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Vigencia de la semiótica y otros ensayos
Desiderio Blanco
Colección Biblioteca Universidad de Lima
Vigencia de la semiótica y otros ensayos Primera edición digital, marzo 2016
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Versión ebook 2016
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Se prohíbe la reproducción total o parcial de este libro sin permiso expreso del Fondo Editorial.
ISBN versión electrónica: 978-9972-45-318-2
Índice
Introducción
I. Vigencia de la semiótica
Objeto de la semiótica
Sentido y significación
Percepción y significación
Modos de presencia
Estilos de categorización
Recorrido de la significación
Isotopía
La instancia de discurso
La sintaxis del discurso
Aportes de la semiótica
Axiología/Ideología
Enunciación/Enunciado
Recuperación de la retórica
Diálogo entre culturas
II. Autor, enunciador, narrador
Autor
Enunciador
Narrador
III. Breve semiótica del haiku
IV. Lógicas del discurso
Introducción
Lógica de las posiciones
Lógica de las fuerzas (o de las transformaciones, o de la acción)
Identidad modal de los actantes transformacionales
Lógica de la pasión
Lógica de la cognición
Captaciones y racionalidades
V. Fenomenología del texto fílmico
El cine, arte fenomenológico
Ojos bien cerrados
Momentos estésicos
El campo de presencia
Efectos de profundidad
Valores discursivos
Condiciones de felicidad
VI. Subjetividad/Objetividad en discurso
Del lenguaje común al metalenguaje
Subjetividad: ámbito semiótico del sujeto
Objetividad: ámbito semiótico del objeto
VII. Retórica en profundidad
Organización del campo de presencia
Conexión de isotopías en el texto poético
Para concluir
VIII. La tensividad puesta a prueba
Introducción
Postulados elementales
Las magnitudes expansivas
Magnitudes expansivas del plano de la expresión
Magnitudes expansivas del plano del contenido
IX. El rito de la misa como práctica significante
Institución de la eucaristía
La tradición y la memoria figurativa
Arquitectura de la misa
El espacio
Partes de la misa
Liturgia eucarística
Ritual de la comunión
Rito de conclusión
La misa y la oración
Los movimientos, los gestos y los cánticos en el rito de la misa
Del rito al mito
Noción del sacrificio de la misa
La misa como sacrificio
Esencia del sacrificio de la misa
Acción del dogma sobre el rito
X. Semiótica y ciencias humanas
La interdisciplinariedad
Contactos interdisciplinarios
Semiótica tensiva y ciencias cognitivas
Orientaciones diversas de la semiótica
Praxis enunciativa e interdisciplinariedad
Alcances y límites de la semiótica
XI. Texto fílmico/Texto literario
Signo visual
Nivel icónico
Eje significante-referente
Eje tipo-referente
Eje tipo-significante
Nivel plástico
Semantismo correlacional plástico
Semantismo icono-plástico
Semantismo extravisual
El signo plástico
Nivel iconográfico
Códigos del sonido
Tensividad del texto
Final
XII. El trabajo de la escritura en Muerte en Venecia
Tránsito entre enunciación y enunciado
Juego del punto de vista
El trabajo de la mirada
Mirada robada
Mirada encabalgada
Mirada de conjunción
Mirada furtiva
La estructura pasional
XIII: Fronteras de la semiótica. Conversación con Óscar Quezada
BIBLIOGRAFÍA
Introducción
Desde su configuración como proyecto científico, al comienzo de la década de 1960, la semiótica no ha cesado de evolucionar. Bajo el dominio del estructuralismo, se interesó exclusivamente por las relaciones y operaciones determinadas por el texto concluido, y buscó los efectos de sentido que dichas relaciones y operaciones producían. Por lo mismo, se centró en aquellas relaciones y operaciones aparentemente más estables, como las estructuras profundas de la significación y las estructuras de superficie: modelo constitucional de la significación, expresado gráficamente por el cuadrado semiótico, y el esquema narrativo, “en el que viene a inscribirse el sentido de la vida” (Greimas-Courtés, 1982: “Narrativo [esquema-]), con sus tres instancias esenciales: la “cualificación” del sujeto, que lo introduce en la vida; su “realización” por algo que hace y le permite cambiar de estado; y finalmente la “sanción”, a la vez retribución y reconocimiento, única garantía del sentido de sus actos, y que lo instaura como sujeto según el ser. Este esquema es suficientemente general para autorizar todas las variaciones posibles sobre el tema: considerado en un nivel más abstracto, y descompuesto en recorridos, permite articular e interpretar diferentes tipos de actividades, tanto cognitivas como pragmáticas. A partir del esquema narrativo, se desarrolla una rigurosa gramática narrativa en la que emergen los programas narrativos: programas de base, que sostienen el relato de punta a cabo y cuyo sentido aflora solo al final, y programas de uso, que facilitan o entorpecen la prosecución del programa narrativo de base. En última instancia, todo programa de uso será un programa modal.
