Kitabı oku: «Lacan y algunos feminismos», sayfa 2

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En ella (la fase preedípica) se prepara la adquisición de aquellas cualidades con las que luego cumplirá su papel en la función sexual y costeará sus inapreciables rendimientos sociales. En esa identificación conquista también su atracción sobre el varón, atizando hasta el enamoramiento la ligazón-madre edípica de él. (p. 124)

La madre es pues, para Freud, origen y destino de la mujer. Destino heteronormativo, ciertamente, más allá de la disposición bisexual originaria de los seres humanos propuesta también por él. Y destino funcional a un orden social que subordina a las mujeres al ámbito doméstico. Esta subordinación será, a su vez, facilitada por todas las consideraciones devaluadoras de la feminidad. Efectivamente, los planteamientos freudianos proponen una devaluación de la feminidad y un supuesto sentimiento de inferioridad femenino que, partiendo de la supuesta envidia del pene, “naturalizan” dinámicas de dominación4:

Las consecuencias psíquicas de la envidia del pene, en la medida en que ella no se agota en la formación reactiva del complejo de masculinidad, son múltiples y de vasto alcance. Con la admisión de su herida narcisista, se establece en la mujer —como cicatriz, por así decir— un sentimiento de inferioridad. Superado el primer intento de explicar su falta de pene como castigo personal, y tras aprehender la universalidad de este carácter sexual, empieza a compartir el menosprecio del varón por ese sexo mutilado en un punto decisivo y, al menos en este juicio, se mantiene en paridad con el varón. (Freud, 1986 [1925b], p. 271)

Al acercarse a la mujer desde el espejo distorsionado del varón (espéculo en los términos de Irigaray) Freud tendrá que realizar auténticos malabares conceptuales para explicar el cambio de objeto en el caso de la mujer (de la madre al padre) y también del clítoris a la vagina, transferencia considerada por él como decisiva para el desarrollo de la mujer. Freud plantea que la vida sexual de la mujer incluye una primera fase masculina, bajo la primacía del clítoris, y una segunda fase propiamente “femenina”, vaginal, y que este tránsito de un órgano a otro no tiene correspondencia en el desarrollo del varón (1986 [1931]). Freud (1986 [1932]) le dará mucha importancia a ese curioso proceso en el cual, según él, el desarrollo de la feminidad supone un “dejar atrás” al clítoris:

En la fase fálica de la niña el clítoris es la zona erógena rectora. Pero no está destinada a seguir siéndolo; con la vuelta hacia la feminidad el clítoris debe ceder en todo o en parte a la vagina su sensibilidad y con ella su valor, y esta sería una de las dos tareas que el desarrollo de la mujer tiene que solucionar. (p. 110)

En pleno siglo XXI quizá pocas lectoras puedan leer estas afirmaciones sin sorpresa o indignación. Incluso cuando las representaciones del acto sexual en la industria cinematográfica hollywoodense parezcan seguir las indicaciones freudianas: la escenificación de la auto y heteroestimulación del clítoris durante el acto sexual es muy escasa.

Pero volvamos a Freud (1986 [1933]) y a sus planteamientos sobre la mujer. Para el fundador del psicoanálisis la envidia será predominante en la psicología femenina y, por ello, tendrían un superyó más débil y menor capacidad de sublimación:

El hecho de que sea preciso atribuir a la mujer escaso sentido de la justicia tiene íntima relación con el predominio de la envidia en su vida anímica, pues el reclamo de justicia es un procesamiento de la envidia, indica la condición bajo la cual uno puede desistir de esta. También decimos acerca de las mujeres que sus intereses sociales son más endebles que los del varón, así como es menor su aptitud para la sublimación de lo pulsional. (p. 124)

Como cabría esperar, desde su formulación estos planteamientos freudianos han sido sumamente criticados por las teóricas feministas así como desde dentro del mismo psicoanálisis. También han existido, ciertamente, numerosos psicoanalistas que señalando que estos plantea-mientos son propios de una época o introduciendo uno u otro matiz, han querido “salvarlos”. Es cierto, como señaló Juliet Mitchell recordando al mismo Freud (1974, p. 30) que no deben aplicarse las pautas de la realidad a los planteamientos sobre estructuras psíquicas reprimidas. Pero incluso teniendo precaución de ello, consideramos que estos planteamientos freudianos siguen siendo insatisfactorios.

