Kitabı oku: «Solidaridad y misericordia»

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SIGLAS


AA CONCILIO VATICANO II, Decreto Apostolicam actuositatem (18 de noviembre de 1965).
AL FRANCISCO, Exhortación apostólica pos-sinodal Amoris laetitia (19 de marzo de 2016).
CV FRANCISCO, Exhortación Christus vivit (25 de marzo de 2019).
EG FRANCISCO, Exhortación apostólica Evangelii gaudium (24 de noviembre de 2013).
FC JUAN PABLO II, Exhortación apostólica Familiaris consortio (22 de noviembre de 1981).
GE FRANCISCO, Exhortación apostólica Gaudete et exsultate (19 de marzo de 2018).
GS CONCILIO VATICANO II, Constitución pastoral Gaudium et spes (7 de diciembre de 1965).
LF FRANCISCO, Carta encíclica Lumen fidei (29 de junio de 2013).
LS FRANCISCO, Carta encíclica Laudato si’ (24 de mayo de 2015).
MV FRANCISCO, Bula de convocación del Jubileo Extraordinario de la Misericordia Misericordiae vultus (11 de abril de 2015).
SS BENEDICTO XVI, Carta encíclica Spe salvi (30 de noviembre de 2007).
VS JUAN PABLO II, Carta encíclica Veritatis splendor (6 de agosto de 1993).

PRÓLOGO
LA RICA TEOLOGÍA MORAL Y BIOÉTICA DEL PAPA FRANCISCO

El papa Francisco tiene una rica teología moral y una bioética integral muy honda. Su mirada amplia, orgánica y sintética de la realidad, siguiendo en gran parte los pasos de Pablo VI, dota a sus reflexiones de una profundidad y novedad significativas. Si un nuevo paradigma implica no tanto nuevos datos cuanto una nueva manera de ver la realidad, el magisterio moral del papa supone el comienzo de un nuevo paradigma moral en la tradición de la Iglesia.

El libro que presentamos se encuadra dentro del Grupo de Trabajo en Bioética de las Universidades de Jesuitas de España (UNIJES). En la Facultad de Teología de Granada, el 6 de abril de 2019, se organizaron las I Jornadas de Bioética de UNIJES, tituladas La bioética del papa Francisco. La Jornada fue inaugurada por el rector de la Facultad de Teología de Granada, Gonzalo Villagrán, y contó con la presencia de Mons. Marcelo Sánchez Sorondo, de la Academia Pontificia de Ciencias. Este libro recoge dos ponencias de esa Jornada.

Detrás de la sencillez del papa Francisco hay un hombre sólido, con una teología social y política bien definida, una teología del pueblo de Dios bien arraigada en el Concilio Vaticano II (especialmente Lumen gentium 9-17) y una teología viva preocupada por la evangelización «alegre» de la gente.

La clave de comprensión de esta teología está en que, para el papa Francisco, la vida real de la gente es más importante que las ideas (EG 231-233). Su magisterio critica una serie de concepciones demasiado abstractas, demasiado conceptuales y distantes de la fe, y busca entroncarse más hondamente en las historias de la Biblia, de la gente concreta, la experiencia de la realidad. Francisco «quiere pastores con olor a oveja», cercanos a las «villas miseria», a las «periferias» sociales y existenciales, al sufrimiento y la vida cotidiana de la gente. El papa no quiere una teología de escritorio, sino una teología en contacto con la vida, una teología del pueblo, como aprendió de su maestro, Lucio Gera (1924-2012). No cree en síntesis especulativas o ideológicas que reducen la riqueza de la pluralidad, sino en tensiones llenas de contraste, como aprendió de Romano Guardini, autor sobre el que comenzó a hacer su tesis doctoral.

