Kitabı oku: «Santander», sayfa 2
¿No le parece a usted, mi querido Santander, que esos legisladores, más ignorantes que malos, y más presuntuosos que ambiciosos, nos van a conducir a la anarquía, y después a la tiranía, y siempre a la ruina? Yo lo creo así y estoy cierto de ello. De suerte que si no son los que completan nuestro exterminio, serán los suaves filósofos de la legitimada Colombia” (carta de Bolívar a Santander.—Junio 13 de 1821).
¡Qué bello! Nos dice allí el Libertador que en Colombia no se había manifestado la voluntad popular, por incapacidad; que la única voluntad manifestada era la de su ejército y que en la Nueva Granada había un grupo de ideólogos, suaves filósofos, que iban a destruir su obra. Y esta profecía se la hace al rábula que valiéndose de ellos la iba a destruir, y a asesinarle moralmente.
Pues bien: los mineros y usureros de Antioquia; los bogas del Magdalena; los indómitos pastusos y todas las hordas salvajes que vegetábamos cuando la guerra de independencia, estamos ya unificados racialmente, y ¡Santander no puede ser nuestro héroe!
Queda explicado que ni los antioqueños, ni los caucanos y pastusos, ni los costeños del Atlántico, que hoy formamos la más prometedora nacionalidad de Suramérica, tuvimos parte o culpa en la formación de esta república clerical y masónica que celebra ahora, en mayo de 1940, el primer centenario de la muerte del general Santander. En nosotros comienza la Colombia futura.
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Panorama suramericano de héroes nacionales: Perú es pueblo huérfano de héroe, pero en su política conquistadora se manifiesta el inca expansivo. Pueblo peligroso para sus vecinos. Otros le hicieron la emancipación.
Chile tiene a nuestro padre O’Higgins. Dejémosle hasta que perezca la aristocracia viciosa de Santiago.
En el desgraciado Ecuador el padre de la patria es Juan José Flores, venezolano, compadre de Santander, nacido en Puerto Cabello de ajuntamiento desconocido… El pueblo es indio. Si no despiertan y libertan al nativo, se los llevará el Perú.
Venezuela, la noble Venezuela, tiene la ciudad santa y todas sus piedras son lugares sagrados; fue autora de la guerra de independencia suramericana. Podemos decir que está por encima de los héroes nacionales.
Aspiramos a que este libro sea incitación a comprender cómo nacieron las repúblicas suramericanas. Las ciencias madres de la sociología proporcionan visión de los hombres y pueblos como fenómenos del devenir.
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El sitial de Bolívar es olímpico. Le sentimos entre los dioses que vivifican el universo. De la guerra que le inició Santander y de donde surgieron estas repúblicas que perdieron el istmo de Panamá, deseamos mostrar cómo le hizo detener en su marcha al Río de la Plata y a la unificación del continente: le trajo a Bogotá, al frío lomo andino, y le formó pelea en el campo en que Santander era invencible: el de la pequeñez: elecciones, compadrazgos, congresos, libelos, suspicacias, intrigas… Fue como ágil hormiga en lucha con el león. ¿Cómo vencerlo? Yendo y viniendo, andando más allá, picándole los ijares… El león corre, desespera y muere precipitado: así fue como el Mayor Santander venció al Libertador.
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A los aficionados a la filosofía nos está encomendada la obra de suministrar la visión amplia de que seamos capaces: incitar a la comprensión del fenómeno social. Nuestro problema de ahora es el de cómo nacen los héroes y qué significan, y desnudar a un ídolo falso que tuerce el camino de la juventud; cómo se desarrolla el drama humano, de dónde y para dónde, y aplicar esta visión a Santander.
Porque pretendemos llenar una necesidad de estos pueblos que viven en la apariencia, en la múltiple apariencia, sin vuelo, amando y padeciendo pequeñeces, vida atómica, pasiones minúsculas. ¿Y no es la filosofía el ascender, según la capacidad, a las colinas más o menos altas, desde donde se abarcan en conjunto los fenómenos?
