Kitabı oku: «La era de Stalin»
DAVID L. HOFFMANN
La era de Stalin
EDICIONES RIALP, S. A.
MADRID
Título original: The Stalinist Era
© 2018 by Cambridge University Press
© 2019 de la versión española traducida por DAVID CERDÁ
by EDICIONES RIALP, S. A.,
Colombia, 63, 8.º A, 28016 Madrid
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Realización ePub: produccioneditorial.com
ISBN (versión impresa): 978-84-321-5208-5
ISBN (versión digital): 978-84-321-5209-2
Depósito legal: M-37386-2019
Para mis hermanas Jill y Karen
SUMARIO
PORTADA
PORTADA INTERIOR
CRÉDITOS
DEDICATORIA
ABREVIATURAS
INTRODUCCIÓN
1. Preludio al estalinismo
RUSIA EN VÍSPERAS DE UNA GUERRA Y UNA REVOLUCIÓN
EL MOVIMIENTO REVOLUCIONARIO
LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL
LA REVOLUCIÓN RUSA
LA GUERRA CIVIL
LA NUEVA POLÍTICA ECONÓMICA
SOCIALISMO EN UN SOLO PAÍS
2. Construyendo el socialismo (1928-1933)
COLECTIVIZACIÓN
LA ELIMINACIÓN DE LOS KULAKS
INDUSTRIALIZACIÓN
URBANIZACIÓN
REVOLUCIÓN CULTURAL
POLÍTICAS DE LA NACIONALIDAD SOVIÉTICA
POLÍTICAS SOVIÉTICAS SOBRE LAS NACIONALIDADES
CULTURAS NACIONALES Y CONFLICTO ÉTNICO
LA HAMBRUNA DE 1932-1933
3. La consecución del socialismo (1934-1938)
REALISMO SOCIALISTA
CULTURA NACIONAL RUSA
EL CULTO A STALIN
LOS ESTAJANOVISTAS COMO NUEVO MODELO DEL HOMBRE SOVIÉTICO
LA MUJER EN EL ÁMBITO LABORAL
POLÍTICA FAMILIAR Y MATERNIDAD
LA GRAN PURGA
LAS OPERACIONES MASIVAS DEL NKVD
LAS OPERACIONES NACIONALES
4. La Segunda Guerra Mundial (1939-1945)
DIPLOMACIA PREBÉLICA
LA INVASIÓN ALEMANA Y LA BATALLA DE MOSCÚ
EL SITIO DE LENINGRADO
PROPAGANDA, REPRESIÓN, MOVILIZACIÓN INDUSTRIAL
LOS PAPELES DE AMBOS SEXOS EN TIEMPO DE GUERRA
LA BATALLA DE STALINGRADO
DE KURSK A BERLÍN
EL LEGADO DE LA GUERRA
5. Los años de la posguerra (1946-1953)
LOS ORÍGENES DE LA GUERRA FRÍA
LA DOMINACIÓN SOVIÉTICA DE EUROPA DEL ESTE
RECONSTRUCCIÓN ECONÓMICA
LA GUERRA FRÍA EN ASIA
RECONSTRUCCIÓN ECONÓMICA
LA REPRESIÓN POLÍTICA Y LA AUSENCIA DE REFORMAS
EL ZHDÁNOVISMO EN LA CULTURA
EL COMPLOT DE LOS MÉDICOS Y LA MUERTE DE STALIN
CONCLUSIÓN
LISTA DE ILUSTRACIONES
AGRADECIMIENTOS
AUTOR
ABREVIATURAS
GARF | Gosudarstvennyi Arkhiv Rossiiskoi Federatsii (Archivo Estatal de la Federación Rusa) |
RGAE | Rossiiskii Gosudarstvennyi Arkhiv Ekonomiki (Archivo Estatal Ruso de Economía) |
RGASPI | Rossiiskii Gosudarstvennyi Arkhiv Sotsial’noi i Politicheskoi Istorii (Archivo Estatal Ruso de Historia Social y Política) |
TsMAM | Tsentral’nyi Munitsipal’nyi Arkhiv Moskvy (Archivo Municipal Central de Moscú) |
INTRODUCCIÓN
EN 2010, LOS MIEMBROS DEL PARTIDO COMUNISTA de Zaporiyia, una ciudad del sudeste de Ucrania, erigieron una estatua de Iósif Stalin. Unas mil personas asistieron a la inauguración del monumento, entre ellos muchos veteranos de la Segunda Guerra Mundial cargados de medallas. Tras la interpretación del himno nacional soviético, uno de los organizadores del evento gritó «¡Larga vida a Stalin!», y la audiencia le respondió con vítores. No todos los residentes de la ciudad dieron la bienvenida al monumento de Stalin con tanto entusiasmo. Algunos meses después, unos encapuchados usaron una sierra para decapitar la estatua. Pocos días más tarde, la estatua decapitada fue completamente destruida mediante una bomba casera. Allá donde estuvo la estatua de Stalin hoy solo queda un pedestal vacío.
