Kitabı oku: «La rama quebrada», sayfa 2

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Lleno de alegría de tenerla de vuelta después de meses de separación, Norman con mucho gusto le devolvió los deberes hogareños a ella. Entre las tareas de ayudar a Norman con la obra misionera, Ruby hacía hermosos vestidos para enviárselos a Norma, y a menudo pensaba en Ana de la Biblia que hacía túnicas para su hijo Samuel. Con gozo le agradecía a Dios por la casita que Norman había construido íntegramente con la madera del aserradero mientras ella estaba en Australia.

Apenas se había secado la pintura de su nueva casa cuando la junta de la Misión les pidió que se trasladaran a la isla Vella Lavella, una isla más pequeña del grupo de Nueva Georgia al noreste de Batuna. Vivirían en una aldea llamada Dovelle. ¿Por qué se los necesitaba allí? La respuesta decía: “Deben ocupar el lugar de la familia Lee, que acaba de perder a su hijito, Noel, debido a una enfermedad. El señor y la señora Lee regresaron a Australia”.

Al llegar a Dovelle, Ruby y Norman inmediatamente comprendieron por qué había muerto el pequeño Noel. Ellos amaban a los afectuosos nacionales, pero odiaban la suciedad extrema de la aldea. Su casa, hecha de material nativo con un techo de hierro y piso de tablas, tenía una cocina aparte. El suministro de agua, acumulada en un tanque de hierro en el techo, constituía un lugar ideal para criar mosquitos anófeles. No solo abundaban los mosquitos, sino que las moscas pululaban por todos lados, alimentándose de excrementos humanos en los arbustos de las inmediaciones. Descubrieron serpientes y ciempiés en lugares inesperados. Su desafío era cómo poder enseñarle a esta querida gente a vivir pulcramente. Si tan solo escucharan y se atuvieran a una higiene sencilla y práctica, podrían evitar la mayoría de las enfermedades.

Ya que ninguna ruta penetraba la selva espesa y las montañas escarpadas, a Norman le encantaba llevar a Ruby en lancha por el distrito de la isla, visitando todos los hogares de las aldeas. En un viaje descubrieron a Nellie y Norman Watkins, a quienes habían conocido como compañeros de viaje en el vapor cuando llegaron a las Islas Salomón. Norman Watkins administraba una plantación de copra, producto de la pulpa seca del coco, que exportaba.

En esa visita, la afectuosa Nellie recibió a Ruby con una amplia sonrisa y le dijo:

–Ruby, veo que estás esperando tu segundo bebé. Tú sabes que el Hospital Metodista es una institución limpia con un buen médico. Y funciona en Munda, a solo ocho kilómetros de aquí. ¿Te gustaría quedarte con nosotros cuando estés en fecha?

–¡Eso sería una gran bendición! Muchísimas gracias. Aceptaremos tu ofrecimiento –sonrió Ruby con gratitud.

Algunos meses después, mientras visitaban el distrito, anclaron su lancha en el muelle de la plantación una semana antes de la fecha prevista para el parto. Como llegaron después de la puesta de sol, decidieron pasar la noche en la lancha y mudarse a la casa de los Watkins por la mañana. Cansados del viaje, Norman y Ruby se fueron a dormir temprano. A eso de las diez de la noche Ruby despertó a Norman.

–¡El bebé está en camino! ¡Vayamos ahora!

Norman despertó al maquinista.

–¡Apresúrate! Debemos ir al hospital inmediatamente.

Una y otra vez el maquinista probó, pero el motor no encendía. Con desesperación, Norman saltó de la cubierta y corrió hasta la casa de los Watkins.

Al oír las palabras: “Ruby está con trabajo de parto”, entraron en acción. Pronto los cuatro se apretujaron en una lancha neumática con motor fuera de borda para hacer los ocho kilómetros hasta Munda en tiempo récord. El dolor de las contracciones le decía a Ruby que el bebé estaba muy avanzado.

