Kitabı oku: «Dios anda entre puntos y comas»
A Pedro Zamora García,
nuestro amigo.
Constructor de puentes sostenibles
entre distintas confesiones cristianas
con actitudes que son sencillas,
pero no fáciles de mantener
en un mundo polarizado.
Anfitrión que invita
a la vivencia de una fe
sin artificios que lleva
a un profundo
encuentro con Dios.
Prólogo
Creo que debería comenzar este prólogo con la O –mayúscula– de original, o con la C de creatividad, o tal vez con la E de evangelización y también de encuentro... Pero lo dejo así, con puntos suspensivos, para que cada lector lo complete con sus propias palabras al final de este apasionante recorrido.
Un recorrido que, si me permiten, les sugiero que hagan con tantos puntos y seguidos como deseen. Es decir, que paren y vuelvan. Que hagan un alto en el camino y reposen en esos espacios verdes que nos proponen Cristina y Fernando para conectar con lo/el que nos trasciende y así «atisbar el susurro de Dios», que anda, en efecto, entre puntos y comas.
Y es que nos disponemos a enfrascarnos en la lectura de un libro muy sugerente, en el que vamos a descubrir, con admiración, cómo Dios –al que a veces colocamos entre paréntesis– nos enreda en el abrazo de una arroba y nos invita a ser protagonistas del guion que ha soñado para cada uno de nosotros.
En ese diálogo que se establece entre el Creador y la criatura, entre el Padre/Madre y los hijos, subiremos y bajaremos el monte de la barra inclinada y, mientras, surgirán cientos de preguntas. Fernando y Cristina, con su personal acento, subrayan algunas de ellas, pero con el signo de los dos puntos dejan abierta la puerta para que seamos nosotros quienes sigamos la enumeración de nuestros interrogantes.
Porque ellos no pretenden en este texto poner los puntos sobre las íes. Más bien nos interpelan, por medio de los signos ortográficos, acerca de nuestra comunicación con Dios y con nuestros hermanos. Una comunicación que, gracias a la simbología del signo, descubrimos pautada con matices, silencios, susurros y puede que hasta con alguna subida de tono.
Los autores, a los que creo que puedo llamar mis amigos, Cristina y Fernando, nos instan en este viaje a mirar a lo alto, a las estrellas que inspiran el pequeño asterisco, y seguir, como los Magos de Oriente, el camino que nos indican. Pero siempre tocando tierra, como hace el guion bajo del teclado, para, desde allí, abrir las puertas del cielo...
MARÍA ÁNGELES FERNÁNDEZ MUÑOZ,
directora de «Últimas preguntas» (TVE)
P.D. Y también aprenderemos algo de ortografía.
Introducción
Si, para la gran Teresa, entre los pucheros andaba el Señor, para nosotros su presencia se reduce a algo más pequeño que las cazuelas: los signos ortográficos, quizá imperceptibles para algunos o no valorados, pero cuyo uso correcto, sin embargo, evidencia una comunicación clara y alejada de posibles ambigüedades. No en vano son garantes –como buenos guardias urbanos– de que el tráfico discursivo fluya sin provocar atascos monumentales que impidan la circulación de los mensajes.
Entre puntos y comas –y otros muchos caracteres– se desarrolla la vida de los escritores. En realidad, la vida de cualquiera, porque, aunque no nos alertemos de su presencia, ellos están siempre presentes, realizando un servicio casi invisible e imprescindible, con unas grafías discretas y variadas, complementando a las que son las protagonistas de la comunicación: las palabras. Así queremos que sea este texto: que sirva para algo bueno, como es entrar en diálogo, en relación, la ortografía con la fe, las inquietudes de un campo con las de otro aparentemente diferente. Constatamos que, en la relación –en cualquier relación–, se producen riquezas y frutos totalmente inesperados. Cuando los distintos se aventuran al diálogo, la cosecha es de lo más alentadora e imprevisible, da pie a la creatividad y a desbordar los límites establecidos hasta el momento en los respectivos ámbitos. De ahí que nos hayamos tomado alguna licencia, como la inclusión de la arroba como signo ortográfico –aún no admitido por la Real Academia Española–, el asterisco y la almohadilla. Como tantas cosas, lo normativo viene después del uso de los hablantes. Igual pasa con las enseñanzas del magisterio de la Iglesia a lo largo de los siglos: también se enriquecen e interpretan de otra manera a la luz del Espíritu y del peregrinar del pueblo de Dios.
