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2. Relación entre proyecto familiar y empresa

Toda trayectoria es pertinente si supone un porqué, es decir, según su aporte al proyecto familiar y al riesgo que se afronta. El proyecto familiar constituye la razón de ser de la empresa. Todo emprendedor busca un sueño, plasmado en un objetivo –implícito o explícito– que puede ser de cualquier índole. Este sueño le ofrecerá un sentido de vida, lo que lo motivará a vencer todas las vicisitudes de una aventura empresarial.

Existen dos perspectivas en todo proyecto familiar. La primera, denominada economicista, presume que el individuo busca un solo objetivo: el económico. Define la felicidad (enfoque hedonista) como consumir más y mejor, es decir, la motivación es el placer como fin y fundamento de la vida. El consumo es la guía de la producción. La segunda perspectiva, la global, complementa el objetivo económico con otros como la búsqueda del reconocimiento y la autorrealización. Define la felicidad (enfoque intrínseco) como el proceso en el que el ser humano transcurre desde un consumo cultivado hacia una experiencia óptima que le ofrezca un sentido de vida (Reme, 2005).

2.1 La gestión de empresas en las perspectivas economicista y global

Desde la primera perspectiva, la racionalidad del tomador de decisiones debe guiarse por el ámbito económico, donde un mayor consumo supone mayor felicidad. Sobre este punto, es necesario indicar algunos supuestos: los empresarios solo venden en el mercado local, las tasas de interés pasiva y activa son iguales y se trata de un mercado que opera con certeza (Del Mastro & Wiesse, en prensa). Las dos figuras que se muestran a continuación explican la forma en que un individuo logra el mayor consumo. En la figura 1, los individuos no disponen del mercado de capitales, por lo que no disfrutan de intereses por depósitos ni pueden pedir prestado; en la figura 2, cuentan con estas instituciones financieras. Solo se dispone de dos períodos: el presente y el futuro.

El mayor consumo involucra coordinar tres variables económicas clave (figura 1): los gustos de los consumidores, las combinaciones de consumos entre hoy y el futuro que me ofrezcan mayor felicidad (curva de indiferencia UU, como luego se observará; mientras más alejada del origen, mejor) y las oportunidades de negocio posibles (frontera de posibilidades de producción, PP). Puede notarse que se puede consumir menos en el presente y producir más, o consumir más en el presente y, por tanto, producir menos. La ausencia del mercado de capitales no permite trasladar la producción de un período a otro; en consecuencia, la producción es igual al consumo. Por el punto S, pasa una curva de indiferencia de menor satisfacción que las mostradas. Puede notarse que el mayor bienestar ocurre en T, donde se consume C0 en el presente y C1 en el futuro.

Figura 1

Consumo, gustos y oportunidades de negocios


Fuente: Gómez-Bezares (1991).

A la coordinación de las dos variables económicas anteriores se debe agregar la coordinación de una tercera, la tasa de interés (RR), premio para motivar a los ahorradores a sacrificar consumo presente por consumo futuro. Si la tasa de interés es suficientemente atractiva, se consumirá menos en el presente y más en el futuro. Puede observarse en la figura 2 que la recta BB permite la coordinación de la frontera de las posibilidades de producción y la tasa de interés en el punto V, pero además permite alcanzar una mayor curva de indiferencia en el punto W, lo que origina un mayor bienestar.

Figura 2

Consumo con la posibilidad de prestar y pedir prestado


Fuente: Gómez-Bezares (1991).

Sobre la gestión de empresas, en el enfoque global son necesarias algunas precisiones. El enfoque economicista simplifica enormemente la realidad, por dos razones. La primera consiste en que en la mayoría de los países el mercado de capitales no es desarrollado y, por lo tanto, el intercambio de consumo presente por futuro es limitado. La segunda razón refiere a que la mayoría de las empresas son pequeñas y sufren serias dificultades para obtener recursos. Los recursos se toman en su definición más amplia (no en el sentido restrictivo de dinero en efectivo): «incluye todos los activos, capacidades, procesos organizacionales, información y conocimientos controlados por una firma, y que le permiten concebir e implementar estrategias que mejoren su eficiencia» (Barney, 1991, p. 101). De esta definición, se rescata que parte de los recursos que necesita un empresario es el conocimiento, y que, además del que se adquiere en institutos educativos, el formal, también es necesario el tácito, que proviene de la experiencia.

