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Kitabı oku: «La alhambra; leyendas árabes», sayfa 42

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XX
LA AGONIA DE GRANADA

Gonzalo Fernandez de Córdoba habia sido encargado por los reyes don Fernando y doña Isabel de formalizar el sitio de la ciudad.

Acercábase la hora fatal en que la enseña del Islam debia ser arrebatada por el huracan de la almena que la sustentaba.

Cercada enteramente Granada, empezó á sentir el hambre.

Muy pronto esta se hizo intolerable.

Hablábase ya de rendicion entre los principales caballeros.

Y el rey Chico seguia dormitando en los perfumados departamentos del patio de los Leones.

Siempre delante de aquella sangrienta cámara.

Siempre delante de su remordimiento.

Empezaron á aparecer al descubierto las traiciones.

Súpose que los principales caudillos, temerosos por sus vidas y haciendas, andaban en tratos para la rendicion de la ciudad.

Quedaron patentes las causas de tantos sangrientos motines, de tantas batallas perdidas, de tantas esperanzas malogradas.

Y no fué ya tiempo de retroceder, ni de atender á males incurables arraigados de viejo en el corazon de Granada.

Sostúvose aun, sin embargo, algunos dias, con la esperanza de un socorro de Africa.

Pero los socorros no venian.

Aquejaba el hambre y se temia á cada momento la embestida decisiva del enemigo.

Una noche, Boabdil sintió pasos de algunos hombres en uno de los estremos del patio de los Leones.

Su corazon se estremeció.

Entre las voces de aquellos hombres que hablaban y que al parecer salian de la sala de Justicia, creyó reconocer el acento estranjero de los castellanos.

¿Qué hacian aquellos cristianos en su alcázar?

Trataban, sin duda, en medio del silencio de la noche, de la rendicion de la ciudad: la corona temblaba en su cabeza; el reino de Granada agonizaba.

Boabdil huyó despavorido, y se encontró, sin darse razon de cómo, en la funesta cámara de los Leones.

Sobre las señales rojas de la sangre de los abencerrages, á la luz de una lámpara de alabastro, estaba arrodillada una muger vestida con un blanco trage de luto.

El rey reconoció á la sultana Zoraida.

De la boca del rey salió un grito ahogado.

Zoraida levantó la cabeza y vió al rey.

Se levantó lentamente, y dijo al rey estendiendo su brazo de alabastro hácia la sala de Justicia:

– Allí, tus vasallos cobardes, entregan tu corona á los formidables reyes de Castilla. Aquí, la sangre de caballeros inocentes, se levanta hasta el Altísimo clamando contra tí venganza.

Y la sultana se separó del rey y se perdió como un fantasma entre las columnas del patio de los Leones.

El rey cayó anonadado sobre aquella sangre, y lloró.

En efecto, el capitan de caballos, Gonzalo Fernandez de Córdoba, y Hernando de Zafra, secretario de los reyes don Fernando y doña Isabel, que habian entrado secretamente en la Alhambra por un postigo, trataban con los wazires Aben-Comixa, y Abul-Cazin-Abd-el-Melik de la rendicion de Granada.

Al dia siguiente el débil Abú-Abdalláh reunió en consejo á sus wazires, á sus faquíes y á sus kadíes, y les consultó sobre la resolucion que debia adoptarse en tan estrema situacion.

El resultado fué fatal.

Los unos, vendidos al enemigo, los otros temerosos de él, resolvieron la entrega de aquella ciudad, engrandecida por el famoso rey Nazar-Al-Hhamar, fuerte y poderosa hasta Abul-Hacen, y vencida, destronada bajo el débil cetro de Abu-Aba-Allah-el-Zogoibi.

Todos los del consejo se inclinaron á tratar de avenencia con los reyes enemigos, y solo el valiente Muza encontrando aun resistencia y brio en su corazon, dijo que aun era temprano.