Desde hace tiempo teníamos muchas ganas de escribir algo juntos. Lo que nunca pensamos fue hacerlo a 10.965 km de distancia, que son los kilómetros que separan Santiago de Chile de Zaragoza. Gracias a los medios de comunicación que tenemos ahora no fue ningún problema, al contrario, le añadió una sensación de sorpresa, ya que, por la diferencia horaria, cuando nos despertábamos, la visita al correo electrónico iba acompañada de la ilusión de ver qué compartíamos ese día, con qué texto nos deseábamos buenos días.
Realmente, ha sido muy fácil y sorpresivo llevar a cabo este cometido. Fácil, por la conexión y el buen entendimiento entre ambos. Sorpresivo, porque las ideas que se nos iban ocurriendo nos han llevado a soñar y a concretar nuestro compromiso en realidades como el ecumenismo, la ecología, la mujer, la diversidad sexual y la necesidad de hacer presente la Biblia en tantos de nuestros diálogos y búsquedas. Sí, este es un libro escrito por una teóloga laica y un religioso sacerdote en búsqueda de la Verdad, en el que nos hemos propuesto tender algunos puentes entre distintos enfoques a temas que para creyentes y no creyentes pueden ser relevantes. No es un texto para poner los puntos sobre las íes, más bien sugiere el respeto y la humildad, ofreciendo la riqueza que supone la alegría de creer en Jesús de Nazaret, el Cristo, y ser miembros de su Cuerpo.
En medio de la crisis del COVID-19 hemos escrito este volumen con tristeza y esperanza. La realidad no nos ha sido ajena en ningún momento. Nunca los puntos suspensivos tuvieron tanto argumento. Y tanto sentido. Meses abrazados a un inmenso interrogante. El mundo, prisionero de un paréntesis. Las sociedades, inmersas en diferentes encrucijadas. Ahora continuamos unidos al nuevo guion que se nos pone delante como humanidad. Nos han zarandeado, además, las muertes de miles de personas con nombre y apellidos que adelantaron en estos meses su partida a la casa del Padre. Vibramos, además, con la muerte de George Floyd, el ciudadano afroamericano que perdió la vida después de ser humillado por un policía, empujado al suelo mientras una multitud observaba. Este hombre inocente fue asesinado por asfixia. En sus últimos momentos pidió a gritos un vaso de agua y habló con su madre. Como Cristo en la cruz.
Esta lectura puede llevar a una fecunda relación y a hallazgos inesperados, inspiradores para la vida cotidiana de cada uno. Relacionemos los signos ortográficos con las diferentes señales o necesarias indicaciones para vivir una vida cristiana desde la ortografía evangélica inserta en el discurso de Jesús. ¡Qué importante que el decir de la comunidad eclesial se convierta en un texto bien leído, vivido y pausado! ¡Qué necesario que cada uno de nosotros interioricemos trascendentemente el discurso de nuestra vida, poniendo puntos, comas y pausas en el encuentro con el Señor!
Podríamos preguntarnos cómo es el decir y hacer de nuestra vida. ¿Se da una coherencia? Ojalá estas páginas susciten ganas de conocer más la Buena Noticia del Maestro de Nazaret. Con ese deseo cumplido se verían más que satisfechos nuestros objetivos al abordar esta apasionante aventura literaria. ¡Gracias!