Pocos personajes históricos inspiran tanta adoración y aversión como Iósif Stalin, dictador de la Unión Soviética desde 1928 a su muerte en 1953. Bajo su mandato, la Unión Soviética pasó de ser un país agrario y subdesarrollado a una superpotencia militar que derrotó a la Alemania nazi y rivalizó con Estados Unidos por la dominación mundial. Pero esta transformación tuvo lugar mientras se aplicaba una violencia de Estado masiva, un verdadero baño de sangre. Los métodos estalinistas incluían deportaciones, encarcelaciones y ejecuciones. Literalmente millones de ciudadanos soviéticos sufrieron arrestos, pasaron hambre o murieron como resultado de las políticas estalinistas. Aunque Stalin modernizase la Unión Soviética y cambiase el curso de la historia mundial, lo hizo a un coste humano exorbitante.
Para quienes estudian la historia soviética, no hay problema más intrincado que el del estalinismo. ¿Cómo es que la Revolución de Octubre de 1917, que parecía prometer la igualdad y la liberación de los seres humanos, desembocó no en una utopía comunista, sino en una dictadura estalinista? ¿Cómo se pasó de este intento de crear una sociedad perfecta a los campos de prisioneros del Gulag, a las purgas sangrientas y a una represión estatal sin precedentes? Para responder a estas cuestiones, es imperativo estudiar los orígenes de los métodos estalinistas y examinar la combinación de fuerzas que llevó al establecimiento de semejante sistema político represivo. También es importante discutir las consecuencias del estalinismo; el impacto que tuvo en las vidas de los soviéticos y el sufrimiento que les infligió.
Antes de empezar a explicar qué causó el estalinismo, detengámonos un momento a definirlo. El estalinismo fue un conjunto de doctrinas, políticas y prácticas propias del gobierno soviético durante los años en que Stalin estuvo en el poder (1928-53), políticas caracterizadas por una coerción extrema empleada con el fin de la transformación económica y social. Entre los aspectos particulares del estalinismo estuvieron la abolición de la propiedad privada y el libre comercio; la colectivización de la agricultura; una economía planificada por el Estado y una industrialización rápida; la completa aniquilación de las llamadas clases explotadoras, mediante expropiaciones y encarcelamientos; una amplia represión de los considerados enemigos, incluyendo a los del propio Partido Comunista; un culto a la personalidad que deificaba a Stalin; y un poder dictatorial de Stalin virtualmente ilimitado sobre todo el país.
¿Qué causó el estalinismo? La explicación más simple es que fue el propio Iósif Stalin, su propia sed de venganza, su habilidad en las luchas intestinas, el modo en que acumuló poder y su excesivo recurso a las coerciones. Stalin fue un dictador implacable, alguien que firmó personalmente las condenas a muerte de miles de personas y que ordenó operaciones de la policía secreta que resultaron en innumerables arrestos y ejecuciones. Nadie pone en cuestión la culpa o la responsabilidad de Stalin en la violencia de Estado de su época. Y no cabe duda de que como dictador disfrutó de una autoridad indisputada dentro de la Unión Soviética. Como explicación histórica, no obstante, culpar solamente a Stalin de los crímenes del estalinismo resulta incompleto. El Estado soviético fue un colosal aparato burocrático supervisado por el Partido Comunista, que tenía más de un millón de miembros. Los otros líderes, los compañeros de Stalin en el Partido, compartían no solo sus creencias marxistas-leninistas, sino la mayor parte de su visión del mundo, en la que se subrayaba la lucha de clases y la necesidad de combatir a los enemigos internos. Si bien Stalin desempeñó un papel crucial en el sistema que lleva su nombre, una comprensión suficiente del estalinismo ha de ir más allá de los pensamientos y las acciones de una sola persona[1].
