Kitabı oku: «Una economía para la esperanza», sayfa 3

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Ante esta apuesta generalizada de la economía actual, el paradigma que propone este libro piensa que es preferible alimentar el lado bueno de las personas antes que intentar domar al malo (con el peligro de que este último se crezca). Las personas somos capaces de realizar comportamientos económicos altruistas o generosos que ayuden a los demás y a la sociedad, y somos capaces de hacerlos por convencimiento, sin necesidad de incentivos, solo porque creemos que es lo mejor.

Los comportamientos virtuosos son posibles. Existen opciones altruistas o beneficiosas para los demás que se realizan de una manera consciente, sin necesidad de pensar que el comportamiento bueno es solamente una estrategia para beneficiarse a sí mismo. Existen personas que no son egoístas, que potencian su lado bueno, que trabajan su parte positiva y cooperan con los demás a partir de la generosidad y el desprendimiento.

Del mismo modo que pasaba con el egoísmo, el altruismo y la generosidad, el lado bueno de las personas tiene efectos expansivos. En primer lugar, sobre los otros, ya que, cuando tratamos a alguien con generosidad, este tiende a responder también así, con generosidad. Quien recibe cariño, comprensión y amor suele responder con la misma moneda. El altruismo suele generar más generosidad en quienes se ven beneficiados por él (aunque somos conscientes de que no siempre es así). Pero los efectos expansivos que tiene no solo se dan con respecto a los otros, sino que también se dan con respecto a uno mismo.

La bondad, los sentimientos positivos hacia los otros, la opción por la generosidad, no son una reserva que existe en nuestro interior y que se agota con su uso, todo lo contrario. Son virtudes que se cultivan, que se riegan, que se practican y que, como si fuesen una planta, crecen y fructifican. Si alimentamos el lado bueno, este va creciendo, se va haciendo fuerte al mismo tiempo que el lado malo se debilita, pierde fuerzas y deja de influirnos. Potenciar y favorecer el lado bueno de las personas tiene efectos expansivos sobre ellas mismas y hace que este sea cada vez mayor.

Por todo ello es más sabio promover y apoyar el convencimiento de que las cosas se pueden hacer bien, ayudar a las personas a que desarrollen su lado bueno, no con incentivos que dirijan a través de su egoísmo, sino potenciando de una manera directa esta parte positiva. Todo ello sin olvidar que la parte negativa existe, no hay que ser ingenuos o buenistas, sino potenciar lo bueno siendo conscientes de que lo malo también existe.

Una política de educación y de convencimiento basada en valores que potencien la búsqueda del bien común y de la mejora de la sociedad y las personas que la componen es la manera de construir una sociedad con personas responsables y plenas. Por ello, las propuestas de este libro parten de la premisa de que la política más realista y con mejores resultados es considerar a las personas como seres que tienen una parte buena y otra mala, para dedicarse a potenciar el lado positivo y construir una sociedad de personas responsables por convencimiento.

10. Construir estructuras virtuosas

Ella se dio cuenta de que aquello no era bueno. Esa propuesta iba en contra no solo del propio código ético de la empresa, sino de la más elemental cordura. Así que trabajó con ahínco para encontrar una propuesta alternativa, una manera de solucionar aquel problema que fuese respetuosa con las personas implicadas, con el medio ambiente y con la sociedad en su conjunto. Creyó encontrarla; era más cara y reducía algo el margen de beneficios, pero era factible y solventaba bastante bien los problemas que generaba la otra. Así que se la presentó a su jefa, se la explicó, se la razonó, le indicó los pros y los contras con todo detalle. Ella la miró y le dijo: «Parece mentira, con los años que llevas aquí, que todavía no te hayas dado cuenta de que no somos Hermanitas de la Caridad, el negocio es el negocio», y su propuesta cayó en el cajón del olvido.

