Kitabı oku: «Circe», sayfa 3
CAPÍTULO 4
LA CARTA MISTERIOSA
El dormitorio era inmenso, mucho, muchísimo más grande que el dormitorio del orfanato. Se trataba de una habitación con dos filas de camas y escaparates alternados, varias lámparas colgantes, dos ventanales y una preciosa decoración arbórea. A pesar de su cansancio, Circe no pudo hacer caso omiso a tal obra maestra. Las enredaderas se entretejían en lo original de un cielo raso. Había ramilletes de flores, adornos hechos con pétalos y raíces, y una estupenda colección de bonsáis sobre las repisas.
Ella buscó la lámina con su nombre.
Su escaparate estaba cuidadosamente ordenado, colmado de ropas y accesorios para su aprendizaje. Entonces tomó una ducha y para cuando regresó a la habitación conjunta, el revuelo de chicas habladoras, poses y fotografías había terminado. Todas habían decidido ir a conocer el edificio.
—¡Qué maravilla, Dios mío! —fueron sus últimas palabras antes de sucumbir en un profundo sueño.
A la mañana siguiente se despertó temprano.
—¿Qué hora es?
—Hora de que te despiertes —le contestó Margarita con la mirada fija en su reflejo; se cepillaba el cabello—. Te esperamos la tarde entera.
—¡Esperamos! ¿Quiénes?
—Marina y yo… ¡Ah, olvidé presentarlas! —Le hizo señas a una muchacha pelirroja que forcejeaba con su mochila—. No cabe nada más, Marina. ¡No sé qué llevas!
—Todo cuanto necesito: mis medicamentos para la alergia, un abrigo, gafas de sol, hilo, aguja, tijeras…
—Ya, no digas nada más. ¡Ni que fueras de excursión! Si necesitas algo vienes y lo buscas. No cargues con ese montón de cosas.
—Aquí llevo lo necesario, el resto lo tengo guardado. —Alzó la sábana para descubrir un par de maletas debajo de la cama y luego señaló otras tres sobre su escaparate personal.
—¡Vaya, tú si estás equipada! —le dijo Circe.
—Es un placer conocer a la chica de la profecía.
—El placer es recíproco.
—Dile, Mary, cuántas veces vinimos buscándola ayer. Dormías como un roble. Ni cuando el director de la Casa de las Patentes me mandó a llamarte, conseguí despertarte.
—¡El director Teodoro estuvo aquí!
—Pues sí, estuvo y preguntó por ti. —Margarita se contempló una vez más en el espejo—. Apresúrate, aquí no toleran las tardanzas.
—¿Te dijo para qué me quería?
—No, no lo dijo.
Circe se quedó intrigada.
Algún motivo debió surgir para que Rabintoon fuera a verla, pues horas antes había estado con él. «¿Qué ocurriría?», se preguntó. Y de inmediato en su mente se agolparon varias razones:
«Quizás traía noticias del orfanato, después de todo no supo cómo quedaron las cosas por allá; pero no, esa causa no movería a Rabintoon con tal prontitud. Su temprana necesidad de buscarla sugería un motivo de mayor envergadura. Eso podría acuñarlo como seguro. O bien descubrió un artificio en su contra y venía a alertarla, o faltaron argumentos en su reciente charla. La verdad no se encontraba satisfecha con su conversación. Persistían las dudas y las cuestiones no abordadas».
Inmersa en estos pensamientos se arregló para bajar a desayunar.
Ya abajo, se halló en medio de un comedor de lujo. Suntuosas mesas de manteles dorados se esparcían distribuidas en armonía a lo largo del recinto; con sus bancos de cedro y sus cubiertos de plata. El piso era de granito pulido y las paredes exhibían un llamativo muestrario de una finísima vajilla irlandesa. La cubierta resultaba ser un fresco colmado de manjares.
Las tres jovencitas buscaron platos para comer algunas de aquellas delicias. Encontraron cestas con frutas, baguettes, croissants y pequeñas golosinas; además de neveras surtidas con variedad de jugos y helados. Circe no atinaba a qué comer ante aquella opulencia. Estaba acostumbrada a sus tostadas con mantequilla y su jarra de leche, pero ahora tantas opciones la hacían vacilar.
Finalmente se decidió por un tazón de helado y bizcochos.
—Mira al profesor Kroostand, ¡parece que no hubiera comido en años! —se burló Marina.
Ella lo miró con disimulo. El educador devoraba una lonja de melón como quien forcejea para no perder su botín.
