Kitabı oku: «La democracia en la neblina», sayfa 2

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3. Camino a la tolerancia

Junto a quienes abrieron la reflexión sobre la autonomía de la política —relativa, por cierto— hubo quienes abrieron el camino de la reflexión sobre la tolerancia. Ambos aspectos serán fundamentales para el surgimiento posterior de la democracia moderna.

Entre los filósofos más destacados en esta construcción están René Descartes (1596 - 1650), Michel de Montaigne (1533 - 1592) Erasmo de Róterdam (1466 - 1536), Giovanni Picco della Mirandola (1463 - 1494) y Baruch Spinoza (1632 - 1677), quienes fueron pavimentando un pensamiento que desde distintos ángulos comienza a comprender y defender la legitimidad del disenso, el valor de la diversidad, la virtud de la reflexividad y el debate. Señalan que el poder no requiere solamente de la fuerza y el aplastamiento de aquel que difiere, que se puede convivir con individuos de religiones e ideas diversas, incluso sacando provecho de ello para un mejor gobierno.

Las guerras de religiones en Europa entre los siglos XVI y XVIII dieron lugar a múltiples enfrentamientos entre países y al interior de ellos. En la llamada Guerra de los Treinta Años tomaron parte casi todos los reinos y principados. El fanatismo religioso fue desintegrándose en la medida que los muertos comenzaron a contarse por decenas de miles, las hambrunas eran recurrentes, los ejércitos se diezmaban y los gobernantes caían en bancarrota junto a sus países.

Fueron tiempos inhóspitos de crueldades y matanzas que no hicieron excepciones. “En septiembre de 1572, el papa Pío V celebró en la iglesia de San Luis rey de los franceses, en Roma, acompañado por 33 cardenales, una misa de acción de gracias por la masacre de San Bartolomé ocurrida en París el mes anterior cuando 15 000 hugonotes o protestantes franceses fueron asesinados por grupos católicos”8 . Claro, es necesario agregar que tampoco Lutero, Calvino y sus seguidores tenían excesos de ternura con sus contradictores.

Para ellos también el asesinato era mucho más excusable que la herejía.

Théodore de Bèze, sucesor de Calvino, dice: “Libertas conscientae diabolicum dogma” (La libertad de conciencia es una doctrina diabólica), muchos herejes “partidarios de la libre conciencia” son castigados con la muerte por su tendencia a la tolerancia9 .

La paz de Westfalia surge por fin como una respuesta sensata que no solo diseña un nuevo mapa de Europa, sino que significa un paso gigantesco para la secularización de la política. Fue en buena parte un triunfo de los filósofos de la tolerancia.

Ellos tuvieron recorridos de vida muy distintos. Spinoza fue marginado a causa de su autonomía intelectual por la comunidad judía de Ámsterdam, y aislado debe pulir lentes para sobrevivir. Erasmo siempre fue “quitado de bulla”, su rechazo a los extremos y las condenas lo deja con pocos amigos por los conflictos con la Reforma protestante, y muere en completa soledad.

Descartes, al contrario, es un viajero impenitente reconocido por las cortes; de tanto dar vueltas termina muerto de frío en la Suecia de la Reina Cristina, y cuando digo “muerto de frío” no es una metáfora, sino que una realidad: falleció por neumonía. Sin embargo, en 1980, en la Universidad de Leiden, se encontró una carta diciendo que alguien había ayudado a la neumonía con una dosis de arsénico.

El inclasificable Montaigne, padre del ensayo, quien gusta de escribir encerrado en la torre de su castillo, escéptico ante casi todo, es gozador de la vida y estoico a la vez. Su talante rechaza lo categórico, las verdades absolutas y las reglas a seguir; su preocupación es el buen vivir, vivir sin miedo a la inevitable muerte, comprensivo de las diferencias y enamorado de los clásicos antiguos. Respetado por los reyes, rechazaba ser cortesano, incluso de un grande como Enrique IV, pero no era indiferente a influir en los acontecimientos políticos buscando compromisos y soluciones negociadas.