Para potenciar los comportamientos positivos no es suficiente con que las personas tengan una conciencia moral bien construida y sólida que les permita ser fuertes y valientes ante las dificultades que se les presenten. Es necesario construir instituciones y estructuras que faciliten esta clase comportamientos virtuosos, que los normalicen y los potencien, que consigan que quien quiera realizarlos no tenga que ser un valiente para ir en contra de la institución o estructura. Esto es necesario porque las personas somos seres sociales por naturaleza, y por ello nos juntamos a vivir con otros, en la familia, en nuestros grupos de amigos, en nuestras poblaciones, en los países, en las empresas, en los centros educativos, etc.

Desarrollamos nuestras vidas en el marco de instituciones y estructuras en cuyo interior interactuamos con los demás. Establecemos una relación con estas instituciones de modo que nuestras actitudes influyen en ellas determinándolas y construyendo su forma de actuar, al mismo tiempo que ellas influyen también en nuestras actuaciones, en nuestros planteamientos vitales, en nuestra manera de hacer las cosas. La aceptación del grupo, las normas que este establece, lo que se considera adecuado o no, también nos empuja en una u otra dirección, facilita que nos comportemos de una u otra manera.

Un ejemplo de esto lo podemos ver en la familia. Si el ambiente es tenso, las discusiones son constantes y los enfados forman parte de la cotidianidad; si la armonía se perdió hace tiempo o nunca se conoció, es difícil que quienes viven en su seno sean felices, estén contentos, afronten su día con una sonrisa en la boca. Para hacerlo tienen que enfrentarte a las circunstancias, ser valientes y tener suficientes instrumentos para superar un ambiente que te lleva, con fuerza, justo a lo contrario. De hecho, lo normal es que una persona que viva en un ambiente familiar así viva malhumorada, con el ceño fruncido, infeliz...

La familia aquí descrita o la empresa del relato inicial de este apartado son ejemplos de lo que podemos calificar como estructuras perniciosas, aquellas en las que las personas que se dejan llevar por su funcionamiento acaban desarrollando su peor parte, comportándose de manera negativa para ellas mismas y para quienes las rodean. Las estructuras perniciosas no solamente se dan en algunas familias o empresas, sino que también pueden encontrarse en un partido político, en un equipo directivo o en cualquier grupo de personas que se unan para hacer cosas conjuntamente. En la medida en que sus modos de actuar potencien comportamientos negativos para quienes los realizan, para las relaciones que se establecen entre sus miembros y con terceros y para la sociedad en su conjunto, estarán construyendo una estructura perniciosa.

En cualquiera de estos ambientes, quienes quieren hacer el bien, quienes quieren encontrar alegría y comportamientos virtuosos, tienen que ser valientes, tienen que tener coraje moral para atreverse a remar contra corriente, a remontar el río luchando contra la fuerza del agua que baja. Por ello necesitamos construir estructuras que potencien precisamente lo contrario, instituciones virtuosas en las que lo sencillo sea comportarse bien, en las que quienes tengan que ser valientes sean precisamente quienes quieran llevar adelante comportamientos poco éticos, poco responsables, poco respetuosos con los demás y con la creación.

Hacerlo es posible, el esfuerzo para crear una estructura virtuosa es el mismo que para crear otra que sea perniciosa. Solo tenemos que construirla en otra clave. Construir familias cimentadas en un amor verdadero entre sus miembros, crear partidos políticos que realmente quieran estar al servicio de la sociedad en la que nacen, lograr que las empresas prioricen su función social. Se trata de construir instituciones que favorezcan el comportamiento virtuoso de las personas que se relacionan con ellas.

Esta es la manera de que el entorno en el que nos movemos ayude y facilite realmente un cambio de mentalidad. En la medida en que las personas trabajen en ambientes positivos tendrán más facilidad para cambiar su mentalidad en una dirección constructiva del bien común. Y esto es mucho más efectivo que diseñar incentivos que pretendan dirigir la maldad intrínseca de las personas en la dirección adecuada. Las estructuras virtuosas permiten potenciar comportamientos positivos sin necesidad de incentivarlos, el entorno en el que se convive es el que empuja de una manera sencilla y eficaz a quienes están en él a esos comportamientos positivos para los demás.