—Es cierto, come como un cerdo.
Recreándose con su glotonería las tres comieron sus bocadillos. Restaban suficientes minutos para asistir puntuales a clases. Luego Circe se entretuvo viendo marcharse a varios profesores y, en el recorrido de sus ojos por la cuenca, su miramiento acabó por fundirse con la mirada de Daniel, uno de los chicos del grupo de cabellos erizados. Ninguno cambió la vista.
—¿A quién miras, Circe? ¿A Daniel?
—¿Qué? —Volvió en sí.
—¿Te gusta ese chico?
Por primera vez la asustó una pregunta.
—No, ¡cómo crees! Solo pensaba.
—¿Mirándolo a él?
—No… mirando… en esa dirección, pero no precisamente a él. —Por vergüenza mintió.
—¿Y en qué pensabas? —Margarita le siguió la corriente.
—En nuestra conversación de ayer. —Se le ocurrió—. ¿Por qué no terminas de contarme? Tus palabras me han tenido pensando.
—Está bien, tú ganas. Pero hablemos bajo. Nadie puede enterarse. No tengo pruebas.
—Te escucho.
—Hace años el padre de Katherine sirvió de abogado a Corvus. Mis padres me contaron que, aunque las evidencias eran indiscutibles en relación con el intento de homicidio contra su hermana Nélida, Enmendol Grousand lo defendió con cuanto argumento pudo. Por fortuna se hizo justicia y Corvus cayó en prisión, pero unos días después misteriosamente escapó. Precisamente el día de la visita de Enmendol… Se piensa que ya sabes quién fue el que lo ayudó en su fuga. —Tomó aliento—. Entonces, Circe, un hombre así no puede ser una buena persona, y si lo ayudó antes, también lo está ayudando ahora… —Margarita echó una ojeada a su alrededor—. No quiero asustarte, amiga. Corvus después de su fuga se ha fortalecido grandemente como líder del Ejército Oscuro. Hasta se rumorea que él hizo un pacto de sangre con una criatura desconocida…
—Sí, Nélida me comentó de ese pacto. Me dijo que solo se rompería con la muerte de Corvus.
—¡Ya ves! Él a todas quiere apoderarse de Rimbaut, y no lo ha hecho, porque sabe que la profecía es verdadera. Por esa razón tú estás en su mira.
—Ni me lo recuerdes. Tuve que enfrentarlo en el orfanato. Es un hombre aterrador.
—Katherine está aquí como su espía. Te lo repito, eso es seguro —le recalcó con fervor—. Debes mantenerte a mil leguas de ella, no sabemos lo que trama esa cobra. Tienes que cuidarte, Circe. Eres la única persona capaz de destruir el imperio de Corvus. ¿Entiendes cuánto significas para nosotros?
—Empiezo a entenderlo —reflexionó—. Aunque al mismo tiempo empiezo a entender también que para cumplir mi propósito en este lugar, debo antes conocer a fondo la historia de esta ciudad, sus costumbres, sus linderos, las características de su pueblo. Sin mencionar al Señor Oscuro y a ese nombrado profeta. Él es la llave para descifrar el acertijo.
—Estoy de acuerdo contigo. No te preocupes, esa parte te la enseñaremos nosotras. ¿No es así, Marina?
—Así es. Cuenta con nuestro apoyo.
—También tú debes ayudarnos, Circe. Quitémosle la máscara a ya sabes quién. Vamos a demostrarles a los demás el lastre que son ella y su familia…
De pronto, Margarita cayó. El brillo de sus ojos menguó a lo opaco de la preocupación.
—¿A quién pretende desenmascarar, señorita? —preguntó el profesor Kroostand a las espaldas de Circe y Marina.
Ambas reconocieron la voz, mas no se atrevieron a voltear la mirada. El nerviosismo llevó a Marina a rellenarse la boca con un racimo de uvas.
—Este… ehhmm… nosotras… —balbuceó Margarita sin dejar de mirar al profesor.
—A nadie, profesor. Son simples anécdotas de chicas. —Circe pisó el zapato de su compañera por debajo de la mesa.
—Sí, profesor, solo les contaba una historia —respondió Margarita cuando al fin pudo reaccionar.
—¡Una historia! —exclamó con extrañeza.
—Pues sí, qué otra cosa podría ser —reafirmó—. Bueno, si nos disculpa, tenemos que irnos. Casi vamos retrasadas. Con su permiso.
Las tres abandonaron el comedor.
