Kitabı oku: «Historia del trabajo y la lucha político-sindical en chile»

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© LOM ediciones / Sintec Chile Primera edición, diciembre de 2021 Impreso en 2000 ejemplares ISBN Imprenta: 9789560014627 ISBN Digital: 9789560014917 Edición, diseño y diagramación LOM ediciones. Concha y Toro 23, Santiago Teléfono: (56-2) 2860 68 00 lom@lom.cl | www.lom.cl Tipografía: Karmina registron°: 211.021 Impreso en los talleres de Gráfica LOM Miguel de Atero 2888, Quinta Normal Impreso en Santiago de Chile

Indice

  Prólogo

  Primera Parte El trabajo mestizo: los «conchabamientos»(1600-1931)

  Introducción 1. El peonaje (1600-1930) 2. El inquilinaje (1750-1965) 3. El pirquineraje (1700-1850) 4. El artesanado (1750-1880) 5. La servidumbre (1700-1931) 6. La esclavitud (1600-1931)

  Segunda Parte Las hermandades mestizas (1750-1925)

  Introducción 7. Las «colleras» 8. Las montoneras (1818-1832) 9. Los cuatreros (1832-1934) 10. Crisol de identidad ‘popular’: las chinganas 11. La hermandad comunera de «los pueblos»(1800-1891) 12. La hermandad mutual (1825-1931) 13. Hermandad revolucionaria:las ‘asambleas nacionales’ (1908-1925)

  Tercera Parte Institucionalización de la hermandad popular: sindicatos, partidos, «masas» (1931-1973)

  Introducción 14. Constitución Política (1925) y Código del Trabajo (1931): la hermandad popular enjaulada 15. Movimientos de «masas»:¿comparsa o soberanía? (1936-1973) 16. Apogeo de la clase política:«nunca más»… 17. El shock treatment:geopolítica de la tiranía militar (1970-1990) 18. El shock treatment y los trabajadores:¿qué quedó en la memoria?

  Cuarta Parte Los pensadores autóctonos del movimiento popular (siglos XIX y XX)

  Introducción 19. Del siglo XIX 20. Del siglo XX

  Quinta Parte Del «viejo topo» de la historia: irrupción del «Poder popular» (1957-2000)

  Introducción 21. Trayectoria de la ‘soberanía subterránea’:de vagamundo a poblador (1850-1973) 22. Del «Poder popular» a«¡La asamblea manda!» (1970-2015)

  Sexta Parte Neoliberalismo y Código del Trabajo: el nuevo peonaje

  Introducción 23. El Código Liberal de 1931-1973:traición a la soberanía popular 24. El Código Neoliberal de 1979-2002:nuevo peonaje y nueva hermandad cívica 25. El Sindicato de los Trabajadoresde la Construcción (SINTEC): transformación 26. Ocaso del sindicalismo liberal, aurora de la «inteligencia popular»

  Séptima Parte De la ‘autonomía de nacimiento’ a la ‘ciudadanía soberana’

  Introducción 27. Convidarse y combinarse: el «convite» del 18 de octubre 28. Convidarse y combinarse: la «deliberación» maniatada (2019-2021) 29. Memoria social y deliberación: los problemas históricos no-resueltos 30. El proceso constituyente 2019-2021: ¿cuál y cuánta soberanía?

  Entrevista a Jorge Hernández Presidente del SINTEC

  Bibliografía básica

  Sobre los autores

Prólogo

A 14 años de la fundación de nuestro sindicato (SINTEC), y luego de haber avanzado bastante en temas de organización, crecimiento, formación, transparencia y luchas que hemos realizado desde Arica a Punta Arenas, consideramos que restan por desarrollar dos objetivos que nos parecen de importancia fundamental:

Primero, lograr la negociación por rama de producción, que generaría en nuestra industria, y sobre todo en los trabajadores, un salto cualitativo en las condiciones generales de trabajo, salario, seguridad, jornada laboral y beneficios sociales.

Segundo –lo que es de gran importancia–, avanzar en la educación de los trabajadores, a efecto de que ellos puedan incrementar su capacidad de participación activa y autónoma en los procesos gremiales, históricos y políticos que vive nuestra sociedad.