La provisión de recursos está marcada por tres características: disponibilidad, si el recurso existe en el mercado; accesibilidad, si ambas partes están dispuestas a realizar el intercambio; e incertidumbre, si este supone un grado de sofisticación cuya calidad es difícil conocer de antemano.

Una empresa crece si dispone, por un lado, de capital humano y social, y, por otro, del financiero. El capital humano refiere a los conocimientos, habilidades y capacidades dentro de la empresa. El capital social son los recursos que pueden obtenerse por medio de contactos personales y de redes; este recurso, distintivo, desarrolla, en lo fundamental, conocimiento tácito. Una empresa recién creada empieza con escaso capital financiero (activos tangibles), y su capital humano importante se circunscribe a lo que dispone su núcleo familiar próximo. El capital social, los contactos, no siempre provee recursos y puede ser un impedimento para el crecimiento de la empresa (Lester, Maheshwari, & McLain 2013).

En un estudio sobre pequeñas empresas, se ha encontrado que ellas pasan por tres fases: la primera corresponde a un mercado de competencia perfecta; la segunda, como un vendedor en un oligopsonio; y la tercera, como oligopolio (Wong, 2014). La microeconomía sostiene que, en las dos primeras fases, los gestores obtienen rentabilidades magras. Esto puede explicarse por la dificultad para obtener recursos, en especial del tipo de conocimiento tácito. Entre otros factores, el mercado de capital no es desarrollado, muchas empresas operan sin poder en el mercado (competencia perfecta o vendedores en un oligopolio), y esta situación obedece a que tienen grandes dificultades en conseguir recursos.

2.2 El consumo en las perspectivas economicista y global

Primero se explicará el consumo desde la perspectiva economicista, abordando la teoría clásica del consumo. Las curvas de indiferencia son las mismas que en la figura 1, pero aquí se muestran las preferencias entre el consumo del producto A y el producto B o una combinación de ambos (véase la figura 3). Estas suponen que la utilidad marginal es decreciente, aunque siempre positiva. Mayor consumo es más felicidad. Por lo tanto, si el consumidor se sitúa en la curva más alejada del origen, estará más contento. Las características de estas curvas son cuatro: (1) se prefieren las curvas de indiferencia más alejadas del origen, (2) las curvas de indiferencia tienen pendiente negativa, (3) las curvas de indiferencia no se cortan y (4) la relación marginal de sustitución (RMS) refleja la tasa de sustitución por la que el consumidor está dispuesto a intercambiar un producto por otro manteniendo el mismo grado de satisfacción. Es importante anotar que la elección hacia la máxima utilidad conlleva un resultado final inamovible. Así, por ejemplo, con respecto a la primera característica, una vez que el consumidor ha escogido la combinación de productos que le reporta la máxima utilidad, ninguna variable exógena (como el estatus) modifica este gusto. Así, también, dadas además las características 2, 3 y 4, los gustos no pueden modificarse.

Figura 3

Curvas de indiferencia


Fuente: Mankiw (1998, p. 411).

La perspectiva economicista del consumo tiene sus detractores. Becchetti, Corrado y Rossetti (2011) clasifican a los consumidores en seis tipos, en función de su nivel de ingreso y su grado de felicidad (entendida como satisfacción): (a) felices y solventes (satisfied achievers), cuando se han incrementado tanto su felicidad como su ingreso; (b) infelices e insolventes (frustrated losers), cuando han decrecido tanto su felicidad como su ingreso; (c) felices e insolventes (satisfied losers), cuando se ha incrementado su felicidad, pero ha decrecido su ingreso; (d) infelices y solventes (frustated achiever), cuando ha decrecido su felicidad, pero se ha incrementado su ingreso; (e) indiferentes y solventes (indifferent achievers), cuando, a pesar de haber incrementado su ingreso, son indiferentes a la felicidad; y (f) indiferentes e insolventes (indifferent loser), cuando, a pesar de haber disminuido su ingreso, les es indiferente la felicidad.

