Kitabı oku: «La cultura como trinchera», sayfa 3

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Por otro lado, la investigación estatal ha adoptado asimismo una perspectiva sociohistórica (segundo principio de los señalados). En este sentido, se ha focalizado el objeto de estudio en el entramado de administraciones culturales a través del cual se implementa la política cultural, un entramado multinivel que en España tiene su centro de gravedad estructurante en el nivel autonómico, si bien se compone también, en último término, en un sistema estatal. El estudio comienza por considerar la institucionalización del sistema en relación con las configuraciones originarias propias de cada comunidad autónoma (del campo político en relación con la cultura, del sector cultural existente y de la institucionalidad cultural previamente establecida). Y a partir de ahí, se centra en indagar justamente la transformación de este sistema de política cultural: la evolución de la estructura institucional, en su perfil organizacional y sectorial, la de la combinación de políticas culturales, la de la complejidad del sistema multinivel y el desarrollo de estructuras y dinámicas de gobernanza.

Por último, el estudio estatal también se centra en el espacio social e institucional de la política cultural (tercer principio enunciado) cuando aborda el análisis de la dinámica actual de interacción dentro de ese espacio. A este respecto, la atención se ha focalizado principalmente sobre la coordenada territorial, muy en particular sobre la problemática de la articulación, y secundariamente sobre la coordenada público-privada.

1.3El caso del País Valenciano

Desde la sociología se ha abordado con profundidad el estudio de algunas políticas culturales autonómicas, como es el caso de Cataluña (Bonet, 2001; Rodríguez Morató, 2005b, 2007; Rius Ulldemolins, 2005; Subirats y Rius, 2005), de Galicia (Bouzada, 1999, 2003), de la Comunidad de Madrid (Rubio, 2003), o del País Vasco (Zallo, 1995). Sin embargo, en el caso del País Valenciano no ha habido apenas aproximaciones sociológicas sobre las políticas culturales autonómicas y locales. Podemos destacar aquellos trabajos que desde la economía de la cultura han realizado Bonet et al. (1993, 1994), Rausell (1999), Carrasco (1999), Rausell y Carrasco (2002), Rausell y Martínez Tormo (2005), Rausell (2007) o Rausell et al. (2007). A ellos cabe sumar otras contribuciones, como la de Pereiró (2006), desde la óptica de la gestión cultural, la aproximación antropológica a la realidad del asociacionismo cultural y patrimonial (Ariño, 1999; Albert, 2004) o el trabajo divulgativo de Sirera (2008).

En términos generales, la evolución de la política cultural en España se enmarca en el contexto de una intensificación de los grandes flujos culturales asociados a la aceleración de la globalización cultural, ejemplificada en los fenómenos de homogeneización, diferenciación e hibridación culturales (Hernàndez i Martí, 2002, 2005). A su vez, deben valorarse de manera interrelacionada tres cuestiones más: en primer lugar las diversas fases de las políticas culturales autonómicas (resistencia cultural, construcción identitaria y auge del consumo y las industrias culturales), con especial énfasis en la tercera fase, en la cual destacan los macroequipos de proyección externa y el interés por la creciente dimensión económica de la cultura (Ariño, Bouzada y Rodríguez Morató, 2005); en segundo lugar los modelos institucionales de política cultural occidentales (francés, escandinavo y anglosajón) (Zimmer y Toepler, 1999); y en tercer lugar las diversas orientaciones de política cultural desarrolladas por las administraciones en el marco europeo (democratización cultural, democracia cultural y desarrollo cultural) (Ariño, Bouzada y Rodríguez Morató, 2005; Ariño et al., 2006). A partir de estas coordenadas nos centraremos en el estudio de las políticas culturales en el País Valenciano, especialmente en el periodo que arranca en la Transición y que llega hasta nuestros días.