Se debe precisar, una vez más, que criticar estos planteamientos no tiene por qué implicar que se rechace todo lo que el pensamiento freudiano aporta para la comprensión de los seres humanos. La obra de Freud es mucho más, muchísimo más que los planteamientos “falocéntricos” que, innegablemente, se pueden encontrar en ella. Esta tensión entre aspectos a retomar de la obra freudiana y otros a criticar marcará desde un inicio las relaciones entre el feminismo y el psicoanálisis.

Ahora bien, femenino es un significante que ha de ser puesto, también, en relación con su par binario, lo masculino. Esto no significa, por cierto, suscribir el binarismo heteronormativo que los estudios feministas, de género y queer han cuestionado insistentemente (a veces, también, de manera dicotómica, “binaria”). Se trata más bien de acercarnos a los planteamientos freudianos en el marco de sus propias redes conceptuales.

1.2.2 Masculino y femenino

En el uso habitual del lenguaje, lo masculino suele estar relacionado con los varones del mismo modo que lo femenino lo está con las mujeres. Freud relativiza esta suerte de binarismo apelando a la bisexualidad constitutiva de los seres humanos y al hecho de que, por la herencia, varones y mujeres comparten características masculinas y femeninas. Resultado de ello, señala Freud (1986 [1925]), es que no resulta claro qué es exactamente lo masculino y lo femenino:

Todos los individuos humanos, a consecuencia de su disposición (constitucional) bisexual, y de la herencia cruzada, reúnen en sí caracteres masculinos y femeninos, de suerte que la masculinidad y feminidad puras siguen siendo construcciones teóricas de contenido incierto. (p. 276)

En las Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1986 [1933]) Freud cuestiona diversas aproximaciones a los conceptos de masculinidad y feminidad. Simultáneamente suscribe y critica la asociación entre lo masculino y la actividad, así como lo femenino y la pasividad. Así, señala:

Podría intentarse caracterizar psicológicamente la feminidad diciendo que consiste en la predilección por metas pasivas. Desde luego, esto no es idéntico a pasividad; puede ser necesaria una gran dosis de actividad para alcanzar una meta pasiva. Quizás ocurra que desde el modo de participación de la mujer en la función sexual se difunda a otras esferas de su vida la preferencia por una conducta pasiva y unas aspiraciones de meta pasiva, en extensión variable según el imperio limitado o vasto de ese paradigma que sería su vida sexual. No obstante, debemos cuidarnos de pasar por alto la influencia de las normas sociales, que de igual modo esfuerzan a la mujer hacia situaciones pasivas. Todo esto es todavía muy oscuro. No descuidaremos la existencia de un vínculo particularmente constante entre feminidad y vida pulsional. Su propia constitución le prescribe a la mujer sofocar su agresión, y la sociedad se lo impone. (p. 107)

Como puede observarse, y para usar una imagen que él mismo utilizó en otro contexto al referirse a la educación, Freud oscila en esta cita entre la Escila del determinismo biológico (papel de la mujer en la función sexual/constitución) y la Caribdis del ambientalismo (influencia de las costumbres sociales/imposiciones sociales). Tenemos entonces que para Freud ni femenino/mujer/pasividad son categorías coextensivas, ni masculino/varón/actividad, y que en su constitución intervienen factores biológicos como sociales.

Freud aborda este aspecto en diferentes textos, pero en donde quizá se expresa con mayor precisión sobre este punto es en la nota a pie de página añadida en 1915 a los Tres ensayos para una teoría sexual (1986 [1905], p. 200). Allí distingue tres significados del par masculino / femenino. El primero relacionado con la polaridad actividad / pasividad, desde el cual la libido sería masculina. El segundo significado alude a lo biológico y se relaciona, en términos de Freud, con la presencia del semen o del óvulo y de las funciones de estos. El tercer significado es sociológico y está relacionado con los individuos masculinos o femeninos que existen en la realidad. Este significado sociológico relativiza los dos primeros pues en ninguno de ellos se halla “una virilidad o una feminidad puras” sino más bien en una suerte de mezcla. Lo biológico y lo psicológico son simultáneamente dependientes e independientes, plantea Freud con claridad.

