Kitabı oku: «Reformando el Matrimonio», sayfa 2
CAPITULO DOS
La Jefatura y la Autoridad
Jefatura Ineludible
Una breve lección de la gramática nos ayudará a entender la naturaleza de la autoridad bíblica en el hogar. Muchas veces, cuando venimos a leer la Escritura, los cristianos a menudo confunden los indicativos con los imperativos. El indicativo es una declaración de la realidad; no hay nada de deber en ella – la silla es marrón; el barco se está hundiendo; la nieve está llena de terrones. Semejantes declaraciones simplemente quieren decir cómo son las cosas. Del otro lado, el imperativo es un mandato; nos dice lo que tenemos que hacer. Por ejemplo, ¡Cierre la puerta! ¡Prenda la computadora! ¡Párate! Por lo tanto, si alguien dijera, “El libro está sobre la mesa,” sería una sencilla declaración de la realidad. Eso es indicativo. Mas si uno dijera, “Ponga el libro sobre la mesa,” sería un mandato – un imperativo.
El motivo de recalcar esta distinción es que muchos de los cristianos se encuentran confusos y comprendiendo mal lo que dice la Biblia, porque intentan transformar los indicativos en imperativos. Cuando se trata del evangelio, el corazón carnal quiere cometer ese mismo error. Y ¿Qué es el evangelio si no el Gran Indicativo? Los predicadores fieles declaran lo que ya ha hecho Dios en la cruz para salvar a los pecadores, mientras hombres impíos tratan de transformar el mensaje del evangelio en algo que ellos pueden hacer para merecerse la salvación.
Esa misma confusión gramatical sucede cuando los maridos buscan entender la enseñanza de la Biblia sobre la jefatura y la autoridad en el matrimonio. La Biblia dice que el “marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia” (Ef.5:23). Queda muy claro que Pablo no dice que los maridos deberían hacerse cabeza de sus esposas. El dice que ya lo son. En este versículo, el apóstol no nos está diciendo cómo deben funcionar los matrimonios (eso viene en los versículos siguientes). Más bien nos está diciendo cómo es la relación matrimonial entre el marido y la esposa. El matrimonio se defina en parte como la jefatura del marido sobre la esposa. En otras palabras, sin esa jefatura, no hay matrimonio.
Esto no quiere decir que Dios no le da imperativos al marido. En verdad, los versículos siguientes nos enseñan un imperativo muy básico – se manda a los maridos que amen a sus esposas como Cristo amó a la iglesia. Pero de ninguna manera se le manda al marido que sea la cabeza de su esposa. Esto es porque él ya lo es, por la misma índole del matrimonio. Si no la ama, es cabeza mediocre, pero cabeza no obstante.
Meditar sobre esto es cosa muy valiosa para los maridos. Puesto que el marido es cabeza de su esposa, se encuentra en un ineludible liderazgo de dirección. No puede negarse a dirigir sin problemas. Si de alguna manera, trata de dimitir su responsabilidad, por su rebeldía podrá dirigir mal. Pero haga lo que haga, o vaya donde sea, lo hará como cabeza de su esposa. Así Dios diseñó el matrimonio. Nos creó varón y hembra de tal manera para asegurar que los hombres siempre tendrán el dominio en el matrimonio. Si el marido es hombre santo, entonces ese dominio no será severo; será caracterizado por el mismo amor sacrificado que demostró nuestro Señor en la cruz. Si el marido trata de evadir de su jefatura, esa abdicación dominará el hogar. Si toma un avión para el otro lado del país y allí se queda, dominará en su ausencia y por su ausencia. ¿Cuántos niños no se han criado en un hogar dominado por la silla vacía a la mesa? Si el matrimonio es uno en que la esposa “lleva los pantalones,” esta misma falta de carácter del marido será la cosa más obvia con respecto a ese matrimonio, creando matrimonio y hogar miserables. Su abdicación domina.
