Kitabı oku: «Encuentro Con Nibiru»
Danilo Clementoni
Encuentro con Nibiru
Las aventuras de Azakis y Petri
Titulo original:
Incrocio con Nibiru
Le avventure di Azakis e Petri
Traducido por: MarÃa Acosta
Editor: Tektime
Este libro es una obra producto de la fantasÃa. Nombres, personajes, lugares y organizaciones citados son fruto de la imaginación del autor y su objetivo es dar verosimilitud a la narración. Cualquier parecido con hechos o personas reales, vivas o difuntas, es pura coincidencia.
Encuentro con Nibiru
Copyright © 2015 Danilo Clementoni
1ª edición (en italiano): febrero 2015
Editado e impreso por el autor
Facebook: www.facebook.com/incrocioconnibiru (en italiano)
Blog: dclementoni.blogspot.it
e-mail: d.clementoni@gmail.com
Derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación podrá ser reproducida de ninguna manera, incluso por cualquier tipo de sistema mecánico y/o electrónico sin la autorización expresa y escrita del editor, a excepción de algunos pequeños pasajes a efectos de ilustrar reseñas o recensiones.
Este es el segundo volumen de la serie
Las aventuras de Azakis y Petri
Con el fin de disfrutar completamente esta apasionante aventura, antes de comenzar la lectura de esta novela recomendarÃa la lectura del primer tomo titulado
El Retorno
(Nota del Autor)
A mi mujer y mi hijo por la paciencia que han tenido conmigo y por todas las valiosas sugerencias que han aportado, contribuyendo de esta manera, ya sea a mi mismo como a esta novela.
Agradezco en particular a todos mis amigos el que me hayan confortado e incitado a seguir hasta finalizar este trabajo que, quizás, sin ellos no habrÃa visto jamás la luz.
Ãndice
Introducción
Prólogo
Astronave Theos
Tell el-Mukayyar â La fuga
Astronave Theos â El superfluido
Base aérea Camp Adder â La evasión
Astronave Theos â El plan de acción
New York â Isla de Manhattan
Astronave Theosâ El regalo
Nasiriya â La cena
Astronave Theos â El almirante
Nasiriya â La emboscada
Astronave Theos â El Presidente
Nasiriya â Hisham
Astronave Theos â El regreso a la Tierra
Nibiru â Los preparativos
Tell el-Mukayyar â La trampa
Nevada â Ãrea 51
Nibiru â La prueba
Tell el-Mukayyar â Malas noticias
Ãrea 51 â El contacto
Nibiru â La partida
Tell el-Mukayyar â El mensaje
Ãrea 51 â Contramedidas
Theos-2 â Contacto con la Tierra
Tell el-Mukayyar â El accidente
Ãrea 51 â La base secreta
Tell el-Mukayyar â El gatito
Theos-2 â El asteroide
Ãrea 51 â Las revelaciones tecnológicas
Nasiriya â Los Shani
Theos-2 â Los cálculos
Ãrea 51 â Las coordenadas
Nasiriya â Regreso al campamento
Theos-2 â La averÃa
Ãrea 51 â El dinero
Tell-el-Mukayyar â Regreso a la base
Theos-2 â Un paseo por el espacio
Ãrea 51 â El proyecto
Tell-el-Mukayyar â La captura
Theos-2 â Las reparaciones
Ãrea 51 â La llamada desde la Theos-2
Boston â Hospital General de Massachussets
Theos-2 â Hipótesis
Ãrea 51 â La esperanza
Océano Atlántico â El rescate
Theos-2 â El Plan âBâ
Ãrea 51 â El acuerdo
Astronave Theos â Las comprobaciones
Ãrea 51 â La confesión
Theos-2 â Ãrbita terrestre
Ãrea 51 â La liberación
Theos-2 â El punto âXâ
Ãrea 51 â El control de la evacuación
Theos-2 â Ãltimas comprobaciones
Theos â Nuevas revelaciones
Planeta Tierra â California
Theos â Newark en acción
Planeta Tierra â Las reacciones
Ãrbita terrestre â Kodon
Tell-el-Mukayyar â La despedida
BibliografÃa en español
Note
Introducción
El decimosegundo planeta, Nibiru, (el planeta de transición), como fue llamado por los sumerios o Marduk (el rey de los cielos) como lo rebautizaron los babilonios, es en realidad un cuerpo celeste que orbita en torno a nuestro sol durante un periodo de 3.600 años. Su órbita es claramente elÃptica, retrógrada (gira alrededor del sol en sentido contrario a todos los demás planetas) y está muy inclinada respecto al plano de nuestro sistema solar.
