Kitabı oku: «El Mundo Incinerado», sayfa 2

Yazı tipi:

4. DE NOMBRE RIMBOMBANTE

¿Acaso será mejor incorporar un tesoro disimulado en algún escondrijo con mujeres y hombres semi desnudos y alguna persecución con todos sus tiros o algunos asesinatos como me sugirieron, con esos mismos crímenes para resolver? Esta compleja pregunta se me instaló desde el comienzo como una compañía agotadora y permanente en un camino incierto a veces, muy penoso a veces, feliz en ocasiones.

Hasta que me dije, quizás lo aconsejable va a ser presentarla a ella sin más postergación.

Lo aconsejable, me alenté, será exteriorizar a Teresita como quien sin lugar a dudas tiene que ser y entonces resulta que es una desconocida e importante licenciada en ciencias geológicas, continué. La estoy viendo. Y por otro lado es una adelantada que ya está bastante grandecita y en tiempos idos se convirtió en experta científica de la atmósfera del hoy global planeta tierra. (Es más Teresa que su diminutivo en realidad, pero una se encariña con los personajes y a veces me da por usar esa forma de nombrarla. Hay muchísimas formas de nombrar y sin embargo parece que nunca alcanzan.)

Si bien podrá costar un poco creerlo sucederá que la convoquen al evento internacional más importante del mundo y esto suena rimbombante; convengamos que aún peor sería afirmar al mejor evento del universo porque eso se parecería demasiado a una exageración y a mí siempre me disgustó ese calificativo. Lo que sí habrá que aceptar de Teresita es su patética condición humana y que la motivarán no sólo sus afanes científicos y por demás benefactores nacidos en la temprana infancia por descuido y para desquicio de su progenitor, sino también sus anhelos amorosos o mejor sería decir desamorosos.

Hace demasiado tiempo que ando sola, se dirá, y deseando enamorarme porque trasladarme con mi soledad a cuestas por tantos lugares donde pululan las parejas por doquier me genera algo así como un maldito hartazgo muy profundo, una envidia que me cuesta mucho ocultar ante ciertas mujerzuelas que, como solía afirmar mi abuela Clotilde, no se merecen amor del bueno. A Clotilde, pensará también Teresa, debo reconocerla como una proveedora de amor que supo prodigarme bondadosos cuidados y abrazos de los mejores pese a los rumores de maltrato que circulaban en aquellos sus tiempos.

¿No correspondería, llegados hasta aquí, aquí hacerle un homenaje a Clotil ya que nunca antes le dediqué un libro a la abuela de una protagonista? Pronto, decidido: “a Clotilde, la abuela de Teresita”.

Qué circunstancia, eh. Ocurren situaciones tan extrañas. No muere ningún personaje por esta digresión. Tendremos que aceptarlo y continuar con la historia, como me enseñó un profesor hace tantos años, si después de todo cada quien carga con sus limitaciones.

Un evento internacional de semejante envergadura, yo pensaba o seguía pensando, podrá reunir a muchas personas entre ellas hombres de un interés particular para nuestra protagonista. También habrá que decidir, me decía, si se incluye como objetivo o uno de los temas centrales el amor que ya se sabe (y ella bien lo sabía, no se pudo hacer la tonta) es capaz de modificar sustancialmente el devenir de una escritura y de la existencia completa porque enamorarse puede llegar a ser algo maravilloso o cuestión poco seria que consuma mucho tiempo y vigor que a su edad no sé si podrá estar a la altura de semejantes exigencias.

****

Ya reflexioné y tomé unas cuantas decisiones más con respecto al futuro de Teresita si bien las cosas casi nunca son tan fáciles como aparentan. Ahora bien, ¿por qué anticiparse, quién puede adelantarse tanto a los acontecimientos por más deseos incumplidos que reconozca en su vida? Jules Verne o George Orwell. Tarea más que compleja, completa y de gran perfección. Ya cumplieron ese excelso propósito anticipatorio con impecable estilo. Está hecho. Y si hay que llorar prefiero hacerlo en privado, en la intimidad de mi oficina con la cabeza entre los brazos sobre mi escritorio o cuando me voy a dormir. Y les aseguro que me cuesta bastante dormir pero en cambio lloro con cierta facilidad.