Finalmente, y para complejizar estas consideraciones sobre los géneros masculino y femenino, es necesario señalar el complejo juego de identificaciones de género que se desarrollan desde muy temprano. Emilce Dio Bleichmar (1996, p. 101) ha recordado este aspecto de manera particular, destacando que Freud plantea, también, una identificación de género previa al descubrimiento de la diferencia sexual anatómica a la que denominará identificación primaria. Así, en Psicología de las masas y análisis del yo 1986 [1921], p. 99), refiriéndose al niño, Freud plantea que este manifiesta dos enlaces: uno sexual hacia la madre y uno identificatorio hacia el padre, a quien se considera un modelo a imitar. En el yo y el ello (1986 [1923], p. 33), a propósito de la génesis del ideal del yo y con algunos matices, Freud planteará nuevamente esta identificación primaria.

1.2.3 Lo femenino y el masoquismo

En 1924, Freud escribe el tratado El problema económico del masoquismo y señala, casi desde el inicio, que el masoquismo:

Se ofrece a nuestra observación en tres figuras: como una condición a la que se sujeta la excitación sexual, como una expresión de la naturaleza femenina y como una norma de la conducta en la vida (behaviour). De acuerdo con ello, es posible distinguir un masoquismo erógeno, uno femenino y uno moral. (2001 [1924a], p. 167)

Del mismo modo, unos años antes, en 1919 en el trabajo Pegan a un niño, y unos años después, en la conferencia sobre La feminidad (1933) Freud plantea explícitamente una asociación entre feminidad y masoquismo. No obstante, como ha observado Colette Soler (2007, p. 83), una lectura atenta de dichos textos nos muestra que Freud explora efectivamente la tesis que vincula la posición femenina con el masoquismo; sin embargo, plantea al mismo tiempo sus limitaciones. Por ejemplo, en la conferencia sobre La feminidad Freud señalará que en el caso de la mujer:

Su propia constitución le prescribe a la mujer sofocar su agresión, y la sociedad se lo impone; esto favorece que se plasmen en ella intensas mociones masoquistas, susceptibles de ligar eróticamente las tendencias destructivas vueltas hacia adentro. El masoquismo es entonces, como se dice, auténticamente femenino. (1986 [1933], p. 107)

Sin embargo, inmediatamente después de estas afirmaciones las relativiza, pues existen varones masoquistas y, finalmente, los contornos de lo masculino y femenino terminan, una vez más, difuminados. De allí que el balance efectuado por Soler sea que “los textos que Freud dedica al masoquismo, aunque valiosos en muchos aspectos, no nos enseñan nada sobre las mujeres mismas, pero mucho sobre la no-relación sexual y el goce paradójico del ser hablante” (Soler, 2007, p. 88).

Lacan será muy crítico de los planteamientos que vinculan deseo femenino y masoquismo y señalará claramente que “el masoquismo femenino es un fantasma masculino” (2013[1962-1963]), p. 207)5. Valga esta alerta lacaniana para que, sobre el masoquismo femenino, pongamos atención al fantasma, sin que esto signifique olvidar el contexto social en el que se constituye el sujeto femenino. La psicoanalista Sofía Rutenberg apunta a esto último cuando señala que “El masoquismo femenino es un mito que asegura un control sobre el placer de y entre las mujeres” (2019, p. 96).

1.2.4 Lo femenino y la alteridad

Otra línea que podemos identificar en el tratamiento de lo femenino por parte de Freud es aquella que asocia la mujer con lo diferente y lo desconocido. En El tabú de la virginidad (1986 [1918]) Freud habla de un “horror básico a la mujer”. Uno podría pensar que, como en el caso de sus formulaciones respecto al Edipo o a la perversión, este horror estaría vinculado a la asociación entre los genitales femeninos y la castración, esto es, al hecho de entender a la mujer como un “hombre mutilado”, en la expresión de Simone de Beauvoir (2009 [1949], p. 46). Sin embargo, Freud introduce una línea que, sin apartarse de la primera, apunta también hacia lo femenino como algo desconocido, diferente y hostil. Freud (2001 [1917]) señalará que las motivaciones detrás de las prohibiciones de nuestros ancestros (Freud usa la expresión “hombre primitivo”) están todavía vigentes, y se relacionan con lo siguiente:

Toda vez que el primitivo ha erigido un tabú es porque teme un peligro, y no puede negarse que en todos esos preceptos de evitación se exterioriza un horro básico a la mujer. Acaso se funde en que ella es diferente del varón, parece eternamente incomprensible y misteriosa, ajena y por eso hostil. (p. 194)

Serge André (1997, p. 4) ha destacado que esta asociación de Freud con la alteridad radical y, concomitantemente con la angustia, es cercana a los planteamientos que, años después efectuará Lacan sobre lo femenino (Delgado, 2019).

