Kitabı oku: «Divorcio difícil y maltrato emocional»

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Agradecimientos

A todas aquellas parejas, padres y madres e hijos que me dieron la oportunidad de conocer y experimentar cómo sufren, experimentan y afrontan las dificultades y obstáculos en procesos de divorcio y cómo tratan de superarlos. En las diversas intervenciones que he realizado, he podido aprender y contrastar lo que por un lado la teoría expone con lo que viven y experimentan quienes transitan por un divorcio difícil, y que nos permite conocer las intervenciones necesarias y los desafíos que todavía tenemos que enfrentar los profesionales para atenderlos bien.

A los compañeros y compañeras de los Servicios Sociales Comunitarios, de la Zona Básica de Trabajo Social de San Juan del Puerto, José Antonio Botello, M.ª Valle González, M.ª Carmen Ruiz, Inmaculada Ortiz, les agradezco que compartieran el abordaje de los casos y me ayudaran a enriquecer el análisis y valoración. En particular, a la directora Coronada Rebollo, que siempre me mostró su apoyo para profundizar y escribir sobre esta difícil problemática.

Además, he de expresar mi gratitud a la inestimable colaboración de compañeras de otras áreas, como Carmen Subirá, trabajadora social del ámbito de la salud, con quien he podido compartir el abordaje y la reflexión sobre algunas familias que aquí se exponen, y por tanto los desafíos que presentan, y ha realizado sugerencias y aportaciones muy interesantes a este libro.

Entre los familiares y amigos que leyeron partes de este libro, analizando su contenido, haciendo aportaciones con su paciente revisión y aportando reflexiones al autor, quiero mencionar a Rosario Cristino, Toñi Domínguez, Aroa Pérez, Alicia Berlanga, Manuel Camacho y Mari Paz Rodríguez. Estas sugerencias y reflexiones ayudaron a hacer más comprensible el texto.

Estoy en deuda por la aportación de José Luis Gutiérrez, reputado juez de familia de Málaga, que aceptó prologar el libro sin que mediara más que una sencilla petición. Agradezco su generosidad y empeño en profundizar en este campo, y el ánimo que me transmitió, además de que sus publicaciones me ayudaron a recoger algunas aportaciones que desde el campo jurídico estimo son valiosas.

Siento especial gratitud con la aportación de Juan Miguel de Pablo, reconocido terapeuta familiar gaditano por su ayuda tanto en la revisión del texto como en la realización del prólogo, así como sus ánimos para terminar de perfilar este libro. Su ayuda también me orientó para elegir la mejor manera de editarlo.

Por último, quisiera mencionar la ayuda y ánimo de Stefano Cirillo, un referente de la terapia familiar a nivel europeo, sobre todo en el campo del maltrato infantil, pues su inestimable ayuda desplegada tanto en la revisión y supervisión de algunos de los casos expuestos, como en las ideas desarrolladas tanto en sus libros como en sus seminarios, han iluminado algunas de las sendas pedregosas y difíciles que hemos tenido que transitar con los miembros de las familias que sufren estas tormentas cuando intentamos ayudar a que superen sus conflictos.

Prólogo

José Luis Utrera Gutiérrez

El divorcio es, tras la pérdida de un ser querido, la vivencia más estresante que puede experimentar cualquier persona. La tensión que todo divorcio supone se dispara si la ruptura familiar (aproximadamente una de cada tres) resulta traumática por el enfrentamiento de la pareja, por la duración del conflicto o por la utilización de los hijos menores en las disputas de los adultos. Son divorcios «difíciles» o «de plomo» que lastran la vida emocional de todos los afectados y especialmente de sus hijos menores, quienes quedarán marcados para siempre por una ruptura en la que los progenitores anteponen sus intereses (emocionales, económicos) a los de unos niños que solo desean seguir siendo felices, aunque sea en un entorno familiar distinto.