La novedad de este papa supone una cierta discontinuidad con los papas anteriores. Cierta discontinuidad entre los papas es algo inevitable. La historia de la Iglesia muestra cómo cada papa marca el ministerio petrino en la Iglesia católica con las notas del Espíritu de Dios en ese tiempo. A los pocos meses, el papa Francisco, en la entrevista concedida al P. Spadaro, de La Civiltà Cattolica, afirma claramente:


Las enseñanzas de la Iglesia, sean dogmáticas o morales, no son todas equivalentes. Una pastoral misionera no se obsesiona por transmitir de modo desestructurado un conjunto de doctrinas para imponerlas insistentemente. El anuncio misionero se concentra en lo esencial, en lo necesario, que, por otra parte, es lo que más apasiona y atrae, es lo que hace arder el corazón, como a los discípulos de Emaús [...] Tenemos, por tanto, que encontrar un nuevo equilibrio, porque de otra manera el edificio moral de la Iglesia corre el peligro de caer como un castillo de naipes, de perder la frescura y el perfume del Evangelio. La propuesta evangélica debe ser más sencilla, más profunda e irradiante. Solo de esta propuesta surgen luego las consecuencias morales.


Para Francisco, lo central es Cristo y su Evangelio. El Evangelio es la clave de renovación de la Iglesia y la clave de renovación del Concilio Vaticano II a la luz de la cultura contemporánea. «Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual» (EG 11).

¿Qué supone esto para una teología moral y una bioética católicas?

1) (Bio)ética global, bioética de la solidaridad y bioética ecológica. Su punto de partida es la fragilidad de los vínculos religiosos, sociales y familiares. En su intervención en Aparecida, después de hacer un fino análisis de la situación, señala tres conclusiones que son el centro de sus preocupaciones: en el orden religioso se está produciendo una ruptura en la transmisión generacional de la fe cristiana en el pueblo católico; en la dimensión social hay una inequidad escandalosa que lesiona la dignidad personal y la justicia social, y en la cultura es evidente la crisis de los vínculos familiares y sociales fundantes de los pueblos. Lo central es la ruptura generacional, la quiebra social y la crisis de los vínculos. Al papa Francisco le preocupa la orfandad de nuestra cultura, las discontinuidades, los desarraigos, la caída de las certezas. Por eso, ante tanto desarraigo y desvinculación, lo que propugna es una cultura de la solidaridad.

La bioética del papa Francisco tiene una mirada amplia, integral y profundamente social, preocupada por el consumo y la falta de solidaridad. En Laudato si’ 120 señala:


Dado que todo está relacionado, tampoco es compatible la defensa de la naturaleza con la justificación del aborto. No parece factible un camino educativo para acoger a los seres débiles que nos rodean, que a veces son molestos o inoportunos, si no se protege a un embrión humano, aunque su llegada sea causa de molestias y dificultades: «Si se pierde la sensibilidad personal y social para acoger una nueva vida, también se marchitan otras formas de acogida provechosas para la vida social» (Caritas in veritate 28) (LS 120).


La ética de la solidaridad ante la fragilidad culmina en una ética ecológica que se opone a la lógica del consumo, a la lógica del «usar y tirar» (LS 123), del tratar a los otros como meros objetos, lo cual llega a la explotación sexual de los niños, al abandono de los ancianos, a la compra de órganos de los pobres y al «descarte de niños porque no responden al deseo de sus padres». Su ecología y solidaridad integral, llena de entrañas de misericordia, se opone también a la lógica del dominio: «Cuando no se reconoce en la realidad misma el valor de un pobre, de un embrión humano, de una persona con discapacidad –por poner solo algunos ejemplos–, difícilmente se escucharán los gritos de la misma naturaleza. Todo está conectado. Si el ser humano se declara autónomo de la realidad y se constituye en dominador absoluto, la misma base de su existencia se desmorona» (LS 117).

La bioética de la solidaridad y de la ecología de Francisco tiene una mirada amplia, sintética, orgánica e integral de los temas (LS 141; 192; 197). El papa plantea un modo de vida más desacelerado (LS 193), más sobrio (LS 223), más en comunión y en alianza y relación con los otros (LS 219; 240), más contemplativo y amante de la belleza (LS 234; 235), más de descanso dominical (LS 237). Como repite tantas veces, «todo está conectado». No cabe el individualismo, sino una visión global; no cabe el descarte y la exclusión, sino la compasión y la integración; no cabe el dominio y la lógica tecnocrática, sino la solidaridad y la sabiduría.