En este pasaje de Efesios, Pablo nos dice que los maridos, en su papel como cabeza, proveen una pintura de Cristo y la iglesia. Cada matrimonio en todas partes del mundo, es una representación de Cristo y la iglesia. Por causa del pecado y la rebelión, muchas de esas representaciones son mentiras calumniosas referente a Cristo. Pero el marido nunca puede dejar de hablar de Cristo y la iglesia. Si le obedece a Dios, está predicando la verdad; si no ama a su esposa, está hablando blasfemia y mentiras – pero siempre está hablando. Si abandona a su esposa, está diciendo que de semejante manera Cristo abandona a su esposa – una mentira. Si es severo con su esposa y le pega, está diciendo que Cristo es abusivo de la iglesia – otra mentira. Si duerme con otra mujer, es adúltero, y además un blasfemo. ¿Cómo puede ser que Cristo ame a otra que no sea su propia mujer? Es espantoso ver la manera en que, por algunos momentitos de placer, hombres infieles así pueden calumniar la fidelidad de Cristo.
Estas son palabras duras. Y aún con la definición limitada, es probable que algunos lectores respondan negativamente a la palabra, dominio, anteriormente mencionada. Esta realidad testifica también a la manera en que la iglesia cristiana ha sido influida por la propaganda del feminismo – sea de la clase mundana que odia a los varones, o de la clase esterilizada y “evangélica”. Sin embargo, el dominio del marido es una realidad divina; la única alternativa que hay se trata de la clase de dominación ejercitada: un dominio amoroso y constructivo, o una tiranía odiosa y destructora. Discutir con la realidad de la jefatura del marido en el hogar es como tirarse de un precipicio para disputar contra las leyes de la gravedad. Por más que uno ordene sus razonamientos mientras sigue cayendo, al fin serán refutados en una manera muy desbaratada.
Sin importar la manera en que los cristianos negocian con el feminismo, tal arreglo no puede deshacer el indicativo que Dios ha dejado por toda la creación. ¿Cómo podría ser de otra manera? Dios ha incorporado la jefatura del marido entre la misma estructura del matrimonio. Pero lo que tal arreglo con el feminismo sí puede lograr, lo hace muy bien; es decir, traer la rebelión y el pecado. Tal rebelión impide a los maridos obedecer el imperativo, lo cual es amar a sus esposas. ¿Cuál es el resultado? Observamos a los maridos negando su posición como cabeza de la esposa, y rehusando amarlas como se les instruye.
El Amor y el Respeto
El mayor mandamiento después del primero exige que amemos a nuestros prójimos como a nosotros mismos. “Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos” (Marcos 12:31). Y luego si preguntamos, “¿Quién es nuestro prójimo?,” la respuesta de Jesús es que la persona que está junto a nosotros es nuestro prójimo. Como aclara la parábola, esto incluye el extranjero por el borde de la carretera, mas incluye también aquellos con quien vivimos. Por supuesto, se requiere del marido y la esposa amarse por la Escritura.
Pero cuando la Biblia les da mandato específico a los maridos como maridos, y hace lo mismo para las esposas como esposas, el énfasis en cada mandato respectivo es notablemente diferente. Por ejemplo, no se manda a las esposas específicamente que amen a sus maridos. En un pasaje, las ancianas están exhortadas a enseñar a las mujeres jóvenes a ser “amantes de sus maridos.” Pero la palabra griega es una compuesta (philandros), y la forma de esa palabra para el amor se refiere a un cariño caluroso. La actitud que se le exige a las esposas es una de respeto: “...y la mujer reverencie a su marido” (Efesios 5:33).
Al otro lado, a los hombres se les manda a amar (agapao) a sus esposas hasta el último. Se les presenta dos ejemplos a los maridos, y ambos exigen tremenda abnegación. Primero, los maridos deben amar a sus esposas como a sus propios cuerpos. “Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama.” (Ef. 5:28). Jamás se odió ninguno a sí mismo, Pablo enseña, y esto nos da una buena norma para nuestro trato de otros. El marido debería ser tan atento con respecto al bienestar de su esposa, como al de sí mismo. Esto no es nada menos que la Regla de Oro aplicada al matrimonio. Segundo ejemplo, los hombres deben amar a sus esposas como Cristo amó a la iglesia: “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella... ” (Ef. 5:25).
Aquí la Escritura nos presenta claramente nuestras obligaciones. Las esposas deben respetar a sus maridos, y los maridos deben amar a sus esposas. Pero aún hay más. Cuando consideramos estos requisitos, y observamos la relación entre los maridos y sus mujeres, podemos entender la armonía entre lo que exige Dios y las necesidades de la pareja, tanto dar como recibir.
