Kitabı oku: «GuíaBurros: Historia del socialismo español», sayfa 2
El programa del PSOE en 1888
En el Manifiesto que publicó el PSOE al clausurar su primer Congreso, celebrado en Barcelona, en agosto de 1888, nueve días después del que se realizó para la fundación de la UGT, se planteaban cuatro grandes aspiraciones:
1 La posesión del poder político por la clase trabajadora.
2 La transformación de la propiedad individual o corporativa de los instrumentos de trabajo en propiedad colectiva, social o común (por instrumentos de trabajo entendía el PSOE, la tierra, las minas, los transportes, las fábricas, máquinas, capital-moneda, etc.).
3 La organización de la sociedad sobre la base de la federación económica, el usufructo de los instrumentos de trabajo por las colectividades obreras, garantizando a todos sus miembros el producto total de su trabajo y la enseñanza general científica y especial de cada profesión a los individuos de uno y otro sexo.
4 La satisfacción por la sociedad de las necesidades de los impedidos por edad o padecimiento.
La conclusión de estas aspiraciones se condensaba en que el Partido Socialista pretendía la total emancipación de la clase obrera, que pasaba por la desaparición de las clases sociales y su conversión en una sola de trabajadores, dueños de los frutos de su trabajo, libres, iguales, “honrados e inteligentes”. Pero si estos eran los objetivos había que establecer los medios políticos y económicos para alcanzarlos.
► Medidas políticas:
En el ámbito político, los socialistas planteaban, en primer lugar, un claro avance en el reconocimiento de derechos, más allá de lo que planteaba la Constitución de 1876 que, aunque reconocía más que las Constituciones de la época isabelina, y se acercaba en esta materia a la Constitución de 1869, luego no se garantizaban de la misma forma, dependiendo del gobierno de turno, siendo más restrictivos los conservadores que los liberales, por lo que se ha considerado un texto constitucional elástico. Así pues, abogaban sin cortapisas por los derechos de asociación, reunión, petición, manifestación y coalición. Además, pretendían la libertad de prensa, la inviolabilidad del domicilio y de la correspondencia, la seguridad individual, y el reconocimiento del sufragio universal.
El PSOE defendía la adopción de medidas encaminadas a una profunda reforma de la justicia. En primer lugar, se quería la abolición de la pena de muerte, y el establecimiento de la justicia gratuita. También se pretendía el juicio por jurado para todos los delitos, coincidiendo, en parte, con la parte más progresista del liberalismo español y con el republicanismo.
Los socialistas, fieles a un acusado antimilitarismo, pretendían la supresión de los ejércitos permanentes. La cuestión de la guerra sería otro de las cuestiones en las que el PSOE siempre se implicó de forma evidente.
En materia de política económica, dos puntos eran los fundamentales: fin de la deuda pública, y supresión del presupuesto del clero y confiscación de sus bienes. El PSOE desarrolló un evidente anticlericalismo, aunque siempre procuró ser muy respetuoso con las conciencias de los individuos, además de considerar mucho la faceta económica del poder del clero, en estrecha relación con el capitalismo.
► Medidas económicas:
En lo económico se planteaba un conjunto muy amplio de medidas. En primer lugar, destaca la adopción de la jornada de ocho horas de trabajo para los adultos, el gran caballo de batalla de la Segunda Internacional, pronta a crearse. Después venía la prohibición del trabajo de los niños menores de 14 años, y la reducción de la jornada laboral a seis horas para los que iban desde los 14 hasta los 18 años.
En materia salarial se defendían varias cuestiones; en primer lugar, el establecimiento del salario mínimo legal que, cada año, debía fijar una Comisión de Estadística Obrera con arreglo a los precios de productos de primera necesidad, es decir, teniendo en cuenta la inflación. Pero, también se pedía la igualdad salarial entre ambos sexos.
En material laboral, además de las descritas sobre la duración de la jornada, los socialistas defendían la semana de seis días de trabajo. En relación con el trabajo femenino, y en línea con el evidente paternalismo que se desarrolló en los primeros tiempos, tanto desde la lucha como en el establecimiento de la legislación sobre su trabajo por parte del poder, el PSOE quería prohibir el que fuera poco higiénico o “contrario a las buenas costumbres”.