2) (Bio)ética gradual y dinámica. La ley de la gradualidad implica una mirada «positiva» del crecimiento moral, que considera atentamente nuestros condicionamientos y limitaciones, nos libera de obstáculos y concibe a los individuos en camino. Una mirada profunda de la gradualidad nos hace mirar positivamente la historia, los conflictos, las crisis y las limitaciones. La historia y la vida son realidades abiertas, dinámicas, plenas de eventos de libertad y creatividad. Las dificultades no son solo limitaciones por no alcanzar un ideal o no realizar una norma, sino que son hechos que nos invitan a una mirada más honda para descubrir el abierto y valioso fondo de las cosas y los acontecimientos. Desde la gradualidad y la fragilidad entendemos que lo central no es aspirar a bellos ideales ajenos a la realidad. En el fondo, supone integrar seriamente el enfoque aristotélico de las cosas, que parte de la realidad, y resituar cierto platonismo, que parte de la idea. Como afirma el papa Francisco, «la realidad es más importante que la idea. Esto supone evitar diversas formas de ocultar la realidad» (EG 231-233). La primera que nombra son los purismos angélicos. Por eso «no dice tanto lo que hay que hacer, sino que propone lo que podemos hacer mejor» (EG 159).

3) (Bio)ética inspiradora y propositiva más que normativa. Para el papa hay que reducir el peso y el número de las normas. El papa Francisco nos recuerda que la Iglesia, en su constante discernimiento, «puede llegar a reconocer costumbres propias no directamente ligadas al núcleo del Evangelio, algunas muy arraigadas a lo largo de la historia, que hoy ya no son interpretadas de la misma manera y cuyo mensaje no suele ser percibido adecuadamente» (EG 43). Recuerda, con santo Tomás, que los preceptos dados por Cristo y los apóstoles al pueblo de Dios «son poquísimos»; y citando a san Agustín advierte que los preceptos añadidos por la Iglesia deben posteriormente exigirse con moderación, «para no hacer pesada la vida a los fieles» y convertir nuestra religión en una esclavitud, cuando «la misericordia de Dios quiso que fuera libre» (Summa Theologiae I-II, q. 107, art. 4). Ante un cristianismo demasiado doctrinal, de deberes y obligaciones, de «catecismo» y de normas, el papa propone un cristianismo «ligero de equipaje», más «sintético», más positivo y propositivo, más inspirador y alentador, más de esperanza y horizontes de sentido, más motivador, gozoso y alegre.

4) (Bio)ética orgánica y equilibrada. Correcta jerarquía y correcta proporción. Francisco recuerda cómo el Concilio Vaticano II explicó que hay un orden o jerarquía de verdades en la doctrina católica, por ser diversa su conexión con el fundamento de la fe cristiana. «Esta vale tanto para los dogmas de la fe como para el conjunto de las enseñanzas de la Iglesia, e incluso para la enseñanza moral» (EG 36). El papa advierte también el problema de hipertrofiar el mensaje cristiano haciendo centrales ciertos aspectos que son secundarios:


El problema mayor se produce cuando el mensaje que anunciamos aparece entonces identificado con esos aspectos secundarios que, sin dejar de ser importantes, por sí solos no manifiestan el corazón del mensaje de Jesucristo (EG 34).

Una pastoral en clave misionera no se obsesiona por la transmisión desarticulada de una multitud de doctrinas que se intenta imponer a fuerza de insistencia (EG 35).

En el anuncio del Evangelio es necesario que haya una adecuada proporción. Esta se advierte en la frecuencia con que se mencionan algunos temas y en los acentos que se ponen en la predicación. Por ejemplo, si un párroco, a lo largo de un año litúrgico, habla diez veces sobre la templanza y solo dos o tres veces sobre la caridad o la justicia, se produce una desproporción. [...] Lo mismo sucede cuando se habla más de la ley que de la gracia, más de la Iglesia que de Jesucristo, más del papa que de la Palabra de Dios (EG 38).


