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EL DESPOJADO

Terminada la burla, le despojaron

del manto de púrpura (Mc 15,20).

No tenía mucho más que pudieran quitarle: él mismo había reconocido que ni siquiera tenía dónde reclinar la cabeza (Mt 8,20) y por eso podía hacer suya con toda verdad la afirmación del salmo: «El Señor es mi pastor, nada me falta» (Sal 23,1).

No parecía faltarle nada: «Solo hay una cosa necesaria», decía (Lc 10,43), y él la llevaba dentro. Por eso caminaba sin un domicilio fijo, sin barca ni cabalgadura propias para desplazarse; sin una parcela de su propiedad donde retirarse a rezar; sin un local que fuera suyo para juntarse a cenar con sus amigos; sin la seguridad de un lugar para ser enterrado si le sorprendía la muerte.

Era así como enviaba a los suyos, sin alforja, sin bastón, sin túnica de repuesto, sin dinero, sin otro par de sandalias, confiados en la hospitalidad que recibirían en su camino: tenían que mostrarse desinteresados, sin preocuparse por su subsistencia, dispuestos a recibir de otros y a depender de la generosidad de quienes los acogieran.

Ellos ofrecían algo que no les pertenecía, y su presencia era portadora de una autoridad y un mensaje que habían recibido, por eso no debían reclamar compensación, sino abrirse a recibir el sustento de quienes los recibían.

Era precisamente su carencia la que los abría a la esplendidez de otros, llamados a sostener a los itinerantes. Se estaba inaugurando una relación de intercambio de dones muy diferente de la compraventa: «Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis» (Mt 10,8).

Era un modo nuevo de relacionarse con el dinero y pocos se arriesgaban a hacerle preguntas sobre ello. Cuando uno le pidió que interviniera en un asunto de herencia, la reacción de Jesús fue fulminante: «¿Quién me ha nombrado árbitro entre vosotros?» (Lc 12,15). No se sentía árbitro, pero su consejo, más bien su imperativo de hacerse amigos con el dinero (Lc 16,9), definía de manera absoluta las reglas del juego.

Suponía una ruptura absoluta no solo con la ambición, sino con los argumentos más honorables y equitativos: «Es para el servicio del bien común», «es una herramienta de funcionamiento», «sirve para invertir e intercambiar»...

Todo se fundía ante aquella finalidad inesperada de «hacerse amigos», y la sentencia irrumpía en el mundo de la economía como un torrente de agua limpia: palabras como «amistad», «compartir», «abrazos», «afectos», «fidelidad», «franqueza», «generosidad», entraban en competición con «negocio», «mercados», «ganancias», «transacciones», «deudas»...

Y eso era mucho más subversivo que el gesto de derribar las mesas de los cambistas y vendedores en el Templo.

Como si fueran dos páginas distantes del Evangelio pero que al doblarlas coinciden, la desnudez de su nacimiento coincidió con la de su muerte, cuando echaron a suertes su túnica (Mc 15,24) y volvió a estar tan desnudo como en el pesebre.

El Señor seguía siendo su pastor, no le faltaba nada.

MARCAS DE PRESENCIA

En los Salmos

Me alegro con tu palabra

como el que encuentra un rico botín.

Mi delicia es tu voluntad,

más estimo yo los preceptos de tu boca

que miles de monedas de oro y plata (Sal 119,71.162).

Los mandatos del Señor son rectos, alegran el corazón,

más preciosos que el oro, más que el oro fino,

más dulces que la miel de un panal que destila (Sal 19,11).

Me taladran las manos y los pies,

y puedo contar mis huesos.

Ellos me miran triunfantes,

se reparten mi ropa, se sortean mi túnica.

Pues tú, Señor, no te quedes lejos;

fuerza mía, ven corriendo a auxiliarme (Sal 22,18-22).