Enormemente aliviado de estar en el hospital, Norman siguió a la enfermera y a Ruby hasta su cuarto. Pronto llegó un saludable varoncito, llorando vigorosamente. Lleno de gozo, Norman vio a su primer hijo, al que llamaron Raymond Harrison.

Poco después del nacimiento de Ray, llegó la noticia de que un fuerte ciclón había volado el techo de la casa de la Misión Dovelle. Como sabían que no valía la pena reparar la estructura y que no podrían volver a esa zona con un nuevo bebé, Norman tomó una lancha y empacó las pocas pertenencias que pudo encontrar. Como la isla Nueva Georgia no estaba lejos, regresaron al Colegio de Batuna y frecuentemente visitaban a los creyentes de Lavella.

Como el distrito de Batuna no tenía casa en la que pudiera vivir la familia Ferris, el presidente de la Misión sugirió que Ruby y el bebé regresaran a Australia.

–Como faltan pocos meses para tu furlough –le dijo a Norman– pronto te reunirás con ellos.

Eso hicieron.

En el largo viaje de regreso a Sidney, Ruby oraba con mucha frecuencia y fervor para que Norma la aceptara como su madre. Con alegría se emocionó al ver su hijita robusta pero tímida. La pequeña Norma observaba con curiosidad a esta nueva persona. Mary la tomó de la manito y la llevó hasta donde estaba Ruby, diciendo:

–Mamá, tu mamá.

Pasó solo poco tiempo hasta que el amor se abrió paso. La pequeña Norma lentamente se acercó a ella y levantó las manos. Ruby alabó a Dios cuando Norma la abrazó fuerte. ¡Qué alegría tener a su pequeña en sus brazos!

Pero las continuas altas temperaturas y los días que pasó en cama sufriendo los escalofríos periódicos y la fiebre de la malaria dejaron a Ruby debilitada y anémica. Gradualmente se volvió incapaz de amamantar al bebé Ray. Con el paso de las semanas él no aumentaba de peso. Cuando creció lo suficiente, la papilla de Granose marcó una gran diferencia. Pronto sus enormes ojos azules brillaban y sus mejillas rosadas lo hacían que fuera un bebé adorable.

Finalmente llegó el día cuando recibieron una carta de Norman: “Estoy yendo a Australia por la vía de las Nuevas Hébridas, y pasaré por la casa de mis padres antes de llegar a Sidney”, escribió. “Como está a más de 640 kilómetros al noreste de Sidney, tú y los niños, ¿podrían tomar el vapor para que nos encontremos en la Isla Lord Howe?”

¡Qué gran reunión cuando llegó el barco! Norma, casi por cumplir sus tres añitos, miraba suspicazmente a su papá. Él comenzó a jugar con ella usando globos y una pelota de goma blanda. Las escondidas eran muy divertidas también. Muy pronto, el amor y el afecto que él le prodigó la conquistaron. Qué alegría inundaba el corazón de Norman al alzar a Norma y al pequeño Ray, que ahora tenía ocho meses.

¡Gloriosa unión familiar: jugar con los niños, disfrutar de picnics en la playa y compartir las bendiciones de Dios con los abuelos llenó su taza de alegría! Ahora Norman podía contarles historias misioneras a sus padres, sobre la conducción y el poder de Dios, así como ellos solían leerle historias de las Islas Salomón a él y a sus hermanos cuando eran niños.

El resto de los tres meses de licencia pasaron volando al visitar a los padres de Ruby en Sidney. Muy pronto, la familia misionera de cuatro integrantes se embarcó en el vapor que los llevaría de regreso a las Islas Salomón. Pero Satanás tenía un plan siniestro para destruir su felicidad.

1 Nota del editor: Furlough es una licencia especial de vacaciones para todos los misioneros u obreros que trabajan en otro país fuera del de origen.

3 Bebé por la borda

Relajados en las sillas de la cubierta mientras vigilaban a los niños que jugaban, Norman le explicó los planes de viaje a Ruby.

