Kitabı oku: «La huerta de La Paloma», sayfa 4
Alrededores del Castillo de Montjuic
Desde hace horas se van formando pequeños piquetes de sindicalistas y seguidores de la FAI vigilando los cuarteles. Durruti y sus lugartenientes han dado órdenes estrictas de mantener los accesos bloqueados tanto de entrada como de salida de los establecimientos militares. Uno de ellos está apostado en la esquina de la calle Aragón con Tarragona controlando las entradas y salidas del cuartel de caballería de Montesa, junto al escorxador de Barcelona. Todo sigue en calma. Bueno…, no todo, pues las cuadrillas de la CNT que controlan puesto a puesto el buen hacer de sus compañeros en la tarea de vigilancia intentan mantener la tensión para que los responsables de vigilar no se relajen.
—Os tengo dicho —increpa el cabecilla del grupo— que no dejéis entrar a gentes de paisano que se dirijan al cuartel. Si es preciso los liquidáis sin más.
—¿Y cómo sabemos que van al cuartel? Hace un rato ha pasado uno pegado al muro del matadero y cuando pasaba por delante se ha puesto a correr.
—Ya sabéis las órdenes. No voy a repetirlo. Están a punto de salir las tropas a la calle y no podemos permitir que se vayan apuntando más fascistas con esa gentuza. ¡Si la jodeis, os liquido allá mismo!
En algún lugar externo a la muralla del castillo…
—Ya son las ocho, Pepe —comenta Eduardo—. ¿Qué tal si volvemos al cuerpo de guardia a ver si ya ha llegado el desayuno y nos recuperamos un poco?
—Me parece bien y de paso le preguntamos al sargento qué está pasando ahí abajo, pues no se me va la mosca de la oreja.
—Seguramente los de la FAI la estarán armando de nuevo. Esta huelga de transportes seguro que los ha envalentonado y quieren aprovechar la ocasión. Además, con este calor, a todo el mundo le apetece estar en la calle ahora que el sol está oculto.
—¿Sabes una cosa? Yo creo que se está preparando algo muy gordo y nadie quiere soltar prenda. Todo este movimiento y el silencio de noticias de los oficiales solo significa que no tienen claro lo que está ocurriendo.
—Lo dicho, vamos a ver si nos enteramos de algo.
Pasado un rato…
—Mi sargento, sin novedad en el recorrido. Se oye mucho ruido abajo en la ciudad por la zona del Paralelo, pero no hemos tenido ningún incidente.
—Descansad e id a la cocina a desayunar. Después os presentáis a mí, ¿entendido?
—¿No vienen a buscarnos como de costumbre para volver al cuartel?
—Hum… Bueno, como ya he hablado con vuestros compañeros, sentaos ahí que quiero deciros algo nuevo… De momento nos quedamos aquí hasta nueva orden. El alférez no ha querido dar más detalles, solo que la situación está empeorando allí abajo por momentos y se aconseja que estemos localizables lo más cercanos al cuerpo de guardia. Y ahora, id a desayunar y dejadme tranquilo por un rato. Tengo que preparar vuestro relevo, ya que a partir de ahora los turnos serán dobles.
—A la orden, mi sargento —contestan al unísono tanto Pepe como Eduardo.
—Joder, que mala suerte —comenta Pepe nada más salir del encuentro—. Precisamente nos tiene que tocar a nosotros. Si por lo menos nos dejaran volver al cuartel.
—Ya te dije que había algo. Ahora que nos queda poco nos vienen todos los problemas encima. Vamos al cuerpo de guardia.
—¿Has visto que galletas más duras? —responde Eduardo. Como si no fuera la historia con él—. Un poco más y me rompo una muela.
—¿Quieres que miremos —insiste Pepe— si hay por aquí una radio para enterarnos de lo que está pasando?
—Vale, pero creo que no nos dejarán escuchar. A ver si nos van a pegar un paquete. Los oficiales están muy nerviosos.
Cerca del cuerpo de guardia, en la oficina de transmisiones…
—¿Se puede? Venimos del refuerzo de esta mañana.
—¿Qué queréis?