Este mundo nos hace llorar tantas veces.

En su humilde caso, ella, antes de seguir y llegar a destino primero tendrá que cavilar sobre el viaje que ya de por sí va a producirle más de un problemita.

El congreso se desarrollará en la prestigiosa Universidad de Helsinki. Eso es seguro. En cuál otra podría ser si Finlandia tiene ese privilegiado centro de estudio y es el lugar por excelencia para dar las señales de alerta que permitan, bien salvar al globo o bien terminar de hundirlo por negligencia, lo que probablemente suceda si hace tanto tiempo ya que nos plantearon la ley de entropía y no queremos convencernos pues la aceleramos con gran esmero y mejor dedicación cada vez.

La ley de entropía, en esta descripción, ¿será continuar tirando residuos a las aguas de por sí turbias? ¿O continuar fabricando interminables aerosoles como robots con centenares de funciones vitales y de tamaño tan inaudito como el de una enorme montaña?

Imaginemos, no cuesta tanto, aerosoles gigantes con piernas enormes y largos brazos, o aerosoles como aviones jumbo pero en sentido vertical. Y podemos agregar mucho aire contaminado por nuevos millones y millones de autos con sus caños de escape hirvientes. Conjeturemos también más y más deshechos volcados a los ríos que se convertirán en un chocolate tan espeso que repugnará de tan hediondo. En Buenos Aires no estamos tan lejos de esta fantasía. ¿Otra vez me tildarán de desesperanzada?

****

Ojalá que no lluevan radiación ni venenos

ojalá que la vida nos ponga de pie y nos sostenga

en el aire más puro

que el cansancio abra

nuestros ojos niños

y entibie la tarde como nunca antes

que se acabe el diluvio y sus grises nostalgias

con sus lágrimas grises

y queden tierras fértiles

presentes, por venir

que salgan brotes nuevos y exploten los pimpollos

y se renueve el mundo

y terminen las guerras y callen los hipócritas

ojalá se terminen esas redes eternas que siempre nos separan

que seamos los dueños para abrazar la luz

a cara descubierta al menos dentro de un poema,

de una novela, un cuento

que rían de verdad

que seamos humildes de verdad.

****

Basta. Basta de devaneos nefastos, que tantos devaneos están empezando a devorarse la ficción.

Regresemos a la universidad. No habrá manera de llegar a Helsinki que no sea por transporte aéreo. Para ser rigurosos se podría llegar por barco solo que el tiempo que se consumiría es impensable, de poca verosimilitud. Producen gran temor estas autocríticas.

En cuanto al dinero no tendrá que ser un problema como suele sucederle a cualquier mortal, puesto que una profesional de su categoría conseguirá que le paguen el pasaje y los gastos.

Sinteticemos. El problema: volar. El reto: enamorarse.

5. ACERCA DEL AMOR

¿En qué parte del cuerpo se hallan las raíces del amor? Hacía años que Teresita venía preguntándoselo. Y antes de un viaje valioso son cuestiones fundamentales que retornan. Son cuestionamientos que se imponen en la cabeza junto con muchos otros más superficiales como la ropa y el calzado.

Tenemos centros en los que es posible localizar la vista, el habla, el olfato... ¿y la percepción cierta del amor? ¿Dónde? Le parecía una verdadera estupidez. No obstante sospechaba que si llegaba a tener un día la respuesta puntual y precisa se haría famosa. O al menos obtendría cierto reconocimiento en algunos programas de televisión. Claro que ahora se trataba de otro propósito.

Quizás este centro se encuentre en las humedades y urgencias del sexo, murmuraba no sin inquietud. Demasiado sencilla y deformada por los siglos de los siglos, esta respuesta nunca la conformaba. Cómo puede una persona imaginarse en un programa radial o televisivo, indagada sobre la cuestión y haciendo una reflexión así de pragmática. Tanto maquillaje, tanta publicidad o música clásica y por qué no contemporánea para una respuesta de semejante rusticidad. No le resultaba sensato aunque pudiera asemejarse a la realidad.

Un lugar que puede poseer más aceptación es el estómago, tal vez. Ella lo pensaba debido a eso tantas veces dicho sobre lo importante que es para las personas, sobre todo los hombres, una buena comida. Y todavía más, por aquello del mito de las mariposas en la panza. Ah, algo de cierto había en ese asunto.

