Kitabı oku: «Casual»

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Fèlix Rueda

CASUAL


1ª edición: febrero de 2021

© Fèlix Rueda

© De la presente edición Terra Ignota Ediciones

Diseño de cubierta: ImatChus

Terra Ignota Ediciones

c/ Bac de Roda, 63, Local 2

08005 – Barcelona

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ISBN: 978-84-122958-9-4

THEMA: DNL


La historia, ideas y opiniones vertidas en este libro son propiedad y responsabilidad exclusiva de su autor.


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Fèlix Rueda






CASUAL


Prólogo

I La vida en un instante

II ¿Por qué yo soy yo o cualquiera de nosotros es quien es?

III Somos lo que somos, el resto da igual


Prólogo



La idea de esta obra se basa en un planteamiento filosófico que siempre ha preocupado al autor, una controversia que ha acompañado la historia del hombre y de la cultura desde que los seres humanos se organizaron en sociedades. ¿Somos seres libres y por lo tanto dueños de nuestro destino, o bien éste viene establecido por la posición de los astros cuando nacemos, o un ser superior nos tiene un camino predestinado del cual no nos podemos separar por mucho que así lo deseemos, o como creían los antiguos hay un oráculo donde está escrito nuestro destino, feliz o trágico y no nos podemos subvertir a él, puesto que siempre nos acabará alcanzando? Si creemos que somos libres y que podemos decidir nuestras acciones según nuestro libre albedrío, a pesar de que puede existir un Dios creador, entonces tendremos que estar de acuerdo de que hemos de ser capaces de escribir nuestro destino. Si es así, entonces también somos nosotros los que decidimos cómo ha de ser nuestra vida y el mundo que habitamos y no podemos eludir la responsabilidad de actuar, escudándonos en la idea de que todo aquello que pasa en nuestra vida y en nuestra sociedad, es lo que había de pasar y nada se puede hacer para evitarlo. Hemos de aceptar que han de ser nuestros principios éticos los que dicten nuestras acciones y los conceptos de libertad, justicia y equidad han de ser la guía en el camino por el que transitamos en esta vida. Sin embargo, y esto no debería servir nunca como excusa, hay un hecho incuestionable y es que la vida de cualquiera es algo casual y que cualquier circunstancia, por pequeña que pueda parecer, la puede cambiar. En este ensayo quiero hacer énfasis justo en este hecho, en la casualidad como fuente de mutaciones en nuestra vida, e incluso en el poder del azar en la misma existencia de nosotros como personas, ya que es razonable pensar lo que significan en la historia de cualquier individuo los hechos históricos por los que cabalgaron sus antepasados (guerras, epidemias, migraciones, crisis económicas, luchas de clases...), que hacen que sólo el azar (otros querrán ver en ello la mano del destino) haya jugado un papel único y fundamental en su existencia. Pero quiero ir todavía más allá y mostrar, siguiendo estrictamente los conocimientos científicos actuales, que la misma historia del hombre como tal, siguiendo la evolución desde que era un simio arborícola, es también fruto de un cúmulo de casualidades y que bien hubiera podido ser otra totalmente diferente.

La obra que ahora leeréis no es propiamente un relato, sino la descripción de un conjunto de hechos puntuales en la vida de un hombre cualquiera, que pueden cambiar radicalmente su existencia. También, las supuestas historias de mi familia que, si bien son imaginarias, forman parte de la historia y de la memoria colectiva de nuestro país y, por lo tanto, no sólo son posibles, sino que incluso, en algunos casos, se han extraído de la realidad. Finalmente, navegaremos por la historia de la humanidad y de la vida en nuestro planeta, basándonos en los conocimientos científicos actuales, que ponen en cuestión quiénes somos y si hay alguna cosa que justifique que seamos individuos con una vida concreta o simplemente seres humanos. También se trata de una llamada a la humildad, en contra de los que creen en la superioridad de la raza humana sobre el resto de los seres que habitan el planeta Tierra, ya que se mostrará como la misma historia de la humanidad se ve como una chispa en la inmensidad del universo, que nos sitúa, como a seres únicos, maravillosos y quizás irrepetibles, en el contexto global, para mostrar cuan pequeños somos y cuan dependientes somos del resto de seres vivos para poder seguir viviendo.

