Kitabı oku: «¿Tenemos Un Trato?»
¿Tenemos un trato?
Romance, general
Por Evelyn Tomson
Diseño de portada Annie Spratt y E. Tomson
Traducido por: Nahir Seijo
Todos los derechos reservados © 2021 Evelyn Tomson
Los personajes de este libro son ficticios, pero algunos lugares mencionados en la obra son reales y están descritos minuciosamente para dotar de autenticidad al ambiente.
Contenido
1. Conociendo a un hombre agradable
2. Doce años después
3. Poniéndose al día
4. Una semana juntos
5. El accidente
6. Isabel
7. Taifun
8. Misión posible
Epílogo
1 Conociendo a un hombre agradable
Isabel acababa de llegar y estaba sola en la gran ciudad por primera vez. Solía venir con su madre, acompañándola en sus viajes de negocios. Normalmente, reservaba una cita en la clínica oftalmológica para revisar sus lentillas. En el nº 22 de la calle Klokotnitsa, en Sofía, contaban con tecnología americana de gran calidad, y fabricaban las mejores lentes de contacto rígidas del mercado: las Dk 100.
Al acabar, iría a tomar un café al hotel Princesa o a la cafetería del Sheraton, y daría un paseo por el centro, disfrutando de la belleza de los edificios de las embajadas o del Teatro Nacional Ivan Vazov. También pasearía por el Bulevar Vitoshka, con sus tentadores escaparates, el olor a café Lavazza y el bullicio de gente.
Le gustaba su hotel porque no era caro y estaba céntrico, justo detrás del gran centro comercial TSUM, lo que le facilitaba entrar y salir varias veces al día, pero también poder admirar la ciudad incluso de noche. Las luces brillaban en el centro de Sofía y era seguro dar un paseo a última hora, disfrutando del encanto nocturno en estos tiempos tranquilos.
Tenía solo veintitrés años. Acababa de realizar los exámenes finales en la universidad y se merecía mimarse un poco, quizás comprar algo o al menos tomar un café con tarta en el hotel Sheraton. No hay mucha gente a quien no le guste un sitio como ese, exquisito y elegante, al tiempo que cómodo y acogedor. Los buses turísticos solían parar allí y el exterior de la cafetería del hotel Sheraton era el punto de encuentro de muchos visitantes extranjeros que llegaban a la ciudad o que la abandonaban.
De cualquier forma, teniendo tanto tiempo ese día, Isabel no tenía prisa por decidir qué hacer primero y qué después, así que se registró en el hotel Lyulin sobre las dos del mediodía y decidió descansar una hora en su habitación y luego salir a dar un paseo. De camino al hotel había pasado junto a unos puestos callejeros donde la gente vendía libros de segunda mano en otros idiomas y le gustó una revista en inglés. Se llamaba Unique y en las primeras páginas había una foto de Sharon Stone desfilando en una pasarela con un vestido color champán, así que no dudó en comprarla. Tenía el hábito de tener siempre algo para leer, y la calidad de la revista era tan alta como sugería su nombre. Además, estaba en sintonía con el modo en que se sentía Isabel: feliz, realizada y triunfadora. Había finalizado una importante etapa de su vida y estaba llena de esperanza y expectativas positivas de lo que le depararía el futuro.
El tiempo pasó rápido, y a eso de las cuatro estaba en la recepción, donde los huéspedes dejaban sus llaves antes de irse. Le sorprendió oír a alguien hablando inglés porque el hotel no tenía nada de especial (ni cortinas ni muebles de diseño) excepto su fantástica ubicación, y lo usaban sobre todo funcionarios, trabajadores municipales y empleados, pero fundamentalmente búlgaros. La recepcionista preguntó a los hombres si hablaban ruso, pero respondieron negativamente y ella no supo qué hacer. Intentaba explicar algo a un grupo de tres hombres, claramente sin lograrlo. Isabel creyó correcto intervenir y dijo:
—Quizás yo pueda ayudarla; hablo inglés —se ofreció a la recepcionista. No era molestia. Resultó que los hombres querían sus pasaportes para poder viajar a otra ciudad.
—¿Por qué no nos devuelven los pasaportes? —preguntó uno.
Isabel tradujo la respuesta de la recepcionista: según la política del hotel, todos los huéspedes deben depositar un documento identificativo en la recepción hasta el momento de dejar la habitación y pagar. Como este no era el caso, ella no estaba dispuesta a darles sus documentos. Los tres hombres discutieron algo en otro idioma y el que hablaba inglés solucionó el asunto en unos minutos. Era alto, llevaba un elegante traje azul y tenía unos cuarenta años. Isabel también iba muy elegante, con una blusa blanca de manga larga finamente bordada y una falta negra midi de tablas. Ese día iba «vestida para matar». Mucha de su ropa se la había diseñado su abuela, que era modista. Así que, gracias a su elegante aspecto y a su ayuda, había causado buena impresión, y el tipo que hablaba inglés propuso:
—Si tiene usted tiempo, quizás podríamos tomar un café, y así le devuelvo el favor.
