Kitabı oku: «El orgullo de una Campbell», sayfa 3

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Arthur volvió a la habitación de Brenna para comprobar que todo estuviera en orden. No había dejado de sonreír desde que se despidió de la locuaz Amy. ¡Diablo de muchacha! Pensó sacudiendo la cabeza y llamar a la puerta con suavidad para no molestar. Audrey, abrió con una sonrisa.

—Pase doctor.

—Gracias. ¿Cómo se encuentra? —preguntó dirigiéndose a Brenna, que lo miraba confusa cuando él se acercó para poner la palma de su mano sobre la frente de ella—. Veo que no tiene excesivo calor.

Ella entrecerró los ojos como si intentara ubicar el rostro de aquel hombre. Hasta que recordó que era el doctor que había atendido el nacimiento de su pequeña.

—Cansada y dolorida.

—Es normal. Acabáis de dar a luz a una pequeña preciosa.

—Gracias por vuestra ayuda.

—Solo hago mi trabajo de médico. Quiero que descanséis y que durmáis toda la noche.

—Si la pequeña Mary me deja —le confesó con una media sonrisa.

—Cierto, ahora es cuestión de comer y dormir para ella. Yo me quedaré esta noche en el castillo a petición de vuestro esposo y de vuestra hermana, la cual ha insistido en ello —sonrió al pensar en ella una vez más.

—Es de agradecer, señor —comentó Audrey fijándose con atención en el gesto de él cuando se refirió a la hermana pequeña de su señora.

—¿Amy os ha pedido que os quedéis? —le preguntó Brenna mirándolo con el ceño fruncido sin entender nada.

—Sí. Veamos a la pequeña. Le ha dado de mamar, ¿verdad? —preguntó centrando su atención en la criatura, que dormía de manera plácida en su cuna.

—Sí. No veáis el hambre que tenía —comentó Brenna con una ligera sonrisa.

—Vos también deberías tomar algún caldo. Os vendrá bien para iros reponiendo —luego miró a Audrey—. ¿Podríais encargaros de ello?

—Sin duda que lo haré. Pediré en la cocina que lo preparen.

—Gracias. Por lo demás, mantened la habitación caldeada, para que ni la niña ni vos cojáis frío. Veo que os habéis cambiado de camisón.

—Estaba empapado en sudor por los esfuerzos —le comentó Audrey—. Le ayudé con ello.

—Perfecto. Si me necesitáis, mandadme llamar. Permaneceré aquí hasta mañana, si todo marcha bien.

—Gracias.

—No olvidéis darle un caldo —miró a Audrey para recordarlo.

—Ahora mismo.

Arthur salió de la habitación y resopló mientras descendía las escaleras hacia la planta baja donde volvió a ver a Amy. Esta levantó la mirada atraída por la curiosidad de saber quién bajaba, y él sonrió al verla preparándose para lo que tuviera que decirle.

Cuando ella lo vio sonreír se quedó al pie de las escaleras, contemplándolo bajarla con la mirada entornada con cautela.

—¿Por qué os quedáis mirándome y sonreís? —le preguntó con un toque de advertencia, que no pasó desapercibido para él.

—Oh, ha sido más bien una especie de acto reflejo cuando os he visto.

—¿Por verme? ¿Qué queréis decir? —Amy cruzó los brazos sobre su pecho y arqueó una ceja con suspicacia. No iba a ceder ni un ápice. Se había disculpado, pero ello no significaba que fuera a permitirle reírse de ella.

—Me preguntaba con qué clase de comentario ibais a sorprenderme esta vez.

Arthur se quedó contemplándola desde el primer peldaño de la escalera, lo que le obligaba a bajar su vista hacia su rostro. Volvió a detenerse en el color claro de sus ojos, que parecían ganar luminosidad a cada segundo que los contemplaba. Su tez pálida contrastaba de manera notoria con su cabello negro como la noche. Lo llevaba recogido de una manera improvisada, dejando varios mechones libres cayendo a ambos lados de su rostro.

—¿En serio? ¿Y qué esperabais que os dijera? —Lo recorrió de pies a cabeza con su mirada y un toque irónico en su voz.

—No lo sé. Porque después de nuestros dos encuentros, no sé qué esperar de vos.