El autor de este ensayo, sin ánimo de pontificar, pero sí intentando ser un poco pedagógico, se ha tomado la libertad de ligar estos relatos y estas historias con una serie de reflexiones sobre si el azar, la suerte, o la casualidad, y todo lo que ello comporta en nuestras vidas, en nuestra propia existencia y en la de la humanidad entera, puede justificar que no tomemos una actitud proactiva para conducir nuestro destino que, podemos estar bien seguros, sigue estando en nuestras manos, y para modificar las condiciones progresivamente más deterioradas y los comportamientos, en ocasiones ciegamente interesados y en otras simplemente irreflexivos, que pueden llevar y, si no nos ponemos bien pronto manos a la obra, llevarán irremisiblemente a nuestra extinción como habitantes de este planeta.


I

La vida en un instante



Un hombre cualquiera, que bien podría tratarse de usted o de mí, lleva una vida rutinaria, marcada por unos horarios, más o menos prefijados: por los transportes públicos, por el trabajo, por la escuela de los niños… y, a pesar de pequeños contratiempos, esta rutina, con pequeñas variaciones, se repite cada día de forma monótona y segura. No imagina, ni le pasa por la mente, que una pequeña variación, puramente casual, puede cambiar su vida. Esto es algo a lo que todos, de forma inconsciente, nos sentimos inclinados, la rutinaria seguridad cotidiana que nos permite vivir sin cuestionarnos el futuro inmediato. Sin embargo, la experiencia personal nos dice que nada es inmutable, que el empleo que suponíamos sería para toda la vida, los cambios de ciclo económico han hecho que se tambaleara su continuidad o que lo perdiéramos irremisiblemente; que al amigo con el que hace tan sólo unos días tomábamos una cerveza felices por las postreras victorias de nuestro equipo o por la llegada del nuevo hijo o por cualquier otro hecho merecedor de ser celebrado, le han diagnosticado un cáncer terrible, que hará que su vida camine por el borde del precipicio; que la mujer/hombre que amábamos y con la/el que compartíamos tantas alegrías y tristezas, lo que nos hacía estar bien seguros de que íbamos a envejecer a su lado, ahora está viviendo con aquel compañero/a del trabajo, con el que ya nos molestaban tantas afinidades o habéis sido vosotros/as, quienes habéis conocido a alguien, que súbitamente cubre todas las expectativas, que con vuestra pareja, al parecer el viento del tiempo ha arrastrado al olvido y ahora vuestros ojos ya no son capaces de ver a nadie más. Estos acontecimientos son casi tan comunes como llevar a los niños al colegio o coger diariamente la misma línea de autobús, sólo que la sacudida que representan en nuestras vidas los hacen extraordinarios a nuestros ojos y, por un instante, los podemos percibir como guiados por una mano que conduce nuestras vidas hacia la felicidad, la monotonía o el desastre. ¿Quiere decir esto que es el destino el que marca nuestras vidas? ¿Qué existe una ley superior e inmutable que establece cuál será nuestro principio y fin? ¿O bien que, por el contrario, somos fruto del azar y nuestras vidas solamente han sido posibles porque un cúmulo de casualidades han convergido en un punto de la historia para permitir que las vidas de nuestros antepasados fluyeran por un camino y no por los otros miles de posibles y alternativos que habrían hecho nuestra existencia imposible? O todavía más, como algunos creen, e incluso algunas leyes de la física parecen avalar, que pueden existir dimensiones paralelas que hacen que todas las existencias posibles convivan al mismo tiempo y los relatos que seguirán a esta introducción podrían coexistir simultáneamente y sincrónicamente.