En este segundo aspecto, hemos realizado varios talleres educativos –en los que han colaborado el profesor Gabriel Salazar y su equipo– que han culminado en el proyecto de publicar el libro que aquí prologamos. Será un aporte más en el proceso de nuestra formación, que fue antecedido por otras publicaciones: el Manual del Delegado Sindical del SINTEC; también, de Roosevelt Silva Collao: Elementos para una historia del sindicalismo reciente en el gremio de la Construcción (Entrevista), y la tesis de Raúl Lizama Miranda: La Unión en Resistencia de Estucadores, URE; todos los cuales fueron publicados por nuestra editorial El Andamio, y que buscan reconstruir la mirada histórica de nuestro rubro. Rubro que –dicho sea de paso–, pese a su importancia, ha sido invisibilizado y aun estigmatizado en nuestra sociedad.

Consideramos importante que, dentro de los aspectos que es necesario reforzar en nuestra formación, esté el conocimiento de nuestra propia historia, social, económica y política, que ha sido o bien olvidada, o mal escrita o estudiada, o bien subordinada a la historia de los vencedores. El conocimiento de nuestra historia real juega y jugará un rol protagónico no sólo en los procesos de formación de identidad –como pueblo y como clase–, sino también en las luchas que permitan mejorar de verdad las condiciones de vida y desarrollo de todo el pueblo chileno, hombres, mujeres, ancianos y niños.

Es por todo esto que consideramos necesario hacer una publicación sobre la historia del movimiento socio-político de los trabajadores chilenos en un estilo más preciso, gráfico, lúdico y breve, que permita a los trabajadores y ciudadanos introducirse más a fondo en cada uno de los episodios claves de su historia, que los invite a reflexionar sobre cada uno de ellos, para extraer de allí –utilizando las infinitas posibilidades que hoy ofrecen las distintas plataformas digitales– los criterios que se necesitan hoy para actuar con plena autonomía en la historia actual del país.

Como sindicato, consideramos fundamental desarrollar herramientas que nos permitan jugar un rol protagónico en todos los procesos de transformación y cambio que nuestra sociedad está experimentando a partir del Estallido Social del 18 de octubre de 2019. Pues allí, y entonces, los trabajadores y las trabajadoras vimos las posibilidades que se generan a partir de la unidad del pueblo y de los sectores sindicales que gestaron la Huelga General del 12 de noviembre, que jugó un papel clave en la posibilidad de que el pueblo avanzara más allá del manoseado «en la medida de lo posible».

Es un hecho que la falta de trabajos autoformativos, de ejercicios unitarios e incluso huelguísticos de nuestro movimiento sindical, ha mermado notoriamente su protagonismo en la escena nacional y su capacidad de lucha, lo que ocurre justo cuando el país está inmerso en este proceso –excepcional– de cambios ‘refundacionales’… Esa merma fue notoria en el fracaso de los dirigentes sindicales que se presentaron a la elección de «constituyentes». Y esto nos debe hacer reflexionar sobre cuál es hoy el papel que los sindicatos, trabajadoras y trabajadores deben desarrollar en el umbral de este nuevo Chile.

Y como quiera que sea nuestra decisión al respecto, la autoformación, a partir de nuestra propia historia y nuestra propia capacidad de decisión y acción, es una tarea fundamental, urgente, de inmediata realización.

Jorge Hernández

Presidente

Sindicato Inter-Empresa Nacional de Trabajadores de la

Construcción y Montaje Industrial (SINTEC), Junio 2021

Primera Parte El trabajo mestizo: los «conchabamientos» (1600-1931)

Introducción

Desde 1600 hasta 1931, el pueblo mestizo chileno no estuvo regulado por ley alguna, ni para trabajar ni para vivir. El Rey de España estimó que los mestizos –hijos mayoritariamente ‘huachos’ de español y mujer indígena– eran «hijos del pecado» y por tanto la ley, que en sí ‘era’ virtuosa, no era posible dictarla para viciosos... Por esa razón, los mestizos devinieron en una población «infame», marginal, «sospechosa» y por tanto en una amenaza para la paz colonial del Imperio… El surgimiento de la República de Chile no alteró esa situación… En realidad, la agudizó