No hay que insistir en lo secundario (EG 34). Hay que mantener una adecuada proporción en la predicación y en la enseñanza (EG 38). Todo ello tiene una clara consecuencia para Francisco: hay que tener el coraje de revisar y reformar:


En su constante discernimiento, la Iglesia también puede llegar a reconocer costumbres propias no directamente ligadas al núcleo del Evangelio, algunas muy arraigadas a lo largo de la historia, que hoy ya no son interpretadas de la misma manera y cuyo mensaje no suele ser percibido adecuadamente. Pueden ser bellas, pero ahora no prestan el mismo servicio en orden a la transmisión del Evangelio. No tengamos miedo a revisarlas (EG 43).


5) (Bio)ética del acercamiento y acompañamiento de crecimientos. La Iglesia «en salida» es una Iglesia que se caracteriza, para el papa Francisco, por cinco importantes verbos: primerear, involucrarse, acompañar, fructificar y festejar (EG 24). Hay que «acompañar a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean» (EG 23):


Por tanto, sin disminuir el valor del ideal evangélico, hay que acompañar con misericordia y paciencia las etapas posibles de crecimiento de las personas que se van construyendo día a día [...] Un pequeño paso, en medio de grandes límites humanos, puede ser más agradable a Dios que la vida exteriormente correcta de quien pasa sus días sin afrontar importantes cuestiones. A todos debe llegar el consuelo y el estímulo del amor salvífico de Dios, que obra misteriosamente en cada persona, más allá de sus defectos y caídas (EG 44).


La Iglesia «necesita la mirada serena para contemplar, conmoverse y detenerse ante el otro»; necesita aprender «este arte del acompañamiento», el arte de escuchar, de quitarse las sandalias ante la tierra sagrada del otro (cf. Ex 3,5) para dar «a nuestro caminar el ritmo sanador de projimidad, con una mirada respetuosa y llena de compasión» (EG 169).

El papa reconoce que hay una belleza en lo real, en lo imperfecto, en lo limitado, en lo que va creciendo, en lo encarnado. El papa reconoce este crecimiento en la fragilidad cuando, ante los desafíos de la vida, no optamos en lo profundo del corazón por la exclusión y el descarte, por idolatrar el dinero, por olvidar el servicio, por la inequidad que genera violencia (EG 53-60). Cuando, en medio de la vulnerabilidad y las rupturas, de los golpes y zarpazos de la vida, no se cede al relativismo, al egoísmo, al pesimismo, se está viviendo en el camino del Evangelio. «El acompañante sabe reconocer que la situación del sujeto ante Dios y ante su vida en gracia es un misterio que nadie puede comprender desde fuera» (EG 172). De ahí la limitación del esquema normativo y dualista (lícito/ilícito; intrínsecamente bueno/malo) y la necesidad de asumir un esquema más dinámico, más personalizado. Acompañar crecimientos implica que la Iglesia educa la conciencia, la libertad y la responsabilidad. Para el papa no hay que controlar y dominar los espacios, sino «promover libertades responsables» (EG 262).

6) (Bio)ética de los últimos y vulnerables, cercana a los pobres y al Espíritu que late en el interior de cada persona. Es un eje que recorre todas las Escrituras (EG 187) y toda la historia de la Iglesia. Es una de las notas de la verdadera Iglesia, como bien señalaba Ignacio Ellacuría. Es el criterio clave de autenticidad cristiana; es el signo que no debe faltar jamás: la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha (EG 195):


Ellos tienen mucho que enseñarnos. Además de participar del sensus fidei, en sus propios dolores conocen al Cristo sufriente. Es necesario que todos nos dejemos evangelizar por ellos. La nueva evangelización es una invitación a reconocer la fuerza salvífica de sus vidas y a ponerlos en el centro del camino de la Iglesia. Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos [...]. El verdadero amor siempre es contemplativo, nos permite servir al otro no por necesidad o por vanidad, sino porque él es bello, más allá de su apariencia. [...] El pobre, cuando es amado, «es estimado como de alto valor», y esto diferencia la auténtica opción por los pobres de cualquier ideología (EG 198-199).


