Kitabı oku: «Un mundo dividido», sayfa 11

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CONCLUSIÓN

En 1898, en el lago Leech de Minesota, los ojibwa y el Ejército de Estados Unidos libraron la última batalla de las guerras indias, que tanto tiempo habían durado. Los ojibwa fueron derrotados, naturalmente. Seis soldados estadounidenses murieron y diez resultaron heridos.140 Fue una batalla pequeña en comparación con otras que se habían producido en los bosques y llanuras del norte de Estados Unidos, y el número de bajas parece insignificante si consideramos las ocasionadas por la guerra de Secesión. El valor simbólico de este choque fue mayor que su importancia militar. En aquel momento, justo al final del siglo XIX, el desesperado ataque de los ojibwa y la caótica batalla que lo siguió pusieron de manifiesto el triunfo de la colonización europea y del proyecto de hacer desaparecer a los indios. Apenas cinco años antes, en un famoso discurso pronunciado ante la American Historical Association, Frederick Jackson Turner había expresado su inquietud por el llamado cierre de la frontera, un fenómeno social y geográfico que, según él, había moldeado el carácter estadounidense.

Los euroamericanos que se asentaban en Minesota adquirían muy pronto los derechos y privilegios que ofrecía el Estado nación estadounidense. A los recién llegados de Europa les bastaba con manifestar su intención de hacerse ciudadanos para poder votar, hablar en público y acudir a los tribunales. Estos derechos tenían un fuerte carácter individual: no se consideraban apenas los sociales, como el derecho a gozar de bienestar material y recibir atención sanitaria. En el conjunto de derechos que ejercían aquellos estadounidenses, la inviolabilidad de la propiedad privada ocupaba el lugar quizá más importante. Por duro que fuese trabajar en las granjas, los aserraderos, las fábricas de papel y las minas, los emigrantes siempre soñaban con una vida mejor que la que habían llevado en Europa y en otras zonas de Estados Unidos; y la mayoría vio realizada esta aspiración.

En el caso de los indios, la historia fue mucho más compleja y menos estimulante. Si poseían algún derecho era como miembros de una colectividad (la nación india), y no en cuanto que individuos.141 En varios momentos de la historia de Estados Unidos, y particularmente cuando lograban adaptarse a la sociedad blanca y cristiana, los indios pudieron, como individuos, convertirse en ciudadanos, por lo menos en teoría, y disfrutar así de todos los derechos que esta condición llevaba aparejados. En 1924 se les otorgó finalmente la ciudadanía estadounidense, pero a los dakotas, como a muchos otros pueblos, se les siguió discriminando y persiguiendo, por lo que casi nunca pudieron ejercer los derechos que se les habían reconocido. Esta situación persistió hasta que, más entrado el siglo, el activismo indio abrió nuevas posibilidades.

El dilema esencial planteado por los derechos de los indios (si son colectivos o individuales) no ha llegado a resolverse. Por lo demás, este problema ha llevado a una serie de paradojas que oscurecen el significado de los derechos. En 1968, cuando el Congreso debatió la Ley de Derechos Civiles de los Indios, hasta los legisladores se mostraron sorprendidos de que los residentes en las reservas no hubiesen tenido nunca los derechos individuales básicos reconocidos en la Constitución de Estados Unidos y la Carta de Derechos. Esa ley, que formulaba multitud de principios democráticos que otros estadounidenses habían dado por supuestos durante muchas generaciones, era, sin embargo, potencialmente dañina para la soberanía y el autogobierno indios, justamente porque otorgaba derechos a los indios como individuos, y no como miembros de una colectividad.

