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Noopolítica y sociedades de control: las subjetividades contemporáneas en Mauricio Lazzarato

SANTIAGO CASTRO GÓMEZ{*}

Mi interés por la obra de Mauricio Lazzarato radica, en primer lugar, en que se trata de un pensador de frontera: a medio camino entre la filosofía y la sociología, pero también a medio camino entre la academia y el trabajo político con movimientos sociales en París, ciudad donde reside actualmente. En segundo lugar, la obra de Lazzarato ejemplifica el modo en que la teoría crítica contemporánea explora las complejas relaciones entre economía y cultura, siguiendo de esta manera la tradición abierta desde el siglo pasado por la escuela de Fráncfort y los estudios culturales en torno a la elaboración de una economía política de la cultura.

Hay que decir primero que Lazzarato es un filósofo nacido en Italia, muy cercano a la obra de pensadores marxistas como Toni Negri, Paolo Virno, Sergio Bologna, Antonella Corsani, en su mayoría vinculados a un sector de la izquierda italiana de los años setenta conocidos a través de la famosa revista Quaderni Rossi. Lazzarato fue cofundador en París de Multitudes, una revista que ha servido como de caja de resonancia del gran debate generado a partir de la publicación del libro Imperio de Michael Hardt y Antonio Negri en el año 2000. Lazzarato es también miembro fundador y colaborador activo de Futuro Anterior, una revista de mucha circulación en Francia y Europa. Ha escrito artículos sobre cine, video, nuevas tecnologías de producción de imágenes, y también trabaja junto con colectivos de artistas que reflexionan sobre los nuevos lugares del arte y del artista en tiempos del capitalismo posfordista.{1}

El recorrido que propongo es el siguiente: en primer lugar, mostraré el vínculo de Lazzarato a principios de los años noventa con los llamados filósofos operaístas: Paolo Virno, Toni Negri, Mario Tronti, Sergio Bologna y Antonella Corssani. En este momento de su producción, Lazzarato no se despega mucho de las ideas de este colectivo de pensamiento crítico. Lo hará solamente hacia finales de los años noventa, y éste será el segundo punto de mi trabajo, cuando empieza a desarrollar un pensamiento propio en diálogo creativo con filósofos como Gilles Deleuze y Michel Foucault, pero también con un sociólogo francés de principios del siglo XX llamado Gabriel Tarde. En tercer lugar, me referiré al concepto que, a mi juicio, posiciona claramente a Lazzarato en el actual debate sobre el capitalismo posfordista, que es el concepto de noopolítica. Por último, hablaré del modo como Lazzarato piensa la constitución de las subjetividades políticas en las sociedades de control.

Trabajo inmaterial y posfordismo

En el centro de la obra temprana de Lazzarato a comienzos de la década de los noventa se hallan las transformaciones en el mundo del trabajo que se producen desde finales de los años setenta. En esta fase, Lazzarato se inscribe en una serie de debates abiertos por dos filósofos italianos: Mario Tronti y Antonio Negri, justo en el momento en que la alta tecnología estaba siendo introducida en las fábricas del norte de Italia, que provocaron la sustitución de obreros por máquinas y el despido masivo de trabajadores. Tronti y Negri empiezan a reflexionar sobre la nueva constitución ontológica de los sujetos, particularmente de los trabajadores, en una mutación histórica del capitalismo: el paso del fordismo al posfordismo.

Según estos y otros autores, el capitalismo habría pasado por tres mutaciones históricas, tres modos diferentes de producción desplegados a lo largo de su historia: durante la primera fase (siglos XVII-XVIII) dominó el sector primario de la economía, es decir, la tierra y los metales. La fuerza de trabajo era básicamente mano de obra esclava: indios y negros en las colonias americanas, peones en el interior de Europa. Pero hacia finales del siglo XVIII se produce una nueva mutación en el modo de producción capitalista, de tal manera que el sector hegemónico de la producción ya no será el primario, sino el secundario, es decir, la industria. La fuerza de trabajo que se recluta ya no es sólo esclava, sino asalariada, obreros que trabajan en fábricas. La fábrica se convierte en el lugar de la producción, y la mercancía toma la forma de objetos materiales transformados industrialmente con la ayuda de máquinas. El obrero no está investido del know how (saber hacer), del conocimiento que implica poner en marcha todo el proceso de producción, sino que, simplemente, trabaja con su cuerpo y opera las máquinas. Hablamos entonces del capitalismo propiamente “fordista”. Esto significa que la fábrica no es un lugar donde hay investigación, en la fábrica no se puede innovar, no se puede crear. Las piezas llegan listas y lo que hacen capataces y obreros es simplemente ensamblar los objetos que luego circularán como mercancía.