Renacentista de la primera hora y erudito, Picco della Mirandola centró su reflexión en el humanismo, la libertad de conciencia y la dignidad humana. Su obra Las conclusiones no le gustó al papa Inocencio VII y debió refugiarse en la Florencia de los Medicis, donde, bajo la influencia de Savonarola, se hizo dominico. Pero su vida religiosa duró muy poco: lo envenenó su secretario cuando tenía treinta y un años.

La verdad es que en la Italia del Renacimiento el envenenamiento era bastante banal, circulaba sin salvoconducto entre príncipes y cardenales.

Los filósofos de la tolerancia dieron pasos importantes para crear las condiciones de la futura democracia, abriendo el camino para quienes comenzaron a darle forma a la idea.

4. Los precursores

Los precursores de la democracia pueblan el llamado Siglo de las Luces. Ellos preceden o acompañan los grandes procesos políticos del siglo XVIII y a la vez el salto que se produce en las ciencias, la tecnología y la medicina, que generará un cambio exponencial en el crecimiento demográfico y, de la mano de él y a partir de la máquina a vapor, el salto sin precedentes en la producción, el transporte y las comunicaciones que marcará una ruptura con el mundo anterior.

El mundo comienza a poblarse mucho más, nace el desarrollo económico, es un mundo más vasto e interconectado, la humanidad sale de su lento avance material, se acrecienta la extensión y la calidad de sus vidas; un cierto letargo termina para siempre.

Las ideas también se mueven con ambición, muchas verdades aceptadas durante siglos son puestas en cuestión. Rousseau, Montesquieu, Adam Smith, David Ricardo, Voltaire, Jefferson, Condorcet y algo más tarde Kant y Hegel son una lista abreviada de muchos pensadores que abren el espacio para el surgimiento del Estado moderno y la lenta maduración de procesos tendientes a la democracia, cuyo trayecto no es lineal y estará repleto de avances y retrocesos.

Las primeras libertades democráticas que surgen tendrán como objetivos la defensa de los comunes frente al poder y sus arbitrariedades y privilegios, y serán libertades negativas de protección y defensa. Solo después surgirían las libertades positivas para participar en las decisiones de gobierno.

Emmanuel-Joseph Sieyès (1748 - 1836) atravesó los años candentes de la Revolución francesa y del período napoleónico. Sacerdote al parecer sin grandes convicciones religiosas, pero muy activo durante la revolución en ocasión de los Estados generales, no se sentó junto a los representantes del clero, sino del Estado llano, el tercer Estado.

Sieyès pertenece a ese grupo de sobrevivientes que fueron capaces de tener protagonismo, con astucia y a veces con malas artes, durante un largo período muy peligroso y escabullendo la guillotina, quienes lograron sobrevivir al terror, la Convención, el Consulado y el Directorio, el Imperio napoleónico y la Restauración aun cuando, de distinta manera, se sumergían y salían a flote con garbo y donosura, valientes quizás, pero no temerarios, y con un gran sentido de la oportunidad.

Sin dudas, Sieyès fue el con más escrúpulos y convicciones, no así de Talleyrand, inteligente y descarado, y el más oscuro y maléfico, Fouché.

Desde las bancas del Estado llano, Sieyès escribió en 1789 un panfleto llamado a tener mucha influencia titulado “¿Qué es el Tercer Estado?”10 , que comienza así: “Debemos responder a tres preguntas: 1) ¿Qué es el Tercer Estado? Todo; 2) ¿Qué ha sido hasta el presente en el orden político? Nada; 3) ¿Cuáles son sus exigencias? Llegar a ser algo”.

Ese algo será el nudo del debate

Veamos a continuación un esbozo breve, incompleto, pincelazos apenas de la construcción teórica de los pensadores de la Ilustración que van creando la silueta de la idea democrática que tardará dos siglos en tomar forma.

Los primeros precursores usaban pelucas empolvadas, varios de ellos tenían abundantes títulos nobiliarios y vida cortesana, poco a poco los que siguen comienzan a provenir de una burguesía culta, usan el corte de pelo republicano y trabajan en universidades o son miembros del Parlamento.