Otra posible explicación es que el estalinismo derivó de las tradiciones autocráticas rusas, en la medida en que tanto el gobierno zarista prerrevolucionario como la dictadura estalinista se caracterizaron por su dominio autoritario, el uso extensivo de los poderes policiales, el desprecio por los derechos individuales y el control estatal de la información[2]. Es cierto que la autocracia zarista fue una monarquía absoluta que negaba a sus súbditos derechos y libertades básicas. Los siglos de dominio autocrático no ayudaron al establecimiento de tradiciones democráticas y por lo tanto no existía una base para el desarrollo de instituciones representativas. Este legado contribuyó al autoritarismo del Estado soviético. Al mismo tiempo, cualquier tipo de ecuación fácil que relacionase el zarismo con el socialismo soviético resultaría muy engañosa. No es solo que ambos sistemas se basasen en ideologías diametralmente opuestas, sino que su grado de intervención en la sociedad fue drásticamente distinto. Mientras la policía zarista envió a unos pocos miles de prisioneros políticos a un exilio administrativo (durante el cual vivieron mezclados con la población de Siberia), la policía secreta soviética bajo el mandato de Stalin encarceló a varios millones de «enemigos de clase» y «enemigos del pueblo» en campos de prisioneros del Gulag. El gobierno zarista no ambicionaba reconfigurar a la población o moldear a sus individuos, como fue el caso del gobierno soviético, y en consecuencia su intervención social fue limitada. Así pues, junto a la personalidad de Stalin, las tradiciones políticas rusas contribuyeron al estalinismo, pero tampoco lo explican del todo.
Para entender el estalinismo, es importante considerar el contexto geopolítico en el que surgió. En 1900, el Imperio ruso había quedado muy atrás respecto a los países más desarrollados de Europa occidental. Rusia era un país desproporcionadamente agrario al que le faltaban las factorías, las florecientes ciudades y el extenso trazado del ferrocarril que caracterizaban al Reino Unido, Francia y Alemania. La mayoría de la población rusa era pobre y analfabeta. Su ejército carecía de una artillería adecuada, de municiones y buques de guerra. Para poder competir económica y militarmente, Rusia necesitaba industrializarse rápidamente[3]. ¿Pero cómo podría realizarse esto? En Europa occidental, este proceso se desarrolló durante un siglo y estuvo basado en un capitalismo de libre mercado. Así pues, un enfoque gradual no permitiría a Rusia alcanzar niveles similares, y además muchos observadores rusos sentían repulsa por la explotación y el antagonismo de clase que acompañó a la industrialización capitalista.
El hecho de que Rusia fuese un país de desarrollo tardío significó que su intelligentsia pudo apoyarse en una crítica prexistente del capitalismo industrial[4]. Los izquierdistas de Europa occidental habían condenado las desigualdades capitalistas y habían propuesto varias alternativas etiquetadas como «socialismo», que en general perseguían la igualdad económica y política de los trabajadores. Una rama del pensamiento socialista era el marxismo, basado en los escritos del filósofo alemán Karl Marx. Marx consideraba que la revolución proletaria violenta era el medio para acabar con el sistema capitalista y establecer el socialismo. Muchos intelectuales rusos se sentían atraídos por el marxismo por su crítica científica del capitalismo y su convicción de que el socialismo era inevitable. El ala más radical de los marxistas rusos, los llamados en su día bolcheviques, luego comunistas, terminó haciéndose con el poder en la Revolución rusa de 1917.
Aquí tenemos, pues, otra posible explicación para el estalinismo: la ideología marxista[5]. Lenin, Stalin y otros líderes soviéticos eran marxistas —empleaban categorías marxistas y contemplaban el mundo en términos de la lucha de clases[6]—. Creían que la historia progresaba según la línea temporal marxista y que desembocaría en el socialismo y finalmente en el comunismo. Y pensaban que, en tanto vanguardia del proletariado, el Partido Comunista podía impulsar a la Unión Soviética en un proceso de transformación económica y social. El sentido de progreso histórico de los líderes soviéticos guiaba sus políticas culturales y nacionales[7]. En este sentido, el marxismo permeó el pensamiento de los líderes comunistas y desempeñó un papel crucial en el sistema soviético.