Sin ningún interés especial por influir en las opiniones del lector, quede dicho por adelantado que el autor no cree en el destino, ni en un ser superior que determine cuál ha de ser nuestra vida y que su capacidad intelectual no le permite imaginar una función espacio-temporal con N dimensiones. No obstante, cree que se puede influir en el azar, que no todo es casual y que, mediante leyes bien establecidas por la ciencia, analizando nuestro pasado y presente, podemos predecir parte del futuro y cambiarlo. Quién sabe si algún día podremos viajar en el tiempo y cambiar el pasado, exponiéndonos al peligro que comporta aquello que el efecto mariposa puede provocar. En cualquier caso, no os estéis de brazos cruzados dejando que sea el azar y la casualidad la que dicte vuestras vidas, seguro que podéis hacer muchas cosas para no dejarlo todo en sus manos. A pesar de todo, siempre habrá un hecho circunstancial, quizás improbable, un instante incontrolable y azaroso que podrá cambiar vuestras vidas, sin que nadie pueda hacer nada por remediarlo.

* * *

Un hombre sale de su casa apurado, pensando que se le hace tarde y que quizás perderá el autobús. Va ofuscado buscando en los bolsillos algo que cree haberse olvidado: las llaves, el tabaco... A pesar de que en su cabeza se instala como en una especie de vacío espeso la desagradable sensación de saber que olvida alguna cosa, no acierta a dar con qué debe ser y piensa que se acordará cuando sea demasiado tarde. Sale a la calle y con paso acelerado llega a la parada del autobús, que se encuentra a apenas a cincuenta metros de su casa. Maldice los transportes públicos, porque, como es habitual, el autobús no llega puntual y en el trabajo que ya se la tienen jurada, le clavarán una buena bronca y tal vez le impondrán alguna sanción. Una falta leve, sin duda, pero que acumulada, algún día hará que le echen a la calle. Quizás sería lo mejor que le podría pasar, porque es una mierda de empleo, pero con los tiempos que corren, y con dos hijos que mantener, no es lo que más le conviene. La llegada del transporte, le despierta de estas divagaciones y piensa que, con un poco de suerte, no llegará demasiado tarde.

* * *

Un hombre sale de su casa apurado, pensando que se le hace tarde y que quizás perderá el autobús. Va ofuscado buscando en los bolsillos algo que cree haberse olvidado: las llaves, el tabaco... Sale a la calle y mientras comprueba que todo está en su lugar, da un salto para sortear el alcorque del árbol que hay delante de su casa, con la mala fortuna de que el pie no llega hasta el otro extremo. Esto le desequilibra y parte de su cuerpo sale proyectado hacia el asfalto. En aquel momento pasa el autobús que, extrañamente, llega puntual, golpea su cabeza y el hombre muere al instante.

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Un hombre sale de su casa apurado, pensando que se le hace tarde y que quizás perderá el autobús. Va ofuscado buscando en los bolsillos algo que cree haberse olvidado; se da cuenta de que se lo ha dejado todo: las llaves y el tabaco. Su mujer todavía está en casa, pero cuando él vuelva por la tarde, ella estará todavía trabajando y él, que va a recoger a los niños a la escuela, se encontrará en la calle sin poder entrar en casa. A pesar de correr el peligro de perder el autobús y tener, una vez más, bronca en el trabajo, vuelve atrás y llama a la puerta. En aquel mismo momento ve pasar el autobús y maldice su suerte. La mujer le recibe en bata y le recrimina su mala memoria. ―Un día perderás la cabeza... No imagina que, si no hubiera olvidado el tabaco y las llaves, ahora yacería en el suelo con el cráneo reventado por el golpe con el autobús. Este olvido le habrá salvado la vida, pero morirá de un cáncer de pulmón, veinte años más tarde.

