Kitabı oku: «Ciudadanos de las dos ciudades»
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Dirección editorial: Miryam Meza Robles
Cuidado de la edición: Felipe G. Sierra Beamonte
Corrección de estilo: Óscar Díaz Chávez
Diagramación y diseño de portada: Carlos A. Vela Turcott
Versión digital: Daniel P. Estrella Alvarado
Impreso en México
A mi querida madre, Laura Delia Quintanilla de Cantú, que con
su alegría y fortaleza ha sido una fuente inagotable de inspiración.
A mis pacientes feligreses de San Josemaría, con una disculpa
por no haberlos atendido mejor, y con el mayor agradecimiento
por lo mucho que me compartieron.
Índice
Presentación
Introducción
Los dejó admirados
Un texto clave
Formación para la participación
Con optimismo y buen humor
Descanso y contemplación
Cuando llega el verano
El descanso de los hijos de Dios
Evitar el atolondramiento
Septiembre, mes de la patria
Un aspecto de la caridad
El ejemplo de los primeros cristianos
Príncipe de la paz
“Mi paz les doy”
Tres propuestas
Pedro entre nosotros
Una grata noticia
La “sombra” de Pedro
El quinto Evangelio
Los “gritos” de las piedras
Eventos de especial significación
Con san Josemaría a la Villa de Guadalupe
Una ocasión privilegiada
Como los antiguos peregrinos
En familia
¿Matrimonio igualitario?
Arma poderosa
Lepanto
Contemplar el rostro de Jesús con María
Proteger la santidad de la familia
Avanzar por el camino de la misericordia
“La puerta santa del alma”
La Iglesia es madre
La alegría de los hijos de Dios
La dignidad del cristiano
El “Padre amoroso” que nos contempla
San José: ¡trabajo bien hecho!
Dios trabajando en un taller de carpintería
La virgen de Fátima: 1917-2017
Una sorprendente aparición
El tercer secreto
San Josemaría y la virgen de Fátima
El mes de la Biblia, san Jerónimo y nuestra vida interior
Padre y doctor
La Escritura en la misa
En el umbral de la eternidad
La ciudad permanente del cristiano
Un rico insensato
La caída de las hojas
“Podemos arreglarlo”
Una bonita canción
“Escombros y semillas”
Verdad, posverdad, proverdad y elecciones en México
Un concepto luminoso
Tiempo de elecciones
Pasión por la verdad
Posverdad: mentira emotiva
“Participar para transformar”
Las imperfecciones de la democracia
Orientaciones puntuales de nuestros pastores
Participación responsable en la vida pública
Un compromiso voluntario y generoso
Cuidar y perfeccionar nuestra joven democracia
Información y participación
Jesús, los jóvenes y la vocación
“Vengan y lo verán”
El próximo sínodo
No ser eternamente niños
La Iglesia es de Cristo, pero también nuestra
“Repara mi casa”
Santa e indefectible
Un nuevo álbum en nuestra vida
Esperanza con realismo
Gimnasia espiritual
Ante la actual estridencia, diálogo sereno y razonado
Un desgaste muy costoso
El legado del pensamiento griego
Deberes ciudadanos del cristiano
Tiempo de graduaciones
Empezar bien el día
La verdad: una alta cumbre
Fe y razón, las dos alas del espíritu
“Una ola blanca y poderosa”
Dos llagas dolorosas
Y dos líneas de acción
Un gesto conmovedor
La libertad de los jóvenes hijos de Dios
Algo no está funcionando bien
¿Libertad o mera espontaneidad?
“La verdad los hará libres”
Cuando Jesús llama…
Un personaje a la puerta
Ante todo, fe
Pero también acción
Hacer más con menos
San Juan Pablo Magno
Un legado imponente
La Divina Misericordia en el centro
Al pan, pan, y al vino, vino
San Juan Pablo, ¿magno?