Cada una de sus aproximaciones cÃclicas ha provocado casi siempre inmensas perturbaciones interplanetarias en nuestro sistema solar, tanto en las órbitas como en la conformación misma de los planetas que formaban parte del mismo. Concretamente, fue justo en una de sus más tumultuosas transiciones que el majestuoso planeta Tiamat, ubicado entre Marte y Júpiter, con una masa aproximada de nueve veces la de la actual Tierra, con abundante agua y con once satélites, fue devastado debido a un épico choque. Una de las siete lunas que orbitaban alrededor de Nibiru golpeó al gigantesco Tiamat partiéndolo prácticamente por la mitad, obligando a cada una de las secciones a moverse en distintas órbitas. En la siguiente transición (el segundo dÃa del Génesis), los restantes satélites de Nibiru completaron la obra destruyendo completamente una da las partes que se habÃan formado con el primer choque. Los detritos generados por las múltiples colisiones crearon, en parte, lo que hoy conocemos como cinturón de asteroides1 o Brazalete Martillado, que era como lo llamaban los sumerios, y otra parte fue incorporada por los planetas vecinos. En concreto, fue Júpiter el que capturó la mayor parte de los detritos, aumentando de forma considerable su masa.
Los satélites artÃfices del desastre, incluyendo aquellos supervivientes del antiguo planeta Tiamat, en su mayor parte fueron lanzados hacia órbitas exteriores, formando lo que hoy conocemos como cometas; la parte superviviente a la segunda transición consiguió colocarse en una orbita entre Marte y Venus, llevándose consigo el último satélite y acabando por formar lo que hoy conocemos como Tierra, junto a su inseparable compañera la Luna.
. La cicatriz provocada por aquella colisión cósmica, que habÃa tenido lugar aproximadamente hacÃa 4 millones de años, todavÃa es parcialmente visible. La parte dañada del planeta está actualmente cubierta por las aguas de lo que hoy llamamos Océano PacÃfico. Ocupa un tercio de la superficie terrestre con una extensión de más de 179 millones de kilómetros cuadrados. En toda esta inmensa superficie no hay prácticamente masa terrestre, sólo una gran depresión que se extiende hasta una profundidad que supera los diez kilómetros.
Actualmente Nibiru posee una configuración muy parecida a la de la Tierra. Las dos terceras partes de su superficie están recubiertas de agua mientras que el resto está ocupada por un único continente que se extiende de norte a sur, con una superficie total de 100 millones de kilómetros cuadrados. Algunos de sus habitantes, con cientos de miles de años, aprovechando la aproximación cÃclica de su planeta al nuestro, nos han visitado de manera sistemática, influyendo en la cultura, los conocimientos, la tecnologÃa e incluso en la misma evolución de la raza humana. Nuestros antepasados los han llamado de muchas maneras, pero quizás el nombre con el que han sido conocidos desde siempre haya sido âDiosesâ
Prólogo
Azakis y Petri, los dos simpáticos e inseparables alienÃgenas protagonistas de esta aventura, han vuelto al planeta Tierra después de un año (3.600 años terrestres). Su misión era recuperar una valiosa carga que, a causa del mal funcionamiento de su sistema de transporte, se habÃan visto obligados a abandonar rápidamente en su anterior visita. Esta vez, en cambio, han encontrado una población terrestre muy distinta con respecto a aquella que habÃan dejado. Usos, costumbres, cultura, tecnologÃa, sistemas de comunicación, armamento, todo era diferente con respecto a lo que habÃan encontrado en la última visita.
A su llegado se tropezaron con una pareja de terrestres: la doctora de arqueologÃa Elisa Hunter y el coronel Jack Hudson, que los han acogido con entusiasmo y, después de innumerables peripecias, los han ayudado a finalizar su delicada misión.
Aquello que sin embargo los dos alienÃgenas no habrÃan querido decir a sus nuevos amigos era que, su planeta natal Nibiru, se estaba acercando velozmente y que, al cabo de siete dÃas terrestres, chocarÃa con la órbita de la Tierra. Según el cálculo efectuado por los Ancianos, uno de sus siete satélites rozarÃa el planeta provocando una serie de alteraciones climáticas comparables a aquellas que, en la transición anterior, habÃan sido resumidos en un único concepto: Diluvio Universal.