Comencemos con John Locke (1632 - 1704), filósofo y médico inglés que siembra las bases del liberalismo, de la primacía de los derechos individuales. Señala que la soberanía reside en la sociedad, plantea la igualdad de derechos y el concepto de la representación política, combate el poder absoluto y refuerza la idea del pacto social como base de la sociedad política.

Locke influyó mucho en Charles Louis de Secondat, señor de la Brède y barón de Montesquieu (1689 - 1775), autor de un libro fundamental, El espíritu de las leyes11, en el que, prosiguiendo la construcción liberal, distingue la separación de tres poderes: el ejecutivo, el legislativo y el judicial, que permiten una limitación recíproca y un equilibrio en el ejercicio del poder. “Por la disposición de las cosas, que el poder limite al poder”, nos señala sabiamente.

Jean-Jacques Rousseau (1712 - 1778) plantea en El contrato social la centralidad de la preservación de las libertades y la limitación de las desigualdades propias de la sociedad política, aunque señala que la democracia es un sistema demasiado perfecto para existir en la realidad.

Rousseau, el franco-suizo, fue un pensador multifacético, ensayista y también músico. Su concepto de “voluntad general” ha llevado a colocarlo en un extremo del liberalismo, pues podría inducir a la renuncia a cualquier deseo individual y dirigirse a una suerte de colectivismo, pero estamos solo en el plano de las interpretaciones. En verdad Rousseau reafirma en su obra la libertad individual, transformada por el contrato social en libertad civil.

Adam Smith (1723 - 1790), padre de la economía clásica y del liberalismo económico, fue en el fondo un moralista que representaba bien el espíritu de la Ilustración escocesa. Toda su elaboración sobre el crecimiento económico a través del mercado y la competencia que este genera, y acerca de un rol menor del Estado, aunque no inexistente (plantea la necesidad de la educación pública para los trabajadores), está concebida como una defensa de la libertad individual frente al arbitrio del poder. Considera que es menos arbitrario que las decisiones económicas sean guiadas por una mano invisible, donde el conjunto de los egoísmos individuales resultará en una construcción social virtuosa.

Si bien ello es el centro de su Encuesta sobre la naturaleza y la causa de las riquezas de las naciones (1776), su pensamiento completo surge agregando su otra alma, La teoría de los sentimientos morales (escrita en 1759 y reeditada en 1790), donde señala que la naturaleza humana aparece también movida por la búsqueda de la aceptación y de la empatía, y subraya que la aceptación de la pobreza es la exclusión de la felicidad.

Como sabemos, Immanuel Kant (1724 - 1804), el gran filósofo de la modernidad, identifica el término democracia en el sentido de los clásicos griegos, como sistema asambleísta. En consecuencia, es con el término de república que identificará la realización del cumplimiento de la ley y la libertad y la legitimidad del poder en un contexto de paz mundial, solo así se podrá expresar el deseo racional del pueblo. En Teoría y práctica nos dice: “El bienestar público es la ley suprema del Estado”.

Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770 - 1831) es el último gran clásico de la Ilustración. Pensador universitario por excelencia, su obra tendrá un impacto mayor sobre la filosofía política posterior; su visión dialéctica de la historia cristaliza en la existencia del Estado moderno que él imagina demasiado parecido al Estado prusiano, un Estado constitucional de ciudadanos libres reconocidos en su individualidad y consagrado —idealmente— a los ideales de libertad e igualdad.

Para Hegel, la filosofía de la historia, el espíritu del mundo, se realiza a través de la acción de los individuos, quienes creen que están persiguiendo sus propios fines, pero “la astucia de la razón” se sirve de ellos para administrar el espíritu universal. La fenomenología del espíritu (1807) y Elementos de filosofía del derecho (1821) contienen los aspectos fundamentales de su visión histórico-política sobre el desarrollo del Estado.

Pero debemos detenernos, aunque sea un instante, en un último grande en relación al análisis creativo de la idea democrática. Se trata de Alexis de Tocqueville, en verdad Alexis Henri Charles de Clérel, vizconde de Tocqueville (1805 - 1859), liberal clásico que juega un rol muy importante en el rescate del concepto de democracia como sistema político moderno.

