Kitabı oku: «Consejos sobre la salud», sayfa 5

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Cultivar la habilidad

No se den por satisfechos con alcanzar un bajo nivel. No somos lo que podríamos ser ni lo que Dios desea que seamos. Dios no nos ha dado las facultades racionales para que perma­nezcan ociosas, ni para que las pervirtamos en la prosecución de fines terrenales y sórdidos, sino para que sean desarrolladas hasta lo sumo, refinadas, santificadas, ennoblecidas y emplea­das en hacer progresar los intereses de su reino.

Nadie debe consentir en ser una mera máquina, accionada por la mente de otro hombre. Dios nos ha dado capacidad para pensar y obrar, y si actuamos con cuidado, buscando en Dios nuestra sabiduría, llegaremos a ser capaces de llevar nuestras cargas. Obren con la personalidad que Dios les ha dado. No sean la sombra de otra persona. Cuenten con que el Señor obrará en ustedes, a favor de ustedes y por medio de ustedes.–El ministerio de curación, pág. 398 (1905).

Temperantes en todo 10

La reforma pro salud es una parte importante del mensaje del tercer ángel; y como pueblo que profesa esta reforma, de­bemos avanzar continuamente y nunca retroceder. Es una gran cosa que podamos asegurarnos la salud acatando las leyes de la vida, y muchos no lo han hecho. Gran parte de las enfer­medades y los sufrimientos que abundan entre nosotros son el resultado de la transgresión de las leyes físicas, producto de los propios malos hábitos de la gente.

Nuestros antepasados nos han legado costumbres y ape­titos que están llenando el mundo con enfermedades. Las consecuencias de los pecados que los padres cometen al complacer los apetitos pervertidos recaen dolorosamente sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generaciones. La mala alimentación de muchas generaciones, los hábitos de glotonería y desenfreno de la gente, han hecho que se llenen nuestros hospicios, prisiones y manicomios. La intempe­rancia en el consumo de té, café, vino, cerveza, ron y bran­dy, además del uso de tabaco, opio y otros narcóticos, ha producido una gran degeneración mental y física que crece constantemente.

¿Son estos males que azotan a la raza humana un resultado de la providencia de Dios? No; en realidad existen porque la gente ha vivido en forma contraria a su providencia y to­davía continúa ignorando sus leyes irresponsablemente. Con palabras del apóstol, apelo a las personas que no han sido cegadas ni paralizadas por enseñanzas y prácticas erróneas, a quienes están listos para rendirle a Dios el mejor servicio del cual son capaces: “Hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Rom. 12:1, 2). No tenemos derecho a violar caprichosamen­te un solo principio de las leyes de la salud. Los cristianos no deben aceptar las costumbres y prácticas del mundo.

La historia de Daniel se registró para beneficio de nosotros. Él eligió una conducta que lo hizo conspicuo en la corte del rey. No se conformó a los hábitos alimentarios de los cortesa­nos, sino que propuso en su corazón no comer las carnes de la mesa del rey ni beber sus vinos. Esta decisión no fue tomada a la ligera ni de modo vacilante sino que fue con inteligencia y practicada resueltamente. Daniel honró a Dios; y en él se cumplió la promesa: “Yo honraré a los que me honran” (1 Sam. 2:30). El Señor le dio “conocimiento e inteligencia en todas las letras y ciencias” y también le concedió “entendi­miento en toda visión y sueños” (Dan. 1:17); de modo que llegó a ser más sabio que todos los miembros de la corte real, más sabio que todos los astrólogos y magos del reino.

Los que sirvan a Dios con sinceridad y verdad constituirán un pueblo peculiar, diferente del mundo y separado de él [1 Ped. 2:9]. Sus alimentos no serán preparados para complacer la glo­tonería o gratificar el gusto pervertido, sino para obtener de ellos la mayor fortaleza física y, en consecuencia, las mejores condi­ciones mentales...