Años después, en Análisis terminable e interminable (1986, [1937]), problematizando los aspectos relacionados con la finalización del tratamiento psicoanalítico, Freud, en contraposición a la protesta masculina de Adler, utilizará la expresión “desautorización de la feminidad” asociando esta tanto a lo biológico como a lo enigmático:

A menudo uno tiene la impresión de haber atravesado todos los estratos psicológicos y llegado, con el deseo del pene y la protesta masculina, a la “roca de base” y, de este modo, al término de su actividad. Y así tiene que ser, pues para lo psíquico lo biológico desempeña realmente el papel del basamento rocoso subyacente. En efecto, la desautorización de la feminidad no puede ser más que un hecho biológico [cursivas añadidas], una pieza de aquel gran enigma de la sexualidad. (pp. 253-254)

Como puede observarse, Freud parece alinearse en este caso a un cierto esencialismo biologicista como si no existieran condiciones históricas y sociales de dominación y subordinación. Pero, al mismo tiempo, atisba en la relación con la feminidad algo del orden de lo enigmático.

1.3 FREUD CONTRA EL FEMINISMO

El feminismo fue un movimiento social importante en la época de Freud. Y, paradójicamente, a pesar de que posteriormente la obra freudiana será relevante para algunas teorizaciones feministas (apropiándose u objetando sus desarrollos), la actitud de Freud hacia el feminismo fue, claramente negativa.

En 1907, ante la Sociedad Psicoanalítica de Viena señalará que “Es cierto que la mujer no gana nada al estudiar y eso, en el conjunto, no mejora la condición de las mujeres” (Zafiropoulos, 2017) De manera semejante, en su intervención del 11 de marzo de 1908 en el mismo lugar señalará que:

Una mujer no puede ejercer una actividad profesional y criar hijos al mismo tiempo […] Las mujeres, en tanto que grupo, no ganan nada con el movimiento feminista moderno; como mucho, algunas mujeres aisladas sacan provecho. (Freud, citado en Zafiropoulos, 2017, p. 23)

Leídas desde nuestro tiempo estas afirmaciones nos pueden causar sorpresa, indignación o risa. Incluso para el propio tiempo de Freud son desconcertantes. En este sentido, estos planteamientos teóricos freudianos resultan funcionales al lugar social de dominación de la mujer, tanto antes como ahora. Y, en consecuencia, podemos señalar también que dichos planteamientos (no otros), tal como fueron enunciados, se contraponen a las reivindicaciones del movimiento feminista. Tanto antes como ahora.

Por un lado, Freud (1986 [1908]) plantea una suerte de inferioridad intelectual en la mujer dado que padecerían de una inhibición del pensar producto de la asociación del mismo con el interés sexual que les es propio pero que por temor a la condena social deben rechazar. Por otro, como se ha visto en la sección previa, Freud propone que la mujer tiene menor capacidad de sublimación y la entiende desde el rol materno: la ausencia de pene será compensada con la identificación a la madre y el tener un hijo. Como señala Zafiropoulos (2017):

Se observa entonces que uno de los pilares que sostienen el razonamiento freudiano sobre la condición femenina reside en la idea de vincular la escasa contribución de las mujeres a la cultura con el escaso don para la sublimación. Debido a ello, es comprensible que para Freud “se caiga de maduro” que la madre constituya el ideal de la mujer, pues este ideal no es particularmente exigente en su capacidad sublimatoria. (p. 25)

Se debe destacar que en la época y contexto de Freud, el rol materno es indesligable del matrimonio. Según los imperativos sociales, la maternidad ha de ejercerse en el marco del matrimonio. Pero como vimos, además de este cruce “social” entre maternidad y matrimonio Freud establece un lazo psíquico al considerar que un matrimonio queda asegurado cuando la mujer hace de su marido su hijo (1986 [1933]).