Si bien la decisión de divorciarse pertenece al ámbito más privado de cada persona, las consecuencias de la misma desbordan la esfera estrictamente individual, pues involucran a terceros y tienen una evidente proyección social al afectar a ámbitos tan diversos como el educativo, el laboral, el sanitario o el de servicios sociales. Un «mal divorcio» suele traducirse en menores con problemas (bajo rendimiento escolar, conflictividad social, padecimientos psíquicos), adultos estresados (bajas laborales, usuarios de servicios médicos y sociales) y en un aparato judicial «sobreexplotado» y «desnaturalizado», donde el juez termina convertido en un «tercer progenitor dirimente» ante la incapacidad de los padres para adoptar decisiones consensuadas respecto a sus hijos.

Pese al elevado coste social que esta problemática supone, sorprendentemente, no es objeto de atención ni por la ciudadanía ni por los poderes públicos. Los divorcios «difíciles» no parecen preocupar a casi nadie, pese a que estamos en presencia de una parcela de la realidad muy importante por el número de personas a las que afecta y las secuelas que generan, muchas de ellas para toda la vida. La explicación de esta pasividad podría estar en que el divorcio sigue considerándose como algo privado, de adultos, y un terreno solo para juristas, prescindiéndose de otras consideraciones: el interés prioritario de los menores, la importancia de las perspectivas psicoemocionales o la necesaria intervención de profesionales no jurídicos.

El divorcio es mucho más que un proceso legal. Es una vivencia personal, emocional o psicológica por la que pasan no solo la pareja y los hijos, sino también familiares, amigos y hasta el entorno social de la familia. Se ha de tener claro que el juez y los abogados solo «resolverán» las cuestiones legales, pero no las emocionales y afectivas que continuarán vivas tras la sentencia. Es frecuente incluso que el conflicto interpersonal se vea incrementado por la propia «liturgia» procesal que es fuertemente confrontativa y adversarial cuando no hay acuerdo. O, dicho con otras palabras: los aspectos jurídicos son solo una parte, a veces la menos importante, del divorcio.

Tradicionalmente, los conflictos familiares de ruptura —o transformación familiar, pues en realidad desaparece un tipo de familia para dar paso a otro distinto— se han gestionado con instrumentos exclusivamente jurídicos. Las partes afectadas contratan los servicios de abogados, que plantean un proceso judicial que finaliza con una sentencia. En los casos más conflictivos (un 50 % en el cómputo global de los datos expuestos al inicio) se desarrolla un proceso contencioso, adversarial o confrontativo que finaliza con una sentencia «impositiva», en la que el juez, a falta de acuerdo entre las partes, fija las reglas por las que se regirá ese grupo familiar en lo sucesivo, tanto en los aspectos personales como patrimoniales.

Esta metodología tradicional tiene importantes inconvenientes, entre los que podemos mencionar:

- Margina los aspectos psicoemocionales al centrarse exclusivamente en los aspectos jurídicos.

- Al no dar una solución al conflicto que subyace bajo el proceso, la sentencia «impuesta» deja abierta la posibilidad de repetición de los litigios judiciales y el conflicto familiar, mal resuelto por la sentencia, «rebota» continuamente en el sistema judicial, desgastando emocionalmente a las partes y colapsando juzgados y tribunales.

- La dinámica procesal genera, frecuentemente, un incremento del conflicto familiar como consecuencia de su paso por el sistema judicial. Se puede resumir en una frase: tras un proceso judicial contencioso, las parejas salen del juzgado «peor» de lo que entraron.

Corolario de todo ello es una clara insatisfacción de los interesados con la respuesta que el Estado, por medio del sistema judicial, da a su ruptura familiar. Las expectativas puestas en el litigio se ven defraudadas y la desconfianza hacia el sistema y sus operadores (jueces y abogados especialmente) se incrementa. Igualmente, se generan importantes «daños colaterales» para las propias partes y un elevado coste para la sociedad.

