Kitabı oku: «Periscopio universitario», sayfa 4

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Momento 4. Nivel metatextual: reconfiguración de la trama narrativa. El metatexto consiste en la “nueva lectura” de la trama narrativa resultado a partir de: (a) la interpretación de cada uno de los dos anteriores momentos (preconfiguración y configuración de la narración); (b) el diálogo con otras voces que puedan provenir de otros actores, sujetos y textos de la enunciación, como de horizontes de referencia teórica.

Segundo argumento: la investigación narrativa; construir y reconstruir la experiencia de vida narrativa

El grupo de Barcelona, liderado por el investigador Bolívar, señala varias características con el objeto de dar las razones mediante las cuales su enfoque “investigación biográfico-narrativa” constituye una perspectiva o modelo específico de la investigación educativa.

La primera característica consiste en definir la narrativa como una ontología en la medida en que no sólo expresa importantes dimensiones de la experiencia humana, sino que media la propia experiencia y configura la construcción social de la realidad. Asimismo, indican que los seres humanos en relación con los demás y consigo mismo “no hacen más que contar-imaginar historias, es decir, narrativas” (Bolívar, Domínguez y Fernández, 2001, p. 19).

Así, este equipo de investigación asume la narrativa como la experiencia expresada en un relato o como una reconstrucción de la experiencia mediante un proceso reflexivo en cuya estructura narrativa se encadena una unidad coherente de circunstancias, motivos y efectos. No obstante, la experiencia expresada en narrativas no es independiente de nuestra existencia en una estructura narrativa. Según Maclntyre, vivimos de forma narrativa (Bolívar, Domínguez y Fernández, 2001).

La segunda característica se refiere a las razones por las cuales la narrativa se basa en una epistemología interpretativa. Al respecto, se sostiene que el lenguaje narrativo desempeña un papel clave para la construcción de significado porque los pensamientos, los sentimientos y las acciones están mediados lingüísticamente. Así, en lugar de entender el Yo desde un marco epistémico propio de la herencia cartesiana en la que se privilegian las dimensiones cognitivas, el enfoque narrativo da prioridad a un Yo dialógico que consiste en el reconocimiento de la naturaleza relacional y comunitaria de la persona, mediante la cual la subjetividad constituye una construcción social interactiva y socialmente conformada en el discurso (Bolívar, Domínguez y Fernández, 2001, pp. 21

La tercera característica tiene que ver con la crisis en los modos paradigmáticos establecidos en las epistemologías y en investigación, los cuales se fundamentan en los denominados ‘metarelatos’ a partir de los cuales se le ha otorgado sentido a la comprensión de la construcción del conocimiento. A manera de ilustración tenemos los metarelatos de las religiones, principalmente el judaísmo y el cristianismo que han sido fundantes de la cultura occidental. Asimismo, tenemos el metarelato del progreso científico-técnico ligado al capitalismo y a la misma globalización como fuente de superación de la pobreza y la inequidad.

Con estos metarelatos se ha buscado legitimar los ideales de la democracia, la emancipación y la humanidad pero su función legitimadora ha fracasado porque no han cumplido con los ideales que en ellos se postulaban y, por el contrario, han triunfado los modelos de la tecnociencia sin cumplir la promesa de progreso, lo que ha dado lugar a la desculturización, al estallido de guerras y al aumento de la pobreza.

En términos investigativos, de acuerdo con los planteamientos del grupo de Bolívar, entre los aspectos que entran en crisis en la investigación tradicional son: (a) la discusión entre objetividad y subjetividad; (b) los fenómenos sociales ya no son objeto de explicación científica sino que se abordan como “textos”, que vienen dados por la autointerpretación hermenéutica que de ella proporcionan los autores; (c) los grandes principios universales y abstractos de los paradigmas investigativos distorsionan la comprensión de las acciones concretas y particulares; (d) en las experiencias de la investigación moderna se rechaza el ámbito de lo subjetivo.

