Kitabı oku: «Más allá de los cinco puntos», sayfa 4
Es lo mismo para aplicación del cuarto mandamiento. Adoramos cuando lo hacemos a la luz de la venida y la resurrección de Cristo (Hebreos 4:9-10; Apocalipsis 1:1053), pero el guardar el día de reposo continúa siendo nuestro privilegio (Hebreos 4:9). Sin embargo, no nos reunimos el séptimo día de la semana, recordando la creación original y la redención en Egipto. Estos simbolizaban una mayor creación y una mayor redención que estaban por venir. Tampoco esperamos la primera venida de Cristo debido a que esta ya sucedió. Así como la base histórica para la aplicación del cuarto mandamientos bajo el Antiguo Pacto era bipartita, la creación (Éxodo 20:8-11) y la redención (Deuteronomio 5:12-15), también la base histórica para la aplicación del cuarto mandamiento bajo el Nuevo Pacto es bipartita, la resurrección es a la vez la inauguración oficial de una nueva creación y la garantía de nuestra redención.
Un caso similar puede establecerse con el quinto mandamiento en dos niveles. Debemos obedecer el quinto mandamiento independientemente de nuestra edad. Sin embargo, honrar a los padres cuando tienes dos años se ve muy diferente a hacerlo cuando tienes 50 años. Además, en Efesios 6:2-3, Pablo hace referencia al quinto mandamiento, aplicándolo a los hijos en Asia Menor en el siglo I. Sin embargo, en la primera revelación que tenemos en la Biblia, obedecer el quinto mandamiento prometía una vida más larga en la Tierra Prometida (Éxodo 20:12, “para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu dios te da”). La aplicación puede cambiar debido a varios factores, como la inauguración del Nuevo Pacto mediante el sufrimiento y la gloria de Cristo, sin cancelar la esencia del mandamiento.
Así como la aplicación del segundo mandamiento se ve diferente bajo el Nuevo Pacto debido a los sufrimientos y a la gloria de Cristo (es decir, los elementos de la adoración pública han cambiado), así también la aplicación del cuarto mandamiento (es decir, el día para adorar públicamente ha cambiado). La aplicación del cuarto mandamiento toma forma con base en las realidades históricas y redentoras relacionadas con la muerte y resurrección de Cristo. El día de reposo cristiano no recuerda la creación original o la redención de la esclavitud en Egipto, y tampoco espera la primera venida de Cristo. Recuerda la inauguración del Nuevo Pacto (es decir, la nueva creación y una redención mucho mejor) y es una anticipación de Su segunda venida y el descanso eterno (que había sido simbolizado primero mediante el descanso de Dios después de la creación)54 que tendrá cumplimiento escatológico en ese momento y por la eternidad. El día del Señor, o el día de reposo cristiano, es un símbolo de una mejor creación y una mejor redención que gozamos en parte ahora, pero que gozaremos plenamente en su consumación.
II. Conclusiones prácticas
Este capítulo ha sido dedicado al lugar que los Diez Mandamientos tienen en la vida de los cristianos. Examinamos las declaraciones de la Confesión y después examinamos la Escritura misma para el veredicto final. Mostramos que las declaraciones de la Confesión están, sin duda, basadas en la Escritura y reflejan su enseñanza general. Debemos estar de acuerdo con la Confesión porque sintetiza lo que Dios ya ha dicho claramente en Su Palabra. Los Diez Mandamientos funcionan en al menos tres maneras en la Biblia; como la ley básica y fundamental del Antiguo Pacto, como la ley básica y fundamental del Nuevo Pacto, y como la ley básica y fundamental para todos los hombres—la ley moral. Lo que enseña la Escritura, la Confesión lo sintetiza. Los Diez Mandamientos comenzaron a ser válidos en la vida del hombre desde el jardín del Edén. Después fueron escritos por Dios en tablas de piedra y funcionaron como el centro de la ley de Dios para el Israel del Antiguo Pacto y como la forma especialmente revelada de la ley escrita en el corazón de los hombres. Finalmente, los Diez Mandamientos son escritos en los corazones de todos los cristianos del Nuevo Pacto. Los Diez Mandamientos trascienden pactos porque son básicos y fundamentales. Vale la pena leer las palabras de Dumbrell:
Los eruditos bíblicos generalmente admiten el carácter distintivo de los Diez Mandamientos… Obligatorios por naturaleza y prácticamente sin penas definidas, el Decálogo trasciende todos los marcos sociales. Aunque fue especificado primero a Israel mediante el pacto, el Decálogo es la exigencia universal de Dios a toda la sociedad humana.55
Parece que las diez palabras establecidas en el Sinaí simplemente plasmaron la voluntad divina para la humanidad. La mayor parte de su contenido se encuentra directamente o por implicación en el material precedente de Génesis y Éxodo.56
Finalmente, meditemos en tres consideraciones prácticas.