En opinión de los filósofos operaístas —entre ellos el propio Lazzarato—, hacia los años setenta se produce una tercera mutación en la historia del capitalismo: el paso del fordismo al posfordismo. El sector hegemónico de la economía ya no sería el sector secundario, sino el terciario, es decir, el sector de los servicios, comandado por las empresas de telecomunicaciones con el impulso de la revolución digital. Asistiríamos aquí al nacimiento de lo que algunos autores llaman la sociedad de la información, pero que los operaístas prefieren llamar la época del capitalismo cognitivo, ya que la producción de informaciones, conocimientos y símbolos se convierte durante esta época en la columna vertebral de la acumulación de capital. Desde este punto de vista, la producción se torna “inmaterial”, no porque carezca de materialidad alguna, sino porque lo que se vende como mercancía ya no son simplemente los objetos materiales transformados producidos en fábricas, sino informaciones, símbolos, imágenes y estilos de vida que circulan por los medios de comunicación, y que son producidos a través de nuevas tecnologías de la investigación, el diseño y el marketing. En el posfordismo, la fuerza de trabajo hegemónica ya no es la del obrero que sólo tiene su cuerpo para vincularse al sistema de producción, sino que es mano de obra altamente calificada que ya no vende su cuerpo, sino su cerebro. Esta fuerza se recluta básicamente en el sector de los intermitentes, los trabajadores free lance (independientes) que no tienen contratos fijos, sino que trabajan por proyectos. El lugar de la producción ya no es la fábrica —y esto es parte fundamental del diagnóstico de estos filósofos—, sino que la producción se extiende por todo el tejido social, o sea, ya no sólo se produce en las fábricas, sino que se produce en todos lados. La sociedad entera se “factoriza”, se convierte en fabrica diffusa. Además, la producción ya no es estandarizada como ocurre en el fordismo, donde las piezas estaban listas de antemano para ser ensambladas y ofrecidas como mercancía, sino que en el posfordismo se trata de una producción flexible donde las empresas, sobre todo, las multinacionales, nunca saben de antemano qué es lo que van a producir, sino que incorporan la investigación como un elemento central en el proceso de producción. Hoy en día la producción de las empresas depende cada vez más de la capacidad de innovación y de la creatividad de sus trabajadores.

Ahora bien, aquí comienza el diagnóstico crítico de los operaístas, la mano de obra reclutada en el posfordismo ya no es primariamente de trabajadores asalariados sino de trabajadores intermitentes, de personas con un know how a las que se les paga por producto. Gente a la que no se le paga, como el asalariado, por el tiempo invertido en la producción, sino por el producto ya listo para ser ofrecido como mercancía. Es decir, que no se paga el proceso de producción mismo, sino el resultado final del proceso de producción. Se subvierte de este modo la famosa ley del valor enunciada por Marx según la cual el valor de un producto se calcula de acuerdo con el tiempo invertido en su producción. Pero como al trabajador inmaterial —que según estos autores es el trabajador hegemónico hoy día— no se le paga el tiempo invertido en la producción, sino el producto, la ley del valor empieza a quebrantarse en el capitalismo posfordista. Al trabajador inmaterial se le paga por innovar, por tener una idea, pero no por el tiempo invertido en la producción de esa idea. No importa si para lograr esa idea ha tenido que trabajar días y noches enteros, fines de semana o días de fiesta. No importa tampoco en qué lugar ha realizado ese trabajo: si en su casa, en el parque, en la calle. Lo importante es la idea misma, siempre y cuando pueda convertirse en mercancía. Las ideas capturadas en el capitalismo posfordista son aquellas que le sirven al mercado, que pueden ser patentadas, mercantilizadas y protegidas con derechos de propiedad intelectual.

