Kitabı oku: «Encuentro Con Nibiru», sayfa 5

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Nasiriya – La emboscada

Dos enormes jeeps descapotables, provenientes de la parte norte de la ciudad, cada uno de ellos con tres personas a bordo, detuvieron su carrera al encontrarse con el semáforo en rojo de un cruce aparentemente desierto. Esperaron pacientemente la luz verde y después continuaron lentamente durante una veintena de metros hasta llegar a la entrada de un viejo garaje abandonado.

Del primero de los jeeps descendió un individuo realmente corpulento que, armado con una vieja cizalla, se aproximó con aire circunspecto a la entrada y cortó el cable de metal oxidado que mantenía cerrada la puerta. Justo detrás de él, otro hombre, que había bajado del segundo jeep, lo alcanzó. También él era un tipo bien plantado. Uniendo las fuerzas intentaron sacar el viejo panel que hacía las veces de puerta. Debieron trabajar duro durante unos instantes hasta que, con un siniestro chirrido metálico, el panel se movió. Lo apartaron a un lado con decisión hasta abrir completamente la entrada.

Los conductores de ambos jeeps, que estaban esperando con los motores al ralentí, uno detrás del otro, mientras dejaban a sus espaldas una nube de humo negro, fueron hacia el garaje y apagaron los motores.

«Vamos» dijo aquel que parecía ser el jefe, mientras saltaba del jeep seguido por los otros tres. Los dos que se habían quedado en la entrada se unieron al grupo de tres, los seis, con los cuerpos inclinados, se dirigieron hacia la entrada principal del restaurante.

«Vosotros tres, por detrás» ordenó el jefe.

Todos los componentes del pequeño equipo de asalto estaban equipados con fusiles AK-47 y, colgando de los cinturones de un par de ellos se podían ver las típicas fundas curvas de los cuchillos árabes Janbiya. No eran unos puñales muy largos pero sus hojas afiladas en ambos lados hacían que estuviesen, sin duda, entre las armas blancas más mortíferas.

El propietario del restaurante, consciente que de un momento a otro llegarían sus compañeros, se movía sin parar entre la sala y la entrada de atrás, desde donde espiaba el exterior para controlar eventuales movimientos sospechosos. Su nerviosismo no pasó desapercibido para el general que, como viejo zorro que era, empezó a intuir que algo no iba bien. Con la excusa de coger la botella de cerveza se acercó a la oreja del tipo gordo y susurró «¿No te parece que tu amigo está un poco nervioso?»

«A decir verdad ya me había dado cuenta» replicó el gordito, también en voz baja.

«¿Desde hace cuánto tiempo que lo conoces? ¿No nos estará organizando alguna sorpresita?»

«No creo…. Siempre ha sido una tipo de fiar.»

«Puede.» dijo el general levantándose rápidamente de la silla «pero yo no me fio para nada. Vayámonos de aquí, ya.»

Los otros dos se miraron un momento perplejos, a continuación se levantaron también y se dirigieron con rapidez hacia el propietario.

«Gracias por todo» dijo el tipo gordo «pero tenemos que irnos ya» y le metió otro billete de cien dólares en el bolsillo de la camisa.

«Pero si todavía no os he traído el postre» replicó el hombre con el pelo rizado.

«Mejor, estoy a dieta» respondió el gordo y se encaminó velozmente hacia la puerta. Espió desde detrás de la cortina y, no viendo nada de extraño, hizo una señal a los otros para que lo siguiesen. Ni siquiera había acabado de atravesar el umbral que, por el rabillo del ojo, se dio cuenta de los tres matones que se acercaban desde su derecha.

«Bastardo» consiguió tan sólo gritar antes que, el más cercano a él, en un inglés muy malo, lo intimidase para que se parase. Por toda respuesta, desenganchó del cinturón una granada aturdidora y volviéndose hacia sus compañeros gritó «¡Flashbang!»

Los dos cerraron inmediatamente los ojos y se taparon las orejas. Un relámpago cegador, seguido de un tremendo ruido, rompió la quietud de la noche. Los tres asaltantes, cogidos por sorpresa por la reacción del gordito, quedaron durante unos segundos aturdidos debido a la explosión, la ceguera producida por la granada les impidió ver a los tres americanos mientras, con un ímpetu digno de una final de los cien metros lisos, escapaban en dirección a su automóvil.