CRISTINA y FERNANDO
1
Los puntos,
zonas verdes de Dios
Comenzaremos con los puntos ortográficos que representan la necesidad de saber parar en la vida, de frecuentar los espacios o zonas verdes. Es necesario que nuestras parroquias, capillas, monasterios, santuarios y comunidades sean realmente, como quería Jesús, casas de oración, de encuentro con Dios y de cultivo de la interioridad, al estilo de María. Si se truecan en lugares de simple relación social o «cueva de bandidos» (Mc 11,17), la casa de Dios será atrozmente profanada. Igual que necesitamos espacios verdes para contemplar la naturaleza, respirar aire puro y esparcirnos, del mismo modo aspiramos a que nuestras iglesias sean, cada vez más, zonas verdes para atisbar el susurro de Dios en medio de la historia, elevar juntos como hermanos nuestras plegarias y dar gracias al Dueño de la vida por el don de la existencia. Y todo ello envuelto en el ambiente de la fraternidad, el silencio y el canto, nunca en el ajetreo que proporcionan los grandes almacenes o el ritmo imparable de la cultura digital.
No todo el mundo puede hacer una semana, un fin de semana o algún corto período de retiro. Los jesuitas, expertos en cultivar el espíritu, proponen realizar los ejercicios espirituales o esa búsqueda de zonas verdes en la vida cotidiana. James Martin propone dos metodologías útiles para adentrarnos en la búsqueda del encuentro con Dios. La primera, la contemplación ignaciana, en la que se emplea la imaginación para situarnos en la escena evangélica con estas preguntas que ponen a prueba nuestros sentidos: ¿quién soy yo?, ¿qué veo?, ¿qué oigo?, ¿qué huelo?, ¿a qué me sabe?, ¿qué siento? La segunda, la lectio divina o cómo hallar a Dios a través de la Escritura. Con estos sencillos pasos:
• Lectura: ¿qué dice el texto?
• Meditación: ¿qué me dice Dios por medio del texto?
• Oración: ¿qué deseo decirle yo a Dios a propósito del texto?
• Acción: ¿qué cambio introducirá en mi vida el texto?
Además, el padre Martin propone unas preguntas generales, que se pueden aplicar a cualquier texto, para crecer hacia una relación más profunda con Dios:
• ¿Qué quiere decirme Dios por medio de este pasaje?
• ¿Qué aspectos de mi propia vida podrían revelarse?
• ¿Qué preguntas desea Dios suscitar en mi vida?
• ¿En qué sentido se me está invitando a crecer?
• ¿Qué me gustaría decirle a Dios?
En su libro Juntos de retiro. Encontrar a Jesús en la oración 1, James Martin desarrolla tanto la contemplación ignaciana como la lectio divina en tres pasajes evangélicos: la llamada de Jesús a los primeros discípulos (Mc 1,16-20), la pesca milagrosa (Lc 5,1-11) y el desayuno junto al lago (Jn 21,1-19). De una manera sencilla, se nos ofrece una sugerente composición de lugar para encontrarnos con el Señor, acompañado por unas oraciones que sitúan armoniosamente al orante en este tiempo privilegiado de ejercicios en la vida diaria. Creo que el mérito del autor es saber simplificar sin vaciar de contenido la intuición de san Ignacio de Loyola.
Otra iniciativa flexible para centrarse nos viene de la mano del monje benedictino Bernabé Dalmau 2, quien nos brinda su práctica de ejercicios espirituales durante sesenta años: la suya propia y la de la comunidad de Montserrat. Concentra las cuatro semanas ignacianas en cuatro días. Sabedor de las diferentes formas de hacer ejercicios, subraya la importancia de posibilitar un desierto para encontrarse cara a cara con Dios y con uno mismo. Es un tiempo para centrarse y detenerse en el camino, teniendo como telón de fondo una intensa vivencia litúrgica.
La propuesta de estas cuatro jornadas está dividida entre mañana y tarde, con los siguientes contenidos: designio de Dios y respuesta del hombre, llamada a la conversión, la muerte, María, discernimiento, centralidad de Cristo, el Espíritu Santo y la Iglesia. Entre las referencias a las que alude el autor están los Ejercicios espirituales de san Ignacio y la Regla benedictina para cuidar la relación de amistad con el Señor Jesús.