En los Padres de la Iglesia

Adán, que fue a buscar el vestido (cf. Gn 3,7), fue vencido, mientras que el vencedor es aquel que se despojó de sus vestidos. Él subió con la misma realidad con la que la naturaleza nos había formado bajo la acción de Dios. Así había vivido el primer hombre en el paraíso, y así también entró el segundo hombre al paraíso (cf. 1 Cor 15,47). Y con el fin de que el triunfo no fuera para él solo, sino para todos, extendió sus manos para atraer todas las cosas hacia sí (cf. Is 65,2), con propósito de romper las ligaduras de la muerte, atarnos con el yugo de la fe; unir al cielo todo aquello que antes estaba ligado a la tierra (San Ambrosio, Exposición sobre el evangelio de Lucas 10,110).

En la poesía

Habla Francisco de Asís:

De esta forma me libré

de todos los ropajes,

de todas las fiestas,

de los banquetes,

de los gritos,

de las palabras vanas,

de la violencia.

Me encontré solo

frente a un nido de pájaros,

pobres, solos, entumecidos por el frío,

que eran los ángeles de mi pobre discurso.

El Poverello de Dios se asoma al mundo desde los labios de Alda Merini, que también se desnudó y se convirtió en una despojada vagabunda que se paseaba por la vida bajo el techo –pobre y cálido, como un establo– de la poesía.

INVITACIONES

• Hago memoria de algunas situaciones de «despojo» y pérdidas vividas a lo largo de mi historia y de lo que aprendí en esos momentos.

• «He quitado muchas cosas inútiles de mi vida y Dios se ha acercado para ver qué estaba pasando» (Christian Bobin). Paseo estas palabras por mi interior, detectando sus resonancias...

• Si estamos en grupo, nos ayudamos a ensanchar la mirada para abarcar a algún colectivo de hombres y mujeres que en este tiempo están siendo despojados y desposeídos de sus derechos, su dignidad o sus tierras. Sentimos su causa como nuestra, la incorporamos a nuestra conciencia y a nuestra oración.

5

EL DISIDENTE

Este hombre no es de Dios,

porque no guarda el sábado (Jn 9,16).

Era evidente para todos que ni daba importancia a las prescripciones sobre el sábado (Mc 2,27) ni se mostraba interesado por las normativas sobre la pureza ritual o los alimentos (Mc 7,18-23).

Entendía y sentía la voluntad de su Padre de una manera diferente, y mostró también su disidencia cuando algunos pretendieron intervenir en su vida, doblegar su comportamiento o cambiar sus decisiones: había iniciado su camino desobedeciendo a la voz que en el desierto le conminaba: «Convierte estas piedras en pan, tírate abajo..., póstrate...» (Mt 4,1-11), y siguió haciéndolo después, cuando algunos pretendían plegarle a sus propios planes.

Cuando Pedro le oyó anunciar que le esperaban el fracaso y la reprobación, y trató de disuadirle, recibió una respuesta tajante: «Pedro, ¡detrás de mí! Piensas al modo humano, no como Dios...» (Mc 8,33).

Nadie podía tomarle la delantera o señalarle una trayectoria que él había confiado a las manos de Otro. Sus discípulos intentaban protegerle y poner barreras para impedir que se le acercara gente que le acosaba con sus demandas: «¡Despide a esa mujer!», le conminaron impacientes para evitar el acoso de aquella cananea insistente (Mt 15,23).

En un primer momento pareció que conseguían su complicidad: «He sido enviado solamente a las ovejas descarriadas de la casa de Israel...», pero ella consiguió acercarse y, al oír sus argumentos, él reconoció la llamada del Padre a abrir de par en par las puertas del Reino y decidió desobedecer la tradición que ordenaba excluir a los gentiles.

«¡Despídelos!» (Mc 6,36), le dijeron en otra ocasión sus discípulos para evitar hacerse cargo de una multitud en el descampado: no aceptó el consejo y volvieron a imponerse su inclinación al amparo y al cuidado: «Me dan compasión [...] no quiero que desfallezcan por el camino...» (Mc 8,2-3).

A veces, por debajo de las actitudes de la gente adivinaba las órdenes que intentaban darle sin expresarlo abiertamente: «Seguro que me diréis: “Haz aquí, en tu ciudad, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún”» (Lc 4,23).