—Saber si hay noticias nuevas de lo que está pasando ahí abajo. El sargento nos ha dicho que no podemos volver a nuestra compañía porque la cosa está algo jodida, pero… no nos dice exactamente qué está pasando.
—Lo que os voy a contar —responde el radiotelegrafista— no vayáis soltándolo por ahí… Creo que va a haber un levantamiento y que los oficiales intentan disimular su nerviosismo.
—Pero ¿quién se va a levantar y contra qué? —pregunta Pepe con ansia e interés—. ¡Macho, no me entero de nada!
—De momento no sé nada más, solo que el Ejército de África se ha levantado, y aquí en la Península van de puto culo para que no se expanda la rebelión. Aquí, por lo que estoy oyendo, todos están a la expectativa de que pase algo. Y ya no os voy a contar más, no vaya a ser que se entere el oficial de guardia. Venid después cuando acabéis el refuerzo a ver si hay algo de nuevo.
—Vale, y gracias por la información. ¿Tú qué opinas, Eduardo?
—No sé, pero todo esto es preocupante. Creo que ese tiene menos idea que nosotros. Anda, no te comas tanto el coco y vamos a desayunar. A ver si han dejado algo.
Cuartel del Bruc en Pedralbes. Sede del regimiento de infantería Badajoz ١٣.
Primeras horas de la tarde del sábado ١٨…
—¡Mercader!, ¿está usted loco? —vocea el general Sampedro—. ¡Enfunde la pistola y deje de apuntarme! Lo que están haciendo no tiene sentido, la sublevación no puede prosperar.
—Mi general —responde el capitán Mercader—, esto va en serio. España necesita que el Ejército se levante y usted no lo va a impedir. Así que, ¿está con nosotros o en contra?
—Yo pienso que esto es una locura y que acabará muy mal.
—Bien, si esa es su última palabra. Acompañen al general al cuarto de banderas y, si ofrece resistencia, redúzcanlo sin contemplaciones.
Todo está claro para los golpistas, la sublevación sigue en marcha y ya no hay vuelta atrás.
—¿Con quién contamos, Mercader? —pregunta el jefe de los sublevados en el cuartel de Pedralbes, el comandante López Amor.
—El capitán Oller está con nosotros, mi comandante. También contamos con el teniente coronel Raduá y algunos paisanos que han ido viniendo durante el día.
—Todavía somos pocos —responde el comandante—. Necesitamos más adeptos a la causa. Vamos a ver, Mercader, necesito que llame, que engañe, que haga lo que haga falta para sacar a la calle uno o dos batallones más. Mañana será un día muy largo y necesito que nos cubramos un poco las espaldas. Nos la estamos jugando y no nos podemos permitir ningún error. Va nuestra vida en ello.
—Veremos lo que puedo hacer. Voy a hacer unas cuantas llamadas telefónicas.
En el cuarto de banderas del regimiento Badajoz 13.
El general no consigue salir de su asombro mientras es conducido junto a otros prisioneros. Allí se encuentra con algunos oficiales fieles a la República.
—¡Espallargas! ¿Usted también está detenido?
—Sí, mi general. Esto no tiene nombre y no sé cómo va a acabar.
—Que sea lo que Dios quiera. ¿Qué sabe del regimiento Alcántara?
—Ni idea, aunque el teniente coronel Roldán parece que simpatiza con los amotinados. Si el coronel Moracho —reflexiona Espallargas— hubiera vuelto ya, no creo que hubieran llegado a tanto. ¿Dónde estará Moracho ahora?
—Quién sabe. Lo que sí sabemos es que Roldán ha tenido tiempo de leer el bando a la tropa por el que el Gobierno ordena la licencia inmediata a la tropa de los cuarteles que se hayan sublevado. Espero que lo haya hecho… Todo es muy confuso, incluso el Gobierno ha dimitido y están buscando un sustituto con Martínez Barrio… Solo nos queda la posibilidad de que el general Llano de la Encomienda se ponga a trabajar de una vez y envíe tropas para desbloquear esta situación.
—No se haga ilusiones, mi general. Creo que en la comandancia estarán más preocupados de que no se rebele la oficialidad contra ellos más que de enviar tropas a los cuarteles. Por cierto, ¿sabe usted quién es el cabecilla aquí en Cataluña?