El peligro que la ley suponía para el autogobierno, por limitado que este fuese, causó una profunda división entre los indios.142 La soberanía tribal y, en general, los derechos de los indígenas son muy apreciados por los activistas y estudiosos indios y los promotores de la causa de los derechos humanos,143 que aplaudieron en 2007 la aprobación de la Declaración de los Derechos de los Pueblos Indígenas por parte de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Esta declaración defendía el pleno ejercicio de los derechos humanos y la autodeterminación por parte de los pueblos nativos.144 Sin embargo, la soberanía tribal apenas ofrece ninguna protección a los individuos indios, en particular a las mujeres que sufren abusos. A quienes violan los derechos humanos en territorio tribal no se les puede juzgar en los tribunales federales. Las víctimas no pueden acudir más que a los tribunales tribales, donde es posible que se sienten los responsables de los abusos. En las reservas indias se defiende con vehemencia una idea de la soberanía propia de los siglos XVIII y XIX, que a veces tiene consecuencias terribles para los individuos indios.145

La historia de las interacciones entre los dakotas y los blancos del North Country pone de relieve la complejidad de la historia de los derechos. Hasta hoy no ha existido un criterio único para definir los derechos de los indios. Para los blancos de Minesota, la ciudadanía tenía la doble ventaja de permitir la colonización de las tierras indias y el establecimiento de derechos de propiedad individual. La única manera de asegurarlos era reduciendo considerablemente la población india con matanzas y expulsiones. El Estado nación estadounidense se proclamaba defensor de los derechos universales, pero, en el proceso de creación una república que se extendía del Atlántico al Pacífico, juzgó a muchos indignos de su protección.

Por oprimidos que estuviesen, los indios no eran esclavos. En el Nuevo Mundo, esta condición atroz se limitaba a los africanos y sus descendientes. La esclavitud era la antítesis de la condición de ciudadano con derechos, y su abolición constituyó uno de los mayores avances en derechos humanos de la época moderna. Si la derrota de los indios tuvo secuelas en los decenios siguientes, la esclavitud basada en la raza dejó una huella igualmente profunda: a los hombres y las mujeres liberados les fue muy difícil llevar una vida digna. A continuación, observaremos los mismos desastres y triunfos, las paradojas inherentes a la fundación de los Estados nación y al establecimiento de los derechos humanos, en el caso de Brasil.

IV
BRASIL

Esclavitud y emancipación

Brasil cautivaba a todos los viajeros. Fascinaba por su belleza natural, la fertilidad de sus tierras, la enorme variedad de frutas y vegetales y lo abundantes, suculentos y poco caros que eran los pescados y las carnes. La bahía de Río de Janeiro, las llanuras azotadas por el viento, la selva amazónica, los extensos litorales, las incontables especies de flora y fauna… el espectáculo era deslumbrante (véase ilustración de la p. 147). “La pródiga naturaleza –escribió en 1817 el viajero alemán Georg Heinrich von Langsdorff–, que excede aquí cuantas ideas nos hayamos hecho nunca de su fecundidad, del colorido y de la belleza de sus creaciones y de sus encantos y riquezas, ha regalado a estos bosques una inagotable variedad de criaturas vivas”.1 (Véase mapa de la p. 146).

Un siglo más tarde, otro viajero igualmente fascinado por la belleza y alegría de Brasil creyó haber llegado a un mundo en el que gentes muy diversas convivían en paz: Stefan Zweig, novelista y dramaturgo de origen austríaco y refugiado de la Alemania nazi, describió con entusiasmo “uno de los paisajes más extraordinarios del mundo, […] una singular combinación de mar y montaña, ciudad y selva tropical; pero también una novedosa forma de civilización”.2 Le impresionó la diversidad de la población brasileña; dado su origen europeo, así como el conflicto que se estaba librando en el continente del que venía, le sorprendió que en su país de acogida todas las razas “vivieran en armonía”.3 Contrastándolo con una Europa arruinada por el “insensato empeño en criar personas de raza pura, como si fueran caballos de carreras o perros”, describió Brasil como un país “fundado en el principio de que las razas pueden mezclarse libremente, sin restricciones, y en la total igualdad entre personas de piel negra, blanca, marrón y amarilla. […] No existe la segregación ni ese arrogante afán de clasificar”.4

Brasil en el siglo XIX

En la bellísima Brasil, sin embargo, existió la esclavitud hasta 1888. Estaba muy extendida en los pueblos y las ciudades y también en el campo, aunque pareció pasarles inadvertida a ciertos viajeros (como William James, al que conocimos en el capítulo I) absortos en el estudio de la flora y fauna brasileñas.5 De los 12,5 millones de africanos que se calcula que fueron transportados como esclavos al Nuevo Mundo entre 1501 y 1867, casi 5 millones (es decir, aproximadamente el 40%) fueron enviados a Brasil.6 Río de Janeiro fue el puerto más importante en el comercio trasatlántico de esclavos, superando incluso a Nueva Orleans. Alrededor de 1.839.000 llegaron a Río después de una travesía que causaba enfermedades y muertes.7