Había que crear Comisiones de vigilancia, elegidas por los obreros, para inspeccionar las condiciones de las viviendas y de todos los centros de trabajo y se tenía que reglamentar el trabajo penitenciario.
En materia de seguros sociales, se quería que se protegiesen las Cajas de socorros y pensiones para los inválidos del trabajo. Pero, además, se exigía responsabilidad a los patronos en los accidentes de trabajo, garantizada con una fianza en metálico que debían depositar en las Cajas de las Sociedades Obreras, proporcional al número de trabajadores empleados y a los peligros que presentase su industria.
La enseñanza general y técnica fue una primera preocupación socialista porque se pedía el establecimiento de escuelas de primera y segunda enseñanza, así como profesionales, debiendo ser gratuitas.
La cuestión de la vivienda no se agotaba con la creación de las citadas Comisiones de Vigilancia. Además, había que reformar las leyes del inquilinato y desahucio, y todas aquellas que lesionasen derechos de los trabajadores.
El programa económico terminaba con una política de amplios vuelos, ya que se pretendía la enajenación de toda la propiedad pública, y la explotación de todos los talleres del Estado por las Sociedades Obreras.
La última medida era de tipo fiscal, y también de envergadura, porque suponía una completa reforma tributaria, con abolición de los impuestos indirectos, y transformación de los directos en progresivos sobre las rentas o beneficios superiores a las tres mil pesetas.
La lucha contra los consumos, los impuestos indirectos que gravaban los productos de primera necesidad y, por tanto, pesaban sobre las clases más humildes, fue siempre una prioridad socialista.
A raíz todo lo expuesto. el PSOE quería dejar claro que lo que pretendía era organizar de forma sólida al proletariado, pero también mejorar sus condiciones en tanto que se completaba esa organización y se reunían los elementos necesarios para dar la última batalla a la “clase explotadora”, concluyendo con la explotación y la miseria aboliendo las clases, es decir, el objetivo último era el fin del capitalismo, pero no se renunciaba la lucha concreta para arrancar todo tipo de mejoras sociales. Así pues, una revolución final, pero una lucha reformista día a día, entrando en colisión, tanto el PSOE como la UGT, con el sentido exclusivamente revolucionario de los anarcosindicalistas.
Los socialistas consideraban que era fundamental para conseguir el fin último trabajar por la extensión de la conciencia de clase de los trabajadores. Había que ejercer una labor pedagógica, encaminada a alejarlos de los partidos “burgueses”, en implícita referencia a los republicanos de signo progresista, y poniéndose de lado de los obreros en sus luchas. Esta decisión marcaría los primeros decenios de la vida del Partido Socialista, en constante conflicto con el republicanismo, desde un acusado obrerismo, lo que, al final, le mantendría muy aislado en la lucha política.
El fin de la explotación de la burguesía, es decir, del hombre por el hombre, sería obtenida por el Partido Socialista en el momento en el que, ayudado por los conflictos que provocaba el capitalismo, tuviese la suficiente fuerza para arrojar a la clase dominante del poder. Valiéndose del mismo no se buscaría tiranizar a una parte de la clase obrera, como defendían algunos elementos revolucionarios, aunque no se especificaba a quiénes se refería el Partido Socialista, sino para arrancar a la burguesía todos sus privilegios y monopolios.
Además de los objetivos y medios para alcanzarlos, que se debatieron y aprobaron en el primer Congreso, se tomaron tres grandes acuerdos que definirán su posición y estrategia política durante mucho tiempo.
El primer acuerdo tenía que ver con la actitud a seguir con los “partidos burgueses”. Como el PSOE proclamaba la lucha de clases como medio para conseguir la emancipación del proletariado se colocaba en una posición frontal frente a los partidos que defendiesen el régimen social existente. Así pues, todos los partidos burgueses, según el acuerdo, desde los más conservadores a los más progresistas o avanzados representaban a la “clase explotadora”, porque defendían la esclavitud de los obreros, a través del mantenimiento del sistema del salario, obligando a la lucha para conseguir la abolición de la propiedad privada transformándola en colectiva, “social o común”.
Así pues, se acordaba que la actitud del Partido Socialista con estas formaciones políticas no podía ser, en ningún caso, conciliadora, sino de enfrentamiento constante.