No se trata solo de estar a su lado, sino de aprender de ellos, de su sensus fidei, de su dolor; dejarse evangelizar por ellos; recoger su sabiduría, su bondad, su modo de vivir la fe, su belleza más allá de las apariencias. Por eso, quien tiene el coraje de buscar a los perdidos se encuentra con la realidad frágil y vulnerable a cuyo encuentro sale siempre Dios:


Dios, por pura gracia, nos atrae para unirnos a sí. Él envía su Espíritu a nuestros corazones para hacernos sus hijos, para transformarnos y para volvernos capaces de responder con nuestra vida a ese amor […] Dios ha gestado un camino para unirse a cada uno de los seres humanos de todos los tiempos. [...] Dios nos atrae teniendo en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales que supone la vida en una comunidad humana (EG 112-113).


En lo más personal, íntimo, existencial, alientan el Espíritu y la gracia divinas. Hay un misterio cercano siempre al ser humano, pues este es un ser abierto al amor, a la donación, al misterio, con un dinamismo interno en cuya profundidad está trascendiendo, obrando, la gracia secreta, el Dios invisible. La influencia de la teología de Karl Rahner es clara. Hay un contacto con lo invisible en lo profundo del corazón humano que se entrega, que se da, que ama. Cuando las personas se abren al amor, sienten estas preciosas palabras del papa Francisco: «Sigamos adelante, démoslo todo, pero dejemos que sea él quien haga fecundos nuestros esfuerzos como a él le parezca; [...] no hay mayor libertad que la de dejarse llevar por el Espíritu, renunciar a calcularlo y controlarlo todo y permitir que él nos ilumine, nos guíe, nos oriente, nos impulse hacia donde él quiera» (EG 279-280). Esta dinámica de entrega a los otros que se deja llevar por el Espíritu configura una moral del Espíritu, una moral del discernimiento.

7) (Bio)ética de la misericordia. «La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio» (EG 114). La Iglesia debe realizar una propuesta que manifieste


siempre el bien deseable, la propuesta de vida, de madurez, de realización, de fecundidad, bajo cuya luz puede comprenderse nuestra denuncia de los males que pueden oscurecerla. Más que como expertos en diagnósticos apocalípticos u oscuros jueces que se ufanan en detectar todo peligro o desviación, es bueno que puedan vernos como alegres mensajeros de propuestas superadoras, custodios del bien y la belleza, que resplandecen en una vida fiel al Evangelio (EG 168).


La misericordia no hay que vincularla primordialmente con la debilidad, con la impotencia y con una ley que no alcanzamos. La misericordia implica una mirada profunda de amor, divina y humana, que descubre capacidades del otro, que estimula caminos de crecimiento moral, que acompaña procesos personalizados que ayudan a madurar. La misericordia se vincula con el crecimiento hacia adelante: «Yo no te condeno; vete y en adelante no peques más» (Jn 8). La misericordia no es paternalismo ni mirada de quien ayuda desde arriba.

Este amplio marco implica cuestiones de enorme relevancia para comprender el nuevo paradigma moral que está configurando el papa Francisco: centralidad del Evangelio, considerar adecuadamente el valor de una norma en el conjunto orgánico del mensaje, justa jerarquía y proporción de las cosas, acercamiento y escucha de las personas, cercanía al pueblo y a los pobres, realismo más que ideas, acompañamiento de crecimientos más que normas rígidas, formar conciencias personales, respeto a cada persona como un misterio, etc. Francisco, con su magisterio, ha propuesto un marco amplio y orgánico, configurando un paradigma más relacional, social y cultural que normativo y de actos.

De todas estas notas, dos profesores de teología moral, de la Universidad de Deusto y de la Universidad Pontificia Comillas, hemos querido profundizar en dos notas que creemos fundamentales del magisterio moral del papa Francisco en bioética: la solidaridad y la misericordia.


JUAN MARÍA DE VELASCO

y JAVIER DE LA TORRE,

septiembre de 2019

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