Los viajeros quedaban fascinados con la belleza de Brasil, empezando por Río de Janeiro. El agua en calma refleja las colinas que rodean el puerto

Es difícil, por tanto, dar crédito a las palabras de los viajeros europeos y norteamericanos y de los ciudadanos brasileños que han idealizado y siguen idealizando Brasil como una democracia racial, una sociedad libre de discriminación.8

La de esclavo es la condición más mísera que puede tener un ser humano. Ser propiedad de otro es verse totalmente privado de derechos y sufrir una “muerte social”, por citar de nuevo la certera frase de Orlando Patterson.9 De hecho, en el siglo XIX Brasil conservaba la ley portuguesa (derivada del derecho romano) que definía al esclavo como una “cosa”: de ahí que estuviese “legalmente muerto, privado de todo derecho y sin representación alguna. […] No puede, en consecuencia, reivindicar derechos políticos”, según escribió en ese siglo el jurista Agostinho Marques Perdigão Malheiro. Solo los hombres libres que fuesen ciudadanos brasileños podían “disfrutar de ciertos derechos y ejercer responsabilidades políticas”.10

El esclavo es, pues, lo contrario del ciudadano con derechos. La abolición de la esclavitud, que había existido durante milenios y en casi todos los continentes, es uno de los mayores avances en derechos humanos de la época moderna. La historia de Brasil ilustra muy bien estas dos ideas. La esclavitud pone de manifiesto el extraordinario valor de los derechos humanos. El final de esta institución no parece un hecho natural ni predeterminado más que cuando se lo examina con perspectiva histórica. Veremos que la abolición, como casi todos los avances en derechos humanos estudiados en este libro, fue el resultado de la frágil confluencia de una serie de factores: la resistencia de los esclavos, el activismo de ciertos políticos progresistas y sus vínculos con el movimiento abolicionista internacional, y ciertos fenómenos económicos que hacían el sistema esclavista poco rentable en gran parte del país. En Brasil, como en Estados Unidos, la esclavitud tuvo secuelas perdurables: contribuyó a las enormes desigualdades que aún hoy caracterizan al país.

El 95% aproximado de los africanos transportados al Nuevo Mundo fueron esclavizados en Brasil y el Caribe.11 A partir de 1807, en que se abolió el comercio trasatlántico de esclavos, Estados Unidos se distinguió por tener una población esclava que crecía a causa de su reproducción. En Brasil, las altas tasas de mortalidad y la amplia preponderancia numérica de los hombres respecto a las mujeres hicieron imposible que ocurriera lo mismo,12 por lo que no paraban de llegar cargamentos de esclavos a las costas del país. Según los cálculos más fidedignos, Brasil recibió (como hemos mencionado más arriba) el 41% de los esclavos africanos, y las otras colonias productoras de azúcar (las del Caribe británico, francés, holandés y español), alrededor del 48%. A Norteamérica llegaron apenas el 5 o 6% de los africanos transportados por la fuerza al Nuevo Mundo.13 En 1864 había en Brasil 1.715.000 esclavos, que constituían el 16,7% de la población:14 un número muy considerable, pero, en términos proporcionales, menos importante que el de la década de 1820, en que había 2,8 millones de brasileños libres y 1,2 millones de esclavos.15 En 1872, el primer censo nacional de la historia de Brasil reveló que el país tenía una población total de 9,9 millones de habitantes, de los que casi el 60% eran africanos, de ascendencia africana o mestizos.16 En la década de 1870, los esclavos constituían la mayoría de la población en algunas regiones, entre ellas las productoras de café.17 Mientras tanto, el mestizaje seguía creciendo con rapidez, siendo a menudo el resultado de la violencia de hombres portugueses que tomaban a mujeres africanas o indias cuando se les antojaba; de ahí que se observaran tantos matices de negro, marrón y blanco entre la población.