El profesor Kroostand aguardó dubitativo, inseguro de que le hubieran dicho la verdad.
Unos minutos más tarde, «trank», se oyó el cierre de la puerta. Al momento, el silencio reinó a lo largo y ancho de la sala.
—Disculpen la tardanza. Tenía ciertos asuntillos pendientes.
—Sí, claro, con la comida —murmuró Marina y las otras dos sonrieron.
Esta primera lección fue bastante tediosa. Kroostand no era dado a las explicaciones; nada más a la comida. Por su parte, el profesor Kraker orientó también transcribir varias cuartillas. Fue aburridísimo. En el horario de recreo las tres comentaron sobre el susto llevado en el comedor. Si el educador hubiera descubierto de quién hablaban, lo más probable era que sus sospechas se filtraran y entonces sí se les haría difícil desenmascarar a Katherine. Resolvieron evitar hablar del asunto frente a otros.
En la clase de Conocimientos Básicos de Defensa se encontraba Nélida haciendo apuntes en el pizarrón.
—Buen día tengan todos. Como ven, iniciaremos este tiempo con una pregunta. A ver, señor Raberly, ¿qué significa el término defensa?
—Defensa, profesora, proviene del verbo defender, que no es más que hacerle frente a todo lo que sea contrario a cuanto creemos o somos.
—¡Excelente definición, señor Raberly! Tiene un diez… En cualquier parte, en todo momento y bajo las circunstancias que sean, debemos asumir una adecuada postura de defensa. Sea bien entendido, tanto en palabras como en acciones. Por esta razón mis lecciones se centran en los principios básicos de la defensa. —La educadora de blanco repartió un folleto por mesa—. Analicemos las primeras estrofas de la página veinte…
La puerta se abrió sorpresivamente. Hallton irrumpió desorientada.
—Surgió un problema gravísimo en el primer piso. Necesitamos que bajes enseguida —dijo con la mirada turbada.
Nélida vaciló en responderle. Su estado la desconcertaba.
—Por supuesto, bajo en un momento, Aurora.
La educadora se retiró en un santiamén. Se encontraba realmente perturbada. Los estudiantes, intrigados, comenzaron a murmurar unos con otros. Nadie sabía lo que estaba ocurriendo. Nélida, alarmada, no tardó más que segundos en abandonar el aula y entonces estalló el bullicio.
—... Te lo estoy diciendo, el Ejército Oscuro invadió el colegio. —Escuchó Circe entre tantos comentarios. Los pelos se le pusieron de punta.
—Margarita, ¿será eso cierto? ¿Corvus estará aquí?
—Sí, Margarita, ¿habrá sido el colegio tomado? —preguntó Marina con la mirada híbrida: entre nerviosa y preocupada.
—Por supuesto que no, si así fuera la profesora Hallton nos hubiera prevenido… Pero sea lo que sea —meditó— es preocupante.
—Bajaré a indagar. ¿Vienes conmigo?
—¡Claro que voy!
Circe se alegró de que Margarita aceptara acompañarla, sobre todo por el raudal de especulaciones en derredor, que no hacía más que embotar su mente. Precisaba saber qué ocurría.
Pese a estas nebulosas, una cosa le resultaba clara: el problema en cuestión de una forma u otra recaía en ella. Corvus maquinaba matarla, ansiaba eliminar de una vez a la portadora del mensaje profético. Entonces se hacía irrefutable que su blanco ahora no era Rimbaut, sino ella, y el esfuerzo de sus aliados crecería en función de atraparla. Alguna artimaña debió planear en su contra.
Con sobrada cautela abandonaron el aula. En medio de la algarabía sus compañeros ni se dieron cuenta.
Afuera, el corredor permanecía solitario. Descendieron por las escaleras a hurtadillas. No se escuchaban estruendos ni alaridos. Margarita parecía tener la razón. No había indicios de que el edificio estuviera siendo invadido.
Se quedaron quietas con las espaldas a la pared. Los educadores sostenían una charla.
—¿Qué están diciendo?
—No lo sé, apenas escucho a retazos —se esforzó Margarita.
Circe entresacó lentamente la cabeza. El claustro de profesores, los custodios, el personal de limpieza e incluso el jardinero, sostenían un debate. El motivo del revuelo era una carta. Pasaba de mano en mano al tiempo que los ojos de los espectadores se tornaban inquietos y confundidos. Nélida se decidió por fin a romper el sello, sin embargo, por más que lo intentó, sus esfuerzos fueron fallidos.