Nadie consiguió por la fuerza arrancarle alguno de aquellos gestos de cercanía que fluían de él sin esfuerzo ante la gente desvalida. Cuando eran estos los que suplicaban, sus demandas resonaban en él como imperativos: «¡Baja antes de que muera mi hijo!» (Jn 4,49); «mi hijita está en las últimas, ¡ven!» (Mc 5,23); «“Señor, ¡ayúdame!” [...] “Ve, que tu hijo vive...”» (Mt 15,25). Les obedeció como si le dictaran órdenes y sus hijos quedaron curados.

El resistente a cualquier coacción se volvía accesible y obediente a las demandas que nacían de las entrañas angustiadas de un padre o una madre. Quizá estaba oyendo a través de aquellas voces la otra Voz, aquella a la que estaba acostumbrado a responder siempre: «Sí, Padre...» (Mt 11,26).

MARCAS DE PRESENCIA

En los Salmos

Como un padre siente ternura por sus hijos,

siente el Señor ternura por sus fieles;

porque él conoce nuestra masa,

se acuerda de que somos barro (Sal 103,13-14).

El Señor mira por sus fieles,

por los que esperan en su lealtad,

para librar sus vidas de la muerte

y reanimarlos en tiempo de hambre (Sal 33,18-19).

En el camino de tus preceptos disfruto

más que con cualquier fortuna.

Tus órdenes son mi delicia,

no me olvido de tu palabra (Sal 119,14.16).

En los Padres de la Iglesia

Gracias a Aquel que abrogó el sábado con su plenitud.

Gracias a Aquel que regañó a la lepra y no la dejó permanecer.

También la fiebre, al verle, tuvo que partir.

Gracias al Misericordioso, que ha llevado nuestras cargas.

Gloria a tu venida, que ha dado la Vida a los hombres...

Gloria al Silencioso, que nos ha hablado por su Voz...

Gloria al Espiritual, que ha querido que su Hijo se hiciera cuerpo,

para que en él fuese tangible su poder,

y por su cuerpo viniesen a la Vida los cuerpos de sus hermanos.

La naturaleza que jamás nadie ha tocado

tuvo sus manos presas y atadas, sus pies clavados en la cruz.

Él mismo, por su voluntad, tomó un cuerpo para que lo prendieran.

Bendito Aquel a quien la libertad crucificó, porque él se lo consintió.

Bendito Aquel a quien el leño sostuvo, porque él se lo permitió.

Bendito Aquel a quien la sepultura contuvo, porque se limitó a sí mismo.

Bendito Aquel cuya voluntad le trajo al seno,

al nacimiento, al regazo y a ser educado.

Bendito Aquel cuyos cambios han dado la Vida a nuestra humanidad

(San Efrén el Sirio,

Himno III de Navidad 2-3.5-6)

En la poesía

En la Oda 3,1, Horacio exclama: Odi profanum volgus et arceo. Este verso, que vertido al español apenas se diferencia del latín, sigue siendo objeto de interpretaciones sesgadas: «Odio al vulgo profano y me aparto de él». El que escribe esta línea, ¿se siente acaso superior al común de los mortales y los desprecia? Así lo entienden muchos, pero no es cierto. Horacio, defensor humanista de lo humano, desea lo mejor para el hombre y por eso se separa del reino de la cantidad, esa expresión con la que René Guénon denomina a la gran pandemia de nuestra época: la sociedad de masas, la apoteosis del instante, el desprecio de la intimidad.

INVITACIONES

• Una excelente película para profundizar en la disidencia evangélica es la última creación de Terrence Malick: A Hidden Life (Vida oculta). En ella, y de una forma desgarradoramente hermosa, se narra la historia de Franz Jägerstätter, campesino austríaco que, con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, se resiste heroicamente al río de odio en que cae la mayoría. Su desobediencia, que le llevó a la muerte, es ejemplo de radicalidad, coherencia y, para algunos, de insensata locura. La propuesta es la siguiente: ver la película y comentar, a continuación, aquellos diálogos e imágenes en que se reconoce en la decisión de este hombre la misma opción disidente de Jesús.