Los portugueses llevaban utilizando mano de obra esclava en las plantaciones de azúcar que tenían en sus islas mediterráneas y atlánticas desde el siglo XV. El azúcar era un artículo muy preciado en Europa y todavía escaso a principios del siglo XVI, cuando se importaba en su mayor parte de las colonias portuguesas de Madeira y Santo Tomé y de las islas Canarias. A finales de la década de 1500, los portugueses tenían grandes plantaciones y fábricas de azúcar en el nordeste de Brasil, principalmente en Bahía y Pernambuco. La ilimitada demanda mundial de azúcar hizo esas plantaciones y las del Caribe extraordinariamente lucrativas.18

La esclavitud fue creciendo con las sucesivas cosechas y el descubrimiento de nuevos yacimientos minerales. La economía esclavista comenzó con el azúcar y la minería, se extendió más tarde al tabaco y al algodón, y en el siglo XIX experimentó un gran auge a raíz de la explosión de la demanda de café. En la década de 1880, las cuatro provincias que producían más café, y que se encontraban en el sudeste del país, tenían el 65% de los esclavos.19 La esclavitud también creció en las ciudades, en los talleres y los puertos, en las casas de las familias pudientes y otras más humildes, en los oficios sofisticados y en los trabajos de baja categoría y más extenuantes.

Estas formas de trabajo, aunque antiguas, permitieron la plena integración del país en la moderna economía global. Brasil adquiría esclavos procedentes de África como mercancías y exportaba lo extraído de las minas y de la tierra. Se transportaba azúcar, plata, algodón, tabaco y café a Europa y Norteamérica, pero también a China, Rusia y Oriente Medio. Las mercancías brasileñas satisfacían el deseo de dulzura (azúcar), suavidad (tejidos de algodón), humo (tabaco), amargor (café) y riqueza (todas, incluida la plata). En la era colonial, los mercaderes portugueses, protegidos por el Estado y el sistema mercantilista, dominaron el comercio de esclavos y se hicieron ricos. Todas iban primero a Lisboa, y de ahí a otros mercados. En el primer tercio del siglo XIX, después de tres siglos de hegemonía portuguesa, los brasileños se propusieron arrebatarles el comercio a las compañías lusitanas, y lo lograron con la ayuda de los británicos, que a cambio obtuvieron acceso privilegiado a los mercados brasileños: otra fuente de beneficios para el país más próspero del mundo.

Mientras tanto, comerciantes de esclavos procedentes de múltiples potencias marítimas (Portugal, Holanda, Gran Bretaña y sus colonias americanas, Estados Unidos, Francia y España) se desplazaban por las costas africanas, al este y al oeste, reuniendo esclavos para transportarlos a Brasil, donde trabajarían en las plantaciones y las minas. Los esclavos brasileños venían de Senegambia y Angola y muchos lugares intermedios, e incluso de zonas tan remotas como la costa este de África, en particular ciertas regiones que hoy se encuentran en Tanzania, Kenia (alrededor de Mombasa), Mozambique, Zambia y Malaui.20

Los esclavos del Nuevo Mundo eran, por tanto, negros africanos; por primera y única vez en la historia, la humillante condición de esclavo se identificó con personas con cierto fenotipo. En Brasil, como en otras partes de América, se había reducido extraordinariamente la población india. Las Coronas española y portuguesa creían que se podía cristianizar a los indios que habían permanecido en el país y que no se les debía, por tanto, esclavizar. Según los dueños de las plantaciones y las autoridades coloniales, no estaban hechos para trabajar duro y con disciplina en las minas y plantaciones (aunque se utilizaron indios como mano de obra esclava en el primer siglo de colonización). Por lo demás, los indios resistieron: lucharon contra quienes les esclavizaban y huyeron. En un país tan vasto como Brasil, no les faltaron lugares donde refugiarse.