Habitados por el Resucitado
Por último, para los que quieran ejercitar sus sentidos en clave pascual, nos aproximamos a la animación conjunta que realizan la religiosa y biblista Dolores Aleixandre y el psicólogo laico Alfonso López-Fando 3. Si es cierto que hay un necesario ejercicio de espiritualidad que es barruntar a Dios en lo cotidiano, no menos cierto es que estamos convocados, por otro lado, a salir de lo cotidiano para atravesar con Jesús diferentes espacios que pueden iluminar nuestra existencia. El texto nos conduce decididamente a cinco escenarios o paisajes de la Pascua, que son: el Cenáculo, el huerto, el patio, el monte y el jardín. Nos brindan, además, unas pistas para encandilarnos con estos lugares a través de unos apartados de pedagogía espiritual, bíblica y psicológica: «Con la mirada atenta», que proporciona otros textos bíblicos que actúan como «caja de resonancia»; «En contacto con el propio corazón», que conduce a la oración; «Ensanchando el horizonte», que ofrece otras perspectivas a nuestra mirada; «Transformados por lo contemplado», que recoge diversos testimonios. Los autores hacen, pues, una propuesta consistente al contextualizar los textos, convidando a poner los sentidos atentos a cada escenario, conscientes de que los lugares condicionan las palabras que se pronuncian en ellos.
No vamos a desvelar el contenido de esta experiencia espiritual, pero sí resaltaremos algunas pinceladas que nos han cautivado. En ocasiones podemos elegir la posición en la que nos colocamos, otras nos viene dada. No pasa así con la postura, que sí podemos elegir. En la noche de la última cena, los que estaban sentados a la mesa con Jesús compartían un mismo lugar-posición como discípulos, pero no todos estaban en la misma postura-actitud. El pasaje del huerto nos lleva al discernimiento realizado por una religiosa misionera en Ruanda cuando, en el intento de exterminio de la población, fue violada y continuó con el embarazo, llevando África todavía más adentro. En el patio o atrio del palacio de Caifás recreamos la escena en que Pedro niega a Jesús y «sale fuera» (Lc 22,62). Se nos advierte de que también nosotros salimos «fuera» al rendirnos a la adversidad; sin embargo, al arrepentirnos de nuestra traición, podemos, como Pedro, volver otra vez «dentro».
En el monte del Gólgota descubrimos la desnudez de Jesús y cómo tapamos nuestra propia desnudez. Vislumbramos que «seguir al desnudo» no ha perdido hoy vigencia ni vigor. El capítulo final, enmarcado en el jardín, nos matricula en una escuela de lenguas donde se nos emplaza no a traducir, sino a entrar en el lenguaje nuevo, el del Resucitado.
Descubramos, transitemos por diferentes zonas verdes, que nos pueden ayudar a trascender lo geográfico para encontrarnos con Aquel que sostiene nuestras vidas. Cuidemos la ecología interior, que nos ayudará a convertirnos y descubrir las maravillas de la creación, tal y como se nos invita en Querida Amazonía:
Despertemos el sentido estético y contemplativo que Dios puso en nosotros y que a veces dejamos atrofiar. Recordemos que, «cuando alguien no aprende a detenerse para percibir y valorar lo bello, no es extraño que todo se convierta para él en objeto de uso y abuso inescrupuloso». En cambio, si entramos en comunión con la selva, fácilmente nuestra voz se unirá a la de ella y se convertirá en oración: «Recostados a la sombra de un viejo eucalipto, nuestra plegaria de luz se sumerge en el canto del follaje eterno». Esta conversión interior es lo que podrá permitirnos llorar por la Amazonía y gritar con ella ante el Señor 4.
El acompañamiento, punto de encuentro
Otra zona verde que podemos buscar es la del acompañamiento, en la vida comunitaria o familiar o a un nivel más espiritual, como veremos. Para que el acompañamiento pueda darse hemos de «dejarnos ver», exponernos, hablar, compartir... Cuando las familias o las comunidades religiosas se convierten en hoteles para dormir o comer, es imposible que se dé este acompañamiento, más bien se apaga la mística del vivir juntos. Unos a otros nos ayudamos con el servicio de la escucha, el servicio de las ayudas domésticas y el soportarnos unos a otros. Estos puntos los resalta magníficamente Dietrich Bonhoeffer en el capítulo cuarto de uno de los mejores libros que se han escrito sobre la vida en comunidad 5.