No obstante, las ideas marxistas no explican por sí solas la génesis del estalinismo. El marxismo carecía de un proyecto para construir un Estado socialista. De hecho, los escritos de Marx solo aportaban una vaga descripción de cómo sería la vida bajo el socialismo. Es cierto que Marx consideró que la revolución proletaria violenta era el medio de acabar con el viejo orden, pero no abordó en ningún lugar la escala o el tipo de violencia que tendría que emplearse. Además, ninguna de las instituciones o los métodos del Estado estalinista provinieron de la ideología marxista. Aspectos del estalinismo como la economía planificada, las deportaciones y los campos del Gulag tuvieron su origen en otros sitios. Debemos pues mirar más allá para entender la intervención social extrema que caracterizó al sistema estalinista.
Para aportar una nueva perspectiva del estalinismo, este libro lo situará en un contexto internacional, comparativo. Aunque suela ser considerada anómala, en realidad la historia soviética tiene sorprendentes paralelismos, al tiempo que importantes diferencias, con las historias de otros países. En el siglo XX se produjo un agudo incremento de la intervención estatal, y no solamente en la Unión Soviética, sino en otros países de Europa y de otras partes del mundo. En un tiempo de trabajo industrial y un masivo esfuerzo bélico, los gobiernos intensificaron sus intentos de manejar y movilizar a sus poblaciones. En este sentido, el estalinismo representó una encarnación particularmente violenta de prácticas estatales que se habían ido desarrollando durante siglos y alcanzaron su culminación durante la Primera Guerra Mundial y posteriormente.
Este empeño de moldear a la población comenzó ya en los siglos XVII y XVIII con el pensamiento de los cameralistas, que argumentaron la necesidad de que el papel del Estado fuese mayor para promover una sociedad más productiva. El testigo de los particulares intereses fiscales de estos cameralistas fue tomado por unos ideales más amplios en torno a la mejora del bienestar de las poblaciones. En el siglo XIX, las disciplinas en torno a las ciencias sociales y la medicina moderna ofrecieron nuevos modos de identificar y resolver problemas sociales. Un amplio espectro de profesionales —trabajadores sociales, urbanistas, inspectores de salud pública— intervinieron en las vidas de las personas para salvaguardar su salud y su bienestar. Algunos reformistas eran altruistas y perseguían aliviar el sufrimiento de los pobres de las ciudades, mientras que a otros les interesaba más la productividad económica y el orden público. En sí mismos los esfuerzos reformistas sociales fueron por lo general benevolentes e hicieron mucho por reducir la enfermedad y la pobreza. Pero a la altura del siglo XX, algunos gobiernos emprendieron intentos de transformación social más coercitivos y de mayor envergadura[8].
La Primera Guerra Mundial marcó un dramático incremento de la intervención estatal coercitiva. Muchas prácticas «estalinistas» —la economía dirigida por el Estado, la intervención estatal generalizada, las campañas de propaganda, las deportaciones a gran escala y el uso de los campos de concentración— no se originaron con Stalin y ni siquiera en Rusia, sino que fueron en cambio herramientas de gobierno que se extendieron por toda Europa durante la Primera Guerra Mundial. La economía planificada estalinista tomó como molde la economía alemana durante la Primera Guerra Mundial, en la que el gobierno estableció un extenso control sobre la producción y distribución de las mercancías. El sistema del bienestar soviético, que incluía pleno empleo, sanidad pública universal y pensiones por jubilación y discapacidad, reflejaba una tendencia paneuropea hacia las obligaciones mutuas entre el Estado y sus ciudadanos. El uso soviético de la vigilancia era una continuación de las prácticas establecidas por los gobiernos de todos los combatientes principales en la guerra[9]. El establecimiento de campos de concentración soviéticos —lo que se convertiría en el Gulag— estaba basado en un método de las guerras coloniales europeas que emplearon en esta Primera Guerra Mundial (bajo la forma de campos de internamiento) el Reino Unido, Francia, Alemania, Austria-Hungría y los Estados Unidos[10].