—Oh, bueno. Ya os pedí disculpas…

—E insististeis en que permaneciera en Cawdor esta noche.

—Para velar por la salud de mi hermana y mi sobrina —le reiteró encarándose con él sin perderle la mirada. No estaba dispuesta a dar un paso atrás. Era una Campbell. Y eso era decirlo todo en aquellas tierras del norte. Pero todo se complicó cuando él descendió el último peldaño de la escalera y a punto estuvo de trastabillarse con ella por querer mantener su posición.

Arthur reaccionó de manera rápida al verla retroceder sin mirar atrás, sujetándola antes de que pudiera caerse.

Amy experimentó como su pulso parecía ganar velocidad. Abrió los ojos como platos y dejó escapar un chillido por entre sus labios. No sabía si el vuelco en su pecho se debió a que estuvo a un paso de caerse o a la proximidad de él cuando se inclinó sobre su rostro de manera casual. Amy frunció el ceño y entornó su mirada con precaución.

Audrey fue testigo de la escena desde lo alto de la escalera. Y en vez de bajar esta decidió quedarse observando a ver qué sucedía con la joven Campbell y el doctor.

—Disculpad, no pensé que…

—¡Casi os abalanzáis sobre mí! —le espetó ella con el rostro encendido por el sofoco que le había provocado la cercanía de él—. ¿En qué diablos estabais pensando?

—No era mi intención. No pensé que fuerais a quedaros ahí cuando visteis que yo bajaba. De todas maneras, os pido disculpas si os asusté.

—¿Qué demonios pretendíais? ¿Asustarme? ¿A una Campbell? —entrecerró los ojos como si lo fulminara con su mirada mientras su rostro se encendía y su cabello se liberaba por completo de su recogido. Cruzó sus brazos sobre su pecho como si de una barrera se tratara. De ese modo, no se atrevería a acercarse, se dijo ella segura de sí misma.

Arthur boqueó sintiendo la boca seca al ver aquella imagen ante él. Aquel genio; no mejor, aquella furia de los Campbell en todo su esplendor. Por un instante se sintió confundido por la belleza sin igual que tenía el privilegio de contemplar. Si en un primer momento ella le había llamado la atención por su labia, en ese momento no le cabía la certeza de que era una muchacha muy atractiva.

—Solo quería ponerme a vuestra misma altura.

—¿A mi altura? Pero, ¿de qué…?

—Oh, vamos. Estaba en una situación ventajosa subido en el peldaño de la escalera. Solo pretendía que los dos estuviéramos… Me sentía incómodo por vos.

Ella elevó las cejas sorprendida por ese comentario.

—¿Por mí?

—Estabais ahí de pie, mirándome con el mentón alzado. No me hace gracia que me miren de esa forma.

—Oh, de manera que al doctor no le gusta que le miren con el mentón elevado —comentó con ironía y una mueca cínica. Pero no esperaba lo que iba a suceder a continuación—. Oohhhh, pero ¿qué…?

En un gesto inesperado por ella, Arthur la cogió por la cintura entre pequeños chillidos y exclamaciones por parte de ella y la depositó en el peldaño de la escalera. Sonrió satisfecho cuando su mirada quedó a la misma altura que la de ella.

—Ahora sí.

—¿Por qué lo habéis hecho? ¿Y quién os dado permiso para ponerme una mano encima? Soy una Campbell —le refirió orgullosa de serlo en todo momento. Lo desafió no solo con la mirada, sino con el mentón elevado una vez más.

Arthur se fijó en ella con inusitada atención. El cabello le caía en ondas sobre los hombros y el rostro otorgándole un aspecto genuino y exquisito. No entendía por qué diablos se estaba fijando en ella de aquella forma. Pero debía admitir que durante los años que había permanecido en Francia, no había conocido a una muchacha tan impetuosa y locuaz como ella.

—Bueno, lo he hecho porque de este modo ambos estamos al mismo nivel para conversar. Y soy consciente de que me encuentro en la residencia y los dominios del clan Campbell. No hace falta que me recordéis a cada momento quién sois —le dijo con una sonrisa divertida cruzando sus brazos perdido en aquella mirada luminosa llena de rabia y desconcierto.

—Temo que sois incorregible. Estoy pensándome si he hecho bien en pedirle a Colin que os quedéis esta noche.