6

EL DURMIENTE

Jesús dormía en la barca

sobre un cabezal (Mc 4,38).

Había rezado más de una vez en la sinagoga: «Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas. Es inútil que madruguéis, que retraséis el descanso [...] Dios lo da a los que ama mientras duermen» (Sal 127).

Frente al esfuerzo del albañil y el centinela prefería la gratuidad de lo que no se merece ni se conquista, sino que se recibe en el abandono del sueño. Quizá por eso, mientras los discípulos remaban agitados en medio de la tempestad –centinelas vigilantes, albañiles fatigados–, Jesús dormía sobre un cabezal en la barca (Mc 4,38). Conocía al Dios que, a los que ama, se lo da todo mientras duermen.

¿Se le quedaban cortas las horas del día? Sabemos que a veces no tenía tiempo ni para comer (Mc 3,20), que solía rezar de noche (Mc 6,46) y que a veces era ese el momento en que lo visitaba gente que, como Nicodemo, prefería la discreción de la nocturnidad (Jn 3,2). Había nacido en medio de la noche, y los primeros en encontrarle fueron precisamente pastores acostumbrados a la vigilia nocturna (Lc 2,8).

Muchas de sus parábolas acontecían en ese tiempo que pone a prueba la fidelidad o la desidia de quienes esperan: el dueño de la casa debía estar en vela por si llega un ladrón (Lc 12,39); las muchachas debían tener sus lámparas preparadas para salir al encuentro del novio (Mt 25,10).

Los siervos que aguardaran ceñidos la vuelta de su señor merecieron una sorprendente declaración de bienaventuranza: «Dichosos aquellos a quienes el amo encuentre vigilantes cuando llegue»; y asistieron con asombro a la reacción de su amo, que se ponía un delantal, les invitaba a sentarse y les servía él mismo la cena (Lc 12,35-40). Permanecer y esperar se convertían en el mejor modo de expresar fidelidad.

También él supo resistir y mantenerse en vela a lo largo de aquella larga noche que había comenzado cuando Judas salió del Cenáculo (Jn 13,30). La vivió envuelto en las tinieblas de traiciones, detención, juicio, golpes, insultos, negaciones y condena. Estuvo solo, pero se sabía sostenido por su Dueño. Y era un Siervo fiel, capaz esperar en vela hasta la madrugada del Primer día de la semana.

MARCAS DE PRESENCIA

En los Salmos

Si grito invocando al Señor,

él me escucha desde su monte santo;

puedo acostarme y dormir y despertar:

el Señor me sostiene (Sal 3,2-4).

Yo, por mi rectitud, veré tu rostro,

al despertar me saciaré de tu semblante (Sal 17,15).

De noche pronuncio tu nombre, Señor,

y, velando, tu voluntad.

A media noche me levanto para darte gracias

por tus justos mandamientos (Sal 119,55.62).

En los Padres de la Iglesia

Se fatigó (cf. Jn 4,6), pero es el reposo de los cansados y agobiados (cf. Mt 11,28). Cayó rendido por el sueño (cf. Mc 4,38), pero se hace ligero sobre el mar, da órdenes a los vientos y, cuando Pedro se hunde en las aguas, lo levanta (cf. Mc 4,39) (San Gregorio Nacianceno, Discurso teológico 29,20).

En la poesía

Preguntado acerca del papel del sueño en su poesía, Tomas Tranströmer contestó:

Un poema no es otra cosa que un sueño que yo realizo en la vigilia.

El sueño y el poema vienen de la misma persona.

Tienen algunas leyes compartidas.

Tengo una relación de mucho amor con el sueño.

Me voy a la cama como si fuese a una fiesta.

Tranströmer sufrió una hemiplejia en 1990. Desde entonces y hasta el momento de su muerte no pudo volver a hablar. Sobrecoge que, dieciséis años antes del suceso, escribiera:

Entonces llega el derrame cerebral: parálisis en el lado derecho con afasia. Pero la música permanece, sigue componiendo en su propio estilo.

