Kitabı oku: «Psicoanálisis y revolución», sayfa 2

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Durante los tiempos sombríos a los que nos referimos, tiempos verdaderamente oscuros para los psicoanalistas y para sus pacientes, fue casi como si hubiéramos llegado al final de la historia de las propuestas radicales e innovadoras de Freud. Algunos practicantes lucharon por seguir adelante, mientras que algunos teóricos sociales trataron de emplearlo para comprender las condiciones históricas subyacentes que lo habían llevado a olvidar su pasado. Casi todos comprendieron muy bien, de un modo u otro, que el psicoanálisis había claudicado, que se había dejado recuperar y domesticar, adaptándose y volviéndose adaptativo. Ahora tenemos que liberar al psicoanálisis de su vínculo coyuntural con la adaptación, retomar su auténtico núcleo histórico radical y volverlo a la vida.

Si debemos rechazar el psicoanálisis adaptativo, es porque se ha convertido en algo conservador, algo que ha renunciado a su potencial transformador. Que no hace posible transformar, sino sólo adaptarse y así aceptar y perpetuar la realidad tal como es, por más opresiva, explotadora y alienante que sea. Por ejemplo, aunque el capitalismo sea injusto e intolerable, nos adaptamos a él como si fuera nuestro ambiente natural, como si no fuera histórico y, por ende, superable.

El problema del psicoanálisis adaptativo no es tan sólo que naturalice lo histórico, sino que nos haga ver el mundo como un “ambiente” externo separado de cada uno de nosotros. Esto impide reconocer que formamos parte del mundo, que estamos en él, que somos él y que por eso podemos transformarlo al transformarnos, pero también transformarnos al transformarlo. Por lo mismo, al concebir el mundo como un ambiente, nos ocultamos despreocupadamente de su constitución como una trama o estructura ecológica en la que todos somos responsables unos de otros, lo mismo puede experimentarse en un psicoanálisis no-adaptativo que a través de formas emancipatorias de acción colectiva. Tanto al analizarnos como al actuar colectivamente sentimos que el mundo y sus habitantes constituyen lo más íntimo de nosotros y no un simple “ambiente”.

Todo movimiento de liberación aprende en algún momento que hay una diferencia crucial entre “ambiente” y “ecología”. Esta diferencia se torna explícita en la comprensión ecosocialista de nuestro mundo. Hablar del “ambiente” es hablar del mundo como algo separado, aparte de nosotros, que luego aprendemos a ajustar o dominar, mientras que la “ecología” se refiere a la interconexión íntima entre nosotros y el mundo. Nuestras vidas están unidas en redes de solidaridad y conciencia política de una manera tan ecológica, tan estrecha y compenetrada, que sentimos el dolor de los demás en su lucha y sabemos que sólo empeoraremos este mundo al intentar dominar y explotar a los demás, ya sean humanos u otros seres sintientes. Esta conciencia ecológica de nuestro vínculo con los demás está en el corazón del psicoanálisis.

Tal como son concebidos por el psicoanálisis, los individuos no están verdaderamente solos, aislados y separados unos de otros. Nosotros formamos parte de las vidas de los demás y nuestras acciones y palabras pueden tener consecuencias fatales para ellos. De algún modo, sabemos que somos tan responsables de ellos como lo somos de nosotros. Nuestros vínculos no son únicamente “exteriores”. Los otros no sólo están “afuera”, alrededor de nosotros, sino también “adentro”, en cada uno de nosotros, en lo que pensamos, decimos y hacemos. En nuestros gestos hay rastros de los otros, así como en nuestras palabras e ideas hay también ecos de otras voces. Las relaciones pasadas con los demás no sólo reaparecen en las relaciones presentes, sino que se anudan en cada uno de nosotros y nos hacen ser como somos. La constitución del individuo es social y cultural, pero también histórica, lo que hace que se transforme incesantemente.

Así como las condiciones de opresión, explotación y alienación en que vivimos han sido históricamente producidas, lo que abre la posibilidad histórica de superarlas, así también las formas alienadas particulares de nuestra psicología son productos de la historia y por ende pueden ser dejadas atrás. Esto es así a pesar de la mayoría de los psiquiatras, psicólogos y psicoterapeutas, que afirman que trabajan con las propiedades esenciales e inmutables de la vida mental. En realidad, su trabajo se dirige a factores extremadamente variables determinados por la cultura, por el momento histórico, por las relaciones sociales, por los ideales de cierta sociedad y por la biografía única de cada sujeto.