—Pero… fuisteis vos la que me lo pidió primero —le recordó observando como ella abría la boca para rebatirlo, sin duda, pero la cerró al comprender que no le estaba diciendo nada que no fuera real—. ¿Y qué me decís de vuestra hermana y vuestra sobrina? ¿No iréis a decirme que esta pequeña confusión os ha hecho cambiar de parecer? No estáis lastimada por mi ímpetu al bajar el escalón. De haberos hecho algo, no olvidéis que soy médico. No obstante, si no hubieseis estado tan cerca de mí…

—No intentéis confundirme —Amy esgrimió un dedo de manera amenazante ante el rostro de él. Pero al momento se sintió turbada por el hoyuelo, que se le formaba en las comisuras de los labios cuando sonreía—. Os habéis abalanzado sobre mí.

—Nada más lejos de la realidad —Arthur levantó la mirada por encima de ella cuando percibió la presencia de alguien en lo alto de las escaleras, y se apresuró a hacer una señal a Amy—. Creo que estamos entorpeciendo el paso.

Esta se volvió para encontrarse con Audrey y su gesto pícaro. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí? ¿Qué había visto y escuchado? No pudo evitar preguntarse cuando se apartó para dejarla pasar.

—Voy a la cocina a pedir que hagan caldo para Brenna, como me habéis pedido, doctor.

Los dos la dejaron pasar delante de ellos y antes de que Arthur le dijera nada, Amy se dirigió a esta.

—Espérame Audrey. Yo también iba a la cocina.

—¿Ibais? Pensaba que veníais de allí cuando os he visto deteneros al pie de la escalera y mirarme como si fuerais a preguntarme algo —le refirió Arthur de manera socarrona.

Amy apretó los labios y agarró su falda entre sus dedos para elevarla y bajar el escalón de la discordia entre ellos. Le sostuvo la mirada en todo momento a Arthur cuando pasó por delante de él. No pretendía si quiera mirarlo, pero su orgullo era más fuerte que su voluntad y no pudo evitar pararse y centrar su atención en él. Su cuerpo se rozó de manera involuntaria contra el de él antes de apartarse.

—Tened cuidado no tropecéis. Podríais lastimaros un tobillo —le recordó con sorna mientras no podía dejar de contemplar su belleza.

—No creo que eso suceda mientras no os mováis del sitio —sonrió convencida de que de nuevo ella volvía a ganar—. Ah, y antes de que se me olvide.

—Decidme —se quedó contemplándola con inusitado interés por lo que tuviera que añadir

—O recuerdo que no me habéis asustado antes cuando os vinisteis contra mí.

—Me alegra saberlo. Y no era mi intención.

—Hace falta mucho más para asustar a una Campbell —sonrió con ironía y picardía consciente de que volvía a quedar por encima de él. Pero al momento siguiente su sonrisa se transformó en un ligero aleteo en su pecho al mismo tiempo que el calor de minutos antes regresaba, si es que, en algún momento, mientras estuvo con Arthur, se había marchado.

Él sacudió la cabeza y resopló siguiéndola con su mirada. Lo tendría en cuenta para futuras situaciones porque estaba seguro de que estas se sucederían antes y después de abandonar Cawdor. Decidió que era un buen momento para salir del castillo y ver si Ferguson llegaba acompañando a Malcom. Deseaba que su amigo lo hiciera porque estaba convencido de que su compañía le haría más que bien para quitarse de la cabeza a la señorita Campbell.

Audrey no quitó ojo a la joven Amy desde el instante en que entró en la cocina. Esta pretendía pasar desapercibida para no tener que responder a incómodas preguntas. Por ese motivo se movía aquí y allá sin prestar atención a nada en particular. Estar allí era una excusa para no tener que permanecer más tiempo con el doctor, y sus mordaces comentarios.

—¿Te sucede algo, pequeña?

La voz de Audrey hizo que el tarro de especias que Amy tenía en su mano estuviera a punto de precipitarse al suelo.

—¿Qué te ha dicho el doctor? —le preguntó para distraer la atención de ella.

—¿Lo preguntas por la sopa? —Audrey le lanzó una mirada de curiosidad—. Que Brenna debe comenzar a comer un poco. ¿Y tú qué hacías en las escaleras?