El poeta, que también fue un excelente músico, explicó que estos versos fueron transcripción exacta de un sueño que tuvo. Y, quizá para obedecer al sueño, después de la hemiplejia compuso sinfonías para su mano izquierda.

INVITACIONES

• En los evangelios descubrimos diferentes tipos de estar dormidos: el que nace de la confianza en Dios y de saber que no todo depende de nuestros esfuerzos (como Jesús en la barca durante la tormenta) y los que salen de abandonar a quien está vigilante (como los discípulos en el huerto de Getsemaní). ¿En qué momentos has experimentado estas dos formas de dormir y cómo las has vivido con posterioridad?

• ¿Cómo conciliar estos dos elementos necesarios para la vida creyente: sueño (oración) y vigilancia (compromiso), María y Marta, confianza y esfuerzo? ¿Dónde consideras que debes hacer más hincapié en tu caso?

• ¿Cómo continuarías una parábola que comenzase: «El reino de los cielos se parece a una persona que está durmiendo plácidamente...»?

• ¿Cuántas noches sin dormir recuerdas? ¿A qué se debió? ¿Sentiste la presencia de Dios en tu vida? ¿Qué te enseñaron?

• En el Diccionario de la Real Academia Española, la palabra «durmiente» es el madero colocado horizontalmente, sobre todo en los barcos, y sobre el cual se apoyan otros, horizontales y verticales. ¿Cuáles crees que serían los «durmientes» de Jesús, aquellos sobre los que se sustentaba todo lo demás y le permitían vivir en paz y descansar con tranquilidad? ¿Cuáles son tus durmientes?

7

EL ATRAYENTE

Cuando sea levantado sobre la tierra,

todo lo atraeré a mí (Jn 12,32).

El libro del Éxodo ponía la expresión en boca de Dios: «A vosotros os he llevado sobre alas de águila y os he atraído a mí» (Ex 19,4). El Dios que atraía era ya conocido por los profetas y se vinculaba a su pueblo «con correas de amor, con cuerdas de cariño» (Os 11,4). Esa atracción era la señal de un amor que nunca se retiraba (Jr 31,3), y en el Cantar de los Cantares aparece como un deseo en labios de la novia: «¡Atráeme!» (Cant 1,6).

Según el evangelio de Juan, el Padre ejercía esa atracción para conducir hacia Jesús: «Nadie puede venir a mí si el Padre, que me envió, no lo atrae» (Jn 6, 44), y él también la realizaba: «Cuando sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12,32).

Antes de ese «ser levantado», una clara alusión a su muerte en la cruz, los evangelios hablan en numerosas ocasiones de su poder de atracción: acudían a él las multitudes, iban a su encuentro (Mc 1,45; 2,13), recorrían largas distancias para llegar donde él estaba (Mt 4,25), no dudaban en seguirle hasta lugares desiertos, se le adelantaban corriendo cuando intentaba retirarse a descansar (Mc 6,13).

Se agolpaban a la puerta de la casa en que estaba o se le echaban encima para tocarle (Mc 3,10); llegaban hasta él llevando a sus enfermos en camillas, le suplicaban que les dejase tocar al menos el borde de su manto, «y todos los que lo tocaban quedaban salvados». No «curados», sino «salvados» (Mc 6,56).

Su atracción iba más allá del ámbito de la salud y la gente acudía a él no solo a curarse, sino a escuchar una palabra que nadie más sabía decirles (Lc 5,15), porque la autoridad con la que enseñaba no se parecía a ninguna otra: «Nadie ha hablado nunca como este hombre» (Jn 7,46), decían. Nadie les había ofrecido antes descanso para sus cansancios y agobios (Mt 11,28) y agua para su sed (Jn 7,37). Por eso, cuando empujaban para acercarse a él y retenerle, se estaban anticipando a lo que suplicarán un día los dos caminantes de Emaús: «¡Quédate con nosotros!» (Lc 24,29).