Existía otro inconveniente: ninguno de los nobles ni de los mercaderes empobrecidos que habían emigrado a América desde España y Portugal en busca de fortuna tenía la menor intención de trabajar bajo un sol abrasador o en las lóbregas y húmedas minas. Estaban en Brasil para hacerse ricos y explotar los recursos humanos y naturales que ofrecía el país. Si ni los indios ni los portugueses podían ni querían trabajar, la mano de obra, de la que siempre había una enorme demanda en Brasil, solamente podía venir de África.21

En 1719, el conde Pedro de Almeida, capitán general de la provincia de Minas Gerais, escribió al rey Juan V celebrando la represión de un motín de esclavos. Pero seguía habiendo motivos de preocupación: “Como no podemos impedir que los negros que quedan piensen en su situación, ni tampoco privarlos de su natural deseo de ser libres; y como la necesidad que tenemos de ellos nos hace imposible eliminarlos por ese solo deseo, hay que concluir que este país no se librará nunca del problema [de las rebeliones de esclavos]”.22 A continuación, el conde advirtió que la preponderancia numérica de los esclavos les infundía valor para rebelarse y que el país, por su geografía, les ofrecía innumerables refugios.23

Un siglo más tarde apenas había cambiado nada. En Brasil, amos y esclavos se encontraban en “un estado de guerra interna”, según escribió un funcionario en 1818.24 La situación no mejoró en los cincuenta años siguientes. Las rebeliones de esclavos suponían un peligro constante: eran como un “volcán que amenaza continuamente a la sociedad, una bomba lista para explosionar con la primera chispa”, escribió el jurista Perdigão Malheiro en 1866.25 En 1835 había estallado en Bahía una gran insurrección, la segunda más numerosa de la historia de América (la primera fue, por supuesto, la que se produjo en Haití en la década de 1790) y la más importante de las muchas que vivió Brasil.26 Miles de esclavos huyeron de las plantaciones, los talleres y las casas en las que trabajaban y crearon quilombos o comunidades de fugitivos, en algunos casos muy duraderas.

Las rebeliones y las fugas, las dos formas de resistencia principales practicadas por los esclavos, ejercieron en Brasil una influencia tan profunda como la del sistema económico esclavista. Los rebeldes carecían por lo general de ideología y no manejaban el lenguaje de los derechos humanos, pero, de no haber tenido lugar sus acciones, es difícil que se hubiera abolido la esclavitud.


Mercado de esclavos en Río de Janeiro hacia 1820. Río era, además de una ciudad muy bella, el puerto más importante en el comercio de esclavos americano. Después de pasar un tiempo recuperándose de la atroz travesía atlántica, los esclavos eran puestos a la venta en los mercados de la famosa calle Valonga. Este dibujo, obra del célebre viajero y artista Augustus Earle, pertenece a una serie que retrataba la esclavitud en Brasil

Los esclavos tenían buenos motivos para rebelarse y sus propietarios, para temerles. El sufrimiento de los esclavos comenzaba en los barcos que los transportaban de África a Brasil. La travesía atlántica era un suplicio aún mayor que el de trabajar en los campos, las casas y los talleres. En la sociedad esclavista, los africanos encontraban cierto consuelo y hasta placer en su familia y su comunidad y, por lo demás, siempre quedaba el recurso de la rebelión y la fuga. No ocurría lo mismo cuando iban a bordo de algún buque. Apretados en el casco, dispuestos en tres niveles, sin poder levantarse ni moverse, los esclavos tenían que tenderse de costado para hacer sitio a otros. Soportaban temperaturas superiores a los 50º y se les ofrecía apenas una taza con agua cada tres días. En la travesía de África a Brasil, que duraba entre veinte días y dos meses, a veces morían más de la mitad de los esclavos. Los supervivientes llegaban demacrados y llenos de cardenales y llagas. Se les marcaban los huesos. Llevaban unos dos meses sin poder ponerse de pie, por lo que muchas veces eran incapaces de caminar y había que ayudarles cuando desembarcaban. Antes de llevarlos al mercado de esclavos se les retenía en barracones hasta que recobraban las fuerzas y se curaban de enfermedades transmisibles. Allí podían permanecer hasta tres meses.27