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REORIENTAR LA ECONOMÍA

Pasó largos años estudiando el comportamiento del topo presonoizo: por qué actuaba de esa manera tan extraña, por qué no era como el resto de topos. Publicó un artículo señero con sus principales conclusiones. Toda la comunidad científica alabó su trabajo y tomó como válidos sus resultados. Después de su muerte se descubrieron fallos en la investigación que demostraban que sus conclusiones no eran verdaderas. Aquella otrora famosa teoría fue sustituida por otra que parecía más acertada. Mientras tanto, los topos presonoizos siguieron siendo como antes, tan extraños, tan extraordinarios, tan peculiares. Las teorías que los humanos hicimos sobre ellos les dejaron indiferentes, no les afectaron lo más mínimo.

Para hablar sobre el paradigma económico, para introducir la sabiduría en una ciencia como la económica, es necesario comenzar recordando que nos encontramos ante una ciencia social, y esto tiene unas implicaciones que se olvidan con frecuencia. Porque las ciencias sociales estudian una parte del comportamiento humano, y las personas somos seres relacionales que necesitamos vivir con otros para poder realizarnos como tales. No podemos entender lo humano sin una sociedad en la que se desarrolle nuestra vida. Porque somos relación y necesitamos de los otros, las ciencias que nos estudian se denominan sociales.

No es lo mismo estudiar un animal, una planta, un astro, una fuerza, un río, un clima, una cadena montañosa o un material que a la persona. Los humanos tenemos unas características propias que hacen que las ciencias sociales no puedan ser asimiladas a otras clases de ciencias, que tengan unas características propias que las hacen diferentes y peculiares.

La principal diferencia entre ellas es que el objeto de estudio de las ciencias naturales es totalmente independiente de nosotros. Como sucedía con los topos del relato inicial, podemos teorizar todo lo que queramos sobre los fenómenos naturales, pero estos no se ven influidos por nuestras ideas sobre ellos. Si estudiamos la ley de la gravedad y concluimos que hay una fórmula que nos indica por qué los cuerpos se atraen entre sí y por qué la Tierra atrae los objetos más pequeños y estos siempre tienden a verse atraídos por el centro del planeta, el fenómeno estudiado –la gravedad– no se ve influido en lo más mínimo por nuestras conclusiones y sigue actuando igual que lo hacía antes de que formulásemos esta ley.

Este movimiento de atracción se da porque sí y no podemos más que descubrirlo y saber cómo funciona. El conocimiento sobre la gravedad influye –o puede influir– en la manera en que nos comportamos los humanos. Podemos aprovechar nuestros nuevos saberes para realizar nuevos inventos, nuevos avances científicos, para comportarnos de otra manera, pero el fenómeno en sí no varía a causa de nuestros conocimientos.

Sin embargo, no sucede lo mismo con las ciencias sociales, como la economía. En ellas, el objeto de estudio es coincidente con el sujeto que lo estudia. No estudiamos fenómenos independientes de nuestra propia existencia, sino que analizamos maneras de comportarnos, modos de ser, actuaciones humanas. La realidad que estudiamos depende de nosotros mismos. Por tanto, somos observadores y observados al mismo tiempo. Estamos implicados en el objeto de nuestra investigación. No podemos ser independientes de aquello que estamos analizando ni existen unas leyes que se vayan a cumplir sin verse influidas por lo que nosotros pensamos, por nuestros valores, por nuestra manera de entender el mundo.

Los fenómenos sociales –y la economía está entre ellos– dependen directamente de nuestra existencia, de nuestras actitudes, de la manera en que vivimos, de nuestras ideas sobre lo bueno y lo malo, del modo en que nos organizamos. Una ciencia social está íntimamente ligada al día a día de las personas y de nuestras sociedades, estudia una realidad cambiante que depende en gran parte de nosotros.