—Pues no tengo ni idea. Se había comentado algo del general Martínez Anido, don Severiano, que estaba en las andadas tras su exilio en Francia y, sobre todo, cuando ganaron las derechas. Sinceramente no creo que sea él.
—Pues estamos jodidos. Estos desalmados nos están metiendo en un problema muy gordo. No sé cómo vamos a salir de esta, ¿ha conseguido hablar con su mujer?
—Esta mañana he podido hablar un momento y me he permitido darle instrucciones para que se ponga en contacto con tu mujer y preparen las maletas, en caso de que no tengan respuesta nuestra a lo largo del día de hoy, la huida hacia la frontera.
—Tuvo usted razón en preparar la estrategia tras el cambio de gobierno.
—¡Espallargas! La experiencia es un grado. Ojalá salgamos de esta para contarlo.
En la comandancia militar de la división…
Dentro de las instancias militares, situadas en el Paseo de Colón, el traqueteo en la sede del Estado Mayor es inusualmente hiperactivo. Las órdenes van siendo tramitadas conforme se reciben y confirman la información de los diferentes establecimientos militares. Manda la guarnición en Cataluña el general de división Francisco Llano de la Encomienda, jefe de la Cuarta división y comandante militar de Barcelona.
—Mi general, tenemos conexión de nuevo con Madrid.
—Bien, comandante —responde el general—. Pase la llamada a mi despacho y no deje pasar a nadie.
—A la orden.
Suena el teléfono…
—Mi general, ya tenemos la conexión con Madrid.
—Aquí Llano de la Encomienda ¿Con quién hablo?
—Paco, soy Pozas. ¿Qué tal están las cosas en Barcelona?
—Hombre, Sebastián, hacía días que no hablábamos. La situación está calmada de momento, pero las noticias que van llegando no son nada tranquilizadoras. ¿Qué me puedes decir al respecto?
—Bueno, de momento sabemos que uno de los cabecillas de la sublevación es el general Franco.
—¡Vaya!, ese enano prepotente.
—Sí —confirma el general Pozas—, acabamos de recibir un mensaje que ha sido enviado desde Melilla a todas las comandancias en la península, enviando con su firma saludos entusiastas a esas guarniciones para que se subleven y se pongan a sus órdenes.
—¿Y qué dice Casares? ¿Cómo piensa parar a ese insensato?
—De momento ha dado órdenes a la escuadra para que bloquee las plazas sublevadas de Ceuta, Larache y Melilla, bombardeándolas si es necesario, para intimidar a los sublevados.
—Hum…, no creo que eso sea suficiente, Sebastián, pero, en fin, algo es algo. Este ministro me da mala espina y creo que no va a dar la talla.
—No seas pesimista y verás cómo pronto se aclara el asunto. Y tú qué, ¿has hablado con tus subalternos?
—Todos los jefes de cuerpo me han reafirmado su lealtad al orden establecido. No creo que se subleven.
—¿Estás seguro?
—Bueno, no pondría la mano por todos, pero creo que la mayoría son leales y a otros los tengo bajo una discreta vigilancia.
—Bien, si hay alguna novedad, me llamarás, ¿verdad?
—Cuenta con ello y lo mismo digo.
—Por cierto, Paco ¿te ha informado tu servicio de inteligencia sobre la reunión celebrada en el cuartel de la Guardia Civil en la calle Ausias March?
—Algo me han comentado. Allí estaban presentes los coroneles Escobar y Brotons, pero yo pensaba que ya estabas al corriente.
—Sí, lo estoy, pero no sé nada del resultado. No les pierdas ojo.
—Estaré atento, aunque tanto Brotons como Escobar son gente de orden y sería una sorpresa que cometieran alguna locura. Te mantendré informado, adiós.
El general Llano de la Encomienda está intranquilo, sabe que mucha de la oficialidad que le ha ofrecido lealtad miente y, llegado el momento, actuara sin control alguno desde la Comandancia General20. De todos modos, por si acaso, el general ha incautado el cine Pathé para convertirlo en cuartel general en caso de necesidad. A su vez, ya ha organizado diferentes retenes armados con el objetivo de controlar los distintos itinerarios que podrían utilizar las tropas rebeldes presumiendo que estas podrían alcanzar entre cuatrocientos y quinientos efectivos entre civiles y militares.