–Después de varias semanas en mar abierto, atracaremos en el puerto de escala más cercano, en la isla de Rendova, del grupo de Nueva Georgia. La lancha misionera interisleña, Kima, nos llevará hasta la Laguna Marovo, en la isla Nueva Georgia.

Cuando desembarcaron en Rendova, descubrieron que la Kima estaba anclada para pasar la noche. Los vientos fuertes azotaban las velas y la violencia de los mares frustró cualquier plan de partir aquella noche. Cuando los Ferris abordaron la Kima, descubrieron que estaba repleta de nacionales y sus pertenencias, que también iban hasta Marovo.

Con la esperanza de que por la mañana las aguas se calmarían, Norman le explicó a Ruby:

–Lo siento, cariño, pero no queda espacio en la cubierta. Tendremos que acostarnos en el techo de la cabina, sin colchones.

Por la mañana el clima no cambió. Dado que el camino más corto los llevaría a través de mares agitados, el capitán escogió el camino más seguro. Eso implicaba viajar durante todo el día hasta la punta norte de la isla Nueva Georgia, antes de poder dirigirse al sur y entrar en la laguna. Como la embarcación se movía y se sacudía casi sin control, la tripulación puso las velas para estabilizar la lancha.

Al volante, Norman observaba a su buen amigo, Kata Rangoso, un hombre gigante, bien parecido y de espaldas anchas. Rangoso, hijo de un jefe cazador de cabezas, se hizo cristiano a los quince años. Su mente brillante pronto captó los principios de liderazgo que solo Dios, mediante el estudio de la Biblia, podía enseñarle. Ya en 1930, Rangoso era muy querido por la gente de las Islas Salomón occidentales por su conducta humilde aunque elevada, además de su fidelidad. Muchas veces Norman había viajado con él. Como capitán de la pequeña embarcación, conducía la lancha con cuidado. La proa de la lancha pegaba contra cada ola con un ruido sordo mientras los pasajeros se agarraban de lo que podían.

Un miembro de la tripulación le comentó a Norman:

–¡Estoy contento de que él sea el capitán de esta lancha! Observe su destreza inusual en aguas turbulentas.

Luego agregó:

–Hubiese querido entrar a la laguna por el camino más corto que conocemos más. Sin embargo, estoy seguro de que tendrá sumo cuidado al pilotear esta lancha a través de esta entrada angosta y peligrosa a la laguna.

Con frecuencia, Rangoso les daba seguridad con una amplia y tranquila sonrisa.

Tarde en la noche entraron en las aguas tranquilas de la Laguna Marovo.

–¡Qué alivio después de tantas horas de golpear olas y de ser sacudidos por el mar tempestuoso! Estoy agotada y tengo hambre –exclamó Ruby.

–No tenemos ninguna posibilidad de llegar hasta donde está nuestra comida. Espero que podamos desembarcar pronto. Como esta es la laguna más grande del mundo, puede llevar un tiempo.

Norman advirtió que ella bostezaba y agregó:

–Mi querida, ahora que estamos en aguas tranquilas, ¿por qué no aprovechas la fresca brisa marina y descansas allí arriba en el techo de la cabina? Yo la pasaré bien viendo cómo Rangoso alumbra con su linterna a través del espejo de la superficie de las aguas en busca de mojones. Quizá pueda aprender para el futuro.

–¿Estás seguro de que estará todo bien? –preguntó Ruby.

–Él ha navegado estas aguas en canoas y en embarcaciones misioneras durante años. Supongo que conoce casi cada roca sumergida en esta laguna, además de todos los canales seguros.

Aliviada y satisfecha, Ruby subió hasta el techo, y se acostó. Norman puso a la pequeña Norma a la izquierda de ella y al bebé Ray sobre su brazo derecho. Como se sintió segura, pronto se quedó dormida. Mientras tanto, Norman observaba de cerca mientras Rangoso constantemente verificaba sus mapas y escrutaba con su linterna.