Como somos estudiosos y estudiados al mismo tiempo, nuestros conocimientos cambian nuestras actitudes y nuestros modos de funcionar. No actúa igual ante diferentes situaciones una persona que sepa mucho de economía que otra que desconozca este campo de conocimiento. De hecho, los estudios realizados demuestran que los estudiantes de economía reaccionan ante las mismas circunstancias de manera distinta que estudiantes de otras titulaciones 3.

No se comportan de igual manera ante situaciones similares personas de distintas edades con diferentes intereses o percepciones de la realidad, ni sociedades de distintas culturas que tienen visiones del mundo diferentes, ni una misma sociedad en momentos diferentes del tiempo. Las cosas no son iguales ahora que hace treinta años, las personas no actuamos igual aquí que en otros países, la manera en que nos planteamos nuestra existencia evoluciona y cambia a lo largo de la vida.

Esto significa que el estudio de una ciencia social es dinámico y evoluciona a lo largo del tiempo y del espacio. Los fenómenos sociales varían y las ciencias que los estudian no solo tienen que adaptarse a las nuevas realidades, sino que con sus conclusiones hacen que cambie la manera de afrontar la realidad que se tiene y contribuyen a la evolución y a la modificación del objeto de estudio.

1. Qué estudia la economía

Dio gracias por haber sobrevivido, debía de ser la única persona que lo había hecho de todo el pasaje y la tripulación. No sabía si había acabado en una isla o en algún continente. ¿Habría alguien más cerca de él? ¿Pasarían barcos por ese lugar? Tendría tiempo para pensar en ello, ahora lo que necesitaba era preocuparse por sus necesidades básicas. Sin ellas, ninguna otra cuestión podría ser abordada. Tenía que comer, encontrar agua dulce y clara, buscar un refugio ante las inclemencias del tiempo, fabricar algo para vestirse. Eso era lo prioritario. Cuando lograse solucionar sus necesidades materiales más urgentes, podría pensar en todo lo demás.

Para conocer qué estudia la economía voy a acudir al Diccionario de la Real Academia Española, en el que se define «economía» como la «ciencia que estudia los métodos más eficaces para satisfacer las necesidades humanas materiales mediante el empleo de bienes escasos». En esta definición se aborda el campo de estudio de la economía a partir de su finalidad, de lo que se pretende conseguir: de lograr «satisfacer las necesidades humanas materiales». La ciencia económica busca alcanzar este objetivo de la manera más eficaz posible.

Es una definición que nos recuerda al marinero escocés Alexander Selkirk, cuya vida en el archipiélago de Juan Fernández inspiró a Daniel Defoe para escribir una de sus novelas más celebradas, Robinson Crusoe. Una persona sola ante el desafío de sobrevivir, de cubrir sus necesidades, que tiene que buscar los métodos más eficaces para conseguirlo. Sin embargo, a pesar de que este ejemplo es nombrado en muchos manuales de introducción a la economía, se trata de una excepción, de algo que no suele suceder casi nunca. Porque la economía no es un desafío individual, sino colectivo. Afrontamos el modo de alcanzar nuestras necesidades de manera conjunta, en sociedad, relacionándonos con los demás. La definición del Diccionario no incluye esta dimensión en el campo de estudio de la economía, a pesar de que es clave. La vida en sociedad es básica para el logro del objetivo económico final.

Esta tendencia, que olvida algo que es esencial en la economía, también se da en las definiciones más actuales de economía, que no solo no incluyen este elemento relacional y social de la ciencia económica, sino que también suprimen por completo el objetivo de esta. Los principales manuales básicos de economía siguen una línea que marcó Lionel Robbins 4 en la primera mitad del siglo XX cuando definió la economía como la «ciencia que estudia el comportamiento humano como una relación entre fines y medios escasos que tienen usos alternativos». Esta definición no está indicando objetivo alguno de la ciencia económica ni contiene ningún componente social que nos recuerde su elemento relacional.