«¡Fuego!» gritó el jefe de los agresores.

Una ráfaga de AK-47 partió en dirección de los fugitivos pero, dado que el efecto de la granada aturdidora no se había desvanecido, se perdió por encima de sus cabezas.

«Venga, venga» gritó el tipo delgado mientras, habiendo extraído su Beretta M9 de la funda debajo del sobaco, respondía a los disparos. Mientras sus dos amigos lo protegían con sus disparos se metió en el coche. Otra ráfaga, proveniente de sus espaldas, provocó una serie de agujeros desordenados en la pared de metal del cobertizo que había enfrente de él.

Mientras tanto, los tres agresores que provenían de la parte de atrás desembocaron en la puerta principal del restaurante y se unieron al fuego de sus compañeros. Su puntería era mucho mejor. Un proyectil dio en el espejo retrovisor izquierdo que acabó hecho mil pedazos.

«¡Maldición!» exclamó el tipo delgado mientras, bajando instintivamente la cabeza, intentaba poner en marcha el coche.

«¡General, suba!» gritó el gordito mientras disparaba otra ráfaga en dirección a los asaltantes.

Con la agilidad de un chaval, Campbell se tiró sobre el asiento de atrás justo mientras una bala le rozaba la pierna izquierda y se incrustaba en la puerta abierta. Con un movimiento rápido, desenganchó el asiento posterior y consiguió acceder al portaequipajes. Notó enseguida una serie de granadas dispuestas en fila en el interior de un contenedor de poliestireno. No se lo pensó ni un segundo. Cogió una de ellas y, después de sacar la espoleta, la lanzó en dirección de los asaltantes.

«¡Granada!» gritó y se echó sobre el asiento.

Mientras una nueva ráfaga de AK-47 rompía el parabrisas y destruía la luz intermitente trasera derecha, la granada de mano rodó tranquilamente en medio del grupo de los agresores que, conscientes del peligro inminente, se echaron a tierra aplastándose el máximo posible. La bomba explotó con un sonido ensordecedor y un resplandor deslumbrante rompió la oscuridad de la noche.

El tipo gordo, aprovechando la acción sorprendente del general, corrió hacia el lado del pasajero, subió a bordo y, quedando con una pierna por fuera, gritó «¡Vamos, vamos!»

El flaco pisó a fondo el acelerador y el automóvil, con un gran chirrido de neumáticos, arrancó hacia delante en dirección a la vieja puerta del cobertizo abandonado. La masa del vehículo lanzado a la carrera salió ganando a la plancha oxidada del panel, que cayó pesadamente hacia el interior. El coche prosiguió su loca carrera destruyendo todo aquello que encontraba a su paso. Viejas macetas de cerámica, cajas de madera podridas, sillas e incluso dos viejas lámparas, fueron arrolladas y tiradas por los aires, levantando una enorme polvareda de arena y detritos. El flaco que estaba conduciendo intentaba esquivar el mayor número de cosas posibles usando todo el peso de su cuerpo para girar el volante a derecha e izquierda pero, a pesar de todos sus esfuerzos, no consiguió evitar la columna central de madera medio marchita que sostenía toda la cubierta, seccionándola de cuajo. El cobertizo tembló, luego un estremecimiento, después, como si una enorme roca le hubiese caído sobre el techo, se plegó literalmente sobre si mismo. Todo esto ocurrió exactamente en el momento en que los tres, después de haber desfondado incluso la pared de atrás, salían disparados del viejo garaje, seguidos por un espantoso ruido y una enorme polvareda oscura. El auto, ahora ya sin control, cayó sobre un montón de inmundicia dejada sobre el borde de la carretera y quedó bloqueado.

«¡Maldita sea!» exclamó el general que ya se había dado unas cuantas veces con la cabeza en el apoyabrazos de la puerta. «¿Pero a ti quién te ha enseñado a conducir?»

Por toda respuesta, el flaco pisó a fondo de nuevo el acelerador e intentó pasar entre la basura. Diversos trapos de colores se enredaron entre las ruedas y un viejo televisor quedó enganchado en el parachoques de atrás. Tuvieron que navegar entre la basura todavía un buen rato antes de alcanzar el borde de la carretera. Con un ruido sordo el auto se bajó de la acera y los tres se encontraron en la carretera principal en dirección este.