Con repentina violencia al Kima dio una sacudida hacia el lado del puerto. Sin siquiera ver una ondulación en el agua, la lancha había golpeado contra una roca sumergida que no figuraba en el mapa. Todo lo que estaba sin atar en la cubierta se deslizó y cayó al agua, incluyendo las pertenencias de los misioneros. Rangoso trató desesperadamente de enderezar la lancha, pero la quilla había dado contra una ranura de la roca y se resistía a salir. El impacto catapultó al mar a la tranquila Norma. Inmediatamente su madre gritó desenfrenada:

–¡Norma cayó por la borda! ¡Rápido! ¡Rápido! ¡Está en el agua!

Un miedo espantoso se apoderó de Ruby. Los recuerdos de casi haber perdido a Norma cuando era bebé inundaron su mente, pero al recordar la manera en que Dios utilizó a las personas para que su pequeño cuerpo recuperara la salud le dio esperanzas ahora.

Jimaru, el hermano de Rangoso, y otro tripulante rápidamente se zambulleron por la borda. Salió solo con una canasta de batatas. Instantáneamente Rangoso se lanzó a lo profundo de la laguna buscando frenéticamente entre el coral traicionero. Aferrada a su bebé, Ruby lloraba y oraba por lo bajo, mientras que Norman oraba en voz alta. Rangoso regresó a la superficie para tomar aire, y de nuevo desapareció en la profunda oscuridad. Norman, como no era un buen nadador como los nacionales, sostenía a su esposa y al bebé en el peligroso techo inclinado, observando ansiosamente el haz de la linterna que barría el agua.

Rangoso extendía las manos para aquí y para allí, orando:

–Por favor, Dios, ayúdame a encontrar a la pequeña.

Sus manos tocaron una canasta que había caído de cubierta, luego una piedra cubierta de malezas. Se dio vuelta y sintió algo suave: ropa, pelo. Entonces puso a Norma sobre sus hombros y dio una poderosa patada sobre el coral del fondo del mar, sin importarle de que pudiera cortarse sus toscos pies descalzos. Un momento después colocó a Norma en los brazos de su padre. Norman la tomó de los pies y la sacudió suavemente para sacarle el agua, y ella comenzó a llorar.

¡Qué sonido bienvenido fue ese!

–Gracias a ti, Dios, y a Rangoso –oró la madre agradecida–. No parece afectada por el baño. ¡Muchas gracias!

Alguien gritó órdenes.

–Todos avancen, y veamos si yendo rápidamente hacia atrás el peso cambia y juntos podemos quitar la lancha de la roca.

Norman se apresuró a ayudar a Ruby y al bebé. Al llegar al centro de la lancha, de repente esta giró y arrojó al agua a ellos tres y a muchos otros a estribor. Los miembros de la tripulación rápidamente saltaron para auxiliarlos y los ayudaron a subir a bordo. En bajamar, la posición de la lancha se volvía precaria, y el pequeño bote que llevaban a remolque posiblemente no les serviría de mucha ayuda para sobrevivir.

Rangoso escogió a dos tripulantes y les dijo:

–Por favor, tomen el bote y busquen ayuda en la aldea más cercana. Podría estar a kilómetros de distancia.

Desaparecieron en la oscuridad. Pasaron horas angustiosas mientras el Kima lentamente se hundía cada vez más en el mar. Las mujeres se sentaron en la popa como patos listos para zambullirse al agua. Esperaban, oraban y escuchaban en la oscuridad. Después de lo que parecieron horas, oyeron el ruido de los remos de una canoa. Inmediatamente se elevaron muchas oraciones agradeciendo a Dios por oír y responder sus plegarias de ayuda.