En esa perspectiva, la narratividad adquirió una preponderancia soberana y aspiró incluso a la universalidad. Es decir, se llegó a plantear en aquellos momentos que todo discurso se sostenía en una estructura narrativa de base, así fuera el discurso filosófico. El ejemplo más revelador se encontraba en Discurso del método, de Descartes: Un sujeto en busca del objeto (la verdad) a través de un recorrido (la duda metódica), con una competencia suficiente para no dejarse engañar por algún “genio maligno”, logra alcanzar la certeza primordial, de la que no puede dudar: “Pienso, luego existo”. Todo lo demás vendría por añadidura.
El desarrollo de la “competencia” del sujeto operador (sujeto del hacer) condujo como de la mano a la teoría de las modalidades, teoría que permite sofisticar la diversificación de los roles actanciales: tendremos así sujetos del querer y sujetos del deber, sujetos del poder y sujetos del saber; pero también sujetos del no-querer y del no-deber, del no-poder y del no-saber. Y otros muchos más que surgen de los micro-universos modales organizados por el cuadro semiótico. Esa sofisticación de los roles actanciales permitió dar cuenta de relatos más complejos que aquellos elementales de los cuentos populares, de los que surgió el modelo primitivo de V. Propp.
El conocimiento de las modalidades y de las estructuras modales permitió avanzar hasta el universo abigarrado y confuso de las pasiones. Se advirtió entonces que las pasiones se resolvían en sintagmas de modalidades, de tal manera que una pasión como la curiosidad podría ser explicada como
[querer-saber//lo que es y parece](=verdad)]
Es decir, la curiosidad consistiría en querer saber la verdad, en querer saber lo que son las cosas que nos rodean y nosotros mismos, rodea dos por ellas. Es la pasión que mueve al científico y al hombre curioso en general. En ese sintagma modal, el querer es una modalidad virtualizante, y como tal tiene la virtud de instaurar el sujeto; el saber, como modalidad actualizante, orienta al sujeto hacia el objeto de la “búsqueda”. Por otra parte, el objeto está modalizado por la veridicción, y, en ese sentido, será buscado por el sujeto en cuanto que se presenta como verdadero (ser + parecer), como secreto (ser + no parecer), como engañoso (parecer + no ser) o como falso (no ser + no parecer). En cada uno de esos casos, la actitud del sujeto frente al objeto cambiará de tonalidad pasional y dará origen, por ejemplo, a la importunidad, si pretende saber el secreto, o a la lucidez, si se enfrenta a la falsedad.
El desarrollo de la semiótica de las pasiones, desde esa perspectiva modal, culminó en la última obra de A.J. Greimas, escrita en colaboración con J. Fontanille, que se titula precisamente así: Semiótica de las pasiones. De los estados de cosas a los estados de ánimo (1991). Después de un tratado epistemológico sobre las pasiones, se hacen en esta obra dos largos y penetrantes análisis sobre la avaricia y sobre los celos, respectivamente.