La gratificación excesiva en la comida es un pecado. Nuestro padre celestial ha derramado sobre nosotros la gran bendición de la reforma pro salud para que lo podamos glorificar obedeciendo las demandas que hace de nosotros. Los que han recibido la luz acerca de este importantísimo tema tienen el deber de manifestar un mayor interés por los que todavía sufren por falta de conocimiento. Los que esperan el pronto regreso de su Salvador no deberían manifestar una falta de interés en esta gran obra de reforma. La acción ar­moniosa y saludable de todas las facultades del cuerpo y la mente produce felicidad; mientras más elevadas y lim­pias sean estas facultades, más pura y genuina será la feli­cidad. Una existencia sin propósitos es una muerte en vida. La mente debería preocuparse de los temas que se refieren a nuestros intereses eternos. Esto contribuirá a la salud del cuerpo y la mente.

Nuestra fe requiere que levantemos las normas de la refor­ma y demos pasos de progreso. Debemos separarnos del mun­do si queremos que Dios nos siga aceptando. Como pueblo, el Señor nos amonesta: “Salid de en medio de ellos, y apartaos... y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré” (2 Cor. 6:17). Pueda ser que el mundo los desprecie por no conformarse a sus normas ni participar en sus diversiones disipadas ni seguir sus costumbres perniciosas; pero el Dios del cielo ha prometido recibirlos y ser para ustedes un padre: “Y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso” (vers. 18).

El mundo no es nuestro criterio

El mundo no debe ser un criterio para nosotros. Hoy es cos­tumbre gratificar el apetito con comidas exuberantes y estímulos artificiales, de modo que se fortalecen las propensiones anima­les y se coarta el crecimiento y desarrollo de las facultades mo­rales. A menos que los descendientes de Adán decidan practicar la temperancia en todas las cosas, no hay ningún estímulo que se le pueda dar a ninguno de ellos para que lleguen a ser militan­tes victoriosos en la lucha cristiana. Si la practican, no pelearán como quien hiere el aire [1 Cor. 9:26].–Testimonios para la igle­sia, t. 4, pág. 39 (1876).

Ejercicio físico 11

Otra preciosa bendición es el ejercicio apropiado. Hay mu­chos indolentes inactivos, quienes no sienten inclinación por el trabajo físico o el ejercicio porque los cansa. ¿Qué importa si los cansa? La razón por la cual se cansan es porque no for­talecen sus músculos por medio del ejercicio; por tanto, les afecta el más pequeño esfuerzo. Las mujeres y niñas enfer­mas se sienten más satisfechas al ocuparse en trabajos livianos –como crochet, bordado o encaje de hilo– que en hacer trabajo físico. Si los enfermos desean recuperar la salud, no debie­ran descontinuar el ejercicio físico; porque así aumentarán la debilidad muscular y el decaimiento general. Venden un brazo y dejen de usarlo por unas pocas semanas, después quítenle las vendas y descubrirán que es más débil que el brazo que han estado usando moderadamente durante el mismo tiempo. La inactividad produce el mismo efecto en todo el sistema muscular. No permite que la sangre despida las impurezas como sucedería si el ejercicio indujera una circulación activa.

Cuando el tiempo lo permite, todos los que puedan hacer­lo debieran caminar al aire libre en verano e invierno. Pero la ropa debiera ser apropiada para el ejercicio, y los pies de­bieran estar bien protegidos. Una caminata, aun en invierno, sería más benéfica para la salud que todos los remedios que los médicos puedan prescribir. Para los que pueden caminar, es preferible caminar en vez de cabalgar. Los músculos y las venas pueden realizar mejor su trabajo. Habrá un aumento de la vitalidad, tan necesaria para la salud. Los pulmones ten­drían una actividad bien necesaria, puesto que es imposible salir al tonificante aire de una mañana invernal sin llenar bien los pulmones.

Algunos piensan que las riquezas y el ocio son realmente bendiciones. Pero cuando algunas personas se enriquecen, o inesperadamente heredan una fortuna, interrumpen sus hábitos activos, están ociosos, viven cómodamente, su utilidad pare­ce terminar; se vuelven intranquilos, ansiosos e infelices, y su vida pronto se acaba. Los que siempre están ocupados, y lle­van a cabo alegremente sus tareas diarias, son los más felices y más sanos. El descanso y la calma de la noche brindan a su cuerpo cansado un sueño ininterrumpido...