En consecuencia, sostienen los investigadores, la investigación biográfico-narrativa supera la posición dilemática entre lo objetivo y lo subjetivo, permite la comprensión de la complejidad de las narraciones en las cuales los individuos presentan los dilemas de su vida y hace posible otorgar sentido y comprensión a las experiencias vividas y narradas. Estos argumentos llevan a posicionar el enfoque de investigación biográfico-narrativo y a diferenciarlo de: (a) la narrativa como producto-resultado de un escrito; (b) la narrativa como método de recolección de investigación; (c) como dispositivo utilizado para la escritura de los informes de investigación o como forma de describir los datos en forma de relato.

4. LA NARRATIVA EN LA INVESTIGACIÓN EN ÉTICA Y POLÍTICA

Las dimensiones éticas y políticas en la narrativa se desarrollan a partir del tema de la identidad narrativa entendida no sólo como la responsabilidad que tiene alguien para rendir cuentas de sus acciones, sino también de alguien que puede pedir cuentas a los demás y que puede poner a los demás en cuestión (MacIntyre, 1987, p. 269).

La imputación de nuestras acciones es uno de los rasgos éticos y políticos de la narrativa que evidencia que la narración de la vida es parte de un conjunto de relatos interconectados, lo que hace posible preguntar, ¿Qué hiciste? ¿Por que?, como elementos constitutivos de la responsabilidad moral y política. Así, la fuerza narrativa consiste, precisamente, en mostrar que “el hombre, tanto en sus acciones y en sus prácticas, como en sus ficciones, es esencialmente un animal que cuenta historias” (MacIntyre, 1987, p. 266).

Esta fuerza narrativa también radica en mostrar que sobre las historias que narramos tenemos la responsabilidad de dar cuenta sobre nuestras acciones, aunque también la exigencia de demandar e interrogar por las acciones de los demás, lo que proporciona la unidad de la vida moral, que no es otra cosa que la unidad de la vida humana entendida como una narrativa portadora de una historia de vida social concreta: “Soy hijo o hija de alguien, primo o tío de alguien más, ciudadano de ésta o aquella ciudad.” En tal sentido, “lo que sea bueno para mí debe ser bueno para quien habite estos papeles como punto de partida moral” (MacIntyre, 1987, p. 271).

Esta capacidad narrativa, propia de la vida humana, se configura cuando entramos en la sociedad con uno o más personajes asignados, y actuando aprendemos del papel que desempeñamos en la sociedad; sin este recuso narrativo que constituye nuestro recurso dramático básico de actuación en la sociedad, quedaríamos “[...] sin guión, tartamudos, angustiados en las acciones y en las palabras.” (MacIntyre, 1987, p. 267).

De ahí que contar y vivir las narraciones es parte clave de la educación en las virtudes y en el elemento fundamental para que los seres humanos constituyan su identidad personal y para la imputación de nuestras acciones. En esto radica, precisamente, el valor de la narrativa. En tal sentido, la narración no es una secuencia de acciones es la misma historia real y los personajes de esta historia no son la colección de personas, sino parte de la misma historia.

Las anteriores argumentaciones acerca del valor político y moral de la narrativa muestran por qué éstas han sido empleadas en el campo de las ciencias sociales y de la educación como estrategia metodológica de comprensión en momentos en que han colapsado los sistemas políticos, jurídicos y morales, los cuales resultan más usuales de lo que quisiéramos. Así, la rapidez y la frecuencia de las catástrofes sociales y políticas producidas por las imágenes del mal como los campos de exterminio, los escenarios del secuestro, las torturas, las mutilaciones, entre otros, han llevado a replantear una nueva estrategia de comprensión acerca de lo que significa el mal —lo que no quiere decir intelectualizar el mal— sino tener recursos para afrontar la aplastante realidad del mal, la cual derriba todos los parámetros de comprensión conocidos (Arendt, 1981).