Atendiendo a las limitaciones inherentes a las fuentes y el tiempo de que hemos dispuesto para nuestro análisis, centrado especialmente en las instituciones públicas, nos acercaremos a los aspectos más básicos y estructurales de lo que cabría denominar como políticas culturales en el País Valenciano, incidiendo especialmente en el papel representado por la Generalitat Valenciana, aunque también hemos tenido en cuenta otras instituciones (diputaciones y ayuntamientos), así como el Tercer Sector cultural. Dichos aspectos a considerar son los relacionados con los sectores explícitamente culturales, como patrimonio cultural, archivos, arqueología, bibliotecas, música, teatro y danza, libro, cinematografía y artes plásticas, además de la cuestión de la política lingüística, especialmente relevante y conflictiva en el caso valenciano.

Como hemos señalado, nuestro trabajo no pretende ser en modo alguno exhaustivo ni cubrir todas las dimensiones del sistema valenciano de políticas culturales. Tan solo aspira a abrir una puerta a un abordaje cualitativo del fenómeno, destacando algunos aspectos que a nosotros nos parecen esenciales para comprender la dinámica de las políticas culturales en el País Valenciano. Por esta razón la metodología implementada se centra en la realización de 24 entrevistas semi-estructuradas realizadas a diversos actores relevantes del campo cultural valenciano.4 Entre ellos hay siete responsables políticos del área de cultura en las administraciones autonómica, provincial (Diputación de Valencia) y local; ocho técnicos de los citados ámbitos; y siete representantes del Tercer Sector cultural, que incluye a las asociaciones culturales, fundaciones culturales, y asociaciones profesionales, y de las industrias culturales. Las entrevistas se han realizado en seis ciudades representativas de la diversidad de políticas culturales locales en el País Valenciano, como han sido Valencia, Alicante, Borriana, Gandia, Paterna y Alcoi. Además, también se han consultado numerosas fuentes secundarias, como prensa, documentos de instituciones públicas, bases de datos, informes diversos y publicaciones. De esta forma hemos intentado desentrañar los juegos colectivos que estructuran la interacción (inspirándonos para ello en la metodología desarrollada por Crozier y Friedberg, 1977, aplicada luego al estudio de la política cultural local francesa por Friedberg y Urfalino, 1984) y hemos analizado, asimismo, las problemáticas de articulación política del sistema y los desarrollos de gobernanza cultural dentro de él.

Recapitulando, nuestro estudio pretende abordar cinco puntos esenciales para caracterizar las políticas culturales valencianas de los últimos treinta años: las grandes líneas de la evolución histórica de dichas políticas; las relaciones que se establecen entre las administraciones públicas (estatal, autonómica, provincial y local); la percepción que de las políticas culturales tienen los diversos agentes culturales (políticos, técnicos de cultura, profesionales, fundaciones, asociaciones e industrias culturales); el impacto del conflicto lingüístico e identitario en la implementación de las políticas culturales; y los factores que singularizan la política cultural valenciana respecto al resto de España. Todo ello se hace abordando tres aspectos clave del sistema cultural valenciano, sintetizados en una serie de sociogramas, como son su propia estructura básica (sectores y componentes); las relaciones normativas y de financiación; y las relaciones de comunicación e influencia entre dichos sectores. De este modo pretendemos haber contribuido, como ya señalamos, a realizar una primera aproximación cualitativa al estudio sociológico de la política cultural en el País Valenciano, que necesariamente ha de ser enmarcado en un trabajo más ambicioso sobre la comparación de las diversas políticas culturales autonómicas dentro del Estado español.