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Un hombre sale de su casa apurado, pensando que se le hace tarde y que quizás perderá el autobús. Va ofuscado buscando en los bolsillos algo que cree haberse olvidado: las llaves, el tabaco... Sale a la calle y debido al ensimismamiento y a la preocupación por el autobús, no ve a los peatones que circulan por la acera y tropieza con una muchacha que apunto está de caer al suelo. ―Podrías mirar por dónde vas... ―le recrimina ella―. Lo mismo digo yo, que no sé quién ha chocado con quién ―contesta él hosco y cómo ve llegar el autobús, sale corriendo sin disculparse. Cuando llega al interior del vehículo, piensa que ha sido un mal educado, puesto que, después de todo, había sido culpa suya. Además, ahora que lo piensa, la chica era preciosa y alguna cosa en su cerebro le dice que aquella cara le resultaba familiar y, aunque fuera incapaz de situarla en algún contexto, estaba seguro de que la conocía.

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Un hombre sale de su casa apurado, pensando que se le hace tarde y que quizás perderá el autobús. Va ofuscado buscando en los bolsillos algo que cree haberse olvidado: las llaves, el tabaco... Sale a la calle y mientras comprueba que todo está en su lugar, da un salto para sortear el alcorque del árbol que hay delante de su casa. Con precisión milimétrica su pie queda instalado en el corto espacio que hay entre el alcorque y el asfalto en un equilibrio inestable, en el preciso momento en que el autobús pasa a pocos centímetros de su cara, el sufre un terrible sobresalto y prefiere no pensar en lo que hubiera podido pasar si no tuviera tan dominado este saltito y en el aterrizaje hubiera perdido el equilibrio, pero sin tiempo que malgastar, corre hacia la parada, para no dejar ir el autobús.

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Un hombre está a punto de salir de su casa. Va apresurado pensando que se le está haciendo tarde y que quizás perderá el autobús. Sin embargo, va inspeccionando los bolsillos en busca algo que cree haberse olvidado: las llaves, el tabaco... Su mujer se interpone entre él y la puerta de salida. Lleva una bata muy provocativa que deja entrever su desnudez y le sugiere que llame al trabajo y les diga que se encuentra mal, pues hace días que no hacen el amor y se muere de ganas. Tienen al menos una hora hasta que tengan que despertar a los niños. Él está ofuscado y, a pesar de que la proposición le parece de lo más atractiva, le dice a la mujer que ya va tarde y que bastante ojeriza le tienen en el trabajo como para faltar de forma injustificada. Sale a la calle y ve cómo se le escapa el autobús. Se maldice los huesos, porque no ha gozado de un buen polvo y, además, de todas formas, recibirá la bronca de su jefe. Pero ya es demasiado tarde para volver atrás y toma un taxi, que posiblemente tardará lo mismo que el autobús y le costará más de lo que ganará aquel día. «Que mierda de vida», piensa.

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Un hombre sale de su casa apurado, pensando que se le hace tarde y que quizás perderá el autobús. Va ofuscado buscando en los bolsillos algo que cree haberse olvidado: las llaves, el tabaco... Sale a la calle, pero debido al ensimismamiento y a la preocupación por el autobús no ve a los peatones que circulan por la acera y tropieza con una chica que caminaba meditabunda en oscuros pensamientos. Un pliego de papeles y unas carpetas que ella transportaba quedan esparcidos por el suelo y cuando ambos se agachan para recogerlos, sus cabezas chocan y ambos acaban sentados en el pavimento. A pesar del golpe, tanto el como ella no pueden evitar reírse por la ridícula situación que se ha producido, pero cuando se miran, a ella, sorprendida, le parece reconocer al joven que veinte años atrás la dejo totalmente enamorada antes de ir a cumplir el servicio militar y del cual nunca volvió a saber nada más. Se ayudan mutuamente a levantarse y ella le pregunta―: ¿Tú no eres...? ―Y él entonces, cae en la cuenta de que la conoce y entre las nubes de la memoria se percata de que ella ha de ser forzosamente aquella chica de la que estaba tan enamorado y a la cual anduvo buscando después de la mili, pero que jamás supo encontrar “¿Tú no eres...?” En aquel preciso instante ve pasar el autobús, pero no hace absolutamente nada por atraparlo, porque sus ojos ya se han perdido en el azul oceánico de los ojos que lo interrogan.