Rangoso puso a todas las mujeres y niños en la canoa. Los aldeanos los llevaron a una isla deshabitada a una media hora de distancia del naufragio. Ruby casi no se daba cuenta de que no tenía comida, pero sin un refugio se convirtieron en carnada para miles de mosquitos. Dos cabecitas descansaban sobre su falda. Agradecida por sus dos hijos, contempló las brillantes estrellas que se esparcían de a millares como joyas sobre su cabeza. Eso le hizo recordar un versículo bíblico que describía la vida de Rangoso: “Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad” (Dan. 12:3). Cuando se zambulló tres veces para salvar a Norma, Ruby comprendió que Rangoso entregaba todas sus energías para llevar a las personas al amor de Dios. Su corazón se llenó de gozo al contemplar los primeros rayos del alba que culminaban en un glorioso amanecer. Ruby contemplaba a este muchacho pagano que se crió en las tinieblas y el temor. Ahora que era un líder transformado, su vida lucía más brillante que el sol naciente. Sí, pensó Ruby, un día Rangoso se sentará con Dios en un trono especial para reinar con él.

La canoa llegó a eso de las nueve aquella mañana. Norman le había pedido a uno de los hombres de la aldea que le alcanzara una cajita de Weet-Bix a Ruby y a las mujeres y niños que esperaban. Norman y Ruby la habían traído de Australia. Mientras compartía estas nutritivas galletitas para desayuno, Ruby pensó: Ese es mi querido esposo, siempre pensando en los demás. Recordó que no teníamos nada para comer desde ayer.

A eso de las tres de la tarde se produjo la marea alta. Con ayuda extra de los hombres de la aldea, la lancha volvió a flotar una vez más. No encontraron daños, salvo una pequeña pieza de cobre que se perdió de la quilla. A la mañana siguiente llegaron al colegio de Batuna, cansados y consumidos. La familia Ferris estaba agradecida por el alojamiento temporal en una de las casas del personal de la Misión.

Una semana después, la Junta Misionera envió un mensaje a Norman y Ruby: “¿Estarían dispuestos a unirse a Jugha y abrir misión en la gran isla de Guadalcanal? Jugha está trabajando solo entre los adoradores de demonios, y este desafío ha llegado a ser demasiado para él. Necesita la ayuda de ustedes”.

–Jugha tiene una historia interesante –le explicó Norman a Ruby–. El padre de Kata Rangoso capturó a Jugha en una cacería exitosa. Su padre era el jefe de la aldea en la Laguna Marovo, y tenía planes de ofrecer al muchacho como sacrificio, un holocausto, en su culto demoníaco. Era una costumbre horrible usada para expresar gratitud por la victoria.

–Sin embargo, en el ínterin antes de sacrificar al muchacho, el jefe vio potencial en él y decidió adoptarlo como hijo. Permitió que Jugha fuese a la escuela de la Misión con Kata Rangoso y juntos entregaron su corazón a Jesús. Él y Kata se bautizaron en 1918. Jugha ha dedicado su vida a compartir su amor por Jesús. Estoy seguro de que nos encantará formar equipo con él.

A sugerencia del dirigente de la Misión, Norman cargó la lancha misionera Melanesia, con materiales de construcción y herramientas. Su primera tarea fue levantar un pequeño refugio de dos habitaciones, una casa para su familia en un pedazo de terreno donado en la Bahía del Trotamundos, en Guadalcanal. Ruby se quedó con los niños mientras Norman y la tripulación de la lancha trabajaban construyendo la casa temporaria.

Aunque estaban separados, tanto Ruby como Norman oraban para que el Espíritu Santo les enseñara de qué manera podían hacer que Jesús fuese atractivo para estos paganos. ¿Cambiarán su crueldad, temor y odio por paz, amor, esperanza y gozo? Después de toda una vida de adoración demoníaca, ¿podrían desear a un Dios que los quería tanto que murió por ellos? Al recordar de qué manera Dios había resuelto tantos problemas y dificultades por ellos durante los últimos siete años, reunieron coraje, porque la gracia de Dios no tiene límites.