2.LA EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LAS POLÍTICAS CULTURALES: DE LA RENAIXENÇA AL FRANQUISMO

2.1La identidad valenciana y la Renaixença cultural

El estudio de las políticas culturales en el País Valenciano requiere considerar su trayectoria histórica, de donde deriva el conflicto identitario valenciano que sirve de trasfondo a la puesta en marcha de las políticas culturales contemporáneas, especialmente si consideramos que en el moderno contexto del Estado de las Autonomías la Comunitat Valenciana se presenta como la «cuarta nacionalidad histórica» (Soler, 2008), como queda constatado de manera indirecta en el Estatut d’Autonomia de 1982 y de manera bastante explícita en el de 2006. Como bien han subrayado Mollà y Mira (1986), el País Valenciano experimenta un proceso de hibridación o mestizaje desde su propia constitución como reino cristiano incorporado a Occidente que lo constituye como de impura natione. Ello es así por la confluencia originaria entre las culturas de los conquistadores aragoneses y los catalanes, ambos con sus respectivas lenguas (castellano y catalán), usos y costumbres, sobre un territorio musulmán que sólo dejaría de serlo definitivamente en 1609, con la expulsión de los moriscos, que todavía por entonces constituían la mayoría de la población valenciana en extensos territorios.

A partir de dicha confluencia cultural, el análisis de la «identidad valenciana», que en la contemporaneidad más reciente (desde la transición a la democracia) reviste rasgos especialmente conflictivos, requiere, como ha señalado acertadamente Baydal (2008) una distinción entre cuatro tipos de identidades colectivas: dos empleadas para las sociedades tradicionales, como son la identidad étnica y la identidad territorial, y otras dos válidas para la contemporaneidad, como son la identidad regional y la identidad nacional.

Los territorios conquistados por los catalano-aragoneses durante el siglo XIII, y mayoritariamente colonizados por catalanes durante la Edad Media, conforman una comunidad étnica en tanto que comparten unos vínculos biológicos y similares rasgos culturales. Dichos vínculos etnoculturales construyeron una conciencia colectiva que se puede catalogar como identidad étnica, caracterizada por la religión cristiana y la lengua catalana. En ese sentido aparece el concepto medieval de «nación catalana» como el grupo de catalanohablantes (comunidad étnica) de la Corona de Aragón. Por otra parte, esta «identidad étnica» común a catalanes, valencianos y mallorquines convivió con diversas identidades territoriales.5

Según Baydal (2008), la autonomía de las diversas entidades políticas que formaban la «nación catalana» (el Principado de Cataluña y los Reinos de Valencia y Mallorca) acabó enmarcando otros ámbitos de pertenencia colectiva vinculados a estas mismas estructuras jurídico-institucionales. Esta situación determinó el desarrollo de «patriotismos regnícolas» vinculados a las instituciones forales y al sistema pactista. En el marco de la Corona de Aragón, fueron estas «instituciones territoriales» las que se desarrollaron en la Edad Moderna, atrayendo hacia sí las nociones coetáneas de «nación» y de «lengua», que pasaron a coincidir a nivel onomástico con el gentilicio de la comunidad política («catalán», «valenciano» y «mallorquín»). Así, pues,

a partir del segle XV trobem pràcticament en exclusiva aquest tipus d’autorepresentació col·lectiva construïda sobre una base «constitucional» o «republicana», vinculada als ordenaments juridicopolítics més que no pas als paràmetres de tipus etnicocultural –llinatge, llengua i religió–, que són els que articulen en primera instància el concepte d’etnicitat» (Baydal, 2008: 190-191).

De modo que durante la Edad Moderna se desarrollaron unas identidades colectivas vinculadas primordialmente a las estructuras jurídicas y a la conciencia histórica propia de cada una de las entidades políticas territoriales de la Corona de Aragón, visibles incluso después de desaparecidas aquellas estructuras a comienzos del siglo XVIII a raíz del Decreto de Nueva Planta de Felipe V, que incorporaba el País Valenciano a los usos y leyes de Castilla. De modo que se mantuvo la memoria del Reino de Valencia, así como una adscripción identitaria a este territorio delimitado por la historia. Ello significa que, pese a que existía una continuidad etnocultural entre Cataluña y el País Valenciano, la separación política de facto (Principado de Cataluña y Reino de Valencia, cada uno con sus fueros y ordenaciones jurídicas) acabó generando una progresiva distancia etnocultural. Por ello, la consolidación de un espacio político valenciano produjo poco a poco la concreción de un espacio autónomo de consciencia de una identidad territorial: la aparición de un nombre para el pueblo, poble valencià, e incluso de un nombre «político» para la lengua común, llengua valenciana. De manera que la lengua compartida irá gradualmente dejando de ser percibida como única y común, tanto en el País Valenciano como en Cataluña (Mira, 1997). Sólo el proyecto nacionalista de Països Catalans, popularizado en la segunda mitad del siglo XX, intentaría hacer renacer la vieja identidad común, trasladando la unidad cultural a un proyecto de unidad política.