Sus conclusiones se basan en 71.228 encuestas realizadas entre 1991 y 2005 en el Reino Unido. Una primera observación es que, del total de la muestra, el 64% aumentó su ingreso y el 36% lo disminuyó. Podría pensarse que todos los solventes deben ser felices, pero solo un 16,4% presenta esa condición. Existe un significativo 47% que, a pesar de haber aumentado su ingreso, siente o que el ingreso no explica la felicidad o, contrariamente a lo pensado, es infeliz (aquí se encuentran los solventes divorciados).

En la misma perspectiva economicista, Hsee, Yang, Naihe y Shen (2009) discrepan de la conclusión que afirma que a un porcentaje significativo de solventes les es indiferente la felicidad o que son infelices. Sostienen que las nuevas teorías de la economía del comportamiento pueden explicar mejor la relación existente en el uso consumista del dinero y la felicidad.

Las curvas de utilidad en las nuevas teorías de la economía del comportamiento no pueden simbolizarse como curvas de indiferencia. Parten esencialmente de un principio importante: la posición relativa. Este paradigma supone que el consumo está influenciado por el estatus con respecto a otro consumidor y su ingreso, es decir, por una posición relativa. La perspectiva clásica supone que la elección del consumidor no es influenciada por estos factores. Es posible que un consumidor pueda consumir más porque dispone de mayor ingreso, pero si el resto de los compañeros consume aún más debido a que ganan más que él, estará menos feliz. En este sentido, la elección de consumo conlleva un resultado que depende del comportamiento de otros; por tanto, es modificable.

Hsee et al. (2009) reformulan la teoría clásica del consumo al diferenciar la experiencia de recibir ingreso que permite un mayor consumo y el consumo per se. Luego, distinguen un consumo de un producto cuyo nivel de satisfacción es razonablemente cuantificable sin referencias (por ejemplo, un calentador en el invierno en Nueva York: se puede regular la temperatura), de otro tipo de consumo cuyo nivel de satisfacción no es cuantificable y debe estimarse en función de referencias (por ejemplo, el peso de un diamante, la marca de una cartera de vestir, etc.). La teoría clásica del consumo es válida para un consumo cuyo nivel de satisfacción es cuantificable, pero cuando se trata de obtener más dinero para consumir productos cuya satisfacción no es fácilmente cuantificable, es válida la teoría de la economía del comportamiento. Los autores estiman de esta manera que ese 47% de solventes indiferentes o infelices podría disminuir, información lograda en el trabajo de Becchetti et al. (2011). Por lo tanto, los autores persisten en la creencia de que más dinero ofrece más felicidad.

En lo que sigue, se explica el consumo desde la perspectiva global. Este enfoque se reserva a los individuos que son actores activos y no pasivos de su destino. El fin del consumo no solo radica en la satisfacción de las necesidades básicas; además, se promueve el consumo cultivado, que nace del interior de la persona. Se muestra la perspectiva de George Simmel (1970), quien afirma que el consumo descansa en el corazón del proceso en el que los hombres desarrollan su consciencia, en la capacidad de los individuos de darse cuenta de sus propios actos y de sus consecuencias. El individuo se cultiva, mejora y participa como miembro reflexivo en una sociedad. En este sentido, el acto de consumir no recae de manera exclusiva en el producto que se consume, sino que también es importante el sujeto que consume. Simmel define a este sujeto en todo su potencial para ser feliz (Holt & Searls, 1994). Dos ideas son fundamentales aquí: uno, valor no es igual a precio, es decir, un consumidor cultivado no necesariamente refleja el precio que se fija en el mercado; dos, el consumo puede analizarse o desde un enfoque instintivo o desde un enfoque teleológico.

En teoría económica, el precio se determina en función de la escasez y el gusto por el bien. El precio, según Simmel, es un concepto que se incluye parcialmente dentro de uno más sofisticado, el valor. Este concepto, que acepta las nociones de escasez y gusto, agrega dos características al consumo: el individuo es consciente (tiene un conocimiento reflexivo de las cosas) y, una vez que lo es, determina un objetivo que ofrece sentido a su vida. Si esto es así, la importancia esencial del consumo pasa de la acción en sí de consumir a la posibilidad de que el sujeto evalúe la pertinencia de su consumo.