Hemos trepado a cima desde la cual vemos a los actores suramericanos en sus puestos, apaciblemente, guiados en la acción por sus demonios interiores o fatalidad biológica. Esta nuestra colina es el problema del héroe nacional, planteado y resuelto aquí por primera vez.
Nada nos importan panegíricos e insultos, que serán la contribución y tributo de los colombianos en este centenario. Queremos un libro de filosofía y una estatua viva: Historia.
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¿Qué es historia? La ciencia que de una sucesión de hechos sociales induce la energía que en ellos se manifiesta, y el futuro. Considera los hechos como índices de una voluntad. Es útil, por futurista; emocional, por adivina; estética, porque vivifica. Trabaja en las formas pasadas para prever las futuras.
La historia aspira a visión en conjunto del drama. Para ella el mundo es voluntad y representación. Indaga inductivamente la voluntad social y augura la representación.
No llamemos historia los veinticuatro tomos del Archivo Santander: son los documentos que dejó para cubrirse: monedero falso. Cartas, oficios, narraciones de campañas, monumentos, medallas y retratos, y la vida de sus hijos espirituales que le heredaron el gobierno, son apenas fenómenos para inducir, material indicador.
Montón de imágenes de hechos: eso es lo que hay sobre esta mesa; por más que los lea y aprenda de memoria no dejarán de ser lo que son: índices; y mientras no logren, como dedos que señalan, incitarnos a ver lo que subyace, la vida, no tendremos la estatua animada del Mayor Santander.
¿Qué señalan esos índices, materiales para la historia? Señalan el por qué sucedieron. Y como la energía que en tales fenómenos emergió no se extingue, también nos señalan el futuro fenoménico.
¿Qué devenir urgía para que sucediera este hombre llamado Santander y qué porvenir nos revela acerca de la patria?
¡Ojalá podamos cumplir nuestro deber, tal como lo hemos expuesto!
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En esto de biografías se han usado dos métodos hasta hoy: el narrativo y el filosófico. El primero saca su interés de los procedimientos del novelista; es muy exitoso: Ludwig. El segundo es más serio e intelectual: Zweig.
Usaremos nuestro método, el emotivo: revivir la historia por el procedimiento de la autosugestión, según la técnica que expusimos en el tratado del conocimiento, que lleva por título Mi Simón Bolívar. La ventaja o inferioridad de este procedimiento sobre los que hasta hoy se han usado es asunto que dejamos al lector.
Capítulo Primero
NACIMIENTO E INFANCIA.—SANTANDER ANTIOQUEÑO.—HOMBRE REPRESENTATIVO Y PADRE DE LA NACIONALIDAD COLOMBIANA.—LOS CURAS.—SUS PADRES.—PREÑEZ Y GESTACIÓN. —HOMBRE DE FRONTERA.—HOMBRE CUBIERTO. —JOSEFA.—SE COME LAS PRUEBAS.—ESTUDIO GRAFOLÓGICO.
UN HISTORIADOR debe comenzar por mucho antes del nacimiento de su héroe y por los augurios, como Plutarco lo practicara. Así, yéndonos lejos en la prehistoria o historia racial de Santander, encontraremos, no que descendiera de Mercurio o Marte, sino algo mejor: ¡era antioqueño…! Por allá en mil setecientos y tantos, en la ciudad de Antioquia hallamos a un tal Rodrigo de Santander, perteneciente al grupo que entró por el sur con Belalcázar. Rodrigo dizque engendró un hijo, que fue cura, y también otro que no se sabe qué se hizo… Aparecen los Santanderes en la costa atlántica y después en la Villa del Rosario de Cúcuta: la sangre antioqueña es como mancha de aceite que va cubriendo toda la nacionalidad.