A partir del siglo XIX, estas «identidades territoriales» fueron sometidas a un proceso de reinvención para integrarlas regionalmente en la nueva identidad nacional vinculada a la construcción del Estado-nación español:

per això considerem que, a partir d’aquest procés de desenvolupament de la comunitat nacional contemporània, és preferible utilitzar la noció d’«identitat regional» en substitució de la d’«identitat territorial», en consonància amb la distinció aplicada a aquesta època entre les categories conceptuals de «regió» i «nació» (Baydal, 2008: 191-192).

Es decir, con el advenimiento de la contemporaneidad, junto a la identidad nacional, aparece la identidad regional. Las identidades regionales de la modernidad se cimentarán inicialmente en las antiguas identidades territoriales construidas sobre los viejos territorios históricos, como lo demuestran los movimientos regionalistas del siglo XIX, entre ellos el de la Renaixença6 valenciana. Con todo, el movimiento nacionalista valenciano iniciado en los años sesenta intentará rescatar, a partir de la obra de Joan Fuster, considerado el principal intelectual valenciano del siglo XX, los rasgos étnico-culturales para construir un proyecto nacionalista valenciano de orientación catalanista. Pero en el País Valenciano contemporáneo, a diferencia de Cataluña o Euskadi, predominará una identidad regional valenciana (valencianismo regionalista) vinculada a una identidad nacional española, siendo el nacionalismo valenciano un movimiento minoritario, aunque muy influyente culturalmente.

A lo largo del período de la Restauración se produjo un intenso proceso de definición de la identidad valenciana subordinado a la construcción y asimilación de la idea de nación española, forjada fundamentalmente en el periodo de las revoluciones liberales, aunque «en realidad, podría hablarse de una invención de la misma» (Archilés, 2008: 94). Para ello se llevó a cabo una acumulación de materiales culturales que sirviesen para configurar el imaginario simbólico de esta identidad autóctona, entendida siempre como regional, inseparable de la identidad española y, por tanto, nacional. En ese sentido la Renaixença fue un movimiento de carácter cultural (y no necesariamente político), cuyo objetivo implícito era la recuperación de la actividad literaria. En ese contexto, jamás se trató de plantear una lengua o historia propia como instrumento para otra cosa que no fuera la caracterización de la identidad valenciana contemporánea como parte sustancial (en tanto que identidad regional) de la nación española, que se convertía en el marco nacional dominante de los valencianos.7

El imaginario de la identidad regional valenciana forjada por la Renaixença se basa en cuatro pilares: en primer lugar implica colocar en un lugar de preeminencia simbólica la lengua propia para definir la identidad valenciana; en segundo lugar supone elaborar una narrativa específica del pasado histórico valenciano ensalzando el período medieval y foral como una época dorada, si bien dicha narrativa no se oponía a la narrativa histórica española nacional, sino que actuaba como complemento necesario; en tercer lugar se estableció un proceso de fijación del patrimonio cultural valenciano en función de la creación de la identidad cultural regional; y en cuarto lugar, a través de la acumulación sucesiva de elementos, se fomentó una imagen regional común y compartida por las tres «provincias hermanas» (provincialismo). Como ha subrayado Archilés (2008: 98):

La Renaixença no puede entenderse como el antecedente del nacionalismo valenciano, ni podía serlo según sus propios términos. Entre ambos hubo discontinuidad y ruptura de planteamientos. No obstante, depositó sobre la superficie del imaginario regional un conjunto de elementos que, como todo factor cultural, eran susceptibles de reinterpretación. Ello es lo que sucederá a principios del siglo XX, cuando aparezca el valencianismo político.