Los psicoanalistas conservadores, junto con la mayoría de los profesionales de salud mental, se representan la existencia humana como algo estático, negando su carácter histórico y su constante cambio. Esto resulta especialmente forzado y reaccionario en la sociedad actual, donde todo se transforma de forma incesante y vertiginosa, donde es como si todo lo sólido se desvaneciera en el aire. Nosotros mismos nos vemos obligados a ser flexibles y aprendemos a existir a cada momento de manera diferente, pero los profesionales “psi” fijan nuestra existencia en su lugar, como si fuera un objeto, mientras la estudian o la tratan, anulando así lo más radical y transformador que caracteriza nuestra naturaleza humana.

La imagen de nuestra naturaleza que nos devuelven las profesiones “psi” es la de una máquina complicada o la de aquel animal bruto, aquel puro mecanismo instintivo, que sólo existió en la imaginación de los seres humanos para que se sintieran superiores al compararse con él. ¿Quién habría previsto que estos mismos seres humanos terminaran confundiéndose con su degradante representación de la animalidad? Es como si la vieja degradación del animal en contraste con el ser humano hubiera servido para preparar la actual degradación del ser humano en la psicología y en otras profesiones psi, como el psicoanálisis conservador.

El psicoanálisis radical, por el contrario, nos enseña que está en la condición misma de los seres humanos reflexionar sobre sus condiciones sociales y tratar continuamente de transformarlas y transformarse. Intentamos cambiar, pero fallamos, y el psicoanálisis radical, junto con la práctica política radical, puede llegar a mostrarnos por qué fallamos y cómo estamos atrapados en los ideales dominantes de la sociedad y en la biografía única de cada uno de nosotros. Desde luego que no podemos hacer desaparecer ni las condiciones que nos hacen quienes somos ni los obstáculos internos que nos atan a nuestra opresión, que nos incitan incluso a desearla al mismo tiempo que la resentimos y tratamos de escapar de ella. Quizás ni siquiera podamos liberarnos enteramente de nuestro deseo de la opresión, pero podemos conocerlo, discernirlo cuando interviene al bloquearnos o al hacernos claudicar, y este conocimiento puede ser el primer paso hacia nuestra liberación.

Desear la opresión es algo muy peculiar y una de las más dolorosas paradojas de la subjetividad. Lo más fácil es pretender que no existe esta paradoja, pero tarde o temprano tropezaremos con ella y el tropiezo puede comprometer nuestra lucha por la liberación. Quizás al final, respondiendo a nuestro deseo, terminemos creando nuevas formas de opresión para sustituir aquellas de las que nos hayamos liberado. Para evitar esto, debemos tomar en serio lo que nos hace regresar al punto de partida, lo que nos detiene y arrastra hacia atrás cuando queremos ir adelante. Debemos tomar en serio todo esto, no para culpar a la víctima, sino para comprender la naturaleza contradictoria de cada uno de nosotros como seres humanos en este mundo miserable.

Historia

El enfoque psicoanalítico, al igual que el marxismo y otras aproximaciones teóricas al poder y a la emancipación, apareció en un período histórico específico a fin de concebir, entender y resolver una serie de problemas históricamente constituidos. Fuera del contexto histórico de los últimos dos siglos, el psicoanálisis no tendría todo el sentido que tiene para nosotros. Lo mismo sucedería con el marxismo si lo lleváramos a otra época.

Es difícil imaginar qué habrían hecho esclavos insurrectos en la antigua Roma, por ejemplo, con los análisis marxistas de la “plusvalía”, de lo que el capitalista sustrae al trabajador, o con los intentos de construir partidos revolucionarios y asociaciones internacionales. El moderno proletariado industrial no existía en la época de Espartaco. Liberarse de la esclavitud no era lo mismo que liberarse de la explotación del trabajo asalariado. Es por esto por lo que el marxismo sólo empezó a ser útil cuando el capitalismo se impuso en el mundo como el modo dominante de producción. De igual modo, se necesitó el desarrollo de los estados coloniales y del imperialismo para que hubiera necesidad de movimientos de liberación anticolonial y antiimperialista. Cada movimiento político surgió para combatir condiciones particulares de explotación u opresión.

