Kitabı oku: «Encuentro Con Nibiru», sayfa 2

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Astronave Theos – El superfluido

La imagen del objeto que Petri había colocado en el espacio entre Kodon y la Tierra había dejado asombrados a los dos terrestres.

«¿Qué se supone que es esa cosa?» preguntó con curiosidad Elisa mientras se acercaba para intentar ver mejor.

«Todavía no tiene oficialmente un nombre.» Petri atrajo de nuevo el objeto al primer plano y, mirando a la doctora, añadió «Quizás podrías tú escoger uno»

«Si por lo menos me explicases qué cosa es, podría intentarlo»

«Desde hace mucho tiempo nuestros científicos trabajan en este proyecto.» Petri cruzó las manos detrás de la espalda y comenzó a caminar lentamente por la habitación. «Este aparato es el resultado de una serie de estudios que en parte van más allá de mis competencias científicas.»

«Os puedo asegurar que son muy notables» añadió Azakis, dando una palmada sobre el hombro de su amigo.

«En pocas palabras, se trata de una especie de sistema antigravitacional. Se basa en un principio que todavía estamos estudiando pero que puedo resumir en unas pocas y simples palabras.»

«Creo que será mejor» comentó Elisa «No os olvidéis que pertenecemos a una especie que, en comparación con la vuestra, podemos definir tranquilamente como poco desarrollada.»

Petri asintió con un leve movimiento de cabeza. Se acercó a la representación tridimensional del extraño objeto y continuó tranquilamente con su explicación. «Esto que tú has llamado al principio rosquilla, se define geométricamente como toroide2 . El anillo tubular está hueco mientras que aquello que, para simplificar, podemos llamar agujero central contiene el sistema de propulsión y de control.»

«Hasta el momento todo está clarísimo» dijo Elisa cada vez más emocionada..

«Muy bien. Ahora veamos el principio de funcionamiento del sistema.» Petri dio la vuelta a la imagen del toroide y mostró la sección interna del mismo. «El anillo está lleno de un gas, normalmente un isótopo del helio, que, enfriado a una temperatura próxima al cero absoluto, cambia de estado y se transforma en un líquido con unas características muy particulares. En la práctica, su viscosidad es prácticamente nula y consigue desplazarse sin generar ningún detrito. A esta característica nosotros la llamamos superfluidez.»

«Ya me estoy comenzando a perder» dijo con tristeza Elisa.

«Para simplificar, este gas en estado líquido cuando sea oportunamente estimulado por la estructura del anillo conseguirá viajar a su interior, sin ninguna dificultad, y a una velocidad próxima a la de la luz, consiguiendo mantenerla por un tiempo indefinido, en teoría.»

«Realmente asombroso» consiguió decir Jack que no se había perdido ni una sílaba de toda la explicación.

«Creo que lo he entendido» añadió Elisa. «¿Cómo hará esta maldita cosa a contrarrestar los efectos de la atracción gravitacional entre los dos planetas?»

«Llegado a este punto la explicación se complica» respondió Petri. «Digamos que la rotación del superfluido a velocidades próximas a la de la luz genera una curvatura del continuo espacio-tiempo entorno a él, provocando, de esta manera, un efecto anti gravitacional.»

«¡Maldita sea!» exclamó Elisa. «Mi viejo profesor de física se estará revolviendo en la tumba.»

«Y no sólo él, querida» añadió el coronel. «Si he entendido bien, lo que están intentando explicarnos estos dos señores, se trata de darle la vuelta a teorías y conceptos que nuestros científicos han intentado analizar y estudiar durante toda su vida. El principio de antigravedad ha sido teorizado más de una vez pero nunca, nadie, ha conseguido demostrarlo completamente. Delante de nosotros» y señaló el extraño objeto «finalmente tenemos la prueba de que esto es posible.»

«Yo sería un poco más cauto» dijo Azakis enfriando el entusiasmo del coronel. «Me siento en el deber de informaros que esta cosa no ha sido probada nunca sobre objetos tan grandes como planetas, mejor dicho, hace dos ciclos la probamos pero no ocurrió exactamente como esperábamos. Además, podrían tener lugar algunos sucesos no previstos y…»

«El aguafiestas de siempre» dijo Petri interrumpiendo a su compañero. «El mecanismo ha sido probado más de una vez. Nuestra misma nave utiliza parte de este principio para su propulsión. Intentemos ser optimistas»

«Porque además no tenemos otra alternativa, ¿me equivoco?» preguntó con amargura Elisa.

