Kitabı oku: «Orejas de colores»

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Orejas de colores

Sugerencias para escuchar a Dios en lo cotidiano

Fernando Cordero, SS.CC.


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ISBN: 9788428562478

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A la memoria,

con tantas resonancias

de la música del seguimiento de Jesús,

de don Antonio Cabrero Rodríguez,

párroco de Algodonales

de 1981 a 2015.

A l’estupenda família

del Col·legi Padre Damián SS.CC.

de Barcelona.

I tant…!

Prólogo

Dicen que quien canta reza dos veces. Yo me atrevería a afirmar lo mismo de quien lee, escribe o pinta. Me explico. Quien lee guiado por el anhelo de la verdad, quien escribe con palabras gestadas en el corazón, quien pinta para plasmar la belleza que intuye en el mundo… todos ellos entablan un diálogo sincero, aunque no siempre consciente, con Aquel que es la fuente de la verdad, de la autenticidad y de la belleza.

En Orejas de colores, Fernando Cordero lee, escribe y pinta, y lo hace orando, él sí, con plena consciencia, porque todo el libro rezuma plegaria. El título es paradójico, pero de ningún modo es un artificio literario gratuito ni un simple recurso publicitario. Las orejas no son precisamente el órgano más invocado para aludir a la belleza del cuerpo. Los ojos le pasan siempre por delante y nos hacen olvidar la importancia de la escucha.

Fernando, tal como se hace patente en este libro, es un hombre acostumbrado a escuchar. Amante de la buena conversación, sabe estar atento a su interlocutor. Acoge lo que el otro dice y lo que el otro es. Esta es la clave de casi todo. Nos preocupamos mucho de lo que debemos decir y muy poco de escuchar lo que nos dicen. Escuchar es una manera de descentrarnos, de olvidarnos de nosotros mismos y abrir las puertas de nuestra casa a los demás. En definitiva, es una manera de amar. Y en el mundo de hoy, hay muchas voces que necesitan ser amadas-escuchadas.

Además, Fernando escucha lo que lee, lo que ve y, sobre todo, lo que vive. Solemos leer para polemizar con el autor escogido o para sentirnos confirmados en nuestras opiniones. Pero entonces solo nos escuchamos a nosotros. Leer se convierte en un monólogo solipsista. Encerrados en nuestras opiniones, creemos que ya no queda nada por descubrir.

No así el autor de Orejas de colores. Cada lectura es una oportunidad para dejarse sorprender con ideas nuevas o puntos de vista enriquecedores. En el libro encontramos numerosas citas de otros autores, no para hacer gala de una erudición envidiable, sino para reconocer con humildad que, casi siempre, somos deudores del pensamiento de otros.

Leer es orar si entre las voces de los escritores sabemos intuir el eco de la Palabra por la que todo fue hecho (Jn 1,3). Leer es orar si se convierte en el ejercicio de estar a la escucha, como María de Betania, de no dispersarse con tantas distracciones para ahondar en lo esencial. Este libro nos enseña a leer, a escuchar los libros, a buscar la verdad oculta tras las palabras escritas, a dialogar con los autores entrando en comunión con su experiencia.

Pero con las orejas de colores no aprendemos únicamente a alimentarnos de la lectura. Fernando nos enseña a escuchar la vida para transformarla en sabia experiencia. De poco sirve vivir acontecimientos, exponerse a las circunstancias, abrirse a las emociones si luego somos incapaces de captar el mensaje que llevan implícito.

Decía que Fernando lee, escribe y pinta. Y escribe muy bien. Sin caer en una retórica estéril, utiliza un lenguaje de una gran belleza que seduce al lector y lo adentra en el sentido del texto. Los títulos de los apartados son ingeniosos y provocadores. Cada capítulo es una monodosis de esperanza. Parte de una escucha, bien sea de un autor o de una vivencia. Este material rebosante de vitalidad alimenta una reflexión profunda para conducirnos a una oración que hermana experiencia y anhelo, sueño y compromiso, historia y eternidad.

Escribir puede ser un ejercicio de autocomplacencia o un servicio. Por supuesto nos encontramos frente al segundo caso. Una escritura que es esfuerzo personal para poner la palabra al servicio de la esperanza, porque en la construcción de un mundo mejor necesitamos palabras que lo describan.

Fernando es un artesano del lenguaje. Además de hacernos disfrutar con un estilo muy cuidado nos proporciona el instrumental necesario para interpretar nuestra realidad y empujarla hacia horizontes más justos y liberadores.