En cuanto al psicoanálisis, ha sido inventado para tratar “síntomas” específicos de la sociedad moderna. Estos síntomas son tan históricos, tan históricamente determinados, como lo es la representación freudiana del psiquismo. Lo “inconsciente”, por ejemplo, está ligado a la forma tan peculiar de alienación que sufrimos en la modernidad capitalista.

La alienación en el capitalismo produce conflictos “internos” que pueden ser invisibles como tales, pero que no dejan de conocerse por sus efectos, por lo que motivan en las personas, como padecimientos inexplicables, desarreglos vitales, decisiones absurdas o acciones erráticas, a veces destructivas o autodestructivas. Todo esto es patente en la actual experiencia del trabajo. Los sujetos están encerrados en su actividad laboral de tal manera que repiten incesantemente el mismo tipo de tareas, fuera y no sólo dentro de su trabajo, ya que su vida se estructura de un modo repetitivo particular que está fuera de su control. Así también, quienes hoy trabajan se ven impulsados a hacerlo por imperativos económicos, de modo que su “pulsión” de trabajar y de sobrevivir está ligada con la esfera de la economía y específicamente con el capitalismo. La dominación capitalista moldea las relaciones de poder con las que nos vinculamos, las cuales, al mismo tiempo, repiten relaciones de poder anteriores a través de una repetición que es impulsada inconscientemente y que luego reaparece como lo que los psicoanalistas llaman “transferencia” dentro de la clínica. Abordaremos cada uno de estos temas en este libro, y, a través de ellos, mostraremos que el psicoanálisis interpreta los síntomas como indicadores del malestar en la sociedad particular en la que vivimos.

Los síntomas aparecen de tal manera que el psicoanálisis, una invención histórica, nos permite leerlos como lo que son, como conflictos en la vida personal y como expresión de conflictos sociales. Una sociedad particular y una persona singular en esta sociedad son lo que manifiesta sus problemas de modo sintomático. El síntoma es tanto un indicio de que algo anda mal en la sociedad como un mensaje sobre el sufrimiento de cada sujeto separado.

Sujetos

Aquí, en este manifiesto, nos referimos a los seres humanos como “sujetos” porque el término “individuo”, además de reductor, implica erróneamente que nuestra subjetividad es indivisa, que se opone a la sociedad y que está separada, aislada, encerrada en la individualidad. Un “sujeto” es más que el individuo, incluye a otras personas, está abierto al mundo social, atravesado y dividido por la exterioridad, por un espacio ecológico para ser. Un sujeto está en contradicción consigo mismo y por esto mismo puede ser una fuente de cambio, ya sea en el nivel psicológico de la persona individual o en el nivel político del proceso colectivo.

El sujeto puede ser un agente histórico, pero también es víctima y producto de la historia. Los acontecimientos nos afectan y nos determinan de maneras diversas que pueden ser abordadas actualmente a través del psicoanálisis. El pensamiento psicoanalítico es uno de los recursos más potentes de los que disponemos para entender y cambiar nuestra experiencia en los tiempos modernos. Lo que nos estaba ocurriendo como sujetos en la modernidad tardía, entre los siglos XIX y XX, cobró de pronto, con la teoría freudiana, un sentido radicalmente nuevo. Se forjaron ciertos nombres médicos para nuestro sufrimiento y al mismo tiempo se inventó el psicoanálisis para lidiar con ellos, para ponerlos a prueba, para sublevarse contra lo que significaban, para transformarlo.

El psicoanálisis continúa siendo uno de los mejores medios para captar nuestros síntomas de miseria en la vida bajo el capitalismo avanzado, neoliberal, con sus manifestaciones coloniales, racistas y sexistas. Estos síntomas, que operan inconscientemente y que luego encuentran expresiones distorsionadas en los síntomas visibles observados por médicos y psicólogos, tienen una profunda conexión con la trama de nuestras biografías individuales y con las actuales condiciones de vida. Es en este doble sentido que los síntomas son fenómenos históricos: por un lado, se producen en la historia personal de cada individuo; por otro lado, su forma general está estructurada por el tipo histórico de sociedad en la que vivimos.