Si nos dejáramos llevar por el calvario que atravesó su familia durante la Revolución francesa, no solo debió ser un ultramonárquico, sino también un ultraconservador.

Sin embargo, fue un agudo observador del nuevo mundo que nacía en América del Norte. Los dos tomos de La democracia en América12(1835 y 1840) dan cuenta de ello. Él analiza desde una perspectiva histórica y sociológica la naciente democracia que surge en América del Norte. Ese nacimiento se produce libre de un bagaje pesado de noblezas y estamentos por las características de la colonización del territorio, comunidades socialmente horizontales y puritanas que carecen de vieja carga aristocrática.

A partir de ello analiza sus virtuales potencialidades y peligros, y yendo más allá del funcionamiento institucional pone en relieve la existencia de una textura social que facilita la igualdad, aunque no exenta de exclusiones, como es la esclavitud. También resalta el hecho paradojal de que una fuerte religiosidad fragmentada generará la necesidad de un Estado laico que las proteja a todas, a diferencia de lo que sucede en el viejo mundo.

Terminamos aquí estos breves esbozos y naturalmente volvemos a advertir la injusticia en las exclusiones de nombres inmensos como el de Voltaire, Jefferson o Condorcet, pero debe-mos dejar espacio para los aportes llegados de otras latitudes.

5. Aportes de Oriente

¿El origen de la idea democrática es solo producto de Occidente?

Esta es la pregunta que plantea el Premio Nobel de Economía y “filósofo en sus ratos libres” Amartya Sen, y a la que trata de dar respuesta13.

Su respuesta es que no, si bien señala que Occidente es el tronco central del origen y el desarrollo de la idea democrática, si consideramos la democracia en un sentido amplio, como lo hace Rawls cuando plantea: “En definitiva el concepto fundamental de una democracia se funda en la deliberación y el concepto de debate en sí. Cuando los ciudadanos debaten, ellos intercambian sus opiniones y discuten de sus propias ideas sobre las principales cuestiones de orden público y político”14 .

Es decir, cuando la entendemos priorizando el elemento debate reflexivo de la cosa pública sus orígenes se amplían a Asia, a África y a experiencias contenidas en la cultura islámica, sobre todo en determinados períodos históricos.

Es necesario entender que el diálogo de griegos y romanos, ese Occidente algo excéntrico donde nace la idea democrática, era sobre todo hacia el Oriente, donde se encontraban las culturas milenarias, y no hacia Occidente, donde existían los pueblos bárbaros a los cuales buscaban someter y romanizar.

En la Persia que conquistó Alejandro Magno este encontró la ciudad de Suse, gobernada por un consejo y magistrados elegidos por una asamblea. Cuando India logró su independencia del Imperio británico en 1947, Jawaharlal Nehru planteó como inspiración del proceso democrático, además de la herencia que venía de Occidente, la experiencia de tolerancia, pluralismo y respeto a la heterodoxia que provenía de los emperadores indios Ashoka (304 a. C. - 232 a. C.) y Akbar (1542 - 1605), el primero budista y el segundo islámico.

A comienzos del siglo VII el Príncipe Shōtoku (574 – 622) en Japón estableció una constitución con rasgos liberales después de estudiar algunas experiencias chinas, en el mismo espíritu que lo haría después la Carta Magna en Inglaterra.

En otra ocasión, teniendo en vista no solo la idea democrática, sino la acumulación civilizatoria en su conjunto, hemos señalado como múltiples experiencias muestran la “porosidad de los conceptos”, la inexistencia de civilizaciones homogéneas, “ni tan siquiera en aquellas sociedades que consideran una virtud el enclaustramiento. También en ellas, mal que les pese, se abren fisuras que dejan pasar luminosidades distintas, afuerinas que llegan de otras latitudes del globo”. Señalamos: “Una y mil veces el devenir histórico nos muestra que las civilizaciones son permeables, porosas, cambiantes, propensas al mestizaje cultural, a las reapropiaciones y a las reinterpretaciones por aspectos de otras culturas con las cuales entran en relación”15.