Matar a un ruiseñor
Una grave cuestión
Muchísimo más que un ruiseñor
Hombre y mujer, distintos y complementarios
“Cumbres nevadas”
La cruz en las entrañas del mundo
Hoy como ayer
Educación, verdad y democracia
Una situación delicada
Educación y cultura para la democracia
Educación en la verdad y en el amor
Un buen profesor
Reflexiones para un año que comienza
Una posible tentación
La pequeña semilla y el árbol frondoso
La grandeza y debilidad de nuestra libertad
San José: en su mes y año, “valentía creativa”
Una personalidad imponente
Inspiración para los padres de familia
Ir a donde el Señor quiera
“Otros que vienen las continuarán…”
Un breve balance
Muchas gracias a todos
Epílogo: la alegre música del Evangelio
Una consigna de Cristo
Hijos de Dios y hermanos entre nosotros
Buena música, no ruido de campanas rotas
Una reacción muy original
Referencias
Presentación
El 6 de abril de 2015, lunes de Pascua, temprano por la mañana recibí una inesperada llamada telefónica. Se me comunicaba que el vicario regional de la Prelatura del Opus Dei (Obra de Dios), institución a la que pertenezco desde hace muchos años, quería conversar conmigo en la Ciudad de México. El resumen de aquel amable encuentro era plantearme si estaría dispuesto a trasladarme de Monterrey, donde residía y trabajaba como sacerdote desde hacía quince años, a la Ciudad de México, con el objeto de ser párroco de la iglesia de San Josemaría en la zona de Santa Fe.
Aunque aquello me desconcertó mucho, pues no había trabajado en algo así nunca (mi tarea pastoral se había limitado desde mi ordenación sacerdotal a atender labores apostólicas de la Prelatura, mayoritariamente con estudiantes universitarios), accedí con gusto. Al poco tiempo se formalizaron las cosas y pude tomar posesión de mi nuevo cargo a principios del mes de junio. Y ahí permanecería por espacio de seis intensos años, hasta el mes de abril de 2021.
Fue una gratísima experiencia, llena de situaciones novedosas para mí, en la que lo más importante, como podrá fácilmente comprenderse, fue la interacción con incontables personas. Me encontré con una comunidad muy comprometida en la tarea de difundir el Evangelio de Cristo en todos los ambientes de la sociedad. Aprendí mucho de los sacerdotes que colaboraron conmigo en esa tarea, de los órganos consultivos de la parroquia, de los diversos grupos, del personal de servicio, etcétera.
Siempre consideré que mi prioridad tenía que ser la atención a cada alma. Me propuse que cada persona que, por cualquier inquietud espiritual, se acercara a la parroquia y al párroco fuera acogida y atendida del mejor modo posible. Para cumplir esa tarea disponía, como todo párroco, de las diversas celebraciones litúrgicas, especialmente de la eucaristía dominical, unida a ese entrañable momento, al terminar la misa, de saludo y diálogo con los feligreses y sus respectivas familias. También dediqué amplios espacios de mi tiempo para recibir en mi oficina o en el templo a quien quisiera confesión, dirección espiritual o simplemente orientación sobre algún asunto personal.
Aproveché, entre otros, un canal de comunicación empezado por mis predecesores, la redacción de los editoriales de una publicación bimensual de la parroquia.
En esos textos que además de impresos se subían a nuestra página web me propuse, casi desde el principio, abordar temas un poco más amplios que la mera vida parroquial. Con cierto énfasis en las cuestiones que propone la Doctrina Social de la Iglesia, a la que me he sentido atraído desde mis tiempos de estudiante universitario en la carrera de leyes de la Universidad Panamericana.
Esa colección de editoriales es la que ahora ofrezco a los lectores. Temas, como expresa el título de esta publicación, relacionados con los deberes de un cristiano tanto para con la Iglesia como para con la sociedad civil. Quise, por lo mismo, conservar la redacción original, un tanto coloquial, de un párroco con sus feligreses. Es mi ilusión que puedan despertar en quien los lea un mayor compromiso con las exigencias de su vocación cristiana en los dos ámbitos, espiritual y terreno, eclesial y civil.
Al leerlos será evidente que, además de las referencias a la Escritura y al Magisterio de la Iglesia, en los editoriales ocupa un lugar muy destacado la enseñanza de san Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei. Es el patrono de la parroquia y me pareció un deber de justicia y de gratitud proceder así.
Pido a la virgen María, bajo su advocación de Guadalupe, que la lectura de estos textos consiga la meta antes aludida de despertar en el lector el propósito de vivir mejor su compromiso cristiano en esta difícil etapa de la historia de la Iglesia que estamos atravesando.