Pero tres años antes (1987), Greimas había publicado un librito de apenas cien páginas, en formato de libro de arte, que había de renovar por completo la evolución de la semiótica. Ese libro se titula De la imperfección. No se trata allí de renegar de las conquistas de la semiótica clásica, ni mucho menos, sino más bien de abrir las puertas y ventanas del recinto semiótico a los avatares del sentir, dimensión totalmente ajena a las preocupaciones de la semiótica durante los treinta primeros años de su desarrollo ininterrumpido. Aparecen en ese librito luminoso nuevas categorías semióticas como la estesis, la fractura, la espera, lo inesperado, la tensividad, el parecer y el aparecer. Y, por supuesto, el concepto básico de imperfección. Ese libro ha sido el “punto de apoyo” arquimediano que ha lanzado la teoría semiótica hacia los horizontes del mundo sensible y de la tensividad. Y por esas rutas, hacia todos los matices de la afectividad, incluso, de nuevo, el ámbito de las pasiones, y no solo de las grandes pasiones sino también de las “pasiones sin nombre” (Landowski).
Dos corrientes, con matices diferentes aunque complementarios, se están desarrollando en estos momentos entre los epígonos de Greimas: la representada por Jacques Fontanille y Claude Zilberberg (Tensión y significación, 1998), caracterizada por el rigor de la formalización con base en modelos de gran poder explicativo, y la representada por E. Landowski (Presencias del otro, 1997; Pasiones sin nombre, 2004), de tendencia más fenomenológica y descriptiva, aunque no falten igualmente en esta orientación modelos de largo alcance.
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El presente libro contiene ensayos escritos en diversos momentos y adaptados a diversas circunstancias: congresos, seminarios, publicaciones, docencia… El hilo conductor siempre es el mismo: el sentido y su articulación en significaciones concretas. En unos casos, se trata de reflexiones generales sobre el tema del sentido y de la significación; en otros, el ensayo se centra sobre algún problema específico de la disciplina; en algunos otros, de aplicaciones sumarias de un modelo semiótico a un texto concreto. Algunos resultan un tanto largos, otros un tanto cortos. Lo cual permitirá establecer un tempo de lectura oscilante entre el allegro ligero y el pausado adagio, pasando por el andante parsimonioso. Quedan todos invitados a iniciar la danza de la lectura.
Desiderio Blanco
I
Vigencia de la semiótica
OBJETO DE LA SEMIÓTICA
Cuando en una conversación cualquiera digo que enseño semiótica, la primera pregunta de mi interlocutor es: ¿Y eso qué es? Y al informarle que la semiótica es una ciencia que estudia los procesos de significación, la segunda pregunta no se hace esperar: ¿Y eso para qué sirve? La respuesta ahora resulta más compleja. En primer lugar, porque si sabemos qué es la semiótica, podremos decir para qué sirve.
Pues bien; la semiótica es una ciencia, o como prefería decir A.J. Greimas, más modestamente, un proyecto científico, que tiene por objeto de estudio la significación: cómo se produce y cómo se aprehende la significación. La significación no es algo dado de antemano; es el resultado de un proceso de producción. Y puede considerarse desde dos perspectivas: o como proceso, es decir, la significación en acto; o como producto, establecido y terminado en un texto. Cuando hablamos de “texto”, no nos limitamos al texto literario, oral o escrito; una película, en ese sentido, es un texto; es un texto una pintura y una fotografía, como lo es igualmente un partido de fútbol o la procesión del Señor de los Milagros. Es “texto” todo aquello que tiene sentido.
SENTIDO Y SIGNIFICACIÓN
Entre sentido y significación hay que hacer algunas precisiones. El sentido es ante todo una dirección. Y así hablamos de una avenida de doble sentido, de una calle de un solo sentido. Decir que “algo” tiene sentido es decir que tiende hacia alguna cosa. Esa “tensión” y esa “dirección” son constitutivas del sentido. La condición mínima para que una “materia” cualquiera produzca un efecto de sentido es que se halle sometida a una intencionalidad.