En mi caso ese cosquilleo entre la panza y el pecho me recuerda aquellas otras cosquillas que en la infancia supieron hacerme tan feliz cuando las carcajadas eran como cuerdas vibrando. Altas, agudas e irrefrenables. Mastiqué mucho este razonamiento que me pareció bastante apropiado en cierto sentido también para Teresita. Por otro lado temí que la vinculación con la infancia y algún tío amado se entendieran como una especie de irreverencia. Los malignos pensamientos de los malintencionados e incluso o sobre todo los míos, dan para mucho.

Por fin Teresa llegó hasta el corazón. Te amo con todo mi corazón, le habían dicho algunos. Eso. Les creyó. Entonces su corazón latía con fuerza y rapidez inusitadas. Después de toda esa revolución emocional se iban los enamorados con sus palabras y sus latidos.

Qué tristeza honda, persistente, produce el abandono.

Mientras preparaba el viaje recordó a un novio al que amó con locura. No sé o en todo caso no se me ocurre con qué parte del cuerpo lo habrá amado y quizás fue con la totalidad de su cuerpo. Y con locura. Hasta que un día sin más ni más la dejó por culpa de, veamos… ¡de su mamá!

¿Poco factible? Aquí y ahora puedo aseverar esa posibilidad. A mí me pasó una vez y no veo por qué no puede haberle pasado a Teresa Alicia. Él se llamaba Mario Hugo Pérez. Así de sencillo. Y estaba más perdido que yo, no hay dudas. “Tu mamá es como una heladera y me hace sentir tan mal.” Qué extravagancia. (O qué poca dote tenía yo para ofrendarle.)

La vida es una sucesión de extravagancias muy incomprensibles. ¿No se le ocurrió siquiera a Mario Hugo, con ese nombre de novela venezolana, imaginar cómo se sentiría una joven muy joven muchacha intensamente enamorada de él, a quien también él y mil veces él juraba amar con todo el corazón? Y menos aún cómo se sentiría esa misma jovencita cerca de aquel refrigerador femeninomaterno.

Semejante indolencia junto con la pérdida del amor es como verte arrojada a las fauces de una fiera. Con todo el corazón, por supuesto. No puede ser el corazón la zona del amor. Fue bastante agotadora la mentira de los hombres que me crucé en la vida, que no fueron muchos; me mintieron mucho.

Luego de evocar su propio rechazo, que no el mío, Teresita masculló una y otra y otra idea hasta que de pronto sintió algo como una revelación. ¿Y si fuera en los ojos ese lugar?, se dijo.

¿Si estuviese en los ojos el centro bendito del bendito amor? ¿Y además en la risa?

Se acordó que un buen día, sí, un buen día lo había aprendido. Antes, mucho antes de enamorarse. Aquel fue el día más perfecto que recuerda de la infancia. La perfección existía y la descubrió en su memoria. Y esa memoria al fin la convenció.

El amor era la manera de mirar los árboles y mirarse o sonreír o reír que tenían aquellos tíos suyos después de varias décadas mirando árboles y disfrutando juntos los dos: eso era.

Las chispas de los ojos y la risa son el centro del amor, pronunció con vehemencia. Puedo sentirla. La estoy oyendo emocionada a Teresita.

****

No importa que sea un recuerdo de su infancia porque el amor no tiene edad. Aquellas remembranzas le llegaron con una voz particular. Esas historias le llegaron a través de una voz ronca y tierna que probable o seguramente le persista cercana pues eso suele ocurrir con las voces de personas tan queridas. Voces que se reinventan pero perduran. Y sobre todo por eso es necesario ser minuciosa en la imaginación. Para contarlas como a ella se le presentaron o más bien como creo (de puro todopoderosa que soy en este escrito) que las percibió en su interioridad.

Esta es mi memoria de una tía amada y es un homenaje para ella y la parte de mi vida que es Ester Norma, la menor de tres hermanas entre las que estaba mi tremenda madre. Mi tía Ester, la más cariñosa y delicada de todas. La de los ojos transparentes y límpidos. ¿Habrá sido así? ¿O es que guardo unas pocas imágenes inventadas desde una infancia atroz?