Esa falta de una solución «de calidad» al conflicto familiar por la vía tradicional (judicialización del conflicto), unido a sus elevados costes personales y sociales, debe ser el punto de partida para plantear la necesidad de una mejora en la gestión de este tipo de conflictos, mejora que debe abordarse desde perspectivas multifocales, superando las exclusivamente jurídico/procesales que han imperado hasta ahora. O como ya hemos dicho, los conflictos familiares judicializados no pueden ser solo cosa de juristas, ni resolverse solo mediante procesos judiciales, más aún si estos son «impositivos».

En ese planteamiento se inserta el libro de Francisco Cristino Agudo, que estas líneas prologan: ofrecer una visión plurifocal de las rupturas familiares y especialmente de las «difíciles». Partiendo de su larga experiencia profesional en el trabajo con familias «rotas», lo que le concede un papel de notario privilegiado del sufrimiento de muchos menores como consecuencia de rupturas parentales mal gestionadas, ha elaborado un trabajo que no solo analiza el problema, sino que trata de ofrecer soluciones desde el interés superior de los menores, de esos menores que son los grandes perdedores de las batallas legales y emocionales de los adultos. Al diagnóstico del divorcio «dificil» dedica la primera parte bajo el título de «Comprender y explicar el divorcio». Las posibles soluciónes se enmarcan en la segunda bajo la rúbrica «El abordaje del divorcio dificil». La importancia de «profesionalizar» la intervención de acompañamiento a este tipo de familias ―entendida como una necesidad de formación y especialización de los profesionales que la realizan—, la transcendencia de la información a los hijos menores como forma de evitar su manipulación parental, o el intercalar casos reales extraídos de su trabajo son algunas de las aportaciones más interesantes de la segunda parte de la obra, y toda ella es la constatación empírica, obtenida por el contacto de su autor con la realidad, de problemas que otros simplemente intuimos.

En conjunto, el libro es una aportación muy interesante a esa corriente, en la que vengo participando desde hace muchos años con otros profesionales, que trata de hacer las cosas de otra forma y conseguir que esos divorcios «difíciles» tengan los menores costes posibles para sus protagonistas y para la sociedad. Y, sobre todo, que no impidan a muchos niños y niñas volar felizmente en la vida tras la separación de sus progenitores.

Si lo que justifica nuestro paso por el mundo es hacerlo un poco mejor y más habitable para los que vienen detrás, Francisco Cristino ha cumplido sobradamente con este libro ese principio de ética social, pues todas las personas que lo lean, especialmente si son profesionales relacionados con las rupturas parentales, mejorarán el abordaje de estos conflictos tan importantes para las personas que los protagonizan y para la sociedad que los enmarca.

José Luis Utrera Gutiérrez. Juez de familia.

Autor del libro Guía para un buen divorcio.

PROLOGANDO

JUAN MIGUEL DE PABLO URBAN

La tarea de prologar un libro tiene su particular complejidad y, cuando se afronta, puede generar una doble sensación. De una parte, el cálido agradecimiento suscitado por el hecho de que el autor haya pensado en nosotros para esta tarea y, de otra, el inevitable temor por la responsabilidad que supone escribir sobre su trabajo, sobre el esfuerzo en el desarrollo de un tema que ha elaborado primorosa y pacientemente, sin decepcionarle ni frustrar sus expectativas.

En este caso, se resolvió rápidamente, de una parte, por la calidad del trabajo que ahora tiene entre sus manos y, de otra, porque es de máxima importancia que los profesionales de la psicología y de la psicoterapia de nuestro país, y de nuestra Andalucía en especial, abandonen la resguardada comodidad del observador y del espectador, centrados en la lectura y el estudio de los textos, para, por fin, atreverse a cambiar su posición y convertirse en actores y protagonistas, volcando en el papel la experiencia del trabajo directo con pacientes y familias, las reflexiones y la exposición de las ideas y conclusiones sobre su desempeño laboral.