―¿Tienes prisa? ―Él lo medita un instante―: Da igual. Ya he perdido el autobús. ―Ella sonríe―: Bien, entonces podríamos ir a tomar un café y recordar viejos tiempos. ―Pasan horas hablando con una rara intimidad y confianza, como si los veinte años de ausencia no fueran más que un pequeño inciso intemporal, como un paréntesis sin historia. Nada le inquieta, las consecuencias en el trabajo tanto le dan, la familia quizás sí, pero prefiere no pensarlo. Sus manos se entrelazan y ella, más decidida, le propone ir a un hotel. Sus cuerpos sedientos se buscan y luchan hasta la extenuación, en una batalla que desde hacía muchos años tenían pendiente. Nunca más volverá a separarse de ella. Su mujer le odiará. Sus hijos se sentirán traicionados y no querrán saber nada más de él. Vivirá feliz al lado de aquella mujer hasta los noventa años y morirá una semana después de que ella muera de una larga enfermedad.

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Un hombre sale de su casa apurado, pensando que se le hace tarde y que quizás perderá el autobús. Va ofuscado buscando en los bolsillos algo que cree haberse olvidado: las llaves, el tabaco... Sale a la calle y mientras comprueba que todo está en su lugar, da un salto para sortear el alcorque del árbol que hay delante de su casa, con la mala fortuna de tropezar, perder pie y caer contra el borde de la acera contrario del alcorque, fracturándose una pierna por la tibia y el peroné y golpeándose la cabeza contra el suelo, provocándose un traumatismo craneoencefálico leve con momentánea pérdida de consciencia, que le mantendrá unos días hospitalizado y meses de baja por rehabilitación. En este período, en el trabajo preparan su despido y él, para pasar el rato, escribe pequeñas historias y cuentos, llegando a la conclusión de que quizás esto es lo que le gustaría hacer en la vida. Decide escribir un libro sobre la casualidad, que hace que un hombre como él, transforme su vida, rutinaria y anodina, por un hecho improbable y casual, en una existencia llena de emociones y reconocimientos. El libro lo titulará, La manzana del azar, en honor a Newton, al que admira y siguiendo la metáfora bíblica de la manzana, como fruto que representa la tentación que hizo que los seres humanos fueran desterrados del paraíso, a la vez que les permitió vivir a su libre albedrío rebelándose contra las leyes.

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Un hombre sale de su casa apurado, pensando que se le hace tarde y que quizás perderá el autobús. Va ofuscado buscando en los bolsillos algo que cree haberse olvidado: las llaves, el tabaco... Sale a la calle y mientras comprueba que todo está en su lugar, da un salto para sortear el alcorque del árbol que hay delante de su casa, con la mala fortuna de que el pie no llega hasta el otro extremo. Esto le desequilibra y parte de su cuerpo sale proyectado hacia el asfalto. En aquel momento el autobús, que extrañamente llega a su hora, golpea su cabeza y el hombre sufre un traumatismo craneoencefálico que le mantendrá en coma durante dos meses. Después de diversas operaciones para extraerle un coágulo y para liberar presión intracraneal, sale del coma, pero nunca más volverá a caminar y como secuela sufre movimientos convulsivos incontrolados y un defecto en el habla, que hace muy farragosa su comunicación y siente la incomprensión de los otros, que tampoco se esfuerzan demasiado en entenderle. A pesar de ello, su cerebro razona bastante ágilmente y desea la muerte cada día, maldiciendo el no haber muerto en el accidente, para no ser una andrómina inútil que necesita la ayuda de todo el mundo para hacer las actividades más sencillas y cotidianas y sentirse esclavo de su invalidez y de los que es dependiente. Los últimos años de su vida los pasará en la cama, todavía joven, su cuerpo llagado por la inmovilidad, con un deterioro progresivo de sus funciones vitales y un rictus facial que le retuerce la boca como una máscara del horror.