a. La ley básica del Antiguo y el Nuevo Pacto es la misma y tiene su origen en Dios, que la escribió primero en los corazones de nuestros primeros padres (Romanos 2:14-15).
La Confesión dice:
Después que Dios hubo creado todas las demás criaturas, creó al hombre, varón y hembra, con almas racionales e inmortales, haciéndolos aptos para la vida con Dios para la cual fueron creados; siendo hechos a imagen de Dios, en conocimiento, justicia y santidad de la verdad; teniendo la ley de Dios escrita en sus corazones, y el poder para cumplirla y, sin embargo, con la posibilidad de transgredirla, por haber sido dejados a la libertad de su propia voluntad, que era mutable (2ª CFL 4:2).
Tristemente, su voluntad cambió. Ellos pecaron. Sin embargo, Dios envió a Su Hijo a salvar a pecadores. Uno de los efectos de la gracia de Dios trabajando en el alma es el renovar Su imagen en nosotros, siendo re-creados en justicia y santidad de la verdad (Efesios 4:24; Colosenses 3:10) y teniendo la ley re-escrita en nuestros corazones (Jeremías 31:33; 2 Corintios 3:3). Así como en la primera creación Dios escribió Su ley en el corazón de los primeros seres portadores de Su imagen, también en la obra de re-creación hace lo mismo. La ley interna que Adán violó es la que Cristo obedeció perfectamente por nosotros y es la misma ley que escribe en el corazón de todos los que vino a salvar.
b. La ley en la vida del creyente es una guía, no una fuerza.
La fuerza, el poder para obedecer a Dios por amor, no proviene de la ley, sino del Espíritu Santo. La ley no tiene capacidad para empoderar o impulsar. Es una guía sin alas. En la promesa del Nuevo Pacto, en Ezequiel, Dios dijo: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros Mi Espíritu, y haré que andéis en Mis estatutos, y guardéis Mis preceptos, y los pongáis por obra” (Ezequiel 36:26-27). La ley es como las vías del tren. Pueden guiar, pero no pueden impulsar. El poder no proviene de las vías, sino del motor del tren. El poder para obedecer la ley de Dios es un regalo, una de las provisiones de gracia del Nuevo Pacto para todos los que participan en él.
c. La ley es un medio para expresar nuestro
amor (Mateo 22:36-40; Romanos 13:8-10).
Los creyentes en Cristo pasan de la culpabilidad a la gloria, de la condenación a la consumación, de pecadores perdidos a hijos e hijas amados —y todo esto debido a lo que Cristo ha hecho por ellos. El Catecismo de Heidelberg, en la pregunta 1, cuestiona: ¿Cuál es tu único consuelo tanto en la vida como en la muerte? Esta es la respuesta:
Que yo, con cuerpo y alma, tanto en la vida como en la muerte (a), no me pertenezco a mí mismo (b), sino a mi fiel Salvador Jesucristo (c), que me libró del poder del diablo (d), satisfaciendo enteramente con preciosa sangre por todos mis pecados (e), y me guarda de tal manera (f) que sin la voluntad de mi Padre celestial ni un solo cabello de mi cabeza puede caer (g); antes es necesario que todas las cosas sirvan para mi salvación (h). Por eso también me asegura, por su Espíritu Santo, la vida eterna (i) y me hace pronto y aparejado para vivir en adelante según su santa voluntad.
Que este estudio pueda ayudarnos a apreciar adecuadamente los Diez Mandamientos en la vida del creyente.