«Por desgracia, creo que no» dijo desconsolado Petri mientras bajaba ligeramente la cabeza. «Mi único temor es que, dadas las reducidas dimensiones de nuestro toroide, no consigamos absorber completamente todos los efectos de la atracción gravitacional y una parte de los gravitones3 conseguirá, de todas maneras, hacer su trabajo.».

«¿Estáis diciendo que este artilugio podría no ser suficiente para prevenir la catástrofe?» preguntó Elisa acercándose al alienígena en actitud amenazante.

«No totalmente» respondió Petri mientras daba un paso atrás. «Según los cálculos que he hecho se podría decir que aproximadamente un diez por ciento de los gravitones podrían escapar a esta trampa.»

«¿Por lo tanto todo el trabajo sería inútil?»

«Por supuesto que no» respondió Petri. «Reduciremos los efectos un noventa por ciento. Quedará fuera de control muy poca cosa.»

«Lo llamaremos Newark» dijo Elisa satisfecha. «Ahora a trabajar. Siete días pasan enseguida.»

Base aérea Camp Adder – La evasión

Los dos extraños personajes, todavía vestidos de beduinos, acababan de entrar en su escondite en la ciudad; llamó su atención un sonido intermitente que provenía del ordenador portátil que habían dejado encendido encima de la mesa de la sala de estar.

«¿Y ahora quién diablos es?» preguntó con fastidio el tipo delgado.

El gordito, siempre más tranquilo, se acercó al ordenador y, después de haber escrito una contraseña muy complicada, dijo «Es un mensaje de la base»

«Querrán saber si la operación ha tenido éxito»

«Dame un segundo, lo descifro enseguida»

Sobre la pantalla del ordenador aparecieron, en primer lugar, una serie de caracteres incomprensibles, a continuación unas líneas de código tecleadas secuencialmente. El mensaje comenzó, con lentitud, a aparecer.


El general ha sido capturado y conducido a la base aérea de Camp Adder. Necesita ser rescatado inmediatamente.

«¡Maldita sea!» exclamó el gordito. «Lo han descubierto.»

«¿Cómo demonios lo habrán conseguido?»

«Bueno, seguramente tienen unos canales de comunicaciones mejores que los nuestros. No se les escapa nada.»

«¿Y según ellos cómo lo debemos hacer?»

«Yo qué se. Aquí sólo dice que debemos ir a liberarlo»

«¿Con lo hechos polvo que estamos? No pinta nada bien»

El tipo alto y delgado sacó una silla de debajo de la mesa, la giró noventa grados, después, emitiendo una serie de gemidos intermitentes, se deprimió. «Era lo que nos faltaba»

Apoyó un codo sobre el plano pulido de la mesa y dejó que la vista se perdiese más allá de la ventana que había enfrente. Notó que los vidrios estaban realmente sucios y que el de la derecha tenía una grieta que lo atravesaba a lo largo.

De repente, alzó los ojos hacia su ordenador, después de esbozar una sonrisa sardónica, dijo. «Se me acaba de ocurrir una idea»

«Lo sabía. Conozco esa mirada»

«Ve a por el botiquín y déjame darle una ojeada al chichón que tienes en la cabeza»

«En realidad me preocupa más mi pobre muñeca. No me gustaría que estuviese rota.»

«No te preocupes. Te la arreglo yo. De pequeño quería ser veterinario»

Poco después de una hora, de cantidades ingentes de analgésicos y de distintas pomadas distribuidas por todas partes, los dos compinches se habían casi recuperado.

El flaco, después de mirarse en el espejo que estaba colgado de la pared que había al lado de la puerta de entrada, dijo con aire complacido. «Ya estamos listos» y se metió en el dormitorio. Salió de él al poco rato con dos uniformes militares americanos perfectamente planchados.

«¿Dónde los has conseguido?» preguntó asombrado el gordito.

«Forman parte del equipo de emergencia que he traído. Nunca se sabe»

«Estás mal de la cabeza» comentó el tipo gordo mientras movía la cabeza. «¿Qué deberíamos hacer?»

«Este es el plan» dijo satisfecho el flaco mientras lanzaba hacia su compañero el uniforme de talla XXL. «Tú serás el general Richard Wright, responsable de una secretísima agencia gubernativa de la que nadie conoce su existencia.»

«Obvio, si es tan secreta. ¿Y tú?»