Cuando los esclavos se amotinaban a bordo, la represión era brutal. Una vez, en un buque con bandera estadounidense y tripulación brasileña, se amotinaron pese a los grilletes; se ejecutó a unos cuarenta y seis ahorcándolos lentamente y arrojándolos por la borda, en algunos casos cuando aún estaban vivos. Si había varios esclavos encadenados y solamente uno de ellos estaba condenado a muerte, se le cortaban las piernas, que seguían sujetas a los grilletes mientras se le ahorcaba. Otros esclavos fueron azotados por dos personas a la vez. Ninguna mujer sobrevivió a las palizas, y los hombres pasaron el resto de la travesía aún más doloridos y sin poder tumbarse más que boca abajo, porque se les iba pudriendo la piel de las nalgas. Según el testimonio de un marinero británico, la tripulación brasileña “se recreó de muchas maneras” con los cuerpos de los ahorcados.28

Un médico británico describió las condiciones en las que se encontraban los esclavos a bordo de un buque del que se había incautado la Marina Real de su país. Vale la pena citarlo extensamente:

Estaba acostumbrado […] a observar la enfermedad y el sufrimiento, pero mi experiencia […] no me había preparado en modo alguno para la horrenda escena que vi. […] Apretados en la cubierta […] [y] en cuclillas, 362 negros. Las enfermedades, las privaciones y el dolor eran visibles hasta extremos del todo indescriptibles. En un rincón […] había un grupo de desdichados tendidos en el suelo […] al borde del desfallecimiento […] con el cuerpo cubierto de pústulas. […] En todas partes, rostros enjutos, demacrados. Los hacían aún más horribles la hinchazón de los párpados y las secreciones causadas por la oftalmia purulenta […] que parecía aquejar a la mayoría. A todo esto se añadía la consunción del cuerpo, que tenían doblado en una postura que la falta de espacio les había obligado inicialmente a adoptar, y la debilidad y la rigidez de las articulaciones les habían obligado a mantener. […]


Esclavos de una plantación de café de São Paulo (1880). Los esclavos trabajaban en entornos muy diversos, tanto rurales como urbanos. En las plantaciones se fue cultivando sucesivamente azúcar, algodón, tabaco y café. En esta imagen se ve a unos esclavos, en su mayoría mujeres, secando granos de café unos años antes de ser emancipados, y a su izquierda, un supervisor. El autor de la fotografía, Marc Ferrez (1843-1923), que dedicó su vida a retratar su país, dejó uno de los mejores archivos fotográficos de la época en que Brasil se estaba modernizando

Había en el barco un hedor asfixiante. El olor natural de los negros, que se intensificaba por la suciedad y el hacinamiento; la fetidez que acompaña a la fase supurativa de la viruela; y las miasmas, mucho más repugnantes, que despedían las secreciones disentéricas, se combinaban con las aguas del pantoque, la carne podrida y muchas otras cosas para crear un hedor que hacía falta una fortaleza considerable para soportar. El panorama lo remataban el hambre y la sed, tan extremos que la lucha por obtener los medios para saciarlos se hacía a menudo violenta, y la excepcional tripulación tenía que intervenir.29

Estos esclavos habían tenido la suerte de ser rescatados por los británicos. Otros no eran tan afortunados. Gran Bretaña se encargaba de hacer cumplir la prohibición internacional del comercio de esclavos; la Marina se incautaba de las naves que los transportaban, y el Estado establecía tribunales formados por funcionarios locales y británicos: los primeros tribunales internacionales de derechos humanos de la historia.30 Los esclavos liberados por la Marina británica tenían la oportunidad de vivir el resto de su vida como hombres y mujeres legalmente libres. A otros, después de sobrevivir a la travesía atlántica y al periodo de recuperación en las barracas brasileñas, se les enviaba a la famosa calle Valongo, el centro del comercio de esclavos en Río de Janeiro (véase ilustración de la p. 152), y se les volvía a apiñar, esta vez no en el casco de un barco, sino en almacenes. Así describiría la escena un clérigo británico que visitó Brasil:

Estos almacenes se encuentran a ambos lados de la calle, y allí se exhibe a las pobres criaturas como cualquier otra mercancía. Cuando entra un cliente, [el comerciante] se los enseña, y le deja tocar a cuantos desee en diferentes partes del cuerpo, exactamente del mismo modo en que he visto a carniceros manosear un ternero. […] He visto a menudo a damas brasileñas […] comprar esclavos exactamente del mismo modo en que las damas inglesas se entretienen en los bazares de nuestro país.31

El manoseo, las miradas indagadoras, la diversión que suponía todo esto para el cliente: una descripción que ilustra muy bien la condición de mercancía de los esclavos.