Mientras el sistema laboral de encomienda –aplicable sólo al pueblo mapuche– pudo funcionar (se extinguió alrededor de 1800), el pueblo mestizo fue escasa e informalmente enganchado para trabajar. Por eso, al principio, vivió como una masa dispersa de individuos vagabundos, «afuerinos». Y cuando se les enganchó para trabajar, el enganche no se rigió por ley ni reglamento alguno: fue sólo un ‘arreglo’ verbal, informal, que se llamó «conchabamiento» (unir, juntar, contratar), un pacto bilateral que, en los hechos, fue la imposición irrestricta de la voluntad y el interés privado del patrón... Esta práctica, que se extendió a lo largo del tiempo y el territorio, produjo la aparición de múltiples formas laborales semiesclavistas.

Y desde que aumentó la exportación de trigo y cobre al Virreinato del Perú (hacia 1730), el ‘conchabamiento’ de trabajadores mestizos se multiplicó tanto, que se convirtió en la forma laboral dominante en Chile, desde entonces hasta 1931… Fueron, pues, dos siglos de semiesclavitud… En las haciendas trigueras, tomó forma de «inquilinaje», complementado con diversas formas de «peonaje». En la explotación minera combinó formas de «pirquineraje» y «peonaje». Y en las ciudades, múltiples formas de «peón-gañán a jornal» y «servidumbre doméstica».

Sólo el mestizo que emprendió un trabajo independiente como micro-empresario pudo escapar, parcialmente, del «conchabamiento»: fue el caso de los labradores libres, los cateadores, los artesanos, los «maritateros», los chacareros, los vendedores ambulantes («regatones»), las «chinganeras» y… el bandidaje. Pero, a mediano plazo, terminaron todos ellos expoliados por la acción usurera de comerciantes y prestamistas («habilitadores»); acosados por diezmeros, clérigos e inspectores municipales, y atrapados o baleados por la gendarmería y el ejército.

Sólo en 1931, con el Código del Trabajo (liberal e ilegítimo), el «conchabamiento» entró en una fase temporal de aparente extinción.

1. El peonaje (1600-1930)

Los peones eran jóvenes («mocetones») entre 15 y 24 años, la mayoría mestizos de padre ausente y madre sobreocupada («huachos»). Trabajaban en tareas ocasionales en el campo, en la ciudad, en las minas. Según los censos de 1865 y 1875, de todos los «trabajadores con profesión», el peonaje era el más numeroso: 61,2 % de los casos. Y siendo mestizos y vagabundos, no eran sujetos de ‘derecho’. Por eso podían circular sólo si portaban una papeleta donde figurara la rúbrica de su «amo». De no llevarla, eran acusados de ser «vagamundos sin Dios ni Ley», por lo que eran encarcelados y condenados a trabajo forzado, sin salario… o a «servir» en el Ejército, «a ración». Siendo, pues, sujetos sin derechos, podían ser abusados, azotados y encepados por sus «amos», o por alguaciles, o por sargentos… Y de rebelarse, baleados por la policía o el ejército. Y porque no eran sujetos de ‘derecho’, sus victimarios, al maltratarlos, no cometían delito alguno.

Trabajaban de «sol a sol» (12 horas). Su salario (jornal) equivalía al precio de «la comida diaria» de los presos. A comienzos del siglo XIX, el jornal fluctuaba entre 1 y 2 «reales» diarios (un peso se descomponía en 8 reales). Pero, a mediados de la década de 1820, ese valor bajó a la mitad… Los peones se utilizaron en faenas agrícolas, como «afuerinos»; en faenas mineras, como «apires»; en construcción de caminos o tendido de líneas férreas, como «jornaleros»; en trabajos artesanales, como «aprendices», y en el comercio urbano, como «regatones», etc. Sin embargo, dado que el salario era insuficiente para subsistir (y menos para ‘proveer’ familia), la mayoría optó por la soltería y «andar al monte», esto es: asociado a grupos de bandidos y salteadores («vandalaje»), ya que por un simple ‘asalto’ obtenían un botín equivalente a 4 o 5 meses de trabajo asalariado. Por eso, para sobrevivir, la mayoría de ellos combinó el «conchabamiento» (de mala gana) con el «vandalaje» (por vocación). Y todo condimentado con violencia y alcoholismo.