Que los objetos, los pensamientos y los acontecimientos sean valiosos no se podrá decidir nunca de su existencia y contenidos naturales; su orden, si establecido de acuerdo con los valores, se distancia enormemente del natural. Son infinitas las veces que la naturaleza ha destruido aquello que, desde el punto de vista de su valor, podría aspirar a una mayor duración y ha conservado lo que carece de valor, incluso aquello que consume lo valioso en el ámbito de existencia.

[...]

La axiología, como proceso psicológico real, es parte del mundo natural; pero lo que con ella pretendemos, su significado conceptual, es algo opuesto e independiente de este mundo, tanto más cuanto que es la totalidad del mismo mundo, visto desde una perspectiva especial. Conviene tener claro que toda nuestra vida, en cuanto a su conciencia, discurre según pensamientos y apreciaciones de valor y que solamente adquiere sentido e importancia en la medida en que los elementos mecánicos de la realidad, trascendiendo su contenido objetivo, nos comunican una calidad y una cantidad infinita de valores. En el momento en que nuestra alma deja de ser un mero espejo desinteresado de la realidad –lo que, quizá, no es jamás, ya que hasta el mismo conocimiento objetivo solo puede originarse de una valoración de sí mismo– vive en el mundo de los valores, que aprehende los contenidos de la realidad según un orden completamente autónomo. (Simmel, 1977, pp. 17 y ss.)

Un consumidor consciente relaciona su consumo con su objetivo en la vida, se da cuenta de que no solo se gasta para satisfacer instintivamente sus necesidades básicas, sino además por el aporte a su propósito. Simmel formula que, aparte de los procesos causales y lineales, cuyo origen proviene de sentimientos impulsivos y primitivos en la conciencia, existen acciones que se manifiestan como contenido de la conciencia, es decir, son una representación de los fines que se buscan. En otras palabras, uno maneja dichas acciones y no es manejado por ellas. Por lo tanto, la satisfacción resultante no es consecuencia de la mera acción, sino que se origina por las consecuencias que la acción produce.

Si una inquietud interior nos impulsa a una acción precipitada, nos encontramos con la primera categoría; si, por el contrario, esa misma inquietud es dirigida inteligentemente hacia el logro de un objetivo deseado, nos encontramos frente a la segunda categoría. Por ejemplo, si comemos impulsados por el hambre, realizamos una acción de la primera categoría, mientras que, si comemos por el placer culinario, se trata de la segunda categoría. Esta diferenciación es esencial por dos motivos: en la medida en que actuamos por meros impulsos (modo exclusivamente causal), no hay ninguna igualdad interna entre la constitución psíquica, que aparece como causa de la acción, y el resultado en que aquello desemboca.

No se desprecia el consumo para cubrir necesidades básicas; puede llevar al logro de un sentido de vida o de una experiencia óptima (conceptos que se explicarán más adelante). Si el sentido de vida de un individuo es disminuir la pobreza, debe promover la alimentación de sectores desfavorecidos. Si bailar posibilita experiencias óptimas, el desarrollo de las habilidades que permite este ocio involucra consumo básico en alimentación o salud.

Finalmente, se desarrolla el concepto del logro de la felicidad. Las posibilidades de que una persona sea feliz van más allá de maximizar su consumo y su posibilidad de ser empresario. Estas actividades están más referidas a motivaciones tangibles, que satisfacen necesidades básicas. El bienestar se perfecciona ante motivaciones intangibles que satisfacen necesidades superiores. La jerarquía de necesidades de Maslow (2005) da cuenta de esta situación (véase la figura 4). El consumo se centra en las necesidades fisiológicas básicas. Crear empresa puede satisfacer las necesidades de reconocimiento, pero esto no basta: hay necesidades de seguridad, afiliación y, finalmente, autorrealización.

Figura 4

Pirámide de Maslow


Fuente: Maslow (2005).