Sin embargo, se determinó que el wazir Abul-Cazin-Abd-el-Melik saliese á proponer capitulacion á los cristianos.

Los reyes de Castilla y de Aragon recibieron bien á este noble caballero, y determinaron que Gonzalo Fernandez de Córdoba, Hernando de Zafra y algunos otros de los principales cristianos concertasen la entrega.

Estos caballeros, precedidos del wazir, entraron otra vez en la Alhambra, por una mina entre la torre del Agua y la puerta de Hierro, y encerrados secretamente en la sala de Justicia del patio de los Leones, hicieron las capitulaciones de la entrega de la ciudad.

Cuando al día siguiente el wazir las presentó en el consejo, la palidez del terror se pintó en todos los semblantes; la sultana madre, Aixa-la-Horra, tembló de cólera, y el rey desfallecido, con los ojos preñados de lágrimas, ocultó su dolor entre los brazos de su madre.

Y en medio de aquel espectáculo de desolacion, intenso en el alma el amor de la patria, sereno, aunque pálido, el intrépido y guerrero infante Muza se levantó, y abarcando en una larga y sombría mirada á los que le rodeaban, dijo con acento de la mas fria reconvencion:

– Dejad, señores, ese inútil llanto á los niños y á las delicadas hembras; seamos hombres y tengamos todavía corazon, no para derramar lágrimas, sino hasta la última gota de nuestra sangre; hagamos un esfuerzo de desesperacion, y peleando contra nuestros enemigos, ofrezcamos nuestros pechos á las contrapuestas lanzas.

Muía era un héroe; su voz vibraba inspirada, pujante, entre aquellos hombres, antes tan valientes, y entonces aterrados por el adverso destino.

– Yo estoy pronto á acaudillaros, continuó el infante con energía; para arrostrar con denuedo y corazon valiente la honrosa muerte en el campo de batalla.

Mas quiero que nos cuente la posteridad en el glorioso número de los que murieron por defender su patria, que no en el de los que presenciaron su entrega.

Y si este valor nos falta, oigamos con paciencia y serenidad estas mezquinas condiciones, y bajemos el cuello al duro y perpetuo yugo de envilecida esclavitud.

Veo tan caidos los ánimos del pueblo, que no es posible evitar la pérdida del reino.

Solo queda un recurso á los nobles pechos, que es la muerte; y yo prefiero morir libre, á los males que nos aguardan.

Si pensais que los cristianos serán fieles á lo que os prometen, y que el rey de la conquista será tan generoso vencedor como venturoso enemigo, os engañais.

Están sedientos de nuestra sangre y se hartarán de ella.

La muerte es lo menos que nos amenaza.

Tormentos y afrentas mas graves nos prepara nuestra enemiga fortuna: el robo y el saqueo de nuestras casas; la profanacion de nuestras mezquitas; los ultrajes y violencias de nuestras mugeres y de nuestras hijas; opresion, mandamientos injustos, intolerancia cruel, y ardientes hogueras, en que abrasarán nuestros míseros cuerpos.

Todo esto lo veremos por nuestros ojos: lo verán por lo menos los mezquinos que ahora temen la honrada muerte; que yo, ¡por Allah! que no lo veré.

La muerte es cierta y en todos muy cercana.

¿Pues por qué no empleamos el breve plazo que nos resta, donde no quedemos sin venganza?

¡Vamos á morir defendiendo nuestra libertad!

La madre tierra recibirá lo que produjo, y al que faltare sepultura que le esconda, no faltará cielo que le cubra.

No quiera Dios que se diga que los granadíes nobles no osaron morir por su patria157.

Calló Muza, y callaron todos los que allí estaban.

Y calló tambien el rey.

Y entonces Muza, viendo el abatimiento de wazíres, xeques, arrayaces y fakíes, se salió lleno de ira de la sala.

Y dicen los que de aquel tiempo y de aquellas cosas escribieron, que habiendo tomado de su casa armas y caballo, se salió de la ciudad por la puerta de Elvira, y que nunca mas pareció ni se supo qué habia sido de él158.