—Algo anda mal, de hecho, muy mal. Este sobre no es igual a ninguno que haya visto antes. Parece estar tejido con fibras metálicas… Está sellado con una calavera y una cruz invertida. Esto, sin duda, es obra de Corvus.
—¡Apenas ha llegado la chica y ya envió una amenaza! —Hallton frunció el ceño.
—Si así fuera pudiéramos leer el contenido, ¿no crees? —razonó una de las señoras del grupo de servicio.
—De cualquier modo —intervino Kraker—, no se trata de un sello común y corriente. Este parece tener un dispositivo, algún tipo de identificador.
—O sea, ¿que solo puede abrirlo el destinatario? —preguntó Hallton.
—Exactamente.
—¡Bah! ¡Qué absurdo! —arrebató Kroostand la carta de las manos de su colega.
—¿Qué piensas hacer, Amadeo? No tomes una decisión apresurada.
Kroostand sacó unas tijeras. Hubo tensión en las miradas.
Intentó perforar la calavera y antes que el colectivo pudiera reaccionar, fue expelido por los aires como por un embiste invisible. Aterrizó con un desapacible chillido.
Circe sintió el peso de su cabeza. Los hechos la convencían de cuán terrible figuraba ser el mensaje oculto en ese sobre.
El profesor Kroostand se puso en pie con un evidente dolor de tórax y de glúteos. Afortunadamente sin advertir aún su presencia a media escalera.
Ella, en lenguaje de señas, refirió una retirada sutil, pero como quien sugiere lo contrario, Marina tropezó en una mala coordinación de pasos y perdió la pulsera, delatándolas el tintineo de las perlas.
—¿Qué hacen ahí? —bramó Kroostand.
Las tres perdieron el habla por un instante.
—Nosotras… este… íbamos al… retrete —tartamudeó Marina.
—¡Saben perfectamente que el retrete de las chicas queda en el tercer piso! —barbotó la profesora Hallton.
—Bueno… este es nuestro segundo día en el colegio… parece que nos despistamos un poco —improvisó Marina intentando hacer algo que contrarrestara la mirada fulminante de Margarita.
—¡No se pasen de listas conmigo! —la profesora Hallton arrugó el entrecejo—. ¡Suban inmediatamente!
Marina y Margarita no lo pensaron dos veces, subieron en el acto para el aula. Circe, sin embargo, permaneció en el mismo lugar. No podía cejar en su empeño. Aunque Hallton no tolerara las desobediencias, necesitaba saber qué había escrito dentro de aquel sobre.
—No es correcto ignorar una orden de quienes se preocupan por usted, señorita Grimell. —Escuchó decir a sus espaldas.
—¡Profesor Rabintoon, usted aquí! —Se volteó.
—Teodoro, ¡qué bueno que llegas! Todavía no hemos podido abrir el sobre —le informó Nélida.
—Ni podrán hacerlo —aseveró Circe—. Disculpe mis modales, profesor Rabintoon, pero el mensaje ahí dentro es para mí. Yo soy quien debe abrirlo.
Las miradas nuevamente se cruzaron en la sala.
—¡Pero qué osadía, señorita Grimell! ¡Suba en este instante! —vociferó la profesora Hallton.
—¿Quién tiene el sobre? —preguntó endeblemente el director.
Un custodio lo recogió del suelo.
—Aquí está.
—Gracias. Ven, querida. —Cruzó el brazo por encima del hombro de la chica—. Será mejor hablar nosotros dos a solas.
Hallton tomó una bocanada de aire para disentir, mas el atisbo de Rabintoon por encima de sus espejuelos mal colocados la detuvo.
Ambos salieron al patio. Se alejaron hasta hallar la privacidad a la sombra de un manzano.
—¿De veras crees poder abrir el sobre? —le inquirió Teodoro, mientras se sentaba en uno de los bancos.
—Por supuesto, es obvio que es para mí.
—Entonces debo hacerte otra pregunta. ¿Estás preparada para saber qué dice?
Ella bajó la vista.
—Intento estarlo, profesor.
—Bueno, hagamos la prueba. —Le ofreció el sobre.
Circe tomó aquella carta misteriosa. En un principio tuvo miedo. No aspiraba salir volando por los aires como Kroostand. Tragó en seco. La calavera pareció refulgir con el roce de sus dedos. Tuvo erizamientos. Tiró del sello medio nerviosa y nada pasó. Logró extraer el mensaje sin ningún contratiempo. Entonces vaciló para leerlo.
—¿Qué sucede?
Ella miró al firmamento.
