Kitabı oku: «Cooperar para crecer», sayfa 2
Introducción
Empezamos…
Hacer aprendizaje cooperativo en Educación Infantil es, sin duda, una de las mejores decisiones que se pueden tomar a la hora de potenciar la experiencia escolar del alumnado. No solo porque maximiza las oportunidades de aprendizaje de todos los niños y niñas, sino porque también contribuye al desarrollo de toda una serie de destrezas, procedimientos y actitudes que son indispensables para (con)vivir con los demás y trabajar con ellos.
Ahora bien, los que avisan no son traidores: hacer aprendizaje cooperativo en Infantil no es una tarea sencilla. Vas a embarcarte en una empresa que tiene su complejidad, ya que supone un plus de exigencia en lo que se refiere al diseño didáctico y la gestión del aula. A lo largo de los distintos capítulos de este libro te ofreceremos herramientas, propuestas y recursos que te guiarán en el proceso de implantación, ayudándote a tomar las decisiones correctas, pero no vamos a mentirte: te va a tocar tomar esas decisiones y llevarlas a la práctica y eso, evidentemente, supone trabajo. Sin embargo, a lo largo del proceso de “cooperativización” de tu práctica docente podrás comprobar que compensa… y mucho.
Llevo más de una década —casi toda mi carrera docente— trabajando con el aprendizaje cooperativo en Educación Infantil y, sin duda, visto con perspectiva, puedo decir que la adopción de las estructuras y dinámicas cooperativas es una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida. Contemplar cada día el “milagro” de la cooperación hace de mi trabajo una experiencia maravillosa, sorprendente y gratificante. Cuando uno tiene la suerte de trabajar con un grupo de niños que aprenden juntos a hacer las cosas solos, siempre desde la premisa de que el éxito de uno es el éxito de todos, el aula se convierte en un espacio de crecimiento y convivencia mágico.
Ahora bien, si tengo que ser sincera, no todo ha sido un “camino de rosas”. Los principios fueron difíciles, muy difíciles. Dejad que haga un poco de historia.
Mi periplo cooperativo está íntimamente ligado a la creación y desarrollo del colegio Ártica de Madrid, un centro que se diseñó desde y para la cooperación. La apuesta que hicimos por el aprendizaje cooperativo como elemento vertebrador del acto educativo fue inequívoca y, casi podríamos decir, impúdica. No nos cortábamos un pelo. De cada diez palabras que pronunciábamos delante de las familias que se interesaban por nuestro proyecto educativo, una era siempre cooperación. La idea era sencilla: veníamos a poner en marcha una organización escolar que utilizaría la interacción entre iguales como herramienta clave para promover el aprendizaje de todos los alumnos. No solo el aprendizaje de aquellos contenidos más “académicos” que, sin duda, se potencian dentro de las dinámicas cooperativas, sino también el aprendizaje de toda una serie de destrezas, valores y estrategias relacionadas con el trabajo en equipo, la convivencia y la gestión constructiva del conflicto.
Esta apuesta tan contundente por la cooperación como núcleo central de la dinámica escolar respondía a dos grandes motivos:
• En primer término, que teníamos el convencimiento de que funcionaba. Un convencimiento que no solo se sostenía sobre el extenso corpus teórico que a día de hoy fundamenta el aprendizaje cooperativo, sino que se basaba también en la experiencia de un buen número de mis compañeros del cole que ya habían trabajado con gran éxito con estructuras cooperativas y que abandonaron sus centros anteriores para hacer realidad la idea de una escuela en la que la cooperación se convirtiera en la dinámica habitual de trabajo en el aula.
• En segundo término, la apuesta por la cooperación respondía a la propia filosofía sobre la que se cimentaba el centro, que era una cooperativa de profesores en la que, como luego ocurrió en las clases, el éxito de uno representaba el éxito de todos los demás.
De ese modo, en el curso 2007-2008, tras un intenso año de formación y preparación, el colegio Ártica de Madrid abrió sus puertas con varios cientos de alumnas y alumnos que se integraron desde el principio en un grupo cooperativo. Y de ese casi millar de alumnos, casi trescientos lo hicieron en Educación Infantil, una etapa donde un grupo de maestras jóvenes y motivadas estábamos ansiosas por poner en práctica todas aquellas cosas que habíamos aprendido en ese frenético e intenso año de formación. Y fue entonces cuando “nos la pegamos”.