Meditemos bien en esta correría y en esta antioqueñada y tendremos augurios: las andanzas fueron desde el sur, circulando por las fronteras actuales de Colombia, deteniéndose en Antioquia, y el muchacho vino a nacer en el punto neurálgico de la frontera con Venezuela: “hombre representativo”, “héroe nacional”, “hombre de las leyes”. ¿Entienden los augurios?
¡Y qué bella es la psico-biología! ¿Cómo explicar, sino por antioqueño, por los recuerdos prehistóricos del feto, el que Santander amara tanto el dinero, y el que fuera tan astuto para manejarlo? “Organizador de la victoria”. Dejó bellas haciendas, casonas en la Calle Real, becerros, morrocotas y sobre todo créditos… Daba en mutuo, a interés. Todo eso es antioqueño. Apuntaba para publicarlas las limosnas que daba, como los antioqueños. En la agonía pretendió contrato leonino con Dios: la mangada del cielo a cambio de remordimientos. En todo es héroe nacional.
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Abril 2 de 1792 Mayo 6 de 1840: cuarenta y ocho años, un mes y tres días, contando por uno los del nacimiento y la muerte.
Descontando dieciocho de niñez y primera juventud, tenemos treinta años, un mes y tres días de vida pública, durante los cuales imprimió su carácter, o mejor, fue el núcleo activo humano en la formación psíquica, política y social de lo que se llama hoy Colombia. Hijo y padre a un mismo tiempo de esta república. Padre de conservatismo y liberalismo, los cuales apenas se diferencian en que éste tiene remordimientos en la hora de la muerte y, por eso, es el hijo predilecto de Santander.
Y anotamos el mes y los tres días, porque durante ellos fueron atroces sus remordimientos, y el colombiano es antes que todo hombre de remordimientos en la hora de la muerte; en esto, principalmente, es héroe nacional.
En todo caso, Juan Agustín Santander Colmenares y Manuela Omaña Rodríguez estaban muy contentos porque su primo Fortoul había dejado la gobernación de San Faustino de los Ríos, y el cura Nicolás Mauricio Omaña, hermano de Manuela, estaba intrigando en Santafé ante el virrey Ezpeleta para que nombraran a Juan Agustín. ¡La única y gran esperanza en esa pobreza en que estaban!
Por allá el 15 de julio de 1791 doña Manuela quedó preñada, por la noche, pues ese mismo día Juan Agustín se había posesionado de alcalde de San Faustino de los Ríos y estaba eufórico.
De esta gravidez y gestación en tales circunstancias, induciremos que el feto se nutrió de emociones de gobierno y que sería gobernante, como efectivamente lo fue. Y como todo esto acaecía en la Villa del Rosario de Cúcuta, precisamente en los linderos de la Nueva Granada con la Capitanía General de Venezuela, mojón de encuentros y contiendas entre vecinos, en los que tenía que intervenir el gobernador, con preocupaciones de Manuela, induciremos también que el feto se nutrió de emociones de frontera. Y efectivamente eso fue lo que nació: el hombre de las fronteras, el que odiaba a los venezolanos, el que deshilachó la Gran Colombia y alinderó la Nueva Granada material y psíquicamente.
Tenemos, pues, que el bulto que llevaba Manuela Omaña Rodríguez era nada menos que la conspiración de septiembre contra el Libertador, y la actual República de Colombia, partidos conservador y liberal, Ospinas, Obandos, López, Olayas y Santos: era un bulto de dinamita. Manuela gestaba al hombre de las leyes…
Francisco de Paula Santander nació el dos de abril de 1792. Un cura, su tío Nicolás Mauricio, vigiló la cuna y sus estudios, y como diez clérigos le rodearon en su cama mortuoria. Representativo: el niño colombiano es hijo de cura y aquí el cura es el comadrón de los espíritus: en esto Santander también es héroe nacional.