Pero Norman sacudió la cabeza al estudiar la propiedad que le dieron a la Misión. Una colina escarpada se extendía casi hasta la costa de la Bahía del Trotamundos. Debía construir la casa en esa pendiente casi vertical donde el nivel de la puerta trasera daba contra el suelo. La parte de adelante, que descansaba sobre enormes troncos, debía ser suficientemente alta como para que viviera la tripulación de la lancha abajo. La cocinita se parecería más a una alcoba.

Debajo de él las casas de la aldea salpicaban la playa. Legalmente, cada familia pertenecía a la Iglesia de Inglaterra o a la misión católica. En la práctica y en su estilo de vida, los aldeanos vivían en la indecencia y el paganismo. En su ignorancia, seguían sin discusión las órdenes de sus sacerdotes. Norman ya veía evidencias de que estas personas sencillas no tendrían nada que ver con este nuevo misionero.

Noche tras noche Norman se iba a dormir orando:

–Padre celestial, danos sabiduría, tacto y amor para saber cómo llegar a estas preciosas personas que nos has llamado a servir. Muéstranos cómo comenzar.

4 Barreras derribadas

Cuando Norman terminó el refugio temporario de dos habitaciones en la Bahía del Trotamundos regresó a buscar a Ruby y a los niños. Cargaron todas sus pertenencias en la lancha Melanesia y arribaron con una terrible tormenta. Era 1932. Los aldeanos los miraban con desconfianza y no permitían que los recién llegados cambiaran alimentos frescos para ellos o la tripulación de la lancha.

De noche, los mosquitos los atacaban en masa, hasta que Norman concibió la idea de quemar viruta mojada y espantarlos con el humo. Sin embargo, se alegraron al descubrir que, a pesar de las constantes picaduras, la malaria prácticamente no existía en esa región. La salud de ellos mejoró enormemente mientras estuvieron cerca de la Bahía.

Como su casa se encaramaba en la ladera de una montaña, en los días lluviosos patinaban y resbalaban por el sendero barroso hasta la aldea de abajo. Sin embargo, una calle corta hecha por el gobierno pasaba por el medio de la aldea, libre para todos. Como a Norma y a Ray les encantaban estas caminatas, Norman y Ruby los llevaban seguido, con la esperanza de hacer amistades. Continuamente suplicaban:

–Dios, ayúdanos a superar las barreras. Todos nos consideran impostores.

Una mañana, mientras Norman trabajaba en la instalación de un tanque para mejorar el suministro de agua, un hombre subió por el sendero hasta donde estaba él. Norman le preguntó en inglés pijin:

–¿Qué nombre tienes? –que quiere decir “¿Qué te trae por aquí?”

–Esposa tener muy enfermo. Más mejor esposa tener usted venir a ver.

Norman llamó a Ruby:

–La esposa de este hombre está enferma y quiere que tú [esposa tener usted: Ruby] bajes y veas qué puedes hacer para ayudarla.

Al hacerle preguntas, Ruby descubrió que Lizzie, su esposa, había estado con dolores de parto por uno o dos días. El bebé había nacido, pero Lizzie retuvo la placenta. Por dos o tres días ellos habían escuchado gritos entre los arbustos. Ahora sabían por qué.

Ruby rápidamente puso agua caliente en un balde. Tomó su botiquín médico y siguió a Mechael hasta el lugar de parto. Quedó estupefacta al ver a Lizzie acostada en el piso frío sin ninguna manta, semiconsciente. Ella reconocía a Mechael como el maestro de la escuela de la Iglesia de Inglaterra de la aldea. Se preguntaba por qué había acudido a ellos cuando la aldea tenía tantos prejuicios contra ellos.

Después de algunas manipulaciones, la placenta salió sin complicaciones. Como conocía la costumbre nativa de que no está permitido que las mujeres vuelvan a la aldea después de dar a luz por al menos siete días, y a veces dos semanas, Ruby sugirió algo que era estrictamente tabú:

–Lizzie, ella morir. Llevar a casa tibio. Necesitar abrigo.