La sirvienta no pudo evitar hacerle la pregunta, pero desvió su atención de la pequeña Campbell a la sopa para indicarle a la cocinera que echara algo más de agua.

—Oh, nada en particular.

—Pues para no ser nada se te veía bastante alterada. Como estuvieras discutiendo con él.

—Es que… casi me caigo por su culpa —le dijo de pasada, agitando una mano como si no le diera importancia.

—Por suerte es médico. De haberte sucedido algo en la caída, él te habría dicho qué hacer —Audrey le lanzó una mirada muy significativa.

—Sí, eso es cierto. Pero…

—¿Qué opinión te merece?

—¿Quién…?

—Arthur. El doctor.

—Ah… —Amy se mordió el labio pensando en lo que le parecía. No insistiría en el tema de su edad. Pensó en su manera de contemplarla a través de sus anteojos. Su sonrisa pícara, el hoyuelo, su aspecto…—. No sé. No lo he tratado lo suficiente como para decirte algo.

—Me parece un hombre que sabe lo que hace.

—Ha estudiado para ello. Solo faltaría que no supiera cómo tratar a sus pacientes—Amy permaneció con la boca abierta mirando a Audrey.

—Eso lo doy por sentado. Me estoy refiriendo a que sabe por dónde se anda. No vacila a la hora de tomar una decisión. ¿Te diste cuenta que pese a ser su primer parto, no dudó un solo instante? Dio las órdenes precisas para atender a tu hermana.

La joven Campbell frunció el ceño recordando esa escena en la habitación de Brenna. Audrey tenía toda la razón. No lo había visto vacilar en ningún momento. Sin duda que poseía la determinación y el aplomo suficiente para enfrentarse a una situación nueva y desconocida.

—Es posible.

Amy no quería pararse a pensar en él por más tiempo. Y se centró en ayudar a preparar comida para todos.

—Ha dicho que se quedará en Cawdor esta noche.

—Lógico.

—¿Qué tienes tú que ver en ello? —Audrey no iba a parar hasta que la joven Campbell le dijera qué estaba pasando con el médico.

—¿Yo? ¿Por qué? —Amy sentía los nervios adueñándose de su estómago. Abrió los ojos como platos mirando a Audrey. ¿Qué tenía que ver todo esto con el doctor y con ella?

—Le dijo a tu hermana que tú habías insistido especialmente en ello.

—¿Qué yo…? Pero si fue Colin quien se lo pidió —se apresuró a aclarar antes de que Audrey pensara en lo que no era—. Yo solo le pregunté si no había pensado quedarse dada la situación de Brenna y de la niña. Nada más.

—Pero, al parecer tú se lo pediste en dos ocasiones.

Amy abrió la boca para rebatir el comentario, pero al ver la mirada tan concluyente de Audrey, la cerró y sacudió la cabeza.

—¿Y qué? Estaba dispuesto a marcharse a Inverness. ¿Cómo podía dejar a Brenna y a la niña pasar la noche sin estar él?

Amy se mostró algo confusa y ofuscada por este hecho. Pero más si cabía por las constantes preguntas de Audrey al respecto de lo que opinaba del doctor.

—Porque es un médico que tiene más pacientes que atender. Por eso. Y porque acaba de llegar y necesita tiempo para instalarse.

—Ya.

—¿No pretenderás que se pase aquí los días?

—¡No, claro que no! ¿Por qué habría de quererlo? —miró a Audrey con el ceño fruncido sin lograr entender qué significaba aquella pregunta.

—Voy a subirle un poco de sopa a Brenna. Por cierto, ¿por qué querías venir a la cocina? No te veo preparar comida. Estás moviendo los tarros de especias de un lado para el otro sin ningún sentido —le aseguró sabedora de que su decisión había sido una disculpa para alejarse del doctor. Y no porque en verdad tuviera algo que hacer allí. Si supiera que había estado contemplando toda la escena entre ambos desde lo alto de la escalera… se dijo vertiendo el caldo en un tazón para subirlo a la habitación de Brenna.

—Bueno, alguien tiene que poner orden ahora que mi hermana estará convaleciente.

—Bien, pues comienza a poner orden por ti misma.