La mayoría de las propuestas sobre las que habíamos trabajado durante la formación no terminaban de adecuarse a las necesidades de las alumnas y los alumnos de Educación Infantil. Y, lo que todavía nos complicó más la existencia, no dábamos con mucho material especialmente pensado para esa etapa. Todas las grandes referencias cooperativas que manejábamos y las que pudimos encontrar se orientaban más para alumnos de niveles educativos más altos, sobre todo de Primaria y Secundaria. Y es que nuestros niños y niñas de 3 años no podían hacer Parejas cooperativas de lectura, porque no leían; no podían hacer Folio giratorio porque no escribían; y no podían hacer tutorías entre iguales porque todavía no eran capaces de explicar con facilidad las cosas que sabían hacer.
En ese momento, debo ser sincera, toda esa motivación y ese ánimo con el que habíamos emprendido la empresa de cooperar en Infantil empezó a resquebrajarse. Años más tarde descubriría que lo que nos pasó es bastante habitual en las dinámicas de cambio. Los colectivos empiezan los nuevos proyectos con gran emoción y con unas expectativas muchas veces fuera de la realidad. Es lo que se conoce como “optimismo no informado”: uno se lee un libro de cooperativo, alucina y piensa que su vida docente nunca será la misma: la cooperación convertirá nuestra clase en un lugar feliz en el que todos los estudiantes sacan lo mejor que tienen; dos semanas después, cuando la falta de destrezas cooperativas de los alumnos —no nacemos sabiendo trabajar con los demás— deriva en que muchas cosas no terminan de funcionar, pasamos de ese “optimismo no informado” a un “pesimismo informado” que, en un porcentaje alto de las ocasiones, suele derivar en el abandono del proyecto. En ese punto estábamos nosotras, finalizado el primer trimestre del primer curso del colegio.
Y lo hubiésemos dejado de no ser por dos motivos: en primer lugar, que veníamos a trabajar de ese modo. La convicción de que el aprendizaje cooperativo constituía el leitmotiv fundamental de la práctica educativa de nuestro centro evitó en un primer momento que el desánimo terminara en abandono. Vamos, que había que hacerlo, no porque nos obligaran, sino porque estábamos convencidas y, lo que es más importante, se estaba haciendo en el resto de las etapas. Nuestros alumnos de 5 años trabajarían con estructuras cooperativas en primero de Primaria, por lo que no tenía sentido que nosotros no utilizásemos las estructuras y dinámicas de cooperación.
Ahora bien, creo que la razón por la que pudimos salir de ese impás fue que trabajamos juntas, bajo la coordinación del equipo de innovación del centro1, en la construcción de un modelo de cooperación que no solo terminó adecuándose a nuestras necesidades dentro de la etapa, sino que, sin pecar de falsa modestia, terminó influyendo de manera directa en la forma en la que se planteaba y se sigue planteando la cooperación dentro de la Educación Infantil. De hecho, en la actualidad se utiliza de manera habitual el término “gemelos”, para referirse a las parejas heterogéneas de alumnos, y sobre el que se empieza a sostener la cooperación en Infantil. Ese término nació de un grupo de nuestros alumnos que empezaron a denominarse de ese modo. Esa idea nos gustó y terminó por generalizarse en nuestras aulas y, de ahí, a través de la intensa labor de divulgación y formación que hacíamos en el centro, se proyectó hacia muchas otras escuelas.