Esa combinación convirtió al peón en un temible «roto alzado»: eludía el trabajo asalariado («flojos, borrachos»), pero practicaba, vivamente, el robo y el saqueo («desde su nacimiento»). La oligarquía dominante, por tanto, lo trató como «enemigo interno». De modo que, acechados por ‘el sistema’, muchos peones escapaban de un lugar a otro, «parando» sólo en los «ranchos de mujeres abandonadas» que encontraban en su camino. Por eso rehuyó el matrimonio, la familia formal, pero sembró niños huachos, iguales a él, a lo largo de su ‘fuga’ sin fin. Así, pobló el país entero con su figura harapienta y su identidad rebelde hasta formar ese grueso estrato social que se llamó, primero, «bajo pueblo» (no vivían en ‘pueblos’), y después, «plebe» o «rotaje» (rural y urbano), individuos en movimiento perpetuo, sin apellidos (pero con sobrenombres), sin domicilio (pero omnipresentes), libres, pero atrevidos y peligrosos… Pero ese mismo ‘rotaje’ ganó, para sus ‘amos’, todas las guerras externas e internas a las que fue arrastrado por la fuerza («levas»). Y el mismo que, con sus manos, produjo, desde 1600 hasta 1930, todos los productos de exportación del país: sebo, cueros, cobre, plata, trigo, salitre, etc. De modo que, lo mismo que los «embrutecía» a ellos (el conchabamiento), convertía a los mercaderes de Santiago en la «aristocracia castellano-vasca» que gobernó el país, autoritariamente, desde 1830 a 1925.

Desde 1860, hastiado, el peonaje intentó irse del país: a Australia (por trabajo agrícola), a Perú (por ferrocarriles), a California (en busca de oro), a Argentina (huyendo de la «pacificación» de la Araucanía), etc. Entre 1860 y 1890, más de 200.000 peones (10% de la población) emigraron fuera del núcleo central de Chile (la región agrícola y comercial)… Pero mientras muchos escapaban del país, otros –en mayor proporción aun– «emigraban del campo a la ciudad»… Así, en un siglo (1880-1980), la capital de Chile fue ocupada y cercada, progresivamente, por el pueblo mestizo. Y allí surgieron, desde 1880 hasta 1930, conglomerados de rancheríos y conventillos, salpicados de bazares, baratillos, bares, cantinas, barrios rojos, timbas, boliches, regatones, burdeles y chiribitiles… mientras en sus calles, según un memorialista inglés (W.H. Russel), tirados de a tres o cuatro por cuadra, dormían su borrachera hombres y mujeres de pueblo.

Fue el origen «bárbaro» del que sería, un siglo después, el revolucionario movimiento de pobladores.


2. El inquilinaje (1750-1965)

El «inquilinaje» fue el conchabamiento de un trabajador (mestizo) con un dueño de hacienda que permitía al trabajador arrendar una «tenencia» de tierra dentro de la propiedad patronal, para producir trigo, hortalizas y subsistir con su familia. El acuerdo le obligaba a pagar al hacendado un canon de arriendo en dinero efectivo o en fanegas del trigo que cosechara. A su vez, permitía al hacendado recolectar de sus arrendatarios una cantidad importante de fanegas que después él mismo, en condición de «mercader», exportaba al Virreinato del Perú (a fines del siglo XVIII Chile exportaba 170.000 quintales métricos al año). El inquilino, si se esforzaba, podía pagar el arriendo en trigo y, además, exportar el excedente que produjera. Eso le permitía formar familia y manejar una respetable ‘acumulación campesina’. Tal posibilidad atrajo a muchos mestizos, por lo que el «inquilinaje» se masificó rápidamente.