En el cuartel de los Docks, situado por detrás de la estación de Francia y el parque de la Ciudadela, se encuentra ubicado el regimiento de artillería de Montaña n. º 1, muy cerca del barrio portuario de la plaza de Palacio. También se halla la Conselleria de Gobernación y el barrio tradicional de los pescadores, la Barceloneta. Dentro del establecimiento militar, la mayoría de la oficialidad se halla acuartelada desde hace horas gestando, algunos de ellos, los preparativos de la sublevación que tendrá lugar en pocas horas. Los cabecillas están con ánimo para el combate que se avecina. Uno de ellos, el capitán Luis López Varela de la 5.ª Batería y secretario en Barcelona de la UME (Unión Militar Española), asociación militar de carácter conservador, está dando las últimas instrucciones en el cuarto de banderas del regimiento. Todos están al corriente de los hechos tras la última reunión conspiratoria celebrada en una finca del Barón de Viver en Argentona, en la comarca del Maresme al norte de Barcelona; allí, la mayoría de ellos ya se habían conjurado contra el orden establecido.
—¡Señores!, les ruego su atención —pide la atención uno de los oficiales—. El día tan esperado ha llegado. Se acaba de dar la orden del alzamiento y todos debemos estar dispuestos a ello. El Ejército de África ya está con nosotros y Canarias también. «Mañana recibirá cinco resmas de papel». Recuerden, ahora nos toca llevar la iniciativa a nosotros por el bien de España. Ténganlo todo preparado. Cada uno sabe perfectamente cuál es su cometido y tengan mucha precaución en sus compañías. Es importante… ¡Muy importante! Que la tropa no sospeche nada hasta el último momento, haciéndoles entender que su labor irá en defensa de la República y del orden establecido. Así que, mañana domingo nos pondremos en marcha a las cinco horas. Teniente, por favor, ¿alguna novedad sobre el coronel Serra Castells?
—No, mi capitán —responde el teniente Fernández Unzué—. Nada nuevo. Da la sensación de que el coronel está a la expectativa y lo mejor será pasar de él.
—Bien —contesta el capitán López Varela—; no obstante, es imprescindible mantenerlo vigilado. Lo dejo en sus manos. Repito, es importante que la tropa no presienta lo que está ocurriendo. A ver, ¡Fernández!, usted se encargará de transmitir al comandante Mut y a Lizcano de la Rosa las últimas novedades que serán trasmitidas al general Goded, y de ponerse en contacto con el comandante Recás de la Guardia Civil para que le informe de lo que han decidido después de la reunión.
—A la orden, mi capitán.
En efecto, en Barcelona varios grupos afines a la UME están coordinados por Juan Aguasca Codina, miembro de la entidad España Club, integrada básicamente por militares retirados. Otro de los cabecillas rebeldes es Josep Mª Cunill Postius, jefe de la asociación derechista paramilitar asociada al carlismo de Requetés, que aporta su apoyo con cinco mil hombres más, según él, pero que finalmente no llegarán a ser doscientos. Las consignas comunicadas a la oficialidad rebelde desde el primer momento son claras y escuetas: convocar una Junta Suprema y nombrar jefe del Estado al general José Sanjurjo Sacanell; crear unos tribunales de Honor por regiones; expulsar a los judíos, desterrando y confinando a los masones y miembros de sectas; y disolver partidos y sindicatos.
* * *
Madrid, atardecer del sábado 18…
En el Ministerio de la Guerra todavía se aferran a una leve esperanza de que todo se calme conforme trascurra el día, aunque no todos están confiados en tan ingenua solución. Ellos son los militares de la UMRA (Unión Militar Republicana Antifascista), contraria a la UME y de carácter republicano. Desde su sede central se van poniendo en contacto con todos sus asociados disponibles en las diferentes regiones militares. Los informes no pueden ser más negativos. El general Queipo de Llano se ha sublevado en Sevilla; también Mola en Pamplona, Aranda en Asturias y Cabanellas en Zaragoza. Por el contrario, Batet, fiel a la República, ha sido detenido y encarcelado en Burgos, temiendo por su vida. Ya solo se aferran a la conducta que adoptarán los guardias de asalto o la Guardia Civil en las diferentes provincias. Nadie sabe ciertamente si se pondrán a las órdenes de los gobernadores civiles o apoyarán el golpe.