Toda esta experiencia fue muy valiosa para mí y, a día de hoy, analizada con perspectiva, me ha ofrecido una visión muy profunda y detallada con respecto al proceso de implantación del aprendizaje cooperativo en la etapa de Educación Infantil. De hecho, en la actualidad dedico una parte importante de mi labor profesional al asesoramiento de otros colegas docentes y centros que se hallan embarcados en la empresa de incorporar la cooperación en la dinámica habitual de sus clases. Y cuando me preguntan qué deben hacer para conseguir esta implantación, yo siempre señalo estas tres cuestiones:
• Es necesario que conectes la cooperación con las cosas que haces en el aula. No tienes que dejar de ser quien eres para cooperar; todo lo contrario, para empezar a implantar el aprendizaje cooperativo es más interesante que “cooperativices” lo que ya estás haciendo, antes que ponerte a hacer cosas nuevas que nunca has hecho. Desde esta perspectiva, puede ser interesante que entiendas la cooperación más como una forma de hacer las cosas que como una cosa para hacer. Y, en consecuencia, más que hablar de hacer aprendizaje cooperativo, podrías pensar en “cooperativizar” tu práctica docente.
Esto presenta una ventaja clave: que la cooperación se inserta de manera coherente dentro de la dinámica de tus clases, con lo cual resulta útil y, en consecuencia, se utiliza de manera habitual. Todo ello deriva en que las estrategias y dinámicas cooperativas se convierten en algo habitual para tus alumnas y tus alumnos, que van desarrollando las destrezas necesarias para cooperar con eficacia a medida que van teniendo experiencia. La ciencia es hija de la experiencia, suelen decir y, en este caso, creo que no se equivocan: solo trabajarán bien en equipo si trabajan en equipo habitualmente.
• Muy relacionada con el punto anterior, podría citar una segunda cuestión que me parece clave a la hora de hacer aprendizaje cooperativo en Infantil: debes entender la cooperación como un medio y como un fin…
La idea fundamental del aprendizaje cooperativo es conseguir que los estudiantes, trabajando juntos, aprendan a trabajar solos. Es evidente, en este sentido, que la finalidad de las dinámicas cooperativas no es que los alumnos se pongan el babi, hagan una serie o resuelvan un problema juntos, sino que poniéndose el babi juntos o resolviendo problemas juntos, aprendan a ponerse el babi y a resolver problemas solos. Ahora bien, para que esto ocurra, es indispensable que aprendan a trabajar juntos. Seamos claros: no todo lo que ocurre cuando se juntan unos cuantos alumnos conduce al aprendizaje. Si los estudiantes se juntan para que uno monopolice la palabra y no deje hablar a los demás o para que uno de los estudiantes le coja el lápiz al compañero que no sabe y le haga el trabajo, el trabajo cooperativo no tiene mucho valor. De hecho, este tipo de situaciones pueden derivar en el “desaprendizaje” de algunos miembros del grupo que no tienen la oportunidad de desarrollar los procesos necesarios para aprender.
Por tanto, para que aprendan juntos a hacer las cosas solos, los niños y las niñas deben desarrollar destrezas como respetar el turno de palabra o ayudar dando pistas, que, junto con otro buen montón de habilidades, procedimientos y actitudes, van a conformar la competencia para cooperar del alumnado. Una competencia que no solo va a resultar muy importante dentro del ámbito escolar, de cara a potenciar las oportunidades de aprendizaje de todos los estudiantes independientemente de su nivel de desempeño, sino que resultará clave para que los alumnos se desenvuelvan en los distintos ámbitos sociales en los que les tocará vivir.
Por todo lo anterior, resulta indispensable que tengamos claro que la competencia para cooperar del alumnado constituye un medio y un fin en sí mismo, lo que implica no solo cooperar para aprender, sino también aprender a cooperar. Esto puede ayudarnos, además, a mantenernos en un estado zen cuando las cosas no nos salen todo lo bien que pretendíamos. En estos momentos no debes olvidar que no venimos de fábrica sabiendo trabajar en equipo y que, para aprender a hacerlo bien, es necesario que en ocasiones lo hagamos mal y que aprendamos de dicha experiencia.
• Dentro de esa búsqueda del estado zen durante el proceso de implantación del aprendizaje cooperativo, podría añadir una tercera idea que me parece fundamental: debes mantener unas expectativas realistas y ajustadas con respecto al desarrollo de esa competencia para cooperar de tus alumnos.