El ejercicio ayuda a la digestión. Salir a caminar después de comer –con la cabeza erguida, los hombros enderezados y haciendo un moderado ejercicio– será de gran beneficio. La mente se apartará de uno mismo y se concentrará en las bellezas de la naturaleza. Cuanto menos se preste atención al estómago después de una comida, mejor. Si constantemente temen que la comida les haga mal, muy probablemente su­cederá así. Olvídense de ustedes mismos y piensen en algo alegre.

El aire puro y los resfríos

Muchos son víctimas de la idea errónea de que si se han resfriado deben excluir el aire exterior y aumentar la tempe­ratura de su habitación hasta que sea excesivamente alta. El organismo puede estar descompuesto, los poros pueden estar cerrados por el material de desecho, y los órganos internos más o menos inflamados, porque la sangre se ha retirado de la superficie y se ha ido hacia ellos. En estos casos, más que en otros, no se debiera privar a los pulmones de aire puro y fresco. Si hay un momento en que el aire puro es necesario, es cuando alguna parte del organismo, como los pulmones o el estómago, se enferma. Un ejercicio juicioso llevaría sangre a la superficie y aliviaría los órganos internos. Un ejercicio vigorizante, aunque no violento, al aire libre, con espíritu alegre, activará la circulación, dando un brillo saludable a la piel y enviando la sangre, vitalizada por el aire puro, a las extremidades. El estómago enfermo se aliviará con el ejer­cicio. Con frecuencia los médicos aconsejan a los enfermos visitar países extranjeros, ir a las termas o navegar con el fin de recuperar la salud; cuando, en nueve casos de diez, si se alimentaran moderadamente e hicieran un ejercicio saludable con ánimo alegre, recuperarían la salud y ahorrarían tiem­po y dinero. El ejercicio, y un aprovechamiento generoso y abundante del aire y de la luz solar –bendiciones que el Cielo brinda liberalmente a todos–, darían vida y fuerza al extenua­do enfermo...

Inacción y debilidad

Los que no usan sus extremidades todos los días notarán que se sienten débiles cuando tratan de hacer ejercicio. Las venas y los músculos no están en condiciones de cumplir su función y mantener toda la maquinaria en saludable acción, cada órgano cumpliendo su parte. Los miembros se fortalecen con el uso. Un ejercicio moderado cada día impartirá fuerza a los músculos, que sin ejercicio se ponen fláccidos y endebles. Por medio del ejercicio activo y diario al aire libre el hígado, los riñones y los pulmones también se fortalecerán para hacer su trabajo. Traigan en vuestra ayuda el poder de la voluntad, que resistirá el frío y dará energía al sistema nervioso. En poco tiempo serán tan conscientes del beneficio del ejercicio y el aire puro que no vivirán sin esas bendiciones. Vuestros pul­mones, privados del aire, serán como una persona hambrienta privada de alimento. Por cierto, podemos vivir más tiempo sin alimento que sin aire, que es el alimento que Dios ha provisto para los pulmones. Por tanto, no lo consideren un enemigo sino una preciosa bendición de Dios.

Aire puro y luz solar 12

Cuando hay tiempo agradable, en ningún caso debe pri­varse a los enfermos de abundante aire fresco. Puede ser que sus habitaciones no hayan sido construidas para permitir que las ventanas y las puertas se abran en ellas sin que la co­rriente de aire los afecte directamente, exponiéndolos a un enfriamiento. En esos casos las ventanas y las puertas debe­rían abrirse en una habitación adyacente, permitiendo así que el aire fresco entre en el cuarto ocupado por el enfermo. El aire fresco resultará más benéfico para los enfermos que los medicamentos, y es mucho más esencial para ellos que su ali­mento. Les irá mejor y se restablecerán más pronto privados de alimento que de aire fresco...