CAPÍTULO DOSEl principio regulador
Dr. Sam Waldron
Introducción
Decir que el principio regulador ha sido objeto de mucha discusión en años recientes sería quedarse corto. Muchas personas dentro del resurgimiento de la Reforma han adoptado (como es su deber) el principio regulador como parte de la tradición reformada y puritana a la que ellos están regresando conscientemente.57 Otras personas dentro de la tradición reformada han dado marcha atrás en cuanto a este principio y se han distanciado de él.58Incluso otros han (en mi opinión) abrazado la frase, pero la han reinterpretado tanto que llega a tener un sentido muy diferente del que tenía en la tradición.59 Mi propia respuesta al principio regulador es que este constituye una característica importante e incluso básica de la tradición reformada y de la enseñanza bíblica. Sin embargo, creo que el principio regulador necesita ser esclarecido, y pienso que esto debe ser a la luz de lo que la tradición misma sugiere. Voy a procurar tanto exponer como clarificar el principio regulador por medio de los siguientes encabezados en este capítulo:
Sección 1: Significado histórico
Sección 2: Marco eclesiástico
Sección 3: Apoyo bíblico
Sección 4: Función multifacética
Sección 5: Las limitaciones necesarias
Sección 6: Las objeciones contemporáneas
Sección 1: Significado histórico
Existen ciertas palabras y frases teológicas que adquieren un significado tan claro y definido en la historia de la teología a tal punto que declarar que uno se adhiere a ellas es equiparable a ratificar su significado en dicha historia. Usar estas palabras y frases sin adherirse a su significado histórico sería simplemente confundirnos a nosotros mismos y a otros en cuanto a nuestras verdaderas convicciones teológicas. Por ejemplo, proclamar la Trinidad, pero adherirse a posturas que tienen más en común con el modalismo histórico que con el trinitarianismo (como lo hacen algunos modalistas contemporáneos) es engañarnos a nosotros mismos y confundir a otros.60 Así mismo, afirmar la sola fide, pero tener ideas que son paralelas a las de Roma (como lo hacen algunos evangélicos modernos y los adeptos a la nueva perspectiva de Pablo) es francamente engañoso.61 De igual manera, abogar por el principio regulador de la adoración, pero sostener puntos de vista que se parecen más al principio normativo que apoyan aquellos que están en contra del principio regulador, simplemente es inducir a error.
El contexto para los debates sobre el principio regulador entre los protestantes debe, por supuesto, encontrarse en los debates sobre la sola scriptura que salió a la luz durante el tiempo de la Reforma. El conflicto entre los dos puntos de vista que durante la Reforma llegaron a ser característicos del Romanismo y del Protestantismo respectivamente se había estado cristalizando en los siglos previos a la Reforma en la teología medieval.62 Cuando las iglesias reformadas afirmaron la sola scriptura, fue necesario preguntar si únicamente las Escrituras eran suficientes para regular la adoración de la iglesia o si, por otro lado, la tradición podría tener un lugar en la organización del gobierno y la adoración de la iglesia. Esta pregunta provocó dos respuestas por parte de las iglesias de la Reforma. Algunas básicamente no otorgaron ninguna parte a la tradición en ese proceso constructivo. Esta postura llegó a ser conocida como el principio regulador. Otras consideraron que la tradición tenía un papel que jugar en la construcción de la adoración y el gobierno de la iglesia. Esto se llegó a conocer como el principio normativo.
La distinción entre estos dos principios para la regulación de la adoración surgió primero, en ese entonces, en las controversias entre las iglesias reformadas y luteranas de Europa. La “Reforma Conservadora” de Lutero adoptó la política de preservar la adoración del catolicismo medieval excepto en aquello que contradijera la Escritura. Calvino, por otro lado, adoptó el principio que decía que los elementos de la adoración debían tener una autorización dentro de la Escritura, en un lenguaje que se parece al que los puritanos usaron más tarde para enunciar el principio regulador.