No hay más documentos acerca de sus padres. Sus nombres no aparecen sino en el decreto que dijimos de nombramiento de gobernador de aldeas fronterizas y en la partida de bautismo del hijo Francisco. Este nunca habló de sus progenitores sino en el testamento, y eso para decir que era su hijo y que eran de familias nobles: es decir, para cubrirse de nobleza. Utilitarista. No hay cartas suyas en que se refiera a su madre; suyas no hay cartas amorosas. Vivió para alindar la Nueva Granada. No tenía intimidad. Porte grave, repelía el acercamiento como el tronco erizado de la palma de corozos; encarnación de la noción de frontera.
El hijo del alcalde de San Faustino no se entregará a nadie; no lo cogeremos en momento de abandono. Cuando escriba cartas a sus conmilitones, en confianza, será siempre grosero, jamás sentimental. Cuando hable de mujeres, por ahí en postdatas, sus frases serán las del hombre de encontrones de mesón y nunca las del enamorado. No amó; usó del sexo en oportunidades al azar. Era tan hombre de frontera interior, que es quizás el único que nunca haya padecido el sentimiento filial. Jamás lo cogeremos, ni en la agonía, refugiándose en el ángel divino que siempre es la madre.
Se casó viejo, cuatro años antes de morir, por conveniencias políticas, porque le acababa de nacer un hijo natural y la gente comentaba; porque tenía ya remordimientos y se estaba acercando al clero. El día de su matrimonio dijo en alocución que publicó:
“El matrimonio, que es el contrato más conforme a nuestra naturaleza y a la razón, ha merecido ser elevado a la dignidad de sacramento, desde la publicación del Evangelio. Hoy he pagado con toda mi voluntad este obsequio a la naturaleza y un homenaje a la religión católica y a la moral pública”.
Contrato es lindero: las mutuas obligaciones alindan. Se casó para pagar a la naturaleza y a la moral, no por amor. Sixta Pontón Piedrahíta, también antioqueña, celebra contrato con Francisco de Paula Santander; no se confunden en una sola carne y alma. Este hombre no se confunde con nadie, es encarnación de frontera.
En todo caso, de su niñez lejana no quedaron documentos. Debieron existir, pero él arregló su historia, rompió comprobantes, pidió certificados, reunió cartas y boletas; todo para alindarse voluntariamente, para alindar su historia. Nos encontramos ante caso único, el de un hombre que tenía el sentimiento hiperestesiado de su figura histórica y que hizo todo lo posible para imponerla, tal como él la ambicionaba, a la posteridad. Hombre siempre en guardia, en perenne posición histórica, sin admitir nunca familiaridad, hasta el extremo que hizo decir a Pedro Bonaparte, quien lo conoció cuando culminaba su personalidad erizada:
“He conocido todas las majestades de Europa y puedo asegurar que no he visto a nadie en quien la naturaleza haya impreso con caracteres más fuertes el don de mando que en el general Santander”.
Pedro Bonaparte no acertó en la expresión, lo cual es muy difícil. Nadie repelía como Santander la confianza, la familiaridad, la confusión de las almas, el sentimentalismo. Los que lo conocieron le aplicaron estos adjetivos: serio, grave y austero en lo exterior; caminar lento y acompasado; ligero y constante asomo de sonrisa en los labios delgados y comprimidos; asistía a reuniones y fiestas de populacho, pero sin inspirar confianza.
¡Era muy duro, muy frío, muy cubierto, el hijo del alcalde de San Faustino de los Ríos! Podemos inducir su lejana niñez: desde que principió a gatear, sus padres admiraban la limpieza: cagaba, pero se comía la caca. No dejaba rastros. Hombre cubierto. Siempre se comió la caca; nunca dejó las pruebas.
Por eso, por pudoroso, pues desde la cuna lloriqueaba cuando, para bañarle, lo desvestía mamá Manuela, por eso lo bautizaron José, es decir, Francisco José de Paula. Acierto profético, pues él nunca se desnudará y bregará siempre porque la historia no pueda desnudarlo: tal es el origen del Archivo Santander.