Muchos inválidos han estado confinados durante semanas y meses en habitaciones cerradas, privados de la luz y el aire puro y vigorizador del cielo, como si el aire fuera un ene­migo mortal, cuando éste era precisamente el medicamento que el enfermo necesitaba para recuperarse... Estos remedios valiosos provistos por el cielo, y que no cuestan nada, fueron dejados de lado y considerados no sólo sin valor sino también como enemigos peligrosos, mientras los venenos prescriptos por los médicos eran tomados con ciega confianza.

Miles de personas han muerto por falta de agua pura y de aire puro, y sin embargo habrían podido vivir. Y miles de inválidos que están vivos, que constituyen una carga para sí mismos y para otros, piensan que su vida depende de la in­gestión de los medicamentos recetados por los médicos. Se están protegiendo continuamente del aire y evitando el uso del agua. Pero necesitan de estas bendiciones para restable­cerse. Si quisieran recibir instrucción y dejaran de lado los medicamentos, si se acostumbraran al ejercicio al aire libre y a tener aire en sus casas, en el verano y en el invierno, y a utilizar agua pura para beber y bañarse, estarían compara­tivamente bien y felices en lugar de arrastrar una existencia miserable.

Tómese en cuenta la salud de la enfermera

Los asistentes y las enfermeras que trabajan en los cuartos de los enfermos deben cuidar su propia salud, especialmente en los casos graves de fiebre y tuberculosis. No debe per­mitirse que una sola persona permanezca durante un tiempo prolongado en la habitación del enfermo. Es más seguro que dos o tres enfermeras cuidadosas y competentes se turnen para atender al enfermo en su cuarto cerrado. Cada una debería hacer ejercicio al aire libre con tanta frecuencia como sea posible. Esto es importante para los que asisten a los enfermos, especial­mente si los amigos del enfermo pertenecen a esa clase de gente que considera el aire como un enemigo cuando se lo deja entrar en la habitación del enfermo, y no permiten que se abran las ventanas y las puertas. En este caso, el enfermo y sus asistentes se ven obli­gados a respirar diariamente una atmósfera intoxicante, debido a la inexcusable ignorancia de los amigos del enfermo.

En muchísimos casos los acompañantes del enfermo ignoran las necesidades del organismo y la relación que existe entre la respiración de aire fresco y la salud, y también desconocen la influencia destructora de la vida que ejerce la inhalación del aire contaminado del cuarto del enfermo. En este caso peligra la vida del paciente, y los mismos acompañantes corren el riesgo de contraer la enfermedad y perder la salud, y posiblemente hasta la vida...

Si es posible, la habitación del enfermo debería tener una corriente de aire que circule por ella día y noche. La corriente no debería dar directamente sobre el enfermo. Existe poco pe­ligro de enfriamiento cuando hay una fiebre intensa. Pero debe tenerse especial cuidado cuando sobreviene la crisis y pasa la fiebre. Hay que ejercer una vigilancia constante para mantener la vitalidad del organismo. Los enfermos deben tener aire puro y vigorizador. Si no es posible hacerlo en otra forma, el enfermo, hasta donde se pueda, debería ser llevado a otra habitación y puesto en otra cama mientras su cuarto, su cama y sus ropas son purificados mediante el proceso de ventilación. Si los que están bien necesitan las bendiciones de la luz y del aire, y necesitan tener hábitos de limpieza con el fin de conservarse sanos, los enfermos tienen una necesitad aún mayor de estos recursos en proporción a su condición debilitada...

Algunas casas están costosamente amuebladas más para gratificar el orgullo y recibir visitas que para la comodidad, conveniencia y salud de la familia. Las mejores habitaciones son man­tenidas a oscuras. Se las priva de luz y aire, no sea que la luz del cielo dañe los muebles costosos, destiña las alfombras o manche los marcos de los cuadros. Cuando se permite que los visitan­tes se sienten en esas habitaciones de gran valor, se arriesgan a contraer un resfrío debido a la atmósfera fría que reina en ellas. Los salones y los dormitorios se mantienen igualmente cerrados y por las mismas razones. Y quienquiera que ocupe esas camas que no han estado bien expuestas a la luz y al aire, lo hacen a expensas de su salud y con frecuencia hasta de la vida.