Estos mandatos se nos dan para nuestras respectivas debilidades con respecto al cumplimiento de nuestras obligaciones. Los hombres tienen que cumplir con su deber a sus esposas – tienen que amar. Así mismo, las mujeres tienen que respetar. Pero hablando generalmente, los hombres son flojos en esta clase de amor. El famoso autor, C.S. Lewis, hace tiempo comentó que las mujeres tienden a considerar el amor como molestarse por otros (lo cual es mucho más fiel a la definición bíblica), mientras los hombres tienden a considerarlo como no molestar a otros. Consecuentemente, los hombres necesitan mejorarse en esto, y se les manda por la Escritura a emprenderlo. De semejante manera, las mujeres son capaces de amar plenamente a un hombre, y sacrificar por él, mientras están creyendo todo el tiempo que él es un puro y verdadero idiota. Las mujeres son fuertes en esta clase de amor, pero el requisito clave que se les dio a las esposas es que respeten a sus maridos. Cuando las mujeres cristianas se reunen (por ejemplo, para la oración o los estudios bíblicos), a menudo empiezan a hablar de sus maridos en una manera muy irrespetuosa. Luego, regresan a casa a cocinar, limpiar y cuidar sus niños. ¿Por qué? Porque aman a sus maridos. Claro, no es nada malo que las esposas amen a sus maridos, pero sí es malo sustituir esa clase de amor por el respeto que Dios exige.
También vemos que estos mandatos tienen en cuenta a nuestras respectivas debilidades en otro sentido. Los hombres tienen necesidad de ser respetados, y las mujeres tienen necesidad de ser amadas. Cuando la Escritura dice, por ejemplo, que los ancianos de la iglesia deben cuidar de las ovejas, es una deducción válida decir que las ovejas necesitan el alimento. De la misma manera, cuando la Escritura enfatiza que las esposas deben respetar a sus maridos, es una deducción válida decir que los maridos necesitan el respeto. Lo mismo es cierto para las esposas. Si la Biblia exige que los maridos amen a sus esposas, se puede decir con toda seguridad que las esposas necesitan ser amadas.
Pero a menudo nos ponemos como el hombre que le regaló a su esposa una herramienta para la Navidad porque él deseaba una. De igual manera, cuando una esposa está tratando de reparar un matrimonio problemático, le da a su marido lo que desea ella, en vez de lo que Dios ha mandado o lo que necesita él. Ella lo ama, y se lo dice. Pero ¿lo respeta y se lo dice?
Tenemos problemas porque no seguimos las instrucciones bíblicas. Cuando un hombre comunica su amor para su esposa (tanto verbalmente como con hechos), debería buscar comunicarle la seguridad anexa por su compromiso del pacto matrimonial. Así, él proveerá para ella, la alimentará y la cuidará, se sacrificará por ella, y así sucesivamente. La necesidad de ella es sentirse segura en su amor para ella. La necesidad de ella es recibir amor de él.
Cuando la esposa respeta y honra a su marido, la relación es completamente diferente. En vez de concentrar en la seguridad de la relación, el respeto de la esposa se dirige a las habilidades del marido y a sus proezas y logros – cuán fuerte trabaja, con qué fidelidad regresa a la casa, qué paciente es con los niños, y así sucesivamente.
Puede ser que los hechos específicos le causen problemas a algunas porque ella piensa que quizás él no regrese a la casa, o cree que él no trabaja lo suficientemente fuerte. Pero el amor se le tiene que dar a las esposas y el respeto a los maridos, porque lo ha exigido Dios, y no porque tal marido o esposa se lo mereció. Es bueno recordarnos en cuanto a nuestras parejas de que Dios exige que nos den mucho más de lo que nos merecemos.
Ella Fue Creada para El
Como se enseñó en el capítulo anterior, el matrimonio es una ordenanza divina de la creación; ha seguido desde que se creó la humanidad. Cuando aún se había creado sólo la media de la humanidad, Dios miró a su obra y dijo, “No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él” (Gén. 2:18). Cuando estaba Dios creando al mundo, declaró enfáticamente al crear cada cosa que era bueno lo que había hecho. Todo era bueno, hasta que creó al hombre sin la mujer. En ese momento dijo Dios que había algo que no era bueno – no era bueno que el hombre estuviese solo.