—En realidad, no he hecho gran cosa —señaló Isabel. Pero el hombre, que era paciente, preguntó de nuevo:
—Si tiene tiempo, quizás pueda mostrarme la capital.
Isabel consideró la oferta un momento y luego respondió, para su propia sorpresa:
—¿Por qué no? Tengo tiempo.
—Voy a hablar un momento con mi equipo —dijo el caballero. Y salió para dirigirse brevemente a los otros dos hombres. Volvió con Isabel y añadió:
—Ya podemos irnos. He dicho a mi equipo que vayan a Pravets sin mí. ¿Está lista?
—Claro —respondió Isabel, quien en las dos horas o dos horas y media siguientes le contó casi todo lo que sabía de Sofía, la iglesia de Sveti Georgi detrás del hotel Sheraton y la pequeña plaza con la iglesia de Sveta Nedelya. Pasearon junto al edificio de la Presidencia y el mausoleo de Georgi Dimitrov; luego a través del parque hasta el teatro Ivan Vazov. Observaron las palomas y la fuente frente al teatro. El día era muy agradable, soleado y cálido para esta época del año.
Continuaron con el recorrido hasta llegar a la Universidad de Sofía y luego hicieron un pequeño semicírculo y regresaron, pasando por la Iglesia Rusa con sus cinco maravillosas cúpulas doradas y por la Galería de Arte Nacional, anteriormente palacio de la monarquía búlgara. Tras cruzar la plaza, se encontraban de nuevo junto al hotel Sheraton, situado muy cerca del suyo. Había llegado el momento del café, y el acompañante de Isabel sugirió ir a la cafetería del hotel Sheraton. Ella estaba encantada y entusiasmada. La cafetería era amplia, pero muchas de sus mesas formaban apartados, lo que contribuía a lograr una atmósfera agradable y acogedora. Mientras tanto, Isabel se enteró de que habían venido a Sofía por negocios y que él era el jefe. Escogieron una mesa y mientras esperaban a ser atendidos Isabel se sintió un poco incómoda porque solo podía recordar que el nombre de su acompañante comenzaba por T. Siempre le costaba recordar los nombres. Estuvo un rato pensando cómo preguntárselo. Y, de repente, recordó que tenía algo que ver con tormentas y dijo:
—Me temo que no soy muy buena recordando nombres… ¿Te llamabas Taifun?
—Sí. ¿Y tú?
—Me llamo Isabel— respondió ella.
—Me alegra habernos encontrado, Isabel— dijo su compañero y preguntó— ¿Cómo te llama tu familia?
—Mis padres me llaman Bella. ¿Y a ti?
—En mi país no usamos diminutivos. Pero cuando estaba en América mis amigos me llamaban Tai.
El camarero se acercó a tomarles nota. Isabel pidió café y tarta. Taifun tomó café y zumo. Charlaron un poco más sobre el sitio donde habían estudiado. Él la felicitó por su nivel de inglés y ninguno de los dos se dio cuenta de lo rápido que pasaba el tiempo. Estaban enfrascados en una conversación agradable y amistosa, y cada uno admiraba algo del otro. Taifun había estudiado en Estados Unidos, en la Universidad de Massachusetts, lo que constituía un hecho interesante en sí mismo.
Las consumiciones llegaron en seguida, e Isabel notaba en su interior un sentimiento de celebración y felicidad. Charlaban como si fuesen viejos amigos, y no como dos personas que se habían conocido hacía tan solo dos o tres horas. Taifun contó que tenía una hermana e Isabel le dijo que tenía un hermano. Se cayeron bien, y poco a poco fueron sabiendo cosas el uno del otro, su país, sus intereses y más… En algún punto, Taifun miró su reloj y dijo que debía realizar algunas llamadas telefónicas, así que pagaron y se fueron al hotel. Isabel sentía curiosidad por saber por qué habían escogido alojarse en un hotel tan corriente, pero le parecieron suficientes emociones para un día y se guardó la pregunta. Entraron en el vestíbulo del hotel y Taifun dijo:
—Isabel, gracias por el tour y por tu encantadora compañía.
—Yo también he disfrutado —respondió ella.
—¿Podemos vernos mañana? —preguntó él—. Disfruto mucho de tu compañía.
—Estaré libre sobre las doce —dijo Isabel, que tenía una cita en la clínica oftalmológica por la mañana.
—De acuerdo. Podemos comer juntos —sugirió su nueva amistad. Isabel sonrió, le deseó una buena tarde y se fue a su habitación.
El día había sido tan interesante y excitante que necesitaba tiempo para sí misma después de tantas emociones, de hablar en inglés durante horas y de pasar un rato en una cafetería lujosa en compañía de un caballero así. Siguió pensando en cómo había sido el día y se sentía eufórica y entusiasmada. Recuerda hacer pensado que era demasiado bonito para ser real y, al momento, una idea inquietante cruzó su mente: «si no fuera turco». Evidentemente, esa noche durmió solo unas horas.
