Kitabı oku: «¿Cómo pastorear?»


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ISBN: 978-958-735-192-7
Cuarta edición: 29 de abril de 2014
ePub por Hipertexto / www.hipertexto.com.co
Reservados todos los derechos.
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El señor es mi pastor
En los grupos de oración, en las comunidades carismáticas y en la Iglesia Católica en general se utilizan los nombres de “pastor” y “pastoreo” y con ellos se designa al ministerio de acompañamiento y guía espiritual. Normalmente, el nombre de pastor se reserva a los obispos y a los párrocos. Por extensión y en un sentido más amplio, lo referimos aquí a las personas que en la Iglesia ayudan a sus hermanos a crecer en la gracia y el conocimiento del Señor.
Comencemos recordando algunos textos bíblicos importantes que nos permitan conocer el oficio de los pastores y que nos ayuden a comprender el servicio de pastoreo en los grupos carismáticos.
LOS LIBROS HISTÓRICOS
En el Antiguo Testamento, el pastorear rebaños era una actividad propia de los patriarcas, y su uso frecuente revela que no sólo ellos, sino muchas gentes de su tiempo vivían de la ganadería en Palestina. Recordemos algunos ejemplos.
Abel ofrecía a Dios sus mejores ovejas en sacrificio (cf Gén 4, 4); Yabal o Jabel es considerado padre de los que habitan en tiendas y crían ganado (cf Gén 4, 20); Abraham poseía numerosos ganados y lo mismo se dice de su sobrino Lot (cf Gén 12, 16; 13, 1-12). También eran ganaderos los parientes de Abraham: Labán, Betuel y Rebeca (cf Gén 24, 15-26).
Las vidas de Jacob y de Esaú se desarrollan en el cuidado de las ovejas y las cabras (cf Gén 31, 1-21; 32, 14-22). Con razón Jacob, recordando su experiencia, la elevará al plano espiritual y exclamará: "Dios ha sido mi pastor desde que existo hasta el presente día" (Gén 48, 15). Dios es el pastor (cf Gén 49, 24).
La esclavitud en Egipto, que duró cuatro siglos, no cambió las prácticas de Oriente. Moisés ocupaba su tiempo apacentando los rebaños de su suegro (cf Éx 3, 1). Recordando quizá sus experiencias, cuando ya se acerca su fin, ora así a Yahvé: “Que Dios ponga un hombre al frente de esta comunidad, uno que salga y entre delante de ellos y que los haga salir y entrar para que no quede la comunidad de Yahvé como rebaño sin pastor” (Núm 27, 16-17).
Avanzando en el correr de los años, vemos a David, quien cuando era un muchacho cuidaba los rebaños y se enfrentaba con osos y leones para defender sus ovejas (cf 1 Sam 16, 11; 17, 34-38). Dios se lo recuerda: “Yo te he tomado del pastizal, de detrás del rebaño, para que seas caudillo de mi pueblo Israel” (cf 2 Sam 7, 8; Crón 17, 7).
De los datos que aparecen en los libros del Antiguo Testamento, se puede deducir que entre los hebreos un rebaño solía contar con veinte cabezas de ganado, como mínimo, y hasta unas quinientas en los mayores. Un rebaño de trescientas ovejas ya era importante. Se dice que Job tenía siete mil ovejas, tres mil camellos, mil bueyes y quinientas burras (cf Job 1, 3) y esos animales después le fueron duplicados (cf Job 42,12).
Muchas ovejas y novillas debería haber en Israel, pues se dice que Salomón inmoló ciento veinte mil (cf 2 Crón 7, 5) y que se sacrificaron un día setecientos bueyes y siete mil ovejas (cf 2 Crón 15, 11).
MENSAJE DE LOS PROFETAS
Los profetas se sirvieron con frecuencia de la realidad pastoril de Israel para dar sus mensajes y reprochar al pueblo su infidelidad o para anunciar al buen Pastor que habría de venir. Citemos algunos textos, empezando por el profeta Isaías:
Is 40, 11: “Como un pastor, pastorea su rebaño; recoge en brazos los corderitos, en el seno los lleva y trata con cuidado a las paridas”.
Is 53, 6: “Todos nosotros, como ovejas errantes, cada uno marchó por su camino. Yahvé descargó sobre él la culpa de todos nosotros. Fue oprimido, y él se humilló y no abrió la boca. Como un cordero al degüello era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca”.
Is 63, 14: “Cual ganado que desciende al valle, el espíritu de Yahvé los llevó a descansar”.
El profeta Jeremías repite parecidos mensajes, con énfasis en los malos pastores:
Jer 11, 19: “Yo estaba como cordero manso llevado al matadero, sin saber lo que intrigaban contra mí”.