El Señor había creado a Adán y le encargó un trabajo (Gén. 2:15). Además de cuidar el huerto de Edén, también Adán había de multiplicarse y llenar la tierra. Había una necesidad obvia para una ayudante, ya que no podía multiplicar la especie él solo. El trabajo que se le encargó a él fue el de sojuzgar y señorear la tierra; y para realizar ese trabajo se necesitaba tener muchos descendientes. Pero además de la ayuda obvia de hacer Adán fructífero, Eva había de acompañarlo en su vocación y ayudarlo en ella.
Pero ya sabía el Señor que Adán iba a necesitar esa ayuda. No se le ocurrió a Dios por medio de la creación del varón, que la creación de la mujer sería una buena idea aunque tardía. La razón por crear a la mujer más tarde era el propósito de establecer, para siempre, la línea de la autoridad en el hogar. Pablo aplica esta lección muy claramente. “Porque el varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón, y tampoco el varón fue creado por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón” (1 Cor. 11:8–9).
En otras palabras, el orden de la creación nos enseña que Adán no fue creado para Eva, sino que Eva fue creada para Adán. Además, la manera en que Pablo aplica esta verdad demuestra que la relación entre Adán y Eva no fue única para ellos solos como una pareja. Como se menciona antes, ellos proveen un patrón para todos los matrimonios; este modelo es instructivo y normativo para la raza humana. El caso es la intención de Dios en la creación – ese caso no depende de la edad cronológica. Hay muchas esposas que son mayores que sus maridos (llegaron al mundo primero), pero eso no niega el patrón establecido por la creación de Adán primero, y la creación de Eva después.
Pablo hace su aplicación basada en el orden de la creación. Esa se aplica a los hombres y las mujeres de Corinto, miles de años después de que Adán y Eva vivieron. Y aunque nosotros vivimos miles de años después de los corintios, de todas formas, el orden de la creación de Adán y Eva se propuso como patrón para todas las subsiguientes generaciones de maridos y esposas.
Este orden de la creación significa que todos los maridos son llamados a una tarea determinada (en realidad, la palabra vocación viene del verbo latín, voco, lo cual quiere decir yo llamo). Sus esposas son llamadas al papel de ayudarlos y apoyarlos en su vocación. Además, esto significa que el varón fue establecido por Dios como la autoridad en el hogar. Bajo el orden de Dios, él se caracteriza por la obra a la cual está llamado, mientras ella se caracteriza por el hombre a quien está llamada. Así empezando la tarea, ya que la obra es la responsabilidad de él, ella también es su responsabilidad.
Naturalmente, esto se pone en conflicto con la idea que los varones y las mujeres tienen el mismo derecho a perseguir sus carreras independientes, mientras ascienden la escala profesional. Lamentablemente, esa suposición es común en la iglesia evangélica hoy en día. No tiene mérito bíblico ninguno, pero este problema fue creado, no por el feminismo, sino por la abdicación de los maridos. Uno de los problemas principales con cual nos enfrentamos en nuestra cultura hoy en día es la timidez general de los hombres cristianos. Han abdicado la fuerza, jefatura, y autoridad que Dios les ha dado. No quieren tomar el papel masculino; no quieren tomar la iniciativa porque han escogido el camino más fácil. El cumplimiento del mandato divino cultural supone trabajo duro, y los hombres tienen que ponerse duros para hacer ese trabajo. Eso no significa que han de ponerse duros con sus esposas; significa que han de ponerse duros para sus esposas.