Y Fernando también pinta. ¡Nadie dirá que a este libro le faltan colores! Agrupar las diferentes meditaciones tras un cromatismo lleno de significado es de una originalidad simpática y llamativa. A veces el peso del día a día nos deja tan apesadumbrados que perdemos la capacidad de dar color a la vida. Entonces nos acostumbramos al simplificador «blanco y negro» o, peor aún, al aburrido, monótono y desalentador gris lánguido. En cambio, a través de este libro resuenan en nuestro corazón palabras exultantes de color que nos invitan a despertar a esta primavera que es la vida de la fe.

Y los colores se unen a las formas. Como muy bien confiesa Fernando, él es un «buscador de imágenes sugerentes», porque las palabras dibujan la realidad. Cuando vamos de excursión y parece que nos hemos perdido, agradecemos que alguien nos haga un croquis de nuestra situación: una montaña aquí, un pueblo acá, un río por allí, un camino por allá. Al verlo, lo reconocemos, nos reencontramos, nos ubicamos, sabemos adónde dirigirnos. No me extraña que Fernando sea tan amigo de Fano. Con un dibujo o una imagen nos hacen entender lo que resulta un galimatías para nuestras mentes resabiadas.

Y, por último, quisiera destacar un gran valor de este libro. Leerlo te hace sentir Iglesia. Mejor dicho, te hace sentir la alegría de ser Iglesia. Una Iglesia real, la de tantas parroquias, colegios y grupos de diversa índole, donde se reúnen hombres y mujeres con sus defectos y virtudes, pero con muy buena voluntad. Una Iglesia iluminada por una vivencia auténtica, vertebrada con sólidas complicidades, cimentada en esperanzas con fundamento, sostenida por heroicidades cotidianas. Una Iglesia que no elude el dolor sino que abraza a sus víctimas con compasión. Una Iglesia que escucha y que tiene mucho que decir. Una doble misión que ha asumido con gran acierto mi amigo Fernando Cordero, porque consigue hacernos rezar dos veces cuando leemos sus libros. Muchas gracias por Orejas de colores.

Josep Otón

Barcelona, 6 de enero de 2016

Introducción

Con mi llegada a Barcelona ha comenzado una nueva etapa en mi vida, que estoy acogiendo como auténtica oportunidad para ponerme a la escucha de Dios, que nos habla continuamente a través de tantas personas con las que nos relacionamos en lo cotidiano, con otras de cuya presencia y testimonio ni la distancia puede privarnos, junto a los nuevos rostros que enriquecen con su novedad y aportaciones singulares la historia personal.

Este libro es una invitación a la escucha profunda. La escucha puede despertar la sorpresa, la creatividad, nos alterará porque perforaremos la realidad y no nos quedaremos en la superficie ni en un nivel periférico de la existencia ni de los otros –y ojalá que de «todo otro»– ni del Otro. Escuchar nos hace bien a nosotros y a los demás. Una escucha atenta puede llevar a transformarnos a cada cual y al que se siente escuchado:

«La escucha activa representa una de las caricias y estímulos positivos más importantes para la persona. El que se siente escuchado experimenta que es reconocido por el otro, considerado, respetado como distinto. Percibe que es buscado allí donde se encuentra o encontrado allí donde está, donde necesita para ser y para afrontar las dificultades o ser sostenido en el camino de convivir con los límites que no sean superables»[1].

Diferentes circunstancias, personas, acontecimientos pueden hacer que nuestra escucha se coloree. He disfrutado de tres experiencias de color intenso que han provocado estas páginas: contemplar el interior de la Basílica de la Sagrada Familia de Barcelona, la lectura de Los sacramentos y la belleza de Dios, de Bruno Forte, y un poema de Gianni Rodari, Un señor maduro con una oreja verde, que me recitó de memoria mi amigo Fano. De todos ellos extraigo una reflexión para vivir más en consonancia con el Evangelio en nuestra cotidianidad.