En este mismo sentido, Csikszentmihalyi (2008, p. 191) dice lo siguiente:

En los siglos más recientes, la racionalidad económica ha tenido tanto éxito que hemos tomado como algo cierto que «el resultado final» de cualquier esfuerzo humano debe ser medido en dinero contante y sonante. Pero un enfoque exclusivamente económico de la vida es profundamente irracional; el resultado final consiste en la calidad y la complejidad de la experiencia.

Las posibilidades de ser feliz se abren incluso en contextos de limitados de consumo y producción. Un caso real de esta situación precaria la ofrece el holocausto judío en la Segunda Guerra Mundial, que permitió que los supervivientes superaran condiciones extremadamente hostiles. Víctor Frankl (2003), psiquiatra judío austríaco, sostiene que el ser humano necesita un objetivo razonable en la vida, una tarea adecuada para él; que la vida le exija siempre algo a lo que él pueda hacer frente. El médico sostiene que la probabilidad de supervivencia fue mayor en aquellos individuos que tenían una razón para vivir, una esperanza de reencuentro con sus familiares. Sin embargo, la guerra fue cruel, pues, al ser liberados, la mayoría se enfrentó a la realidad de que sus parientes habían muerto, asesinados en otros campos de concentración o de inanición. A pesar de ser libres, esta ausencia de objetivos les hizo padecer enfermedades, como trastornos cardíacos, pulmonares, gastrointestinales y metabólicos.

Frankl cita a Nietzsche: «quien tiene un porqué para vivir, soporta casi cualquier cómo. Es decir, quien conoce el sentido de su existencia, él, y solo él, está en condiciones de superar todas las dificultades» (Frankl, 2003, p. 77).

El ser humano va más allá de motivaciones extrínsecas; el consumo y la producción permiten satisfacción por un hecho fuera de la persona. La perspectiva de Frankl aborda motivaciones intrínsecas, como el sentido de vida:

El hombre está siempre orientado hacia algo que él mismo no es, bien un sentido que realiza, bien otro ser humano con el que se encuentra; el hecho mismo de ser hombre va más allá de uno mismo, y esta trascendencia constituye la esencia de la existencia humana. Lo que penetra profundamente y en definitiva al hombre no es ni el deseo de poder ni el deseo de placer, sino el deseo de sentido. (Frankl, 2003, p. 78)

En la misma línea de Frankl y de Simmel, referidas a las motivaciones intrínsecas del ser humano, se encuentra el concepto de experiencia óptima (flow) de Csikszentmihalyi (2008). Este hábito supone que determinados eventos conscientes, como sensaciones y sentimientos, ocurren y que el sujeto puede dirigir su curso (Wiesse, 2010). ¿Qué hace que un empresario tenga una concentración completa, que su mente no divague ni piense en otra cosa, que su pensamiento esté inmerso en lo que hace, y que su energía fluya suavemente, relajada, cómoda y plena? Esta experiencia se pudo observar cuando se entrevistó a Ana, la hija del fundador de una empresa familiar que comercializa prendas de vestir, del caso Moda (Wong, Hernández, & Chirinos, 2014, p. 147). Uno de los autores conoce a la entrevistada desde hace 60 años y es testigo de que la creación y desenvolvimiento de la empresa supone una serie de experiencias óptimas en 40 años: el origen, con el extraordinario esfuerzo de sus padres; la segunda generación, ella y sus hermanos; y la tercera generación, que involucra la presencia de sus hijos: desde un pequeño taller en un distrito popular de Lima, en donde fabricaba unas cuantas docenas de pares de zapatos por día, al presente, con más de 30 tiendas, en donde se comercializan prendas producidas en su fábrica o importadas desde China.

La experiencia óptima no es un estado permanente ni estático. Convive con estados naturales de perturbaciones. Sus características son: (1) una actividad que implique retos que puedan resolverse con habilidades, (2) la mezcla de acción y conciencia (que hace que las personas estén totalmente cogidas por la actividad), (3) metas claras y retroalimentación, (4) concentración en la tarea inmediata, (5) la sensación de estar en control en medio de una situación difícil, (6) pérdida de la autoconciencia y (7) la transformación del tiempo (el tiempo externo se vuelve irrelevante y dominan los ritmos dictados por la propia actividad) (Wiesse, 2010, p. 17).