Efectivamente, los rasgos señalados de la Renaixença marcarán en el futuro la agenda cultural valenciana, así como las políticas culturales en el País Valenciano, incluso en fechas recientes, dado que la lengua propia diferenciada, el patrimonio cultural específico, la mitología medieval y el provincialismo siguen situados, en gran medida, en el centro del debate cultural, especialmente si lo observamos atravesado por el conflicto identitario.

En consecuencia, la construcción de la identidad regional plantea un marco ineludible y omnipresente a la hora de entender la cultura valenciana contemporánea. El período en el que se codifica la referida identidad regional está comprendido entre 1879, fecha de constitución de la entidad Lo Rat Penat, emblema de la Renaixença valenciana, y 1909, año en que se celebró, a modo de «gran evento» cultural de la época, la Exposición Regional en la ciudad de Valencia (en 1910 se celebró también la Exposición Nacional), si bien la Renaixença ya se incubó a lo largo del proceso revolucionario burgués (1808-1874) (Baldó, 1990a).8 Esta Exposición se convirtió en el mejor escaparate de todos los elementos icónicos que ya por entonces habían configurado un repertorio simbólico de lo que, en gran medida, representaría ser valenciano para el resto del siglo XX. En el intervalo de estas tres décadas, que se extienden en el tránsito del siglo XIX al XX,«la construcción de la identidad valenciana se fue perfilando mediante un amplio repertorio de materiales culturales» (Archilés, 2008: 98). Es el caso de manifestaciones estéticas como las obras pictóricas de Joaquín Sorolla, las novelas de Vicente Blasco Ibáñez, las composiciones musicales de Salvador Giner o la fiesta de las Fallas como expresión popular de la identidad valenciana. Los grandes literatos de la Renaixença valenciana fueron Teodor Llorente, que representaba el sector más conservador y de alta cultura (Renaixença de guant), y Constantí Llombart, referente de los sectores progresistas y populares (Renaixença d’espardenya) (Baldó, 1990a). Curiosamente, a partir de los años 60, tras el impacto cultural del fusterianismo (por la influencia de la obra del ensayista Joan Fuster), se invierten los términos y la izquierda nacionalista y progresista defiende una visión elitista y racionalista de la cultura, mientras que la cultura popular o d’espardenya es instrumentalizada por la derecha local para utilizarla como arma política contra las fuerzas progresistas (Martínez Gallego, 2010).

Esta identidad valenciana, a través de su autorepresentación simbólica, creó una identidad colectiva en función de un ámbito identitario nacional que era el español. Por ello no es casual que el himno de la Exposición Regional de 1909 comience con un «Per a ofrenar noves glòries a Espanya».9 Cabe añadir que la construcción del imaginario colectivo valenciano se produjo a lo largo de todo el espectro ideológico, lo que contribuyó a su éxito y arraigo, al tiempo que tampoco surgió ningún imaginario alternativo, de manera que el imaginario regional, con sus límites y parcialidades, ha venido siendo históricamente el único referente consolidado de la identidad valenciana, un hecho a tener en cuenta para entender mejor el desarrollo de las políticas culturales en el País Valenciano.

2.2El impacto cultural de la Segunda República y la Guerra Civil

A comienzos del siglo XX apareció el valencianismo político, que pronto derivó en el primer nacionalismo valenciano, si bien fue siempre minoritario, frente al abrumador predominio del regionalismo local. Con todo, su presencia fue constante en las tres primeras décadas del siglo XX y especialmente fue notable su impacto en la esfera cultural a partir de finales de los años veinte. Debe subrayarse especialmente que un solo elemento resultó central para la narrativa del nacionalismo valenciano: el significado de la historia como pieza esencial de la afirmación identitaria (Archilés, 2008). En las vísperas de la Segunda República se produjo una renovación del valencianismo político de signo nacionalista, lo que, pese a su limitado alcance político, significó una enorme aportación al replanteamiento de las políticas culturales en el País Valenciano. Según Baldó (1990b), en estas tres primeras décadas del siglo XX la actividad del valencianismo político, en gran medida cultural, significó le búsqueda de una cultura moderna, que no solo subvertía la Renaixença sino que apostaba por la vanguardia artística y el compromiso social.