«Yo seré tu brazo derecho. Coronel Oliver Morris, para servirle, señor»

«Por lo tanto soy tu superior. Me gusta»

«No te acostumbres, ¿vale?» dijo el flaco mientras mostraba su dedo índice levantado. «Estos son nuestros documentos con las respectivas tarjetas identificativas.»

«¡Cáspita! Parecen auténticas»

«La cosa no acaba aquí, viejo amigo» y le mostró un folio con membrete firmado por el coronel Jack Hudson. «Esta es la petición oficial para la entrega del prisionero que deberá ser transferido a un lugar seguro»

«¿Dónde demonios la has conseguido?»

«La he impreso antes, mientras estaba en la ducha. ¿Qué habías creído, que sólo tú sabes manejar el ordenador?»

«Me has dejado estupefacto. Es incluso mejor que el original»

«Nos introduciremos en la base militar y haremos que nos entreguen el general. Si ponen objeciones podremos decirles que llamen directamente al coronel Hudson. No creo que en el espacio exterior funcione el teléfono móvil» y los dos dejaron escapar una sonora risotada.

Aproximadamente una hora después, mientras el sol se había ya escondido tras otra duna, un jeep militar, con un coronel y un general en su interior vestidos a la perfección, se paró en la barrera de la entrada de la base aérea de Imam Ali o Camp Adder como la habían rebautizado los americanos durante la guerra de Irak. De la garita blindada salieron dos militares armados hasta los dientes y se dirigieron corriendo hacia el vehículo. Otros dos, que estaban un poco más lejos, no perdían de vista a los pasajeros.

«Buenas tardes, coronel» dijo el soldado que estaba más cerca, después de hacer el saludo militar. «¿Podría ver sus documentos, y también los del general, por favor?»

El coronel alto y delgado que estaba sentado en el puesto del conductor no dijo una palabra. Sacó del bolsillo interior de la chaqueta un sobre amarillo y se lo dio. El militar se entretuvo un rato en la lectura y apuntó un par de veces con la linterna eléctrica hacia el rostro de ambos. El general notó perfectamente la gota de sudor que, desde el chichón que tenía en la frente, comenzó a descender lentamente sobre la nariz para después caer sobre el tercer botón de la chaqueta, tiesa hasta más no poder debido al potente empuje de la enorme panza que había debajo.

«Coronel Morris y general White» dijo el militar, apuntando de nuevo con la linterna al rostro del coronel.

«¡Wright, general Wright!» respondió en un tono realmente irritado el flaco coronel. «¿Qué ocurre sargento, no sabe leer?»

El sargento, que había pronunciado a propósito de forma equivocada el nombre del general, sonrió y dijo «Haré que les acompañen. Sigan a aquellos dos hombres» y con una señal ordenó a los dos soldados de conducirles hasta la prisión.

El coronel movió lentamente el jeep. No había recorrido ni diez metros cuando sintió gritar a sus espaldas. «Señor, ¡pare!»

A los dos ocupantes del jeep se les heló la sangre en las venas. Quedaron inmóviles durante un instante que pareció infinito, hasta que la voz continuó hablando «Han olvidado recoger sus documentos.»

El corpulento general soltó un suspiro de alivio tan grande que todos los botones de su uniforme estuvieron a punto de salirse.

«Gracias sargento» dijo el delgado alargando la mano hacia el soldado. «Creo que estoy envejeciendo más rápido de lo que pensaba»

Se pusieron de nuevo en marcha y siguieron a los dos soldados que, marchando a paso ligero, los condujeron rápidamente a la entrada de una construcción baja y de aspecto descuidado. El soldado más joven llamó a la puerta y entró sin esperar respuesta. Poco después, un hombretón negro, completamente calvo, con los galones de sargento y una cara de hombre duro, apareció en la entrada y se puso firme. Hizo el saludo militar y dijo «General, coronel. Por favor, entren»

Los dos oficiales respondieron al saludo e, intentando ignorar los dolores que estaban reapareciendo, se metieron dentro de la habitación

«Sargento» dijo resueltamente el flaco. «Tenemos aquí una orden escrita por el coronel Hudson que nos autoriza a llevarnos al general Campbell» y le entregó el sobre amarillo.

El gordo sargento lo abrió y se paró un instante a leer el contenido. Después, fijando sus oscuros y penetrantes ojos en los del coronel, sentenció «Tengo que verificarlo»

«Por favor, hágalo» replicó tranquilamente el oficial.

El hombretón negro sacó de un cajón del escritorio un folio y lo confrontó con cuidado con aquel que tenía en la mano. Miró de nuevo al coronel y, sin dejar traspasar ninguna emoción, añadió «La firma coincide. ¿Alguna objeción si lo llamo?»