Entretanto el rey, viendo que en la ciudad y en todo el reino, faltaban á un mismo tiempo el ánimo y las fuerzas, resolvió escribir á los reyes sitiadores, que para evitar alborotos y novedades, queria entregarle la ciudad al momento.

El wazir Aben-Comixa, fué á Santa fé con esta carta y con un presente de caballos castizos, con ricos jaeces y alfanges.

Esta fatal determinacion fué el dia cuatro de la luna de rabie primera del año de ochocientos noventa y siete159.

XXI
LA TOMA DE GRANADA

Amaneció el dia cinco de rabie primera.

Todo el ejército cristiano con sus reyes á la cabeza, en alto los estandartes reales de Castilla y Aragon, tendidas las banderas y apercibidas las huestes, marchó sobre Granada.

Iban engalanados ginetes y peones.

Ondeaban al viento penachos, preseas, banderolas y divisas.

El sol arrancaba fúlgidos destellos de las brillantes armas.

Y los timbales y las trompetas y los atambores y los pífanos del ejército cristiano, tañian juntos en alegre alarido, y el viento llevaba á Granada el clamor de triunfo de los vencedores que se acercaban.

A Granada, mustia y silenciosa, cubierta de luto y regada mas con las lágrimas de sus infortunados habitantes que con el agua de sus fuentes.

Entretanto, por la puerta de la torre de los Siete Suelos, acompañado de cincuenta caballeros de los mas nobles de Granada, salió vestido de luto, ya despojado de la corona perdida, el rey á quien los suyos habian llamado con tanta razon el Desdichadillo.

El wazir Aben-Comixa, le habia precedido para entregar las llaves de la ciudad á Fernando V de Aragon que esperaba en las márgenes del Genil.

Su familia habia salido antes.

La Alhambra habia quedado huérfana de sus antiguos señores, desamueblada, deshabitada, muda y fria, esperando á un nuevo señor.

El rey Chico descendió por las quebraduras del cerro de Al-Bahul.

De repente su caballo se detuvo como presintiendo al enemigo.

A poco apareció entre las quebraduras el conde de Tendilla don Iñigo Lopez de Mendoza, acompañado de don Pedro Gonzalez de Mendoza su hermano, gran cardenal de España, y de don Gutierre de Cárdenas, comendador mayor de Leon, de la órden de Santiago: llevaba el conde el estandarte real; el cardenal el guion de la cruz; el comendador el pendón de Santiago.

Seguian muchos capitanes á estos tres magnates, y en pos marchaban algunas banderas de infantería española.

Al ver á sus enemigos, el desdichado rey palideció y tembló.

Saludáronle sin embargo los vencedores, con la consideracion y el respeto que merece la desgracia, y mientras seguian adelante para ocupar la Alhambra, el infortunado rey descendió rápidamente por las quebraduras, llegó al sitio donde delante de su ejército esperaba el rey de Aragon, y quiso arrojarse al suelo para arrodillarse ante su vencedor.

Pero el noble Fernando V no se lo permitió, acercando á él su caballo.

Abu-Abd-Allah le besó en el brazo y le dijo:

– Tuyos somos, rey generoso y ensalzado: esta ciudad y reino te entregamos, que así lo quiere Allah, y confiamos que usarás de tu triunfo con clemencia y generosidad160.

Despues, enmudecido por el dolor, rompiendo el llanto á sus ojos, saliendo la vergüenza á su semblante, rehusando volver á Granada con el conquistador tomó a rienda suelta seguido de sus caballeros el camino de las sierras, por alcanzar á su familia que habia salido algun tiempo antes por otro camino de la ciudad.

En tanto, en la distante torre del Homenage de la Alhambra, vieron los castellanos tremolar un pendon rojo.

El ejército se prosternó.

La capilla real que acompañaba al ejército, entonó el Te-Deum laudamus.