En la primera parte de la novela (El retorno â Las aventuras de Azakis y Petri), los habÃamos dejado a los cuatro en el interior de su majestuosa astronave Theos y es desde este momento que retomamos la narración de esta nueva y fantástica aventura.
Astronave Theos
En las últimas horas Elisa se habÃa visto sobrepasada por tal cantidad de información que ahora se sentÃa como una niña que se habÃa indigestado de cerezas. Aquellos dos extraños y simpáticos personajes, aparecidos prácticamente de la nada, habÃan conseguido en poquÃsimo tiempo darle la vuelta a muchas de las verdades históricas que ella y el resto del género humano habÃan dado por descontadas. Hechos, descubrimientos cientÃficos, creencias, ritos, religiones e incluso la evolución del hombre estaban a punto de ser puestos del revés. La noticia del descubrimiento de que seres provenientes de otro planeta, desde el inicio de los tiempos, hubiesen manipulado y guiado con habilidad el desarrollo de la humanidad, tendrÃa sobre todos un efecto parecido al de la revelación de que la Tierra no era plana sino redonda. Azakis y su querido amigo y compañero de aventuras, Petri, permanecÃan inmóviles en el centro del puente de mando mientras que, con la mirada, intentaban seguir los movimientos de Elisa que, con las manos metidas en los bolsillos de los pantalones, daba vueltas por la habitación, nerviosa, mientras balbucÃa palabras incomprensibles. Jack, por el contrario, se habÃa desplomado en una butaca y con las manos intentaba mantener erguida la cabeza que parecÃa haberse vuelto muy pesada improvisamente. Fue justo él quien, después de unos minutos de interminable silencio, decidió tomar las riendas de la situación. Se levantó de repente y, volviéndose hacia los dos alienÃgenas, dijo con voz resuelta: «Si nos habéis elegido para este trabajo tendréis vuestras motivos. Sólo puedo deciros que no os desilusionaremos.» Después miró a Azakis a los ojos y preguntó con resolución: «¿PodrÃais mostrarnos por medio de esa locura» e indicó con la mano la imagen virtual de la Tierra que todavÃa rotaba lentamente en el centro de la habitación «una simulación del acercamiento de vuestro planeta?». «Ningún problema», replicó al instante Azakis. Mediante su implante N^COM recuperó todos los cálculos hechos por los Ancianos e hizo que apareciese la representación gráfica delante de ellos.
«Esto es Nibiru» dijo indicando el planeta más grande. «Y estos son sus satélites de los que estábamos hablando.»
Alrededor del majestuoso planeta, siete cuerpos celestes, mucho más pequeños, giraban velozmente a distancias y velocidades diferentes entre ellos. Azakis acercó el dedo Ãndice hacia el que estaba orbitando más lejos de todos y lo agrandó hasta hacerlo tan alto como él. Después dijo solemnemente, «Señores, os presento a Kodon, el imponente amasijo rocoso que ha decidido causar unos cuantos problemas a vuestro amado planeta.»
«¿Cómo es de grande?» preguntó Elisa, mientras observaba curiosa aquel grumoso globo gris oscuro.
«Digamos que, por lo que respecta a su dimensión, es ligeramente más pequeño que vuestra Luna pero casi duplica su masa.» Azakis hizo un gesto rápido con la mano y enfrente de ellos apareció todo el sistema solar con los planetas que se movÃan lentamente en sus respectivas órbitas. Cada una de las trayectorias estaba representada por finas lÃneas de distintos colores.
«Esta» continuó Azakis, indicando una marca rojo oscura «es la trayectoria que Nibiru seguirá durante la fase de aproximación al Sol.» A continuación aceleró el movimiento del planeta hasta acercarlo a la Tierra y añadió «Y este es el punto donde las órbitas de los dos planetas se cruzarán.»
Los dos terrestres seguÃan maravillados, pero con mucha atención, la explicación que Azakis les estaba dando sobre el incidente que, dentro de pocos dÃas, pondrÃa sus vidas patas arriba y también la de todos los habitantes del planeta.
«¿A qué distancia pasará Nibiru de nosotros?» preguntó con tranquilidad el coronel.