—Todo lo puedo contigo que me fortaleces.
—¿Qué haces, Circe? ¿A quién le hablas? —preguntó Rabintoon interesado.
—A alguien muy especial —respondió.
El director de la Casa de las Patentes se ajustó los espejuelos en el puente de la nariz. No hallaba lógica a su respuesta. Sin embargo, en vez de insistir, optó por considerar que era propio de la idiosincrasia del orfanato.
Circe volvió los ojos hacia la carta y comenzó a leer.
El corazón estalló en un acelerado palpitar, las manos principiaron a temblarle y el sudor comenzó a brotar y a caer por sus sienes. Ciertamente se trataba de un recado de Corvus, una propuesta malintencionada de trueque, con uno que otro alarde de su poderío y el arcaico método de la intimidación para doblegarla.
Cuando hubo terminado de leer, el papel se volvió cenizas en sus manos.
—Por lo que veo, Corvus no quiere un segundo lector. —Rabintoon le sacudió el uniforme con un pañuelo.
Circe lucía pálida, pensativa.
—Sí, su primera orden fue que no revelara el contenido de esta carta. ¡Cómo si pudiera mandarme!
—Eso está sobradamente claro, pero la pregunta es, ¿lo ocultarás?
Ella se percibía aturdida, en la sensación de un espasmo interior.
—Circe, ¿qué te sucede? —se preocupó Rabintoon.
Ella no contestó.
—¿Qué decía para dejarte en ese estado?
La chica lo miró con ojos lagrimosos y el semblante abatido. Rabintoon, al verla en tales condiciones, se acercó para secarle las lágrimas, pero ella necesitaba más que eso. Se le arrojó a los brazos cual infante carente de consuelo y que va en busca de ello.
—Calma, calma, no te pongas así. —El anciano intentó consolarla, mas no parecía dado a estos menesteres.
Circe descubrió en el umbral a un grupo de profesores espiándolos. Apenada, trató de recobrar el control.
—Lo siento, pensará usted que esta chica de la profecía es bastante débil.
—Lo que sí pienso es que no debí dejarte leer esa carta.
—No, hizo lo correcto. Ahora he abierto mis ojos, y sé a qué me enfrento. —Se separó del banco.
—¿Me contarás o prefieres callarlo? —le inquirió—. No tomaría a mal si te lo quisieras reservar.
—No le seguiré el juego a Corvus, ningún trato que haga lo cumplirá.
—Son sabias tus palabras. —Rabintoon se ajustó los espejuelos una vez más.
—Proponía un intercambio, profesor. Mis servicios a cambio de la libertad de Rimbaut. Prometía proseguir con su expansión a otras ciudades y olvidar la nuestra, si, y tan solo si me unía a su ejército. ¡No sé por quién me toma, Corvus! ¡Quién confiaría en él y en su ridícula propuesta!... También me alertaba que, de no aliarme, iba a intervenir el colegio; la masacre sería tremenda. —Bajó el rostro—. Tengo miedo, profesor. No quiero que a ninguno de ustedes les suceda nada.
—Esa es su pretensión, Circe. Atemorizarte para que te rindas.
—Dijo cosas terribles, y lo peor, lo sabe todo de mí. Incluso tiene plena conciencia de que no sé absolutamente nada acerca del mensaje del profeta.
—Pero ¿aun así maquina tu captura? ¿Y por qué será? No te dejes engañar. Corvus está convencido de que tú le puedes estropear sus planes. Por eso de una forma u otra, procura tenerte junto a él.
—De todas las cosas dichas en la carta no deja de martillarme una frase: «La muerte te observa de cerca». ¿Qué le sugiere a usted?
—¡Estarás pensando lo mismo que yo, Circe!
—Mi olfato me dice que en el colegio hay un espía, dispuesto no solo a informarle a Corvus de todo cuanto aquí ocurre, sino también capaz de obedecer cualquier tipo de orden suya.
—La situación es más grave de lo que imaginé.
—Si me permite, profesor. Margarita coincidentemente en esta mañana tenía la misma percepción, al punto de que me comentó su desconfianza por alguien.
—Adelante, Circe. ¡Dime!
—Ella cree que Katherine es espía de nuestro enemigo. Bueno, usted conoce mejor que yo los rumores sobre su padre y, por ende, Margarita cree que su hija sea cómplice.
—Pudiera ser, aunque mis años me dicen que, si realmente existe un infiltrado, de cierto no es un estudiante.