«Es su deber hacerlo. Pero hágalo deprisa, por favor. Hemos perdido ya mucho tiempo» replicó el flaco coronel fingiendo que estaba a punto de perder la paciencia.

Sin mostrar ningún temor el sargento metió lentamente una mano en el bolsillo del uniforme y extrajo de él su teléfono móvil. Tecleó un número y quedó esperando.

Los dos oficiales retuvieron la respiración hasta que el militar, después de pulsar la tecla del aparato, comentó lacónicamente «Está fuera de cobertura»

«Bien, sargento. ¿Podemos darnos prisa?» exclamó el oficial en un tono mucho más autoritario que la otra vez. «No podemos estar aquí toda la noche»

«Id a por el general» ordenó el gordo sargento a uno de los soldados que habían acompañado a los dos oficiales.

Después de un par de minutos, un hombre completamente calvo, con bigote y cejas grises y dos avispados ojos negros apareció en la entrada de la puerta, a espaldas del sargento. Vestía el uniforme con los galones de general pero en su hombro derecho faltaba una de las cuatro estrellas. Estaba esposado y, detrás de él, el soldado de antes le estaba apuntando con el arma.

Cuando vio a aquellos dos, el general se sorprendió por un instante, después, intuyendo el plan, quedó en silencio y puso la cara más triste que pudo.

«Gracias soldado» dijo el coronel flaco mientras sacaba de su cartuchera su Beretta M9. «Nos hacemos cargo nosotros de esta basura»

Astronave Theos – El plan de acción

«¿No te excita saber que seremos los dos los que salvaremos la tierra, amor mío?» dijo Elisa mientras miraba al coronel con ojos de gatita enamorada y le cogía la mano.

«¿Amor mío? ¿No te estás precipitando un poco?» dijo en tono irritado y severo Jack.

Elisa se asustó y solo cuando el coronel le sonrió dulcemente y le acarició una mejilla comprendió que le estaba tomando el pelo.

«¡Serás rastrero! No vuelvas a gastarme una broma de ese tipo sino te vas a enterar quién soy» y comenzó a golpearlo sobre el pecho con las dos manos.

«Calma, calma» le susurro Jack mientras la estrechaba contra él. «Vale. Ha sido una estupidez. No lo haré más»

Aquel abrazo imprevisto tuvo sobre la doctora un efecto sedante y relajante. Sintió que toda la tensión acumulada hasta ese momento se derretía como la nieve ante el sol. Después de todo lo que había sucedido en las últimas horas, era justo esto lo que necesitaba. Decidió abandonarse entre sus brazos y, cerrando lentamente los ojos, apoyó la cabeza sobre el poderoso pecho y se dejó ir completamente.

Azakis, mientras tanto, se había introducido en la siempre demasiado estrecha y maldita cabina H^COM y estaba esperando que desde el visor holográfico que había enfrente de él llegase la respuesta a su petición de comunicación.

Sobre la pantalla, partiendo desde el centro, una serie de ondas multicolores estaban creando un efecto similar al de una piedra que se tira en las tranquilas aguas de un estanque. De repente, de manera gradual, las ondas comenzaron a desaparecer dejando su puesto a la cara delgada y marcada por los años de su superior Anciano.

«Azakis» dijo sonriendo ligeramente el hombre mientras alzaba lentamente la huesuda mano a modo de saludo. «¿Qué puede hacer este pobre viejo por ti?»

«Hemos desvelado la verdad a los dos terrestres.»

«Un acto muy audaz» comentó el Anciano apretándose el mentón con el pulgar y el índice. «¿Cómo se lo han tomado?»

«Digamos que, después de la sorpresa inicial, creo que han reaccionado muy bien.» Azakis hizo una breve pausa, después dijo muy serio. «Les hemos propuesto utilizar el toroide con el superfluido»

«¿El toroide?» exclamó su interlocutor poniéndose en pie con un salto que hubiera dado envidia a cualquier chaval. «Pero si no se ha podido probar a pleno rendimiento. ¿Recuerdas lo que sucedió la última vez, verdad?. Con ese artefacto podríamos crear una fluctuación gravitacional incontrolada y también está el riesgo de crear, incluso, un pequeño agujero negro.»

«Lo se, lo se.» replicó sumisamente Azakis. «No creo que haya otra alternativa. Esta vez, si no usamos métodos drásticos, la transición de Kodon podría resultar fatal para los terrestres»

«¿Qué has pensado?»