«Como estaba diciendo», respondió Azakis «Nibiru no os molestará mucho. Será Kodon el que rozará la Tierra y creará unos cuantos problemas.» Acercó todavÃa más la imagen y mostró la simulación del satélite en el momento en que llegarÃa al punto más cercano de la órbita terrestre. «Este será el momento de máxima atracción gravitacional entre los dos cuerpos celestes. Kodon pasará a sólo 200.000 kilómetros de vuestro planeta.»
«¡Porras!» exclamó Elisa. «Una tonterÃa de nada»
«La última vez» contestó Azakis «hace exactamente dos ciclos, pasó aproximadamente a 500.000 kilómetros y todos sabemos la que montó»
«SÃ, el famoso Diluvio Universal»
Jack estaba de pie con las manos cruzadas detrás de la espalda mientras se movÃa arriba y abajo sobre la punta de los pies y luego sobre los talones columpiándose de esta manera hacia delante y hacia atrás. De repente, con un tono muy serio, rompió el silencio diciendo «No soy seguramente un experto en la materia pero temo que ninguna tecnologÃa terrestre sea capaz de hacer nada para contrarrestar un acontecimiento de este tipo»
«Quizás podrÃamos lanzar contra él unos misiles con cabezas nucleares» se arriesgó a decir Elisa.
«Eso sólo sucede en las pelÃculas de ciencia ficción» dijo sonriente Jack. «Además, admitamos que conseguimos que lleguen a Kodon, nos arriesgamos a fragmentar el satélite en miles de pedazos provocando de esta forma una amenazante lluvia de meteoritos. Eso si que serÃa el fin de todo»
«Perdonad» dijo entonces Elisa volviéndose hacia los dos alienÃgenas. «¿No habÃais dicho antes que, a cambio de nuestro valiosÃsimo plástico, nos ayudarÃais a resolver esta absurda situación? Espero que tengáis una buena idea para ayudarnos, sino estamos fritos»
Petri que, hasta este momento habÃa permanecido callado en un segundo plano sonrió levemente y caminó en dirección al escenario tridimensional que se encontraba en mitad del puente de mando. Con un rápido movimiento de la mano hizo aparecer una especie de rosquilla plateada. La tocó con el dedo Ãndice y la movió hasta colocarla exactamente entre la Tierra y Kodon, después dijo «Esta podrÃa ser la solución.»
Tell el-Mukayyar â La fuga
En la tienda laboratorio, los dos falsos beduinos que habÃan intentado robar a los alienÃgenas el valioso contenido de su nave espacial, habÃan sido amordazados y atados con fuerza a un barril lleno de carburante. Estaban sentados sobre la tierra, con las espaldas apoyadas en el pesado contenedor metálico, colocados de manera que mirasen en direcciones opuestas. Fuera de la tienda, un ayudante de la doctora estaba de guardia y, de vez en cuando, se asomaba al interior para controlar la situación.
El más delgado de los dos que, a causa del golpe que habÃa recibido del coronel en el costado tenÃa, seguramente, un par de costillas rotas, a pesar del dolor que le estaba impidiendo casi respirar, no habÃa dejado ni un momento de mirar alrededor buscando algo que pudiese servirle para liberarse.
Desde un pequeño agujero en la pared la luz del sol vespertino penetraba tÃmidamente en el interior de la tienda, dibujando en el aire caliente y polvoriento un sutil rayo luminoso. Aquella especie de espada de luz perfilaba sobre el suelo una pequeña elipse blanca que muy lentamente se movÃa hacia los dos prisioneros. El tipo delgado estaba siguiendo, casi hipnotizado, el lento avance de aquella mancha blanca cuando un repentino rayo de luz lo devolvió a la realidad. Semienterrado en la arena, a unos cinco metros de él, una cosa metálica reflejó la luz solar directamente hacia su ojo derecho. Movió ligeramente la cabeza e intentó comprender de qué se trataba, sin conseguirlo. Intentó, entonces, alargar una pierna en aquella dirección pero un dolor agudo e intenso en el costado le recordó las condiciones de sus costillas y decidió desistir. Pensó que, de todas formas, no hubiese llegado; intentando hablar a través de la mordaza susurró: âEh, ¿estás vivo?â
El compañero gordo no estaba mejor que él. Después de la caÃda que le habÃa provocado la acción de Petri, sobre su rodilla izquierda habÃa aparecido un enorme hematoma, tenÃa un bonito chichón sobre la frente, el hombro derecho le dolÃa a morir y la muñeca derecha estaba hinchada como una pelota.