Efectivamente, como han señalado Aznar Soler y Blasco (1985), la acción del valencianismo político durante la Segunda República fue fundamental para construir una primera infraestructura cultural, hasta el punto de que las primeras «políticas culturales» dignas de tal nombre datan de esta época. Como han subrayado los autores citados, se partía de una situación de enorme déficit de infraestructuras culturales valencianas, razón por la cual los escritores valencianistas relegaron a un segundo plano la creación literaria «con la misión de dotar de coherencia política el valencianismo cultural» (Aznar Soler y Blasco, 1985: 41-42). Entre 1930 y 1936 se puso en marcha un compromiso colectivo para construir, como minoría intelectual dirigente, la infraestructura cultural necesaria para una visión valencianista, republicana y nacionalista del País Valenciano, lo que se ha llamado la «normalización» de la cultura valenciana. Por ello fue muy relevante la participación de grupos intelectuales en la acción valencianista. Sin embargo, ya en esos años apareció una cierta polémica entre un valencianismo nacionalista catalanófilo y un incipiente regionalismo valenciano de signo anticatalanista. El grupo más activo fue el primero, con revistas como El Camí u organizaciones como Acció Cultural Valenciana.

Durante estos años, y paralelamente a la ascensión de las grandes fiestas valencianas (en especial la de las Fallas) como expresión ritual de la identidad valenciana, apareció lo que se ha dado en llamar el «valencianismo temperamental», que alude a una «vivencia prepolítica que imagina la existencia de lazos presociales más decisivos, más auténticos y profundos que los vínculos de la estructura social» (Ariño, 1992), y que se expresa en la creencia en un «temperamento valenciano», de tipo popular, étnico y comunitario, horizontal y unitario, que afirma, a modo de religión civil, la diferencia esencial cultural valenciana, manifestada especialmente en sus fiestas populares. Por ello Ariño (1992) señala que las Fallas, que eclosionan como fiesta grande valenciana en la época de la Segunda República, se convirtieron ya entonces en una auténtica liturgia civil del valencianismo (temperamental o sentimental). Este sentido de pertenencia o valencianía, funcional en principio al regionalismo, estará también disponible para explotaciones de tipo nacionalista, si bien históricamente se vinculará al proyecto nacional español, marcando la especificidad valenciana.

En 1932, la preocupación por normalizar la lengua y cultura propias exigía la unificación ortográfica con el catalán del resto de territorios catalanohablantes, y por ello se firmaron en Castelló de la Plana las conocidas como Normes de Castelló, que desde entonces fijaría el estándar del valenciano-catalán en el País Valenciano, en coherencia lingüística con las normas fabrianas defendidas por el Institut d’Estudis Catalans. La lista de los firmantes de las Normas ya nos indican las principales instituciones culturales valencianas del momento: fueron la Societat Castellonenca de Cultura, el Centre de Cultura Valenciana, el Seminari de Filologia de la Universidad de Valencia, Lo Rat Penat, Unió Valencianista, Agrupació Valencianista Republicana, Centre d’Actuació Valencianista, Agrupació Valencianista Escolar, Centre Valencianista d’Alcoi, Centre Valencianista de Bocairent, Centre Valencianista de Cocentaina, Juventud Valencianista Republicana de Manises, L’Estel y El Camí. Las Normas también estaban firmadas por lo más granado de la intelectualidad valencianista.