Berstein (2002) señala que en el vocabulario tradicional de los filósofos morales desapareció el marco de interpretación del mal, y este reapareció precisamente ante la perplejidad suscitada por las catástrofes sociales y políticas producidas por las imágenes del mal. Al respecto, Gunther (2001: 24) indica que la evocación o rememoración de lo “monstruoso” —al referirse a la aniquilación de seis millones de personas en campos de concentración— sirve para tomar conciencia que lo que ayer fue realidad, también hoy puede ocurrir. En tal sentido, “la época de lo monstruoso” no es un simple ‘paréntesis’ o ‘suspensión’ de una realidad; por ello debemos “escrutar en los fundamentos de lo ocurrido”, “buscar las raíces que no han muerto tras el derrumbe del sistema de terror de Hitler.”; raíces que hacen probable “la repetición de lo monstruoso” (Gunther, 2001, p. 26)

Los relatos del mal no se constituyen en los fragmentos que recuperan el pasado, sino que son la memoria que nos redime de la insoportable realidad de éstos (Benjamin, 2008). La memoria que se plasma en estas narraciones dota de significado y comprensión las acciones humanas, porque como bien lo señala Arendt, sin memoria no sólo hay olvido, sino que también se pierde la comprensión.

Tanto Arendt como Primo Levi coinciden en señalar que —a pesar de que es un “deber relatar”— lo que ha sucedido porque esto puede volver a suceder, los jóvenes y la misma historia ante la insoportable realidad y las catástrofes que han producido los fenómenos de violencia prefirieron “no hablar” y “no estar dispuestos a escuchar”, pretendiendo con ello “borrar” la historia de la barbarie. Así, se ha pretendido dejar en el olvido y en el pasado los temas del horror y del sufrimiento o considerar que las generaciones del nazismo y del genocidio eran tan lejanas como las guerras napoleónicas (Primo Levi, 2006).

El “deber de relatar”, en particular, los eventos en los que han colapsado los sistemas morales y políticos, deviene de la relación estrecha que existe entre narrar, facultad de pensar y responsabilidad personal en cuestiones morales y políticas; relación que da lugar a situar el juicio moral y político en la esfera de la experiencia humana.

Las narraciones de quienes han padecido la experiencia de los campos de exterminio, los escenarios del secuestro, las torturas, las masacres, las mutilaciones, entre otros, en tiempos de crisis ponen en tensión la idea de Kant, acerca de que nuestras acciones provienen de nuestra voluntad y, por tanto, nuestro valor moral depende exclusivamente de la forma como ordenemos las máximas de acción, dado que somos sujetos responsables de nuestra elección (Bernstein, 2002).

Esta idea de la buena voluntad —como principio de gran valor para la comprensión del mal— permite a Arendt mostrar que el mal no radica en el fracaso para adoptar las máximas buenas, pues el mal tiene que ver con la imposibilidad que tienen aquellos que padecen la violencia de elegir entre el bien o el mal moral. Las situaciones de extrema vulneración significan precisamente el exterminio de la voluntad y sus posibilidades se encuentran restringidas entre el “asesinato” o el “asesinato”. Al respecto, Arendt señala: “¿Cuáles son las posibilidades de aceptar voluntariamente una máxima moral si la pregunta realizada por el nazi se restringe a cuál de sus tres hijos habría de matar?” (Arendt, 1950/1973).

En cuanto a la diferencia encontrada por Arendt entre el mal de los hombres kantianos y el de los criminales nazis tenemos lo siguiente: en la propuesta kantiana, el mal se encuentra íntimamente ligado a un pensamiento corrompido, mientras que en los criminales nazis, el mal se “banaliza”. Este es el caso de Eichmann, quien demuestra precisamente la ausencia de toda posibilidad de pensar por cuenta propia. En otras palabras, mientras para Kant el mayor de los males humanos consiste en nuestra incapacidad para elegir correctamente máximas morales que doten de buenas intenciones nuestras acciones en el mundo, lo que Arendt descubre justamente es que estos criminales nazis nunca apelaron a pensamiento alguno y, en tal sentido, nunca tuvieron la necesidad de elegir entre ninguna máxima moral.

REFERENCIAS

Arendt, H. (2006) Diarios filosóficos 1950/1973. Barcelona: Herder.

Arendt, H. (2006) Los orígenes del totalitarismo. Tomo Iy II. 1955/1981, Madrid: Alianza.

Barthes, R. (2001) Introducción al análisis estructural del relato. En: Análisis estructural de los relatos, México: Ediciones Coyoacán

Bello, G. (1991) Richard Rorty y la filosofía post-analítica: entre pragmatismo y hermenéutica. Introducción a R. Rorty. En: El Giro Lingüístico. Barcelona: Paidós.