En mi experiencia, desde el año 1994, como director y editor de la revista Systémica, dentro de la Asociación Andaluza de Terapia Familiar y Sistemas Humanos, sta ha sido mi insistente y continua propuesta, una línea editorial definible desde el deseo de intensificar y visibilizar la participación de nuestros profesionales, permitiéndose reflejar por escrito su experiencia, ofreciendo sus propuestas y compartiéndolas con el resto de profesionales de la comunidad científica. Por ello, ha sido un placer y un privilegio acceder a la lectura de este libro, del trabajo realizado por Francisco Cristino, apreciando su profundidad y calidad técnica, subrayando también su oportuna publicación por el interés profesional que este tema suscita. Hay que felicitar al autor por el valor que requiere permitirse atravesar esa línea invisible que separa al espectador del actor en esta dramaturgia social de la labor terapéutica y de las publicaciones en psicoterapia.

Pueden existir otros libros publicados que detallen lo que acontece en un proceso de separación, las situaciones que se producen cuando hablamos de un divorcio difícil, que desgrane los efectos de todo este proceso doloroso en los menores afectados; pero en este texto que nos presenta Francisco Cristino, podemos encontrar reunidas, en detalle, la descripción de las formas en que se suele presentar esta complicada situación en las parejas en conflicto, así como cuáles son las posibles consecuencias que ocasionan en los menores afectados. De igual forma, se recuerda la ineludible necesidad de intervención psicoterapéutica en estas situaciones, así como las mejores herramientas a utilizar para optimizar los resultados en estos procesos.

Entrando en detalles, en la primera parte del libro, «Comprender y explicar el divorcio», el autor recorre los hitos principales que se han venido produciendo históricamente en el fenómeno de la separación y del divorcio, así como su contextualización en el marco legislativo y su evolución a lo largo de los años. Enmarca acertadamente los aspectos legales y los aspectos emocionales, detallando las dificultades que suelen presentarse cuando una pareja decide su separación o divorcio, incidiendo con especial énfasis cuando este proceso se complica.

Evidentemente, una separación puede realizarse de muy diferentes formas. Se ha podido llevar a cabo de forma colaborativa entre los cónyuges, a través de acuerdos progresivos, o, por el contrario, puede ocurrir que esa colaboración se haya roto o no haya llegado a existir en ningún momento, dando lugar en estos casos a un proceso más complicado, largo y doloroso. En esta situación, donde las personas que han decidido separarse están emocionalmente angustiadas, es habitual observar cómo pueden quedar invisibilizadas las complejas emociones de los hijos de la pareja, cómo estos pueden verse afectados sin que los padres consigan contemplar y alternar el propio dolor con el que se está produciendo en los menores. No es extraño que las dificultades que presentan los hijos e hijas sean destacadas y potenciadas como un medio con el que culpar al otro cónyuge; el malestar de los hijos se puede llegar a convertir en objeto arrojadizo y útil en la cruenta batalla de la separación, es decir, que los hijos acaban siendo partícipes, por sí mismos, o por lo que les acontece, de la lucha sin cuartel que define un divorcio difícil.

Los profesionales de la psicoterapia y de la intervención psicosocial conocen sobradamente las dificultades que estos casos comportan. El esfuerzo por, de una parte, dar espacio al dolor y a la angustia derivada de la separación que están sintiendo los miembros de la pareja, y, de otra, intentar hacerles ver cómo toda esa situación está afectando seriamente a los hijos, presentan el terreno donde el profesional debe moverse habitualmente. Los hijos, en la separación de sus padres, suelen sentirse además culpables, asumiendo una responsabilidad prestada como si hubiesen sido actores de primera fila en el drama familiar y como si en sus manos estuviera la posibilidad de hacer retornar a la familia a aquella unidad perdida, a la familia intacta.