Los hombres y las mujeres no tienen perspectivas iguales sobre el trabajo; por lo tanto no tienen perspectivas iguales sobre la autoridad. Esto está empotrado profundamente en el orden creado, doctrina feminista no obstante. La dogma feminista, ideada por hombres impíos, ha logrado maniobrar a multitudes de mujeres a introducir la mano de obra fuera del hogar. Pero esto no ha cambiado la manera en que los hombres y las mujeres se relacionan el uno al otro. No lo puede. Aunque la fuerza laboral tiene muchas más mujeres que nunca, la autoridad de los hombres permanece muy firmemente. Con toda la polémica y palabrería de la igualdad, las mujeres fueron engañadas a trabajar fuera de la casa; asumieron otro trabajo, y luego no pudieron lograr que sus maridos les ayudaran con la carga del primero. Ella sigue teniendo que lavar la ropa, cocinar, y todo lo demás. Y por supuesto el varón egoísta es el beneficiario principal de toda esta liberación de la mujer; él se gana dos sueldos por el precio de uno. Sin embargo, está dispuesto a hacer la tarea de sacar la basura.
Debemos confesar que el patrón de Dios, la autoridad piadosa del marido sobre su esposa, tiene sentido. La única alternativa es la opresión abusiva de las mujeres por los hombres. De ninguna manera significa esto que las mujeres no son competentes en muchas de sus tareas fuera de la casa. Una llave inglesa se puede usar para clavar, pero eso no es su propósito. Hay algunas tareas independientes del hogar que las mujeres realizan excepcionalmente. Pero el hecho de que alguien es capaz de hacer un trabajo, no significa que está llamado por Dios a esa tarea. Una esposa puede realizar muchas tareas en la casa y hallar satisfacción en hacerlas. Su marido, presentado con ese mismo trabajo, también sería capaz de hacerlo, pero para él será como comer grava. El no hallará ninguna satisfacción; no esta llamado a la tarea de la misma manera que lo está ella.
Por lo tanto en 1 Corintios 11, Pablo declara una realidad que le debe dar temor y respeto a cada marido: La mujer fue creada para ser ayudante para el hombre. Pero no hay nada más repugnante que oír a hombres ignorantes jugando con estas realidades – bromeando acerca de la sumisión y cosas así. Semejante frivolidad se le opone completamente a la Biblia en su carácter. Cuando un hombre se da cuenta de su propósito en la creación y su vocación y llamamiento a una tarea determinada, eso en sí puede ser cosa abrumadora (Ef. 2:10). Pero si luego, se da cuenta de su necesidad de ayuda en realizar esa tarea, y por lo tanto no está afectado con un terror piadoso, él es un completo zoquete.
Por eso, los maridos se deben concentrar en ponerse fuertes por el bien de sus esposas. Hombres corruptos son fuertes por motivos egoísta, y no por el bien de otros. El marido piadoso utiliza su fuerza para beneficiarle a ella; no la emplea para perjudicarle. En una relación bien ordenada, el marido sabe que fue creado por Dios para realizar una tarea determinada, y que su esposa fue creada por Dios para ayudarlo en esa tarea. El fue creado para la gloria de Dios, y aunque sea espantoso decirlo, ella fue creada para él (1 Cor.11:7,9).
La Responsabilidad
Dada que esta relación es ordenada divinamente, entendemos que el feminismo es una forma de enseñanza falsa muy dañina. Pero también debemos entender que las mujeres no son realmente el origen verdadero del feminismo. Aunque es cierto que el movimiento feminista se mueve por portavoces femeninas, ellas no son realmente nada más que cómplices, sirviendo de fachada a una mentira masculina. A su fondo, el feminismo es obra de dos clases de hombre – de los imperiosos y destructivos de un lado y de los alfeñiques del otro. Debido a la manera en que Dios creó al mundo, los hombres siempre tienen la responsabilidad por todo lo que sucede en el mundo femenino–quieran o no quieran esa responsabilidad, y quieran o no quieran las mujeres admitirlo. Consecuentemente, el feminismo no es obra de mujeres descontentas; es obra de hombres corruptos.
Cuando me viene una pareja para asesoramiento matrimonial, mi suposición básica es siempre que el marido es completamente responsable de todos los problemas en el matrimonio. Algunos quizás estén inclinados a reaccionar ante esto, pero se debe fijar de que la responsabilidad no es lo mismo que la culpabilidad. Si una mujer ha sido infiel a su marido, por supuesto tiene ella la culpabilidad de su adulterio. Pero al mismo tiempo, él tiene la responsabilidad por ello.