Teniendo en cuenta ambas perspectivas, se podría afirmar que mayormente las características familiares promueven una perspectiva global, más que una economicista. Este aspecto puede observarse en la elección del sucesor para cargos directivos, entre alguien ajeno a la familia, pero con mayor capacidad, y un familiar. En ambos casos, se busca que el sucesor logre un desempeño económico sobresaliente. Pero existe una diferencia de perspectiva: en una empresa no familiar, un error es causal de despido; en una empresa familiar, la equivocación es vista como punto de aprendizaje (a la perspectiva económica se le agrega una familiar).

A continuación, se presentan dos casos de proyecto familiar, en los que los protagonistas se enfrentan a diferentes decisiones empresariales y se evidencia la razón de ser de sus proyectos, bajo la óptica de las perspectivas antes vistas. El lector podrá plantearse si es que sus proyectos podrán convertirse en iniciativas corporativas, en qué grado el rol/intervención de la familia es importante para la realización de estos, y si es que se satisface la experiencia óptima de los protagonistas a través de la constitución de su actividad empresarial.

2.3 Casos referidos a proyectos familiares

2.3.1 Caso García

Valeria García, nacida en 1995, pertenece a una familia limeña acomodada. Es hija única. Sus padres son prósperos empresarios de un negocio de minimarkets, una cadena de 14 tiendas en toda Lima y que pretende expandirse al resto del país. Desde niña, se vinculó a la práctica de la danza. Sus padres, a pedido de ella, la inscribían en los diversos talleres del colegio, el cual era centro de concursos de danza clásica infantil. Pero eso no era suficiente, estudió en una reputada escuela de ballet para niños de Lima: esto y su especial habilidad la llevaron a ganar concursos infantiles más allá de los límites de su colegio y del propio país, a nivel latinoamericano. Esa vocación artística la había compartido con cierta preocupación e interés por la labor social, en especial por niños y adolescentes como ella, y que concretaba en actividades que el colegio organizaba.

Terminó su educación secundaria en 2013 e ingresó, por sugerencia de sus padres, a una prestigiosa universidad limeña, a estudiar la carrera de administración de empresas, estudios en los que se desenvolvió con confianza y satisfacción, y que compartía con la práctica sistemática de la danza. Había podido representar al Perú en festivales dancísticos en Italia, Alemania y España, entre otros países. A la par, la universidad organizaba voluntariados de ayuda social en los que ella también participaba, en especial con adolescentes y jóvenes, en quienes, de una manera no muy evidente a su conciencia, percibía potencialidades artísticas, pero no imaginaba cómo llevarlas a otro nivel. Su actividad en esta época universitaria era profusa y febril, y compartía la vocación artística, la preocupación social por las condiciones de pobreza y la capacidad en los campos vinculados a estudios empresariales. Terminó su carrera universitaria con notas sobresalientes y contactos estratégicos en el campo laboral, dado su desempeño y la vida empresarial de su padre.

Ella tenía dos alternativas laborales: el próspero negocio de su padre y la labor artística profesional. No tenía que decidir su vida de una vez y para siempre. Convino con sus padres en que pasaría un año en Londres para perfeccionar sus técnicas de danza en la Royal Academy, si bien su padre mantenía oculta la pretensión de que su hija única asumiera algún día la dirección de la importante actividad empresarial familiar. Pero ella se estaba convirtiendo en una bailarina profesional. Al término de ese año en Londres, ella es invitada para formar parte del cuerpo oficial del Royal Ballet of London. Tiene dos meses para decidirlo. Para pensarlo, entre otras razones, regresa por unas semanas a Lima. En esta capital, no había perdido los contactos con profesionales de la danza vinculados a ciertos medianos emprendimientos y promoción de jóvenes bailarines, maromeros y acróbatas espontáneos, de escasos recursos económicos, que se ganaban la vida en los cruces peatonales de avenidas principales. Entabla reuniones con ellos y redescubre las potencialidades de estos artistas espontáneos, ya más claramente, con la experiencia que le ha dado Londres y el profesionalismo de sus estudios, no solo desde la técnica sino desde la lógica empresarial.