Amy parpadeó en repetidas ocasiones sin entender qué había querido decir Audrey. Bien era cierto que no tenía nada que hacer allí, en la cocina. Que todo se debía a querer alejarse del médico. Nada más. Algo que la desconcertaba porque por lo general, no acostumbraba a marcharse de aquella manera, como si estuviera huyendo cuando temía que no era capaz de controlar la situación. Y con el doctor Arthur mirándola fijamente, tenía esa sensación.

Arthur vio a Malcom y Ferguson llegar al trote que marcaban sus caballos. Se sintió algo más seguro sabiendo que su amigo y ayudante estaría con él. Y de paso dejaría de lado a la señorita Amy. Bastante tiempo había ocupado sus pensamientos, ya.

Los dos hombres detuvieron sus monturas delante de él y se apearon.

—Encontraste un caballo por lo que veo —le dijo Arthur señalando al animal.

—No veas lo que me ha costado —lo palmeó en la grupa y le pasó las riendas por la cabeza sin soltarlas.

—Dejad que lo lleve a las cuadras. Estará bien atendido mientras estéis aquí —le aseguró Malcom.

—Como gustéis. ¿Por qué has decidido quedarte en el hogar del clan Campbell? Cuando Malcom se presentó en la casa diciendo quién era y por el motivo que estaba allí, se me hizo raro creerlo. Me aseguró que me estabas esperando aquí, en Cawdor. ¿Por qué?

—Para velar por la salud de Brenna Campbell y la de su hija recién nacida.

—Pero, no dejamos de estar en las tierras de un clan que luchó en favor del rey Jorge —le recordó apretando los dientes y bajando la voz para que nadie lo escuchara.

—Lo sé.

—¿Y? No parece que te importe. Si llegaran a saber quién eres podrían denunciarte al preboste y encerrarte. O peor todavía, ejecutarte. Y el siguiente sería yo —le señaló con un dedo acusándolo de su irresponsabilidad.

—No temas, amigo. Nadie va a delatarnos —le aseguró posando su mano en el hombro de este—. He estado hablando con Colin McGregor y ya sabe quiénes somos. Y de dónde venimos.

—¡¿Qué?!

—Hemos estado charlando como dos viejas amistades después de atender el parto de su esposa. No va a pasarnos nada. De manera que tranquilízate. Estamos entre amigos.

—Sabe quiénes somos…

—Hemos estado poniéndonos al día en cuanto a la situación que se vive en Escocia después de la derrota en Culloden. Y de las nuevas normas que entrarán en vigor en unos días. No va a ver ningún problema al respecto. Además, nos iremos mañana a más tardar. En cuanto vea que Brenna Campbell no tiene ninguna complicación.

—¿Y si la tiene? O la niña. No tienes experiencia en recién nacidos.

—Alguna vez tendría que ser la primera, ¿no crees?

—Pero ¿en este lugar? —insistió levantando la mirada hacia lo alto del castillo y a continuación recorrió las tierras circundantes a este.

—No temas. Relájate.

Ferguson bufó como si fuera un gato. Su amigo se mostraba muy confiado en todo momento, o eso quería hacerle ver. Pero él seguía pensando que estaban en las tierras del clan más poderoso de Escocia leal al rey Jorge durante la última rebelión. ¿Por qué estaba tan seguro de que no los traicionarían?

—Celebro veros —dijo Colin saludando a Ferguson cuando salió por la puerta del castillo y lo vio en compañía de Arthur—. Reconozco que no fue una presentación y una bienvenida acertada puesto que, según el doctor, acababais de llegar a Inverness.

—Sí, no pensamos en un recibimiento de esa clase. Pero uno debe estar preparado para todo. ¿Cómo se encuentran vuestra esposa y vuestra hija? —le preguntó tratando de centrarse en el tema por el que estaban allí.

—Ambas se encuentran descansando. Gracias a vuestro amigo, aquí presente, todo ha salido a la perfección. Espero que encontréis Cawdor tan cómodo y hospitalario como vuestra residencia en París junto al príncipe, pese a que pertenecer a mi esposa y al clan Campbell, señor —Colin entornó la mirada con toda intención y bajó la voz entendiendo que Ferguson también pertenecía al clan de los Stewart de Appin.

—Sí, sí. No creo que haya inconveniente alguno. Descuidad señor.