Algunos han argumentado que los puntos de vista de Calvino eran diferentes a los de los puritanos. Por tanto, existe algo de debate sobre Calvino y su relación con el principio regulador de la adoración.63Aunque es verdad que uno puede señalar diferencias de aplicación entre Calvino y los puritanos ingleses, en mi mente no tengo casi ninguna duda de que Calvino enunció claramente lo que llegó a ser conocido como el principio regulador de la adoración. Las citas de Calvino que apoyan esto pueden ser y han sido dadas de manera extensa,64 pero quizás la cita más clara y clásica es la cita de su trabajo titulado La necesidad de reformar la iglesia:
Además, la regla que distingue entre una adoración pura y una adoración corrupta es de aplicación universal, a fin de que no adoptemos ningún artificio o invención que nos parezca apropiado a nosotros, sino que atendamos a los mandatos de Aquel que es el único con el derecho de prescribir. Por lo tanto, si queremos que Él apruebe nuestra adoración, esta regla, que Él impone por todas partes con la máxima seriedad, debe guardarse con gran diligencia. Porque hay dos razones por las que el Señor—al condenar y prohibir toda adoración falsa—requiere que nosotros obedezcamos a Su propia voz solamente. Primero, esto establece en gran manera Su autoridad para que no sigamos nuestro propio gusto, sino que dependamos enteramente de Su soberanía; y, en segundo lugar, tal es nuestra necedad, que cuando se nos deja en libertad, todo lo que podemos hacer es extraviarnos. Y luego, una vez que nos hemos apartado del sendero correcto, no hay fin a nuestros desvaríos y enredos, hasta que nos hallamos sepultados bajo una multitud de supersticiones. Por lo tanto, el Señor de una manera justa para afirmar Su derecho total de dominio, impone estrictamente lo que Él quiere que hagamos, y rechaza inmediatamente todo artificio o invención humana que están en desacuerdo con Su mandato. También, de una manera justa, Él, en términos claros, define nuestros límites para que —al fabricar maneras perversas de adoración—no provoquemos Su ira contra nosotros. Sé cuán difícil es persuadir al mundo de que Dios desaprueba toda manera de adoración que Él no ha establecido explícitamente en Su Palabra. Antes bien, la posición contraria a la que se apegan —que está arraigada, por así decirlo, a sus mismos huesos y médula— es que cualquier cosa que ellos hacen tiene en sí misma suficiente aprobación, siempre y cuando exhiba algún tipo de celo a favor del honor de Dios. Pero como Dios no solo considera como inútil, sino que también abomina abiertamente cualquier cosa que se hace por un celo a Su adoración si está en desacuerdo con Su mandato, ¿qué ganamos haciendo lo contrario? Las palabras de Dios son claras y manifiestas, «el obedecer es mejor que los sacrificios», «Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres» (1 Samuel 15:22; Mateo 15:9). Cada añadidura a Su Palabra, especialmente en este asunto, es una mentira. Un simple «culto voluntario» (ethelothrskeia) (Colosenses 2:18) es vanidad. Tal es la decisión que el Juez Divino ha pronunciado, y una vez que lo ha determinado, ya no queda lugar para debatir...65
Este principio enunciado por Calvino y los reformadores en contra de Lutero y los católicos romanos fue el centro de atención durante los debates entre puritanos y anglicanos en la Inglaterra de finales del siglo XVI y el siglo XVII. Recibió su expresión clásica y definitiva en las confesiones reformadas formuladas en la Gran Bretaña del siglo XVII. Se expresa con lenguaje idéntico en el capítulo 21, párrafo 1 de la Confesión de Westminster y en el capítulo 22, párrafo 1 en la Confesión Bautista de Londres de 1689.
La luz de la naturaleza muestra que hay un Dios que tiene señorío y soberanía sobre todo; es bueno y hace bien a todos; y que, por tanto, debe ser temido, amado, alabado, invocado, creído y servido con toda el alma, con todo el corazón y con todas las fuerzas. Pero el modo aceptable de adorar al verdadero Dios es instituido por Él mismo, y está tan limitado por su propia voluntad revelada, que no se debe adorar a Dios conforme a las imaginaciones e invenciones de los hombres o a las sugerencias de Satanás, bajo ninguna representación visible o en ningún otro modo no prescrito en las Santas Escrituras.
Esta declaración puritana podría ser comprendida de mejor manera al contrastarla con la declaración de la Iglesia de Inglaterra que se encuentra en los 39 artículos. El vigésimo artículo de los 39 artículos de la Iglesia de Inglaterra dice: “La Iglesia tiene poder para decretar los ritos o ceremonias, así como autoridad en las controversias de la fe. Y sin embargo no es legítimo que la Iglesia ordene cualquier cosa contraria a la Palabra escrita de Dios”.66
G. I. Williamson de manera útil y reconocida expone el principio puritano demostrado en la Confesión: “Lo que se ha mandado es correcto, y lo que no se ha mandado es incorrecto”.67James Bannerman provee este útil contraste entre la doctrina puritana en este asunto (contenida en nuestra Confesión) y la doctrina anglicana.