El sistema soviético se formó en un momento de guerra total —el momento en que confluían la Primera Guerra Mundial y la Guerra civil rusa—, de modo que las instituciones y las prácticas bélicas se convirtieron en los bloques con los que se construyó el nuevo orden político. Aunque el gobierno soviético, una vez en el poder, canceló la participación rusa en la contienda mundial, comenzó casi de inmediato a movilizar a la población para la guerra civil, y muchas de las prácticas de la guerra fueron prolongadas. Las burocracias y agencias estatales, incluida la policía secreta soviética, fueron establecidas para promulgar estas medidas, y no tardaron en convertirse en medios permanentes de sometimiento. El origen revolucionario del Estado soviético también implicó que sus líderes podían actuar sin límites tradicionales o legales a su autoridad. Aunque el intervencionismo se incrementó a lo largo de Europa en este tiempo, asumió una forma particularmente virulenta en el caso del estalinismo.
Entender el estalinismo como una particular versión de las prácticas estatales modernas no conlleva exonerar a Stalin y sus secuaces de la muerte y el sufrimiento que causaron. Las prácticas bélicas como las deportaciones y los encarcelamientos eran herramientas de control social que los líderes podían elegir usar o no. La actualización de la violencia de Estado estalinista fue el resultado del tipo de gobierno de la Unión Soviética y de las decisiones de sus mandatarios. El gobierno soviético era una dictadura sin restricciones constitucionales a su poder. Stalin y el resto de los mandatarios escogieron el uso de instrumentos de violencia de Estado para perseguir su agenda de industrialización rápida y transformación social.
Ningún factor aislado causó el estalinismo. Como en cualquier otro fenómeno histórico complejo, una serie de factores contribuyó al conjunto de políticas coercitivas promulgadas bajo el mandato de Stalin. A pesar de que el furor homicida de Stalin, las tradiciones políticas autoritarias rusas y la ideología marxista desempeñaron un papel, también hemos de considerar el contexto internacional más amplio en que el estalinismo tomó cuerpo. La Unión Soviética, como otros países subdesarrollados, necesitaba industrializarse rápidamente por una mera cuestión de defensa nacional. La escalada bélica de esta época también llevó a otros líderes políticos de Europa a implementar nuevas prácticas de movilización e intervención social. Entre ellas se dieron prácticas positivas (programas de bienestar y medidas de salud pública) e intervenciones negativas (vigilancia, deportaciones y encarcelamientos). Este libro explorará estas causas del estalinismo, y también describirá sus consecuencias sociales. Entre dichas consecuencias estuvo la muerte y el sufrimiento de millones de personas.
RESUMEN DE LOS CAPÍTULOS
Para examinar las raíces del estalinismo, el capítulo primero comienza con la descripción del imperio zarista en los albores de la Primera Guerra Mundial. En aquel tiempo, Rusia era un país subdesarrollado con un gobierno que frustraba las reformas que se necesitaban. Fue solo a partir de las enormes demandas de la Primera Guerra Mundial que la autocracia zarista se ocupó de las necesidades sociales y dio curso a algunas iniciativas de salud pública. Presagiando lo que luego ocurría en la época estalinista, el gobierno zarista también puso en marcha durante la contienda medidas coercitivas de control económico y social. El capítulo trata después la Revolución rusa en sus dos etapas: la primera, el colapso de la autocracia zarista y su remplazo por el Gobierno provisional; y la segunda, la Revolución de Octubre en la que los bolcheviques se alzaron con el poder. El capítulo continúa con el análisis de la Guerra civil rusa y la década de 1920, el periodo de la Nueva Política Económica.