—¿Desconfía entonces de algún profesor? —preguntó la joven sin dejar de mirarlo.
—En este instante ya ni sé en quién creer. La mera verdad es que los educadores de este colegio fueron seleccionados con el más alto cuidado.
—¿Pero el personal de limpieza, los custodios y el jardinero? ¿También ellos son personas totalmente confiables?
—Me has sembrado la duda… Por ahora calla, no reveles a fondo el contenido de la carta ni comentes tu incertidumbre en relación a la lealtad de Katherine. Evítate problemas.
—Seguiré su consejo, profesor.
—Me he enterado de que has congeniado muy bien con la señorita McCrouss. Me alegra mucho. Necesitas el apoyo y la amistad de estudiantes como ella. Conozco a su padre hace años. Con estos truenos, sería prudente que procuraras en todo tiempo su compañía. Evita andar tarde por los corredores o en el patio. No le facilites el trabajo al adversario. Céntrate en tus estudios y tu propósito en esta ciudad. ¡Ah!, y, sobre todo, si notas que alguien te vigila, no tardes en llamarme. Es crucial en estos casos anticiparse a males mayores.
—Así lo haré, profesor.
El director cambió la mirada, como quien supiera desde hacía rato que varias personas estuvieran fichando los pormenores de su charla. Hallton y Nélida fueron las primeras en entrar.
—¿Profesor…?
—Sí, Circe, ¿qué pasa?
—¿Vino usted a verme ayer?
—Circe, Circe, ¡qué oportuno que me lo recordaras! —Hurgó en los bolsillos de su túnica—. ¡Los años, querida, los años no pasan en vano! Lo olvidé por completo.
—¿Trajo algo para mí?
—Parece que lo dejé en la oficina, pero no te preocupes. Espera a Gudy al amanecer en la sala de ceremonias, con él te enviaré unas impresiones.
—¿Qué es exactamente?
—Es el trabajo de años, la información recopilada sobre el primer portador del mensaje. Como supondrás, Corvus ha desaparecido de la faz de la Tierra los escritos en relación con la profecía y el origen del profeta. A pesar de ello, he podido rescatar algunas minucias.
—¡Qué noticia, profesor! Esa información me será más que útil.
—Entonces no se hable más. Entremos. Y recuerda, boca cerrada.
Rabintoon tomó del brazo a Circe y regresaron adentro. A su aparición, el cuchicheo cesó.
—¿Y bien? ¿Qué decía la carta? —se apresuró Hallton en preguntar.
—Sube, Circe. Yo me encargo.
Ella asintió antes de pasar entre el gentío. Las expectativas se centraron en Rabintoon.
—Me disculpas, Teodoro, ¡pero lo que has consentido es una completa locura! ¿Qué tal si la chica le cuenta a sus compañeros? El pánico cundiría en el colegio... —la voz de Hallton se percibía exaltada.
—No lo hará, Aurora. Ya de eso me he encargado —respondió Rabintoon con su habitual serenidad.
—¡Aun así, Teodoro! ¡Es una adolescente! ¡No sabemos cómo va a reaccionar!
—Es cierto, Aurora. Pero considerando que Circe lleva una inmensa responsabilidad, creo que no debemos ocultarle ninguna información, por terrible que sea. Si siendo una adolescente, como bien dices, ha tenido que enfrentar con madurez el desafío que le fue impuesto, entonces también podrá tener control de sí misma ante eventos como este, que bien sabemos no será el último.
—Pero, a fin de cuentas, amigo mío, ¿qué noticias traía esa dichosa carta? ¡Nos tienes en ascuas! —habló Kraker.
—Nada que no hayamos intuido. Era una amenaza de Corvus.
—¡Sé más específico! —intervino Kroostand—. El asunto se torna cada vez más serio.
—Los detalles solo los conoce la señorita Grimell. Debemos respetar su silencio.
—¡Me asombras, Teodoro! Una ciudad desmoronándose y tú consintiendo su falta de juicio. ¡Quiénes mejores que nosotros para conocer el contenido de esa carta! —Se escandalizó Hallton—. ¡Has perdido la noción del peligro!
—No, mi querida Aurora, todo lo opuesto. Sé bien lo que hago… Ahora regresen a las aulas. El alumnado está sin supervisión allá arriba.
Hallton otra vez intentó disentir, pero la mirada de Rabintoon fue más que clara, expresaba todo cuanto le quería decir.
—Acompáñame a la salida, Nélida. Mi labor aquí ha terminado.
Ücretsiz ön izlemeyi tamamladınız.