Nuestro pasado y nuestro mundo nos acechan, enferman y trastornan. Esto es así ya sea que estemos completamente embrujados por la ideología y creamos que éste es el mejor de los mundos posibles, lo que no es razón para preocuparse, o bien que seamos activistas que saben que las cosas están mal y tienen que cambiar. La contradicción y el conflicto nos atormentan a todos y penetran dentro de nosotros mismos, nos desgarran, se abren paso hacia nosotros y luego toman la forma de síntomas que pueden ser dolorosos y aparentemente inexplicables.

El psicoanálisis, dialéctico, no es ni psicología ni psiquiatría

El tortuoso camino de la historia del enfoque psicoanalítico transcurrió paralelamente al desarrollo de la psicología entendida como especialidad científica o pseudocientífica y como disciplina profesional y académica. Esta psicología no debe confundirse con el psicoanálisis. Aunque frecuentemente haya conseguido absorberlo, discrepa de él en sus premisas, ideas, métodos y objetivos. La psicología, de hecho, está constituida por mucho de lo que intentamos resolver a través del psicoanálisis. Desde el punto de vista psicoanalítico, la esfera psicológica es problemática.

La psicología toma forma como una experiencia ilusoria, engañosa e incluso delirante, a saber, la experiencia de cada uno como yo, como individuo separado, indiviso y unitario, que puede tomarse a sí mismo como si fuera un objeto, y así conocerse y controlarse. Este modelo psicológico del yo es parte del problema porque hace imaginar a cada persona que es responsable de todo lo que experimenta, incluso lo desagradable y lo no deseado, y puede hacerla sufrir aún más por sentirse “dividida”, por sentir que hay una dimensión inconsciente en su vida. Tal división, que a todos nos afecta, es reconocida por el psicoanálisis y negada por la psicología. Su negación oculta nuestra alienación y nos impide resistir contra lo que nos aliena. Contribuye así a dominarnos “por dentro”, a manipularnos y reprogramarnos ideológicamente.

Un problema clave que enfrentamos ahora es el de la construcción histórica de una experiencia individual aislada que no corresponde a nuestra existencia, que no se reconoce en ella, que no tiene poder ni sentido por sí misma y que resulta por ello vulnerable a la dominación, la manipulación y la reprogramación ideológica. Es el problema de la psicología separada con respecto a la naturaleza compartida y colectiva de nuestras vidas como seres humanos. Es, en su raíz, el problema del individualismo en la sociedad capitalista y en sus expresiones psicológicas.

Psicología

La disciplina profesional académica de la psicología mantiene a cada yo individual como una esfera psicológica separada, como una experiencia de su propia psicología, como la de cada trabajador aislado con respecto a los demás. La psicología y la disciplina dedicada a su mantenimiento se formaron al mismo tiempo que el capitalismo y se han extendido con él por el mundo. La expansión capitalista mundial ha sido también una propagación global de sus dispositivos psicológicos no sólo en instituciones universitarias y de salud, sino en todas las esferas de la vida. Todo tiende a teñirse con un tinte psicológico. Este proceso de psicologización implica mecanismos de atomización, desocialización, despolitización, deshistorización, patologización, incriminación de los individuos y adaptación a la sociedad capitalista.

Sí, vivimos hoy bajo el capitalismo globalizado, bajo el brutal sistema capitalista neoliberal, pero para entender cómo funciona este sistema necesitamos algo más que un simple nombre para el problema. Como nos lo enseña el psicoanálisis —aunque no sólo el psicoanálisis—, no tiene sentido hablar sobre la vida en el capitalismo, en la sociedad de clases específicamente capitalista, sin referirnos también al sexismo, al racismo y a las múltiples formas de opresión que incapacitan a las personas. El psicoanálisis radical ya es “interseccional”, abordando el profundo vínculo subjetivo entre diferentes formas de opresión combatidas por los diversos movimientos de liberación.