Jer 23, 1-4: “Ay de los pastores que dejan perderse y desparramarse las ovejas de mis pastos… Así dice Yahvé, tocante a los pastores que apacientan a mi pueblo: Ustedes han dispersado las ovejas mías, las empujaron y no las atendieron. Pues voy a pasarles revista por sus malas obras… Yo recogeré el resto de mis ovejas de todas las tierras adonde las empujé, las haré tornar a los pastos, criarán y se multiplicarán. Y pondré al frente de ellas pastores que las apacienten, y nunca más estén medrosas ni asustadas, ni faltará ninguna”.
Jer 31, 10: “El que dispersó a Israel lo reunirá y lo guardará cual un pastor su hato”.
Jer 50, 6.17: “Ovejas perdidas era mi pueblo. Sus pastores las descarriaron, extraviándolas por los montes. De monte en collado andaban, olvidaron su aprisco. Rebaño disperso es Israel, leones lo ahuyentaron”.
Quizá es Ezequiel el profeta que con mayor amplitud usa la comparación del pueblo de Israel con un rebaño regido por malos pastores. Es famoso el capítulo 34 de sus profecías, en donde se suceden: la diatriba contra los malos pastores (cf Ez 34, 1-10), la promesa del pastoreo que hará el mismo Dios (cf Ez 34, 11-16), la promesa de un pastor, personificado en David, que apacentará el rebaño. Todo se puede resumir en esta frase: “Ustedes, ovejas mías, son el rebaño humano que Yo apaciento, y Yo soy su Dios” (Ez 34, 31).
El profeta Miqueas también usa esa imagen en varias ocasiones:
Miq 4, 6-7: “Yo reuniré a la oveja coja, reuniré a la descarriada y a la que Yo he maltratado. Con las cojas formaré un resto; con las alejadas, una nación fuerte”.
Miq 5, 1-3: “Belén Efratá… de ti saldrá el gobernador de Israel… Pastoreará firme con la fuerza de Yahvé…”.
El libro primero de los Reyes nos narra unas palabras de Miqueas: “He visto todo Israel en desbandada por los montes, como rebaño sin pastor…” (1 Rey 22, 17). De Amós se cuenta que era pastor (cf Am 1, 1).
Veamos, finalmente, el mensaje del profeta Zacarías. Habla del pastor que reúne al rebaño con sus silbidos (cf Zac 10, 5-8), luego habla del comercio que hacen los pastores, del pastor malo y el pastor bueno (cf cap 11) y concluye con una profecía mesiánica, recordaba por el evangelio de san Mateo: “Hiere al pastor, que se dispersen las ovejas; yo volveré mi mano contra los corderos” (Zac 13, 7).
LOS LIBROS SAPIENCIALES
El tema del rebaño aparece en los Proverbios, por ejemplo en el capítulo 27, 23-27: “Conoce bien el estado de tu ganado y presta atención a tus rebaños; porque la riqueza no es eterna ni la fortuna dura siempre. El heno asoma, el pasto aparece y se recoge la hierba de los montes; los corderos te darán vestido; los cabritos, dinero para un campo; y las cabras, leche abundante para tu alimento, para alimentar a tu familia y mantener a tus criadas”.
El libro del Eclesiástico, por su parte, afirma que “Dios reprende, adoctrina y enseña y guía, como un pastor a su rebaño” (Eclo 18,13).
Pero son los salmos lo que abundan en bellas afirmaciones y súplicas. De modo especial, el salmo 23, uno de los más preciosos del salterio, que vale la pena recordar en su primera parte: “Yahvé es mi pastor, nada me falta. En verdes prados me hace recostar. Me conduce a fuentes tranquilas, allí reparo mis fuerzas. Me guía por cañadas seguras, haciendo honor a su nombre. Aunque fuera por valle tenebroso, ningún mal temería, porque Tú vienes conmigo; tu vara y tu cayado me sosiegan”.
Es Dios el que nos guía y nos conduce por sendas rectas. Cuando hay valles tenebrosos, Él va adelante, sólo hay que seguirle. Él lleva su vara fuerte y gruesa para defendernos, y su cayado largo para apoyarse y para guiarnos.
En otros salmos, el autor inspirado pregunta a Dios por qué está airado contra su rebaño (cf Sal 74, 1), si Él sacó a Israel como a un ganado y lo guió por el desierto como un rebaño (cf Sal 78, 52). “Nosotros, dice el salmista, somos ovejas de tu pasto” (Sal 79, 13). Y llama a Dios “Pastor de Israel”, que guía a José como a un rebaño (cf Sal 80, 2). Somos el rebaño de sus pastos (cf Sal 95, 7); esa idea se repite luego (cf Sal 100, 3). El salmo 119 concluye con esta frase: “Me he descarriado como oveja, ven en busca de tu siervo” (119, 176).
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