Si como hemos dicho, no venimos de fábrica sabiendo trabajar en equipo —y de hecho en Infantil la tendencia hacia el egocentrismo de nuestros alumnos puede complicar especialmente la interacción entre iguales—, no podemos esperar que, tras unos meses de experiencia cooperativa, los alumnos de 3 años sean capaces de gestionarse dentro de un turno de palabra, resolver un conflicto de forma negociada o construir una respuesta que recoja las aportaciones y propuestas de todos los miembros del grupo. Este es el tipo de cosas que acaban desanimando a las profesoras y los profesores de Infantil. Unas expectativas fuera de la realidad derivan en el desánimo y, con el tiempo, pueden derivar en el abandono.
Si no eres capaz de ver lo importante que es que los niños permanezcan al lado de sus parejas cuando realicen una técnica cooperativa en las asambleas o que no se sienten a pintar con el pincel hasta que ambos no se han puesto el babi, te vas a perder la oportunidad de disfrutar y celebrar los pequeños avances que van teniendo tus alumnos. Por este motivo, debes secuenciar la implantación del aprendizaje cooperativo partiendo del sentido común y teniendo la capacidad para valorar todos esos pequeños avances que van configurando ese “pokémon cooperativo” que pretendemos educar.
Y en ese proceso, debes recordar que mucho de lo que tú haces en Infantil servirá para sostener las dinámicas cooperativas que desarrollarán los alumnos en el futuro. Porque, aunque tú no puedas hacer tutorías entre iguales con 3 años, en las que unos alumnos enseñan a sus compañeros a desarrollar las tareas propuestas, el hecho de que hayas conseguido que los estudiantes esperen a su pareja para sentarse en la asamblea o que vayan con ellos en la fila, será la base sobre la que articularemos una dinámica en la que no se puede pasar al ejercicio dos hasta que todos hayan terminado el uno.
En este sentido, y poniéndonos cinematográficos, debes considerarte como ese maestro Miyagi de Karate Kid que dotó a “Daniel San” de las destrezas necesarias para hacer kárate a través de actividades menos karatecas como pintar una verja, lijar el suelo o dar cera al coche. Así que no olvides nunca ese “dar cera, pulir cera”. He ahí una parte importante de nuestra lucha. Y es que, si eres capaz de valorar los pequeños progresos, tendrás la suficiente motivación para seguir cooperando y si lo sigues haciendo los alumnos irán adquiriendo una mayor experiencia y, con ella, irán desarrollando las destrezas necesarias para cooperar con niveles de eficacia mayores. Y un día no muy lejano te encontrarás haciendo tutorías entre iguales.
Para facilitarte este trabajo, hemos intentado que este libro recoja una propuesta de aprendizaje cooperativo pensada para la Educación Infantil, que es fruto de muchos años de experiencia poniéndolo en práctica en el aula. Todas y cada una de las propuestas que encontrarás en estas páginas han sido probadas y contrastadas en muchas aulas de Infantil, por lo que pueden constituir la base sobre la que puedas construir tu propia propuesta de cooperación.
Olga Manso Baeza
Capítulo uno
Empecemos por el principio… Si queremos que nuestras niñas y niños trabajen juntos, tendremos que ponerlos juntos. Solo podrán cooperar si coinciden en el espacio y en el tiempo, y forman parte de un equipo, lo que, como verás en este primer capítulo, es bastante más que hacer que se sienten en la misma mesa.
Agrupa a los alumnos
Si has abierto este libro es porque tienes muy claro que quieres embarcarte en la aventura del aprendizaje cooperativo en tu aula de Infantil y eso —no te lo vamos a negar— nos alegra mucho. Cuantos más seamos, menos explicaciones tendremos que dar.
A partir de estas páginas, comenzaremos juntos un viaje que seguro va a ser muy enriquecedor; eso sí, debes tener una cosa muy presente: cooperar está muy bien, pero es más difícil que no hacerlo.
Poco a poco, irás comprobando que, aunque esto del aprendizaje cooperativo tiene muchas ventajas, es una empresa que exige paciencia y perseverancia (sí, por ese orden). No basta con creérselo, hay que establecer unas condiciones mínimas para que pueda ocurrir la magia. Ahora bien, no te agobies, estamos aquí para ir guiándote y, por supuesto, animando en cada etapa de este proceso que vamos a vivir a lo largo de varios capítulos.