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Un hombre sale de su casa apurado, pensando que se le hace tarde y que quizás perderá el autobús. Hace dos días que le han diagnosticado una enfermedad neurodegenerativa que le conducirá a una muerte segura en el plazo de un año o dos, siendo optimistas. Camina distraído, meditabundo encerrado en sus oscuros pensamientos sobre cómo habría de encarar la situación, ya que la perspectiva es que la enfermedad progresará hacia una ataxia, dolor neurológico, pérdida de capacidad autónoma, progresiva pérdida de la consciencia y finalmente la muerte por fallo multi-orgánico. Estos pensamientos le tienen tan ocupado que apenas ve a los viandantes que con prisas trajinan sus propios problemas con paso acelerado. Todavía no ha anunciado las malas noticias a nadie y de momento prefiere seguir su vida rutinaria e ir al trabajo cada día, como síntoma de normalidad. Se tendrá que apresurar o perderá el autobús, cuya parada está a menos de cincuenta metros de allí. Da un salto para sortear el alcorque del árbol que hay delante de su casa, con la mala fortuna de que el pie no llega hasta el otro extremo. Esto lo desequilibra y parte de su cuerpo sale proyectado hacia el asfalto. En aquel momento el autobús, que extrañamente llega a su hora, golpea su cabeza y el hombre muere al instante, que quizá era lo que inconscientemente buscaba.

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Un hombre sale de su casa apurado, pensando que se le hace tarde y que quizás perderá el autobús. Va ofuscado buscando en los bolsillos algo que cree haberse olvidado: las llaves, el tabaco... Sale a la calle y mientras comprueba que todo está en su lugar, ve a un hombre delante suyo que da un salto para sortear el alcorque del árbol que hay justo a pocos metros de donde él se encuentra, con la mala fortuna de que el pie no llega hasta el otro extremo, esto le desequilibra y parte de su cuerpo sale proyectado hacia el asfalto. En aquel momento, el autobús, que extrañamente llega a su hora, golpea su cabeza y el hombre muere al instante. Él corre hacia allí para auxiliarle, pero ya es demasiado tarde, el hombre yace en el suelo con la cara ensangrentada y la sien hundida por el terrible impacto. La gente se ha arremolinado alrededor del muerto y él prefiere abrirse paso entre la multitud y huir. Mientras camina hacia la parada del autobús, piensa que tal vez hubiera podido ser él el muerto. Con la cantidad de veces que habrá repetido aquel mismo camino para evitar al gentío que transita a aquellas horas por la acera y, sin embargo, sólo la casualidad ha hecho que fuera otro y no él el que encontrara la muerte en aquella acción absurda y fortuita. Cuando llega a la parada, da media vuelta y vuelve a casa. Aquel día no irá al trabajo y quizás mañana tampoco. Mientras camina, piensa que no valoramos la vida suficientemente, ni nuestra fragilidad, que todo es mucho más efímero de lo que creemos y que tal vez, aquel pobre hombre anónimo, sin saberlo, con su muerte le ha salvado a él la vida. La muerte de aquel desconocido le ha hecho darse cuenta de que la vida rutinaria y oscura que lleva es como morir un poco cada día. A partir de ahora aprovechará cada segundo para gozar de lo que tiene: mujer, hijos, amigos, aficiones y vivirá la vida intensamente, como si cada día fuese el último día de su vida.