La angustia y la tristeza de los miembros de la pareja en el trance de la separación ofusca su capacidad reflexiva e impide el entendimiento y la colaboración entre ellos, produciendo numerosas anomalías, todas fruto de la marcada reactividad emocional presente en el conflicto conyugal. Los hijos no son informados de una forma adecuada de lo que acontece o, en las peores situaciones, son intensamente desinformados y manipulados en las triangulaciones relacionales formadas y potenciadas por los padres. Se interpretan o definen, a menudo, las conductas de los hijos como erráticas o «patológicas», como un inadecuado comportamiento, fruto de la rebeldía o de la mala educación, requiriendo inmensos esfuerzos en los profesionales para hacer ver a los padres cómo estas conductas están perfectamente ensambladas, y adquieren todo su sentido, dentro de lo que está ocurriendo entre ellos, en la familia. Recuerdo una niña de diez años que anunciaba y repetía su deseo de suicidarse, llevada por la madre a la consulta de salud mental, sin que, en ningún caso, en el relato de los padres, apareciera la posibilidad de que estas manifestaciones y amenazas de la hija tuvieran relación alguna con la inminente separación de la pareja parental. Se pretendía, en este caso, que se realizara una intervención individual en la hija «enferma», demanda hasta cierto punto lógica para unos padres sumamente preocupados y asustados por las pretensiones que la chica manifestaba; pero, desde una observación sistémica relacional, podríamos entender toda esa vehemente dramatización de muy diversas maneras: desde un intento infructuoso para que el padre abortara su decidida salida del hogar familiar, desde el apoyo a la madre angustiada y triste por el abandono de su pareja para activarla y sacarla de su postración, desde la posibilidad de mostrar a ambos padres el «error» que cometían en la forma de gestionar aquel interminable y agotador conflicto, etc.

A la postre, el efecto de maltrato emocional —cuando no físico— en los menores es evidente y muy grave. De ahí la necesidad incuestionable de intervenir para poder ejercer una protección de los menores efectiva y así optimizar el desarrollo y buen fin de los procesos de separación y divorcio.

En la segunda parte del libro, «El abordaje técnico del divorcio difícil», el autor establece los diferentes elementos que se precisan para el abordaje psicoterapéutico de estas situaciones. Destacan en el texto las observaciones sobre la necesidad de realizar una valoración del posible daño en los menores y, en especial, la importancia de permitirnos (padres y profesionales) escuchar a los hijos e informarles del proceso que se viene produciendo en la pareja parental. No en vano, el libro se subtitula: Escuchar la voz de los niños. En este apartado también se recogen las dificultades que suelen presentarse a la hora de realizar esta valoración y cómo abordarlas de la mejor manera. Qué debe valorarse (pensamientos, sentimientos, síntomas, contexto, instrumentalización) y cómo debemos hacerlo son dos líneas que el autor subraya, siempre considerando la importancia de la necesaria adecuación a las características de los menores y a sus edades. Por último, el autor recuerda y destaca la necesidad de contar con la información que proviene de otros sistemas convergentes con la familia, en particular, de la escuela.

Otro aspecto a mencionar es el que tiene que ver con la evaluación y el pronóstico del ejercicio parental, detallándose en el texto la importancia de observar el grado de escucha y de empatía de los padres respecto al daño que están sufriendo los menores, la posible participación de la red familiar, la disponibilidad y capacidad de colaboración entre los padres (por ejemplo, con la disposición a contener la batalla judicial), etc. Por último, describe los diferentes tipos de entrevistas, los plazos para la evaluación y el tratamiento, así como la importancia del trabajo en red, analizando la detección e intervención en los diferentes contextos implicados.