Pbro. Francisco A. Cantú
Los Pinos, Coahuila, julio de 2021
Introducción
Los dejó admirados
Un día, nos cuenta el Evangelio, se presentó ante Jesús un grupo heterogéneo de personas. Procedían principalmente de los llamados herodianos (cercanos al rey Herodes y, por tanto, colaboracionistas con las autoridades romanas) y fariseos, los acérrimos defensores de las grandes tradiciones religiosas del pueblo elegido, los más observantes (externamente) de la ley de Moisés. Tenían, por tanto, posturas contrapuestas, pero paradójicamente se unen contra el que consideran su enemigo común: Jesús de Nazaret. Como consignan los tres evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) en aquella ocasión querían tenderle una trampa. Y para conseguirlo, le plantean una cuestión particularmente espinosa: el tributo al César. En efecto, pocas cosas resultaban más odiosas al pueblo que el injusto yugo al que el dominador romano los tenía sometidos. Aquellos interlocutores introducen su pregunta de una manera aparentemente amable: “Maestro, sabemos que eres sincero y que no te importa lo que diga la gente, porque no tratas de adular a los hombres, sino que enseñas con toda verdad el camino de Dios. ¿Está permitido o no, pagarle el tributo al César? ¿Se lo damos o no se lo damos?”.[1]
La artimaña fue captada inmediatamente por el Señor. Dijera lo que dijera quedaría mal. Si afirmaba que lo pagaran, lastimaría gravemente la sensibilidad del pueblo, que vería en esa respuesta una especie de traición a sus más hondos anhelos de justicia y libertad. Si, por el contrario, se ponía en contra de Roma, y negaba la obligación de pagar el tributo, los herodianos presentes tendrían un magnífico pretexto para acusarlo ante Poncio Pilato de subversión, de atentar contra los supremos intereses del imperio.
Pero Jesús nota su hipocresía y responde: “¿Porqué me ponen una trampa? Tráiganme una moneda para que yo la vea”. Se la trajeron (un denario) y él les preguntó: “¿De quién es la imagen y el nombre que lleva escrito?”. Le contestaron: “Del César”. Entonces les respondió Jesús: “Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Y los dejó admirados.[2]
En su sencillez y concisión, la respuesta del Señor revela su grandeza. No era una salida evasiva o diplomática, era poner las bases firmes para el comportamiento de sus discípulos a lo largo de la historia. Jesús no se pone de parte de los judíos ni de los romanos, sino que, elevándose sobre aquella coyuntura particular, apunta a una solución de fondo: La armoniosa y, ciertamente muy difícil, conjunción de los deberes para con Dios y con el Estado. El cristiano habrá de cumplir, lo más esmeradamente posible, sus obligaciones con ambos poderes, pues pertenece a ambas ciudades, la celestial y la terrena.
Un texto clave
Con el paso de los siglos el Concilio Vaticano II, al recoger una amplísima reflexión teológica de la tradición cristiana, exhortará a sus hijos, “ciudadanos de las dos ciudades, a que se afanen por cumplir fielmente sus deberes temporales, guiados por el espíritu del Evangelio”. Puntualiza con firmeza que “se alejan de la verdad quienes, sabiendo que nosotros no tenemos aquí una ciudad permanente, sino que buscamos la futura, piensan que pueden por ello descuidar sus deberes terrestres, sin comprender que ellos por su misma fe están más obligados a cumplirlos, cada uno según la vocación a la que ha sido llamado”.[3]
En este luminoso texto está contenida la propuesta que se ofrece al lector en las páginas del breve ensayo que tiene en sus manos. Quienes hemos tenido la gracia de recibir la vocación cristiana por medio del bautismo, estamos llamados no sólo a conquistar la santidad por el ejercicio de las virtudes humanas y sobrenaturales, procurando imitar a Jesucristo, nuestro insuperable modelo, sino también a configurar, con la luz de su mensaje, las estructuras temporales de la sociedad.
Formación para la participación
Un grave problema para la Iglesia en México y en el mundo ha sido desde muy antiguo la apatía de los católicos para las cosas que se refieren a la política y, más en general, a aquellas actividades que inciden ampliamente en el bien común. Los últimos romanos pontífices lo han denunciado con insistencia. San Josemaría, por su parte, lo vislumbró con agudeza desde los primeros tiempos de la fundación del Opus Dei. Por eso, quiero incluir aquí dos largas citas de una de sus cartas más antiguas, fechada en enero de 1932, es decir, muy poco después de la fecha fundacional (2 de octubre de 1928), aunque entregada a sus hijos espirituales en 1966, muy probablemente reelaborada.