Tener un acompañamiento espiritual, alguien con quien podamos compartir de corazón, es una ayuda importante –podríamos decir indispensable– para la vida cristiana actual. Esos amigos del alma nos ayudan a permanecer fieles y consistentes en nuestra relación con el Señor. Este acompañamiento se narra magníficamente en la primera novela de James Martin, La abadía 6, donde Dios se hace sorprendentemente cotidiano. Los personajes: Anne, una atractiva mujer divorciada que ha perdido a su único hijo hace tres años y que vive sumida en la desesperanza; Mark, arrendatario de una casa de Anne, que trabaja como director de mantenimiento en una abadía trapense en un encantador paisaje de Filadelfia, y el padre Paul, el abad de mediana edad que disfruta de su vocación y de poder servir de instrumento para que otros encuentren a Dios.
Un camino de sanación interior es el proceso del duelo de Anne, su enfado con Dios, su diálogo con el dolor de María, los desgarradores recuerdos del accidente de su hijo, la memoria de sus padres, el encuentro con el anciano monje que la bautizó o su itinerario de oración con el Jardinero resucitado. Descubrir a Dios en los propios dones, en el reconocimiento de la inseguridad, en una vida un tanto superficial y centrada en el placer es lo que va acaeciendo en Mark. Una figura clave: el abad, un hombre también en búsqueda, que sabe lo que es amar, que siente que está vivo en medio de sus mil ocupaciones, que provoca diálogos hondos, que invita a contemplar la naturaleza y el misterio del Dios de Jesús. El padre Paul muestra las claves de un acompañamiento espiritual en el que los acompañados notan la actividad de Dios en medio de sus vidas.
El punto del Creador
Después de remarcar la importancia de las zonas verdes, nos gustaría observar dos puntos relevantes que aparecen en la Biblia: en el Génesis y en el evangelio de Lucas. En el relato creador de los dos primeros capítulos del primer libro del Antiguo Testamento, Dios pone un punto al culminar el séptimo día. Podríamos decir que es un punto y aparte. Un punto para releer la acción creadora, para recapitular, para admirar la grandeza de una obra surgida del decir divino, para subrayar la necesidad del descanso, de la pausa, de la invitación a la contemplación: «Para el día séptimo había concluido Dios toda su tarea; y descansó el día séptimo de toda su tarea. Y bendijo Dios el día séptimo y lo consagró, porque ese día descansó Dios de toda su tarea de crear» (Gn 2,2-3).
La manera de actuar de Dios nos muestra a nosotros posibles formas de gestionar nuestro tiempo, nuestra semana, dando espacios a relecturas, análisis, reflexión y oración. Ese punto del Dios creador supone nuestro punto de partida, al que habremos de volver para seguir transitando por la ortografía vital. Releer la vida de una manera creyente es una sana práctica que puede entroncar con el «proyecto de sentido», como gusta llamarlo a Juan Antonio Estrada, de lo que es la existencia diaria con el fin último de la misma. Como ocurre cuando escribimos un texto, que, al releerlo, descubrimos matices que faltan o ausencias que hemos de cubrir hasta que queda completo, así sucede también con esa mirada hacia la propia vida en clave de revisión.
Otro punto a modo de parada lo hallamos en casa de Marta y María (cf. Lc 10,38-42). La amistad es un don precioso para Jesús. Las personas experimentamos la necesidad de un ambiente donde expresarnos con libertad, confianza, con naturalidad, y sentirnos queridos. En casa de Marta y María se ofrece a Jesús la oportunidad del diálogo hondo, del descanso y de la mesa compartida. Marta y María son dos figuras complementarias para la vida cristiana. Necesitamos ser activos, entregados, serviciales como Marta y, al mismo tiempo, cuidar espacios para la oración, el diálogo, la intimidad con el Señor. María a los pies de Jesús nos transmite paz. Necesitamos escuchar al Señor, pararnos para recibir ese don y saciar nuestra hambre de sus palabras. ¡Qué gracia poder contar con hermanos y hermanas para dialogar, sin mirar el reloj, sobre la oración, el compromiso, nuestra vida! Ojalá cultivemos estos puntos, transformados en espacios como aquella casa de Betania, símbolo de acogida y de oración.