La significación, en cambio, es un producto organizado por el análisis, por ejemplo, el contenido de sentido vinculado a una expresión, una vez que esa expresión ha sido aislada y que se ha verificado que ese contenido y esa expresión se encuentran ineluctablemente vinculados. La significación está, pues, ligada a una unidad, cualquiera que sea su tamaño. La unidad óptima es sin duda el discurso. Por eso hablamos siempre de la significación de algo. En consecuencia, la significación está siempre articulada, mientras que el sentido está simplemente orientado. Dicho de otro modo, la orientación es una propiedad del sentido; la articulación es una propiedad de la significación. La articulación se efectúa de diversas maneras: por diferencias, por grados, por jerarquías, por dependencias, por polarizaciones, por aspectualización, por tensividad fórica, etc.
PERCEPCIÓN Y SIGNIFICACIÓN
Percibir una cosa es ante todo percibir una presencia, antes incluso de reconocer su figura. En efecto, antes de identificar una figura del mundo natural, o una noción o un sentimiento cualquiera, percibimos (o “presentimos”) su presencia, es decir, algo que, por una parte, ocupa cierta posición en relación con nuestra propia posición, y cierta extensión, y que, por otra, nos afecta con cierta intensidad. La presencia, cualidad sensible por excelencia, es una primera articulación semiótica de la percepción. El afecto que nos embarga, esa intensidad que caracteriza nuestra relación con el mundo, esa tensión en dirección al mundo, es asunto de la mira intencional. La posición, la extensión y la cantidad caracterizan, en cambio, los límites y el contenido del dominio de pertinencia, es decir, la captación. Así, pues, la mira y la captación son las dos operaciones elementales para que la presencia comience a significar; ellas constituyen las dos modalidades que guían el flujo de la atención hacia la significación.
Pero para que un sistema de valores semióticos1 adquiera cuerpo, es preciso que surjan diferencias y que esas diferencias constituyan una red coherente. Esa es la condición de lo inteligible. La significación surge siempre de un entrecruzamiento entre lo sensible y lo inteligible. Por eso, el sistema de valores semióticos resulta de la conjugación de una mira y de una captación; una mira que guía la atención hacia una pri me ra variación, que es la intensiva, y una captación, que pone en relación esa primera variación con otra, de naturaleza extensiva, y que delimita así los contornos comunes de sus respectivos dominios de pertinencia.
La mira y la captación son operaciones elementales que realiza la instancia del cuerpo propio, definido por Fontanille (2001: 85) como la forma significante de una experiencia sensible de la presencia. El cuerpo propio es el órgano de la dimensión propioceptiva, desde la cual participa tanto de los fenómenos del mundo exterior –dimensión exteroceptiva– como de los fenómenos del mundo interior –dimensión interoceptiva–. La instancia del cuerpo propio se desplaza incesantemente por el campo en el que se halla instalado, o campo de presencia. Con sus desplazamientos, determina, en el campo en el que toma posición, una brecha entre el universo exteroceptivo y el universo interoceptivo, entre la percepción del mundo exterior y la percepción del mundo interior, instalando entre ambos mundos las modificaciones de la frontera misma. En tal sentido, la semiosis se encuentra en perpetuo movimiento, y lo que en un momento constituía el plano del contenido, en el siguiente puede pasar a constituir el plano de la expresión de un nuevo plano del contenido. Si el cuerpo percibiente asocia el color de una fruta [plano de la expresión] con la condición de “maduro” [plano del contenido], puede desplazarse en el campo perceptivo para asociar ahora “lo maduro” [plano de la expresión] con la estación del otoño [plano del contenido], y con un nuevo desplazamiento, asociar luego estación de otoño [plano de la expresión] con la edad madura del hombre [plano del contenido].
La significación supone entonces un mundo de percepciones, donde el cuerpo propio, al tomar posición, instala globalmente dos macrosemióticas, cuya frontera puede desplazarse siempre, pero que tiene cada una su forma específica. De un lado, la interoceptividad da lugar a una semiótica que tiene la forma de una lengua natural o de otro tipo de código, y de otro lado, la exteroceptividad da lugar a una semiótica que tiene la forma de una semiótica del mundo natural. La semiosis surge, pues, del acto que reúne esas dos macrosemióticas, y eso es posible gracias a la instancia del cuerpo propio del sujeto de la percepción, cuerpo propio que tiene la propiedad de pertenecer simultáneamente a las dos macrosemióticas entre las cuales toma posición.