A los esclavos, una vez vendidos, se los enviaba a trabajar en condiciones extremas.32 Es cierto que algunos propietarios los alimentaban bien y les ofrecían atención médica, eximían a las embarazadas de trabajar a partir del quinto mes de embarazo y no les exigían más que tareas livianas en los doce meses posteriores al parto. Los propietarios más benevolentes permitían a los esclavos descansar los domingos y les otorgaban parcelas pequeñas que cultivarían para su propio sustento y el del amo. Además, prohibían a los supervisores que les infligieran castigos físicos, lo cual no quitaba que se los infligieran ellos mismos. Sin embargo, aun en los casos en que el propietario de esclavos era relativamente benévolo o compasivo, subsistía la misma realidad: un esclavo es un esclavo, una no-persona en la medida en que pertenece a otro y se ve casi totalmente privado de derechos.

Los propietarios a veces liberaban a los esclavos. Esto sucedía mucho más a menudo que en otras sociedades esclavistas de América.33 Los amos solían manumitir a los hijos que habían tenido con esclavas negras o mulatas. Un porcentaje considerable de los numerosos negros libres que había en Brasil lo constituían antiguos esclavos que habían sido manumitidos y sus descendientes. Según el censo publicado en 1872, el 74% de las personas de ascendencia africana –tanto negros como mestizos– eran libres.34 La ley brasileña, aunque violada con frecuencia, protegía a los negros y mulatos libres, prohibiendo su esclavización.35

Otros propietarios eran extremadamente crueles: obligaban a los esclavos a trabajar doce horas diarias y, cuando se les antojaba, los azotaban, les cortaban las extremidades y otras partes del cuerpo y los torturaban de otras muchas maneras.36 Los supervisores los azotaban y empujaban para que sembrasen, deshierbasen y cosechasen sin descanso (véase ilustración de la p. 154). En las fábricas de azúcar, los esclavos estaban expuestos a temperaturas excesivas y manejaban maquinaria primitiva y muy peligrosa, que a veces causaba mutilaciones y otros daños corporales. En los campos trabajaban de sol a sol y sin ninguna protección contra sus ardientes rayos.37


Esclavas en un mercado de Río de Janeiro (1875). La esclavitud urbana estaba bastante extendida en Brasil. En la imagen se ven a unas esclavas vendiendo en el mercado alimentos posiblemente cultivados en parcelas concedidas por sus amos. Los esclavos solían entregarles a estos la mayor parte de sus ganancias, aunque algunos lograban ahorrar lo suficiente para comprar su emancipación. La fotografía, tomada, como la anterior, por Marc Ferrez, es una de las muchas suyas que documentan la esclavitud

La mayoría de los esclavos tenían una dieta muy pobre y monótona: comían una pasta hecha de maíz y harina de mandioca, alubias, y a veces un poco de carne seca, ñame, calabaza y patatas dulces. En algunas plantaciones se les daba carne podrida, o estaban “aturdidos por el hambre”, según el informe de un médico brasileño.38

En el sistema esclavista, la violencia era endémica. Los actos de brutalidad y las torturas infligidas a los esclavos (cincuenta, cien y hasta doscientos latigazos; leños y cadenas en el cuello y los pies; la máscara de hojalata; mutilaciones intencionadas; ahorcamientos y exposición a enjambres de mosquitos y hormigas) son casi indescriptibles. Los amos tenían concubinas y se lucraban prostituyendo a esclavas. Cierto propietario que había violado a una esclava de doce años fue absuelto por un tribunal.39

Todas estas condiciones contribuyeron a la altísima tasa de mortalidad de los esclavos brasileños. En 1872, la esperanza de vida para los varones era de 18 años, siendo de 27 para el conjunto de la población (en Estados Unidos, hacia 1859, las cifras eran respectivamente de 36 y 40).40 En cierto distrito, según el informe de un senador brasileño, apenas el 25-30% de los niños esclavos vivían más de ocho años.41 La alta tasa de mortalidad fue una de las razones por las que los propietarios brasileños se opusieron enérgicamente a la abolición del comercio trasatlántico.

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