El propio Fano, en uno de sus dibujos, ha llegado a pintar a la Virgen María con una oreja verde, símbolo de la escucha que no se marchita. A raíz de su genial ocurrencia, he pensado dividir este libro en ocho capítulos, cada uno de ellos representando un color. Joana Ojeda, una artista del Colegio Padre Damián SS.CC., implicada activamente en la pastoral, me ha sugerido el significado de cada uno de los colores, que me han servido para agrupar estas reflexiones. Lo mismo pasa en la vida: los demás nos colorean. Es algo inevitable. A nosotros nos toca saber procesar el color de los mensajes que nos llegan para ser de verdad testigos de Jesús en medio de nuestra sociedad. Somos, como le gusta decir a la periodista e incansable activista en la donación de órganos, Susana Herrera Márquez, «un lienzo vacío que se transforma en lo que pintemos en él».

A veces me preguntaba si algunas de las referencias, anécdotas e historias que incluyo resultarían demasiado personales. Podría quizá haber optado por alguna manera menos concreta de narrar y de sugerir. No me ha salido. Lo que he ido viviendo ha ido coloreando mi propia experiencia y mi manera de contar. Sería, por ejemplo, imposible que cuando penetras en la Sagrada Familia no te dejaras impregnar por los colores de un auténtico bosque interior que te embarga. El color es vida. El arquitecto de Dios, Antoni Gaudí, admiraba los colores, «por eso los quería en sus obras, porque son expresión de vida y de alegría»[2]. Quizá durante mucho tiempo hemos velado por sistematizar armónicamente la fe, esfuerzo que es, sin duda, esencial, sin el suficiente empeño en narrarla, en hacerla más carne, más propia. Valgan estas páginas como humilde aportación en ese camino de traducir los grandes conceptos y palabras a nuestras experiencias más cotidianas.

En este proceso he recordado a un sacerdote al que tengo un gran cariño y admiración, Antonio García Rubio. Antes de mi ordenación sacerdotal cayó en mis manos uno de sus libros: Diario de un asombro[3]. Fue un auténtico acompañante en mi camino como joven sacerdote. Allí compartía con los lectores seis meses de su diario, del diario de un párroco –entonces al servicio de la Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Colmenar Viejo, ahora en la Parroquia del Pilar de Madrid–. Me cautivó la manera de encontrarse con Dios en las diferentes personas y actividades de su día a día, en la liturgia, en el necesitado, en las visitas, en su madre, en su oración personal… Una delicia de lectura. Luego, gracias a otro sacerdote amigo, Gregorio Mateos, tuve la suerte de conocer a Antonio, uno de los regalos que he recibido en estos años de ministerio y que me han hecho ensanchar la fraternidad sacerdotal. Él tiene parte de responsabilidad en haber hecho más transparente las diferentes experiencias que trato de comunicar y que invito no ya a repetir sino simplemente a que escuchemos atentamente tantos susurros de Dios en nuestro entorno. Seguro que algo sucederá.

He aquí los capítulos en torno a ocho colores en los que está dividido este volumen, acompañados por una breve explicación para situar al lector. Se puede leer desde esta indicación cromática o accediendo al capítulo que a cada cual le parezca más oportuno o que mejor coloree el momento que está viviendo:

I. Verde

Las orejas verdes de María: El verde de la juventud, de la escucha que permanece siempre joven, inalterada, con toda su capacidad.

Oportunidades: El verde de la contemplación del futuro con perspectiva, dando sentido a lo que se vive con un horizonte de esperanza.

II. Azul

El color del Cielo, que evoca relaciones nuevas, las del Reino, como son las que gozan ya los que son nuestros modelos en el seguimiento de Jesús: los santos. Ellos nos enseñan, entre otras cosas, a perdonar, a crecer en la adversidad, a entregar la vida a fondo perdido y ponerse continuamente en el lugar del otro:

El perdón de Bakhita.

La fragua de la resiliencia.

Unas monjas de cine.

Una sombra de regalo.

Pere Tarrés en el camino.

III. Morado

El color del Adviento, de la esperanza en medio de un tiempo de conversión y cambio. También el color de la Cuaresma, interpelación a ser más proféticos y más de Jesús, como monseñor Óscar Romero o tantos profetas anónimos de nuestro tiempo:

El reloj del Adviento.

Las ronchas de la Cuaresma.

IV. Blanco

Sacramentos con color: el blanco es la síntesis de todos los colores, de los que se hablan en este capítulo dedicado al sacramento del matrimonio.

De Sánchez a Sanctus: el blanco resume la gama multicolor que se disfruta en el interior de la Basílica de la Sagrada Familia de Gaudí.

Don Antonio: el blanco de los pastores de la Iglesia que sirven al Pueblo santo.

Los anteojos del papa Francisco: el blanco de la Resurrección.