Recomiendo, por tanto, su atenta lectura. Considero el texto de máxima utilidad para los profesionales que han de intervenir y atender a las familias en situación de conflicto y que han de trabajar en la mejora de las condiciones de los menores afectados por las separaciones y divorcios difíciles. A la postre, su lectura podrá ayudarnos a poner orden y templanza en el caos que se suele presentar en las familias cuando atraviesan estas situaciones tan complejas. De igual forma, nos permitirá a los profesionales y a los equipos reflexionar e intervenir con la necesaria mesura y perspectiva. Realizar un trabajo de calidad, cuando desempeñamos nuestra labor en los servicios de atención a la infancia, es vital, en particular cuando atendemos a familias que se enfrentan ante situaciones tan dolorosas que podrán afectar a los menores en su desarrollo emocional, intelectual y social.

También puede ser una lectura provechosa para los padres, sobre todo si el conflicto está muy presente en su relación conyugal o si la perspectiva de una probable separación está sobre la mesa. Podría ayudarles a reflexionar sobre las dificultades del proceso que están viviendo y, por supuesto, sobre las consecuencias que sus acciones pueden provocar en sus hijos.

Para finalizar quiero tomar prestadas unas palabras de Magdalena Rodríguez (2003) cuando dice:

… cuando hay niños y adolescentes en riesgo, la sacudida emocional es importante. Es necesario trabajar desde un modelo que no vea al niño como víctima de una familia intrabajable. Esto no impide tomar medidas protectoras para los menores. La prevención infantil más efectiva es la que incide para estimular los recursos de los adultos que conviven con el niño (p. 104) («La familia multiproblemática y el modelo sistémico». Portularia, n.º 3).

PREFACIO

Stefano Cirillo

Agradezco al autor que me haya propuesto escribir el prefacio de su libro, permitiéndome leerlo detenidamente incluso antes de su publicación, y también la consideración que muestra por mi trabajo mencionándome varias veces en el texto, lo cual es un honor.

Debo decir que la primera reacción que tuve cuando cogí el manuscrito fue de asombro. Cristino rompe un tabú, permitiéndose declarar que el divorcio no es solo una conquista social, sino también un fracaso existencial que causa sufrimiento en todos los miembros de la familia, y en particular a los más jóvenes e indefensos.

Imagino que en España, al igual que en Italia, la lucha social para conseguir la introducción del divorcio supuso una etapa muy importante en el reconocimiento del derecho a la autodeterminación, especialmente de las mujeres, que sufrían especialmente la obligación de permanecer en relaciones no solo desgastantes, sino a veces mortificantes y violentas. La presencia de fuerzas sociales fuertemente opuestas a la aprobación de la ley que establece el divorcio, como algunas instancias más conservadoras dentro de la Iglesia Católica, hizo que el debate fuera incandescente y fuertemente divisivo.

Ahora bien, que un terapeuta, y además de sexo masculino, en lugar de aclamar indiscriminadamente el derecho individual del paciente a hacer valer su propia libertad para disolver un vínculo opresivo recuerde con decisión que los «divorcios difíciles» también existen, me pareció un gesto de gran valentía.

Me ha recordado a uno de los libros más bonitos sobre psicoterapia que he leído en los últimos años: Soul searching. Who Psychotherapy must promote moral responsibility de William Doherty. La tesis del psicoterapeuta estadounidense (que, casualmente, comienza su libro acusando de cobardía a los psicólogos llamados a pronunciarse como asesores técnicos en el caso de divorcio entre Mia Farrow y Woody Allen) es que la psicoterapia, que durante décadas ha tenido el mérito de fomentar los derechos de las minorías (mujeres, homosexuales...) ha pasado al otro lado, apoyando posiciones individuales incluso en detrimento de los vínculos afectivos y sociales, principalmente los parentales.

Y así, Cristino declara sin tapujos que un divorcio buscado sin atención al bienestar de los niños equivale a un abuso emocional, una tesis ciertamente compartida por quienes están inmersos profesionalmente en este campo, pero que puede parecer reaccionaria a quienes están fuera de él.