Esto tiene varias consecuencias, en opinión de los operaístas. En primer lugar, y como ya se mencionó, en el posfordismo la producción se desterritorializa por completo; ya no está ubicada en territorios específicos, como la fábrica, sino que la sociedad entera se convierte en el lugar de producción. Esto significa que la frontera entre tiempo de trabajo y tiempo de no trabajo se desvanece. Todo el tiempo es tiempo de trabajo o tiempo de consumo. La vida entera se convierte en una función del mercado. Se produce de este modo la subsunción real —y ya no solamente la formal subsunción del trabajo por el capital—. El mercado ya no sólo captura el trabajo de ocho horas en la fábrica, sino que captura la vida entera de una persona, en la medida en que, aunque no se trabaja, se consume. El turismo, el entretenimiento, el tiempo libre, la intimidad son vistos hoy día como ámbitos productivos, como columnas básicas para la producción y reproducción de capital. El mercado se convierte así en el elemento articulador de la vida social en su conjunto y ya no sólo, como ocurría en el fordismo, de aspectos muy puntuales de la vida social (la jornada laboral).

Esto significa, a su vez, que los estados nacionales han empezado a perder el control sobre la producción y sobre los flujos de capital. Las regulaciones que antes (en algunos países) protegían al trabajador se ven sobrepasadas por las nuevas dinámicas globales del trabajo, articulado cada vez más por las tecnologías digitales y por la interacción con máquinas inteligentes. Uno de los resultados de esto es la crisis del sindicalismo, pues los viejos sindicatos, dominados aún por los trabajadores fordistas, ya no logran aglutinar a los precarios (trabajadores no asalariados) que son contratados como outsourcing o subcontratación externa.

De la sociedad disciplinaria a la sociedad de control

Visto ya, muy a grandes rasgos, el universo conceptual en el que se enmarcan los primeros trabajos de Mauricio Lazzarato, es tiempo de analizar su obra posterior, articulada básicamente hacia finales de la década de los noventa en un diálogo transdisciplinario con pensadores como Deleuze, Foucault, Bajtin, Guattari, Leibniz y Tarde. Me concentraré primero en el modo en que Lazzarato se apropia del concepto de sociedad de control y lo utiliza para realizar una crítica tanto de los filósofos operaístas, como de Foucault y Deleuze.

El concepto sociedad de control aparece por primera vez en un pequeño artículo que publicó Deleuze en el año 1990 titulado “Poscriptum sobre las sociedades de control”. Allí afirma que, actualmente, vivimos una crisis del modelo disciplinario teorizado por Foucault, pues hoy día las relaciones de dominio ya no se asientan en instituciones de secuestro como la fábrica, el hospital y el cuartel general, sino que se mueven por otros lugares. No se trata ya de un poder seriado, cuadricular, que se manifiesta delimitando tareas y funciones, sino de un poder “liso”, flexible, que constituye la vida de los ciudadanos, integrándola en estrategias molares, pero a través de movilizaciones en el ámbito molecular. Es decir, que hoy día los sujetos ya no son constituidos desde la base de instituciones disciplinarias, sino desde afuera de esas instituciones a través de un nuevo tipo de máquinas que él denomina máquinas informáticas. Con ello, se refiere básicamente al marketing, instrumento básico para las nuevas estrategias empresariales. Deleuze realiza una distinción conceptual entre fábrica y empresa. No es lo mismo una fábrica que una empresa, porque, mientras aquélla opera sobre los cuerpos (cuerpos limpios, cuerpos rendidores, cuerpos obedientes) de acuerdo con el ritmo de las máquinas industriales, ésta, por el contrario, actúa sobre los deseos conforme a la operación de las máquinas informáticas. Es decir, mientras la fábrica disciplina los cuerpos, la empresa modula los deseos.