Esta definición mantiene un tono aséptico que parece olvidar que todo comportamiento humano tiene, necesariamente, un componente social y que está encaminado en una u otra dirección. Ejemplos de esta línea de pensamiento son las definiciones que aparecen en manuales que han servido para que aprendieran economía muchas generaciones de estudiantes de todo el mundo. Paul Krugman 5 define economía como «la ciencia social que estudia la producción, la distribución y el consumo de bienes y servicios», y N. Gregory Mankiw 6 la define como «estudio del modo en que la sociedad gestiona sus recursos escasos».

Este doble olvido no se daba en las definiciones clásicas de economía. Sabemos que el nombre de «economía» proviene del griego clásico: oikós, que significa «casa», y nomos, que significa «ley» o «administración». Economía hacía referencia a la administración del hogar, de los bienes que tiene una familia, y así era como la entendía Aristóteles en su libro La política. El componente social de la economía estaba aquí explicitado, ya que hablar de economía no era una cuestión individual, sino familiar, y la familia es el núcleo social y comunitario más pequeño en el que vivimos. La convivencia de personas bajo el mismo techo, que cubren de una manera conjunta sus necesidades, nos señala la relacionalidad imprescindible de toda economía.

Al mismo tiempo, administrar el hogar hace referencia a esas necesidades que tenemos para vivir y que no son fáciles de cubrir, porque los recursos que utilizamos para hacerlo son escasos. La economía está así ligada a un objetivo concreto, a la familia, al hogar. Tiene como meta el mantenimiento de este, tener lo suficiente para vivir dignamente. En el mundo griego, el fin principal de la economía y su dimensión social se incluían de manera natural en su definición.

Esto se observa con más claridad cuando Aristóteles contrapone la economía a la crematística, la actividad de los comerciantes, que buscan como principal objetivo el beneficio económico. Esto es clave, porque las dos actividades tienen que mediar con la utilización alternativa de unos recursos escasos, y lo que las diferencia no es tanto el objeto de estudio de ambas cuanto la meta que busca cada una de ellas. En el caso de la economía, esta se pone al servicio de la vida, de la sociedad, del hogar. En el caso de la crematística, todo se pone al servicio de la acumulación, del beneficio, del tener más. Las definiciones de una y otra contienen su meta, y esta es el elemento clave para diferenciarlas. Cada objetivo determina un modo de actuar y de estudiar la materia distinto.

Si avanzamos en el tiempo y nos dirigimos a quien se ha considerado como el padre de la economía moderna, Adam Smith, y a su obra de referencia en este campo, Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones (1776), veremos cómo la definición que da de la economía en las primeras líneas de su libro IV incluye su objetivo como rasgo característico de esta definición: «La economía política, considerada como una rama de la ciencia del hombre de Estado o legislador, propone dos objetivos distintos: el primero es proveer una renta de subsistencia para las personas o, más propiamente, para capacitarlas para que logren esta renta de subsistencia por sí mismas; y, en segundo lugar, ofrecer al Estado o conjunto de ellos rentas suficientes para cubrir los servicios públicos. Ella propone enriquecer tanto a las personas como al Estado» 7. De hecho, en el siguiente párrafo vuelve a insistir en que el sistema de economía política tiene como fin enriquecer a las personas. La ciencia económica no solo se diferencia de otras disciplinas por el objeto estudiado, sino también por la finalidad que persigue.

Una definición parecida es la que realiza otro economista clásico, David Ricardo, que afirmaba que «determinar las leyes que gobiernan esta distribución es el principal problema de la economía política» 8, o la de Antonio Genovesi, que afirmaba que «la ciencia que contribuye a poblar, enriquecer y civilizar la nación puede llamarse economía civil» 9. No vamos a hacer mayor la relación de definiciones de economía de autores clásicos –no es ese el objetivo de este capítulo–, pero sí llamar la atención de que todos estos autores no solo incluían un objetivo en la definición de economía política o civil –según la escuela en la que se incluían–, sino que en ellas estaba recogida la dimensión social de una economía que no puede entenderse sin las personas, sin sus asociaciones y sin los Estados en los que nos organizamos.