Con este acuerdo se sancionaba la estrategia política del Partido, claramente inspirada por Pablo Iglesias, no sólo de combate contra los partidos dinásticos del turno de la Restauración –conservadores y liberales–, sino también y, muy especialmente, contra los republicanos de todo cariz, desde el posibilismo conservador hasta el federalismo más progresista.
El segundo acuerdo tenía que ver con la posición del socialismo en las huelgas. Esta cuestión estaba en relación con el segundo objetivo del Partido. Si el primero era la emancipación de los trabajadores a través de la lucha de clases, el segundo se vinculaba con las mejoras de las condiciones laborales, salariales y de vida de los trabajadores mientras llegaba el final del capitalismo, y se derrocaba a la burguesía.
La huelga sería el medio que tenían los trabajadores en el terreno económico para combatir el “despotismo patronal” y hacer menos precaria su situación. Pero, además, la huelga era un medio para fortalecer la conciencia de clase. Por otro lado, como los gobiernos solían intervenir en el antagonismo entre el capital y el trabajo, las huelgas terminaban tomando un cariz político, en la lucha de una clase contra la otra. Por eso, el PSOE debía fomentar el movimiento de resistencia y apoyar con todas sus fuerzas las batallas que las organizaciones obreras librasen con los patronos. En todo caso, conviene recordar que la UGT, no fue, generalmente, partidaria de recurrir, como primer instrumento de lucha, a la huelga, si no se habían agotado antes todos los medios de negociación. Es más, la UGT aprobaría que sus órganos centrales podían desaprobar una huelga convocada por una Sociedad Obrera o una Federación si se consideraban que la organización pudiera correr un riesgo grave. Nunca se renunció a la huelga, pero los sindicalistas tuvieron siempre muy presentes las consecuencias de las mismas, especialmente, si no estaba clara la victoria.
El tercer acuerdo proclamaba la vocación internacionalista del PSOE. Para el año siguiente estaba convocado el Congreso en el que nacería la Segunda Internacional, y el Partido quería estar presente en ese acontecimiento porque era considerado como un deber, y creía en el internacionalismo de la lucha. Así pues, se acordó que se estaría representado en el Congreso Internacional de París con un delegado propio.
Cuestiones organizativas
La Agrupación Socialista del siglo XIX
Pablo Iglesias apuntó en 1886 una serie de indicaciones para el buen funcionamiento de las Agrupaciones Socialistas, como instrumento fundamental del Partido Socialista en su lucha por la emancipación obrera.
Las Agrupaciones fueron, desde el principio, el pilar básico de la organización del PSOE; eran locales, y unidas en torno al Comité Nacional, que tendría, como uno de sus principales objetivos, coordinarlas en el objetivo común. Pero no debemos olvidar que también se crearon, en ciudades muy grandes, como Madrid, Círculos Socialistas en distintos barrios o distritos.
El primer deber de los militantes sería contribuir para que funcionase su Agrupación de forma regular, cotizar y trabajar. Los Comités locales deberían cumplir sus obligaciones. Sus reuniones generales ordinarias tenían que verificarse en los plazos determinados, y la relación con el Comité Nacional tenía que ser fluida, según lo estipulado en la organización general del Partido.
La Agrupación debía tener vida; en primer lugar, atrayendo a nuevos militantes. Después, sería fundamental el trabajo fuera de la Agrupación, dando a conocer el programa del Partido y sus acciones en las localidades respectivas. Fundamental sería el trabajo de creación y sostenimiento de Sociedades de Resistencia, así como apoyar a los huelguistas, estar en las protestas contra los abusos de las autoridades, y realizar un trabajo de agitación entre los trabajadores. Es interesante observar que las tareas de las Agrupaciones poseían un claro componente socioeconómico, propio del sindicalismo. Tenemos que tener en cuenta que la UGT acababa de fundarse y todavía no tenía un claro empuje. Por lo demás, se era consecuente con la unión entre la lucha política y económica y social propia del socialismo. Las Agrupaciones Socialistas debían fomentar la creación de núcleos o nuevas Agrupaciones en localidades próximas, para extender la organización.