Lazzarato retoma estas observaciones de Deleuze y las pone en diálogo con Foucault y con las tesis ya estudiadas de los operaístas italianos. Contra éstos, Lazzarato dirá que el capitalismo no puede ser entendido solamente según la relación capital-trabajo y conforme al modelo de la dominación colonial, la dominación estatal, etcétera. El capitalismo no puede ser explicado solamente por sus inscripciones molares, sino que requiere de un análisis del modo como los sujetos son constituidos en el ámbito molecular. El problema del marxismo es que se concentra en molaridades y desconoce que los fenómenos constitutivos del capital no pueden ser pensados sin tener en cuenta el modo en que los sujetos viven “capitalísticamente”, por así decirlo. La pregunta que ignoran los operaístas es por qué se desea el capitalismo. No es gracias a determinaciones de orden socioeconómico como surgen estas subjetividades deseantes, sino gracias a las tecnologías de gobierno magníficamente descritas por Foucault.

Ahora bien, Lazzarato coincide con Deleuze en que Foucault sólo pensó las tecnologías del gobierno para la sociedad disciplinaria, pero no alcanzó a entrever el advenimiento de la sociedad de control. Pero, más aún, Lazzarato piensa que lo que Foucault denomina sociedad disciplinaria corresponde en realidad a lo que los operaístas denominan fordismo, mientras que lo que Deleuze denomina sociedad de control correspondería, más bien, al modus operandi del posfordismo. Por lo tanto, aunque Foucault entendió el modo en que ciertas tecnologías de gobierno, como la “anatomopolítica” y la “biopolítica”, funcionan como pez en el agua en el fordismo, habría que pensar en una nueva tecnología que explique el funcionamiento hegemónico del poder en el capitalismo posfordista, y es a esta tecnología que Lazzarato denomina la noopolítica.

Por otro lado, Lazzarato dirá que, en el paso de las sociedades disciplinarias a las sociedades de control, es decir, en el paso del fordismo al posfordismo, Deleuze no tiene en cuenta el modo en que se articulan todas las tecnologías anteriores descritas por Foucault. Es decir, que en la sociedad de control opera ciertamente la noopolítica como tecnología hegemónica de gobierno, pero articulada de forma compleja con tecnologías desplegadas en épocas anteriores de la historia del capitalismo. Es el caso de la soberanía, tecnología hegemónica durante el capitalismo mercantil (siglos XVI-XVIII), y de la anatomopolítica y la biopolítica, que fueron hegemónicas durante la época del capitalismo industrial (siglos XIX -XX). Lazzarato bebe aquí de la tesis de uno de los operaístas, Sergio Bologna, según la cual, el capitalismo es un conjunto de diversos modos de producción dominados por el más dinámico y desterritorializado de todos. En las sociedades de control, dirá Lazzarato, el modo de producción posfordista coexiste antagónicamente con el fordismo y con el prefordismo, pero los hegemoniza por ser más flexible y “abstracto” que ellos.

Como puede verse, Lazzarato va desarrollando su propio pensamiento en medio de un triángulo discursivo en cuyos ángulos se encuentran Foucault, los filósofos operaístas y Deleuze. Sin embargo, el triángulo se convierte en cuadrado con el ingreso en escena de una cuarta fuente de inspiración: el sociólogo francés, Gabriel Tarde. En sociología, se suele ver la figura de Tarde como contrapuesta a la de su famoso contemporáneo y compatriota Émile Durkheim, pues mientras éste se interesaba por los grandes conjuntos de la vida social (la educación, la religión, el Estado), Tarde se concentraba, en cambio, en los ámbitos moleculares de la sociabilidad, muy influenciado por los resultados que en su tiempo estaba arrojando la física cuántica. Él pensaba que así como los grandes cuerpos físicos se construyen a partir de las fuerzas atómicas, también la vida social se construye a partir de lo pequeño, de lo infinitesimal, pues es en este ámbito donde se generan las dos fuerzas moleculares que dinamizan el cuerpo entero de la sociedad: la creencia y el deseo. Por eso, Tarde se interesa por la monadología de Leibniz, pues las mónadas están constituidas, en mayor o menor medida, por creencia, deseo, percepción y memoria. De todo esto, Tarde concluye que el mundo social no está hecho de unidades que se relacionan entre sí según leyes mecánicas, como pensaba el positivismo sociológico, sino de multiplicidades que se relacionan a distancia y cuyos hilos conductores son los deseos, los afectos, la volición y las creencias.