Así que vamos allá, ¿lo tienes claro? Estás a tiempo de cerrar el libro y hacer como si nunca nos hubiéramos conocido… Pero si no es así, ¡manos a la obra! Anota este día en el calendario:
“¡Hoy empiezo a construir mi propia red de aprendizaje cooperativo en el aula!”.
Seguro que acaba de surgir tu primera pregunta, así, nada más empezar: “¿Qué es eso de una red de aprendizaje?”. No te preocupes, iremos explicando cada concepto a su debido tiempo. Pero te adelantamos que entendemos por red de aprendizaje aquella estructura que implantamos en nuestras clases para fomentar la interacción entre los niños, siempre desde la perspectiva de la cooperación. Hasta ahí genial, pero... ¿qué supone para ti? Básicamente llevar a cabo toda una serie de acciones que iremos desgranando.
En este primer capítulo, nos ocuparemos específicamente de aquellos aspectos que debes tener en cuenta a la hora de formar agrupamientos en tu aula de Educación Infantil, para lo que nos centraremos en dar respuesta a tres preguntas fundamentales:
1. ¿Quiénes son mis alumnos?
Es imprescindible que conozcas y analices algunas características de tus alumnos para formar equipos que te ofrezcan ciertas garantías. Para ello, te daremos pautas sobre los datos que debes conocer y las estrategias o herramientas que puedes utilizar.
2. ¿Cómo formo los equipos?
Iremos planteando cuestiones relacionadas tanto con el diseño de los agrupamientos, como con la distribución de los alumnos en ellos y la disposición del aula. Ya verás que, cuidando estos aspectos, los equipos resultarán más eficientes, aumentando así las posibilidades de que todos puedan aprender.
3. ¿Qué hago para que se sientan parte del grupo?
Verás que el desarrollo de una identidad colectiva te permitirá potenciar el sentido de pertenencia de los alumnos al grupo y, en consecuencia, la cohesión y la interdependencia positiva, factores todos ellos que mejorarán el funcionamiento de los equipos.
A la hora de abordar la construcción de una red de aprendizaje basada en la cooperación, debes ser consciente de que el alumno necesita haber interiorizado previamente determinadas destrezas, que no se desarrollan de la noche a la mañana. Manejarse con eficiencia dentro de una red de aprendizaje cooperativo exige su tiempo y debes tenerlo en cuenta a la hora de plantearte expectativas razonables. Por ello, resulta de especial interés que secuencies, con cierta coherencia, las estructuras y dinámicas cooperativas que vayas a poner en práctica, de forma que todos —los niños y tú— estéis en condiciones de afrontar los retos que se derivan de ellas.
Partiendo de esta premisa, pasamos a ocuparnos de las primeras acciones que vas a desarrollar para construir esa red de aprendizaje cooperativo en tu aula: la formación de grupos.
1. ¿Quiénes son mis alumnos?
La red de aprendizaje que te proponemos se sustenta en una estructura formada por grupos cooperativos; en ellos, los alumnos trabajan juntos, compartiendo información, tareas y recursos, y se benefician así de las enormes posibilidades que ofrece la interacción para potenciar su aprendizaje.
Un equipo cooperativo bien configurado puede ser un espacio de trabajo ideal para tus alumnos, tanto para los que pueden presentar algún tipo de dificultad como para los que tienen un alto nivel de desempeño. En este contexto, la cooperación puede convertirse en una extraordinaria herramienta metodológica que mejore su experiencia escolar y, por qué no, los convierta en niños y niñas más felices.
Antes de continuar, nos gustaría que hicieras un alto en el camino y pensaras en los niños y niñas de tu clase: cómo juegan, qué les gusta, cuándo sonríen más, quién te trae de cabeza, pero se ha ganado tu corazón, cuál tiene siempre un dibujo para ti o algo que contarte del fin de semana. Te proponemos que elabores una lista con sus nombres para que, durante todo el capítulo, los tengas muy presentes. |
Por todo ello, en este capítulo nos ocuparemos de algunos factores que debes tener en cuenta para formar grupos de alumnos con ciertas garantías de éxito. El primero de ellos es, sin duda alguna, conocer a tu alumnado.