Berstein, R. (2002) El Mal radical. Una indagación filosófica. México: Fideo, Colección de Estudios y Reflexiones.

Bolívar, A. (2006) La investigación biográfica y narrativa en Iberoamérica: Campos de desarrollo y estado actual. Volumen 7, N.° 4, Art. 12.

Bolívar, A. (2002) ¿De nobis ipsis silemus?: Epistemología de la investigación biográfico-narrativa en educación. En: Revista Electrónica de Investigación Educativa, 4 (1). Consultado en el enlace: http://redie.uabc. uabc. mx/vol4no1/contenido-bolivar.html

Bolívar, A.; Domínguez, J. y Fernández, M. (2001) La investigación biográfica- narrativa en educación. Enfoquey metodología. Madrid: La Muralla.

Contursi y Ferro. (2000) La narración. Usos y teorías. Bogotá: Grupo Editorial Norma.

Dilthey, W. (1883) Introducción a las Ciencias del espíritu: ensayo de una fundamentación del estudio de la sociedad y de la historia. Madrid: Alianza.

Gennette, G. (2001) Fronteras del relato. En: Análisis estructural del relato. México: Ediciones Coyoacán.

Gunther, G. (2001) Nosotros los hijos deEichmann. Carta abierta a Klaus Eichmann. Barcelona: Paidós.

Hoyos, G. y Vargas, G. (1997) La teoría de la acción comunicativa como nuevo paradigma de investigación en ciencias sociales. Las ciencias de la discusión. Bogotá: Ascun, Icfes, Corcas Editores.

Husserl, E. (1991) La Crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental. Barcelona: Crítica. Original publicado en 1936.

Levi, P (2006) Trilogía de Auschwitz. España: Aleph Editores.

MacIntyre, A. (1987) Tras la virtud. Barcelona: Crítica.

EDUCAR PARA LA CIENCIA

Y LA POLÍTICA

Buscando un lugar para el ciudadano
de la sociedad del conocimiento
HERMANO MANUEL CANCELADO JIMÉNEZ, FSC{*}

‘Quizá la explicación más simple a las corrientes tensiones entre gobierno y ciencia, sea que el viejo contrato fue hecho entre un tipo de gobierno que ya no existe y una especie de comunidad científica queya desapareció’ Gustony Keniston (The Fragile Contract).

Quizás sea cierto que desde los tiempos cuando el primer Cromagnon descendió de los árboles se dio inicio a la carrera por la comprensión del mundo; sin embargo, ubicar el momento génesis de la ciencia, si bien debate interesante, no es el objeto de este artículo. Sea pues ésta una primera decepción.

Quizás sea cierto que, en la historia de la humanidad, muchos de los desarrollos tecnológicos se dejaron ver primero que los presupuestos teóricos que de ellos daban explicación; a guisa de ejemplo tenemos la máquina de vapor y la termodinámica; pero develar el misterio entre si fue primero el huevo tecnológico o la teoría de gallina, tampoco será nuestro primer afán. Lamentamos esta segunda decepción.

Quizás sea cierto que al introducir la ciencia y la tecnología en el corazón de las sociedades, éstas se dedicaron a comer del fruto prohibido ya hora, en el destierro, descubren la doble cara de Jano en sus relaciones con el conocimiento. Quizás sea cierto, igual, que víctimas del sonambulismo o, peor, la desidia, nos hemos convertido en tele espectadores de un mundo que se asoma por ventanas digitales para mostrarnos una realidad en la que ya poco tenemos de protagonistas.

Quizás sea cierto que las relaciones entre el conocimiento y el poder han cambiado porque se habían establecido entre un tipo de gobierno que desaparece, y una comunidad científica que se desvaneció. Quizás sea cierto que el ciudadano de hoy no puede, ni debe, parecerse al de ayer porque entonces ya no tendrá un lugar en la historia futura; y ésa sí que sería una real decepción.

