a los ojos. Lorena sonreía y entornó los ojos. Tomó la mano de Jukka y la llevó a su pecho, para sentirla sobre el corazón. Jukka notaba los latidos y esa rítmica cadencia lo cautivó. Imitando a Lorena también cerró los ojos. Se quedó profundamente dormido, el cansancio pudo con él. Apenas unos segundos que le hicieron sentir como si hubiera dormido días enteros.

El ruido de pasos agitados, voces alteradas y gritos entrecortados, un lastimero quejido que poco a poco se convirtió en un llanto desolador lo volvió a la realidad. Abrió los ojos y se encontró con la causa de este panorama que había oído antes que visto. Se percató que su mano seguía sobre el pecho de Lorena. Pero no notaba los latidos del corazón. Bajó la vista y la vio. Con los ojos cerrados, pálida, inerte. Pero con una sonrisa en el rostro. Una expresión de felicidad. Jukka intentó moverse, pero en ese momento y sin que supiera muy bien cómo, Melero se acercó corriendo y le quitó el cuerpo de su hija de encima y entre lágrimas lo depositó en la cama. Observó como la madre se abalanzaba sobre ella y lloraba mientras repetía como una letanía la frase “mi pobre niña”. Sandra también lloraba, pero tuvo un momento para hacerle un gesto de aprobación a Jukka que estaba desconcertado. Despacio y tratando de pasar desapercibido recogió su cazadora y se dirigió a la puerta. No se había percatado que otra persona había presenciado la escena en la que él sostenía el cuerpo inerte de Lorena. Leopoldo, el novio de Lorena. Jukka lo miró y sin que mediara ni una sola palabra ni un gesto, éste le dio un puñetazo en el rostro al tiempo que comenzaba a insultarlo. Jukka sintió junto al golpe como empezaba a salir sangre que escurrió entre sus dedos y comenzó a gotear en el suelo.

Una enfermera entró en la habitación y con voz autoritaria puso orden en la habitación. Los únicos que parecían ajenos eran los padres de Lorena. Leopoldo seguía intentando encararse con Jukka y sólo la persistencia de Sandra consiguió detenerlo. La enfermera le indicó a Jukka que lo siguiera hasta la sala de urgencias donde le realizarían una cura.

Aturdido, dolorido, cansado, somnoliento. Cuando salió del hospital miró al cielo y dejó que el sol calentara su rostro.

3

Jukka estaba descansando en la habitación de un hotel que había localizado cerca del Parque de la Concordia. Tumbado en la cama miraba el techo. A su lado, sobre la colcha arrugada, el teléfono móvil —en modo silencio— indicaba una nueva llamada entrante efectuada por Arantxa. Era la vigésima. Un nuevo icono en forma de sobre parpadeó señalando un mensaje nuevo, también de Arantxa.

A Jukka la nariz le dolía a pesar de los calmantes que le había recetado y que tenía encima de la mesilla de noche. Por su mente pasaban entrelazadas imágenes del pasado más lejano y de lo que había ocurrido apenas unas horas atrás. No lograba quitarse de la cabeza la muerte de Lorena. Había momentos en los que creía sentir el peso de su cuerpo en los brazos. No lograba apartar de su memoria el rostro que tenía ella cuando estaba inerte en sus brazos. Esa sonrisa. “Feliz. Se ha ido feliz.” Pero en el fondo le reconcomía una terrible duda. Si no se hubiera ido. Si se hubiera quedado en Alicante. Si no hubiera pensado únicamente en él. Si hubiera prestado un poco más de atención a lo que ocurría a su alrededor. Si hubiera prestado verdadera atención a Lorena. ¿Hubiera llegado a la misma situación? Dudas. Demasiadas para un día tan intenso. Jukka se levantó, se dirigió a la nevera del mini bar y la abrió. Cogió una mini botella de vodka, la abrió y la bebió de un trago. Volvió a la cama y se dejó llevar por un sueño inducido por los medicamentos y el alcohol.

El zumbido del móvil lo despertó. Tenía la impresión de que acababa de dormirse, pero cuando cogió el teléfono y vio la pantalla se quedó perplejo. Sábado, siete y media de la tarde. Había estado durmiendo cerca de veinticuatro horas seguidas. La llamada era de Sandra.