En el caso de la Iglesia de Inglaterra, su doctrina con respecto al poder de la Iglesia en la adoración a Dios es que esta tiene el derecho a ordenar todo, excepto lo que sea prohibido por la Palabra de Dios. En el caso de nuestra propia Iglesia, su doctrina con respecto al poder de la Iglesia en la adoración a Dios es que esta no tiene el derecho a ordenar nada, excepto aquello que expresa o implícitamente sea impuesto por la Palabra de Dios.68
G. I. Williamson ilustra de manera útil la diferencia entre la interpretación anglicana y la puritana del principio regulador con el siguiente diagrama.69
La diferencia entre puritanos y anglicanos puede explicarse de manera ilustrativa mediante dos constructores intentando construir el templo de Dios. El señor Anglicano debe usar los materiales de la Palabra de Dios, pero no cuenta con un plano y puede utilizar otros materiales. El señor Puritano debe utilizar únicamente materiales de la Palabra de Dios y cuenta con un plano. No se necesita gran genialidad para darse cuenta de que una vez terminados los dos edificios serán drásticamente diferentes ni para distinguir cuál será más agradable a Dios.70
Sección 2: Marco eclesiástico
Introducción
Al hablar del marco eclesiástico del principio regulador, estoy tratando uno de los asuntos dentro de la tradición reformada con respecto al principio regulador que pienso que necesita ser aclarado. Pienso que la siguiente aclaración ayudará a los partidarios del principio regulador para defenderlo y aplicarlo mejor. Al mismo tiempo, esta expondrá los problemas con respecto a una afirmación moderna del principio regulador que es bastante controversial.
El nombre común dado al principio que estamos examinando es “el principio regulador de la adoración”. Me propongo aclarar este principio llamándolo el principio regulador de la iglesia. Dentro de las discusiones históricas sobre el principio regulador se encuentra implícita una distinción entre adoración y el resto de la vida. Esta distinción es expresada profundamente en la descripción del principio hecha por Williamson que se ha citado anteriormente: “Lo que se ha mandado es correcto, y lo que no se ha mandado es incorrecto”. Si esta es una descripción apropiada para el principio regulador, y pienso que lo es, esta subraya la idea de que Dios regula Su adoración de una manera diferente a la manera en que Él regula el resto de la vida. En las otras cosas de la vida, Dios proporciona a través de Su Palabra preceptos y principios generales, y permite que las personas ordenen sus vidas como mejor les parezca siempre y cuando respeten los límites que Él señala. Él no les da pautas minuciosas sobre cómo construir sus viviendas o desarrollar sus vocaciones seculares. En contraste, el principio regulador limita la iniciativa y la libertad humanas en asuntos propios de la iglesia, de una forma que no es típica de otras áreas de la vida. El principio habla de cierta parte de la vida llamada adoración que está regulada de manera más restrictiva y definida que el resto de la vida.
La Confesión de Fe de Westminster en su capítulo 20 y párrafo 2 aporta más evidencia para llegar a la opinión de que el principio regulador está restringido a algo más limitado que todas las cosas de la vida. Observa la parte del párrafo que he puesto en cursiva y negrilla a continuación:
Solo Dios es el Señor de la conciencia, y la ha dejado libre de los mandamientos y doctrinas de hombres que sean en alguna forma contrarios a su Palabra, o estén al margen de ella en asuntos de fe o de adoración. Así que creer tales doctrinas u obedecer tales mandamientos por causa de la conciencia, es traicionar la verdadera libertad de conciencia; y el requerir una fe implícita y una obediencia ciega y absoluta, es destruir la libertad de conciencia y también la razón.71
De acuerdo con esta declaración, sola scriptura tiene una aplicación distinta sobre los asuntos de fe y adoración de la que tiene sobre el resto de la vida. En el resto de la vida significa que somos libres de los mandamientos de los hombres que son contrarios a la Palabra. En asuntos de fe y adoración significa que somos libres de los mandamientos de los hombres que están al margen de la Palabra. Esta parte de la vida es diferente.