Vemos pues cómo los roles domésticos de madre y esposa son aquellos que, en los planteamientos freudianos, corresponden a la mujer. Y no los públicos relacionados con la actividad intelectual o la vida política. De allí las afirmaciones con las que iniciamos este acápite. Cuando menos en este sentido no es exagerado entonces afirmar que Freud fue antifeminista. Y ello a pesar del importante papel que las psicoanalistas mujeres tuvieron desde el inicio del movimiento psicoanalítico.

Ciertamente, no se trata de afirmaciones devaluadoras esporádicas sobre el feminismo o sobre la mujer. Como se ha visto, en diversos trabajos Freud sostiene las segundas. En el caso del feminismo, en 1925, en el texto Algunas consecuencias de la diferencia sexual (Freud, 1986 [1925b]) señalará, en clara confrontación con el feminismo que:

Rasgos de carácter que la crítica ha enrostrado desde siempre a la mujer —que muestra un sentimiento de justicia menos acendrado que el varón, y menor inclinación a someterse a las grandes necesidades de la vida; que con mayor frecuencia se deja guiar en sus decisiones por sentimientos tiernos u hostiles— estarían ampliamente fundamentados en la modificación de la formaciónsuperyó que inferimos en las líneas anteriores En tales juicios no nos dejaremos extraviar por las objeciones de las feministas, que quieren imponernos una total igualación e idéntica apreciación de ambos sexos [cursivas añadidas]. (p. 276)

Unos años después, en 1933, en su conferencia sobre la feminidad, Freud continuará contraponiendo sus planteamientos con el feminismo de manera explícita. Aludiendo al hecho de que en el Edipo la niña permanecería más tiempo pues el complejo de castración preparó el ingreso a este pero, a diferencia del niño, se encuentra ausente como motivación para salir de él, Freud señala lo siguiente:

En tales constelaciones tiene que sufrir menoscabo la formación del superyó (de las mujeres), no puede alcanzar la fuerza y la independencia que le confieren su significatividad cultural y... las feministas no escucharán de buen grado si uno señala las consecuencias de este factor para el carácter femenino medio. (Freud, 1986 [1933], p. 120)

Las citas presentadas muestran de manera muy clara tanto la confrontación explícita que hace Freud entre sus planteamientos y el feminismo como de la devaluación presente en su obra sobre la mujer. En este sentido, podemos ver que más de un reproche planteado por el feminismo hacia Freud se encuentra plenamente justificado. Incluso si tomamos en cuenta lo revolucionario de planteamientos freudiano como el hecho de que a la pulsión no le corresponde un objeto de manera necesaria o que, como hemos visto, ser mujer no es algo dado de antemano sino que requiere de una compleja travesía. El psicoanalista Markos Zafiropoulos (2017) lo señala con mucha contundencia:

Al leer a Freud a la luz de la historia de las mujeres en Occidente, resulta evidente concluir que su posición respecto de la cuestión femenina es sumamente conservadora y completamente obsoleta. (p. 174)

Tomando en cuenta lo presentado previamente y, a pesar de los grandes aportes de Freud que hemos reconocido, consideramos que, como nosotros, varias de las lectoras y lectores estarán de acuerdo con lo señalado en esta cita.

1.4 EL FEMINISMO Y EL PSICOANÁLISIS CONTRA FREUD

Desde muy temprano surgieron en el psicoanálisis planteamientos críticos respecto a las posturas freudianas sobre la mujer, sin que eso signifique que se superaran necesariamente los entrampamientos esencialistas, biologicistas o heteronormativos.