Puedo asegurar que estoy frente a las escaleras que me llevan hacia el amplio hall-lavadero donde había a la derecha en la parte de atrás dos sillones de hierro con arabescos y almohadones a rayas amarillas y blancas, aquellos cojines con olor a plástico o hule de otros tiempos que está en esta memoria olfativa y tiene una realidad indubitable que no es posible discutir, del mismo modo que no es posible poner en tela de juicio aquellos sillones que se hamacan hacia adelante y atrás haciendo un chirrido tan particular. Parecen movidos por fantasmas. Los almohadones se mueven y los sillones se mueven e incluso suenan ahora en mi interior. Subo las escaleras y hay ese chirrido que evoco y siento algo finito como un piolín que va desde el ombligo hasta la garganta. Los pelitos de ese material me hacen cosquillas y me da risa. Percibo con claridad amenazante un olor exquisito que jamás volví a sentir. Es un aroma a no se sabe qué e ingresa por la nariz y el oído también, un olor audible como las palabras “te quiero, te valoro como un preciado y amado ser”.

(Me encuentro cómodamente instalada en su cabeza. Esta protagonista no deja de sorprenderme con la precisión de sus recuerdos y hasta de las palabras con que evoca y no deja de evocar.)

Veo a mi izquierda una gran pileta para lavar ropa, y sobre la derecha a todo lo largo de la pared hasta llegar a los sillones están las sogas con sus broches para los días de lluvia porque la ropa se cuelga al aire libre y fijate cuando llueve como hoy la colgamos acá ¿ves?

El mundo entonces era la lluvia o esa tormenta y la humedad de la ropa o estirarse para colgar las prendas en la soga a la que nunca llegaba porque era chiquita. Ahora viene el tío y te hace upa y me ayudás. El tío era alto, y lo mejor que podía pasarle a una era que le hiciera upa y luego cuando te bajase te hiciera también cosquillas o te prodigara besos en ambas “mejillas de manzanita” (besos muy tibios como una gloria si es que la gloria fuese tibia). Después el tío me balanceaba hasta dejar mis pies y mi cuerpo agitado sobre el piso. Y le decía algo como una broma a mi tía Ester, le susurraba al oído. Ester lo miraba cómplice y se reía con ganas. Él le devolvía la mirada y se reían juntos. Nos reíamos juntos. Afuera el viento movía la copa de las casuarinas del parque. Era un murmullo suave y lejano que tal vez cobijara otras muchas viejas historias. Para mí los árboles murmullaban porque no tenían palabras para murmurar y a mí lo único que me queda de entonces es la nostalgia y la evocación. Tuve que llegar hasta este recuerdo para comprenderlo íntimamente. Esas fueron, esas eran las chispas del amor que la acompañaron a Ester Norma hasta el final. Y aquello fue el deleite que pude recuperar no sin dificultades… cómo pude haberme olvidado.

(Todo esto se decía y recordaba con detalles inusitados. Esta mujer no deja de asombrarme con semejante precisión de recuerdos y palabras con las que evoca y no deja de evocar. Se me presentan tan diáfanas esas palabras. Qué maravilla poder captar lo diáfano aunque sea en un mínimo instante y aunque ese instante le pertenezca a otro.)

Aquello, sentido de semejante modo en su infancia, se reeditó con el amor de los catorce años y alguna vez más.

En fin. Toda niñez posee sus paraísos escondidos en mayor o menor medida. Y sus infiernos. No se habla de credos sino de encantamientos y amores bienhechores, benévolos, redondos. También se puede hablar de humillaciones agudas, cortantes, que por el momento no son un tema a tratar.

Y ahora me pregunto ¿si dejamos estos devaneos para otra ocasión? Temo que se devoren la historia entera.

Ruego A Los Señores De La Inspiración Que Vengan En Mi Ayuda.

6. CIENCIAS DE LA TIERRA

Volvamos.

¿Cómo era? Todo encendido. Aguas y tierras y seres vivientes.

Todo abrasado en el aire negro. Fulgor de lo ígneo.

Ah. Y Teresa con el ardor del deseo irrefrenable tan difícil de entender que viene desde lejos e insiste en aprender, leer y leer, comprehender, conseguir un mínimo o seguro espacio donde apoyarse con esos conocimientos para detener el desastre familiar y mundial o al menos aportar un granito de arena y combatir la destrucción total o alertar sobre ella.