La primera se refiere a la importancia de la intervención de los católicos en la actividad política:
La presencia leal y desinteresada en el terreno de la vida pública ofrece posibilidades inmensas para hacer el bien, para servir: no pueden los católicos (…) desertar de ese campo, dejando las tareas políticas en las manos de los que no conocen o no practican la ley de Dios, o de los que se muestran enemigos de su Santa Iglesia.
La vida humana, tanto la privada como la social, se encuentra ineludiblemente en contacto con la ley y con el espíritu de Cristo Señor Nuestro: los cristianos, en consecuencia, descubren fácilmente una compenetración recíproca entre el apostolado y la ordenación de la vida por parte del Estado, es decir, la acción política. Las cosas que son del César, hay que darlas al César; y las que son de Dios, hay que dárselas a Dios, dijo Jesús.[4]
La segunda cita nos ofrece una ponderada explicación de esa apatía generalizada que antes mencionamos:
Es frecuente, en efecto, aun entre católicos que parecen responsables y piadosos, el error de pensar que sólo están obligados a cumplir sus deberes familiares y religiosos, y apenas quieren oír hablar de deberes cívicos. No se trata de egoísmo: es sencillamente falta de formación, porque nadie les ha dicho nunca claramente que la virtud de la piedad –parte de la virtud cardinal de la justicia– y el sentido de la solidaridad cristiana se concretan también en este estar presentes, en este conocer y contribuir a resolver los problemas que interesan a toda la comunidad.
Por supuesto, no sería razonable pretender que cada uno de los ciudadanos fuera un profesional de la política; esto, por lo demás, resulta hoy materialmente imposible (…) por la gran especialización y la completa dedicación que exigen todas las tareas profesionales, y entre ellas la misma tarea política.
Pero sí se puede y se debe exigir un mínimo de conocimiento de los aspectos concretos que adquiere el bien común en la sociedad, en la que vive cada uno, en las circunstancias históricas determinadas.[5]
Con optimismo y buen humor
Es patente para quien tenga un mínimo de formación cristiana que, en la actual situación por la que atraviesa la Iglesia, sus enseñanzas básicas sobre temas vitales para la persona y la sociedad se encuentran sometidas a un fuerte rechazo por la cultura secular dominante. El matrimonio y la familia, el derecho de los padres a la educación de sus hijos, la libertad religiosa, la propiedad privada, la defensa de la vida y tantas cosas más se proponen en los grandes canales que configuran la opinión pública (radio, cine y televisión; redes sociales; periódicos y revistas, etc.) en términos ajenos o abiertamente hostiles a la propuesta cristiana. De aquí la importancia de abordar estos grandes asuntos y de hacerlo con mucha claridad en el fondo, pero con la mayor serenidad en la forma. En búsqueda siempre de las áreas comunes con los diversos actores políticos de la sociedad, desde las que sea posible alcanzar acuerdos con el diálogo abierto y respetuoso. Y, como alguien ha propuesto, sin alzar la voz, incluso con una sonrisa.
Con la luz de la fe, sabemos que la verdad está de nuestro lado. Tenemos, por tanto, los hijos de Dios que mantener en todo momento una actitud optimista y esperanzada. Nuestro gran desafío es mostrar esa verdad con el ejemplo y la palabra, de modo convincente y atractivo. Esta publicación es una modesta aportación a esta causa. Ahora bien, llevar a la práctica el mensaje del Evangelio y de la enseñanza social de la Iglesia es una tarea, como podrá comprenderse, descomunal. Está por encima de la limitada capacidad de cada uno de nosotros considerados individualmente. Pero unidos por la fe y el amor podemos lograr que las cosas cambien. No nos quedemos, por tanto, con los brazos cruzados o, peor aún, con quejas o lamentos que no conducen a ninguna parte. Una vez alguien me hizo considerar una atinada comparación. Si, en una noche oscura, se enciende una pequeña luz en un inmenso estadio vacío y apagado, obviamente el estadio no quedará iluminado pero esa pequeña luz se podrá apreciar desde cualquier rincón del estadio. De eso se trata. Encendamos cada uno una pequeña luz en nuestro lugar del estadio y, con la ayuda de Dios, entre todos conseguiremos iluminarlo. Es el Señor quien lo ha dicho: Ustedes son la luz del mundo.[6]
[1] Marcos 12, 14.
[2] Marcos, 15-17.
[3] Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, núm. 43.
[4] Mateo 22, 21. San Josemaría, carta 9-I-1932, en Cartas I, edición crítica, n. 41, a-b.
[5] Ibidem, núm. 46, a-c.
[6] Mateo 5, 14.