– ¿Sí, Sandra? —contestó con voz somnolienta.

– Jukka —notó que hablaba en voz baja, como ocultando el hecho de estar llamándolo—, ¿cómo estás?

– Bien —mintió, pero que era una nariz rota comparada con la muerte de su hermana—. ¿Y tú cómo estás?

– Te lo puedes imaginar. Oye, no puedo hablar mucho. Mañana al mediodía es el funeral.

– Me lo imaginaba. Pero no creo que el resto de tu familia quiera verme por ahí.

– Pero yo sí. Además, tengo algo importante que decirte —se escuchó ruido de voces junto a la de Sandra, por lo que esta terminó la conversación de forma brusca—. Te mando la dirección en un mensaje. Tengo que colgar.

Jukka quedó pensativo. «¿Ahora qué? ¿Se puede complicar aún más esta situación?” Decidió salir y tomar el aire. En la recepción preguntó por la dirección de algún bar y le explicaron cómo llegar al más cercano. Consiguió llegar tras perderse un par de veces al lugar que le habían indicado en la calle Don Quijote. El barman se quedó mirándolo y desconfió un poco al ver a un tipo greñudo con un esparadrapo sobre una nariz rota y unos ojos que empezaban a ponerse morados por efecto de la fractura.

– ¿Un mal día? —dijo el barman tanteando el talante del cliente.

– De perros —acertó a decir Jukka.

– Bueno. Todo tiene solución, ¿no? Menos la muerte —replicó aquel intentando mantener una conversación lo más esquiva posible.

Jukka se limitó a asentir. El barman esperaba que pidiera algo.

– Un ruso blanco. Por favor.

Jukka se dedicó a sorber lentamente del vaso. Cada trago le dolía. No supo cuanto tiempo tardó en acabar su copa. Pero cuando lo hizo regresó tranquilamente al hotel. Se dio una ducha, engulló un par de calmantes y se metió en la cama. En el momento de dormirse le pareció estar entrando en un oscuro pozo sin fondo, en una caída irremediable.

El sonido del despertador del móvil lo sacó de la espesura del sueño. Tenía que prepararse para ir al funeral. Miró el teléfono y vio en efecto un mensaje enviado por Sandra, cerca de medianoche, indicándole el lugar. Un tanatorio cercano al hospital donde había fallecido Lorena. Se afeitó y nueva ducha. Se vistió lo mejor que pudo, tan solo había echado una americana a toda prisa en el equipaje y una camisa gris.

Cuando llegó, la capilla del tanatorio estaba llena. No quería que se notara su presencia por lo que se quedó al fondo, junto a una columna. Desde allí podía ver a la familia en primera fila. Los padres destrozados, y Sandra intentando mantener el tipo. Junto a ella distinguió a Leopoldo, que llevaba puestas unas gafas oscuras. Luego entre el resto de los asistentes reconoció los rostros de algunos antiguos alumnos y alumnas. Algunos lloraban, otros reflejaban la pena en sus miradas. En medio de un pasillo, junto al altar estaba el ataúd.

– ¿Jukka? —escuchó una voz familiar detrás de él— ¿Eres Jukka? ¡La hostia! ¡Pero chiquillo que cambiado estás!

Se giró y vio a Victoria acompañada de Nekane. Jukka las miró y simplemente abrazó a Victoria y luego a Nekane. Les indicó que salieran. Victoria le dijo algo a Nekane y esta se fue, no sin antes hacerle una imperceptible caricia en la mano.

– Pero ¿qué te ha pasado en la nariz? —preguntó Victoria.

– Nada, que soy un poco torpe y mira como he acabado.

– Pero, pero… ¿cómo te has enterado de lo de Lorena? Ha sido una pena, oye. Tan joven.

– Si yo te contara.

– Oye… Tú sabes algo.

– No es agradable ver como muere uno de tus demonios —dijo él de manera reflexiva.

– ¡Ay, Jukka! —replicó ella observándolo con ojos llorosos. Jukka notó como le comenzó a temblar el parpado—. Había escuchado rumores, algo había visto, pero no sabía… ¡Claro! Cuando a veces me decías que estabas luchando contra tus “demonios interiores”, ¿era ella?