V. Negro

Viernes de Vía Crucis: Contemplamos la muerte de Cristo. El negro nos hace entrar de lleno en la realidad que más oscurece la existencia.

Uba: En la vida de tantos inmigrantes que llegan a nuestro país en patera, este color define la dureza de la travesía y la incertidumbre de su futuro.

VI. Amarillo

Alas para alcanzar la Estrella: El color de las estrellas, el deseo de que nuestra vida no quede a ras de suelo sino que sepamos que tenemos una vocación más alta que no se nos puede olvidar con los vaivenes del día a día.

El «Shambala» y las metáforas: En un día veraniego se descubren con facilidad imágenes que nos transportan cerca del sol.

VII. Rojo

De llegar a lo profundo de uno mismo, de la interioridad. El color del corazón, del amor y del amor más puro que es el de la Misericordia de Dios. Es también el color de la espiritualidad de los Sagrados Corazones de Jesús y de María que nos muestran el Amor entrañable de Dios.

El laberinto.

Jueves del ejemplo.

Un amor interesado.

Un músculo particular.

Fuego, carne y bronce.

La viga maestra de la Iglesia.

VIII. Naranja

El color naranja es el que dinamiza la creatividad, nos sorprende en medio de lo cotidiano, llamándonos a la acogida fraterna y a la amistad.

De patinajes, armarios y radio.

La ensalada y el dopaje.

La amistad en el Prado.

I. Verde

Las orejas verdes de María

«No esperes a que te toque el turno de hablar,

escucha de veras y serás diferente».

Charles Chaplin

En una charla-taller que impartió en nuestra iglesia de los Sagrados Corazones de Barcelona, el dibujante Patxi Velasco Fano nos mostró una imagen de la Virgen María con las orejas verdes. Me quedé un tanto sorprendido porque, al contemplar el dibujo, sabía perfectamente que ese color chillón, que rompía la armonía del resto, no estaba allí por equivocación ni por una improvisada ocurrencia del artista. Sin embargo, he de confesar que no sabía el sentido que le había dado mi amigo malagueño al mismo.

Como a Fano le encanta la pedagogía, nos recitó de memoria un poema de un escritor italiano de cuentos infantiles: Gianni Rodari. Los versos en cuestión llevan por título Un señor maduro con una oreja verde[4]:

«Un día, en el expreso Soria-Monteverde, vi subir a un hombre con una oreja verde.

Ya joven no era, sino maduro parecía,

salvo la oreja, que verde seguía.

Me cambié de sitio para estar a su lado

y observar el fenómeno bien mirado.

Le dije: «Señor, usted tiene ya cierta edad;

dígame, esa oreja verde, ¿le es de alguna utilidad?».

Me contestó amablemente: «Yo ya soy persona vieja,

pues de joven solo tengo esta oreja.

Es una oreja de niño que me sirve para oír

cosas que los adultos nunca se paran a sentir:

Oigo lo que los árboles dicen, lo que los pájaros cantan,

las piedras, los ríos y las nubes que pasan».

Así habló el señor de la oreja verde

aquel día, en el expreso Soria-Monteverde».

«Es una oreja de niño que me sirve para oír / cosas que los adultos nunca se paran a sentir». Es lo único que le queda sin arruga al buen señor. El verde evoca la vida, la juventud, la frescura. Una oreja que se mantiene verde para estar atenta al sonido de lo que, fácilmente, puede pasar desapercibido cuando los ruidos, la prisa y los intereses de lo urgente, nos llevan a entrar en la migraña del zumbido, cuando más que escuchar nos evadimos del presente.

Aprender con orejas de niño, con ganas, haciéndose preguntas, balbuceando las respuestas… Hacernos oído para que los otros puedan decirnos algo y puedan «decirse» en un encuentro de calidad, de persona a persona, donde la escucha se hace bandera de intercambio. De esto sabe mucho María. Ella es la oyente de corazón. Escucha a Dios de corazón a Corazón. Solo se intuyen los latidos del Corazón de Dios en la escucha atenta de su Palabra. María, con las «orejas verdes», no una, sino las dos (y dicho sea con todos los respetos), nos muestra, como maestra, la importancia de la escucha al Misterio insondable que se hace visible, audible, en el llanto de un niño pequeño, en la voz del adolescente que busca el sentido de su existencia, en el joven carpintero que hace suyas las historias de su pueblo, en el hombre que sale por los caminos para anunciar al Padre eterno.