En ese hogar también nació una niña, a quien cristianaron con el nombre de Josefa, y la cual vivió con el héroe nacional, no propiamente en el mismo hogar, sino en la casa colindante, como veremos después. Con Santander nadie convivió.
Compañeros de su niñez fueron sus primos hermanos Pedro Fortoul y José Concha, quienes al escribirle lo llamarán don Pacho. Su alma disimulada y simuladora adquirió desde la niñez cierto respeto entre los suyos, el cual se tradujo con el título de don Pacho. Todos sus parientes, en presencia de este niño de labios delgados y comprimidos con un amago de sonrisa helada en las comisuras, y de ojillos grises y fríos, sentían que era un abismo, pero reconocían que era una cima. A su lado se experimentaba (y experimenta la historia al resucitarlo) ese cierto terror de un mal desconocido. Pero al mirarlo y estudiarlo había y hay que reconocer que era muy bueno. De ahí el sobrenombre de don Pacho.
Nadie lo amó, ni siquiera su madre. Ninguno podía presentar pruebas nuncupativas contra él. Sus tías carnales, Concha y las Colmenares, vivían admiradas y repetían: “Es muy aseado”; y les hacía coro el padre Manuel de Lara, quien lo bautizó.
Igual sucede a quienes han leído su historia, que sienten que él fue el autor de la conspiración de septiembre contra el Libertador, del odio a los venezolanos en 1826, de la muerte de Infante, acusación de Páez, muerte de Bolívar y de la Gran Colombia, asesinatos de Sardá y Mariano París, etc. Pero tartamudean, no encuentran las pruebas. Donde éstas deberían estar, aparece un documento suyo de expresiones morales rimbombantes: respeto a la ley; obediencia a la voluntad soberana; mi corazón sangrante de dolor por cumplir el deber; respeto a la constitución, etc.…
No se preocupe, misiá Manuela –decía el padre Lara–, que el muchachito no es que esté atrancado, sino que se come el bollo.
Francisco de Paula será un grande hombre: el Gran Hipócrita. El 20 de mayo de 1820 le escribe Bolívar (y nótese que estamos en los días de su gran amistad con el Libertador):
“Usted me parece que es como algunos otros que yo conozco en el mundo, que les gusta hacer lo que no quieren que les hagan, sin duda por ser enemigo de las chocherías de Jesucristo, que se empeñaba en lo contrario, en contravención de la ley natural, que exige todo para sí y nada para los otros. Usted gusta de la franqueza sin rebozo, de la amistad ingenua y de decir verdad; y después se pone bravo cuando le siguen sus pasos, como la vieja coqueta que no quiere dejar hacer baza a su hija, que no hace más que imitarla. Voy a decirle a usted no más que dos cositas: ¿le gustaría a usted mucho que le contestasen de oficio: ‘He recibido el decreto tal y no me ha parecido irregular’? ¿Y en una carta particular aquello de ‘la responsabilidad que algún día llegará a ser efectiva’? Por poca cavilosidad que tenga uno, esto quiere decir que se esperaba que el decreto fuese irregular y que ya no hay otro modo de contener a uno sino por el temor de la responsabili-. dad. Esto es sin hacer caso de lo que llama Tolrá estilo irrespetuoso, porque éstas son bagatelas que pasan entre amigos. Digo, mi amigo, estas cosas, para justificarme contra los propósitos que usted ha quebrantado: si usted no me cucara yo no me defendería”.
Desde que lo conoció fue desnudado por el Libertador. En esta carta le llama egoísta y de intenciones subterráneas. No hay escrito de Santander que no sea venenoso, pero como las píldoras, que tienen el veneno envuelto en miel. Huía de lo nuncupativo.
¡Qué psicólogo era el Libertador! En esa carta del tiempo de la luna de miel, Bolívar enrostra al hijo de la alcaldesa Omaña Rodríguez su espíritu torcido, de sofista de seminario, encubridor de intenciones.