Sin embargo, voy a argumentar que existe una manera mejor y más exacta para describir el aspecto de la vida gobernado por el principio regulador que llamarlo “adoración”. Esta descripción sobre la manera correcta de aplicar el principio es muy vaga para ciertas cosas, muy amplia para otras cosas, y paradójicamente es una descripción demasiado restrictiva de su aplicación adecuada. El alcance o aplicación adecuados del principio regulador podría aclararse si hacemos la pregunta directa: “¿Cuál es la distinción que genera una regulación especial, más restrictiva y más definida en cuanto al aspecto de la vida que se está debatiendo?” La respuesta a esta pregunta está sugerida en un atributo asignado a la iglesia en el Credo Niceno. Creemos en una iglesia santa, católica y apostólica. La iglesia es santa de una manera en que el resto de la vida no lo es. Tiene una relación particular con Dios que incluso otras instituciones divinas como la familia y el estado no tienen. Es la santidad especial de la iglesia lo que genera y requiere la regulación especial de la iglesia expresada en lo que se ha denominado el principio regulador de la adoración.
Creo que esta distinción se presume en muchos usos tradicionales del principio regulador de la adoración. Incluso se sugiere, en mi opinión, por la Confesión misma. Como explicaré a continuación, es comúnmente reconocido que un suplemento y una aclaración importante del principio regulador se encuentra en la discusión de la Confesión sobre la suficiencia de la Escritura en la segunda mitad del capítulo 1 y párrafo 6. Aquí está lo que tanto la Confesión de Westminster como la Confesión de 1689 declaran en ese punto:
... hay algunas circunstancias tocantes a la adoración de Dios y al gobierno de la iglesia, comunes a las acciones y sociedades humanas, que han de determinarse conforme a la luz de la naturaleza y de la prudencia cristiana, pero guardando siempre las reglas generales de la Palabra de Dios que han de observarse siempre.
En este enunciado de aclaración con respecto a las circunstancias de la adoración de Dios, debe observarse que el gobierno de la iglesia también es mencionado y de manera inmediata. Por tanto, hay presente una sugerencia de que el gobierno de la iglesia, así como la adoración de Dios, debe ser gobernado por el principio regulador excepto con respecto a “algunas circunstancias”. También este enunciado del 1:6 deja claro que la adoración que se tiene en mente aquí dentro de este enunciado calificativo con respecto al principio regulador es la adoración colectiva de la iglesia (al menos, primordialmente). Lo cual provee, creo, cierta justificación para la aclaración que estoy sugiriendo. John Frame, sin embargo, rechaza completamente tanto la restricción del principio regulador a la adoración congregacional como a la iglesia. Pero él mismo da testimonio de la conveniencia histórica de dicha restricción. Él señala:
En la tradición Presbiteriana, el principio regulador ha sido típicamente debatido en el contexto del “poder eclesiástico”... Para ellos el tema del principio regulador se trataba de un tema de poder de iglesia: ¿qué es lo que la iglesia podía demandar que hicieran los adoradores? Y la respuesta puritana-presbiteriana era, muy acertadamente, únicamente lo que la Escritura ordena... Esta posición sobre el poder eclesiástico, sin embargo, llevó a algunos teólogos a distinguir drásticamente entre los cultos de adoración que son “formales” u “oficiales” (es decir, autorizados por el gobierno de la iglesia), y otras reuniones en donde se lleva a cabo adoración, tales como devocionales familiares, cantar himnos en las casas, etc., las cuales no son sancionadas de manera oficial. Hay quienes sostienen que el principio regulador tenía su aplicación adecuada solo dentro de los cultos formales u oficiales, y no en otras formas de adoración. Pero esta distinción claramente no es escritural... Desde el punto de vista puritano, el principio regulador se refiere principalmente a la adoración oficialmente sancionada por la iglesia... Por lo tanto, yo rechazo la limitación del principio regulador a los cultos de adoración oficiales. En mi opinión, el principio regulador en la Escritura no se trata de poder eclesiástico ni de cultos de adoración autorizados oficialmente.72
De hecho, como he mencionado antes, las posturas anglicanas en contra de las cuales los puritanos impulsaron el principio regulador sostenían que el gobierno eclesiástico, tanto como la adoración eclesiástica, podía suplementarse por medio de tradiciones humanas. Esta verdad nos da un contexto para el debate sobre el principio regulador que nos conduce necesariamente a incluir el gobierno de la iglesia bajo el principio regulador.