En este sentido, la tabla que presenta, extraída de Glasserman, sobre los 8 indicadores que permiten diferenciar el Divorcio Colaborativo, que minimiza las implicaciones negativas para los hijos, del Divorcio Conflictivo, que por el contrario los arrastra. (A propósito de esta cita, aprovecho para señalar que uno de los méritos del libro es la riqueza de las entradas bibliográficas, que van desde las clásicas hasta las más actuales, de diferentes orientaciones teóricas y de distintos contextos geográficos. Asimismo, los datos estadísticos también son valiosos y útiles para apoyar la tesis del autor).

A continuación mencionaré, sin ningún orden en particular, algunos de los puntos fuertes de esta obra.

1. Fidelidad a una visión verdaderamente sistémica del fenómeno. Véase el caso del tristemente célebre Síndrome de Alienación Parental (SAP): Cristino se cuida de no abrazar la visión lineal y culpabilizadora de Gardner, que lo lee como el efecto de la manipulación instigadora del progenitor custodio, y por tanto reclamado como «alienante», que denigra al otro, al llamado «alienado», a través de un lavado de cerebro realizado sobre el niño. Por el contrario, subraya que se trata de una situación a la que contribuyen de forma más o menos consciente los tres protagonistas: el progenitor abandonado, que vincula al niño consigo mismo a través de la expresión sin filtro de su sufrimiento; el progenitor que se ha ido, retirándose al mismo tiempo del ejercicio de la paternidad, que a menudo era débil incluso antes de la separación; y el propio niño, que se sitúa como defensor del progenitor percibido como más débil, contribuyendo así a consolidar en sí mismo esa identidad parentificada cuyos efectos negativos se subrayan repetidamente en el texto.

2. La perspectiva trigeneracional. En todos los casos presentados para ilustrar la tesis del autor, se recorren las vicisitudes de cada uno de los cónyuges a partir de la experiencia del progenitor cuando era niño. En todos mis trabajos sostengo de la misma forma que todo padre maltratante es a la vez un hijo herido y un cónyuge decepcionado; aunque al trabajar con parejas conflictivas sería fácil deslizarse hacia una perspectiva centrada exclusivamente en el sufrimiento conyugal, pasando por alto que este se hace más amargo por la repetición. «Lo pasé mal en mi familia de origen, esperaba que en la relación amorosa las cosas fueran mejor obteniendo alguna compensación, pero no, todo está como antes». Y sin embargo, este enfoque en el libro se mantiene de forma constante.

3. Respeto riguroso a la prevalencia de los derechos del niño, enfoque transversal a todo el trabajo. «Primero el niño» no es un gesto de caballerosidad. Es el imperativo de la especie: para que la humanidad sobreviva debemos proteger a las generaciones futuras y a las mujeres que les dan la vida. Pero la obediencia a este principio no se traduce en una visión moralista y culpabilizadora de la paternidad. Cristino se esfuerza (y lo consigue) en ser cálido y acogedor con ellos también, y esta elección se nota en todos los casos descritos. Es importante aclarar que esta actitud no significa ponerse del lado del padre en contra de las necesidades del niño, sino más bien abrazar la recomendación de Bowlby: «Si quieres ayudar a un niño, ayuda a su madre». En este sentido, me gustaría enfatizar el recorrido de uno de los últimos casos, en el que se denuncia que un Servicio de Salud Mental se negó a transmitir la información que tenía sobre un padre escudándose en el secreto profesional. Se trata precisamente de una visión de los derechos del niño como si fueran opuestos a los del adulto, de modo que el Servicio de Adultos no habla con el Servicio de Niños para no perjudicar su alianza con el paciente. Pero padre e hijo tienen el mismo interés, que su relación funcione correctamente y que el niño crezca bien: si un padre no solo quiere amar a su hijo, sino que «quiere su bien», se le puede ayudar a entender que señalar sus incompetencias no sirve para juzgarle o castigarle, sino para que sea «suficientemente bueno» para su hijo.

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