Hay también otra María con las «orejas verdes». Ella habitó el hogar de Betania, junto a Lázaro y Marta. Especialista en escucha, supo rumiar en su vida el misterio de su mejor amigo: Jesús. María no fue una teórica de las relaciones interpersonales sino que las practicó desde la acogida sin prisas ni relojes. Como bien expresa Josep Otón, «escuchar a Jesús significa dejarse transformar por una amistad que se expresa a través del diálogo. Es más importante la relación entre los interlocutores que el contenido de la conversación»[5].

Irá pasando el tiempo. Las arrugas nos irán surcando y se grabarán en nuestra piel. Sin embargo, no dejemos deteriorar nuestras «orejas verdes», al estilo de las de María de Nazaret, como las de Marta de Betania, como las de tantos que, a pesar de los años, el cansancio, el dolor, el sufrimiento y la enfermedad han seguido con sus pabellones auditivos jóvenes, porque nunca es tarde para escuchar, siempre es necesario a cualquier edad, en cualquier momento. La escucha es escuela de los discípulos de Jesús, de los amigos de María de Nazaret y de los ciudadanos de un mundo nuevo.

Quiero siempre, Señor, unas orejas verdes,

ni muy grandes ni muy pequeñas,

me conformo con que sean en escucha diferentes.

Que no se cansen de oír mil veces

la historia del abuelo o vecino anciano,

los achaques del enfermo asustado,

las costumbres del inmigrante sin rumbo claro,

los gritos de los niños que ponen a los mayores

de color oscuro y semblante alborotado.

Quiero, Señor,

unas orejas con cierto parecido

a las de María de Nazaret,

Nuestra Señora de las Orejas Verdes:

experta en atenciones al que tiene hambre y sed,

al que se le pueda aguar la vida

si no hay milagro de vino y mesa compartida.

Quiero, Señor, vivir aunque sea un rato

en la casa de Betania,

para hacerme el oído a la música

de María y de Marta,

escuchar para servir y servir para vivir,

porque por muy poco que esté de moda,

lo nuestro es servir,

con el delantal de la paciencia,

la escoba de la entrega,

la cazuela de la oración

y el lavavajillas de la esperanza

que, aunque muchas son las manchas,

mayor es la gracia

de Aquel que nos colocó dos orejas,

para ser expertos en humanidad

con olor a ovejas.

Oportunidades

«El pesimista siempre ve la dificultad en cada oportunidad,

el optimista ve la oportunidad en cada dificultad».

Winston Churchill

Últimamente estoy experimentando que lo que puede ser una complicación, un obstáculo o una barrera quizá no sea nada más y nada menos que una auténtica posibilidad para abrir campos nuevos. La aproximación a la obra de Josep Otón me lo ha recordado. Su pensamiento es una sugerente oportunidad para vislumbrar posibilidades en nuestra secularizada sociedad. No todo es malo, ni hay que ponerlo bajo una nitzscheana sospecha. Lo que en principio puede ser problemático para la fe puede transformarse en oportunidad. Creo que esto es fundamental en pastoral: alentar una mirada esperanzada, abierta, global, fraterna… Eso fue precisamente lo que destacó el Sínodo de los Obispos sobre la Nueva Evangelización para la transmisión de la fe cristiana[6]: «Nada de pesimismos; la globalización, la secularización y los nuevos escenarios de la sociedad, como las migraciones, incluso con las dificultades y sufrimientos que conllevan, deben ser oportunidades de evangelización».

Rumiaba estos pensamientos mientras asistía a una de las citas de la XI Mostra de Cinema Espiritual en la Filmoteca de Cataluña. Proyectaron Philomena (2013), de Stephen Frears. Peio Sánchez, coordinador de la Mostra, y la profesora Claustre Solé, biblista en la Facultad de Teología, nos ofrecieron el contexto de la película y sus claves principales. Lo que podría haber sido una crítica aciaga a la Iglesia católica en la Irlanda de mediados del siglo pasado, se convierte en oportunidad para vislumbrar dónde están realmente las actitudes de perdón, redención, ternura, alegría… Una madre soltera a la que arrebataron hacía cincuenta años a su hijo nos brinda las actitudes de los que más cuentan para Jesús. Una mujer sencilla, con una historia dura como la de tantas vidas, nos habla con su ejemplo de lo que es encarnar el Evangelio y cómo la Palabra de Jesús se convierte en cauce de salvación, de renovación, de oportunidad para vivir al cien por cien.