La lectura que hace Lazzarato de la neomonadología tardeana será importante para la construcción de su concepto de noopolítica. El neologismo es tomado de dos fuentes: en primer lugar, del concepto aristotélico de nous, pues para Aristóteles el nous hace referencia no sólo a la vida intelectiva, sino también a la vida afectiva y volitiva y, en segundo lugar, del nombre de un proveedor de acceso a Internet llamado precisamente nous. Las dos fuentes explican también las dos acepciones del concepto. Por un lado, y como se dijo anteriormente, Lazzarato piensa que las técnicas de gobierno de las sociedades de control son muy diferentes de las técnicas hegemónicas en las sociedades de soberanía o en las sociedades disciplinarias, porque aquí ya no opera primariamente el castigo o el adiestramiento del cuerpo, sino la modulación de los afectos, las sensaciones y el deseo. Nótese aquí la influencia decisiva de Gabriel Tarde. En las sociedades de control, el gobierno sobre los hombres no se concentra en instituciones disciplinares orientadas a producir y reproducir la fuerza de trabajo, sencillamente porque en el posfordismo no se trata ya de producir a los productores (la clase obrera), cuanto de producir a los consumidores. Vivimos en una sociedad global de consumo y ya no en una sociedad de trabajadores asalariados, por lo que las técnicas de gobierno no se dirigen ya hacia el incremento de las fuerzas corporales para producir objetos, como era el caso del capitalismo industrial, cuanto hacia la modulación de la volición y los afectos para producir el deseo por la mercancía. En la producción de la comunidad de consumidores se presenta, entonces, el primer sentido del concepto de noopolítica.

Por otro lado, el concepto de noopolítica hace referencia a la “vida” que se gestiona en las sociedades de control. No se trata de la vida en su acepción biológica de la que hablaba Foucault cuando desarrolla el concepto de biopolítica, pues lo que se gestiona en las sociedades de control ya no tiene nada que ver con la natalidad, la mortalidad, la higiene o la salud, sino con la vida convertida en información. Es aquí donde Lazzarato desarrolla el concepto de máquinas informáticas formulado por Deleuze. Por máquinas informáticas se entiende el tipo de control de nuestra vida inscrita ya en los sistemas de información, en las bases de datos, en los archivos, en los microchips. Es una vida ligada enteramente a la información, como la historia de mis enfermedades recogida en bases de datos —asunto muy importante para los sistemas privados de salud y de pensiones—, la historia de mis deudas, también recogida en bases de datos y que es un asunto importante para la gestión de los créditos bancarios, la historia de mis aficiones, de mi consumo cultural, de mis compras, etcétera. Las máquinas informáticas hacen una gestión sobre la vida, pero no es una gestión biopolítica, sino una gestión noopolítica, pues de lo que se trata aquí es de construir perfiles mayoritarios de subjetividad sobre los cuales empieza a funcionar el capitalismo de consumo. La “gubernamentalidad” en las sociedades de control depende enteramente de la información y el conocimiento, y se ejerce sobre una vida ya no biológica, sino que circula digitalmente por bases de datos. Aquí se presenta, entonces, la segunda acepción del concepto de noopolítica.

Lazzarato recoje también la idea lanzada por Deleuze en “Postcriptum sobre las sociedades de control”, en el sentido de que el marketing opera como una máquina informática. Las empresas posfordistas —dirá Lazzarato— invierten un buen porcentaje de sus ganancias en publicidad, en marketing y en diseño, porque, a diferencia de las fábricas (recordar aquí la diferencia establecida por Deleuze), sus estrategias de captura ya no se dirigen ni hacia al castigo de los cuerpos ni tampoco hacia el disciplinamiento de los obreros, sino más bien hacia la modulación de los deseos del consumidor. Es decir, que la empresa posfordista ya no se orienta sólo —y ni siquiera primariamente— hacia la producción de mercancías, sino hacia la producción del público que adquirirá esas mercancías. Y esto lo hace a través del marketing y la publicidad, cuya función es la “efectuación de mundos posibles”. Una empresa crea “mundos” a través de la publicidad y el marketing, pues consumir no es sólo comprar cosas, adquirir objetos, sino pertenecer a un mundo posible, adoptar un “estilo de vida”: una manera de vestirse, de comer, de caminar, de hablar, de divertirse. Lo que hace la empresa posfordista es utilizar el marketing y la publicidad para gobernar la dimensión molecular del consumidor (afectos, creencias, deseos), haciéndole partícipe de un mundo construido artificialmente.