Para ilustrar, supongamos que un marinero novato desobedece sus órdenes y encalla el buque de medianoche. El capitán y el navegante los dos estaban dormidos y no tuvieron nada que ver con las acciones irresponsables del marinero. ¿Quién es últimamente el responsable? El capitán y el navegante son los responsables por el incidente. Son oficiales de carrera, y ahora sus carreras están arruinadas. El marinero joven de todas maneras, ya estaba por salirse de la marina en seis meses. A muchos esto les pareciera como injusto, pero sin caber a dudas, así es como hizo Dios el mundo. El marinero es culpable; el capitán es responsable.
Si no se entiende así la responsabilidad, la autoridad se vuelve en algo sin sentido y tiránica. Los maridos son los responsables de sus esposas. Son cabeza de sus esposas como Cristo es cabeza de la iglesia. El hacer los votos de pacto para ser marido, requiere que uno tome la responsabilidad de ese hogar. Esto significa que los varones, sea por tiranía o abdicación, son los responsables de cualquier problema en el hogar.
Si los hombres cristianos hubieran amado a sus esposas como Cristo amó la iglesia, si le hubieran dado dirección a sus esposas, si los maridos hubieran aceptado la ayuda de sus esposas necesaria en su vocación ordenada por Dios, nunca hubiera quedado lugar para ninguna clase de razonamiento feminista en la iglesia. Los hombres cristianos que nieguen o se retiren de su autoridad dada por Dios, o aquellos que se sienten avergonzados de ella, están dejando a sus esposas sin protección.
Vasos Más Frágiles
La Biblia se les da a los hombres instrucciones muy sencillas sobre cómo vivir con sus esposas. Por extraño que parezca, el requisito que los maridos sean atentos se expresa en una manera que inquieta al lector moderno. “Vosotros maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida; para que vuestras oraciones no tengan estorbo.” (1 Ped. 3:7). La Biblia dice que la esposa, en algún sentido, es el vaso más débil. Por lo tanto, el marido debe honrarla. No debe abusar de ella en el papel subordinado en el cual Dios la ha puesto. “Multiplicaré en gran manera tus dolores en tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos; y tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti” (Gén. 3:16).
El matrimonio simplemente amplifica lo que es la persona. Como consecuencia, los problemas matrimoniales a menudo se crean muchos años antes del casamiento. Por ejemplo, los niños, mientras crecen, observan la relación de sus padres uno al otro. Quizás también vean ciertos modelos de comportamiento en la escuela. Oyen mucha enseñanza, casi toda de ella falsa, sobre el tema de como la fuerza debe relacionarse con la debilidad. Y cuando la gente recibe enseñanza falsa, sigue malos ejemplos, y luego entra al matrimonio, las consecuencias son generalmente desastrosas.
Pedro da por hecho que la mujer es más débil en comparación a su marido. Condicionado por el feminismo, el mundo moderno descartará esto como una metida de pata sexista en un libro sexista, pues en parte el mundo tiene razón, porque se le da al varón la posición de poder. Si decimos que el “sexismo” es pecado, entonces la Biblia sería un libro pecaminoso. Pero el “sexismo” no es un verdadero pecado, pues el pecado se puede definir solamente en cuanto a la ley de Dios – no se determina por ley de hombre o de mujer.
Según la Biblia, no hay pecado en el hecho de que los hombres son más fuertes que las mujeres. El pecado, si realmente lo hay, está en saber si esa fuerza se está empleando según los requisitos de Dios o no. No debemos olvidarnos de que algunos versículos antes, Pedro le había dado a los maridos este ejemplo para seguir: “Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas” (1 Ped.2:21). Y algunos versículos después, se dirige a lo siguiente: “Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos” (1 Ped.3:1). Luego, sigue exigiéndoles a los maridos que sean atentos. La palabra clave es asimismo. Los maridos y las esposas ambos se comportan asimismo como Cristo en su relación uno con el otro. Pero debido a la posición en que Dios lo ha puesto, el varón tiene que comportarse de otra forma hacia su esposa para mostrar esta sumisión a Cristo, que su esposa tiene que comportarse hacia él.