Por ello hay que resaltar esta carencia que, con frecuencia, ha estado en el corazón de la economía académica durante gran parte del siglo XX: el olvido del componente social y del objetivo de la economía. A pesar de que no se puede entender ningún fenómeno social ni económico sin su dimensión social ni saber hacia dónde dirigimos las actuaciones, estos dos aspectos no solo no se contemplan en la idea de en qué consiste la ciencia económica, sino que muchas veces permanecen «tapados» en las agendas económicas, que los obvian y pocas veces los explicitan. Al no hablarse de ellos parece que no tienen importancia y se dan por sentados, pero tienen una gran trascendencia, porque todo el análisis económico persigue un objetivo y tiene consecuencias sociales importantes que no se pueden olvidar u ocultar.

2. El objetivo de la economía actual

Estaba realmente preocupada por sus siervos, no como algunos de sus vecinos, que los despreciaban y nunca atendían sus peticiones. Dos días antes le habían expuesto su situación de penuria y su imposibilidad de alimentar debidamente a sus familias. Ellos se quedaban con el 20 % de la producción mientras que el restante 80 % acababa en las arcas de su señora. Era lo normal, lo que se ajustaba a la posición social de cada uno de ellos. Pero ella había encontrado cómo solucionar el problema de la miseria de sus siervos, así que los llamó para comunicarles qué iban a hacer. La clave estaba en trabajar más, en esforzarse por lograr que la producción aumentase todo lo posible. El crecimiento de los ingresos globales les permitiría la mejora que necesitaban. Era la solución ideal.

A pesar de que no se indica en las definiciones de economía ni aparece de una manera clara en los primeros capítulos de los manuales económicos más utilizados, existe un objetivo claro del desempeño económico en nuestras sociedades, que no solo orienta toda la actuación económica actual, sino que determina la bondad o maldad de las medidas tomadas según si estas dirigen los hechos mejor hacia esta meta o no. Podríamos definirlo como un objetivo «tapado» si no fuese porque, a pesar de no aparecer explicitado en las definiciones, está presente en toda la vida económica, hasta el punto de que, cuando se plantea avanzar en otra dirección, muchos economistas –y no economistas– se ponen nerviosos, porque esto es desmontar toda la economía y la manera en que la entienden y la aplican.

De hecho, si preguntásemos a cualquier economista cuál es la cuestión económica clave en nuestros días y el objetivo irrenunciable al que debe aspirar toda la organización económica, la mayoría de ellos contestaría que el crecimiento económico. Y esto es así porque se considera que un aumento de lo que tenemos entre todos en un país –el Producto Interior Bruto (PIB)– es el único camino para conseguir el bienestar de todas las personas y el progreso de los pueblos.

Los manuales universitarios de introducción a la economía confirman la creencia de que una mayor renta per cápita equivale a un bienestar más elevado: «El crecimiento económico es vital para los ciudadanos de un país, porque significa el crecimiento de los salarios reales y la mejora de los niveles de vida» 10; «El crecimiento económico es la herramienta más poderosa para generar una mejora en los niveles de vida en el largo plazo. El que nuestros niveles de vida aumenten a lo largo del tiempo depende básicamente de que aumente el ingreso nacional» 11. De hecho, se llega a identificar de una manera directa el crecimiento económico y los mayores niveles de vida con el bienestar 12.

Esta entronización del crecimiento económico como principal objetivo de la economía y prioridad absoluta sobre otros no es una idea exclusiva del gremio de economistas, sino que la mayoría de gobiernos y dirigentes mundiales la consideran así. Sirva como ejemplo una conferencia impartida por Christine Lagarde, entonces directora gerente del Fondo Monetario Internacional, en la Escuela Kellogg de Empresa, de la Universidad Northwestern (28 de septiembre de 2016) 13. En ella afirmó que «asegurar que todos obtengan un mayor pedazo de la tarta significa que la tarta tiene que seguir creciendo». La insistencia y el objetivo final que hay tras esta afirmación es que todas las personas incrementen lo que tienen. Se busca tener más, y el crecimiento se muestra como la única senda que permite ese incremento de las cosas que tienen todas las personas. Por ello, toda la intervención de Lagarde se centró en el crecimiento económico como fin último de la gestión económica y en la liberalización del comercio internacional como camino más adecuado para conseguirlo.