Con esto en mente, parte del objetivo pretendido será mostrar la situación de varios debates en el entorno político; algunos de vieja data y con apariencia de irresolubles. No es pues nuestro interés dar la solución a estos problemas, más bien son traídos para decir que nos hemos enterado de ellos, que conocemos de su estado actual, y eso sí, que se requiere un nuevo enfoque si se acepta el escenario de la sociedad del conocimiento como el nuevo lugar en donde se han de desarrollar. Con seguridad algunas discusiones dejarán de tener importancia no por resueltas, sino porque ya no interesarán en el nuevo contexto; otras se transformarán en nuevos problemas, y con suerte, algunos nudos se desatarán ante circunstancias más frescas.

Que los ciudadanos esperen de sus políticos que se encuentren soluciones a los grandes problemas que acucian a la sociedad no es un reclamo europeo en exclusivo, y más: ¿Están, unos y otros, de acuerdo en dichos problemas? ¿Todos les dan el mismo peso? Cuando un ciudadano se encuentra en el paro y observa que año tras año los índices de desempleo bajan, o que aumentan puestos de trabajo, pero que ni a él ni a su familia los tocan las gracias de la macroeconomía, ¿puede dejar de sentir angustia y empezar a confiar en las esferas de poder? Y si además observa que puede solventar en parte sus problemas introduciéndose en las espesuras del comercio informal, aun si eso le lleva a pisar los linderos de la criminalidad, ¿no lo preferirá a cambio de soliviar las necesidades de su familia? Y si en ese trance invierte doce horas del día, se sumerge en las correrías de ciudad, sobrevive a la tensión de los imprevistos, ejercita el cálculo mental resolviendo deudas con cada venta o subempleo, ¿tendrá ánimo para dedicarle tiempo a los conflictos de los políticos?

De seguro una serie de perogrulladas, pero son las mismas con las que se dice que Bill Clinton inclinó la balanza de preferencias en las elecciones cuando pronunció la frase que las recoge y sintetiza: ‘Es la economía, estúpido...'

Analizar las componentes de esta tensión (generación de confianza y autoridad), en el marco general de nuestro problema (ciencia y política) es el propósito central de este artículo. Aquí se verá cómo al introducir la industria del conocimiento en el núcleo del crecimiento económico cambian los actores y las formas de poder. La configuración socio-económica de la industrialización cede ante el ímpetu de la investigación y el desarrollo científico y tecnológico, inyectando incertidumbre en ámbitos inmunes a ello en otras épocas, y ahora a escalas apenas imaginables. Como veremos, no sólo es ‘falta de confianza’ en los políticos; el asunto trasciende, y con diferencia, el ‘no nos quieren’. Ni siquiera son reconfiguraciones de la estructura: son cambios profundos en la esencia de conceptos como poder, soberanía, estado-nación, ciudadano, familia... por señalar algunos (VV AA, 2005, Foreign Policy).

Los bordes de este trabajo no nos permiten adentrarnos en los nuevos matices que ya presentan todos estos conceptos. Por tanto, nos centraremos en los que tienen nexo directo con la política y las estructuras de poder, para establecer sus aportes a la nueva disposición de relaciones entre la ciencia y la política. Cabe decir que nuestro empeño consiste en recoger e interpretar elementos. No hacemos futurología, ni adelantamos escenarios; ni siquiera nos gusta todo lo que encontramos, pero obviar no es desaparecer y la única alternativa es mostrar, explicar y tomar partido.

1 LA CIENCIA: COMO VERDAD Y GARANTE DE INTEGRIDAD

“El contexto institucional del conocimiento es una parte esencial de su historia. Las instituciones desarrollan impulsos sociales propios aunque estén sometidas a presiones externas” Peter Burke (Historia social del conocimiento)

Así como se reconoce a la política cargada de intereses y se espera que en medio de ellos aparezca la justicia, a la ciencia se le considera más cercana a los conceptos de integridad, desinterés y verdad.

Con mucho más rigor, extensión y propiedad de lo que aquí se pudiera lograr, la sociología de la ciencia se ha encargado de abrir

las puertas y ventanas de los laboratorios para que en esa especie de ‘aggiornamento’ se nos permita conocer más de cerca el trabajo del científico, o mejor, de las instituciones dedicadas a la investigación científica.