Gayle Rubin, en su texto clásico sobre El tráfico de mujeres (1986[1975]) en el que propone la noción de sistema sexo-género que tanta importancia ha tenido en la teorización feminista y de género, resume formidable e irónicamente la polémica psicoanalítica de los años veinte y treinta del siglo pasado. Curiosamente, la cita que consignamos se encuentra no en el cuerpo del texto sino en una nota a pie de página:

Freud, Lampl de Groot y Deutsch sostenían que la femineidad se desarrolla a partir de una criatura bisexual, “fálica”; Horney y Jones defendían la idea de una femineidad innata. El debate no dejó de tener sus ironías. Horney defendió a las mujeres de la envidia del pene postulando que ellas nacen, no se hacen; Deutsch, que consideraba que las mujeres se hacen, no nacen, desarrolló una teoría del masoquismo femenino cuyo mejor rival es la Historia de O. He atribuido el núcleo de la versión “freudiana” del desarrollo femenino a Freud y a Lampl de Groot por igual porque leyendo los artículos me ha parecido que la teoría es tanto (o más) de ella como de él. (pp. 120-121)

Además de visibilizar el aporte de las mujeres a la construcción de la teoría psicoanalítica, a veces invisibilizado como en el caso de Sabina Spilrein o el de Lampl de Groot que destaca Rubin, el fraseo que esta utiliza en relación con si la mujer nace o se hace nos conecta directamente con la obra fundamental de Simone de Beauvoir, El segundo sexo (2009 [1949]). Como han destacado Roudinesco y Plon (2008, p. 224), la obra de Helene Deutsch será la principal referencia psicoanalítica de Beauvoir.

En el capítulo 2 de El segundo sexo, Beauvoir (2009 [1949]) examina el punto de vista psicoanalítico sobre la mujer e identifica que “Freud la calcó sobre un modelo masculino. Supone que la mujer se siente hombre mutilado” (p. 46). Ello no obstante algunos errores cometidos que Juliet Mitchell ha examinado (1974, pp. 308 y ss.) como es el caso de atribuirle la noción de complejo de Electra que Freud rechazó de manera explícita. En lo fundamental, la crítica a la lectura de la mujer desde los parámetros masculinos, con todos los olvidos y distorsiones que esto implica, es el postulado que décadas después Luce Irigaray planteará también en su conocida obra Espéculo de la mujer (1974). El fraseo del segundo apartado de su libro resume con mucha claridad este punto: “(Para Freud) La niña (no) es (más que) un muchachito” (Irigaray, 1974, p. 24).

Es enorme la cantidad de autoras feministas y psicoanalistas que han discrepado de las afirmaciones freudianas sobre la mujer desde su formulación hasta hoy. No sorprende por ello que Mitchell (1974) empiece su texto clásico Psicoanálisis y feminismo señalando que:

La mayor parte de los movimientos feministas han identificado a Freud como su enemigo. Afirman que el psicoanálisis sostiene que las mujeres son inferiores y que solo pueden alcanzar la auténtica felicidad como esposas y madres. Consideran al psicoanálisis como una justificación del statu quo burgués y patriarcal y que Freud, en su propia persona, ilustra estas cualidades. (p. 9)

Más allá de las alusiones a la persona de Freud, las afirmaciones de las feministas no se encuentran descaminadas como hemos podido ver en las secciones previas. En su esfuerzo por acercar a Freud al movimiento feminista, Mitchell señala que Freud hace una lectura descriptiva y no prescriptiva del patriarcado.

De alguna forma, Freud y Lacan han corrido una suerte semejante dentro de la teorización feminista. Ambos han sido atacados en tanto falocéntricos o esencialistas y ambos han sido también retomados por diversas autoras al servicio del proyecto feminista.

En el presente trabajo planteamos que existen buenas razones para sostener ambas perspectivas, tanto con Freud como con Lacan. En consecuencia, nos distanciamos de aquellos psicoanalistas que, ante las críticas a los planteamientos de Freud o Lacan, esgrimen rápidamente el argumento de que “no lo han leído bien”. Por ejemplo, ante la interpelación realizada por Paul Preciado al psicoanálisis lacaniano, se ha señalado que sus afirmaciones se basan en “una lectura rápida de Lacan” (Maleval, 2019; Preciado, 2019).

Por supuesto, esto no significa plantear que toda lectura es igual de válida o precisa. Hay, ciertamente, lecturas con mayor o menor rigor o agudeza. Más aún, en los asuntos humanos el malentendido tendrá siempre un lugar. Con todo, esperamos haber mostrado que hay dificultades claras en las propuestas freudianas sobre la mujer, incluso cuando no hemos desarrollado muchos aspectos y matices. Al mismo tiempo, Freud propuso un conjunto de postulados que consideramos irrenunciables. Señalarlos, aunque sea brevemente, es justo y necesario.