La fuerza de un partido obrero no debía medirse exclusivamente por el número de afiliados en las Agrupaciones. El número no era el único indicador. Pablo Iglesias consideraba que a los obreros que habían estado en partidos burgueses, donde solamente habrían participado a remolque de los que realmente gobernaban estas formaciones, les costaba cortar con esta especie de inercia, para darse cuenta de que en una Agrupación Socialista realmente eran importantes porque tenían que colaborar, su opinión contaba y su voto era el instrumento fundamental para la defensa de sus intereses. Este primer problema tenía que ver con la necesidad de que los obreros se dieran cuenta que en la Agrupación o en el Partido no estaban tutelados por los dirigentes burgueses, y que eran protagonistas de su propia emancipación, remarcando un principio básico del socialismo.
El segundo problema derivaba de lo económico. Como el Partido era obrero y, por lo tanto, sus miembros no tenían muchos recursos, y habiendo que sostenerlo con cuotas regulares, algo que no ocurría en los “partidos burgueses”, muchos trabajadores, aunque se reconociesen en el socialismo, no se afiliaban.
Así pues, aunque una Agrupación pudiera tener un número relativamente alto de miembros, su fuerza no debía medirse por la cantidad, sino por el número de militantes que colaborasen realmente en los actos del Partido, y por los que verdaderamente se sintiesen y actuasen como socialistas.
Cuando las Agrupaciones se hubieran ya constituido, y demostrado en su localidad su existencia como el mejor instrumento para la lucha obrera, se tendría que pasar a una segunda etapa más ambiciosa. Había que trabajar para llevar la lucha de clases al terreno electoral. Las Agrupaciones y el Partido no deberían descansar, cada uno en su nivel –Ayuntamientos, Diputaciones, Gobierno y Cortes–, a la hora de reclamar las medidas consignadas en el programa político. Había que hacer de esas propuestas bandera de la agitación obrera constante y de forma creciente. Conseguir alguna de ellas, es decir, obtener una victoria parcial no debía permitir descanso alguno. Se debía seguir, sirviendo como un acicate para la lucha.
En el último estadio de la lucha revolucionaria, las Agrupaciones tendrían misiones específicas: poner en marcha las medidas que debían tomarse al día siguiente de la Revolución; hacer inventario de la riqueza acumulada por la burguesía en cada lugar, y saber en manos de quiénes estaba ese patrimonio; elegir el poder revolucionario local que debería sustituir al orden burgués, y organizar la incautación de todo, en nombre de la sociedad.
Los deberes de un socialista
A principios del siglo XX se consideraba que todo socialista tenía que saber que en el Partido en el que militaba se exigían unos deberes morales.
Un socialista debía pagar la cuota correspondiente, asistir a las asambleas, votar cuando había elecciones o votaciones, y cumplir “con celo” los cargos para los que podían ser elegidos. Pero estas obligaciones no eran suficientes para el objetivo de difundir el socialismo y que se consiguiese un mayor número de militantes en la lucha que estaba entablada con la burguesía. Las campañas y los avances del Partido requerían esfuerzos, sacrificios, desinterés y abnegación. Otro deber fundamental, en línea con el alto sentido pedagógico que Pablo Iglesias insufló en el PSOE, tenía que ver con la obligación de formarse, de instruirse, en el lenguaje de la época. Además, había que difundir las ideas socialistas entre los compañeros del trabajo, y practicar constantemente la solidaridad individual y colectiva, un valor fundamental del movimiento obrero. A un buen socialista le debía mover el altruismo, apoyando todo lo que fuera favorable para la clase obrera.
Estos esfuerzos económicos y deberes morales debían encaminarse también hacia el sostenimiento de la prensa obrera, uno de los quebraderos de cabeza del socialismo español en relación con su órgano oficial. Y este debía ser un objetivo fundamental porque la burguesía no se ocupaba en la prensa de las cuestiones y de los intereses obreros. Los socialistas tenían que difundir la prensa obrera, recomendarla, conseguir un mayor número de suscriptores, crear grupos que, mediante el pago de una pequeña cuota, repartiesen ejemplares entre los obreros que no la conocían. Cuantos más lectores hubiera más se debilitaría la “prensa burguesa”.
Ücretsiz ön izlemeyi tamamladınız.