1.1 El conocimiento como institución

No deja de ser un reduccionismo considerar a la ciencia ilustrada como si se tratara de todo el ‘conocimiento’; pero dado que nuestro objetivo no es discurrir sobre los debates acerca de qué o cuál es el conocimiento válido, o cómo diferenciarlo de las falsas creencias, lo acogemos con reservas entendiendo que hacerlo así es ‘pecatta minuta’ comparado con la posibilidad de caer en la desgracia de ser confundidos como legitimadores de saberes sin cuerpo normativo{7}. Así que se usará ciencia y conocimiento como si fuesen sinónimos. Como igual ocurre al preguntarse si los saberes de jonios y fenicios fueron ‘ciencia’{8}, aquí la entenderemos como parte fundamental de ese ejercicio surgido en la Europa del XVIII que

“en primer lugar puso en tela de juicio el monopolio virtual de la educación superior ejercido por las universidades. En segundo lugar propició el nacimiento del instituto de investigación, de investigadorprofesionaly, en realidad, de la idea misma de ‘investigación’. En tercer lugar, se involucró más profundamente que nunca en proyectos de reforma económica, social y política; en otras palabras: La Ilustración’’ (Cfr. Burke, 2002, p. 66)

Dicho periodo se caracterizó por la multiplicación de instituciones dedicadas a la educación superior. Si bien ya existían desde mucho antes (Salamanca en 1219, Pavía en 1361, Lovaina en 1425, por citar algunas) durante el XVIII surgen en distintas latitudes con renovado brío. Una segunda característica fue la creación de los institutos dedicados a la ‘investigación’, lo que implicaba un viraje desde la satisfacción de la mera curiosidad, hacia la búsqueda sistemática que proveyera de conocimiento. Su impacto permeó la esfera social y su dinámica se coló en los lugares del debate político estimulando el desarrollo de la ‘esfera pública’. El conocimiento había logrado fugarse de las abadías medievales y se sentía cómodo en los salones abiertos al público.

La conformación de academias y centros de investigación ayudó a consolidar la idea de la ciencia como institución. Sin embargo, las universidades padecieron de cierto anquilosamiento del que no se librarían hasta el siglo XIX, sobre todo en Alemania. Los modelos de universidad que se pudieran considerar como tradicionales serían entonces: (Ginés, 2004, pp. 13-37):

 Alemán (humboldtiano): que buscaba formar personas con amplios conocimientos NO necesariamente relacionados con las demandas sociales o laborales. Una sociedad con personas formadas científicamente sería capaz de hacer avanzar el conjunto de la sociedad.

 Francés (napoleónico): formaba profesionales que necesitaba el Estado burocrático recién organizado. Las universidades estarían más al servicio del Estado que de la sociedad.

 Anglosajón: pretendía formar individuos para servir a las necesidades de las empresas y a los requerimientos del Estado.

1.2. El lugar del científico (el capital simbólico)

Cabe entonces preguntarse por el investigador; cómo se situaba dentro de la institución. Será de ayuda primero echar mano de los dos niveles en los que Burke{9} localiza el conocimiento: en el micronivel se encuentran los lugares tradicionales como la universidad, el monasterio, la biblioteca; en el macronivel se sitúan las ciudades y el formidable papel que desempeñaron al conformar centros de intelectualidad.

Pero no basta con acceder a un laboratorio o viajar a Lovaina para convertirse en investigador: “El poder simbólico de tipo científico sólo se ejerce sobre unos agentes que tienen las necesarias categorías de percepción para conocerlo y reconocerlo. [...] El capital simbólico es un conjunto de propiedades distintivas que existen en y mediante la percepción de agentes dotados de las categorías [...] que se adquieren especialmente a través de la experiencia de la distribución de dicho capital en el microcosmos social que puede ser el campo científico.’’(Bourdieu, 2003, p. 100).

Así la idea de capital simbólico nos aproxima al entendimiento de la motivación que posee un investigador y que lo lleva a querer ser reconocido por sus pares. Existir es distinguirse entre los investigadores, no sólo replicar; implica publicar, exponer, debatir, hacer eventos de divulgación, generar modelos, intentar respuestas, hacer aportaciones... Este concepto permite entender mejor el apetito de reconocimiento que lleva a un científico a querer dar a conocer el fruto de su trabajo, incluso por encima de la mera recompensa pecuniaria; se trata de alcanzar identidad y sentido de pertenencia.