El problema fue que los hacendados nunca pudieron imponer precios monopólicos al mercado peruano –siendo los únicos que lo abastecían de trigo– porque los «navieros limeños» bajaban a Valparaíso a comprar trigo sólo cuando les convenía, pues los hacendados chilenos no tenían barcos. Eso hizo posible que el precio del trigo lo impusieran los navieros compradores en Valparaíso y no los hacendados vendedores en Lima… Los reclamos ante el Virrey del Perú no dieron resultados… Fue el origen del conflicto histórico entre Chile y Perú… Incomodados, y a efecto de redondear una tasa de ganancia superior, los hacendados bajaron drásticamente el costo de producción del trigo. Y esto sólo era posible subiendo el canon de arriendo a los inquilinos. Y lo subieron tanto, que los inquilinos, sobre todo a comienzos del siglo XIX, no pudieron pagarlo, ni en efectivo ni en trigo… Entonces los hacendados exigieron que el pago fuera en horas de trabajo en las tierras del patrón. Esto convirtió a papá-inquilino, a sus hijos mayores e incluso a su mujer, en «peones obligados». Obligados a trabajar para el patrón, sin salario y con «ración», a cambio de quedarse en la «tenencia» un tiempo más.


Tal situación empeoró cuando los hacendados, desde 1838, comenzaron a importar maquinaria. Las trilladoras y segadoras obligaron a ensanchar los potreros patronales y a reducir el tamaño de las tenencias inquilinas… Sin embargo, pese al aumento de la opresión, el inquilino no se fue ni se rebeló: tenía mujer y un promedio de siete hijos: se sometió… Fue cuando Claudio Gay y otros cronistas descubrieron la miseria del campo chileno: Hacia 1880, el inquilinaje, como institución, estaba degradado, porque, además de la opresión, los hijos mayores del inquilino se negaron a ser «peones obligados» por el resto de su vida… Culparon al padre por eso, y por no haberse rebelado contra el patrón. Muchos «hijos mayores» abandonaron, entonces, a la familia y se fueron «al monte». El bandidaje de «los montes» –que hacia 1876 era un actor nacional reconocido– reclutaba, sin esfuerzo, a todos los marginados… mientras otros hijos (incluyendo las hijas mayores) emigraban a Santiago, donde triplicaron el número de «peones-gañanes» y «sirvientes domésticas» .

Con todo, en la segunda década del siglo XX las haciendas se hundieron en una crisis económica terminal. El precio mundial del trigo cayó 45 %, mientras en Chile, entre 1880 y 1895, subía 100 %... Por eso, la hacienda, entre 1922 y 1930, dejó de exportar trigo al Perú y a otros países. Chile se convirtió en importador de cereal… No obstante, intuitivamente, desde 1874, los hacendados fueron convirtiendo sus fundos en un agresivo poder electoral (Comuna Autónoma), para arrebatar al Presidente de la República el control de las elecciones. Para ese fin, aprobaron el sufragio universal, que dio derecho a voto a sus inquilinos. Por eso, pese a la crisis económica, repoblaron sus haciendas con centenares de «nuevos» inquilinos y se convirtieron de exportadores de trigo, en compradores de votos y vendedores de diputaciones y senadurías. Así tomaron control del Congreso Nacional. Luego, de los ministerios. Y finalmente, del tesoro fiscal... Tal arremetida concluyó en 1922, con la bancarrota de la Hacienda Pública.

En resumen, la expoliación económica del campesino en «tierra ajena» fue siendo transformada en expoliación política del inquilino-ciudadano y, a través del cohecho, también del peonaje urbano… todo lo cual hizo imprescindible, en la década de 1960, realizar, casi simultáneamente, la Reforma Agraria y la Electoral.

3. El pirquineraje (1700-1850)

Desde 1700, un sector del pueblo mestizo emigró al norte para buscar, descubrir y trabajar yacimientos mineros (a los primeros mineros se les llamó «buscones»). El Rey de España permitió a «los buscones» trabajar las minas que descubrieran en calidad de «posesión» (no propiedad), de modo que si dejaban de trabajarla, la propiedad volvía, siempre, a la Corona. Así se formó, en los cerros del Norte Chico (Copiapó), un ‘microempresariado minero’, pobre, que trabajaba las minas «al pirquén» (usando recursos locales, de bajo costo), razón por la que se les conoció, también, como «pirquineros». Como la explotación de un yacimiento estaba abierta a su descubridor y protegida por ley, se generó una corriente migratoria de mestizos a la zona minera. Así se pobló, se trabajó y se constituyó, entre 1700 y 1872, el célebre Norte Minero de Chile, que llegó a ser el primer exportador mundial de cobre y el tercero de plata.