Liberarnos de las experiencias opresivas de clase, raza y sexo requiere que las combatamos también “dentro” de nosotros mismos. Aquí, en la esfera subjetiva, lo oprimido aparece no sólo como lo afectado, sino como lo resignado o adaptado a la opresión. Esta adaptación, que sostiene y perpetúa lo que nos oprime, es a menudo vista como “salud mental” por los psiquiatras y los psicólogos.

Estrechamente vinculada con un modelo médico psiquiátrico de enfermedad, la psicología se ha desarrollado en todo el mundo como una herramienta psicoterapéutica útil para adaptar a las personas a la realidad en lugar de permitirles cambiarla. El dispositivo psicológico-psicoterapéutico recoge la mayor parte del bagaje ideológico histórico de la psiquiatría médica y pretende humanizarlo, centrándose en manifestaciones sintomáticas mensurables, observables en la conducta de las personas, en lugar de síntomas de sufrimientos psíquicos invisibles. Este desplazamiento desde la enfermedad hasta la conducta no es un gran paso adelante. La insignificancia del avance puede apreciarse cuando se le juzga desde una perspectiva psicoanalítica en la que no todo se reduce a lo que puede observarse y aliviarse.

El psicoanálisis ha conseguido romper con la psiquiatría. Pero la herencia médica psiquiátrica aún está presente dentro de la psicología, incluso cuando los psicólogos se presentan como amigables, como progresistas y como “psicoterapeutas”. De cualquier modo, aquí debemos tener claro que existen importantes diferencias teóricas, así como disputas de estatus profesional, entre los psiquiatras con formación médica, los psicólogos que tienen sus propios modelos de comportamiento y pensamiento, y los psicoterapeutas que mezclan y combinan cualesquiera perspectivas que parezcan funcionar para aliviar la angustia y hacer que la gente regrese al mundo.

Por el momento, son los psicólogos los que están en el centro del escenario con sus afirmaciones de efectividad científica. Se consideran a sí mismos los más eficaces y comparan su eficacia con la que atribuyen a la psiquiatría, la psicoterapia y la práctica psicoanalítica. Sería más fácil para nuestro propósito, el de la defensa del valor del psicoanálisis, si la psicología no funcionara. El problema es precisamente que funciona. La psicología funciona porque encaja muy bien en las relaciones sociales de opresión y explotación.

Digamos que funciona muy bien para adaptar a las personas de tal modo que mantengan este mundo funcionando sin problemas. La misma psicología funciona sin problemas hasta que aparecen los síntomas que luego ella misma intenta calmar a través de sus habilidades supuestamente psicoterapéuticas.

La difusión de la psicología en todo el mundo y en la vida cotidiana está provocando una reducción, contracción y simplificación de la experiencia, de la forma en que sentimos, pensamos y hablamos acerca de nosotros mismos. Nuestro comportamiento se parece cada vez más al de las pobres caricaturas psicológicas de la existencia humana que nos rodean por todos lados. Estas caricaturas se difunden por medios como el cine y la televisión, las revistas y los periódicos, los bestsellers y los manuales de autoayuda, la psicoterapia, la reeducación emocional, el coaching en las empresas, las opiniones de los expertos, las redes sociales y hasta las iglesias pentecostales.

Todo el entorno cultural está saturado con simplistas representaciones psicológicas altamente funcionales para el sistema capitalista. Ciertamente nos reconocemos en ellas, pero no porque sean tan fieles que nos reflejen tal como somos. Lo que ocurre es que son tan poderosas que nos hacen reflejarlas, corresponder a ellas, actuarlas y vivirlas en nuestras miserables condiciones de vida.

La psicología tiene tanto éxito que logra desplegarse y confirmarse a través de nosotros. A veces nuestra existencia parece incluso materializar conceptos de las grandes corrientes psicológicas, entre ellas la conductista, la humanista, la cognitiva e incluso la psicoanalítica. Los consumidores, por ejemplo, han aprendido a responder a estímulos publicitarios, identificarse con la naturaleza humana que se les vende, procesar la información requerida para comprar y entregarse a las pulsiones ocultas que los empujan al consumismo.