«¿Quiénes eran essos?» preguntó el gordito mientras se colocaba sobre el asiento e intentaba cerrar la puerta.

«Deberías preguntárselo a tu amiguito el del restaurante» replicó secamente el tipo flaco.

«Como se me ponga a tiro le hago engullir todo el menaje, cazuelas incluidas.»

«¿Qué más da, amigo mío? Hace tiempo que tendrías que haber comprendido que aquí no te puedes fiar de nadie.» Y mientras giraba en una pequeña calle a su derecha, añadió «Al menos hemos podido comer algo.»

El automóvil oscuro se encaminó rugiendo hacia la oscuridad de la noche, dejando, sin embargo, detrás de si, una anómala estela de líquido sin identificar.

Astronave Theos – El Presidente

«¿Dónde consigues la energía para crear un campo de fuerza tan potente?» preguntó con curiosidad el coronel mientras observaba el candelabro apenas fabricado.

«La energía está por todas partes, en cada lugar del universo» replicó Azakis. «Todo aquello que lo compone está hecho de materia y la materia no es otra cosa que una forma de energía y viceversa. Incluso los seres vivos no son otra cosa que formas simples de energía y de materia.»

«Estamos hechos con la misma materia de las estrellas» susurró Elisa fascinada, recordando una vieja cita de alguien del cual en estos momentos no recordaba el nombre.

«En cuanto a esto, estoy de acuerdo, pero de aquí a poder aprovecharla de esta manera… va un mundo»

Estaba a punto de pedir más aclaraciones cuando una musiquilla de blues, proveniente de su teléfono móvil, lo interrumpió.

«¿Y ahora quién diablos será?» dijo en voz alta mientras leía el nombre del que llamaba “Camp Adder - Prisión”.

«Coronel Hudson» se oyó secamente al micrófono.

«Coronel, por fin»

Jack reconoció inmediatamente el vozarrón del sargento negro que le había acompañado en tantas misiones. «Sargento, ¿qué sucede?»

«Lo busco desde hace horas. ¿Dónde se encuentra?»

«Este…podemos decir que estoy “girando como una peonza”. De todos modos, dígame sargento, ¿cuál es el problema?»

«Sólo quería decirle que su petición de traslado del general se ha llevado a cabo sin problemas.»

«¿Petición de traslado del general? ¿De qué demonios está hablando?»

«Tengo delante de mí una orden escrita, firmada de su puño y letra, que autoriza al general Richard Wright y al coronel Oliver Morris a llevarse al general Campbell para ser transferido a un lugar top secret. He verificado la firma y es la suya.»

«Yo no he autorizado nunca una cosa parecida». El coronel hizo una pequeña pausa y luego dijo. «¿Y entonces dónde está ahora el general?»

«No tengo ni idea, señor. Está custodiado por los oficiales de los que le he hablado»

«Maldito sea, ha conseguido escapar.» a continuación tuvo una intuición y dijo. «Sargento, ¿podría describirme a los dos militares que se lo han llevado?»

«Claro. Uno era alto y delgado mientras que el otro era más bajo y con un evidente sobre peso. Tenían…»

«Vale, sargento, nada más. He comprendido. Gracias.»

«Espero no haber metido la pata.»

«No se preocupe. No ha sido culpa suya» y cortó la conversación.

«¿Qué ha ocurrido?» preguntó preocupada Elisa.

«Los dos que te habían asaltado y que habíamos capturado han conseguido escapar y han conseguido también ayudar a evadirse al bastardo del general Campbell.»

«Lo siento, querido, lo siento de veras pero no te preocupes tanto. Tenemos problemas más importantes de los que ocuparnos ahora, ¿no?»

«Tienes razón.» Mientras hablaba así le quitó de la mano el candelabro y, mostrándoselo a Azakis, le preguntó «¿Dónde habíamos quedado?»

«La fuente de energía»

«Sí, es verdad. En resumen, ¿cómo demonios funciona esto?»

«No es tan sencillo de explicar, de todos modos podemos decir que consigue absorber la energía que lo rodea y darle la forma para la cual ha sido programado.»