Y allí, en una mezquita cercana, dieron gracias á Dios los conquistadores161, é hicieron salvas las bombardas y la mosquetería.

El conde de Tendilla habia tremolado sobre la torre mas alta del alcázar de la Alhambra el estandarte de sus señores.

Granada, la perla de Occidente, la sultana de Andalucía, la cándida y la clara, era cautiva de los cristianos.

XXII
EL SUSPIRO DEL MORO

¡Ah! ¡y cómo corre entretanto el rey Chico!

¡Cómo hiere los ijares de su blanca yegua!

Parece que devora la distancia deseoso de perder en ella el estruendo de la alegria de los vencedores.

¡Ay! ¡y cómo corre tambien la comitiva del cuitado rey!

Huyen de su desventura y de su vergüenza, porque nadie los persigue.

Y los moros que van por el camino con sus mugeres en sus asnos y sus bienes en sus acémilas, maldicen al pasar el rey.

Y le llaman cobarde.

Y el rey aprieta los acicates á la yegua, que gime dolorosamente y apresura su carrera.

Y la comitiva del rey apresura tambien á sus caballos que vuelan.

Falta entre ellos el infante Muza: Muza el valiente.

Muza que no ha tenido bastante valor para presenciar la pérdida de su patria.

¡Corre, miserable rey!

¡Corre, como correrá tu llanto lejos de ese jardin de delicias donde brotan flores de púrpura bajo los rayos de un sol de oro!

¡Corre, miserable, corre, y oculta tu miseria y tu deshonra entre los pelados riscos de las Alpujarras!

Pero detente en esa aldea de Armilla.

Detente de nuevo y rinde un nuevo homenage.

Ahí en esa aldea está la reina Isabel de Castilla.

Arrójate de tu yegua, besa la mano de esa noble señora, torna á cabalgar, y huye de nuevo.

Ya las nieblas de la tarde flotan en el horizonte.

El último rayo del sol poniente refleja á lo lejos sobre las torres de Granada.

En esas torres, que eran antes tu castillo, y que ya no volverás á ver.

Míralas, Boabdil, míralas.

Entre sus almenas, ese último rayo del sol hace brillar limpias armas.

Pero esas armas no son las de tus moros.

Son las de tus conquistadores.

Detente, Boabdil, y mira por última vez á tu perdida Granada, porque cuando hayas bajado la vertiente opuesta de esa colina, ya, aunque vuelvas atrás los tristes ojos, no volverás á ver á tu ciudad.

¡Oh! ¿por qué asesinaste los bandos?

¿Por qué asesinaste á los treinta y seis caballeros abencerrages?

El rey habia llegado á una colina á dos leguas de Granada.

Junto á ella habia encontrado á las dos sultanas, su madre y su esposa.

Aixa-la-Horra le miró con cólera.

Zoraida con desprecio.

En la cima de la colina se veia una estrecha quebradura, desde la cual se divisaba por última vez á Granada.

El rey, al llegar á aquella quebradura, se detuvo, echó pie á tierra, estendió los brazos hácia su querida Granada, y cayó de rodillas.

Luego esclamó exhalando un grito desgarrador:

– ¡Alah-ku-Akbar162!

Y cayó de rostro contra el suelo, rompiendo en amargo llanto.

Y Aixa-la-Horra, su madre, cuando así le vió, dicen que dijo trémula y demudada señalando á la ciudad:

– Razon es que llores como muger, pues no fuiste para defenderte como hombre163.

Y su wazir, Aben-Comixa, que le acompañaba, para consolarle dijo:

– Considera, señor, que las grandes y notables desventuras hacen tambien famosos á los hombres como las prosperidades y bienandanzas, procediendo en ellas con valor y fortaleza.

Y el cuitado rey llorando le dijo:

– ¿Pues cuáles igualan á las estraordinarias adversidades mias?

Y montó á caballo, se volvió al oriente, y partió.