Debe señalarse que justo cuando el valencianismo nacionalista intentaba aumentar su presencia se produjo la primera manifestación explícita del anticatalanismo valenciano, que jugaría un papel tan importante a partir de los tiempos de la transición a la democracia.10 En 1932 apareció el libro El perill català (El peligro catalán), de Josep Maria Bayarri, que se mostraba contrario a la unidad de la lengua valenciano-catalana, a la unificación ortográfica y a la denominación de «País Valenciano». A su vez, la revista Acció se postuló como la portadora de un nacionalismo conservador y antirrepublicano. El republicanismo blasquista (por la alusión a su fundador, el prestigioso escritor Vicente Blasco Ibáñez), de gran implantación en Valencia, también destacaba por su anticatalanismo, de modo que ya durante la Segunda República se escenificó el conflicto entre el regionalismo anticatalanista y el nacionalismo valencianista progresista (y en gran medida catalanófilo), un conflicto sobre la identidad valenciana que se reeditaría a gran escala a partir del final del régimen franquista, influyendo de pleno en las políticas culturales del País Valenciano.

En este contexto también se hizo un esfuerzo por promover la normalización pedagógica valenciana, y así, la Agrupació Valencianista Escolar, fundada en 1932, asumió un marcado carácter universitario y organizó la Universitat Popular Valencianista, donde se impartían cursos de lengua y literatura, geografía e historia del País Valenciano, disciplinas incorporadas a los planes oficiales de estudio de la Universidad de Valencia, que iba de la mano de una revisión crítica del régimen universitario centralista. Para completar la acción se iniciaron, también en 1932, las Setmanes Culturals Valencianistes. Paralelamente se fomentó el arte y literatura populares, con el telón de fondo de la reivindicación de un Estatuto de Autonomía para el País Valenciano, que finalmente truncó el estallido de la Guerra Civil.

En 1934 la revista valencianista La República de les Lletres publicó los que deberían ser los objetivos de una nueva política cultural para el País Valenciano, que se resumiría en seis grandes puntos: el primero era el reconocimiento de la unidad del idioma, respetando la autoridad en el terreno ortográfico del Institut d’Estudis Catalans, y solicitando el ingreso de una representación valenciana en él; el segundo consistía en promover la creación de un Institut d’Estudis Valencians, independiente de la Universidad y sin intromisión estatal; el tercero era la solicitud de una cátedra de lengua catalana-valenciana en la Universidad de Valencia, de la que debía ser responsable Carles Salvador, uno de los mayores poetas y lingüistas valencianos; el cuarto era el reconocimiento del derecho a recibir educación en lengua materna, posibilitado por la declaración de cooficialidad del castellano y del valenciano; el quinto punto señalaba la necesidad de responsabilizar al escritor valenciano en la tarea de normalizar el idioma como lengua cultural nacional; el sexto y último punto proponía conmemorar el 9 de octubre de 1238, fecha de la conquista cristiana de Valencia, como fiesta nacional valenciana, y el intento de preparar el VII Centenario de la fundación del País Valenciano el 9 de octubre de 1938. Para ello se proponía la organización de un Congrés de la Llengua, la creación de la Biblioteca de València, la restauración del monasterio de Santa Maria del Puig como lugar referencial de la nación valenciana, la formación del Museo de la Cerámica y la finalización de las obras de restauración del Palau de la Generalitat, además de organizar una Conferència Econòmica del País Valencià, actividades todas ellas que constituían un plan de trabajo intenso para la minoría intelectual valencianista en sus esfuerzos culturales. Simultáneamente, revistas como Proa o Nueva Cultura, esta última síntesis de planteamientos marxistas y nacionalistas, serán puntales esenciales de los intentos por plantear una política cultural valencianista para el País Valenciano.

Como también han enfatizado Aznar Soler y Blasco (1985: 95), el inicio de la Guerra Civil supuso una interrupción de la tendencia a la «normalización» cultural. A partir del 18 de julio de 1936 dio comienzo una fase de «defensa de la cultura», de manera que

la política republicana se impregna de un sentido gramsciano por lo que respecta a la lucha de valores humanos que se debaten en la guerra, donde la interpretación de la lucha popular como crisol forja las raíces de una nueva cultura, humanista y revolucionaria, dentro de la perspectiva del desarrollo de una sociedad socialista en la cual la cultura ya no será una cultura de clase, patrimonio exclusivo de la clase dominante, sino cultura socialista vinculada a los intereses de las clases populares.

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