«Pero» dijo Jack perplejo. «No es que haya comprendido gran cosa. El hecho es que funciona y lo hace estupendamente. ¿Piensas que esta tecnología podría desarrollarse también en la Tierra?»

«Realmente sí. No veo ningún problema. Hablaré con Petri, cuando llegue el momento, para que os pase toda la información necesaria.»

«Fantástico. Pienso en las caras que pondrán nuestros científicos ante una revelación semejante. En la actualidad no conseguimos producir una cantidad estimable de energía a no ser de los combustibles fósiles o de las centrales nucleares. Creo que vuestra visita revolucionará unas cuantas cosas en nuestro planeta.»

«Como siempre ha sucedido» añadió Azakis con una sonrisa.

«Si no recuerdo mal» dijo Elisa metiéndose en la discusión «¿no fue un científico llamado Nikola Tesla4 , que vivó entre 1800 y 1900 que imaginó una forma de energía que se extendía por todo el cosmos?»

«¡Guau!» replicó Jack asombrado. «No pensaba que fueses una experta en la materia.»

«Son tantas las cosas que debes todavía descubrir sobre mí, querido.» y con aire desenvuelto se pasó una mano por sus largos cabellos.

«En realidad» continuó Jack «Tesla hizo muchísimo más. Aparte de realizar un montón de inventos que aún ahora utilizamos, teorizó sobre la posibilidad de utilizar lo que él llamaba “éter” como una fuente de energía infinita. Dicha sustancia, que está difundida por todo el universo, si fuese estimulada de la manera adecuada podría administrar energía en cualquier parte y en cualquier momento.» Complacido por el hecho de que su amada lo estaba observando con creciente admiración, continuó orgulloso su exposición. «Este hombre estudioso, después de haber peleado con la hipocresía y la avaricia de los poderosos de su época, afirmó que la humanidad no estaba todavía preparada para un desarrollo de este tipo y abandonó el proyecto mientras hacía desaparecer todo rastro del mismo. Sólo hoy, después de más de cien años, nuestros científicos han comenzado a teorizar sobre la presencia de una sustancia que llaman materia oscura que conformaría más del 70% de la densidad del universo.»

«Estoy impresionada» exclamó la doctora mientras lo miraba asombrada. «Ni siquiera yo imaginaba que fueses un erudito en esta materia.»

«Son tantas las cosas que debes descubrir todavía sobre mí, querida» replicó Jack con la misma broma y con el mismo gesto, aunque realmente sus cabellos eran demasiado cortos para obtener el efecto que buscaba.

«Quizás estamos hablando de lo mismo.» dijo Azakis complacido.

«Energía ilimitada, a disposición de todos, por todas partes del universo y a un costo cero… increíble.» Jack estaba absorto en la valoración de todas las posibles implicaciones de esta nueva y perturbadora revelación cuando su teléfono móvil comenzó a sonar con la misma musiquilla de antes.

«¿Y ahora quién demonios será?» exclamó un poco molesto. A continuación leyó el nombre del emisor de la llamada y su rostro se iluminó. «Almirante, no creía que le iba a escuchar tan pronto.»

«Muchacho, he conseguido ponerme en contacto con el Presidente y le he explicado la situación. Ahora está justo delante de mí. Si quieres te lo paso.»

«¡Pues claro, faltaría más!» respondió un poco embarazado mientras que, gesticulando, le mostraba a Petri el teléfono móvil. Pasaron algunos segundos y una voz tranquila y profunda se escuchó desde el teléfono. «¿Coronel Jack Hudson?»

«Sí señor Presidente, soy yo. A sus órdenes.» al responder no pudo resistirse a ponerse en posición de firmes, provocando una tímida sonrisa en Elisa.

«Señor coronel, sólo el respeto y la confianza que siento por el almirante Wilson ha hecho posible esta llamada. Aquello que me ha contado es tan absurdo que incluso podría ser verdad.»

«Presidente, querría que apuntase el primer telescopio que esté disponible a las coordenadas que le voy a enviar.»

Petri, que se había ya encargado de posicionar la Theos sobre un paralelo más cercano al norte, de manera que se pudiese ver una zona de la Tierra que todavía estaba a oscuras, hizo aparecer sobre la pantalla gigante una serie de números. Jack, a toda velocidad, los escribió en el teléfono móvil y los envió. «Esta es la posición actual de nuestra astronave. No creo que sus técnicos tengan muchos problemas para encontrarnos.»