El crecimiento económico aparece así como una utopía que hay que lograr, que considera siempre que tener más es estar mejor. El objetivo económico de la sociedad no está centrado en lograr que todos obtengan los bienes que necesitan para vivir dignamente ni en que no haya gente que se quede atrás, sino en tener más entre todos, en que la cantidad de bienes que tengamos crezca sin parar. Hasta cuando hay una preocupación por quienes menos tienen, el crecimiento económico aparece como el único camino para lograr la mejora de quienes peor están.

La idea que subyace a esta afirmación es algo que se enseña desde muy pronto a los economistas y que se denomina «óptimo de Pareto» (por el economista italiano Vilfredo Pareto, que lo definió). Se trata de una idea que afirma que la mejor situación es aquella en la que no se puede mejorar a una de las personas de la sociedad sin perjudicar necesariamente a otra. Para lograr este ideal debemos apostar por mejorar a algunos sin que esto suponga empeorar a otros. Lo mejor es, pues, buscar soluciones que ayuden a una parte sin perjudicar a ninguna de las otras partes.

El crecimiento económico cumple con esta condición óptima. Como en el caso del relato inicial de este apartado, a través del tener más entre todos logro mejorar a quienes peor están sin perjudicar a nadie. El incremento del PIB permite que nadie empeore, porque la tarta que hay que repartir es más grande. Todo sería perfecto si no fuese porque esta manera de entender la mejora económica se basa en el mantenimiento de la situación inicial. Esta solución no cuestiona si es justo que una persona reciba el 80 % de la producción y sus siervos solamente el 20 % (a pesar de ser más y de ser quienes trabajan).

Porque esta clase de opciones no comprometen a quienes ya están bien, a quienes no quieren perder lo que han logrado. Por ello, razonar en clave «paretiana» es bueno siempre para quien ya está bien, para quien no quiere perder parte de lo que tiene. El crecimiento económico es un objetivo que siempre se plantea en esta clave.

3. Economía y bien común

Las radios lo anunciaban, la televisión insistía y aparecía en todas las conversaciones. ¡La crisis había acabado! El crecimiento económico había vuelto a alcanzar cotas que no se veían desde hacía tiempo, las ventas aumentaban y los porcentajes de beneficios no hacían más que crecer. Las personas volvían a gastar y a pedir préstamos, los sacrificios que se habían realizado para recuperar la senda de crecimiento habían valido la pena. La sociedad se había recuperado, estábamos en una situación inmejorable... Ellas, sin embargo, no sabían qué pensar, se sentían desconcertadas, ese bien común del que todos hablaban no les llegaba. Estaban peor que antes de que todo comenzara. Querían confiar en que en algún momento les llegaría, pero no podían olvidar los oscuros años que habían pasado sin obtener siquiera lo que necesitaban para vivir con un poco de dignidad.

Sabemos que el objetivo «tapado» de la economía actual es el crecimiento económico. Es el momento de analizar cuáles son las consecuencias sociales de este objetivo y ver si perseguirlo supone realmente un bien para la sociedad en su conjunto. Para ello, es conveniente recuperar un término poco utilizado en economía, el «bien común». Este término cayó en desuso durante muchos años, pero ha vuelto a entrar en el vocabulario habitual de la economía y de la política gracias –probablemente– al libro de Stefano Zamagni Por una economía del bien común (2012) y a la corriente económica que lidera Christian Felber y que se denomina del mismo modo.

El bien común ha vuelto a estar en boca de muchos, a pesar de que, para la economía al menos, parece no existir. Cuando uno analiza los índices de conceptos importantes de los principales manuales de economía existentes en la actualidad, el bien común no aparece en ninguno de ellos. En los varios cientos de páginas que tienen habitualmente estos manuales no hay sitio para el bien común; podemos encontrar el bien privado, el bien público, los bienes inferiores, los de lujo, etc., pero nada sobre el bien común.

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