«El encuentro de las órbitas de los dos planetas será, más o menos, dentro de siete días. Deberías preparar el toroide y traerlo aquí por lo menos un día antes»

«No es mucho tiempo, ¿lo sabes?»

«Debes dejarme un margen de tiempo para ponerlo en posición, para configurarlo y para proceder a la activación»

«Tengo un mal presentimiento» dijo el Anciano mientras se pasaba una mano entre los blancos cabellos..

«Petri es como es. Todo irá bien»

«Sois dos muchachos muy inteligentes, no tengo ninguna duda pero tened cuidado. Ese artefacto se puede convertir en un arma mortífera»

«Intenta que llegue a tiempo, nosotros nos ocuparemos del resto. No te preocupes»

«Muy bien. Hablaremos en cuanto todo esté preparado. Buena suerte»

La cara de su superior desapareció del monitor que volvió a mostrar las mismas ondas multicolores del principio.

Azakis se levantó lentamente de la incómoda butaca y permaneció un rato con las manos apoyadas sobre el plano de la estrecha consola. Miles de pensamientos llenaban su mente y, mientras un ligero estremecimiento le recorría la espalda, tuvo la sensación de que estaban a punto de meterse en un montón de problemas.

«Zak» exclamó alegremente su compañero de aventuras cuando lo vio salir de la cabina H^COM. «¿Qué dijo el viejo?»

Azakis estiró un poco los brazos y dijo tranquilamente. «Nos ha dado el permiso. Si todo sucede como lo hemos planeado tendremos el toroide, o mejor el Newark, el día anterior a la transición»

«Espero que lo consigamos. No será fácil configurar ese aparato en tan poco tiempo»

«¿Por qué te preocupas, amigo mío?» replicó sonriendo ligeramente Azakis. «En el peor de los casos abriremos una distorsión espacio temporal que succionará la Tierra, Kodon, Nibiru y todos los otros satélites al mismo tiempo»

Los dos terrestres, que estaban un poco apartados pero que no se habían perdido ni una sílaba de la conversación, quedaron petrificados.

«¿Pero qué estáis diciendo?» consiguió balbucear Elisa mientras lo miraba estupefacta. «¿Distorsión espacio temporal? ¿Succión? ¿Estáis diciendo que si este plan no funcionase seremos los artífices de la destrucción de nuestro pueblo y del vuestro?»

«Bueno, es un poco arriesgado» contestó con tranquilidad Azakis.

«¿Un poco arriesgado? ¿Y nos lo dices así, con total calma y serenidad, sin ni siquiera inmutarte? Tú debes estar loco, y nosotros todavía más.»

«Cálmate, tesoro» intervino Jack cogiéndola por los hombros y mirándola directamente a los ojos. «Son mucho más inteligentes que nosotros, están más preparados y si han decidido seguir este camino no podemos hacer otra cosa que apoyarles y darles todo el apoyo que sea posible.»

La doctora dejó escapar un suspiro y luego dijo. «Tengo que sentarme. Demasiadas emociones por hoy. Si todo discurre como has dicho me da algo»

Jack la cogió del brazo y la acompañó hasta la butaca más cercana. Elisa, emitiendo un leve gemido, se dejó caer encima como si fuese un peso muerto.

«Quizás hemos reducido demasiado el porcentaje de oxígeno en el aire» susurró Azakis a su compañero.

«He intentado que fuese lo más compatible posible para todos y evitar así el uso de esos antipáticos aparatos respiratorios»

«Lo se, amigo mío, pero temo que ellos se están resintiendo demasiado»

«OK. Voy a variar el porcentaje. Nosotros podemos adaptarnos más fácilmente.»

El coronel, en cambio, no parecía resentirse en absoluto y estaba más pimpante que nunca. La acción y el riesgo era el pan suyo de cada día y en situaciones similares se encontraba como pez en el agua. «Bien» exclamó mientras se ponía debajo de la imagen tridimensional de Newark que destacaba majestuosa en medio de la habitación. «Este invento puede salvarnos a todos o llevarnos a la destrucción absoluta»

«Un análisis muy conciso pero veraz» comentó Azakis.

«Llegados a este punto» dijo el coronel con tono serio y voz profunda «creo que ha llegado el momento de avisar al resto del planeta de la inminente catástrofe»

«¿Cómo piensas hacerlo?» preguntó Elisa desde la butaca. «¿Cogemos el teléfono, llamamos al presidente de los Estados Unidos y le decimos: “Buenos días presidente. ¿Sabe que estamos en compañía de dos alienígenas que nos han dicho que dentro de unos días llegará un planeta que nos va a destruir a todos?”»