El Presidente hizo un gesto a su asistente más alto y robusto que se encontraba en el Despacho Oval de la Casa Blanca. Le mostró los números que habían aparecido sobre el teléfono móvil y susurró algo al oído. El hombre, que vestía un traje negro, una camisa blanquísima y una corbata gris a rayas de color claro, se acercó la muñeca a la boca e impartió una serie de órdenes.

«Presidente» continuó Jack. «La situación es bastante seria. Nuestro planeta está a punto de verse envuelto en un cataclismo de proporciones gigantescas, con la ayuda de estas personas que han venido desde tan lejos podremos hacer algo para evitarlo. Entiendo perfectamente todas sus dudas pero están realmente aquí y se lo puedo demostrar.»

Petri activó los sensores de corto alcance sobre las coordenadas que le había indicado anteriormente el coronel y sobre la pantalla del puente de mando apareció una panorámica desde arriba del Despacho Oval.

«Señor, en este momento usted tiene la mano derecha apoyada sobre el escritorio, a su lado está el almirante y hay otras dos personas en la habitación.»

El Presidente miró instintivamente a su alrededor intentando descubrir al intruso que lo estaba espiando. Dudó un momento, después dijo desconcertado «Es absurdo. ¿Cómo ha podido saber estas cosas?»

«Simplemente, le estoy observando.»

«Es absolutamente imposible. No existe nada capaz de penetrar el blindaje de esta habitación.»

«Nada que sea terrestre, Presidente» lo corrigió Jack. A continuación Petri se le acercó y le susurró algo en el oído. El coronel abrió los ojos desmesuradamente, a continuación, con tono decidido, dijo. «Creo que esto no lo puede hacer ninguna otra tecnología.»

No había terminado de decir la frase que el histórico escritorio del siglo XIX, conocido como el escritorio Resolute, comenzó poco a poco a levantarse. El Presidente pegó un salto hacia atrás y miró estupefacto en dirección del almirante que le respondió con una mirada igualmente asombrada.

«El escritorio está flotando» exclamó. «Es como si la fuerza de gravedad no tuviese ningún efecto sobre ella.»

El otro hombre que estaba en la habitación, un poco más bajo que el anterior pero también muy macizo, extrajo instintivamente la pistola de la funda escondida debajo de la axila para proteger a su jefe. Miró rápidamente a derecha y a izquierda intentando descubrir una sombra, pero no vio nada sospechoso.

«Guarda eso» dijo con voz tranquila el Presidente. «No creo que haya peligro. Esto es obra de nuestros amigos de allí arriba.»

Todos, instintivamente, se encontraron mirando el techo blanco de la habitación, excepto el asistente más alto que, después de haber apoyado dos dedos sobre el auricular que tenía dentro del oído derecho, dijo en un tono que no dejaba transparentar ninguna emoción. «Señor, tenemos imágenes.» Sacó de la bolsa una enorme tablet, escribió unas líneas sobre la pantalla, la miró durante unos segundos y después se la dio a su Presidente. El hombre, que era considerado por muchos como el más poderoso del mundo, la cogió con la mano izquierda y comenzó a observar con atención la pantalla. El almirante Wilson, con ganas de curiosear, se puso las gafas de lectura, y se le acercó intentando comprender algo también él.

El aparato mostraba algunas imágenes provenientes vía satélite de un telescopio, no demasiado potente, que estaba instalado en un pequeño observatorio secreto construido al sur de Finlandia. En aquella zona, el sol se había puesto hacía ya unas horas y la oscuridad de la noche permitiría visualizar con facilidad el punto indicado.

«Déme un momento coronel. Estoy a punto de visualizar la zona correspondiente a las coordenadas que me ha enviado.»

La visión no se había completado cuando, de repente, resaltada en la negrura del espacio punteado por millones de estrellas, apareció sobre la pantalla una pequeña esfera plateada, iluminada a medias por la luz del sol.

Después de unos segundos la imagen cambió. La ampliación de la imagen aumentó. Ahora la esfera ocupaba casi toda la pantalla y era posible admirar los miles de matices de los colores que, desde el violeta al azul oscuro, parecía que se fundían sobre la superficie plateada.