Sin embargo, a los tiempos de adhesiones les siguieron tiempos de rechazo, y no solo por parte de los poderes religiosos: tampoco logró atraer a sus vecinos de Nazaret, que se negaron a ver algo más de lo que ya creían saber de él y se sintieron amenazados por la novedad que les ofrecía (Mc 6,1-6).

Los habitantes de Jerusalén, la ciudad que amaba tanto, tampoco aceptaron el amparo que les ofrecía a la sombra de sus alas (Mt 23,37). Un salmista había afirmado que, en Sion, Dios «se daba a conocer como un refugio» (Sal 47,4), pero el que encarnaba ahora ese refugio se quejaba con decepción amarga: «No queréis venir a mí para tener vida» (Jn 5,40).

MARCAS DE PRESENCIA

En los Salmos

¡Dios mío, qué grande eres!

Te vistes de belleza y majestad,

la luz te envuelve como un manto (Sal 104,1).

Eres el más bello de los hombres,

de tus labios fluye la gracia,

Dios te bendice para siempre (Sal 45,3).

Que tu bondad me consuele,

según la promesa hecha a tu siervo;

cuando me alcance tu compasión, viviré,

y mis delicias serán tu voluntad (Sal 119,76).

Levántate y compadécete de Sion,

que ya es hora y tiempo de gracia,

tus siervos aman sus piedras,

les duele hasta su polvo (Sal 102,14-15).

En los Padres de la Iglesia

Cristo recapituló al hombre en sí mismo al hacerse visible el invisible; comprensible el incomprensible; pasible el impasible; el Verbo, hombre; para recapitular todas las cosas en sí mismo, para que, como el Verbo de Dios tiene el primado sobre las cosas supracelestes, espirituales e invisibles, así pueda tener el primado también sobre las cosas visibles y corporales (cf. Col 1,18); para, al asumir en sí el primado, darse a sí mismo a la Iglesia como Cabeza (cf. Ef 1,22); para atraer a sí todas las cosas en el tiempo oportuno (San Ireneo, Contra las herejías III,16,6).

En la poesía

Yo estaba en Jerusalén. Era otoño. Después de un día centrado en el estudio, me fui a dormir. Soñé con él, que me acompañaba por las calles de la Ciudad Vieja. Se detuvo, me indicó con su dedo índice la presencia de un árbol y me dijo: «Mira cómo caen». Fue entonces cuando me desperté y, al mirar en el móvil qué hora era, una notificación del New York Times me dio el aviso: Leonard Cohen died. El poeta, con el que yo soñé mientras él moría, muchos años antes había escrito a Dios: «Oh Tú, imán de los pétalos que caen...».

INVITACIONES

• «Hombre y Dios, un atractor extraño» es el título de un artículo de David Jou, catedrático de física, donde escribe: «Un estado de un sistema es denominado un atractor en la dinámica de este si dicha dinámica hace que el sistema, al cabo de un tiempo suficientemente largo, tienda a dicho estado. Así, por ejemplo, un péndulo sometido a la fricción del aire tiende al reposo en el punto más bajo de su trayectoria: este estado es el atractor del sistema. Frente a este ejemplo del atractor sencillo y clásico, en el atractor extraño se da la combinación de un centro repulsor muy sensible a las condiciones iniciales y de unas vías de regreso que conducen de nuevo al sistema hacia las proximidades del centro repulsor, donde se repetirá, siempre diferente, el proceso de repulsión, seguido de un nuevo acercamiento». El autor propone este concepto como posible símil para la discusión dinámica e inacabable del hombre con Dios acerca del dolor, la injusticia y el mal.

• Pienso en la comunidad de creyentes que formamos la Iglesia: seguramente he pasado por etapas de distancia y decepción, sin embargo, permanezco en ella. Pongo nombre a aquello que me sigue atrayendo y me permite continuar en ella.

• Si estamos en grupo, intercambiamos nuestras «historias de atracción», incluidos sus «momentos de repulsión».

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