Madrid sigue en calma; sin embargo, todas las sospechas se van centrando en el Cuartel de la Montaña. Es curioso que en él se tenga la llave de entregar o no a la población los cincuenta mil cerrojos de fusil necesarios para su funcionamiento.
El nerviosismo va en aumento, todos son bulos, dimes y diretes. Tan solo el diario Claridad, órgano de los socialistas de Largo Caballero se atreve a pronosticar un movimiento militar insensato y vergonzoso. El otro diario, La Libertad, está influido por el gobierno republicano y es mucho más cauto. Nada es cierto y comprobado, aunque todos piensan que el Gobierno de Casares pasa por su peor momento y no tardará en ser reemplazado por Azaña. La rumorología indica que el diputado Martínez Barrio está en la lista de los elegidos para sustituir al dimisionario.
Por fin, una voz esperanzadora irrumpe en la radio de los madrileños. Es la dirigente del Partido Comunista Dolores Ibárruri, La Pasionaria, que arenga al pueblo a luchar en estos momentos tan cruciales: «Pueblo de Cataluña, Vasconia, Galicia, españoles todos: a defender la república democrática; a consolidar la victoria lograda por el pueblo el 16 de febrero».
Van pasando las horas y, entre la impresión y el desconcierto, va calando la idea de que el Gobierno ha dejado de existir. La impotencia se va apoderando en los órganos de dirección. Se sospecha que las horas de Casares Quiroga al frente del gabinete están tocando a su fin y comienzan a llegar rumores ya confirmados de que el diputado sevillano Diego Martínez Barrio, jefe del partido de la Unión Republicana, presidente de las Cortes y Gran Oriente de la masonería, ha aceptado de manos de Azaña formar un Gobierno con el fin de enderezar la situación.
Azaña se pone en contacto con el diputado Maura, uno de los jefes de la oposición conservadora, para pedir opinión sobre el nuevo Gobierno adelantándole que Largo Caballero, líder de los socialistas más exaltados y secretario general de la UGT no está por la labor de formar parte de este. Maura le comenta al presidente que sin Largo no hay nada que hacer, deseándole suerte en las futuras negociaciones. Mientras tanto, en la sede de Unión Republicana en Madrid, su líder, el diputado Diego Martínez, es despertado bruscamente después de una larga siesta. La noche anterior ha sido intensa y el resultado de las negociaciones no ha sido el esperado. Los contactos con los generales rebeldes a participar de un gobierno de concentración han resultado un auténtico fracaso. Sus ayudantes lo están presionando para que asuma sus responsabilidades como futuro jefe del Gobierno; sin embargo, don Diego no está por la labor. Está cansado y presiente que el pueblo no está con él.
—¡Don Diego!, ya es hora de reemprender las negociaciones. Todos los asesores están preparados para recibir instrucciones. Es la hora de tomar decisiones.
—¡Alto, alto! —responde con contundencia aún medio adormecido—. Siéntense un momento todos, pues quiero transmitirles algo importante.
Pasados unos instantes…
—Quiero comunicarles mi decisión unánime de dimitir del encargo de formar Gobierno. He reflexionado lo suficiente como para entender que el pueblo no está conmigo y, en esta situación, prefiero retirarme. Dentro de un rato me dirigiré al palacio Nacional a presentar mi renuncia al presidente Azaña. Así que, quiero agradecer el esfuerzo que habéis tenido para conmigo y esperemos que en las próximas horas el destino de España empiece a esclarecerse, muchas gracias a todos.
20 Las brigadas principales que forman la división están dirigidas por los generales Sampedro en infantería; Fernández Burriel en caballería; y Legorburu en artillería. Desde hace días, estos dos últimos han sido los designados por el mando rebelde para encabezar el alzamiento en Barcelona hasta la llegada del general Goded desde Mallorca, después de que este dominase la situación en las Baleares.
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