El ejemplo que usa Lazzarato para ilustrar este modus operandi de la empresa posfordista es el caso de Benetton. Todo el ámbito de producción de Benneton ya no lo hace la misma empresa, sino que es contratado por fuera como outsourcing, de tal modo que la empresa se concentra básicamente en la gestión de su marca. Es decir, que Benneton no organiza los tiempos y los métodos de trabajo en la fábrica (no ejerce un poder disciplinario), sino que se ocupa de asegurar la construcción virtual del público que adquirirá los productos. No cumple una función-fábrica, sino una función-empresa. Benneton tampoco delega la publicidad en agentes externos, pues considera que la publicidad es su principal “factor productivo”.

Si se observa la publicidad de Benneton (las famosas fotos con el enfermo de sida, con la mujer negra golpeada, con los refugiados africanos, con los niños de varias razas abrazados, etcétera) nos daremos cuenta de que la mercancía nunca aparece. Ningún personaje de las fotos lleva ropa Benneton, y esto porque el interés de la publicidad no es exhibir la mercancía. No se busca ofrecer un producto que satisfaga las “necesidades” del consumidor, sino que lo que se busca es movilizar sus afecciones más profundas, sus convicciones más arraigadas. No se dirige hacia el deseo de un consumidor-masa, pasivo frente a una mercancía estandarizada (como en el fordismo), sino hacia los estratos más moleculares y activos del individuo, allí donde se aloja su sensibilidad frente a lo que inconscientemente considera como una “vida decente”. Lo que se convoca y moviliza son, entonces, los flujos de deseo a través de la construcción de imágenes, pues la publicidad empresarial hoy día ya no busca convencer ideológicamente, sino seducir molecularmente. Por eso, de la mano de Guattari, Lazzarato dirá que las máquinas informáticas (en este caso el marketing y la publicidad) no generan tanto una “sujeción social”, cuanto una “servidumbre maquínica”.

Subjetividades políticas y democracia en las sociedades de control

El caso Benneton que acabamos de citar ilustra perfectamente uno de los temas centrales en la obra reciente de Mauricio Lazzarato: la identificación entre consumidores y ciudadanos en las sociedades de control. Su diagnóstico es que cuando se quebranta la separación entre la economía y la política, el mercado —y ya no el Estado o la “sociedad civil”— se ha convertido en el dispositivo articulador de las relaciones sociales. La producción noopolítica de consumidores supone, al mismo tiempo, la producción de ciudadanía. Es decir, que en el capitalismo posfordista ya no existe más diferencia entre consumidores y ciudadanos.

Las razones que da Lazzarato para este diagnóstico se deben buscar de nuevo en dos categorías filosóficas desarrolladas por Deleuze y Guattari: mayor y menor o mayoritario y minoritario. Tales conceptos no hacen referencia a una “cantidad”, sino a un “patrón de medida”. Lo mayoritario no se refiere, entonces, al número de personas que desempeñan una determinada actividad, sino a un perfil de subjetividad construido por las técnicas del marketing, a partir del cual se miden todas las demás subjetividades. Así, por ejemplo, perfiles tales como el “usuario de Internet o de telefonía celular”, el “joven rebelde”, la “mujer empresaria”, el “pensionado de la tercera edad”, el “hombre ejecutivo”, etcétera, corresponden a una minoría en la sociedad, pero se trata en realidad de modelos mayoritarios construidos por el marketing como “grupos objetivos” (targets), a partir de los cuales se miden a todos los demás. La producción de bienes y servicios en el capitalismo posfordista se monta precisamente sobre este tipo de modelos mayoritarios construidos a partir de la información tomada de las tarjetas de crédito y tarjetas de puntos en los supermercados, encuestas, promociones, telemercadeo, sondeos de opinión, call centres (centros de atención telefónica), etcétera. La construcción de modelos mayoritarios corresponde, entonces, a una gestión noopolítica de la vida en las sociedades de control, a una gestión diferencial de las desigualdades.