Mechael aceptó el pedido de Ruby. Ahora el bebé y la madre estarían en camino de recuperación nuevamente. Al día siguiente, Norman miró sorprendido hacia abajo de la colina.

–¡Ven, Ruby! –la llamó–. Mira el aluvión de mujeres que suben por nuestro sendero montañoso cargadas con canastas llenas de alimentos. Vayamos a recibirlas.

Llenas de sonrisas, explicaron en pijin:

–Lizzie, ella vivir. Pequeninos comer.

¡Qué ofrenda de gratitud por salvar a una madre y a su bebé! Muy agradecidos, los misioneros aceptaron la comida mientras las mujeres la ponían en la cocina improvisada. Después de que se fueron, la feliz pareja reunió a sus hijos y se arrodillaron a orar.

–Gracias, Dios. Tú abriste un camino para derribar la barrera y poder hacer amigos en esta aldea. Por favor, envía a tus ángeles para ayudarlos a comprender el plan de Dios, para que reciban tu reino eterno.

Desde ese día los aldeanos acudían para ser tratados de sus tantas enfermedades. Los misioneros daban inyecciones, vendaban llagas y ayudaban cada vez que se los llamaba. La unidad del amor formó un vínculo firme entre ellos. La tripulación de la lancha se sumaba a ellos mientras caminaban por la calle hasta el puesto misionero católico. Al visitar cada hogar, la tripulación, en su propio idioma, les contaba historias bíblicas de Jesús a los ávidos niños y a sus padres.

El sacerdote estaba perdiendo la confianza de la gente, así que ideó un plan astuto. Convencería a los ignorantes de que su poder superaba al del misionero blanco. Para demostrar lo que decía, le dijo a la gente que él podía hacer que la sangre de Cristo cayera del cielo. Esta caería sobre todo el que fuera a arrodillarse para recibir el perdón del pecado.

Previamente, el sacerdote había hecho arreglos para que un muchacho nativo se escondiera en el cielo raso de la iglesia con un gallo recién degollado. En el momento preciso, apretaría al gallo sobre un pequeño orificio y la sangre fluiría. Funcionó por algunos momentos, y la gente se convenció. Entonces el muchacho habló con voz fuerte y clara:

–Sangre tener este cocaraco secar, terminar. Más mejor usted matar un cocaraco más. [La sangre de este gallo se secó. Necesita matar un gallo más.]

Debido al engaño del sacerdote, perdió su influencia. Dios transformó esta mentira para su gloria. Los miembros católicos acudieron a Norman para solicitar un maestro para sus hijos. Complacido, Norman alabó a Dios por el gozo de ubicar a un calificado adventista nacional en esa aldea.

Todos los sábados de mañana la tripulación y los misioneros se reunían para la Escuela Sabática debajo de su casa. Un sábado, durante el canto, un hombre alto y fornido llegó a los trancos por el sendero y demandó:

–Yo querer tú bombear. Pequenino tener mucho enfermo.

Sin duda había visto a los misioneros usar una jeringa larga para lavar la infección de las úlceras y pensó que eso le quitaría el problema al cuerpo de su bebé.

Norman explicó en pijin:

–Nosotros nunca prestamos nuestras cosas médicas a nadie. Después del “lotu” [culto] iremos a tu aldea a ver a tu hijo enfermo.

Terminado el culto, Norman y Ruby llevaron el botiquín médico hasta esta aldea de paganos donde los cerdos, los perros y la gente vivían todos juntos. Descubrieron que una niña de 18 meses no había movido los intestinos por tres días. Lloraba fuerte, como si le doliera. Ruby comenzó a preparar una mezcla que pronto la aliviaría. Pero antes de poder dársela a la niña, la madre y toda la familia huyó despavorida al matorral y se negaban a que Ruby se les acercara. Solo una persona de la aldea permitió que Norman la ayudara con una inyección, una mujer que sufría de una horrenda úlcera tropical sangrante y sobre la que gusaneaban las moscas. Con tristeza regresaron a su casa orando:

–Fácilmente podríamos haber curado la constipación de la niña. Por favor Dios, muéstranos cómo ganar la confianza de estos queridos paganos.