Las habitaciones que no están expuestas a la luz y al sol se humedecen. Las camas y las ropas de cama también se hume­decen, y la atmósfera de esas habitaciones es tóxica, porque no ha sido purificada por la luz y el aire...

Las alcobas, especialmente, deberían estar bien ventiladas, y su atmósfera debe ser hecha saludable mediante el aire y la luz. Hay que dejar las persianas abiertas varias horas cada día, hay que correr las cortinas y airear cabalmente la habitación. Ni por corto tiempo debería quedar nada que contamine la pu­reza de la atmósfera...

Las alcobas deberían ser amplias, y estar dispuestas de tal modo que permitan que el aire circule por ellos durante el día y la noche. Los que han excluido el aire de sus dormitorios deberían comenzar a cambiar inmediatamente de proceder. Deberían permitir la entrada de aire gradualmente, y aumen­tar su circulación hasta que puedan soportarlo en invierno y en verano, sin peligro de resfriarse. Se necesita aire puro para mantener la salud de los pulmones.

Los que no han dejado que el aire circulara libremente en sus habitaciones durante la noche, por lo general despiertan sintiéndose agotados y afiebrados y no saben cuál es la causa. Era aire, aire vital, que todo el organismo necesitaba pero no pudo obtenerlo. La mayoría de las personas, después de levan­tarse por las mañanas, podría recibir beneficio si se diera un baño con ayuda de una esponja o, si les resulta más agradable, utilizando una toalla mojada. Eso quitará las impurezas de la piel. Luego hay que sacar las ropas de la cama, pieza por pieza, para exponerla a la acción del aire. Hay que abrir las ventanas, asegurar las persianas y dejar que el aire circule libremente por los dormitorios durante varias horas, o aun durante todo el día. En esta forma la cama y la ropa se airearán completamente y la habitación será limpiada de impurezas.

Los árboles de sombra y los arbustos plantados muy cerca de la casa son perjudiciales para la salud, porque impiden la libre circulación del aire y estorban el paso de los rayos del sol. Como resultado, la casa se humedece. En especial durante la estación lluviosa los dormitorios se humedecen y los que duer­men en las camas sufren de reumatismo, neuralgias y afeccio­nes pulmonares que generalmente conducen a la tuberculosis. Cuando hay muchos árboles, éstos arrojan muchas hojas, las que, si no se las levanta inmediatamente, se pudren e intoxican la atmósfera. Un patio hermoseado con árboles bien distribui­dos, y con algunos arbustos plantados a una distancia pruden­cial de la casa, proporciona felicidad y gozo a la familia, y si se lo cuida en forma debida no perjudicará la salud. Las casas, si esto es posible, deberían edificarse en lugares altos y secos. Si se construye una casa en un lugar donde el agua se junta alrededor de ella y permanece durante un tiempo, y luego se seca poco a poco, ese lugar produce un miasma tóxico cuyos resultados serán fiebre, paludismo, males de garganta y enfer­medades de los pulmones.

Muchas personas han esperado que Dios las proteja de las enfermedades únicamente porque así se lo pedían. Pero Dios no toma en cuenta sus oraciones porque su fe no ha sido perfeccionada por las obras. Dios no obrará un milagro para librar de la enfermedad a los que no tienen cuidado de sí mis­mos, sino que violan continuamente las leyes de la salud y no realizan ningún esfuerzo para impedir la enfermedad. Cuando hacemos todo lo posible por tener salud, entonces podemos esperar resultados positivos y podemos pedir a Dios con fe que bendiga nuestros esfuerzos realizados en favor de la con­servación de la salud. Entonces él contestará nuestra oración, si su nombre puede ser glorificado de ese modo. Todos deben comprender que tienen una obra que realizar. Dios no obrará en forma milagrosa para conservar la salud de las personas que adoptan una conducta que seguramente los hará enfer­mar, a causa de su descuido de las leyes de la salud.

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