Al día siguiente, Isabel acudió a la clínica oftalmológica y, tal y como esperaba, estaba todo bien. El doctor le recomendó renovar sus lentillas cada dos años y salió de la clínica contenta. Tenía mucho tiempo antes del encuentro, así que cogió un tranvía y se bajó en el centro comercial para comprar su barra de labios favorita, Classic 237, y también una preciosa falda de terciopelo en tonos otoñales. Luego regresó al hotel, se puso un vestido color púrpura con escote griego, y a las doce menos diez estaba lista. Taifun ya estaba en el vestíbulo cuando ella llegó. Llevaba un traje gris muy elegante, con una camisa color púrpura claro y una bonita corbata. Le dedicó una agradable sonrisa y la saludó:
—Hola, señorita.
—Hola, caballero —respondió Isabel en voz baja y devolviéndole la sonrisa. Le propuso caminar por el Bulevar Vitoshka, donde estaba segura de que encontrarían algún buen restaurante.
—¿Qué tal el día? —preguntó Isabel.
—Mi equipo regresó de Pravets y tuvimos una breve reunión para discutir unos temas.
—¿Es tu primera visita a Sofía? —preguntó ella.
—Ya había estado. Pero cuando viajas con un equipo te sales de las rutas marcadas y sigues una rutina: reuniones, almuerzo, reuniones, cena y luego nos subimos al coche y volvemos a casa. Es la primera vez que tengo la oportunidad de hacer turismo y estar ocioso. Es maravilloso que nos hayamos conocido —dijo Taifun, e Isabel no pudo evitar sentirse halagada.
Al igual que el día anterior, la conversación era fluida y paseaban y charlaban como buenos amigos, encontrando cada uno algo que preguntar al otro, y así siguieron caminando y hablando hasta el final de la zona peatonal, en el punto desde el que se podía observar el famoso Palacio Nacional de la Cultura. Luego trazaron un semicírculo y comenzaron el camino de vuelta, al tiempo que buscaban un restaurante. Había varias opciones, pero Isabel no tenía mucha experiencia, así que se sintió aliviada cuando Taifun le preguntó:
—¿Te gusta la comida italiana? En la Trattoria de Nico hay mucha gente, así que debe de estar bien —sugirió.
Isabel asintió. Resultó que a ambos les encantaban los espaguetis y el tiramisú. A Isabel le sorprendió, porque siempre intentaba convencer a su hermano, pero él solo quería comer pizza. Así que estaba muy contenta de encontrar a un hombre que no solo comiera pizza, sino que era como ella: un amante de los espaguetis. Era una pequeña coincidencia, pero el corazón de Isabel se alegró mucho. En el momento de pagar ella quiso contribuir, pero Taifun dijo que ni hablar. Él invitaba, puesto que estaba en deuda con ella.
—He aprendido tanto estos dos días sobre tu país y su capital, que lo menos que puedo hacer es pagar. ¡Eres una guía magnífica! —añadió.
Pagó con tarjeta, algo que ella veía por primera vez, pero no le sorprendió. Al fin y al cabo, él había viajado mucho y, siendo además algo imprescindible en el mundo de los negocios, era normal que fuese uno de los primeros en tener una tarjeta bancaria. Después de pasear otro poco por el Bulevar Vitosha volvieron a la misma cafetería, y cuando Taifun dijo que le apetecía tomar un café ella aceptó de buen grado. Así que doblaron la esquina y entraron en la misma refinada y lujosa atmósfera de la cafetería del Sheraton. Eran más de las cuatro y ambos necesitaban un café. Isabel no estaba cansada, pero era una buena excusa para seguir haciéndole preguntas. Ninguno de los dos tenía prisa. Intercambiaron sus números de teléfono. Ella le dio un pequeño recuerdo, algo que él no esperaba de una extraña. Y Taifun le dio su bolígrafo bañado en oro. Más tarde, Taifun miró a Isabel con seriedad y le preguntó:
—¿A dónde quieres dirigir tu vida? —. Isabel creyó que no había comprendido la pregunta y respondió:
—¿Disculpa? No acabo de entender tu pregunta.
—Me gustan tu actitud, tu nivel de inglés. ¿Te gustaría trabajar para mí? Isabel, sé que puede parecer demasiado pronto, pero me gustas de verdad. Puedo ofrecerte mucho. Estoy muy impresionado contigo. Puedo venir, hablar con tus padres… Te daré tiempo para que lo pienses.
Isabel se sentía adulada, feliz, abrumada…Pero también tenía prejuicios. No quería contárselo a su familia. Tomó la decisión al momento.
—Lo siento, Taifun, pero mi respuesta es no.
—Si tienes miedo, puedo entenderlo —dijo él.
—Solo hace dos días que te conozco —dijo ella y suspiró. Luego pensó para sí misma: «si no fueras turco…» y continuó:
—No puedes comprenderlo, pero es algo más fuerte que yo. Las cosas del pasado... No puedo explicarlo sin herir tu orgullo y tu dignidad. Por favor, acepta mi respuesta y sigamos siendo amigos.
Él se mantuvo en silencio durante un momento y pensó para sí mismo: «Si era por el pasado histórico… tenía razón. Aun así, era tan amable, atenta e inteligente. Pero él también tenía principios. Una oferta realizada una vez no se repetía».
Luego dijo:
—Como desees, pero no repetiré la oferta.
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