«Creo que sû respondió con un hilo de voz, murmurando él también a través de la mordaza.
«Menos mal. Hace ya tiempo que te estoy llamando. Me estaba preocupando»
«Debo de haberme desmayado. Tengo la cabeza como un bombo»
«Debemos escapar de aquà sin que nos vean» dijo con determinación el delgado.
«¿Tú cómo estás? ¿Te has roto algo?»
«Creo que tengo alguna costilla fracturada pero me las apañaré»
«¿Cómo hemos conseguido que nos pillasen por sorpresa?»
«OlvÃdate, lo que ha sucedido ha sucedido. Intentemos antes de nada liberarnos. Mira a tu izquierda, allà donde se refleja el rayo de sol»
«No veo nada» replicó el gordo.
«Hay algo sepultado. Parece un objeto metálico. Mira a ver si consigues llegar a él con la pierna»
El sonido repentino de la cremallera de la tienda que se abrÃa interrumpió la operación. El ayudante de guardia miró al interior. El gordito volvió a fingir que estaba desmayado mientras que el otro quedó absolutamente inmóvil. El hombre dio una ojeada a los dos, controló por encima los atrezos esparcidos en el interior y después, con aire satisfecho, se retiró y cerró la entrada.
Los dos quedaron durante un momento quietos, luego fue el gordo el que comenzó a hablar. «Ha faltado poco»
«Bueno, ¿la has visto? ¿Llegas a ella?»
«SÃ, ahora sÃ. Espera que lo intente»
El corpulento y falso beduino comenzó a mover el tronco intentando de esta manera aflojar un poco las cuerdas que lo inmovilizaban, después comenzó a extender todo lo que podÃa la pierna izquierda en dirección al objeto. Llegaba por los pelos. Con el tacón comenzó a excavar en la tierra hasta que consiguió descubrir una parte del objeto.
«Parece una espátula»
«Debe ser una Trowel Marshalltown. Es el instrumento preferido por los arqueólogos para rascar en la tierra cuando buscan viejas vasijas. ¿Consigues cogerla?»
«No llego»
«Si dejases de atiborrarte con todas esas porquerÃas quizás conseguirÃas incluso moverte mejor, un gordinflas es lo que eres»
«¿Qué tendrá que ver mi poderoso fÃsico?»
«Muévete, poderoso fÃsico, intenta recuperar esa espátula sino ya conseguirá la cárcel hacerte adelgazar»
Imágenes de comida aplastada, sosa y maloliente aparecieron de repente ante los ojos del gordito. Aquella terrible visión hizo que se manifestase en él una fuerza que no pensaba que tuviese. Enarcó lo más que pudo la espalda. Un dolor lacerante partió desde el hombro dolorido y llegó hasta el cerebro, pero no hizo caso. Con un decidido golpe de riñones consiguió llevar el talón más allá de la espátula y, plegando rápidamente la pierna, la lanzó hacia si.
«Lo conseguû gritó desde detrás de la mordaza.
«¿No puedes estar callado, imbécil? ¿A qué vienen esos gritos? ¿Quieres que vuelvan a entrar esos dos energúmenos y que nos pongan a caldo?»
«Perdona» respondió sumiso el gordo. «Conseguà cogerla»
«¿Has visto cómo, si te empeñas, incluso tú puedes hacer las cosas bien? TendrÃa que estar afilada. A ver si consigues cortar estas malditas cuerdas»
Con la mano buena el tipo gordo cogió la espátula por el mango y comenzó a frotar la parte más afilada sobre la cuerda que estaba detrás de su espalda.
«Imaginemos que nos liberamos» dijo en voz baja el gordito «¿Cómo conseguiremos escapar sin que nos vean? El campamento está lleno de gente y todavÃa es de dÃa. Espero que tengas un plan»
«Pues claro que lo tengo. ¿No soy yo el genio de este equipo?» exclamó orgulloso el flaco. «Mientras tú estabas durmiendo cómodamente la siesta yo he analizado la situación y creo que he encontrado la manera de escapar.»
«Soy todo oÃdos» replicó el otro mientras continuaba a restregar la cuerda con la espátula.