Tras la pausa del punto: en mayúscula
El punto se va repitiendo a lo largo de nuestra trayectoria vital. El punto y seguido queda impreso en lo cotidiano, en todo lo que hacemos. Va separando los diferentes enunciados de nuestro día a día, dándoles conexión, por lo que supone una pausa que oxigena nuestros pulmones y nos impulsa hacia adelante. Después de un punto, recuerda el dibujante Fano, se escribe con mayúscula: «Te vas de retiro, y escribes con mayúscula. Haces un buen rato de oración, y escribes con mayúscula. Cultivas la interioridad, y escribes con mayúscula, porque comienzas de otra manera, con una nueva ida, un nuevo propósito».
Continuemos con los tipos de puntos. El llamado punto y aparte lo establecen las circunstancias que conducen a cambiar de rumbo, los inicios de las diferentes etapas que jalonan la existencia, reconociendo que se deja algo atrás y que se inicia algo nuevo, esto es, un antes y un después, que sellan los encuentros que nos han ido transformando. Podríamos hacer un ejercicio de memoria de los distintos puntos y aparte de nuestra vida. Si, por ejemplo, leemos la biografía de algún santo, descubriremos también esas etapas. Recomendamos esta actividad con la novela El olvido de sí 7, de Pablo d’Ors, que desenvuelve las varias etapas del santo Carlos de Foucauld: la confusión del vizconde de Foucauld, el explorador de Marruecos, el converso francés, el novicio de Akbes, el jardinero de Nazaret, el ermitaño del Sahara, el hermano universal y el místico itinerante. Al ir contemplando esos puntos y aparte en la vida de este apasionado por Dios, caeremos en la cuenta de que toda ella estuvo atravesada por puntos y seguidos de singular hondura. El termómetro de la vida de oración de Foucauld era precisamente ver su actitud ante las tareas domésticas. Cuando lo que tenemos que hacer es pequeño, oculto, sin brillo, y lo hacemos con afán, ahí se percibe el mejor termómetro del orante. Eso le sucedió a María cuando fue no solo a visitar a su prima Isabel, sino más bien a atenderla en los muchos quehaceres de una mujer entrada en años, embarazada y con una casa que llevar adelante (cf. Lc 1,39-56).
Puntos y aparte: las etapas de la vida
También podemos asociar los puntos y aparte a cada una de las etapas de la vida. Lo haremos centrándonos en el texto de la adoración de los Magos (cf. Mt 2,1-12), que hace ver cómo la salvación que trae el Mesías es para todos los pueblos, no solo para los judíos. Los Magos, venidos de Oriente, representan a los paganos que se han puesto en camino y han descubierto a Jesús a través de los judíos. La tradición, por eso, los ha representado de distintas razas, de los tres continentes entonces conocidos. Pero, se pregunta Poldo Antolín, párroco de Virgen del Camino, de Málaga, esta interesante cuestión: ¿no podría entenderse que este Dios encarnado, Emmanuel, que viene para ser el Mesías de todos los pueblos, está emplazado a ser también el Mesías para todas las edades?
En efecto, la iconografía los ha representado, en muchos casos, no solo de tres razas, sino de tres edades, las tres edades de la vida: juventud, vida adulta y ancianidad. Podemos comprobarlo en La adoración de los Magos de pintores de la talla de Andrea Mantegna, Pedro Berruguete o Hans Memling. Las tres adoran precisamente a la primera de todas: un Mesías niño. Tres edades caminan juntas buscando lo mismo: su fin es adorar al Mesías. Han visto salir su estrella y vienen a adorarlo. La búsqueda de un interés común les ha permitido mantenerse unidos en un admirable viaje que seguro que no ha estado exento de dificultades, pero que han sabido recorrer juntos hasta llegar a la meta. ¿Qué actitudes por parte de cada uno lo habrán hecho posible? ¿Qué ha podido aportar cada cual como propio de su edad y beneficioso para el conjunto?