En todo caso, el niño aprendió a leer y escribir y las declinaciones latinas. Su rúbrica parece una serpiente. En su firma la a es abierta como una u; la n cae en el segundo brazo; la d se prolonga hacia arriba, hacia la derecha, como un puñal. Rasgos venenosos, enfermizos. Inteligencia subterránea y aguda. Rápido en la adaptación; poder genial mimético; recogimiento sobre sí mismo de felino, para el brinco. Frialdad de cocodrilo en la espera y ante los efectos de su reacción cruel.
Capítulo segundo
EL SEMINARIO.—AMBIENTE CLERICAL.—LA CONFESIÓN.—CURAS Y RÁBULAS.—CAMILO TORRES.—EMIGDIO BENÍTEZ.—FRUTOS GUTIÉRREZ.—CUSTODIO GARCÍA ROVIRA.—EXAMEN DE PRÁCTICA FORENSE.—EL CARAQUEÑO.—PARALELO ENTRE LOS DOS NIÑOS, SIMÓN Y DON PACHO.—ROUSSEAU.—SIMÓN RODRÍGUEZ.—EL EMILIO Y SU INFLUENCIA.
SANTANDER tiene trece años. Su tío vela por él desde la catedral de Santafé, en donde ejerce el sacerdocio. Así como le consiguió la alcaldía a Juan Agustín, hace tiempo que está intrigando por una beca en el seminario de San Bartolomé. La obtiene al fin, y en 1805 se lleva al muchacho.
Allá, en la ciudad fría y teologal, semillero de jurisconsultos, tenemos a Santander de trece años, becado interno, destinado para cura. Estudia bien, pero su lucha terrible, la que va formando y desarrollando su carácter, es la de tener contento y sacarle dinero al tío cura. Su trato social ahora se reduce al tío; de él depende.
¿Qué se hace la plata que consiguen los curas? ¿Alguien ha visto a uno que dé limosnas o que gaste en algo? Todos huelen a resinas, olor pegajoso, y sus bolsillos en las sotanas son profundos, difíciles, escolásticos y con subfondos. De los de Nicolás Mauricio salían los chimbos para Santander, pero después de mil representaciones psicológicas en que su espíritu de hábil simulador quedaba torcido: educación de seminario. Solamente los que hayan dependido de un tío sacerdote, o hayan sido gentes de sacristía, monaguillos, sacristanes, podrán saber lo astuta que se vuelve el alma del niño que convive con un clérigo. Hay que fingir vocación, actitudes compungidas, devotas. El cura hunde mano, brazo y parte del antebrazo en el bolsillo abismo, lentamente; habla y habla, monologa, saca la punta de la lengua y se relame; sonríe, rezonga, y, por fin, va retirando el brazo y en la extremidad de la mano aparece el chimbo: la centésima parte de lo esperado, codiciado y perseguido durante meses.
Durante cinco años Francisco de Paula simula y obtiene. Se confiesa…
La confesión, como práctica rutinaria que nos conquista el aprecio social, convierte al hombre en simulador: aprende a ejecutar y a tapar el acto con la actitud. Pervierte la conciencia. El sacristán, por ejemplo, es gran ladrón, depravado sexual, y adquiere cara y modales de santo: queremos decir de santo de palo, de esos iconos pálidos, llorosos, compungidos y ojibajos que sacan en las procesiones. ¿Por qué el sacristán no mira de frente? Éste es el ambiente de seminario.
La confesión nace de necesidad psíquica y tiene profundo significado: desnudarse, anhelar ser bello, deshacer, reparar. Ahí tenemos la literatura confesional, tan profunda, hermosa y rica. Pero el confesionario católico, la casilla olorosa a rapé, la confesión como rutina social (y mucho más en las sociedades clericales de las colonias, en donde sirve para obtener éxitos, como trampolín político), es el taller en donde se manufacturan las almas hipócritas y torcidas.