El segundo capítulo describe el primer periodo de mandato estalinista, 1928-1933, lo que los líderes del Partido Comunista llamaron «la era de construcción del socialismo». En esos años, el gobierno soviético eliminó el capitalismo y lanzó un plan de industrialización de choque con la intención de situar al país al nivel de las naciones más industrializadas de Europa. Estas políticas económicas desencadenaron agitaciones sociales masivas. Millones de campesinos se desplazaron a las ciudades para encontrar trabajo en la construcción de las nuevas factorías, y una ingente cantidad de mujeres de la ciudad pasó a trabajar en la industria pesada. Muchos trabajadores accedieron a oportunidades educativas cuando los dirigentes estalinistas, que desconfiaban de los «especialistas burgueses», trataron de crear una nueva élite técnica a partir del proletariado. La industrialización rápida fue posible gracias al control estatal de la economía y el encauzamiento de todos los recursos a la construcción de acerías y plantas de fabricación de maquinaria. El final de la agricultura privada forzó dio paso a la agricultura colectivizada, una política estalinista extremadamente coercitiva que significó la desposesión y deportación de varios millones de campesinos calificados como kulaks. En conjunto fue un periodo de tiempo caracterizado por severas privaciones económicas; el gobierno soviético introdujo el racionamiento, los niveles de vida se desplomaron y el hambre en la campiña dejó cerca de seis millones de muertos.
El capítulo tercero cubre el periodo posterior a que Stalin declarase que los cimientos del socialismo habían sido establecidos, 1934-1938. Con el fin del capitalismo y el establecimiento de una economía conducida por el Estado, los líderes soviéticos creyeron haber inaugurado una nueva era en la historia del mundo, la era del socialismo. En tanto marxistas, creyeron que una nueva base económica debía dictar una nueva superestructura política y cultural. Consecuentemente, aprobaron una nueva constitución, la Constitución de Stalin de 1936, y reorientaron la cultura oficial soviética, forzando un giro desde el arte de vanguardia iconoclasta al realismo socialista. Una vez eliminados aquellos que fueron considerados enemigos de clase —los kulaks y los pequeños capitalistas—, los líderes soviéticos pensaron que el tiempo de la lucha de clases abierta había terminado. No obstante, los funcionarios de la policía secreta advirtieron que seguían existiendo enemigos ocultos que tratarían de sabotear el Estado soviético. A finales de los años treinta, con la creciente amenaza de la Alemania nazi y el Japón fascista, Stalin desató una enorme ola de violencia de Estado para encarcelar o ejecutar a potenciales traidores, en particular a antiguos opositores en el seno del Partido Comunista, criminales de poca monta y antiguos kulaks, y miembros de la diáspora de las minorías nacionales.
El capítulo cuarto cubre la Segunda Guerra Mundial, y arranca con el Pacto de no agresión Germano-Soviético. Tras la firma de este tratado, Alemania invadió Polonia desde el oeste, mientras la Unión Soviética lo hacía desde el este, invadiendo también los países bálticos y Finlandia. El capítulo continúa con la invasión nazi de la Unión Soviética en junio de 1941, a la que el país sobrevivió a duras penas. El ejército alemán se adentró profundamente en territorio soviético y en pocos meses ya había llegado a las afueras de Leningrado y Moscú. Para movilizar los esfuerzos bélicos necesarios, los líderes soviéticos se apoyaron en las mismas prácticas estatales que habían usado durante la Guerra civil y los años treinta: control estatal de los recursos económicos, vigilancia y propaganda para asegurarse la lealtad de la población, y arrestos de la policía secreta para neutralizar cualquier potencial disidencia. Aunque la Unión Soviética terminó derrotando a la Alemania nazi, veintisiete millones de ciudadanos soviéticos perdieron sus vidas durante la guerra. Para el pueblo soviético, la historia de la Segunda Guerra Mundial no significó solamente una victoria, sino también represión, sacrificio y muerte.
El quinto capítulo analiza los años posteriores a Stalin, 1946-1953. Como resultado de la victoria en la guerra, la Unión Soviética alcanzó el estatus de superpotencia en el sistema internacional, rivalizando con los Estados Unidos por el dominio del planeta. Esta prominencia internacional afectó profundamente tanto a la política exterior soviética como a la doméstica. La Unión Soviética impuso gobiernos comunistas en las naciones del este de Europa, y estas acciones produjeron tensiones que cuajaron en la Guerra Fría con los Estados Unidos y sus aliados. En la política doméstica, la mastodóntica tarea de reconstruir un país en el que millones de personas estaban sin hogar y pasaban hambre, fue completada a través de un férreo y coercitivo control estatal. A pesar de las esperanzas que el pueblo albergaba de una liberalización política tras la guerra, el régimen estalinista siguió siendo igual de represivo. La victoria bélica pareció ser un refrendo del sistema estalinista, y la Guerra Fría exigió una vigilancia continua.