Nuestro rey mago anciano es el que verdaderamente adora, ha dejado su corona al pie del niño y le ofrece su regalo. Al agacharse se coloca por debajo del Mesías y deja verlo. Contemplad la escena en la Adoración de los Magos (1424) de Gentile da Fabriano. Los tres se encuentran juntos en el portal, mostrándonos quizá el mejor ejemplo de una comunidad intergeneracional donde cada cual, saliendo de sí, ha contribuido a recorrer el camino. Han llegado a la meta, y lo han hecho juntos. Un movimiento de descenso, que podemos llamar kenótico, de abajamiento, entrega y humildad se ha ido produciendo con el paso del tiempo.
Punto final: cambio de cromatismo
La Ortografía de la lengua española, de la Real Academia, nos recuerda que «si aparece al final de un escrito o de una división importante del texto (un capítulo, por ejemplo), se denomina punto final». ¿Puede existir un punto final para los creyentes? Probablemente, lo que existe es un cambio de color, pero nunca un final, porque la misericordia de Dios no tiene fin. Se entenderá con esta anécdota que supuso toda una revelación una mañana dominical, cuando veíamos la emisión del programa «Últimas preguntas», del 17 de julio de 2016 8, que dirige M.ª Ángeles Fernández en TVE. En esta ocasión, la entrevistada era Verónica Macedo, fundadora de Saniclown, la Asociación Nacional de Clowns para la Sanidad, que trabaja para multiplicar sonrisas en los hospitales. Verónica ha vivido de cerca el dolor y la muerte de algunos pequeños. Hace tiempo le pasó algo muy especial con una niña de cinco años que estaba en cuidados paliativos. Es una de las formas más bonitas que he visto de transmitir el significado del punto final. Le administraban ya morfina. Estaba muy cerca su final. Verónica, vestida de payaso, fue a visitarla con otra compañera y con la doctora que atendía a la enferma. Al verlas, con su sonrisa y su chupete, le dedicó a cada una un piropo: una iba vestida como el cielo azul; otra, como un arco iris, y la tercera, como un sol. En el momento en que falleció, Verónica soñó con ella. En el sueño estaba ella y su mamá. La niña le dice: «Mamá, solamente voy a pasar de un cielo azul clarito a un cielo azul oscuro lleno de estrellas». O como canta Rosana: «Quiero, quiero, quiero... empezar en la tierra y seguir en la orilla del cielo».
La pasión, con punto y coma
Otra tipología de punto es el punto y coma. Muchos se preguntan: ¿para qué sirve el punto y coma? Se da una ambivalencia, ya que puede aproximarse al uso de la coma o al del punto. Echando nuevamente mano de la Ortografía de la lengua española, nos marca su capacidad para jerarquizar la información y ser buen indicador de la vinculación semántica entre las unidades lingüísticas. Nos gusta la imagen que utiliza la periodista Tamara Cordero Jiménez para este signo: «Vas corriendo a un ritmo acelerado. No terminas una acción y comienzas otra. Ahí necesitas de una pausa mayor que la de la coma –de la que hablaremos a continuación– y menor que la del punto». También es útil para hacer enumeraciones, planificar u ordenar. Así, si hiciéramos relación de los diferentes acontecimientos de la pasión de Jesús, nos vendría bien el uso del punto y coma para secuenciar las diferentes partes e irnos preparando a adentrarnos en el misterio de su muerte y resurrección.
Descubrimos algunos puntos y coma embarazosos en el evangelio de Lucas, en el discurso contra los fariseos: «¡Ay de vosotros, porque edificáis los sepulcros de los profetas que vuestros padres mataron! Por tanto, sois testigos y estáis de acuerdo con las obras de vuestros padres; porque ellos los mataron y vosotros edificáis» (Lc 11,47-48). Se relaciona la complicidad para acabar con los portavoces de Dios. Otras veces, el punto y coma parece querer unir sanación y alabanza agradecida a Dios, ahora en el evangelio de Mateo: «De suerte que la gente quedó maravillada al ver que los mudos hablaban, los lisiados quedaban curados, los cojos caminaban y los ciegos veían; y glorificaron al Dios de Israel» (Mt 15,31). Descubrir la presencia, la compañía, la fortaleza que nos da el ser seguidores de Jesús, por la acción del Espíritu, ha de conducirnos a la alabanza más sincera, incluso en los momentos de persecución.