El punto de Lazzarato es que la política en las sociedades de control empieza a funcionar con la construcción de modelos mayoritarios. Esto resulta claro no sólo en el modo en que las encuestas son capaces de movilizar la opinión pública en una u otra dirección a través de los medios, sino también en el hecho de que la democracia empieza a ser entendida como el esfuerzo para hacer que un mayor número de personas “accedan” a los modelos mayoritarios. Democrática será una sociedad en la que los niveles de consumo de la población se eleven al máximo, ya que esto supone que un buen porcentaje de ésta puede tener acceso a tarjetas de crédito, telefonía celular, computador personal, ipods, paquetes turísticos, préstamos bancarios, etcétera. Se trata, pues, de una democracia articulada por el mercado, en la que consumidores y ciudadanos son una y la misma cosa.

Habría que establecer, en este sentido, la distinción entre una democracia de la diferencia y una democracia de la multiplicidad. Una democracia de la diferencia es aquella que opera con la fórmula multiculturalista de la “inclusión del otro”. Al “otro” se le incluye como “diferencia”, es decir, como consumidor, como participante de un modelo mayoritario, como nuevo miembro de un “mundo” ya previamente construido. El otro puede ser diferente, pero sólo al interior de una oferta plural de mundos construidos de antemano por el marketing, vacíos de toda singularidad. Las diferencias son, en realidad, variaciones de una totalidad, mundos distintos, pero que pertenecen al único mundo posible ofrecido por el capitalismo. En una palabra: las diferencias son ofertas múltiples de vida remitidas a una sola unidad jerárquica. La democracia de la diferencia no es entonces otra cosa que la inclusión de todos, pero con estatuto de consumidores, en un mismo supermercado global. Diremos, en suma, que la democracia de las diferencias es un aparato de captura sobre la multiplicidad de mundos posibles.

Por el contrario, en una democracia de la multiplicidad no se trata de la captura de los mundos posibles en modelos mayoritarios, sino, todo lo contrario, de la proliferación de mundos posibles, pero donde cada mundo no se disuelve en la uniformidad, sino que conserva su singularidad. Aquí ya no se trata entonces de ser diferentes, sino de ser múltiples, de ser multitud. Las luchas democráticas no son entendidas aquí como orientadas hacia la “inclusión del otro”, sino hacia la evacuación de los modelos mayoritarios. Son entonces luchas por devenir-minoría.

Lazzarato nos ofrece un ejemplo de las luchas democráticas en Francia: el caso de los intermitentes del espectáculo. Éste es un ejemplo que remite además a sus primeras investigaciones sobre “el ciclo de la producción inmaterial”, pero retomadas ahora en clave de luchas democráticas en la sociedad de control. Los intermitentes son los típicos trabajadores posfordistas: personas que trabajan a destajo, sin contrato fijo, pasando de un proyecto a otro, de un empleador a otro, viviendo siempre de actividades tipo free lance y que no se ajustan, por tanto, a los modelos mayoritarios vigentes en las sociedades capitalistas de hoy: el “asalariado” y el “independiente”. Al no ser empleado ni microempresario, el intermitente no puede cotizar la seguridad médica ni las pensiones, puesto que carece de un salario fijo que le permita pagar la cuota mensual de estos servicios en el mercado.

Ahora bien, en las sociedades capitalistas contemporáneas la figura del intermitente empieza a extenderse por todos los ámbitos de la producción, pero particularmente en aquel sector que constituye la clave para la acumulación de capital en el posfordismo: el sector terciario de la economía. Es el sector donde prolifera aquel tipo de trabajador que los operaístas denominan inmaterial: gente dotada de capital cognitivo que es capturado a través de outsourcing y cuyo trabajo se paga no por el tiempo invertido en la producción de lo que venden, sino por el producto mismo que se ofrece. Es el sector donde se mueven básicamente los trabajadores de la cultura: artistas, músicos, diseñadores gráficos, artesanos, cineastas, actores, profesores universitarios, gestores culturales, programadores, etcétera. Gente, en suma, que no siempre tiene trabajo (pues andan pasando de un proyecto a otro), pero que vive trabajando siempre.

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