«Como mínimo hará que rastreen la llamada, hará que vengan a por nosotros y nos meterá en el manicomio» replicó Jack sonriendo.

«¿No tenéis un sistema de comunicación global como nuestra Red?» preguntó intrigado Petri al coronel.

«¿Qué entiendes por Red?»

«Es un sistema de interconexión general que es capaz de memorizar y distribuir el Conocimiento a nivel planetario. Todos nosotros podemos acceder a ella mediante un sistema neuronal N^COM que en el momento de nacer se nos implanta directamente en el cerebro. Existen diversos niveles de conocimiento»

«Genial» exclamó Elisa asombrada, después continuó diciendo «En realidad nosotros tenemos un sistema parecido. Lo llamamos Internet pero estoy segura que no hemos llegado a vuestro nivel»

«¿No sería posible utilizar vuestro “internet” para mandar un mensaje a todo el planeta?» preguntó con curiosidad Petri.

«Bueno, tampoco es tan sencillo» replicó Elisa. «Podríamos introducir alguna información en el sistema, enviar unos mensajes a grupos de personas, quizás hacer alguna pequeña película e intentar difundirla al máximo posible, pero no nos creería nadie y realmente no llegaríamos a todos». Reflexionó durante unos segundos y a continuación añadió. «El único sistema eficaz creo que sería la vieja y querida televisión»

«¿La televisión?» preguntó Azakis. Después se volvió hacia Petri y dijo «¿No será, por casualidad, el sistema que hemos utilizado para recibir imágenes y películas mientras viajábamos hacia aquí?»

«Creo que sí, Zak» y mientras lo decía se puso a componer una serie de comandos sobre la consola central. Después de algunos segundos hizo aparecer sobre la pantalla gigante algunas de las secuencias que habían grabado con anterioridad. «¿Estáis hablando de esto?»

Una multitud de películas de todos los tipos comenzaron a aparecer rápidamente una detrás de otra: anuncios, telediarios, partidos de fútbol e incluso una vieja película en blanco y negro de Humphrey Bogart.

«¡Esa es Casablanca!» exclamó con asombro Elisa. «¿Pero de dónde habéis sacado todo eso?»

«Vuestras transmisiones de radio llegan hasta el cosmos» respondió tranquilamente Petri. «Hemos debido trabajar duro sobre nuestro sistema de recepción de señales pero finalmente conseguimos caparlas»

«Gracias a eso» añadió Azakis «conseguimos aprender vuestra lengua»

«E incluso alguna otra realmente más complicada» comentó con tristeza Petri. «Casi me vuelvo loco con todos aquellos dibujitos»

«En fin» interrumpió el coronel «justo de eso estábamos hablando, pero no creo que ni siquiera sea la mejor solución»

«Perdona Jack» intervino Elisa. «¿No crees que deberíamos advertir antes de nada a tus superiores del ELSAD? Realmente, si no he entendido mal, la máxima autoridad de esta organización es el presidente de los Estados Unidos, ¿o me equivoco?»

«¿Y tú como sabes todo esto?» objetó con asombro el coronel.

«Qué te crees, incluso yo tengo mis contactos» dijo Elisa mientras apartaba, con aire desganado, un mechón de pelo que descendía sobre la mejilla derecha.

«¿También entre vosotros las mujeres se comportan de este modo?» preguntó Jack volviéndose hacia los dos alienígenas que estaban observando la escena un tanto sorprendidos.

«Las mujeres son iguales en todo el universo, querido amigo» replicó sonriente Azakis.

«De todas formas» continuó el coronel después de la arriesgada bromita «creo que tienes razón. Necesitamos una institución seria y con credibilidad para difundir una noticia tan importante e inquietante. Sólo estoy un poco preocupado solamente por las filtraciones externas en las que se han visto envueltos el general Campbell y los dos tipos que nos han agredido. En realidad, el general era mi superior directo pero, por lo que he visto, parece que es un corrupto y un traidor»

«¿Así que va a resultar que la llamada de la que hablábamos antes la vamos a tener que hacer realmente?» replicó la doctora.

«Aunque parezca absurdo, quizás sea la única solución»

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Litres'teki yayın tarihi:
16 mayıs 2019
Hacim:
330 s.
ISBN:
9788873047421
Tercüman:
Telif hakkı:
Tektime S.r.l.s.
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