Entonces, rememorar otra vez y escuchar un mensaje como si fuese un juramento, una frase pronunciada como un mandato bíblico casi: “con ese idealismo tonto te vas a morir de hambre vos, Teresita”.

Un ente raro es el tiempo y más extraños aún son los recuerdos.

¿Son o fueron? Tuvieron y aún tienen su porción de realidad. ¿O son simples productos imaginarios de esta licenciada en ciencias de la tierra? ¿Están en el presente, o en algún pasado disfrutando su pobre existencia real perimida? Estos y otros cuestionamientos fundamentales que ella se hacía, tal vez puedan resolverlos los expertos ya que estoy muy lejos de pertenecer a una raza tan letrada de modo que mi aporte no sirve para gran cosa.

Lo cierto es que así se había gestado aquella conversación breve, muy breve, con Don Alfonso. Y allí quedó también. Quedó esculpida en la memoria de esa mujer letra por letra, oración por oración, intacta pero no sé si exacta, indeleble huella mental, profunda como la que dejan los camiones en el barro: “con ese idealismo tonto te vas a morir de hambre vos”.

—De dónde habrás sacado semejante carrera, Teresita, y encima para una mujer, tiene que haberle dicho.

—Bueno, no entiendo cuál es tu problema porque yo me voy a arreglar sola después de todo, debe haber sido su respuesta.

—Me preocupo, cómo no me voy a preocupar, no existe, fijate bien que estás equivocada, fijate que esa carrera no existe y tengo que decirte que si se estudia, seguro que estará llena de hombres, y dónde se ha visto una mujer en esa clase de ciencias exactas.

—¡¿Exactas?! cómo inventaste eso, vos naciste a principios del siglo XX que ya está bastante avanzado, olvidate papá, yo me ocupo de lo mío, ahora, la geología, las ciencias de la tierra, en fin, por las dudas te digo que las ciencias naturales existían ya en tiempos de Sarmiento y mucho antes también, y debo agregarte que no son tan exactas como a vos te impresionan, no seas ridículo, a mí me interesa preservar la salud de las personas y ayudar en la prevención de desastres naturales que podrían evitarse…

—Y no des tanto discurso, qué, ¿me vas a evangelizar ahora? seguí medicina, algo importante, yo no pienso poner un peso en una carrera que no te va a servir para nada.

—Bueno, haceme el favor, despreocupate, dejame tranquila, y te aviso que en medicina hay mayoría de hombres también, no estaremos en mil ochocientos ochenta, sin embargo en estas décadas del siglo abundan los hombres todavía en las carreras importantes, como vos las llamás.

Tiene que haber sido así más o menos. No parece muy descabellada esta conversación para esa época. Y después, de seguro, llegaría el insulto puntual, la media vuelta insultante, y el portazo de Don Alfonso, probablemente muy respetado o elogiado por parientes y amigos, para dejar su teoría violentamente cerrada y fuera de toda discusión. Después, silencio absoluto.

Otra posibilidad, quizás, bien puede haber sido la elección de la carrera de actriz de cine, de aquel cine con su mínima tecnología, esa actividad que ella tal vez consideraba artesanal y fascinante; de la que ni se atrevía a hablar, apenas se aventuraba a pensarla y luego la descartaba de inmediato y de plano.

De haberse concretado esa opción hubiera ocurrido casi seguramente una-otra-tragedia familiar, tragedia diádica más bien. ¡Actriz de cine! Convengamos que parecía no llevarse de acuerdo ni por la fuerza de mucha voluntad con la prevención de desastres naturales y menos que menos con Don Alfonso.

Una pena fue no haberle cumplido esa chance a Teresita, porque la llegada al público que alcanzó a tener el cine podía permitir una enorme transmisión de mensajes preventivos. Como otras tantas cosas, eso no le ocurrió al personaje.

Es terrible. Muchas y tantas veces no ocurre lo que uno desea, ni siquiera en un escrito.

Don Alfonso, de más está decirlo y no obstante hay que decirlo, era su padre. El padre de Teresita. Nuestra Teresa Alicia Dolosor.

Ücretsiz ön izlemeyi tamamladınız.

₺171,02