Pero piensa un momento en esto... En Infantil, los niños comienzan su escolarización y nosotros no tenemos —como nuestros compañeros docentes de otros niveles educativos— informes o un expediente académico que nos aporte datos fiables sobre cada uno de ellos. Todo está por hacer y nos corresponde a nosotros. Eso ya le aporta una pizca de dificultad a nuestra tarea.
Después de este bonito paréntesis en el que has confirmado que —aunque a veces te den mucho trabajo— te encanta tu clase, llega el momento de reflexionar sobre qué información de cada uno de ellos te resultará más relevante, así como el tipo de herramientas que puedes utilizar para obtenerla.
De entrada, piensa que estos datos te servirán para:
• Formar grupos cooperativos, basados fundamentalmente en la heterogeneidad, para que puedan trabajar juntos alumnos de niveles, talentos, características y necesidades diferentes.
• Colocar a cada alumno dentro del grupo, según su nivel de desempeño, su grado de autonomía o sus destrezas cooperativas, y establecer posibles parejas dentro del equipo.
• Monitorizar el funcionamiento de los grupos. Al registrar de forma sistemática el desarrollo del trabajo de cada equipo o las actitudes y destrezas cooperativas de tus alumnos, podrás valorar sus progresos o corregir aquellos aspectos que merezcan tu atención.
No olvides que el hecho de conocer a tus alumnos, tanto en cuestiones relacionadas con su nivel de desempeño como de sus competencias para la cooperación, te proporcionará una herramienta muy valiosa para construir la red de aprendizaje.
“Genial, pero... ¿qué tengo que conocer?” Si eso es lo que estás pensando ahora mismo, no desesperes. A continuación, te detallamos aquellos rasgos del alumnado que pueden servirte para formar grupos cooperativos. Los encontrarás clasificados en cuatro ámbitos, relacionados con su proceso de aprendizaje, su desarrollo emocional, el tipo de relaciones que establecen y sus competencias para cooperar.
Irás comprobando que somos muy de dar consejos —útiles, creemos— y aquí va uno: sería conveniente que tuvieras a mano un documento que contenga una serie de indicadores para que, posteriormente, puedas registrar en él los datos que corresponden a cada niño o grupo. Cuando lo necesites, te aportará información relevante para guiar tu reflexión y tomar decisiones.
Si piensas en los rasgos relacionados con el proceso de aprendizaje, puedes valorar:
• Si el alumno destaca o tiene dificultades en alguna determinada actividad o destreza.
• Su desarrollo psicomotriz.
• Su nivel de adquisición del lenguaje o del proceso de lectoescritura.
• Su grado de autonomía para la construcción del aprendizaje.
• Su nivel de desempeño.
• Su necesidad de ayuda.
• Su motivación hacia el aprendizaje.
• Sus intereses.
• Su creatividad.
Si te fijas en rasgos de tipo emocional, puedes prestar atención a:
• Su grado de responsabilidad ante los compromisos.
• Su actitud ante el fracaso, su reacción ante el “no”.
• Su grado de empatía, —alumno individualista o especialmente dispuesto a prestar atención—.
• Su actitud en el aula, —alumno tranquilo o más bien inquieto o disruptivo—.
• Su sensibilidad y respeto hacia la diversidad.
Si observas la forma en la que el alumno establece relaciones, puedes tener en cuenta:
• Su grado de integración en el aula.
• Su interés por participar o colaborar con el docente o con los compañeros.
• Sus relaciones con el adulto —maestros o familiares— y con los compañeros, el tipo de vínculos que establece.
• Su actitud ante el conflicto, si participa en él o actúa como mediador.
• Su respeto por las normas.
• Sus competencias para el liderazgo —alumno retraído o generalmente respetado por los compañeros—.
Finalmente, si te centras en las competencias para cooperar, puedes fijarte en:
• Sus facultades para tutorizar o prestar ayuda a los demás.
• Su capacidad para pedir ayuda.
• Sus destrezas para motivar e ilusionar a sus compañeros.
• Su grado de autonomía dentro del grupo.
• Su actitud ante el trabajo grupal.
• Su capacidad para la gestión de situaciones conflictivas dentro del grupo.