Es verdad que en la Confesión de Westminster (capítulo 21) y la Confesión de 1689 (capítulo 22) párrafo 6 parecen insinuar que el principio regulador tiene aplicación en otras áreas de adoración además de la adoración congregacional en la iglesia. Observa las cursivas en negrilla en la siguiente cita:
... Ni la oración ni ninguna otra parte de la adoración religiosa están limitadas a un lugar, ni son más aceptables por el lugar en que se realizan, o hacia el cual se dirigen; sino que Dios ha de ser adorado en todas partes en espíritu y en verdad; tanto en lo privado en las familias diariamente, y en secreto cada uno por sí mismo; así como de una manera más solemne en las reuniones públicas, las cuales no han de descuidarse ni abandonarse voluntariamente o por negligencia, cuando Dios por su Palabra y providencia nos llama a ellas.
Varias cosas deberían advertirnos de no caer en la suposición simplista de que este párrafo aplica el principio regulador de igual manera a la familia y a la adoración en secreto. Primero, se debe tener en cuenta el hecho de que varios párrafos intervienen entre este párrafo y la declaración del principio regulador que se encuentra en el párrafo uno de este capítulo. Segundo, se debe considerar seriamente el hecho adicional de que los párrafos intermedios parecen hablar claramente sobre la adoración pública. Tercero, el enfoque del enunciado de aclaración en 1:6 sobre la adoración de la iglesia debería advertirnos sobre concluir demasiado deprisa que los puritanos pretendían que el principio regulador de la adoración se aplicara de igual manera a la adoración doméstica y a la personal. Finalmente, aun suponiendo que este fuera el caso, yo creo que esto debe ser visto como un punto oscuro en su declaración que puede ser disipado por medio de una aclaración sin que esto afecte sustancialmente sus posturas.
A mi parecer una de las más grandes piedras de tropiezo intelectual que impide al hombre abrazar el principio regulador es que conlleva la idea de que la iglesia y su adoración se ordenan y se regulan de manera distinta al resto de la vida. En las demás cosas de la vida Dios da a los seres humanos los grandes preceptos y principios generales de Su Palabra y dentro de los límites de estas directrices les permite ordenar sus vidas como les parezca mejor. Él no les da el mismo tipo de instrucciones detalladas al grado de decirles cómo deben construir sus casas o cómo desarrollar sus vocaciones seculares, como afirmamos que lo hace con respecto a la iglesia.
El principio regulador, por otra parte, implica una limitación de la iniciativa y libertad humanas que no es característica del resto de la vida. Este claramente asume que existe una distinción entre la manera en que se debe organizar la iglesia y la adoración y la manera en que se debe organizar el resto de la sociedad y conducta humanas. Por lo tanto, el principio regulador es susceptible de ser percibido por el hombre como opresivo, peculiar y, por consiguiente, sospechosamente en desacuerdo con la forma en que Dios trata con la humanidad en las otras cosas de la vida. La distinción entre la iglesia y el resto de la vida que estoy sugiriendo significa que sola scriptura tiene una aplicación diferente a la iglesia, de la que tiene para el resto de la vida.73
Esta particularidad del principio regulador hace que sea absolutamente necesario comenzar nuestro estudio de sus fundamentos bíblicos examinando su marco eclesiástico. En otras palabras, debemos comenzar declarando y mostrando claramente que existe una realidad única con respecto a la iglesia y su adoración que demanda que sean especialmente organizadas de la manera en que lo prevé el principio regulador. Esa singular realidad eclesiástica es que la iglesia es el lugar de la presencia especial de Dios y es, por tanto, la casa o templo de Dios, y como tal es santa de una manera muy particular en que el resto de la vida no lo es. Una vez que comprendamos la singular cercanía de la iglesia con Dios, y la santidad especial de la iglesia en comparación con el resto de la sociedad humana, no nos sorprenderá el hecho de que esté especialmente regulada por Dios. Por el contrario, nos parecerá sumamente apropiado que la iglesia como la propia casa de Dios deba estar regulada por las instrucciones directas de Dios. Nos parecerá totalmente adecuado que la iglesia como templo santo de Dios deba estar sujeta a una regulación especial y detallada por Su Palabra.
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