En breves semanas, tiene constantes sesiones y prácticas con varios grupos de estos artistas callejeros, para conocer sus potencialidades y su vocación. Luego de conocer sus historias, muchos provienen de familias disfuncionales y tienen grandes desafíos para subsistir, surge en Valeria una necesidad abrumadora de querer apoyarlos mediante la profesionalización de sus conocimientos y técnicas de baile. Idea un plan de negocio: abrir una academia dancística inclusiva, para un público de bajos recursos económicos. Consigue un capital inicial, como préstamo de sus allegados, e inicialmente usa la parte trasera de la casa de sus padres para poder abrir su academia. Valeria busca que su modelo de negocio sea autosostenible, aunque en un inicio debe apoyarse en el patrocinio de empresas vinculadas a los contactos de su padre y de amigos de la universidad, así como en la participación de profesionales de la danza de diversos países que han recalado en Londres y con los cuales ha entablado una profunda amistad. Convoca a amigos peruanos del mundo de la danza y el arte, y a dos egresados de la universidad como ella, que puedan sumarse con sus conocimientos administrativos y financieros, en un principio, de manera voluntaria.

Valeria se había abocado de manera vertiginosa e intensa a esta nueva aventura empresarial y social. No obstante, sin darse cuenta, los días se le habían pasado volando y debía responder a la oferta laboral del Royal Ballet of London –una carrera asegurada y prestigiosa– y, con ello, retornar a la capital inglesa. Por otra parte, ¿significaría esta decisión decir «no» a asumir la dirección de la próspera empresa de su padre? Ese año había sido uno de los mejores para la empresa familiar, ya que había reportado un crecimiento en ventas superior al 50%.

Preguntas

1.Considerando las perspectivas global y economicista, ¿qué debería elegir Valeria?

2.En las mismas condiciones, ¿cuál podría ser la decisión del lector y cuáles serían las razones de tal decisión?

3.Con la información de que se dispone de este caso, ¿cree el lector que la academia de baile inclusiva podría convertirse en una iniciativa corporativa?

2.3.2 Caso Ching

El profesor Ching se encuentra iniciando el nuevo ciclo 2015-I del curso de Empresas Familiares en una prestigiosa universidad de negocios del Perú. Lleva impartiendo clases desde el año 2010, todos los viernes a las 7.30 de la mañana. Sus alumnos cuentan con unos 20 años en promedio, pertenecen a familias que poseen una E. F. o están interesados en conocer su dinámica, y la materia intenta mostrar ideas que posibiliten su sostenibilidad. El docente inicia la primera clase de la asignatura con una pregunta: «Empresarialmente, ¿qué piensan hacer con sus vidas?».

Interroga primero a dos alumnos. Ricardo, descendiente de inmigrantes chinos, tiene padres que manejan con éxito un restaurante oriental. Este contesta la pregunta de la siguiente manera: «Yo no quiero sufrir como lo han hecho mis padres; yo deseo un empleo con un horario fijo». El segundo, Ignacio, pertenece a una familia procedente de Áncash, en la Sierra del Perú, que gestionaba en las dos generaciones anteriores negocios como pastelería, restaurantes o agencias de turismo. Afirma: «Yo deseo seguir con la tradición de mi familia, que hacía paseos al aire libre en Huaraz [capital de Áncash]; pero ahora pretendo hacer un cambio: introducir un tour al Huascarán [el pico más alto del Perú]».

El profesor los interroga de nuevo, sin que sus alumnos se percaten de su intención: «¿Qué actividades los llenan de mayor dicha y regocijo? ¿Qué hacen en sus ratos de ocio?». El maestro presupone que la definición de sus proyectos de vida hoy es un preámbulo de la satisfacción o no de la actividad empresarial que escojan en el futuro. Es decir, que la perspectiva de vida de hoy es un indicador de que el negocio que se escoja en el futuro pueda convertirse en una experiencia óptima. De esta manera, la felicidad de un miembro aportará a toda la organización familiar y a su éxito empresarial.

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187 s. 12 illüstrasyon
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