—En ese caso todo está aclarado. No tengáis reparos en moveros libremente por Cawdor y sus tierras. De todas maneras, va siendo la hora de que comamos algo y sigamos charlando de vuestra estancia en la capital francesa. Si os parece acertado…

—Sin duda —asintió Arthur.

—Tengo una curiosidad, que no tiene nada que ver con vuestra vida en París…

—Decidme.

—¿Habéis tenido algún contratiempo con Amy? Os vi charlando en el salón cuando bajé después de ver a Brenna y a la niña. Y luego me la he encontrado con un gesto taciturno e incluso algo malhumorada. Creí entender que murmuraba algo en relación a vos.

Arthur sonrió ante aquella cuestión. No sabía si era la pregunta en sí o el tono que Colin había empleado. Un toque irónico.

—Oh, bien. Es una joven que parece tener las cosas muy claras desde el principio. He tenido un par de conversaciones con ella, pero nada fuera de lo común. Hablamos de cómo se encontraban su hermana y su sobrina. Y de qué me quedaría a pasar la noche en el castillo.

—Tened cuidado con su carácter, ya os aviso. La padecí en un principio. Cuando Brenna descubrió a qué clan pertenecía por el color de mi tartán. Pero no le hagáis mucho caso. Aunque parezca muy dura y muy fría en ocasiones… —Colin tuvo que detener sus explicaciones sobre su cuñada cuando la vio dirigirse hacia ellos tres.

Amy frunció el ceño contrariada por ver a Colin callarse y por la llegada de un nuevo visitante a Cawdor.

—Estás aquí.

—¿Por qué te has callado cuando me has visto? Puedes seguir hablando de lo que fuera sin que mi presencia te lo impida. E incluso si te referías a mí.

Arthur sonrió al volver a percibir la ironía de la que hacía gala la joven Campbell. Siguió contemplándola en silencio sin que ella pareciera darse por aludida. Todo le indicaba que poseía el carácter fuerte que había llevado a su clan a ser el más importante de la nación; o al menos uno de los dos más relevantes, sin contaba con el clan al que pertenecía su cuñado, los McGregor.

—Podrías unirte a la charla, si lo ves necesario. Por cierto, antes de que se me pase. Este es Ferguson, el ayudante del doctor a quién ya conoces. Ella es mi cuñada, Amy —dijo haciendo la presentación.

—Tanto gusto señor.

—Señorita Campbell —Ferguson hizo una leve reverencia acompañada de una tímida sonrisa.

—A Arthur ya lo conoces —hizo una señal con su mano hacia este llamándolo por su nombre y no haciendo referencia a su profesión. Como una señal de camaradería. No en vano, ambos habían combatido bajo la bandera de los Estuardo.

Amy desvió su atención hacia este con una mezcla de seguridad y curiosidad. Se quedó contemplándolo unos segundos en los que la manera en la que él le devolvía la mirada la obligó a inspirar de manera profunda. Se agitó de una forma desconocida por ella, ya que no eran nervios ni rabia lo que había experimentado. Si no algo diferente que le había acelerado el pulso.

—La joven Campbell y yo hemos tenido la oportunidad de conocernos y de charlar en un par de encuentros. Breves pero muy enriquecedores, como os comentaba antes de que ella apareciera —dijo él sonriendo hacia esta de manera divertida. Había sido una verdadera lástima que ella hubiera aparecido en el momento justo en el que su cuñado la estaba describiendo.

—Sí. Es cierto. Bien, supongo que el señor Ferguson permanecerá en Cawdor esta noche —dedujo mirando a Colin en busca de una aclaración.

—Ferguson, ¿sabes que la joven Campbell se convirtió en mi ayudante durante el parto de su hermana?

—¿Y qué os ha parecido la experiencia?

Amy se sintió el centro de atención de los tres hombres y el calor inundó su cuerpo de manera tan inesperada como irremediable.

—Creo que tampoco ha sido para tanto —dijo mirando a este antes que volver su atención hacia el doctor. No quería ponerse nerviosa como segundos antes.

—Se ha desenvuelto a las mil maravillas. Incluso le pedí que, ya que ella había insistido en que me quedara, que ella volviera a echarme una mano si fuera necesario durante la madrugada.