A bordo de la Theos mientras tanto, los dos terrestres y los dos alienígenas se estaban divirtiendo, mientras observaban la pantalla gigante, con la visión en picado del Despacho oval. Petri, jugueteando con la consola central, había incluso engrandecido mediante el zoom la pantalla de la tablet del Presidente y a logrado ver la pantalla. «Nos están observando» exclamó. A continuación, habiéndose dado cuenta que el encuadre estaba un poco ladeado, movió la astronave una veintena de grados hacia la derecha y añadió. «Perfecto. ¿Qué os parecería mostraros en la ventana y saludar?»

Elisa y Jack lo miraron asombrados, pero cuando vieron que Azakis se estaba dirigiendo hacia la gran ventana elíptica que daba al espacio exterior lo siguieron sin decir nada más. Se apoyaron los tres sobre el borde y no pudieron evitar abrir los ojos realmente asombrados. En frente de ellos, con todo su esplendor, la Tierra.

«Es maravillosa.» consiguió susurrar Elisa estupefacta.

«Y ahora, saludad.» dijo Petri alegremente.

La imagen sobre la pantalla del Despacho oval cambió de nuevo. Ahora el nivel de aumento de imagen estaba al máximo.

«Coronel, que me parta un rayo…» susurró el Presidente con un hilo de voz. «Le veo.» después se volvió hacia el almirante, al cual, debido al estupor, le había caído el bolígrafo que tenía en la mano y añadió. «Esto es algo increíble.»

«Se lo había dicho, ¿no?» replicó Wilson con aire de satisfacción.

«La persona que ve a mi izquierda es la doctora Elisa Hunter y el que está a mi derecha es el comandante de esta nave, el señor Azakis.»

Los dos hicieron un gesto con la mano y el hombre más poderoso del mundo tan sólo consiguió responder con un embarazadísimo. «Este… encantado…»

Al trío que estaba en la ventana se acercó Petri que, con una sonrisa deslumbrante, se puso también a saludar.

«Y este que ha llegado ahora» continuó Jack «es su brazo derecho, el señor Petri.»

«Yo… la verdad…. No se qué decir.»

«Tenemos que contarle un montón de cosas, señor, y temo que deberíamos organizar un encuentro lo antes posible. No tenemos mucho tiempo.»

«Eh, sí. Esto debe tener la máxima prioridad. Déjeme reflexionar un momento.» el Presidente apoyó el teléfono móvil sobre el escritorio Resolute y salió de la habitación. Regresó a los pocos minutos con una expresión tranquila, cogió de nuevo el teléfono móvil y dijo «Coronel, ¿sigue ahí?»

«Sí señor.»

«Creo que el mejor lugar para el encuentro sea el que todos llaman “Área 51”. No creo que tenga que explicarle donde se encuentra, ¿verdad?»

«No, señor, la conozco perfectamente.»

«Perfecto. He hecho preparar el Air Force One. Si para ustedes no es ningún problema, podríamos vernos, en las coordenadas que os enviaré sobre el móvil, esta noche a las 22:00, hora local.»

«Allí estaremos.»

«Creo que no será necesario decirle que, por el momento, debemos mantener la máxima reserva sobre estas cuestiones.»

«Por supuesto, señor Presidente.»

«Hasta pronto» y cortó la conversación.

Jack quedó por algunos segundos mirando su teléfono móvil como si estuviese atontado. A continuación se volvió hacia sus tres compañeros y exclamó. «Ya está hecho.»

Elisa no pudo evitar saltarle encima y abrazarlo lo más fuerte que pudo. «Has estado impresionante, amor mío.»

«Vale, vale» dijo Jack intentando defenderse del ataque. «Ahora, sin embargo, nos debemos organizar. El encuentro será dentro de…» hizo un rápido cálculo mental y después añadió «aproximadamente nueve horas.»

«¡Caray! Es bastante tiempo» exclamó la doctora. «¿Qué hacemos mientras tanto?»

«Bueno, creo que se me ha ocurrido algo» replicó Jack con una mirada que lo decía todo. «Zak, ¿todavía está libre la habitación de antes?»

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Yaş sınırı:
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Litres'teki yayın tarihi:
16 mayıs 2019
Hacim:
330 s.
ISBN:
9788873047421
Tercüman:
Telif hakkı:
Tektime S.r.l.s.
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