Incluso hay versiones psicoanalíticas exitosas de la psicología, como las hay también de la psiquiatría. Debemos cuidarnos de estas imposturas, que son capitulaciones ante la “normalidad” y distorsiones ideológicas de lo que debería ser un enfoque radical y liberador. El psicoanálisis no puede volverse psiquiatría o psicología sin dejar de ser lo que es, perder su utilidad para los movimientos de liberación e incluso volverse perjudicial para ellos, no sólo despolitizando al psicologizar o psiquiatrizar, sino contribuyendo a adaptar y sojuzgar en lugar de liberar.

Es posible adulterar y degradar el psicoanálisis al hacerlo funcionar como la psicología y ayudar a los sujetos a ser lo que deben ser para insertarse de la mejor manera en el capitalismo. Sin embargo, si queremos preservar el psicoanálisis como lo que es y puede ser, necesitamos deslindarlo de este proceso y mostrar cómo puede permitirnos resistir contra él. El propio psicoanálisis, debido a la historia de adaptación a la que ha estado sujeto, se ha implicado por sí mismo con la ideología, pero se rebela. Es como si el psicoanálisis fuera él mismo un síntoma de opresión que ahora puede ser hablado, y en el proceso de hablarlo bien, podemos liberarlo y liberarnos a sí mismos.

El psicoanálisis está desgarrado por el conflicto. Habla de conflicto al dar cuenta de nuestra naturaleza humana construida históricamente. Ha surgido en un momento histórico preciso, reflejando las necesidades, inclinaciones y aspiraciones contradictorias de un sujeto humano que lleva en su interior las contradicciones de nuestro mundo. Es también por esto que podemos hablar del psicoanálisis como de un síntoma.

El enfoque psicoanalítico no sólo se ocupa de manifestaciones sintomáticas del sufrimiento del sujeto, sino que él mismo es un síntoma. Él mismo es tan contradictorio como lo que aborda. Es por esto por lo que, al mismo tiempo que pedimos al psicoanálisis que trate la naturaleza contradictoria de la vida bajo el capitalismo, que atienda los síntomas que surgen hoy en la sociedad, también le exigimos que sea una “psicología crítica” reflexiva capaz de examinarse a sí misma. Debemos analizar qué hace que el psicoanálisis se adapte a la sociedad y qué le permite resistir y convertirse en algo subversivo y liberador.

Conflicto

Lo que ocurre con el psicoanálisis es lo mismo que sucede con la subjetividad que lleva un síntoma en sí misma. Los sujetos están desgarrados por conflictos. Se encuentran habitualmente aprisionados en relaciones opresivas dañinas, atrapados por un patrón de experiencia particular, biográficamente distinto en cada caso. Esto es lo que viene a definir quiénes son, lo que los hace reconocibles como la misma persona para ellos mismos, para su familia y sus amigos.

Lo distintivo de cada uno es algo inconsciente en lo que uno está atrapado, algo resistente y repetitivo, así como contradictorio, conflictivo. Hay un conflicto interno que se concreta en el síntoma propio de cada persona. Este síntoma puede paralizar a la persona e impedirle transformarse y modificar las relaciones que la oprimen y la dañan. El cambio a menudo ocurre cuando sucede algo dramático o traumático, algo que rompe con los patrones mantenidos inconscientemente, como puede ser un cambio social por el que se posibilita un cambio individual.

El proceso de cambio y la cristalización del conflicto en el síntoma pueden entenderse dialécticamente. El conflicto es lo que nos atrapa, lo que nos inmoviliza, pero es al mismo tiempo lo que nos hace movernos para solucionarlo y liberarnos de él. Nuestro movimiento es tan impulsado como estorbado por el conflicto. Esto nos hace movernos poco a poco, avanzar y tropezar, cambiando sin cambiar casi nada, pero los pequeños cambios de pronto producen una transformación.

Los cambios cuantitativos acumulados preparan una mutación cualitativa. Esto sucede en el nivel político cuando una lucha colectiva sostenida conduce finalmente, después de años de esfuerzo, a nuevas posibilidades y a la aparición de nuevas formas de subjetividad. Lo mismo ocurre en la clínica cuando el síntoma se manifiesta como un conflicto abierto y exige una decisión sobre cómo seguir con la vida. Como se comprueba en este caso, el síntoma es un obstáculo, pero también, dialécticamente entendido, es una oportunidad.