Ferguson miró a la muchacha con sorpresa y diversión. No le cabía la menor duda de que Arthur quería ponerla en un aprieto. Que se estaba divirtiendo a su costa. ¿Qué había sucedido durante el tiempo que su amigo había permanecido en Cawdor? Y no se estaba refiriendo al parto, si no a esas conversaciones entre ellos a las que Colin McGregor había hecho referencia antes.

—Pero ya tenéis a vuestro ayudante aquí —dijo señalándolo—. Sin duda que él está más acostumbrado que yo.

—Cierto. Una verdadera lástima —aseguró chasqueando la lengua decepcionado, pero irónico a la vez lo cual encendió el rostro de la joven Amy.

—En fin, diré que preparen una habitación para él.

—Por mí no os preocupéis…

—Insisto en ello. ¿No tendréis pensado regresar a Inverness? —preguntó fingiendo sentirse dolida, si por casualidad se le ocurría hacerlo.

—Creo que debéis quedaros o Amy se lo tomaría a mal —aseguró mirándola de nuevo para contemplar el gesto de sorpresa y cierto sarcasmo—. Además, el clan Campbell es muy hospitalario.

—En ese caso… De ese modo Arthur no os despertará en mitad de la noche para que le echéis una mano.

—Bueno… No creo que fuera un problema. Tengo el sueño ligero. Pero ya que estáis vos aquí…

Arthur creyó percibir cierto alivio en el gesto de ella cuando Ferguson accedió a quedarse en Cawdor.

—En ese caso iré a la cocina a decir que preparen más comida. Si me disculpáis.

Los tres la vieron alejarse de regreso al interior del castillo.

—Una muchacha encantadora —comentó Ferguson mirando a sus dos interlocutores.

—No os fieis de Amy. La sangre de los Campbell corre por sus venas —reiteró Colin abriendo sus ojos en señal de advertencia.

Arthur no hizo ningún comentario al respecto y prefirió guardarse su opinión sobre ella. Pero ya había tenido la oportunidad de verla.

—Os quedaréis a pasar la noche junto a vuestro amigo. Hay sitio de sobra en Cawdor —le aseguró Colin.

—De ese modo evitaré que Arthur moleste a la joven Amy —se mofó Ferguson percibiendo cierta curiosidad en este con respecto a la joven Campbell.

—No tenía la más remota intención de hacerlo. ¿Cómo puedes si quiera pensarlo? Solo pretendía ponerla en un aprieto.

—¿Todavía os escuece que os dijera que sois algo joven para desempeñar la medicina? —le recordó Colin con una sonrisa cínica.

Arthur apretó los labios y contuvo la sonrisa que ese recuerdo le provocaba. Algo que Ferguson desconocía.

—¿Te dijo eso? —le preguntó este mirándolo confuso por ello.

—Sí. Es lo primero que me dijo al verme entrar y reconocer a su hermana Brenna. Y no, no le guardo rencor alguno por ello. Ni mucho menos.

—Deberéis acostumbraros a sus mordaces comentarios si vais a estar por aquí algún tiempo —le aconsejó Colin con total naturalidad—. Es su carácter.

—Si todo marcha bien con vuestra esposa e hija, mañana regresaremos a Inverness para atender la consulta —le dijo seguro de que así sería.

—Pero imagino que vendréis a ver qué tal se encuentran. Y no solo eso, sino que desde ya os digo que tenéis las puertas de Cawdor, abiertas para cuando queráis venir sin que sea necesario que vengáis en calidad de doctor. Y lo mismo para vos, Ferguson. Es de agradecer tener gente nueva en Inverness y que además compartan las ideas de uno.

—Os lo agradezco.

—Además, desde ya podéis contar con que seréis invitados cuando Brenna esté restablecida. Daremos una fiesta en honor a la pequeña. Ya lo sabéis.

Arthur asintió con cortesía. Todo parecía indicar que no se libraría de la presencia de la joven Amy Campbell. Claro que, por otra parte, esta no le disgustaba en absoluto. Todo lo contrario. Era un soplo de aire fresco en su vida tan gris en mitad de una guerra que no había servido para lograr el propósito con el que se inició. Le parecía una joven muy interesante, se dijo tratando de esconder la sonrisa que le provocaba pensar en esta. Pero no desde el punto de vista que cualquier otro podría imaginar. Como le había asegurado a Ferguson, no estaba allí para establecerse con una esposa y una familia.

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9788417474935
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