– No había nada, de verdad. Mira estoy agobiado. Estoy harto —dijo cambiando de tono—. Ayer fue un día muy raro. Tan raro que Lorena acabó muerta en mis brazos. ¡Joder! No he podido dejar de pensar en la pietá. Tengo ganas de que termine todo esto y volver a Burgos.

– Vale, tranquilo —le dijo Victoria pasándole el brazo por los hombros—. ¿Cómo te va por allí?

– Bien. Muy bien. Clases, reuniones y mucho anonimato. ¿Y vosotros? ¿Cómo os va?

– Para que te voy a engañar. Mal. Va todo muy mal. Lábaro y su equipo no paran de gastar el dinero. ¿Sabes? Cuando te fuiste lo primero que hizo fue asumir tu puesto con el complemento salarial incluido. Pero sin hacer absolutamente nada. No ha parado de hacer viajes a Rusia, al Caribe y vete tú a saber dónde más. Despidió a unos cuantos profesores y contrató a varios amigos suyos o recomendados, alguno de ellos no puede ni firmar las actas por no sé muy bien que tema de incompatibilidad laboral. Últimamente se encierra en su despacho y durante horas se escucha la destructora de documentos con su zumbido característico.

– Todos los tiranos, desde Mesopotamia, tienen un deseo incontrolable por destruir las pruebas de sus excesos. Él no iba a ser menos.

– El tema no pinta bien.

– Huid —dijo secamente Jukka.

Acababa de terminar la frase cuando vio llegar a Lábaro, que caminaba con su peculiar aire pomposo y grandilocuente oscilando de un lado a otro. Era el estilo reservado para sus grandes puestas en escena. Vestía un traje oscuro y corbata negra elegida para la ocasión como no podía ser de otro modo. El pelo engominado le daba un aspecto especialmente grotesco. Jukka tuvo la esperanza de que lo ignorara, pero, por el contrario, su presencia actuó como un imán para Lábaro, quien se acercó rápidamente al tiempo que comenzaba a hablar con un tono de voz demasiado alto, nada apropiado para el lugar y el momento.

– ¡Pero mira a quién tenemos aquí! ¡Jukka Lehto! ¡Caramba! —se acercó y bajó el tono lo imprescindible para no montar un escándalo, pero para asegurarse que su comentario iba a ser escuchado, al menos en las inmediaciones— ¿Qué pasa señor Lehto? ¿Qué incluso desde Burgos te la seguía tirando?

Jukka sintió el aliento etílico de Lábaro. El comentario desde luego se había escuchado y había tenido el efecto deseado. Jukka notó como algunas personas lo observaban y como aparecían gestos de asco y desprecio. Por su mente pasó fugazmente la idea de darle un puñetazo a Lábaro. Pero se calmó con una idea: “Por respeto a la memoria de Lorena mejor no. Menos hoy y menos aquí”. Por el contrario, decidió quitarse de en medio tras intentar dejar desconcertado a Lábaro.

– Yo también me alegro de verte, Adolfo, pero me tengo que ir. Que te vaya bien.

Tras decir eso salió del tanatorio. Se puso sus gafas de sol oscuras y se sentó en un banco y sin poder aguantar más dio rienda suelta a unos sentimientos encontrado. Dolor y pena se mezclaron con la rabia y la indignación. Mientras lloraba amargamente se dijo que al menos nadie lo miraría raro. En definitiva, era uno de los lugares más propicios para mostrarse así.

No supo cuánto tiempo esperó en el exterior. Tras la experiencia con Lábaro y cómo lo había expuesto de manera tan canalla no tenía ganas de estar durante el oficio religioso. De todas maneras, nunca había creído en las palabras de los curas. En un determinado momento vio como salían rostros conocidos. Tenía ganas de salir de allí y regresar a la rutina de las clases, de los trabajos, las prácticas y tutorías. Mantener la mente ocupada se le antojaba una de las mejores maneras de salir de todo este embrollo que no acababa de entender. El zumbido del móvil lo distrajo. Lo llamaban de la Facultad. Pensó en que quizás era Arantxa, pero ante la duda no tuvo más opción que contestar.