La función radical del cuerpo propio es la propioceptividad o capacidad de sentir lo de dentro y lo de fuera al mismo tiempo.
MODOS DE PRESENCIA
Antes de cualquier proceso de categorización, toda magnitud semiótica es, para el sujeto de discurso, una presencia sensible. Esa presencia se expresa, como ya hemos dicho, en términos de intensidad y de extensión al mismo tiempo. Antes de identificar tal o cual materia, tal o cual elemento, habremos reconocido sus propiedades táctiles o visuales, sonoras u olfativas, como el calor y el frío, lo liso y lo rugoso, lo visible y lo invisible, lo móvil y lo inmóvil, lo sólido y lo fluido…
Esas son cualidades sensibles que pueden ser apreciadas según las dos grandes direcciones propuestas: lo móvil y lo inmóvil, por ejemplo, se pueden apreciar según la intensidad –diferentes niveles de energía pa recen adheridos a los distintos estados sensibles de la materia–, o según la extensión, el movimiento es relativo a las posiciones sucesivas de una presencia material e implica una apreciación del espacio recorrido y del tiempo transcurrido. O también la solidez, promesa de permanencia en una misma posición y en una misma forma (extensión), al precio de una fuerte cohesión interna (intensidad), mientras que la fluidez se deja aprehender como un debilitamiento de la cohesión interna (intensidad) con la promesa de una gran labilidad, de una inconsistencia de la forma y de las posiciones en el espacio y en el tiempo (extensidad).
Cada efecto de presencia sensible asocia, pues, para ser calificado de “presencia”, un cierto grado de intensidad y una cierta posición o cantidad en la extensidad. La presencia conjuga, en suma, por un lado, fuerzas (intensidad), y por otro, posiciones y cantidades (extensidad). El efecto de intensidad aparece como interno, y el efecto de extensión como externo. No se trata aquí de la interioridad y de la exterioridad de un eventual sujeto psicológico (de una persona), sino de un dominio semiótico interno y de un dominio semiótico externo, diseñados en el mundo sensible como tal.
El cuerpo propio del sujeto semiótico se constituye en el proceso mismo de la relación semiótica, y el fenómeno así esquematizado por el acto semiótico está dotado de un dominio interior (la energía, la intensidad) y de un dominio exterior (la extensidad: cantidad, número, posición, duración).
La presencia semiótica solo puede ser relacional y tensiva, y tiene que ser comprendida como “una presencia de X para Y”. Las dos magnitudes implicadas resultan de la función “percepción”, en la que intervienen siempre un sujeto y un objeto. El dominio considerado determina el alcance espacio-temporal del acto perceptivo. Ese dominio tiene, como hemos se ña lado, un interior y un exterior (el “campo” y el “fuera-de-campo”), cuyos correlatos respectivos son la tonicidad (intensidad fuerte) y la atonía (intensidad débil) de las percepciones. Además, puede ser tratado como abierto o como cerrado. En el primer caso, la percepción es considerada como una “mira”, y en el segundo, como una “captación”.
Para la construcción de la categoría [presencia/ausencia] disponemos, pues, de dos gradientes de la “tonicidad” perceptiva: el de la “mira”, guiada por la intensidad, y el de la “captación”, determinada por la extensión. La categoría reposa en la correlación entre esos dos gradientes en la medida en que sus diferentes figuras resultan de la asociación de una “mira” y de una “captación”, de la tensión entre la abertura y el cierre del campo de presencia. Dichas tensiones pueden ser organizadas en una red como la siguiente, la cual da origen a los modos de presencia de base:
Pueden ser organizadas también en un cuadrado homogéneo, aunque no canónico.
Las modulaciones de la presencia y de la ausencia proporcionan, en suma, la primera modalización de las relaciones entre el sujeto y el objeto semióticos, es decir, en cuanto contenidos del discurso, no en cuanto personas y cosas del mundo.