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Un hombre sale de su casa apurado, pensando que se le hace tarde y que quizás perderá el autobús. Va ofuscado buscando en los bolsillos algo que cree haberse olvidado, cuando de repente un hombre que atraviesa delante del portal, lanza un maletín de piel de los que suelen llevar los directivos de empresas importantes. Se toma un par de segundos antes de reaccionar. «Este es un ladrón que, viéndose perseguido, se ha deshecho del botín en el primer portal que ha encontrado abierto. Si lo ha robado, casi seguro que sabía, o al menos intuía su contenido... Esta oportunidad no se te presentará nunca más en la vida. Coges el maletín y te metes dentro de casa y a lo mejor con la pasta que contiene te arreglas la existencia. Al fin y al cabo no te ha visto nadie. O quizá sí, puede que el ladrón te haya visto. Después de un rato, cuando haya despistado a sus perseguidores, volverá a reclamar su maletín... Pero qué sabe él quién soy yo ni dónde vivo. Además, estaba oscuro. Si durante un año haces vida normal, no tienes gastos extras, que es por donde pillan a todos los ladrones, nadie te podrá identificar... ¿O sí? Si el ladrón cree haberte identificado, vendrá a buscarte, esperará en el portal hasta que tú aparezcas, te amenazará con una pistola y, si es necesario, te meterá un tiro en una rodilla, hasta que cantes dónde has guardado el maletín. Y tú, que eres un cagado, cantarás y te quedarás sin nada y con una rodilla destrozada para toda la vida... Tal vez, si estás preparado psicológicamente para resistir el dolor, acabará convencido de que el maletín no lo tienes tú y a pesar de quedarte cojo, podrás disfrutar de una fortuna... No, no, niño, no te hagas el héroe, que tú eres un cobarde y al primer golpe que te arree, cantarás la Traviata con voz de soprano... Nada. Ahora mismo lo voy a devolver y quizás me den una recompensa», decide reaccionar, en lugar de quedarse allí meditando como un pasmarote.

En aquel mismo instante entra la vecina del tercero, mira sorprendida el maletín y lo coge. Cuando se da cuenta de que el hombre del bajo primera está en el rellano observándola. ―Mira que llega a ser descuidado mi marido. Se ha olvidado el maletín del trabajo. Hoy no sé qué hará. ¡Hala! Buenos días. ―Y se dirige muy decidida hacia el ascensor.

Él se queda allí plantado y boquiabierto, sin decir ni pio. «Será mala puta. Pero si su marido es lampista y siempre va con una caja de herramientas», piensa. «Mira que eres idiota, no tienes capacidad de reacción. Pero cómo es que ni siquiera te has quejado. No has sido capaz de decir ni una palabra. Mira que llegas a ser imbécil. En fin, ya está hecho...»

Cuando acaba de pensar esto, un hombre de aspecto sospechoso atraviesa el portal. Una vez que se encuentra dentro del vestíbulo, le mira con cara de pocos amigos y de un bolsillo de los pantalones extrae una pistola.

Él, sin esperar que el otro tome la iniciativa, señala el ascensor―: Tercero segunda. Se lo acaba de llevar ahora mismo... Sí, el maletín. ―Se dispone a seguir su camino, pensando que hoy llegará tardísimo al trabajo y todavía le meterán una sanción. Antes de salir a la calle se gira un momento―: Si no le sabe mal, le puede meter un tiro de mi parte ―dice simulando una pistola con los dedos, haciendo el gesto de disparar y señalando hacia arriba―. Tercero segunda ―repite.