– ¿Lehto? —reconoció al instante la voz. Se trataba del decano—. ¿Cómo estás muchachote?

– No muy bien Arturo.

– ¿Estás mal de salud?

– No —Jukka pensó que podía haber mentido y haber dicho que lo aquejaba una gripe, o un problema estomacal o cualquier virus o bacteria, algo propio de la fecha, pero optó por contar la verdad—. Estoy en Elda. En un funeral.

– ¡Ah, caramba! ¿Alguien de la familia? En cualquier caso, vaya mi pésame por delante.

– Gracias. No es familiar. Es asunto personal. Disculpa tengo que saludar a los parientes.

– De acuerdo. Oye cuando vuelvas pásate por mi despacho. Tenemos que comentar algo. Oye, buen viaje de regreso.

– Gracias.

Jukka bien sabía que a pesar del tono cortés y amable le iba a caer una especie de filípica, término que además encontraba apropiado ya que el decano era especialista en Historia Antigua. La verdad es que lo había hecho mal. No había dado ningún aviso. Le tocaba asumir la responsabilidad de sus actos. En estos pensamientos se encontraba cuando se acercó Sandra.

– ¿Cómo lo llevas? —preguntó Jukka.

– Mal —tenía los ojos vidriosos y no paraba de secarse la nariz—. Se había trasladado a Alicante. Había empezado a trabajar en lo que le gustaba.

– Me imagino. A hacer su vida. Con su pareja y con un montón de responsabilidades.

– Leopoldo no vivía con ella. Solo iba cuando quería… —no terminó la frase y se quedó mirando a Jukka.

– Entiendo. No sigas.

– Ahora sé que no volverá algún fin de semana a visitarnos. Ni nos reiremos de nuestras tonterías, ni iremos a conciertos, ni haremos tantas cosas que solíamos hacer… —sacó algo del bolsillo y se lo entregó—. Por cierto, Jukka, toma esta pulsera. Era de mi hermana. He pensado que quizás te gustaría tenerla de recuerdo.

Jukka le dio las gracias. Se trataba de una pulsera de acero con una placa de unos cinco milímetros de ancho en la que estaba grabada la letra L.

– Bueno Sandra, lamento que hayamos tenido que conocernos en estas circunstancias. Pero tengo que regresar. La vida sigue.

– En el fondo te conocía algo —dijo Sandra que vio como Jukka, quitándose las gafas, la miraba con curiosidad—. Mi hermana me contó muchas cosas. Recuerdo —añadió Sandra—, un día que explicaste algo sobre mitología; una historia que provenía de la cultura nórdica y que acabó convertida en una canción country o algo similar. Disculpa, pero no recuerdo bien.

– La Cacería Salvaje —murmuró Jukka.

– Sí, puede que fuera eso —dijo ella—. A mi hermana esa historia le impactó mucho. Sobre todo, la manera como lo explicaste. Me dijo que empezaste poniendo una canción, repartiste folios con la letra y los animaste a cantarla.

Jukka comenzó a recordar con nitidez ese momento. También recordó como las miradas de Lorena y la suya se encontraron en determinada estrofa de la canción. Jukka podía, incluso en este momento, recordar la melodía.

Their faces gaunt, their eyes were blurred, their shirts all soaked with sweat

They’re ridin’ hard to catch that herd but they ‘aint caught ‘em yet

‘Cause they’ve got to ride forever in the range up in the sky

On horses snorting fire as they ride hard, hear them cry

– Estaba enamorada de ti y pensó que tú también —añadió Sandra.

– Lo estaba —reconoció Jukka—, pero ya sabes que no siempre se obtiene lo que uno quiere. Las más de las veces porque no se sabe cómo obtenerlo por fácil que sea. Ahora no creo que todo eso tenga mucha importancia.

– Para mí sí —dijo Sandra secamente—. Jukka, tengo que decirte algo. No me encaja lo del atropello.

Sandra iba a comentarle con más detalle lo que había comenzado a decir cuando llegó el padre de ésta acompañado de Leopoldo, el cual se plantó delante de Jukka con gesto amenazador.