La conclusión aborda el legado del estalinismo, un legado que arroja una larga sombra sobre el resto del periodo soviético y más allá aún. Nikita Kruschev, el sucesor de Stalin, se embarcó en una polémica campaña de desestalinización, denunciando el culto a la personalidad de Stalin y su uso de la violencia contra los miembros del Partido. Pero con la destitución de Kruschev en 1964 cesó la discusión sobre las represiones estalinistas, que solo sería reavivada a finales de los ochenta bajo el mandato de Mijaíl Gorbachov. En ese momento, la completa revelación de las represiones estalinistas desacreditó al gobierno soviético, lo cual, junto a una serie de descontentos étnicos y económicos, produjo el rápido colapso del sistema soviético. El final de la Unión Soviética, sin embargo, no acabó con el debate sobre el estalinismo, que sigue desatando agrias discusiones incluso en la Rusia de nuestros días.
El estalinismo tiene una importancia central en nuestra comprensión de la historia del siglo XX. Durante la era estalinista, la Unión Soviética se convirtió en una superpotencia militar e industrial, capaz de ganar la Segunda Guerra Mundial y de rivalizar con los Estados Unidos durante la Guerra Fría. Pero el estalinismo no es simplemente un relato sobre la modernización industrial y el triunfo militar. Aunque el sistema estalinista representó un modelo alternativo de desarrollo y un serio desafío ideológico a la democracia liberal y al capitalismo, también se cobró un precio descomunal en términos humanos. Nuestra obligación de estudiar la era estalinista proviene no solo de su importancia, sino también de nuestra responsabilidad en cuanto a dar a conocer una de las páginas más negras de la historia de la humanidad.
[1] Aquellos que deseen saber más sobre el papel personal que tuvo Stalin tienen a su disposición muchas biografías, entre ellas Isaac DEUTSCHER, Stalin: A Political Biography. New York, NY, 1967; Adam ULAM, Stalin: The Man and His Era. New York, NY, 1973; Dmitrii VOLKOGONOV, Stalin: Triumph and Tragedy. New York, NY, 1988; Robert H. MCNEAL, Stalin: Man and Ruler. New York, NY, 1988; Robert SERVICE, Stalin, A Biography. Cambridge, MA, 2004; Hiroaki KUROMIYA, Stalin. New York, NY, 2005; Kevin MCDERMOTT, Stalin. New York, NY, 2006; Sarah DAVIES y James HARRIS, Stalin, A New History. Cambridge, UK, 2005; Oleg V. KHLEVNIUK, Stalin: New Biography of a Dictator. New Haven, CT, 2015; Stephen KOTKIN. Stalin: Waiting for Hitler, 1929–1941. New York, NY, 2017.
[2] Richard Pipes apunta que se dieron «inconfundibles afinidades» entre el mandato zarista y el soviético; PIPES, A Concise History of the Russian Revolution. New York, NY, 1996, pp. 397–99.
[3] Theodore vON LAUE, Why Lenin? Why Stalin? Why Gorbachev? The Rise and Fall of the Soviet System. New York, NY, 1993.
[4] Laura ENGELSTEIN, “Combined Underdevelopment: Discipline and the Law in Imperial and Soviet Russia”. American Historical Review 98: 2 (April 1993), p. 344.
[5] Para una explicación del estalinismo centrada en la ideología, véase Martin MALIA, The Soviet Tragedy: A History of Socialism in Russia, 1917–1991. New York, NY, 1994. Para una interpretación diferente del estalinismo, véase Chris WARD, Stalin’s Russia. London, UK, 1993.
[6] Véase Erik VAN REE, The Political Thought of Joseph Stalin. New York, NY, 2002.
[7] Sobre el «evolucionismo promovido por el Estado» y las políticas nacionales soviéticas, véase Francine HIRSCH, Empire of Nations: Ethnographic Knowledge and the Making of the Soviet Union. Ithaca, NY, 2005, pp. 7–8.
[8] Para abundar en este tema, véase David L. HOFFMANN, Cultivating the Masses: Modern State Practices and Soviet Socialism, 1914–1939. Ithaca, NY, 2011, pp. 19–29.