Santander era de suyo de inteligencia hábil y mimética, y en ese seminario aprendió que el pecado se tapa con una actitud y que ésta produce éxito social. Aprendió a reprimirse en público, a ejecutar en la soledad y a tapar con actitudes: el gran cómico.
Así iba formándose nuestro héroe. Estudió algo de latín, historia romana, francés y gramática española (en una carta de 1809 escribe: “No me force”).
… y en 1809 principió a estudiar Derecho.
En la Nueva Granada todos eran hijos de seminario y rábulas. El cura y el rábula son primos hermanos. Es evidente que los conventos y las leyes florecen en las tierras altas y frías de los Andes. La región poblada de la Nueva Granada era el lomo andino: ciudades aisladas y frías; frailejón, lana, hábitos talares, clérigos de visita en las casas, vírgenes coloradotas y arropadas, señorones de mucho ropaje y leyes, escasa luz, iglesias sombrías, confesionarios en rincones… ¿No seremos todos descendientes de curas? Por lo menos todos somos doctores utroque, mitad canónicos y mitad civiles, confesionario y congreso. Voltaire un día y el Reverendo Padre al otro. La Nueva Granada olía toda ella a hijo de dañado y punible ayuntamiento.
Ambos, el cura y el rábula, distinguen, tapan y simulan.
Santander, durante un año estudió derecho romano y práctica forense.
Camilo Torres, Emigdio Benítez, Frutos Gutiérrez, Custodio García Rovira… Había mucho viejo bondadoso, jurisperito y pendejo en Santafé y en Popayán, que eran las ciudades universitarias. Viejitos embobados de tanto estudiar en libros, acerca de jurisdicciones, competencias, derechos, deslindes y deberes. Mientras tanto, los del otro Derecho, del canónico, dirigían las conciencias de las señoras tomando chocolate, aquel divino y colonial chocolate santafereño que era un afrodisíaco. Los jesuitas, preocupados por ciertos deslices de los suyos en el Paraguay, enviaron un visitador, quien informó que “todo se debe a una bebida preparada con cierta frutilla muy grasosa”: el cacao. Por eso los jesuitas se desayunan con café.
En julio de 1810, Francisco Santander Omaña estaba muy atareado preparando un examen acerca de juicios ejecutivos y ordinarios, cuando en ésas, el día 20, comenzó la Patria Boba (1810-1816), que fue otro seminario de rábulas en donde terminó su educación.
Apenas fundaron en España Junta Suprema para defender los derechos de Fernando VII contra Napoleón, a los viejitos jurisconsultos de Santafé se les alborotó la jurisdicción y cada uno quiso formar una Junta Suprema. Las disputas entre ellos, entre aldeas y regiones, acerca de jurisdicción, hasta que llegó Morillo y los mató, es lo que se llama grito de independencia, años heroicos y Patria Boba. Allí perfeccionó Santander su educación.
Copiamos del Archivo Santander:
“Certamen de práctica forense, así: La forma, el método y los términos propios con que se han de proseguir, definir y terminar los juicios ejecutivos y ordinarios, tanto civiles como criminales, constituye la materia del certamen público que sostendrá don Francisco de Paula Santander de Omaña, bajo la dirección del doctor Emigdio Benítez, catedrático de Derecho Real en este Colegio mayor y seminario de San Bartolomé el 11 de julio de 1810”.
Este formulismo era lo que estaba aprendiendo nuestro hombre. Observemos los distingos formalistas: proseguir, definir y terminar. Si no ponen los tres verbos, el alumno podrá limitarse, por ejemplo, a definir. Ésa es la mentalidad de la Nueva Granada. Ahora, en la plaza pública, en los campamentos de la guerra civil, estos caballeros discutirán acerca de centralismo y federalismo, jurisdicción de Santafé, Tunja y Cartagena. Aquí termina su aprendizaje, y en 1816 no quedará sino él, Francisco de Paula, que huye a los llanos de Casanare. A los otros, a los jurisperitos, llega Morillo y los fusila o los ahorca.