Y si nos fijamos en los chavales, en las familias, en la gente que nos rodea, seguro que descubrimos, en medio de lo oscuro y gris, visibles oportunidades para que la Buena Noticia ilumine esa cotidianidad, a veces cargada del lastre de las propias cargas, el peso, el dolor o la escasez. Realmente para los que aman, todo puede tornarse en oportunidad.

Es también mi propia experiencia como religioso que ha de afrontar cambios de destino cada cierto tiempo y, con frecuencia, cuando más feliz me encuentro he de activar el camino del éxodo. Hace unos meses, cuando despegaba el avión desde el aeropuerto de La Parra en Jerez de la Frontera rumbo a Barcelona, no podía evitar que las lágrimas empañaran el inicio de una nueva aventura, de comenzar casi desde cero a conocer nuevas personas, realidades, trabajos. Me parecía que me habían arrancado de cuajo, como un árbol trasplantado de raíz. Hoy descubro que he sido trasplantado, pero que sigo con mis raíces, abierto a acentos nuevos, a aprendizajes que ensanchan el corazón y otean la esperanza. De alguna manera he regresado a mi infancia, a los años en que viví en Esplugues de Llobregat de pequeño. Pero sigo hablando con el acento de mi pueblo, de Algodonales, en la serranía de los Pueblos Blancos de Cádiz, influenciado por otras maneras de hablar de los sitios por donde he pasado.

Hoy he concelebrado la eucaristía junto a la tumba de Gaudí, con mosén Lluís Bonet, párroco de la Sagrada Familia, que me ha dicho: «Tienes un acento andaluz muy marcado. No lo pierdas nunca». Creo que terminaré hablando catalán con acento de Cádiz, pero tengo gente estupenda a mi alrededor que me pega también su manera de decir y su pasión por la vida. Creo que eso es realmente lo importante. Estar abiertos a la oportunidad del otro, cuando el éxodo se convierte en adviento, en encuentro, expectación y corazones caldeados ante el que está por venir.

Las oportunidades de la vida pueden venirnos con facilidad disfrazadas de sorpresas. Y la verdad es que no dejo de sorprenderme de lo inesperado, lo que nos viene como don, comunicación, encuentro, diálogo y entrega, ya sea un bonito paseo por los tesoros del Vallès, el bautizo de Elba, unas inolvidables colonias de verano en el Montseny, compartir metáforas con Carol o el regalo de unos sabrosos panellets.

Las oportunidades en medio de crisis y tensiones son complicadas. Aunque cueste, no podemos desaprovecharlas. Al presentar su libro Hoy es ahora[7], al jesuita José María Rodríguez Olaizola le formulaba un periodista esta pregunta: «¿Se apunta al tópico de que detrás de una crisis se abren nuevas oportunidades y puertas?». Y José María, con su tono equilibrado y sus perspectivas de experto sociólogo responde con lucidez: «En estas situaciones hay catastrofistas, que en todo ello solo ven el principio del fin; después están los benévolos, que dicen que solo hacen falta unos pocos ajustes. Luego está esa otra mirada de que una crisis es una sacudida seria en la que se tambalean cimientos, se rompen inercias... Pero es una oportunidad en muchas facetas. En las crisis serias corres el riesgo de doblarte o romperte, pero puedes salir más fortalecido como persona, con tu pareja, con tu entorno...».

Nunca pienses que no es posible,

nunca cierres tu corazón a lo nuevo;

nunca dejes de soñar,

de querer ser feliz;

que nadie recorte tus alas

y te lance al vacío del sinsentido.

Aunque la enfermedad,

el cansancio, lo gris de cada día

te hagan pasar por el mal trago del sufrimiento,

nunca dejes de soñar que es posible,

que merece la pena continuar despierto.

Si Abrahán se hubiera reído del designio de Dios,

si el profeta Jeremías se hubiera echado para atrás,

si el rey David no se hubiera enderezado,

si María de Nazaret hubiera dicho que «no»:

nunca habría habido oportunidades para el Amor.

Nunca quedemos encerrados en el «no»,

como el niño caprichoso que lo silabea de continuo

o el anciano sin memoria que solo dice «no».

Inspíranos, Señor,

con el soplo de tu Espíritu,

para que pronunciemos el «sí».

Sí, es posible,

tras la noche vendrá la luz,

que nos posibilitará una nueva jornada

nada más y nada menos que para amar.

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