En África también hay raíces de debates y consensos democráticos que existían en su convivencia política, muchos de ellos negados y menospreciados por el colonizador de Occidente. Nelson Mandela señala en su biografía El largo camino hacia la libertad lo impresionante que fue para él conocer los procesos democráticos que había entre los habitantes de Mqhekezweni. Nos dice al respecto: “Es eso que fue el fundamento de la autonomía: todos eran libres de expresar sus opiniones y todos eran iguales en tanto que ciudadanos”16 .

6. El Estado moderno

Después de este largo recorrido histórico y de ideas que fueron dejando atrás aquello que podríamos considerar de manera algo rústica como Estados premodernos, es decir, estados patrimonialistas y estamentales organizados para mantener el poder de la nobleza para la expansión territorial a través de las guerras, o “el deporte de los reyes”, como nos dice Arnold J. Toynbee, podemos asomarnos poco a poco al Estado moderno.

Recién en el siglo XIX el Estado asume su forma moderna, cuando se organizan muy pocos de entre ellos que adoptarán un sistema político democrático. Quienes lo harán será con democracias censitarias donde los electores deben cumplir tantos requisitos que muchas veces serán una pequeña minoría privilegiada. Serán solo de sexo masculino, alfabetizados, blancos y muchas veces propietarios. Quedan fuera las mujeres, aquellos que pertenecen a otra etnia y los pobres, es decir, la mayoría de la población.

Los movimientos por ampliar la masa votante serán considerados subversivos de una suerte de orden natural de las cosas, las mujeres suffragettes unas locas peligrosas que abandonan el lugar que les corresponde, la cocina o la sala de bordar.

El Estado moderno en sus comienzos verá a la democracia como algo deseable, más en los discursos que en la práctica. En muchos casos tratará de convivir con el viejo absolutismo, pero será difícil, el mismo desarrollo del capitalismo necesita espacios para los cuales el viejo mundo aparece como una camisa de fuerza. Es en esas condiciones y bajo tales contradicciones que se llegará a la Primera Guerra Mundial, marcada por las disputas de los espacios coloniales, con esa guerra comenzará el fin, en algunos casos, y el declive en otros de los viejos imperios.

Conviene ver ahora cuáles son las características básicas que definen al Estado moderno que albergará con parsimonia y lentamente a los sistemas democráticos.

Guillermo O’Donnell17 lo describe como una entidad que demanda un territorio frente a otras entidades semejantes, proclama autoridad sobre la población de ese territorio y es reconocido como tal por los otros actores del sistema internacional. Posee un conjunto de instituciones y relaciones sociales cuya mayor parte está sancionada por un sistema legal y penetra y controla al territorio y los habitantes, a quienes normalmente pretende delimitar geográficamente.

Estas instituciones tienen como último recurso para efectivizar las decisiones que toman la supremacía en el control de los medios de coerción física, que algunas agencias especializadas del mismo Estado ejercen sobre aquel territorio. De ellos hablamos cuando nos referimos al monopolio de la fuerza sobre una base legal.

El Estado moderno es muchas cosas a la vez: un conjunto de burocracias, un filtro para la relación con otros Estados y también el espacio de la Nación, de un “nosotros” que se reconoce a sí mismo por razones de historia, de costumbres, de lengua o de creencias.

Sin embargo, en el Estado —también por razones históricas— conviven muchas veces pueblos o naciones con mayores o menores niveles de mestizaje y cargas identitarias, lo que hace diferente su nivel de homogeneidad y la conformación de un “nosotros”.

Esta es una característica que atravesará todo el recorrido del Estado moderno y que adquirirá más complejidad en la baja modernidad, cuando el proceso de globalización plantee nuevos desafíos al espacio nacional y a la efectividad de las fronteras, dando mayores fuerzas tanto a lo local como a lo supranacional.

Pero por ahora será el Estado moderno el hábitat donde se desarrollará la democracia actual.

Antes de caracterizarla resulta, sin embargo, conveniente analizar las principales críticas a la idea democrática.

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