Al partir la yegua, dicen que dejó señaladas sus herraduras en la roca, y aun se muestran hoy al viajero aquellas señales.

Los moros, en memoria de aquella tristísima despedida, llamaron al alto del Padul, á la quebradura donde se prosternó el rey, Ojo de lágrimas, y los castellanos le señalan todavía con el nombre de Suspiro del Moro.

Entretanto los cristianos ponian una cruz en la sala de Justicia del patio de los Leones.

EPÍLOGO

La historia de la Alhambra concluyó par decirlo así, en 1492.

Pero entonces, cuando acabó su historia de grandezas y de poder, comenzó su historia de destrucción.

Los Reyes Católicos destruyeron su magnífica mezquita, y levantaron sobre ella una iglesia.

Mas allá, en la parte alta, echaron por tierra maravillas del arte árabe, y fundaron sobre los escombros un convento de franciscanos.

El emperador don Carlos, su nieto, derribó gran parte del alcázar, y construyó sobre su terreno un palacio que pudo haber construido en otra parte.

Otro sí, para hacer habitaciones á su gusto en el alcázar, hizo puerta uno de los alhamíes de la sala de Embajadores, y puso una galería y un lienzo de habitaciones feas y destartaladas en que solo hay algunos buenos techos de ensambladura, delante del mirador de Lindaraja.

Mas tarde los franceses volaron la torre de los Siete Suelos, la del Agua y algunas otras.

Durante la guerra civil, con el pretesto de fortificar la Alhambra, se hizo saltar con barrenos su parte alta, y se la puso un feston de tapia de tierra con blindajes blanqueada y aspillerada.

Otro ingeniero cegó los baños de mármol del harem, y puso sobre ellos un jardin.

Y el tiempo, que nada respeta, sigue llevándose á fragmentos aquella magnífica joya.

Está escrito que la Alhambra desaparezca á causa de un inconcebible abandono, y lo que está escrito se cumplirá.

Hemos dicho buena y lealmente á nuestros lectores lo que sabiamos acerca de la historia y de la tradicion de ese alcázar.

Si no hemos hecho un libro mejor, no es porque no hayamos querido, sino porque no hemos podido mas.

FIN

CRONOLOGÍADE LOS REYES DE GRANADA


157.Todo el discurso de Muza, es histórico á la letra.
158.Histórico.
159.1492 de J. C.
160.Histórico á la letra.
161.Esta mezquita, poco distante de la confluencia del Darro y del Genil, consagrada despues en capilla con la advocacion de San Sebastian, profanada un dia y convertida en taberna con ofensa de sus recuerdos históricos y religiosos, conserva en su pared esterior que mira al oriente, una lápida de mármol blanco con la siguiente inscripcion en caracteres góticos:
  «Habiendo Muley-Abdeli, último rey moro de Granada, entregado las llaves de dicha ciudad, el viernes 2 de enero en 1492, á las tres de la tarde en las puertas de la Alhambra, á nuestros católicos monarcas don Fernando V de Aragon y doña Isabel de Castilla, despues de 777 que esta ciudad sufria el yugo mahometano, desde la pérdida de España acaecida domingo dos de noviembre de setecientos catorce, salió dicho católico rey á despedir al espresado Boabdil hasta este sitio, antes mezquita de moros, y ahora erigida en capilla de San Sebastian, donde dieron las primeras gracias á Dios, el glorioso conquistador y su ejército, entonando la real capilla el Te-Deum, y tremolando en la Torre de la Vela el pendon de la fé; en cuya memoria se toca á dicha hora la plegaria en la catedral, y se gana indulgencia plenaria rezando tres Padres nuestros y tres Ave-Marías.»
162.¡Dios es grande!
163.Histórico.
Yaş sınırı:
12+
Litres'teki yayın tarihi:
27 eylül 2017
Hacim:
691 s. 2 illüstrasyon
Telif hakkı:
Public Domain