Lo anterior hace parte de la base en el proceso de revisión por pares que orienta el trabajo científico y que se erige como árbitro y garante de calidad epistémica de los procesos de toda actividad en la investigación: no basta con aprender los procedimientos propios de una disciplina, además hay que dar a conocer lo que se hace; pero aún más, sólo se culmina cuando los demás reconocen un aporte distintivo en lo que se publica.

No obstante las bondades que reconocemos en el concepto aprendido de Bourdieu, no dejamos de sentir un tufillo a ‘comunidad de mutuo elogio’. Esta posición conlleva un riesgo pocas veces reconocido por la comunidad científica, y es el que tiene que ver con el alejamiento, cuando no aislamiento, de la gente que no pertenece a la llamada comunidad científica. Y decimos riesgo porque precisamente la ligera excusa caricaturizada como “es que no nos entienden” da cuenta de la perspectiva de buena parte de los agentes científicos cuando se arrogan la interpretación de los problemas, y la exclusividad de las respuestas, a los problemas que aquejan a la sociedad.

1.3. ¿Valuee free? (Mateo 13, 12)

Por supuesto que no. Si la poca memoria nos hace olvidar las discusiones, más propias de una cocina que de un laboratorio, entre Leibniz y Newton, quizá aún tengamos fresco el recuerdo del científico surcoreano Hwang Woo-suk, quien cometió toda clase de atentados contra la ética científica al presentar su trabajo en el campo de la genética. Bien se puede alegar que la ciencia ha mostrado sus bondades al generar un sistema de defensa que la protege de los embates de la vanidad ilustrada; postura simpática por su candidez toda vez que supone que hemos sido capaces de reconocer todos los fraudes; con la peregrina ilusión de que ‘no hay crimen perfecto’.

¿Ha sido la ciencia víctima de su propio éxito? Mucho se ha dicho respecto a que en realidad no existen científicos, sino más bien instituciones científicas{10}; pero quizá eso valga para la producción de conocimiento relevante hoy día, cuando la investigación de frontera exige ingentes esfuerzos humanos y económicos y, a la vez, se le exigen resultados a la vista en tiempos que hagan provechosa la inversión.

La ciencia ha desbordado sus ámbitos de actuación, y en el intento se ha hecho vulnerable no sólo al thymos profesional, sino a la ambición más básica y pasional, la proclividad a la vanidad. La tragedia es ver a científicos aferrados a ideas e indicios, cuando no a experiencias contrafácticas, en aras de proteger una muy discutible objetividad en la acción investigadora.{11}

Pero entonces ¿qué valor tiene la investigación científica como tal? “su objetivo, alcance y valor son los mismos que los de cualquier otra rama del saber humano. Pero ninguna de ellas por sí sola tiene ningún alcance o valor si no van unidas. Y este valor tiene una definición muy simple: obedecer el mandato de la deidad délfica: ‘conócete a ti mismo’.” (Schrödinger, 1988, p. 14) La respuesta es del padre de la mecánica cuántica: Erwin Schrödinger; no es que estemos enarbolando la enseña del argumento de autoridad, simplemente resaltamos las motivaciones más íntimas en un hombre de ciencia que considera que “el saber aislado, conseguido por un grupo de especialistas en un campo limitado, no tiene ningún valor, únicamente su síntesis con el resto del saber, y esto en tanto que síntesis contribuya realmente a responder al interrogante ¿Qué somos?” (Ibíd., 15)

Lo que quede de ese ideal puede ser motivo de algunos debates, pero lo que se va haciendo evidente es que hoy la pregunta central es ¿Para qué sirve? Y, por supuesto, esto hace que cambien los intereses por completo. Diremos algo en un próximo capítulo sobre las conductas inapropiadas en las que incurren los científicos; sin embargo recordamos el ‘efecto Mateo’ que acuñara Merton en su texto de 1968 “The Matthew effect in science”. La necesidad de publicar no sólo vicia la actuación individual sino que tiene poder contaminante en el nivel institucional; prácticas como el ‘carrusel’ (yo te cito, tú me citas, nosotros existimos) más que responder al ¿Qué somos? Parecen un reclamo: ¿En qué nos hemos convertido?

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