• Su reacción ante la sanción o la recompensa grupal.
• Su contribución a la cohesión grupal.
Estos pueden ser, según nuestro criterio, algunos de los múltiples datos que te pueden interesar antes de formar grupos cooperativos en tu aula, pero no son los únicos, puedes necesitar otros. Lo bueno es que, actualmente, existe mucha bibliografía sobre este tema, por eso es conveniente que busques y selecciones el procedimiento y las herramientas que se adecuen a tus intereses y a tu grupo de alumnos.
Ahora bien, supongamos que ya tienes claros los indicadores que consideras apropiados tomar como referencia, entonces te preguntarás: “¿Cómo puedo conocer esta información?”
Generalmente, hay una gran cantidad de datos que pueden llegarte por vías externas. Por ejemplo, la Secretaría del centro o el Departamento de Orientación pueden aportarte información que te sirva como punto de partida: fecha de nacimiento, antecedentes, situación familiar, hermanos. También puedes utilizar como fuente algún tipo de cuestionario o las primeras reuniones que realices con las familias.
Pero es evidente que la estrategia más poderosa que puede aportarte lo que necesitas es la observación directa en el aula. Para ello, podrás emplear herramientas de tipo cuantitativo y cualitativo, y alguna de las siguientes seguro que puede resultarte de utilidad:
• Una lista de cotejo, escala de valoración o, incluso, rúbrica para realizar una observación individual del alumno, que contenga diferentes indicadores definidos en función de tus intereses.
• Un diario de clase, en el que vayas recogiendo sistemáticamente los aspectos más importantes de la vida del aula.
• Un anecdotario, en el que registres sucesos y situaciones puntuales que, por su importancia, puedan ayudarte a profundizar en tu conocimiento de tu alumnado.
• La utilización de dinámicas de grupo que te permitan analizar la forma en la que se desenvuelven tus alumnos en distintas situaciones.
• Herramientas dirigidas a conocer las preferencias de tus estudiantes como sociogramas o encuestas.
• Entrevistas individuales o grupales, más o menos estructuradas, diseñadas para conocer diversos aspectos de los niños y las niñas.
A modo de ejemplo, te ofrecemos una lista de cotejo que puede servirte como referencia para recoger información sobre las competencias de tus alumnos:
Seguro que, al ir leyendo los indicadores de la lista anterior, ya has ido poniendo cara a algunos de ellos. Es genial tener presentes a tus alumnos, porque eso te va a facilitar la puesta en marcha de los grupos cooperativos.
Recapitulando, como indicamos anteriormente, los datos obtenidos pueden servirte tanto para tomar decisiones a la hora de crear la red de aprendizaje como para evaluar sus progresos y logros o establecer los aspectos que deben mejorar. ¿A que no pensabas que les sacarías tanto partido? Ya irás viendo que todo tiene utilidad. Y, aunque inicialmente esta tarea pueda resultar para ti un trabajo añadido, verás como pronto vas a considerar que el tiempo invertido ha sido rentable. Todos esos datos no solo te proporcionarán seguridad a la hora de tomar decisiones, sino que contribuirán a mejorar sensiblemente tu autoestima ya que, cuando compruebes los progresos que han realizado tus niños, sentirás un gran orgullo y disfrutarás de la emoción que proporciona el trabajo bien hecho.
Ahí va un nuevo consejo. En la medida en que la cooperación sea una realidad entre el claustro, lo será también en las aulas. La cooperación no solo mejora el aprendizaje y la interacción entre los alumnos, sino que mejora también la experiencia escolar del profesorado. Piensa en la gran ventaja que puede proporcionarte la posibilidad de compartir con tus compañeros docentes tanto las herramientas —puede resultar muy útil crear un banco de recursos— como los resultados, en el caso de que otros profesores compartan contigo el grupo de alumnos.
2. ¿Cómo agrupo a mis alumnos?
Cuando hayas registrado los datos que necesitas para construir la red de aprendizaje, debes ocuparte de que empiece a funcionar y, para ello, tu primera tarea será crear grupos cooperativos, en función de una serie de criterios que permitirán a tus alumnos compartir contenidos, tareas o recursos para maximizar su aprendizaje.