A la mañana siguiente, Ruby se apresuró a ir a la casa de la niña enferma. Quedó horrorizada y atónita con lo que vio. El sacerdote del diablo había hecho un corte profundo de tres centímetros alrededor de los glúteos de la pequeñita de un lado del ano hasta el otro. La niñita estaba semiconciente. El padre se dirigió a Ruby para contarle por qué permitió que el sacerdote del diablo cortara a su bebé. ¡Fue para “permitir que el diablo saliera”! El sacerdote del diablo fruncía el ceño mientras observaba cómo Ruby hacía un vendaje de ungüento balsámico sobre el profundo corte, diciendo una y otra vez en pijin:

–¿Cómo pudo hacer una cosa tan absurda?

Miró con dureza al sacerdote del diablo, luchando por controlar su enojo:

–Lo denunciaré al gobierno por este hecho horrible. Esta bebé de seguro morirá.

A la mañana siguiente, al acercarse a la aldea, oyeron gritos de duelo. La madre estaba sentada sobre una tablilla de madera sosteniendo a la pequeña bebé. Ruby se sentó a su lado, la abrazó y lloró:

–Lo lamento mucho, mucho. ¿Cuántos hijos tienes?

Ahogada por la pena la pobre madre respondió:

–Este hacer cuatro chicos terminar morir.

El corazón de Ruby se quebró al pensar en sus dos hijos, abrigados y felices en casa, comparados con esta pobre madre pagana que había perdido a sus cuatro hijos, por ignorancia. ¡Cómo debe apenarse Jesús cuando esta querida gente rechaza el poder sanador del evangelio de Cristo, que les daría vida, salud, paz y gozo!

Poco después de esto, Norman tuvo un severo ataque de dolor intenso, que no respondía al tratamiento. (Probablemente eran cálculos renales.) El dolor se volvió tan fuerte que Ruby temía la posibilidad de tener que enterrarlo en este solitario puesto misionero. La tripulación y los maestros oraban por él mientras preparaban la lancha para llevarlo al hospital más cercano, en Tulagi, en las islas Florida, a mas de diez horas de distancia. Partieron, pero el mar agitado dificultaba el viaje, así que se refugiaron en una islita durante la noche. Cuando llegaron al puerto a la mañana siguiente, los médicos le dijeron que el vapor Malaita partiría al día siguiente, en dirección a Sidney.

–Usted necesita ayuda médica profesional –le dijeron a Norman–. Necesita tomar ese barco.

Con un dolor terrible, Norman accedió.

Y así Norman se embarcó en el vapor para Sidney y la tripulación de la lancha regresó con Ruby y los niños a la Bahía del Trotamundos. Estos leales nacionales cristianos cuidaron fielmente y protegieron a la pequeña familia hasta que Norman regresó, completamente recuperado, seis semanas después.

Por ese entonces, la junta misionera cayó en la cuenta de que esta zona de Guadalcanal necesitaba una escuela de capacitación para futuros obreros. Norman comenzó a buscar un terreno adecuado y finalmente se dirigió al funcionario del gobierno con este pedido.

–Señor, queremos construir una escuela para la gente de esta zona. Encontré un terreno muy apropiado en la Bahía de Kopiu que consta de más de 145 hectáreas. Esta propiedad está ubicada a unos diez kilómetros de la costa del estrecho de Marau. Me gustaría firmar un contrato de locación por 99 años.

Después de una investigación, le otorgaron la locación y Norman firmó los papeles respectivos. El dueño, un jefe, puso su impresión del pulgar junto a la firma de Norman, con lo que quedó legalizada la construcción de una escuela.

Su partida de la Bahía del Trotamundos causó tristeza a los amados aldeanos que querían tanto. Ruby nunca olvidó a la madre que había perdido a sus cuatro hijos que se aferraba de ella llorando:

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