El síntoma es una oportunidad para cambiar y no sólo para conocerse. Es por esto por lo que no debe eliminarse, como lo hacen habitualmente psicólogos y psiquiatras, que así pueden asegurarse de que nada se descubra y todo siga igual. Para descubrirse y transformarse, hay que escuchar al síntoma con la mayor atención, como se hace en el psicoanálisis.

Las personas acuden al psicoanalista no porque tengan síntomas, ya que todos los tienen en esta sociedad enferma, sino porque se vuelven insoportables, porque hay un inminente desplazamiento de la miseria cuantitativa a alguna forma de cambio cualitativo. Una de las tareas del psicoanálisis clínico es orientar el tratamiento de tal manera que este cambio cualitativo se haga posible para el sujeto, que se le presente bajo la forma de una oportunidad para la reflexión y para la elección decidida sobre cómo vivir la propia vida, en lugar de tambalearse al borde del colapso y de la desesperación. El psicoanálisis le ayuda al sujeto a no ser ni sobrepasado ni vencido por lo que se manifiesta en el síntoma, a sobreponerse a él, lo que sólo es posible al escucharlo y actuar en consecuencia. El síntoma es de naturaleza dialéctica, y el psicoanálisis es un enfoque dialéctico que ayuda al sujeto individual a tomar un nuevo rumbo, hacia la adaptación o la liberación.

Para ser liberador, el psicoanálisis debe ser liberado. Tiene que liberarse de lo que no es ni está destinado a ser. Debe depurarse del sedimento de mistificaciones, prejuicios, valores, dogmas, estereotipos e ilusiones que se le han inyectado y depositado, neutralizando su potencial progresista y convirtiéndolo en un enfoque instrumentalmente útil para el capitalismo, para el colonialismo y para las relaciones de género opresivas.

El enfoque psicoanalítico ha sido instrumentalizado en los sucesivos contextos a los que ha intentado adaptarse. Estos contextos han empapado el psicoanálisis con sus normas, creencias, prejuicios y valores, exigiéndole moderar sus reivindicaciones radicales y hacer concesiones. Así, a lo largo de su historia, el psicoanálisis ha ido perdiendo su radicalidad al verse inoculado con todo tipo de contenido ideológico reaccionario. Tal contenido, que incluye venenosas nociones de una supuesta diferencia esencial entre la sexualidad masculina y la femenina, está incorporado en el cuerpo del psicoanálisis como una forma de práctica, una práctica del habla. Esto es grave porque el psicoanálisis es una “cura por la palabra” que nos muestra cómo lo que decimos está conectado con lo que hacemos.

Los conflictos y las contradicciones de nuestra sociedad de clases resultan indisociables de nuestras palabras, pero también de nuestra vida sexual, la cual, al igual que nuestras palabras, se encuentra en el centro del psicoanálisis. Intentaremos explicar en las siguientes páginas por qué es así. Trataremos de elucidar también cómo es que el psicoanálisis se centró en la sexualidad que ya era vista como el núcleo de nuestras vidas.

Hablamos de sexo, y es por esto por lo que el psicoanálisis es tan conocido, pero ¿por qué? Si la familia nuclear se experimentó como el corazón de un mundo sin corazón cuando se desarrolló el capitalismo, la sexualidad se vivió como la parte más íntima y secreta de nosotros. Sin embargo, la vida sexual no sólo fue “reprimida”, escondida como algo vergonzoso y rechazada como algo malo, sino que fue incitada, exigida. Fue así convertida en una obsesión, así como en nuestro punto más débil, en una herida abierta, constantemente irritada, que sirve para dominarnos en una lógica heteropatriarcal.

El patriarcado es siempre heteropatriarcado. Es siempre heteronormativo, es decir, hace que la heterosexualidad sea obligatoria como base del contrato social de nuestro mundo globalizado. El patriarcado impone el poder de los hombres sobre las mujeres, pero también de los hombres mayores sobre los jóvenes, y además excluye o apenas tolera las diferentes formas de sexualidad. Éste es el caso incluso cuando el capitalismo patriarcal utiliza una versión distorsionada del discurso feminista contra la izquierda o cuando convierte las diversas preferencias sexuales en un nicho de mercado.

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