El problema queda en la dificultad que tienen los hombres en honrar la “debilidad.” Cuando los hombres se reunen con hombres, a menudo se ponen en competición uno con otro. Y cuando se encuentran en competición, los hombres tratan de explotar la debilidad dondequiera que se aparezca. Si un entrenador de fútbol descubriera que la línea izquierda del otro equipo está claramente débil, por allí mismo dirigiría cada uno de sus jugadas toda la noche. Así que, los hombres tienen esta tendencia natural, y en muchos lugares, esta clase de actitud competitiva se admira grandemente.
Por lo tanto, si hay algún problema en el matrimonio, los hombres frecuentemente se ponen adversos y competitivos con sus esposas. Si no están de acuerdo en algo, y la pobre mujer está en algún apuro y lo expresa, el marido que tiene tal mentalidad competitiva le va a decir, “¡Jamás he oído una cosa más tonta!” La está tratando como si ella fuera el adversario de la línea izquierda de fútbol. Cuando él responde de esa manera, la está tratando de explotar. Pero Pedro no nos dice que explotemos su debilidad, sino que honremos a la mujer en ella.
Así que, observamos una desobediencia muy común a este pasaje cuando los hombres ven la debilidad de sus esposas y luego tratan de explotarla. A veces, un hombre puede involucrarse en pecado del más horrible, lo cual aflige a su esposa, y aún así la puede aplastar. Entonces ella se marcha, sintiéndose como si fuera ella la culpable. Se les tienta a los hombres a explotar a sus esposas, teniendo ellos la razón o no, pero especialmente cuando no la tienen. En realidad, algunos hombres están tan dominados por su naturaleza competitiva que no pueden oír a Pedro cuando dice que las mujeres son más débiles en algún sentido, sin pensar que de alguna manera han “vencido.” Pero ¿cuál es mejor: una almádana de cinco libras o una taza de porcelana? Entre las dos, ¿cuál ganaría una competición?
Los hombres naturalmente respetan la fuerza, pero tienen dificultad de respetar la debilidad. Esto se observa hasta en un campo de juegos. Dos muchachitos empiezan a pelear, uno atropella al otro, y por el resto del día son muy amigos. El uno respeta la fuerza del otro, mientras el más fuerte respeta la lucha que libró el otro.
Para que los hombres respeten la debilidad, tienen que reconocerla como su propia debilidad. La esposa es juntamente con su marido coheredera de una herencia mutua; y su debilidad es también la debilidad de él. Ella no es su adversaria. La debilidad se halla en el equipo de él; se halla en la familia de él. Hace tiempo yo hablaba con un hombre que parecía grandemente satisfecho en como sus niños le obedecían a él, por contraste a como le desobedecían a su esposa. Se placentaba de que cuando él les decía alguna cosa, los niños le obedecían, pero cuando su esposa les daba mando semejante, la negaban. El actuaba como si estuviera en una “carrera pedestre de la disciplina” contra su esposa, y pensaba que estaba ganando.
Pero la realidad de que los niños hacían caso omiso de su madre, demostraba que había deficiencia en la disciplina de él. El problema de ella era el problema de él. El marido tiene la responsabilidad de asegurar que cuando los niños aun piensan faltarle respeto a su madre, vean surgiendo detrás de ella la sombra de su padre. La debilidad de ella debe ser reconocida como la de él, para que su fuerza pueda llegar a ser la de ella. La debilidad de ella es su fuerza, y puede llegar a ser la fuerza de él también. La fuerza de él es su debilidad, pero si se vence, llega a ser la fuerza de ella.
Nivelando los Dos Lados
Toda cultura humana es jerárquica. No todos son iguales de talento, cerebro, belleza, inteligencia, o educación. La Biblia no exige la sumisión de las mujeres a los hombres, sino la de una mujer a un marido. La sumisión de una mujer a un hombre, mucho menos de hacerla sumisa a otros hombres, la protege de obligaciones a otros hombres. Esto la provee con una cubierta de protección (es decir, su marido) de otros hombres. Ella ha de ser sumisa a su propio marido, y la Biblia nos enseña claramente que nadie puede servir a dos amos.
Decir que el marido debe ser jefe de su esposa no quiere decir que todos los hombres son capaces de ser jefe espiritual, proveedor, consolador, y protector a cualquier y cada mujer. Algunos argumentan que la doctrina cristiana de la sumisión requiere la creencia que cualquier hombre puede dirigir a cualquier mujer. Mucho más que falso, eso es ridículo.
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