«El tipo que está de guardia se deja ver aproximadamente cada diez minutos y esta tienda es la que está más alejada en la parte este del campamento»
«¿Y entonces?»
«¿Cómo se me ocurrió cogerte como socio para este trabajo? Tienes la fantasÃa y la inteligencia de una ameba, y esperemos que las amebas no se ofendan por esta comparación»
«La verdad es que» replicó un poco mosqueado el gordito «he sido yo quien te ha elegido, ya que el trabajo me lo habÃan encargado a mû
«¿Has conseguido liberarte?» le interrumpió el flaco, ya que la discusión estaba discurriendo por malos derroteros y además, efectivamente, su compañero tenÃa toda la razón.
«Espera un poco. Creo que comienza a ceder»
De hecho, poco después, con un seco chasquido, la cuerda que los tenÃa amarrados al barril se rompió y la panza del gordo, finalmente libre de apreturas, recobró su dimensión normal.
«¡Lo conseguÃ!» exclamó satisfecho el gordito.
«Genial. Ahora mantengámosla abajo hasta que no reaparezca el guardia. Tiene que parecer que todo está en orden.»
«Ok, socio. Vuelvo a simular que duermo.»
No tuvieron que esperar mucho. Algunos minutos más tarde, de hecho, el ayudante de la doctora volvió a asomar la cabeza por la tienda. Hizo el habitual control de la situación y, no notando nada de extraño, cerró otra vez la cremallera, se colocó bajo la sombra de la entrada y encendió tranquilamente un cigarrillo hecho a mano.
«Ahora» dijo el flaco. «Movámonos»
La operación, dados los achaques de ambos, resultó más complicada de lo previsto pero, después de emitir algunos gemidos de dolor y haber imprecado durante un rato, acabaron de pie el uno frente al otro.
«Dame la espátula» ordenó el flaco mientras se quitaba la mordaza. Los dolores lacerantes del costado derecho le impedÃan moverse con agilidad pero consiguió mitigar un poco el dolor al apoyar allà la mano abierta. En unos pocos pasos alcanzó la pared opuesta a la entrada de la tienda, se arrodilló y clavó con lentitud la Trowel Marshalltown. La hoja afilada de la espátula cortó, como si fuera mantequilla, el blando tejido de la pared que daba al este, creando asà una pequeña hendidura de unos diez centÃmetros. El flaco acercó el ojo derecho y echó un vistazo a través de la abertura. Como habÃa pensado no habÃa nadie. ¡Si por lo menos pudiese ver las ruinas de la antigua ciudad, que estaban aproximadamente a un centenar de metros, donde habÃan escondido el jeep que les servirÃa para escapar con el botÃn!
«VÃa libre» dijo mientras que con la ayuda del filo de la espátula alargaba hasta el suelo el pequeño corte que habÃa hecho anteriormente. «Vamos» dijo mientras se metÃa arrastrándose en la rasgadura.
«PodrÃas haberlo hecho un poco más ancho este agujero, ¿no?» murmuró el gordo entre dos gemidos mientras intentaba con esfuerzo deslizarse hacia el exterior.
«Muévete. Ahora debemos escapar lo más velozmente posible»
«Será una forma de hablar. Lo de caminar, más o menos, no te creas»
«Venga, date prisa y deja de lamentarte. Recuerda que si no conseguimos escapar unos años en la cárcel no nos los quita nadie»
La palabra cárcel conseguÃa siempre infundir en el tipo corpulento una fuerza suplementaria. No dijo nada más y, sufriendo en silencio, siguió al compañero que, arrastrándose, se escabulló rápidamente hacia las ruinas.
Fue el sonido de un motor a lo lejos lo que hizo sospechar algo al hombre que estaba de guardia. Miró durante un momento el cigarrillo casi consumido y, con un rápido gesto, lo tiró al suelo. Se metió con decisión en la tienda y casi no pudo creer lo que veÃan sus ojos: los dos prisioneros no estaban. Al lado del barril del carburante estaba la cuerda tirada de cualquier manera, un poco más allá los dos trozos de tela que habÃan usado como mordazas y sobre la pared del fondo de la tienda una enorme hendidura que llegaba hasta el suelo.
«Hisham, chicos» gritó el hombre con todas sus fuerzas. «Los prisioneros han escapado».