* * *

Un hombre sale de su casa apurado, pensando que se le hace tarde y que quizás perderá el autobús. Va ofuscado buscando en los bolsillos algo que cree haberse olvidado: las llaves, el tabaco... Sale a la calle y mientras comprueba que todo está en su lugar, echa un vistazo a un autobús que se aproxima. «Mierda, no es el mío», piensa. «Como casi siempre llegaré tarde», maldice entre dientes los transportes públicos. De todas formas, empieza una corta carrera para sortear de un salto el alcorque del árbol que hay frente a su casa, un camino que siempre toma para evitar la multitud de peatones que circulan por la acera en dirección contraria a la parada del autobús. En ese momento, de reojo, observa a un hombre joven que se cuela dentro de su portal. La cara del hombre le suena, pero está seguro de que no se trata de alguien de la escalera. Ahora se percata de que ya lo ha visto otros días rondando por los alrededores del edificio. Siente curiosidad y como el autobús todavía no llega, vuelve atrás para cotillear dónde va. Justo cuando asoma la cabeza dentro del portal, observa que el hombre está entrando en su casa. Su primera intención es correr hacia la puerta, pero se para en seco, porque de repente entiende lo que está pasando. Inmediatamente descarta la idea por inverosímil, pero busca explicaciones que no encuentra. No se trata de un inspector de servicios, ya que los contadores del gas y del agua se encuentran en una habitación de la escalera, ni de un técnico, ya que no llevaba ninguna cartera, ni caja de herramientas. Finalmente se acerca hasta la puerta y pega su oreja a la madera para escuchar si puede averiguar que sucede dentro. Los murmullos son inconfundibles. Jadeos y frases entrecortadas―: Sí, sí, no, espera, vamos a la habitación que despertarás a los niños. ―Se queda helado. «La muy puta, espera que yo salga para meter a otro tío en casa y tiene la desfachatez de ponerme los cuernos mientras los niños todavía están en casa durmiendo, sin importarle que le puedan pillar». La sangre le hierve en el cerebro y lo primero que le viene a la cabeza es entrar y matarlos a los dos. «Si tuviera una pistola, con toda seguridad lo hacía», piensa. Podría entrar sigilosamente, ir hasta la cocina y coger un cuchillo de grandes dimensiones y cortarles el cuello. De repente, sin embargo, se enfría y se siente abatido. Casi le sabe más mal que estén los niños en casa, que sus propios cuernos. Después de diez años de fidelidad absoluta y no será porque no haya tenido oportunidades, pues un montón de solteras y casadas se le han insinuado descaradamente en cenas y salidas de trabajo y él, como un imbécil, las ha rechazado siempre. Aunque, bien mirado, las cosas ya hace tiempo que no acaban de ir bien con su mujer, reflexiona, pero él siempre lo había atribuido al cansancio y a la rutina. Pobre imbécil, se lamenta. Con el corazón destrozado y el alma helada vuelve a salir a la calle y se dirige a la parada del autobús. Ha de pensar que hará cuando vea de nuevo a su mujer por la tarde. Le puede decir que lo ha visto todo y que quiere el divorcio, pero sabe que ella lo negará y buscará una excusa plausible, que ya debe tener pensada. Como él ha visto lo que ha visto, las excusas se las puede meter por el culo, razona. Las relaciones de pareja se basan en la confianza y él la ha perdido totalmente. O lo que es peor, tal vez lo reconoce y le pide perdón, con el inútil pretexto de que se ha equivocado o que se sentía sola o cualquier tontería similar. Su mujer es muy capaz de hacerlo, se dice a sí mismo. De pronto, sin saber muy bien por qué, se siente liberado. Diez años de fidelidad han sido una losa difícil de soportar. Después de todo, él siempre ha tenido mucho éxito con las mujeres. Decide que no le dirá nada. Bueno, quizá le dejará una caja de condones, diciéndole que no le gustaría enganchar cualquier porquería, insinuando que sabe lo que pasa, a pesar de que su reacción será negarlo. Mientras medita su venganza, una chica que muy a menudo realiza el mismo trayecto de autobús que él, le mira sonriente. ―Hoy parece que esta mierda de autobús tarda más de lo normal. Seguro que estabas pensando que llegarás tarde al trabajo. Te he visto meditando con cara de preocupación. ―Él le devuelve la sonrisa y afirma con la cabeza.

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