1.5 Y SIN EMBARGO, GRACIAS A FREUD (CON OTRAS Y OTROS…)

Empecemos, entonces, enumerando, esta vez sintéticamente, algunos de los conceptos y planteamientos que, para la temática que nos ocupa, consideramos fundamentales:

— Lo inconsciente y la pulsión. Por tanto, el ser humano, ser en conflicto, no es dueño de su propia casa.

— No existe correspondencia necesaria entre la pulsión y el objeto.

— Existe cultura porque se reprime la sexualidad y la agresión.

— No existe ni existirá cultura sin malestar.

— Existe una dimensión estructural y una histórica del malestar.

— Existe una pulsión de muerte. Esto es, el ser humano es su propio enemigo.

Es muy conocida la afirmación freudiana de que el psicoanálisis infligió a la humanidad su tercera humillación narcisista (Freud, 1986[1925a]). La primera, cosmológica, habría sido Copérnico al plantear que la Tierra, y por tanto el ser humano, no es el centro del universo. La segunda, biológica, la habría hecho Darwin que, a través de su evolucionismo, nos informó que el ser humano era un animal entre otros. Y, finalmente, la psicológica, desarrollada por Freud que, con su planteamiento sobre lo inconsciente, le mostró al ser humano que no solo no era señor del cosmos ni de los seres vivos, sino que tampoco era señor de sí mismo como creía ser.

En el siglo XXI los seres humanos seguimos rechazando lo inconsciente, como si fuéramos dueños de nosotros, de nuestra deconstrucción, nuestra identidad o nuestro género. Pero lo inconsciente asoma y asomará de formas imprevistas, inadvertidas. La búsqueda de satisfacción pulsional a expensas de los otros, de su bienestar y su consentimiento se evidencia en los más diversos grupos sociales, fundamentalistas o progresistas, artísticos, religiosos, políticos, educativos. Pensar la emancipación después de Freud es pensar también lo que la existencia de lo inconsciente y la pulsión descompleta de nuestros proyectos y de nosotros mismos.

En los Tres ensayos para una teoría sexual Freud planteará algo realmente revolucionario, tanto que su alcance desbordará al mismo Freud. Si siguiéramos las consecuencias de que “debemos aflojar, en nuestra concepción, los lazos entre pulsión y objeto” (1986 [1905], p. 134), tendríamos que la propia noción de perversión o el binarismo heteronormativo se desfondarían, pues la contingencia entre objeto y pulsión implica una multiplicidad de destinos posibles para la pulsión. ¿Por qué uno, el de la sexualidad heterosexual tendría que ser el “normal”? Si bien por momentos Freud sigue su línea como cuando afirma que la heterosexualidad debe ser explicada igual que la homosexualidad, en su obra borra a veces con una mano lo que escribe con la otra. Como ha señalado Reitter (2019) el psicoanálisis “renaturalizó” los dispositivos culturales que, al no haber objeto para la pulsión, buscan regularizar la sexualidad. Esto se hizo —señala Reitter— a través de las etapas de la libido y del complejo de Edipo.

Pero a pesar de estas líneas en tensión, Freud continuará desarrollando y modificando su teoría pulsional. Nos interesa destacar menos las diferentes teorías pulsiones freudianas que el hecho de que la conceptualización de estas considera, de diversas formas, las dificultades para tramitar la pulsión.

Así, en el texto Sobre la más generalizada degradación general de la vida erótica (Freud, 1986 [1912]) planteará la dificultad para integrar los componentes excrementales y sádicos que forman parte también de la pulsión sexual, del mismo modo que el objeto amoroso es escindido, sea por la escisión entre la corriente tierna y la erótica en el caso del varón, sea por la necesidad de la prohibición en el caso de la mujer. Evidentemente, tomamos distancia de cualquier naturalización o esencialización de las características atribuidas a la psicología del varón o de la mujer. Pero como indicábamos arriba, nos interesa destacar cómo Freud va señalando diversas dificultades para tramitar la vida pulsional. Dificultades que, por cierto, guardan relación con las características culturales, como lo pone de manifiesto tempranamente en el texto La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna (1986 [1908]).

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