Los mercaderes y latifundistas no se interesaron –al principio– por la extracción minera, por su alta volatilidad e inseguridad (derrumbes, inundaciones, vetas verticales, distancia de los puertos, etc.). Para el pueblo mestizo, en cambio, era la rueda de su posible fortuna. Por eso fueron ellos los que descubrieron las minas («cateadores»), los que cavaron piques y persiguieron las vetas («barreteros»), amontonaron y chancaron el mineral («apires») e inventaron –entre todos– la tecnología minera «preindustrial» (barreta, corvo, pólvora, combo, trapiches, malacates, cueros de vaca, fuerza hidráulica, etc.). Gracias a ellos, hacia 1835 ‘Chile’ era ya un exportador de cobre y plata a nivel mundial.

El problema surgió de que los pirquineros, si bien podían extraer gran cantidad de mineral, no podían, en cambio, fundirlo y convertirlo en barras de metal. Tampoco podían transportarlo hasta los puertos de exportación. Su producto se acumulaba en la «cancha», próxima a los piques de la mina. Fue ese problema el que les dio la oportunidad a los mercaderes y banqueros para intervenir en la minería. No como productores, sino como comerciantes que compraban las «pastas» y vendían pólvora, herramientas, charqui, aguardiente, etc. («habilitadores»)... o bien, como «fundidores» (dueños de hornos metalúrgicos) y, al final, como «exportadores» de barras de cobre y plata, sobre todo, a Inglaterra… Se formó de ese modo, encima del estrato pirquinero, una cúpula de capital minero (mercantil) que se fue apoderando progresivamente –por deuda– de las «posesiones» pirquineras. Es que el precio del mineral pirquinero puesto «en cancha» –allí lo compraba el «habilitador»– fue abusivamente bajo, mientras el de los «insumos» que aquél vendía, abusivamente alto. Entre 1798 y 1802, por ejemplo, la deuda acumulada del pirquinero se multiplicó por diez… Por su lado, el precio mundial lo fijaban los ingleses, que compraban la barra de metal en «el puerto de exportación» (Caldera). La triple ganancia mercantil fue triturando la acosada ganancia del productor pirquinero y perpetuando su deuda hasta entregar la mina.

La red del «comercio de habilitación» cubrió todo el Norte Minero. De allí surgieron las fortunas millonarias del siglo XIX (Edwards, Puelma, Cousiño, Ossa, Goyenechea, etc). La deuda comercial de los pirquineros (similar a la deuda por arriendo de los inquilinos) permitió a los «habilitadores»: a) despojar al pirquinero de su posesión minera, convirtiéndose ellos mismos en «grandes mineros»; b) lograda esa condición, pudieron obtener créditos sin interés del Fondo de Minería (banco creado por el Rey de España para socorrer a los pirquineros); c) convertir a los pirquineros en un «peonaje asalariado» que debía endeudarse en la pulpería del patrón para adquirir sus medios de subsistencia; d) sumar como ganancia (superplusvalía) la ficha-salario y el interés usurero de la deuda en pulpería; e) mantener una fuerza de trabajo cautiva en «las oficinas» o «pueblos de compañía» (company-towns), es decir: la masa poblacional conchabada por el «gran minero»; f) manipular el voto de los ciudadanos cautivos en el company-town, y g) negociar con las autoridades la represión militar de las «rebeliones pampinas».

Ante ese semiesclavismo, el peonaje minero, lo mismo que el peonaje agrícola, se rebeló... Y lo hizo de tres maneras: a) fugándose, para engrosar los «bandidos del desierto» («cangalleros»); b) saboteando la faena productiva, y c) mediante huelgas pacíficas de negociación… En el desierto, la rebelión del ‘bandidaje’ no tuvo la misma escala y persistencia que en la región agrícola. Y la rebelión ‘sindical’ tuvo un costo altísimo: ejército en formación de batalla, fusiles, ametralladoras e, incluso, cañones… (masacres mineras: 1906, 1907, 1921, 1925).


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