– Señor Lehto —comenzó a decir Melero—, accedí a la petición de Lorena porque no sabía muy bien sus motivos. Sospechaba algo, pues no es normal que una chica como ella tuviera tanto interés en su profesor —dijo la palabra profesor con desprecio—. Accedí a que hablara con ella porque parecía que eso iba a darle algo más de tiempo y pensé, la esperanza es un sentimiento muy fuerte, que iba a recuperarse. Pero mis temores se hicieron realidad. Usted no es más que un depravado. No sé cómo me contengo y no lo llevo ante las autoridades, quizás porque Sandra me dice que estoy equivocado. Tengo que creerla porque es mi hija. Pero desconfío. Si me da la más mínima oportunidad le aseguro que pagará por lo que ha hecho. Ya me ha costado una hija. Deje en paz a la que me queda. No se acerque. Ni se le ocurra llamarla ni tener cualquier tipo de contacto con ella. Desaparezca de nuestras vidas.

Dicho esto, Melero pasó un brazo por los hombros de Sandra y comenzó a caminar con ella en dirección a donde se encontraba el resto de los familiares y amigos. Sandra se volvió buscando a Jukka con la mirada, luego bajó la vista al suelo y abrazándose a su padre continuó el camino.

– ¡Sandra! —gritó haciendo que ella se volviera—. ¡Busca! ¡Encuentra lo que buscas! ¡Se justa!

Leopoldo, que estaba delante de Jukka, lo miró con desafío. “Y este ¿qué rayos quiere de mí? ¡Absurdo!”, pensó Jukka. Apartó a Leopoldo con un leve movimiento de la mano y se dirigió a su coche. Se metió dentro y arrancó. Aceleró y salió en dirección a la autovía. Llegó a una bifurcación y detuvo el coche. Miró. Hacia la izquierda estaba señalizado Madrid, y más allá seguía el camino hasta Burgos. Hacia la derecha indicaba Alicante. Estaba dudando. Quería volver a su rutina, pero dudaba. No pudo pensar más, sonó el claxon de un vehículo que estaba detrás del suyo, miró por el retrovisor y haciendo una seña de disculpa puso el intermitente a la derecha.

Jukka estacionó el coche en uno de los aparcamientos de la playa del Saladar. Justo donde aquel día había dado la clase a sus alumnos. Caminó por la arena y se dirigió hasta la orilla. Se quitó las botas, se sentó y comenzó a mirar al horizonte. Como esperaba, con la cadencia habitual, comenzaron a sobrevolar el mar y la playa con un ensordecedor estruendo aviones procedentes de lugares tan distantes como Londres, Oslo, Dusseldorf, Eindhoven o París.

Sentía en su rostro la suave brisa de levante que soplaba llevando el olor del Mediterráneo hasta su nariz, aunque no podía oler bien. Le molestaba la fractura. Sintió no obstante el acre sabor del salitre que flotaba en el ambiente. Las pequeñas olas del mar chocaban en la arena al llegar a la orilla y alguna de ellas subía más que las demás. Estas eran las que mojaban los pies de Jukka, quien se estremecía al sentir el frescor del agua. Recordó el episodio con Lorena en esta playa y todo el caos que había generado. Sacó la cartera de su bolsillo y rebuscó algo. Una foto que mostraba alguna señal de deterioro, pero no demasiado ya que tenía unos dos años de antigüedad. En la foto se veía a Lorena caminando por la playa. Vestida con unos vaqueros desgastados, una cazadora de cuero tipo aviador y un shemagh enrollado en torno al cuello. Su melena revoloteaba en torno a ella agitada por el viento que hacía ese día. Con su mano intentaba ordenar el pelo. Se apreciaba una mirada melancólica en dirección contraria a la persona que había tomado la foto, que desde luego no había sido Jukka, sino una compañera de Lorena. La dirección de la mirada sí que se dirigía hacia donde ese día se encontraba él. Estuvo observando la foto durante un rato. En silencio, sin pensar en nada.

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Yaş sınırı:
16+
Litres'teki yayın tarihi:
01 aralık 2018
Hacim:
420 s. 1 illüstrasyon
ISBN:
9788381553971
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