Afortunadamente para la independencia americana, nueve años antes que Santander habían parido en Caracas un niño seco, desnudo y ojinegro.
Nueve años antes que Santander había nacido en Caracas Simón Bolívar, hijo de criollos ricos, reclamantes de un marquesado. Niño huérfano, enjuto e impetuoso, mal educado, términos que el lenguaje de viejas beatas aplica a las almas desnudas.
Quedaban así reunidos los elementos para lo que podríamos llamar momento estelar de la humanidad. Así:
a) Poco antes que Bolívar había nacido Simón Rodríguez, niño expósito, a quien las circunstancias impulsaron a buscar sus padres dentro de sí mismo; vocación de pedagogo, pero de una pedagogía nueva, pues
b) Antes que Simón Rodríguez había nacido en Ginebra Juan Jacobo Rousseau, cuya madre murió al darle a luz.
c) En 1760 aparece el Emilio, o arte nuevo de formar hombres. ¿Qué novedad trae?
Hay que principiar por desnudar al niño en medio de la naturaleza. Lo que llaman hombre civilizado es el que está cubierto por los prejuicios. Apenas se despoja de opiniones recibidas y de literatura, oye dentro de sí mismo un grito: pienso, luego soy. Tiene su origen en Descartes. El niño encuentra su yo. Ésa es la madre, la que no conocieron Juan Jacobo, ni Simón Rodríguez, ni Simón Bolívar. Estos hombres, que no tuvieron el refugio maternal, apasionadamente se hundieron dentro de ellos mismos, buscando el origen, la fuerza original que hace a los fuertes.
Lo que llaman sabiduría son prejuicios serviles. Lo que llaman hombre civilizado, nace, vive y muere en la esclavitud: al nacer le cosen en pañales; cuando muere, le envuelven en absoluciones y le clavan en ataúd, y mientras respira lo encadenan y ahogan las instituciones y conveniencias sociales, como las serpientes a Laocoonte.
La palabra obedecer se proscribirá del diccionario del niño, así como la de obligación y deber. Pero estarán las de fuerza, necesidad y precisión.
La primera educación será negativa: quitar los prejuicios, olvidar. La segunda será así:
Siempre son rectos los movimientos originales. El niño sólo aprenderá de la naturaleza que le rodea. No leerá sino en la naturaleza. El niño que no se encuentra a sí mismo no hace más que leer. Vuestro hijo nada debe conseguir porque lo pida sino porque lo necesita. No debe hacer nada por obediencia sino por necesidad. De ese modo estará como en su ambiente dentro de las fuerzas de la naturaleza; será resignado, apacible, aunque no haya conseguido lo que pretendía, pues es natural en el hombre sufrir con paciencia la necesidad de las cosas, mas no la mala voluntad ajena. Una vez desnudos y descubierta la fuerza original, ejercitad a los niños en la naturaleza: obrar, correr, nadar, crear aquello que su fuerza original indique: Vocación.
Mantener al niño en la única dependencia de las cosas: cesa la conciencia de pecado. El origen de las instituciones es un contrato y nada más. Vivir no es respirar: es obrar, usar de órganos, sentidos, facultades, de todas las partes de nosotros mismos que nos dan el íntimo conocimiento de nuestra existencia. La vejez no se cuenta por los años sino por la acción.
En cuanto a la muerte, acostumbrado el niño a aceptar la necesidad, cuando aquélla venga, morirá sin lucha ni sollozos, que es todo lo que permite la naturaleza en ese instante abominado por todos.
Es loco el que pretende estorbar que nazcan las pasiones.
A los veintitrés años Rousseau escribía a su padre que,
“de todos los estados a que puedo aspirar, el único por el que siento alguna predilección es el de preceptor de jóvenes pertenecientes a familias de calidad”.
Pero el Emilio o arte de formar hombres no ha sido aplicado pedagógicamente sino una vez, en Caracas, por el maestro más propio y el niño más apropiado.
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